Capítulo 13

La entrada de la enfermería de la prisión estaba peligrosamente cerca de la Prefectura, pero Madeline esperaba que la confusión que aún reinaba en la plaza, del otro lado del edificio, impidiera que alguien reparase en ellos. Halle y ella esperaron en la esquina de enfrente, resguardándose tras el prominente escaparate de una tienda de porcelanas para que no los vieran los guardias de la prisión. Aun ahora, con gente corriendo por doquier, los guardias podían estar alerta ante alguien que demostrara demasiado interés en esa entrada.

La puerta de la enfermería estaba hundida en la oscura pared de piedra. Era imponente, aunque no tan grande como la puerta principal, y a todas horas había cuatro carceleros uniformados y armados con rifles de guardia. Madeline se alisó el frente de su casaca de gendarme; le había quitado el galón para que fuera sólo una chaqueta oscura. Con su vestido gris y la casaca cubriendo el roto de su manga, podía pasar por enfermera. Sabía que también había celdas para mujeres; una vez dentro podría adoptar un disfraz de carcelera y obtener más libertad para buscar, pero era inútil planear cuando no sabía con qué se toparían dentro. Notó con fastidio que le temblaban las manos. Siempre sentía miedo escénico antes de sus mejores actuaciones.

Halle se paseaba con nerviosismo, pero no había intentado trabar conversación. Madeline se alegraba de ello. Al ver que Cusard se aproximaba, se irguió con expectación, aspirando profundamente para calmarse. Siempre era peor justo antes de que alzaran el telón.

Cusard avanzó un poco más por la calleja, sacando un paquete de papel marrón de la chaqueta.

—Aquí está. —Se lo entregó a Madeline cuidadosamente—. ¿Recuerdas todo lo que te dije?

—Sí. Un cuarto de cartucho para una puerta de madera, uno entero para una puerta de acero, al menos cuatro para una pared externa de piedra y yeso, y un ataúd lleno para una pared de apuntalamiento, porque eso es lo que necesitaré si la uso en una. —Miró a Halle—. ¿Podemos guardar esto en su maletín, doctor?

Halle asintió con rostro preocupado.

—Lo más prudente. Si la revisaran a usted...

—Seria desastroso. —Esperó a que Halle abriera el maletín y alzara la bandeja de instrumentos para poner el paquete en el interior.

Cusard miró a Halle pensativamente.

—Y te traje esto, por si las dudas —le dijo a Madeline. Le entregó un revólver de seis balas y una caja de hojalata con más municiones.

Madeline lo revisó para cerciorarse de que estaba bien cargado, y se dispuso a guardarlo en el maletín. Cusard carraspeó. Madeline entendió qué quería decirle, pero negó con la cabeza.

—No puedo entrar en la prisión con un arma en el bolsillo. Conocen al doctor Halle, saben que investiga para la Prefectura. Si la encuentran en su maletín, a lo sumo se la quitarán.

Halle miraba hacia la prisión.

—Me temo que mi reputación no servirá de mucho para nadie después de esto. —Miró a Madeline—. Pero me preocuparé por eso después...

Madeline titubeó. Había otra cosa que no podía arriesgarse a llevar a la prisión. Le había dado la cartera con las dos esferas inactivas a Cusard para que las llevara al almacén. La activa, que se había creado con ayuda de Arisilde, estaba envuelta en su pañuelo y le pesaba en el bolsillo. La lógica y el instinto le decían que la llevara consigo. Instinto de bruja, pensó Madeline. No siempre valía la pena escucharlo si no eras bruja. La lógica, y algo que consideraba su instinto de artista, le decían que confiara en Halle.

Sacó la esfera del bolsillo, con cuidado, sintiéndola palpitar contra sus dedos, y la metió en el maletín.

—¿Qué es eso? —preguntó Halle, frunciendo el ceño.

