26 Miedo
Contemplo a Abril en el ascensor, ella me mira apoyada en la pared, desde el otro extremo. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para no recortar los dos pasos que nos separan y tocarla, pero me contengo. Necesito mirarla a cierta distancia, embeberme de su imagen y guardarla a fuego en mi retina. Su mirada es triste y anhelante, pero no puedo hacer nada para borrar la melancolía que la envuelve, ¿cómo hacerlo cuando yo mismo me siento sumido en ella? Desde esta mañana en la cafetería, cuando nuestras palabras han empezado a teñirse de despedida, mi mente no deja de repetirme una y otra vez que no seré capaz de decirle adiós, que me va a costar la vida hacerlo.
El tic tac de un reloj, marcando los segundos que nos quedan, se ha instalado en mi cerebro desde entonces y nada ha podido detenerlo; ni la tarde con los chicos, ni los besos en la piscina, ni si quiera los juegos bajo la mesa. Tan solo cuando me sumergí en su cálido cuerpo en el baño dejé de escucharlo, pero solo fue una pequeña tregua antes de que el miedo en sus ojos, al escuchar a mi madre, lo hiciera regresar con más fuerza, como si le hubiera dado cuerda volviéndolo más ruidoso, como si corriera más deprisa y los minutos tuvieran mucho menos de sesenta segundos. ¿Quién deshará sus miedos cuando yo no esté? ¿Cómo podré ayudarla si estoy a miles de kilómetros de aquí?
¿Qué ha pasado con mi " carpe diem"? No lo sé, pero no lo encuentro.
—Voy a darme una ducha —dice Abril, nada más entrar en casa.
La veo desaparecer por la puerta del dormitorio, yo me quedo en el salón, observándola, pero ella no mira hacia atrás, hago un esfuerzo para no seguirla y darle un poco de espacio. Salgo a la terraza y me siento.
Contemplo la luna en el cielo despejado, me evoca la que, cómplice, nos observaba la noche que hicimos el amor en la playa, entonces estaba llena y brillaba orgullosa, ahora está menguando; ella también va marcando la cuenta atrás, como un reloj de arena, aunque yo desapareceré antes que ella...
Me siento extraño, desconcertado por esta sensación de angustia, de pérdida. No lucho contra ella, dejo que su sabor amargo baje por mi garganta y fermente en mi estómago. Nunca había sentido algo así, sonrío al pensar que esto también forma parte del amor.
Las palabras que intercambiamos Abril y yo el otro día vienen a mi mente: “No importa la cantidad de dolor que pueda causarme el haberte conocido, habrá valido la pena por cada uno de los momentos que he pasado contigo”.
Qué fácil es hacer promesas cuando no tienes idea de lo que te estás jugando en realidad. Fui un necio, me doy cuenta ahora que empiezo a vislumbrar la magnitud de este dolor que casi no me deja respirar, y eso que solo es un aperitivo de lo que me espera, nada comparado con lo que será cuando esté sentado en el avión, alejándome de ella.
En cambio, Abril me regaló las mismas palabras consciente de su significado real. Cogió los pedazos de su corazón destrozado, todos los miedos que la habían mantenido escondida tras su máscara de hielo, y lo apostó todo por mí. Ahora soy capaz de valorar su promesa en toda su magnitud, es la persona más valiente que conozco. Ella me ha enseñado que la valentía no consiste en no tener miedo, sino en luchar para vencerlo.
Me parece que hace siglos de aquello y apenas han pasado cuatro días, ¡cuatro días! ¡Y pensaba que yo había vivido intensamente hasta ahora! Abril ha trastocado todo mi mundo, el tiempo se dilata y se expande de una extraña forma a su lado, sin orden ni coherencia, los minutos parecen vidas, los días suspiros.
Me gustaría tanto dejarlo todo por ella, si solo se tratara de mí, no tendría ninguna duda, lo dejaría todo por ella. Pero a diferencia de David, hay tantas cosas que me atan a Jaipur. Si los abandono ahora, si no termino mi trabajo, echaré a perder el proyecto en el que hemos estado trabajando tanto tiempo, que yo mismo inicié con mi libro. Yo alimenté las esperanzas de todos diciéndoles que podía ser la solución para sacar adelante tanto el Chandrika, como nuestros proyectos para ayudar a la gente necesitada de Jaipur. Todos cuentan conmigo, no volver sería traicionarlos... Y aún así desearía ser capaz, pero no puedo hacerlo. Y a cambio de no romper la confianza que mis compañeros —mi familia desde hace dos años— han depositado en mí, tendré que volver a la India sin corazón, sin alma, sumido en un mar de temores que jamás creí que fuera capaz de sentir. Tengo miedo a perderla, a hacerle daño, y sobre todo lo demás, temo que cualquier cosa despierte al monstruo del miedo que habita en ella y no estar a su lado para luchar contra él. ¿Podrá esperarme?
