37 Rabia

Me estoy ahogando en mi propia ira; me arde la cabeza como si tuviera fuego por dentro, un veneno corrosivo hierve en mi estómago, realimentando mi rabia. Jamás había sentido nada igual. Camino hasta la puerta sin intención de volverme hacia atrás, no quiero mirar a Abril, solo alejarme de ella...

Pero cuando me enfrento a la puerta la realidad me golpea, me hace consciente de que puede ser para siempre. Mis duras palabras empiezan a pesarme, mi cólera se disuelve de nuevo en el dolor, dejándome ver lo vil que he sido con ella. Me arrepiento de haberla tratado así, a pesar de todo, no se lo merece.

Me vuelvo, atreviéndome a mirarla una vez más a los ojos, y me derrumba ver el temor que veo en ellos, ¿miedo de mí? La idea me repugna.

—Perdóname, he sido un cabrón, no debería haberte dicho eso —me disculpo, mientras hasta la última llama de furia se apaga por el mar de lágrimas contenidas.

Ella asiente y, para mi consuelo, sus ojos cambian el miedo por tristeza. La máscara de frialdad y contención que ha utilizado durante la última hora, para argumentar sus motivos para romperme el corazón, se quiebra en mil pedazos ante mis ojos, y de nuevo las lágrimas arrasan su rostro. Su llanto me devuelve un hilo de esperanza, sorprendiéndome, creía que ya no me quedaba.

—Lo siento, lo siento tanto, Robert. No quería hacerte daño. Espero que puedas perdonarme algún día, comprender mis motivos...Te quiero.

Y vuelve a clavarme otro puñal en el corazón con sus palabras, poco sitio me queda ya para encajarlos.

—Si no supiera que me quieres, esto sería muchísimo más fácil de entender —respondo. Me vuelvo derrotado hacia la puerta otra vez, sintiéndome incapaz de atravesarla—. ¿Me abres la puerta, por favor?

—No quiero que nos despidamos así, por favor. —Sus sollozos casi no la dejan hablar.

Suspiro, exasperado conmigo mismo porque no puedo evitar que mis brazos quemen por consolarla.

La miro y la veo escondida en sus manos, llorando. Dejo la mochila en el suelo y la abrazo, y es como volver a sentir el mundo en mis brazos, un mundo que se está desmoronando a mi alrededor, que no soy capaz de sostener. Cuando cruce esa puerta me quedaré vacío; mi vida, mi ilusión..., todo lo que soy ahora, se quedará atrapado dentro con ella.

—Me prometiste que valdría la pena a pesar del daño que nos hiciera —masculla contra mi pecho.

—Está claro que no tenía ni idea de lo que hablaba. —Mi voz suena más fría de lo que pretendo.

Alza la cabeza para mirarme, está tan triste, parece tan desvalida. Retiro un húmedo mechón de pelo de su cara para sujetarlo detrás de su oreja.

—Ha valido la pena, Abril. A pesar de esto... —Las palabras salen solas, y tal como las digo sé que son ciertas; a pesar de todo, jamás podré arrepentirme de haberla conocido.

—Para mí también.

—Cuídate, ¿vale? Voy a estar esperando a que aparezcas montada en un caballo blanco a buscarme.

—Ves demasiadas películas —contesta con una pequeña sonrisa en sus ojos, recordando la conversación que tuvimos en casa de mi hermano, hace ya mil años.

—Es posible —respondo, usando sus propias palabras—, ya sabes que adoro los clásicos.

Beso su cabeza, inhalo su aroma por última vez; mi alma se rompe y cuando ya no queda nada, encuentro las fuerzas para soltarla. Doy un paso hacia atrás y la contemplo durante un largo segundo, tratando de recordar todo lo que me ha dado, en vez de todo lo que me está quitando. Ella está llorando, pero no se cubre la cara, deja caer sus lágrimas mientras me devuelve la mirada, con un: "lo siento" colgado de ella.

Me voy a echar a llorar como un niño si no me voy de aquí, no tengo idea de cómo voy a conseguir conducir hasta mi casa. ¿Qué casa? ¿Dónde voy? Me siento tan perdido... Pero el dolor que oprime mi pecho amenaza con no dejarme respirar de un momento a otro, no quiero que ella vea como me derrumbo, ya me he humillado suficiente, tengo que salir de aquí, irme ya, a pesar de que sé que al otro lado de la puerta solo me espera la nada.