Cusard también estaba desconcertado. Sin duda había puesto la cartera en la caja de seguridad sin abrirla. Conociendo a Nicholas, Cusard probablemente temía que contuviera la cabeza del conde Montesq, pensó Madeline.

—Es un artilugio mágico —explicó Madeline— que puede ayudarnos si nos topamos con una de esas estatuas andantes, o cualquier otra hechicería.

—Ah —dijo Halle con alivio—. ¿Cómo se usa?

Buena pregunta, pensó Madeline.

—No lo sé. Funciona solo.

Halle puso una expresión dubitativa y Cusard revolvió los ojos con elocuencia; Madeline los ignoró a ambos.

—¿Puedo llevar su maletín, doctor? A usted los guardias lo conocen, pero yo necesito completar mi disfraz. —Eso era cierto en más de un sentido. Sólo ahora comprendía qué efecto tranquilizador surtían el maquillaje y un vestuario adecuado. Halle cerró el maletín y se lo entregó.

Mientras cruzaban hacia la prisión, Madeline se preguntó si se había vuelto loca y qué diría Nicholas. Será mejor que Nicholas no diga una palabra, pensó súbitamente, recordando que él había sido la causa de todo esto, al entrar en ese maldito lugar, y nada menos que con el inspectorRonsarde. Estaban a la sombra de la pared y bajo el arco que protegía la entrada; el pavimento estaba húmedo y la piedra irradiaba frío: era momento de dejar de pensar.

El hombre que se adelantó para detenerlos era un gendarme, no un carcelero.

—Me han informado de que hay hombres heridos —dijo el doctor Halle antes de que el otro pudiera hablar. Se las apañó para demostrar ansiedad y agitación, aunque sin duda la ansiedad era real. Madeline pensó que era el pretexto ideal; los guardias de la prisión habían participado en el disturbio y seguramente habría heridos. Nadie podía saber si ya los habían atendido o no.

El gendarme parecía confundido y renuente. Uno de los carceleros se adelantó.

—Creí que los habían llevado a todos al hospital —afirmó—. Dijeron...

—No, todavía hay más adentro —interrumpió Halle—. Hablé con el capitán Defanse hace menos de una hora.

El carcelero maldijo y señaló enfáticamente la gruesa puerta de hierro. Había barrotes en el centro, desde donde otro centinela podía vigilar; se abrió con un crujido y Halle entró deprisa, seguido por Madeline.

Atravesaron por lo menos tres cámaras siniestras, protegidas por puertas gruesas, portones de hierro y hombres taciturnos, que existían sólo para impedir que los que estaban dentro salieran. Madeline trató de no pensar en la parte de la salida. Primero encontraría a Nicholas y los demás, luego se preocuparía por el resto.

La siguiente puerta de hierro daba a un pequeño patio de paredes grises, apenas un pozo para permitir el paso del aire y la luz, y luego otra puerta se abrió y el fuerte olor a ácido fénico le anunció que estaban entrando en la enfermería.

Era una cámara alta de paredes de piedra, con techo abovedado y visibles retazos ovales de piedra más nueva en lo alto de las paredes, donde tiempo atrás se habían rellenado ventanas. El otro extremo estaba cerrado por mamparos de madera, pero las dos largas filas de camas más cercanas parecían ocupadas por gendarmes o carceleros. Había guardias en la puerta que acababan de atravesar, y algunas mujeres vestidas con el uniforme marrón apagado de carcelera: probablemente habían sido apresuradamente reclutadas para asistir a los heridos.

Por la forma y el tamaño del lugar, quizá hubiera sido una vieja capilla. En el otro extremo Madeline vio otra puerta que debía de conducir al interior de la prisión. Vio a un hombre que debía de ser el encargado de la enfermería, un joven de hombros encorvados, con apariencia desaliñada y gafas, vestido con un traje viejo con un delantal manchado encima. Halle también lo vio, pero al parecer no con rapidez suficiente, porque procuró ocultarse tras un mamparo y se detuvo cuando el encargado de la enfermería lo llamó:

—¡Doctor Halle! No sabia que estaba aquí.

