17.15
LA fiesta empezó en el vestuario. La derrota humillante no alcanzó a desinflar el clima de euforia. Fuimos a buscar latas de cerveza sin que nos viera el entrenador. No es que nos prohíba tomar, pero no le gusta que lo hagamos en el vestuario. En el rugby está mal visto no tomar, es como ser puto o vegetariano.
Las duchas de los vestuarios de hombres no tienen lujos ni divisiones, son eficaces y austeras, como las de una cárcel escandinava. Con las mujeres es distinto, ellas tienen sus espacios individuales, tapados por cortinas, de los que salen a medio vestir o envueltas en sus toallones. Lo sé porque habíamos hecho un agujerito para espiar.
Está bueno tomar cerveza en la ducha, sentir el chorro caliente contra el cuello y el trago frío en la garganta. Yo estaba en eso, en pleno disfrute, cuando empezaron con lo de Fefo. Federico Arzuaga es un dotado para el deporte. Juega de apertura. Es más chico que el resto, recién subido de la menores de diecinueve. Podría jugar en cualquier equipo de primera división si fuese un poco más egoísta. Todo lo que sea físico lo hace bien: fútbol, tenis, natación, baile, lo que sea. No es bueno para los estudios, pero no me animo a decir que no es inteligente. Aunque le llevo dos años, jugamos varias veces juntos en el colegio. Dentro de la cancha es como Juan Román Riquelme, en una décima de segundo puede hacer inconscientes ecuaciones matemáticas, cálculos físicos, de velocidad, de viento, de probabilidades, puede pensar como un ajedrecista, con señuelos y varias jugadas de anticipación. Eso es inteligencia, aunque todavía deba biología de quinto año. Fefo es un pibe callado y querible. Su flacura engaña, parece que se fuera a quebrar pero es fuerte como un oso, de una fuerza que no cabe en su cuerpo. Además es humilde; pudiendo no serlo, lo es.
Me había olvidado de que esa tarde había debutado en Primera. Al principio se escucharon los cánticos y después vino la acción. Pobre Fefo, estaba a mi lado en la ducha. No los vio venir. Entraron como nueve juntos: los primeras líneas, el Chino, Lucas y algunos más que no me acuerdo. Ariel también estaba metido en eso. Me duele verlo portarse como un pelotudo. Me duele por mí, por nuestro pasado y por Ana. Sobre todo por Ana. Relajate y gozá, Fefito, le dijeron y todos se rieron de la broma. Lo agarraron los tres forwards más fuertes, lo inmovilizaron, y lo acostaron boca arriba sobre el piso. Entre varios le sujetaban las manos, las piernas y la cabeza. Fefo empezó una resistencia pero se dio cuenta de que era peor. Primero tuvo que tomar cerveza. El Gordo Paoleri se la tiraba despacito sobre el pecho, el chorro bajaba por su cuerpo transpirado, y terminaba de caer, como una canilla con pérdida, entre sus huevos y su culo. Fefo, ubicado debajo, tuvo que recibir la cerveza con las fauces abiertas. Esto ya es desagradable de por sí, pero necesitarían ver el cuerpo desnudo del Gordo para saber de qué les estoy hablando. Tiene la forma de una pera podrida. Es de cabeza pequeña y menudo de hombros, con unas tetitas flácidas, como las de una mujer sin tetas. Su cuerpo se ensancha abruptamente en las caderas, dándole un aire piramidal. Su pene diminuto, metido para adentro como un repollito de piel, es sostenido por dos huevos que cuelgan inmensos y parecen uno. Por ahí goteaba la cerveza, drip, drip, drip, a la boca abierta de Fefo. Le taparon la nariz para que tuviera que abrir los labios. «Fondo blanco, fondo blanco», gritaban a coro y casi todos se reían. Cuando ya había cumplido esa prenda, apareció Sergio Canetti con un desodorante. Era de los finitos, con tapa anatómica. Lo dieron vuelta a Fefo y lo dejaron culo para arriba. Qué culito más tierno, dijo el Gordo y le dio unas palmadas. Le metieron el desodorante por el ano. No demasiado; es sólo una joda entre amigos, después de todo. Un poquito, la puntita, lo suficiente, como para que lo sienta. La tapa quedó atrapada entre sus nalgas cuando sacaron el tubo. Los gritos de aliento y las carcajadas repicaban en el vestuario. Entonces terminó el debut, le pusieron una cerveza en la mano, le dieron abrazos y felicitaciones y todos cantamos para alegrarlo un poco: «Olé, olé, olé, olé… Fefo, Fefo».
Yo tampoco me había salvado del debut, pero la saqué un poco más barata. Fue en un tercer tiempo, hace dos años, cuando ya estábamos bastante en pedo. Me sujetaron entre varios y un gordito asqueroso que habían traído de otro club me dio unos besos en la boca. También me taparon la nariz para que tuviera que abrir los labios. Tenía gusto salado pero pasó rápido. Después vomité cerveza en el patio.
Dicen que en los clubes de Primera hacen cosas peores. Te afeitan una pierna o la cabeza, te meten de punta en un tacho de agua helada hasta perder la respiración, te sodomizan con salchichas congeladas, te dejan desnudo en el medio de la ruta, te cagan en el pecho, te arrancan los pelitos de los huevos, te hacen tragar pescaditos de colores a través de un embudo.
Le fui a hablar a Fefo cuando todos se habían ido del vestuario. Estaba sentado en el piso, a medio vestir. Tenía los ojos mojados de la bronca. Yo me mantuve a un costado del bautismo. Miré sin participar. Perdomo tampoco había participado activamente. Había supervisado todo subido a un banquito. Él le contó a Fefo lo que le habían hecho en su club, como si eso sirviese para alegrarlo un poco. El bautismo une al grupo, endurece el espíritu, aseguró.
Lo de la cerveza ya lo habían hecho otras veces, pero con lo del desodorante se habían ido a la mierda. Fefo me dijo que yo había jugado como una mariquita, y le contesté que tenía razón. Se rio un poco y se empezó a olvidar del asunto. Nos terminamos de cambiar y fuimos para el salón. Estaba por empezar el tercer tiempo.