15 Esclava de tus deseos

Sus palabras se filtran directamente en mi sistema, convirtiendo mi sangre en lava. Sus ojos incandescentes queman cada poro de mi piel. Mis piernas se aflojan y tengo que agarrarme al mármol del baño.

Robert... desplegando todo su poder sobre mí; definitivamente, él tiene el control y yo ninguna opción para negárselo.

La situación en el baño, con su mirada penetrándome, doblegándome, me resulta familiar. No soy la única que lo recuerda: —Verte así apoyada me recuerda al día que te follé en el baño de la oficina. —Araña mi espalda, el escalofrío que me provoca hace que me yerga de nuevo—. Aunque hoy estás más preciosa todavía. — Acaricia mi pubis con sus uñas. Luego, sube despacio hacia el estómago—. Desnuda, para mí... —Su voz es ronca, es puro sexo... Sus dedos se colocan rodeando mis pezones, los estira y los retuerce sin piedad, mi corazón se ha debido expandir del pecho, porque late ahora salvaje por todas las partes de mi cuerpo—. Estabas tan excitada aquel día, tan hermosa cuando te corrías. Si en ese momento alguien me hubiera dicho que podía desearte más de lo que lo hacía, le hubiera dicho que era imposible. Pero no, no lo era... ¿Estás tú tan excitada como aquel día?

—Más... —susurro, sin encontrar mi voz. Cierro los ojos e inclino la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro.

—No, Abril. Abre los ojos. Quiero que mires tu cuerpo desnudo en mis manos. —Obedezco, abro los ojos y miro sus manos en mis pechos—. Tienes unas tetas preciosas. Me encantan tus pezones, están tan duros..., mira como se oscurecen en mis manos.

Sigue retorciéndolos, causándome algo de dolor y un placer indescriptible.

Gimo en voz alta y lucho para mantener los ojos abiertos y no perderme en el placer.

—Enséñame lo mojada que estás, abre las piernas. —Se muerde el labio mientras me mira hacerlo—. Muy bien, así me gusta, me encanta ver tu coño desde aquí... Ahora, quiero que te toques.

Escucharle decir: “coño”, me horroriza y me excita a partes iguales. Bajo la mano por mi estómago hasta llegar a mi sexo. ¡Dios! Cuando rozo mi clítoris siento una sacudida eléctrica por todo mi cuerpo... Es como si la sensación se amplificara al saber que él me está mirando.

—No cierres los ojos, Abril. Mírate en el espejo.

Veo como mi mano desaparece entre mis piernas, me acaricio despacio, hundiendo los dedos en los pliegues de mi carne.

—Joder, Abril. Creo que podría correrme solo con mirarte... Introduce un dedo dentro de ti.

Obedezco, en éxtasis. Me siento la esclava de sus deseos..., y eso me excita tanto. Mi interior está ardiendo, mi mano se empapa de mis jugos, me penetro con un dedo... Necesito más, introduzco otro y bombeo dentro de mí.

—Para —susurra con voz autoritaria y jadeante—. Acércame la mano, quiero probarte.

La saco de entre mis piernas y la acerco hasta él, que atrapa uno de mis dedos y lo lame despacio, introduciéndoselo en la boca y succionando mientras me mira a los ojos.

Me está matando...

—Deliciosa. —Coge mi mano y acerca el dedo a mi boca—. Pruébalo.

Le hago caso, y siento mi propio sabor en mi lengua..., me gusta. De pronto me gira poniéndome frente a él y devora mi boca, con exigencia, con pasión, apretándome contra su cuerpo agarrando mis nalgas. Gemimos uno en la boca del otro.

Me alza sobre sus caderas y lo rodeo con mis piernas, siento su miembro colarse entre los pliegues de mi sexo, pero sin penetrarme.

«¡Fóllame ya!». Se lo diría si pudiera encontrar mi voz, pero solo puedo gemir y gruñir...

Me conduce hasta la cama sin dejar de besarme, me tiende en ella con cuidado. Se coloca sobre mí; su peso contra mi cuerpo es una delicia, cada milímetro de su piel ardiendo en la mía. Me besa con hambre, agarrando mi pelo; su lengua y la mía se enzarzan en una batalla sin tregua. Mis manos arañan su espalda, y lo empujo más hacia mí. Quiero sentirlo dentro, ahora; pero él se incorpora un poco y me da la vuelta, colocándome boca abajo en la cama.

—Penétrame ya, por favor... —le suplico, lo necesito tanto.

—Todavía no.

Se estira sobre mí apoyando su cuerpo contra el mío, aunque alivia parte del peso con sus brazos, lo siento por todas partes. Muerde y besa mi hombro, y va hacia el otro pasando por mi nuca. Mueve sus caderas, su miembro está entre mis glúteos y se restriega mientras muerde mi cuello y mi oreja.

Luego, pone sus piernas al lado de las mías y se arrodilla para poder besar y tocar mi espalda, mis costados...

—Tu piel es preciosa, tan suave... Podría pasarme la vida adorando tu cuerpo.

Sigue bajando por mi columna, regando el camino de besos hasta llegar a mi trasero. Una vez allí, masajea mis glúteos con sus manos y los besa y muerde con cuidado.

—Ponte de rodillas.

¿Qué? Joder... Siento como mi piel se sonroja por la vergüenza, y al mismo tiempo, mi sexo se inunda por la expectación. Las dos sensaciones son muy intensas, pero prevalece la segunda.

—Obedece, o tendré que azotar tu bonito trasero —me apremia, golpeando ligeramente una de mis nalgas.

¿QUÉ? Y tras escandalizarme con sus palabras me recorre un delicioso escalofrío.