Halle la miró de soslayo y se adelantó para estrechar la mano del joven médico que se le acercaba.

—Hemos tenido un día ajetreado, como ve.

—Si —dijo Halle—. Me han llamado para hablar de algo con el alcaide. No sé si podrá respetar la cita en esta emergencia, pero pensé que sería mejor...

—Ciertamente, pero ya que está aquí, ¿puede mirar este caso, sólo un momento...?

Halle apretó los labios con frustración, pero se dejó llevar. Madeline no lo perdió de vista, cerciorándose de que el médico sólo lo llevara a cierta distancia, aunque suponía que era demasiado pronto para que fuese una trampa. La explicación de Halle había sido convincente, aunque un poco apresurada; afortunadamente, el otro médico parecía demasiado ocupado para sospechar. ¿Y quién sospecharía que el doctor Cyran Halle participaba en un plan tan alocado?

Tendría que aprovechar el tiempo para recoger información y descubrir si habían capturado a Ronsarde y si había alguien con él. Una carcelera se lavaba las manos en un fregadero de metal, contra la pared. Madeline se dirigió a ella.

—¡Madame! —dijo alguien. Madeline tenía demasiado entrenamiento de actriz para sobresaltarse o permitirse otra reacción. Ignoró esa llamada perentoria y siguió caminando. Por el rabillo del ojo vio que un hombre se le acercaba. Problemas, pensó. Era un hombre mayor, de rostro severo, vestido con un traje oscuro, muy formal. No era otro médico. Con su suerte, quizá fuera el alcaide en persona.

Tuvo que detenerse y saludar con un cabeceo nervioso, el gesto que se esperaría de una mujer en su posición. La parte del nerviosismo no era difícil de conseguir.

—¿Quién es usted? —preguntó el hombre.

—La enfermera del doctor Halle, señor. —Eso tendría que aplacarlo. El doctor Halle era un visitante frecuente.

El hombre se giró, vio a Halle con el otro médico y le clavó una mirada suspicaz. Madeline sintió frío en la boca del estómago.

Halle se volvió y lo vio. Estaba demasiado lejos para que Madeline le viera bien la expresión, pero no parecía feliz. Presentó una excusa al médico y fue hacia ellos.

—Doctor Halle —dijo el hombre—. ¿Qué hace usted aquí?

—Sir Redian... ¿podemos hablar en privado? —preguntó Halle con expresión adusta.

Madeline sólo sentía furia contra su suerte. No hacía falta que le dijeran que era un alto funcionario de la prisión, alguien que no creería sus atolondradas mentiras. Redian miró a Halle un instante.

—Por aquí —dijo.

Halle lo siguió, pero Madeline se quedó donde estaba, tratando de confundirse con el mobiliario.

—Usted también, enfermera, por favor —pidió Redian.

Madeline juró entre dientes. Desde luego, siempre estuve más acostumbrada a robar la escena que a confundirme con el coro. Halle la miró con rostro impasible, y no tuvo más opción que seguirlos.

Dejaron atrás una hilera de cubículos cerrados con mamparos de lona, y entraron en una pequeña oficina que debía de pertenecer al encargado de la enfermería. Estaba abarrotada, con el escritorio y los estantes llenos de papeles, libros y objetos médicos de cristal; no demasiado suntuoso para alguien a quien trataban de «sir». Redian cerró la puerta.

—¿Y bien?

Esa pregunta seca no daba a Halle mucho con que trabajar y Madeline no podía intervenir sin arruinar su papel. Permaneció cabizbaja, y sus manos empezaron a sudar sobre el asa del maletín del doctor Halle. Las paredes que aislaban la oficina del resto de la enfermería eran delgadas y no ocultarían ruidos fuertes. Se preguntó si tendría tiempo para sacar el revólver del maletín si Redian pedía ayuda, y de qué le serviría. Esa pequeña habitación no tenía ventanas para escapar. No, si Halle no se valía de sus palabras para salir del atolladero, tendrían que tomar a Redian como rehén. Y eso no servirá de mucho, pensó.