Miro a mi alrededor. Contemplo la soledad e intento imaginarme cómo será cuando no tenga la certeza de que solo nos separa una pared. Cojo aire y lo dejo escapar despacio, permitiendo que el dolor circule a través de mis venas, hasta que no puedo más. Me levanto de un salto y voy a buscarla, con la sensación de que no podré respirar hasta que esté con ella, dentro de ella.
El baño se halla sumido en una neblina de vapor. Save yourself suena en la habitación, envolviéndola en melancolía.
Me desnudo en silencio, sin apartar los ojos de su difuminada figura al otro lado de la mampara, mientras mi corazón tiembla como si la hubiera encontrado después de perderla.
Entro en la bañera.
Contemplo su cuerpo desnudo; las gotas de agua resbalan por su pálida y suave piel y se deslizan lentamente, acariciando su garganta, su pecho, su estómago... Haciendo que me sienta celoso de ellas.
Es tan hermosa, la necesito tanto.
Abril no parece haberse percatado de mi presencia. Con los párpados cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás, deja que el chorro caiga directamente sobre su rostro. Lentamente, baja la cabeza, pasa los dedos por sus ojos antes de abrirlos y fijarlos en los míos. A pesar de su expresión serena, me doy cuenta de que están enrojecidos; ha estado llorando, ahogando sus lágrimas en el agua. No puedo evitar que se me encoja el corazón, probablemente porque nunca la he entendido tan bien.
Deslizo mis manos por su cintura, su piel en mis manos me reconforta. La atraigo hacia mí, me acerco a ella, muevo mis manos hasta llegar a su espalda para estrecharla más fuerte. Absorbo su calor y su piel con la mía, deseando ser capaz de fundirme y ser parte de ella para siempre. Apoya su rostro en mi pecho y me rodea con sus brazos. Sin despegar mi cuerpo del suyo busco su mirada. Su respiración se ha apresurado, sus gruesos y jugosos labios entreabiertos me reclaman, me acerco lentamente, mirándolos, saboreándolos antes incluso de llegar a ellos. Cuando tomo su boca, esta me acoge con dulzura, con amor, con alivio.
—Vamos a la cama —me susurra, dejando traslucir la necesidad en su voz.
—¿Has terminado?
—Ya he terminado.
Cierra el grifo mientras yo salgo de la bañera. Cojo una toalla, la envuelvo con ella y la ayudo a salir.
Mientras cojo otra para mí, ella se dirige a la habitación, la sigo hipnotizado. Frente a la cama se vuelve hacia mí y despacio se tiende en ella. Deshace el nudo sobre su pecho y, sin dejar de mirarme a los ojos, abre la toalla, extendiéndola a su alrededor. Por un segundo la contemplo emocionado, sintiendo su gesto como una prueba de entrega más, de su cuerpo y de su alma, de su valioso corazón.
Acepto el regalo que me hace, agradecido, jurándome a mí mismo que cuidaré de ellos para siempre.
Dejo caer la toalla y despacio la cubro con mi cuerpo, disfrutando del placer de sentirla debajo de mí, donde puedo protegerla, amarla como se merece. Su corazón golpea contra mi pecho al mismo ritmo que el mío contra el suyo, sincronizados. Me pierdo en sus emocionados ojos, que brillan como esmeraldas.
—Te amo —confieso, sintiendo que esas dos simples palabras han pasado por encima de todo lo que soy, que me definen.
—Te amo —responde, con la misma intensidad.
Me inclino para besarla, incapaz de permanecer ni un segundo más sin sentir su boca. Busco sus manos y enredo mis dedos con los suyos. La busco con mi cuerpo y me hundo en ella, con cuidado, con devoción.
Siento que el último pedazo de mi yo anterior se rompe en ese momento. Una fuerza extraña me empuja a sentirme orgulloso de poseerla, de que sea solo mía, de ser solo suyo.
Ella me aprieta más contra su pecho, yo la beso más profundo, nuestros dedos se enlazan con más fuerza; nos elevamos juntos al cielo, alejándonos de todo lo que nos rodea.
El reloj ha vuelto a detenerse, y nada más existe para mí, solo ella.