¿Quiero que me azote? Se está pasando de la raya. Durante un segundo, mi mente se debate entre lo que siento y lo que debería sentir; deberían de haber saltado las alarmas... ¿Debería sentirme humillada? ¿A Robert le van los juegos de dominación? ¿Y a mí? Tengo que reconocer que la idea me excitó cuando leí sobre ella en su momento, pero nunca creí que realmente pudiera soportarlo.

Su mano cae otra vez sobre mi nalga, esta vez con un poco más de fuerza.

Suspiro al ver que, contra toda lógica, lo único que siento con todo esto es que estoy imposiblemente más excitada. Me rindo ante la evidencia.

Arrastro mis rodillas sobre la cubierta de la cama, quedando en una posición sumisa. Él está de rodillas, delante de mi trasero. Me siento vulnerable.

—Oh, Abril... Estás preciosa —dice, mientras acaricia mi culo—. Separa las piernas para mí, quiero ver lo excitada que estás.

Obedezco, al tiempo que hundo mi cara contra la almohada, abrazándola. Un gruñido sexy sale de la garganta de Robert cuando lo hago.

—Joder... —murmura.

Coloca sus manos en el interior de mis muslos y las sube lentamente.

—Estás empapada, cariño.

Separa mis pliegues y noto su boca succionándome.

—¡Ohhh! ¡Dioos! —no puedo evitar gritar.

Besa y lame los labios de mi sexo, la vibración de sus gemidos revierte en mi carne.

De pronto, se detiene.

Voy a incorporarme un poco para comprobar por qué ha parado, pero él coloca su mano en mi espalda, inmovilizándome.

—No te muevas, solo estoy contemplando lo hermosa que eres.

Acaricia mis nalgas y, luego, las aprieta separándolas. Puedo escuchar su respiración jadeante.

Con la palma de una de sus manos ahueca mi sexo, la mueve arriba y abajo, rozando con sus dedos mi sensible clítoris y esparciendo mi humedad hasta la hendidura de mi trasero; la acaricia, antes de presionar su dedo contra ella, con cuidado.

—Robert... —le advierto, algo asustada.

—Confía en mí.

Con una mano acaricia mi sexo de forma perezosa mientras va aumentando la presión con la otra, cuando por fin le presta atención a mi clítoris, su dedo consigue penetrar la resistencia de mi ano. La combinación de lo que me hace con sus manos junto a la sensación de vulnerabilidad, al saber que él está mirándome, es abrumadora.

No puedo dejar de gemir...

—¿Quieres que me detenga? —me pregunta, como si mis gemidos no fueran suficiente prueba de que no.

—No... Sigue... ¡Oh, Robert!

Las sensaciones me superan. Mi cuerpo está hirviendo a fuego lento, cada poro zumba de electricidad. Mi mente se nubla por completo y solo puedo sentir el placer desbordándome. Mis jadeos se convierten en gritos cuando una bola de fuego se crea en mi bajo vientre, mis piernas tiemblan, mi cuerpo se prepara para explosionar, el placer se acumula más y más, hasta lo imposible, y por fin estallo.

El orgasmo me arrasa inexorable, sin piedad, haciendo que todo mi cuerpo convulsione perdido en un placer indescriptible.

Mientras los músculos de mi interior siguen y siguen contrayéndose, manteniéndome en lo alto de mi éxtasis, Robert me penetra, llenándome por completo. El placer, que parecía haber llegado a sus cotas más altas, me lanza todavía más allá. Mi garganta está seca por los gritos y jadeos. Mi cuerpo, desbordado, sigue palpitando mientras él empuja dentro de mí de forma salvaje, agarrando mis caderas para ayudarse en su impulso despiadado.

Creo que voy a desmayarme...

Mis miembros se vuelven laxos a mi pesar. Robert sale de mí al notarlo y me da la vuelta con suma delicadeza, mi cuerpo queda inerte sobre la cama. Él se acomoda entre mis piernas y se inclina para cubrir mi rostro de besos.

Mi corazón, que late desbocado todavía, recibe cada uno de ellos como dulces promesas de amor, en este momento no hay muros, barreras ni hielo que lo proteja de todo lo que siento. Su miembro resbala en mi interior con suavidad, y cada milímetro de su lento avance me hace ver las estrellas. Mis manos, sin orden por mi parte, se enredan en su cabello. Él sigue besándome con ternura: los labios, la nariz, los ojos... Mi cuerpo se mantiene en una placentera agonía.

En trance, abro los párpados; él me está mirando, en su rostro hay placer y devoción. Las lágrimas empiezan a rodar por mi rostro, y no solo por la sublime y perezosa sensación de placer que me embarga, sino por todos los sentimientos que parecen derramarse sin contención de mi corazón. Sus ojos, fijos en los míos, me atraviesan y me cautivan, y guardar las palabras me causa dolor: —Te quiero —susurro, sin poder contenerlo por más tiempo.

Él, ante mis palabras, aprieta los párpados durante varios segundos. Su rostro sigue contraído, lo único que cambia de su expresión es su ceño, que se arruga levemente. Cuando abre los ojos de nuevo, dos lágrimas se desbordan de ellos, surcando lentamente sus mejillas.

—Te quiero, Abril —susurra emocionado, emocionándome—. Te quiero.

Se inclina para besarme con veneración, en un beso que sabe a sentimientos. Nuestros cuerpos, ajenos a nuestra declaración, culminan a la vez en un éxtasis sincronizado que nos hace separar nuestros labios y gritar juntos de placer.

Más inconsciente que consciente, siento como Robert baja de mí y se coloca a mi lado, atrayendo mi cuerpo hacia él hasta que quedo cobijada en su pecho, protegida por sus brazos.

El sueño me está llevando sin que pueda hacer nada. Antes de caer por completo en él, me parece escuchar de nuevo un te quiero.