—No sé cuál es la razón de esta suspicacia —dijo Halle.

Era evasivo, pero hizo hablar a Redian.

—La razón de esta suspicacia —declaró— es que su colega Ronsarde escapó de los gendarmes en lo que llamaré circunstancias extremadamente sospechosas. El último informe fiable me dice que entró en esta institución. Y ahora lo encuentro a usted aquí.

—Ridículo —dijo Halle con fastidio—. Ronsarde fue secuestrado, casi asesinado. Usted no puede acusarlo...

—Yo estaba en la escalera cuando estalló el disturbio —replicó Redian—. Sé lo que vi.

Halle se las había apañado para distraerlo, pero todavía estaba ganando tiempo.

—No me importa lo que usted vio. —Halle cogió su maletín, lo abrió como si buscara algo y lo dejó en la silla que estaba al lado de Madeline, diciendo airadamente—: Si usted entendiera algo, comprendería que las acusaciones en su contra eran totalmente infundadas.

Brillante, pensó Madeline, y empezó a respirar de nuevo. Había puesto el arma a su alcance, casi bajo su mano. No era tan bueno como trabajar con Nicholas, pero se le acercaba bastante. Halle se acercó a Redian, plantándose de tal modo que le impedía ver el maletín y el brazo derecho de Madeline. Eso podía darle la ventaja que necesitaba; si no lograba sorprender a Redian, éste tendría tiempo para pedir ayuda.

—No se trata de eso —dijo Redian—. Si Ronsarde organizó este disturbio... —Calló, hizo una mueca—. Tampoco se trata de eso. Quiero saber por qué ha venido aquí, Halle. ¿Tiene algo que ver con los hombres arma dos que entraron en una de las salas de guardia después de la fuga de Ronsarde?

—No puedo creer que usted me acuse...

—Aún no los hemos aprehendido, pero lo haremos. Ahora deme una respuesta o lo haré entregar a la Prefectura, por sospecha de complicidad en una fuga.

Madeline soltó su pañuelo y se agachó para recogerlo, pero en cambio metió la mano en el maletín y halló la culata del revólver. La puerta se abrió de golpe y Halle se volvió con un sobresalto. Madeline tuvo un segundo para tomar la decisión y se quedó donde estaba, agachada, con la mano dentro del maletín. Miró la puerta y vio a un joven con uniforme de gendarme, casi extrajo el revólver, pero él no la miraba a ella.

El gendarme respiraba agitadamente, con los ojos desorbitados.

—¡Señor! —le dijo a Redian—. Hemos encontrado a cinco hombres muertos en el nivel inferior.

—¿Qué?

—Están descuartizados... es hechicería... como lo que vimos fuera.

Olvidándose de Halle, Redian se dirigió a la puerta y siguió al gendarme. Halle miró a Madeline con una mezcla de alivio y consternación.

—¿Lo seguimos? —murmuró.

—Sí —susurró ella. Sacó el arma del maletín y se la metió en el bolsillo de la casaca.

Nicholas se aproximó cautelosamente a la entrada de la cámara. No habían instalado gas en los últimos corredores y estaba negro como el carbón. Se alumbraba con un trozo de vela que Crack había llevado en el bolsillo y que él había encendido en uno de los últimos mecheros. Ahora goteaba cera caliente en el guante de Nicholas mientras él se deslizaba por la pared húmeda. La curvatura y el modo de construcción sugerían que la salida de la alcantarilla de la prisión estaba del otro lado. Esperaba no tener que vérselas también con un gul, aunque no veía ningún acceso desde el túnel de la alcantarilla.

Nicholas llegó a esa sombra oscura que era la entrada. De allí brotaba una corriente de aire húmedo, pero tan rancio y monótono como la atmósfera de todos los pasajes. No era una señal alentadora.

Mejoras en las paredes, instalación de gas, puertas nuevas, pensó Nicholas. Que no hayan tenido tiempo de bloquear las catacumbas que suben de la cripta de la vieja fortaleza al cementerio de la nueva prisión. Ojalá el destino le hiciera ese pequeño favor.

Ningún gul ni otro producto inhumano del arte de un hechicero demente lo atacó mientras entraba. Alzó la vela.

El contenido de esa cámara baja era tan caótico como él recordaba. Huesos viejos, astillas de madera de los ataúdes, fragmentos de piedra que una vez había sellado graves bóvedas, todo amontonado en el suelo de piedra y cubierto de polvo y mugre. Salvo que habían empujando los montículos hacia las paredes, abriendo una senda en cuyo extremo el pasaje que debía conducir arriba estaba cerrado con ladrillo relativamente nuevo.

Nicholas estaba demasiado fatigado para maldecir al destino en ese momento. Tendría que acordarse de hacerlo después. Debían de haber tenido fugas. Él no podía atribuirse ese mérito. Al sacar a Crack años atrás, había dejado un sustituto razonable, un cadáver reciente de la morgue; Crack figuraba como muerto en los documentos de la prisión. Esta complicación era culpa de personas descuidadas que escapaban por su cuenta y dejaban rastros que cualquier tonto podía seguir.

Salió de la cámara y regresó por el pasaje hasta donde esperaban los otros.

—Está bloqueado. Queda una sola alternativa.

—Robar uniformes de guardia y tratar de escapar mediante engaños —dijo Reynard. Su expresión revelaba que no confiaba mucho en ese plan.

Nicholas sabía que el éxito no sólo era improbable. Con el inspector Ronsarde, herido y reconocible para cualquier gendarme con que se cruzaran, era imposible. A estas alturas estaba tan desesperado como para arriesgarse a ir por la alcantarilla, pero no tenían manera de llegar.

—Acepto sugerencias —dijo secamente.

—Tengo una —dijo Ronsarde, apoyándose en la pared.

—Si es la que propuso las últimas tres veces que pregunté, no quiero oírla de nuevo —dijo Nicholas. Sabía que su paciencia se estaba agotando, con lo cual era más propenso a cometer errores, pero ya no podía hacer mucho para evitarlo.

—Usted mismo lo ha dicho —dijo Ronsarde con determinación—. Si yo no estuviera con ustedes, sería relativamente fácil explicar su presencia. Podrían salir caminando con la bendición de los funcionarios de la prisión.

—¿Y dejar que usted muera desangrado? —interrumpió Nicholas. ¿Por qué clase de hombre me toma?, quería preguntar, pero se contuvo a tiempo. Sería tonto preguntarle a Ronsarde algo que él mismo no sabía.

—Es impensable —dijo Reynard, pero lo dijo con su voz de capitán de caballería, muy distinta de la voz indolente del sibarita desdeñoso que habitualmente representaba—. Porque sería darle la victoria a ese canalla que nos ha metido en esto con sus malditos hechizos. Eso es lo que quiere que hagamos, así que eso es lo que debemos evitar a toda costa. Es elemental, por amor de Dios.

—Este hechicero quiere que usted muera —se explayó Nicholas. Agradecía que Reynard aún lo apoyara; criado en barriadas pobres rodeado de hampones, entre quienes incluía a sus parientes paternos, no estaba habituado a esa clase de lealtad—. Se tomó mucho trabajo para lograrlo. Usted debe de estar a punto de descubrirlo. Si las autoridades lo capturan, él atacará de nuevo, probablemente con más celeridad y eliminando a varios testigos inocentes junto con usted.

Ronsarde, que no estaba acostumbrado a que se le opusieran con tan buenos argumentos, dijo acaloradamente:

—Olvida que lo más probable es que ese hombre esté loco de atar y se haya ensañado conmigo tal como se ha ensañado con ustedes, y que nos perseguirá hasta el fin al margen de que estemos a punto de descubrir su identidad o su paradero.

Nicholas y Reynard se dispusieron a responder, pero Crack, colmada su paciencia, dijo secamente:

—De nuevo lo mismo. De nuevo nos paramos a discutir.

Nicholas inhaló profundamente.

—Tienes razón; sigamos adelante.

Se volvió y echó a andar por el corredor.

Crack cogió el brazo de Ronsarde a pesar de la mirada impertinente del inspector y continuó. Reynard alcanzó a Nicholas en un par de zancadas.

—¿Adonde vamos? —preguntó.

—Si lo supiera... —masculló Nicholas.

Sintiendo que tenía que compensar su anterior muestra de nobleza, Reynard dijo:

—Lo lamento, lo lamento. De nuevo trataba de anticiparme a las circunstancias; parece que no puedo quitarme la costumbre.

—Inténtalo —dijo Nicholas.

Madeline y Halle siguieron a Redian de vuelta a la enfermería. En una de las largas mesas de madera había una camilla con el cuerpo de un hombre. Madeline entrevió carne desgarrada hasta el hueso y aferró el brazo del doctor Halle. En parte era por alivio, pues se trataba de un gendarme y no de Nicholas, Reynard ni Crack, y en parte para impedir que Halle corriera hacia él con los demás médicos.

Redian miró el cuerpo del gendarme con expresión demudada.

—¿Hay indicios de Ronsarde, o los hombres que lo acompañan? —preguntó.

—No. señor, nada. —El joven gendarme estaba pálido. Tenía manchas de sangre en la manga del uniforme—. Pensamos que estaban en la otra ala, así que la búsqueda se concentró allí, y sólo enviamos algunos hombres a los sótanos.

Madeline apartó a Halle del asustado grupo que rodeaba la camilla.

—La cosa que hizo esto está buscando a Nicholas y los demás —dijo.

Él asintió.

—Hay muchos pasadizos en los niveles inferiores. No sé cómo podrían haber ido allí a menos que los obligaran... Espere, se efectuó una fuga usando un viejo túnel que iba de la cripta al cementerio de la prisión, así que taparon el túnel. ¿Sus amigos podrían haberse dirigido allí, pensando que todavía existía?

Madeline se mordió el labio, reflexionando.

—¿Cuándo lo taparon?

—El año pasado.

—Si, pudieron haber pensado que aún existía.

Halle miró a Redian y echó a andar hacia el corredor del fondo de la enfermería, llevándola consigo.

—Entonces sugiero que los encontremos antes de que los encuentre otra persona... u otra cosa.

—Totalmente de acuerdo —murmuró Madeline.

Nicholas desanduvo el camino, encontrando una escalera angosta que conducía arriba. Se aproximaron con cautela, pues era la única subida en este ala y los perseguidores podían estar vigilando. Pero la intersección de corredores próxima a la escalera estaba tan desierta como los otros túneles.

Dejando a los demás al pie, Nicholas subió hasta el primer rellano, se apoyó en la pared y echó una ojeada. La parte superior de la escalera estaba cerrada con una puerta de metal con una rejilla de hierro en la parte superior. Notó que la habitación estaba iluminada. Decidió arriesgarse y subió, agradeciendo que los escalones fueran de piedra gastada en vez de madera y no crujieran.

Se aproximó cautelosamente a la puerta y miró por la rejilla. Otra sala de guardia, con dos carceleros y un gendarme conversando preocupadamente. Uno de los carceleros tenía un rifle. Eso no puede ser por nosotros, pensó Nicholas. Aún no hemos matado a nadie. No, tenía que ser por la criatura que los perseguía por ese laberinto. Debían de saber de la existencia de la criatura, sin duda. Si las autoridades la mataban, sería un obstáculo menos en el camino, decidió Nicholas, mientras bajaba sigilosamente. Claro que los gendarmes también podrían perseguirlos con mayor facilidad...

Los otros aguardaban ansiosamente al pie de la escalera.

—¿Y bien? —preguntó Reynard.

—Dos carceleros y un gendarme, bien armados. —Nicholas describió la puerta y la sala de guardia, y aspiró profundamente. No era un buen plan, pero era lo único que se le ocurría y no tenían tiempo para aguardar a que se le ocurriera algo brillante—. Crack fingirá que es un carcelero y agitará el llavero para abrir la puerta. —Crack asintió, sin molestarse en cuestionarlo. Su chaqueta era parda, parecida a las que usaban los carceleros, y quizá fuera convincente bajo la escasa luz de la escalera—. Llegará con un herido, para añadir un aire de urgencia.

—Creo que yo seré el herido —dijo Ronsarde. Se señaló el ojo derecho, que estaba casi cerrado por la hinchazón y rodeado por una gran magulladura morada—. Esto es bastante convincente.

—Servirá. —Lástima que no tuvieran más sangre, pero... Nicholas se recordó que no debía entretenerse con los detalles—. Una vez que abran la puerta, Reynard y yo irrumpiremos y los cogeremos por sorpresa. —Y después nos matarán a todos. Miró a Reynard, esperando que dijera algo parecido.

Reynard se limitó a sonreír.

—Me parece perfecto.

Oyeron voces que se elevaban en la sala de arriba, reverberando a través de la rejilla de la puerta. Un murmullo de voces masculinas, luego una voz femenina, palabras sofocadas pero apremiantes. Nicholas frunció el ceño, subió un escalón sin darse cuenta. Imposible.

—Parece ser...

—Madeline —concluyó Reynard, mirando consternado a Nicholas—. No puedo creer que...

Crack lanzó un juramento y se llevó a la mano a la frente, el mayor estallido emocional que Nicholas había visto en su guardaespaldas. No necesitaba otra confirmación. Subió hasta el primer rellano, escuchando atentamente.

Captó algunas palabras, sin entender el sentido. Oyó la voz de otro hombre con acento más educado, diciendo algo sobre la atención médica. Ronsarde subió unos escalones y tomó el brazo de Reynard para apoyarse.

—Es Halle —susurró con incredulidad—. ¿Qué diablos...?

—¿El doctor Halle? —preguntó Nicholas en voz baja, aunque ansiaba gritar.

—Sí, ciertamente.

Maldición, maldición. Nicholas indicó a los demás que esperasen y se acercó sigilosamente a la puerta. Se aplastó contra la pared y atinó a echar una ojeada por la rejilla. Madeline hacía su papel de enfermera inofensiva y llevaba un maletín de médico, pero la luz de sus ojos era peligrosa, y totalmente suya. Está distraída, y no responde al personaje... tendré que hablar con ella sobre eso, pensó. Y algunas cosillas más. Reconoció al hombre que la acompañaba como el doctor Halle y apretó los labios. Vaya ideas que tiene esta mujer.

Los tres guardias miraban hacia otra parte, discutiendo con Halle. Y la irritación de Nicholas con la conducta precipitada de Madeline no cambiaba el hecho de que nunca tendrían mejor oportunidad para trasponer esa puerta. Regresó hacia los demás.

—Sí, son ellos —murmuró—. Vamos, tal como habíamos planeado...

Ocuparon en silencio sus posiciones, Crack y Ronsarde en el escalón que estaba bajo el rellano, Nicholas y Reynard detrás de ellos, agachándose para no ser vistos. A una señal de Nicholas, Crack golpeó la puerta.

—¡Abrid, nos pisa los talones! —gritó.

Con Ronsarde gimiendo de dolor, insertó una llave en la cerradura y la hizo tintinear, como si el pánico le impidiera hacerla girar.

Hubo gritos del otro lado de la puerta, la cerradura chasqueó y uno de los guardias abrió. Ronsarde se lanzó hacia delante para derrumbarse a los pies del hombre, inmovilizándolo e impidiendo que cerraran la puerta. Crack entró, aparentando que tropezaba con su compañero herido, y dio un puñetazo al sorprendido guardia. Nicholas y Reynard embistieron antes de que los otros dos pudieran reaccionar. Reynard cogió el rifle cuando se aprestaba a encañonarlos y lanzó al guardia contra la pared. Nicholas buscó frenéticamente al tercer hombre y vio que Madeline lo sostenía por el cuello, apoyándole un revólver bajo la oreja.

Nicholas retrocedió, mientras Reynard ordenaba a sus prisioneros que se tumbaran en el sucio suelo. Cuando Crack liberó al gendarme del abrazo de Madeline, Nicholas dijo:

—Bien, esto es una sorpresa.

—Os encontramos —dijo Madeline, muy complacida consigo misma.

Nicholas le clavó los ojos, sin saber si no podía responderle porque estaba hirviendo de rabia o por mero agotamiento. Miró al doctor Halle, que trataba de examinar las lesiones de Ronsarde mientras el inspector procuraba apartarlo.

—Una gran ayuda. Ahora somos seis los que estamos atrapados aquí.

Madeline bajó las cejas amenazadoramente. Abrió el maletín, metió la mano, y sacó un paquete.

—¿Crees que hubiéramos entrado sin idea de cómo salir?

Reynard amarraba a uno de los guardias con un cinturón. Alzó la vista y rió brevemente.

—Eso hicimos nosotros.

Nicholas miró a Reynard con el ceño fruncido.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Pólvora de demolición. La mezcla especial de Cusard. —Nicholas aspiró con alivio.

—¡Brillante! —Le arrebató el paquete.

—De nada —dijo incisivamente Madeline. Entonces Nicholas vio qué otra cosa había en el maletín.

—¿Trajiste una de las esferas? Te dije que las llevaras a...

—Eso hacía —interrumpió Madeline—. Creí que sería útil contra todos estos hechizos...

—¿Útil? ¿Cómo?

—Ha hecho cosas —susurró Madeline.

—¿Cosas?

—Cosas mágicas. ¿Viste esas gárgolas de piedra que perseguían a la gente por la plaza? —Él asintió, y ella continuó—: Volvió a transformar a una en piedra.

Él le cogió el brazo, cruzó la puerta y se alejó unos pasos para que no los oyeran los guardias. Mantuvo una mano en el revólver, sabiendo que no estaban solos en esos corredores.

—¿Así de simple? ¿No hiciste nada con ella?

—Así de simple. —Madeline gesticuló exasperadamente—. Nicholas, este artilugio me supera tanto como el papel de Elenge superaría a mi ayudante de camerino. No sé lo que hizo, pero lo hizo, por propia voluntad, sin ayuda mía.

—Pero nunca había hecho nada —protestó Nicholas.

No estaba acostumbrado a sentirse tonto, y no le gustaba demasiado. Sacó la esfera del maletín y la examinó como mejor pudo bajo esa luz escasa. Tenia el aspecto de siempre, un artilugio con engranajes y ruedecillas que no parecía tener ningún propósito, algo que podía ser un juguete.

—Estaba reposando en un anaquel de Heladia. Quizá nunca sintió la necesidad de hacer nada. —Eso era cierto. Nicholas se la devolvió y se acarició el pelo, tratando de pensar cómo encarar esa novedad. Edouard, Edouard, ¿por qué no te limitaste a la filosofia natural?

—No tenemos tiempo para ocuparnos de esto ahora, tenemos que salir de aquí.

—¿Cómo? —preguntó Reynard, acercándose por la escalera con el rifle del gendarme. Nicholas se sintió aliviado al ver que estaban un poco mejor armados—. ¿Estás pensando en volar ese pasaje bloqueado que lleva al cementerio? Todos sabrán dónde estamos y nos esperarán en la otra punta.

—Lo sé, por eso iremos por la alcantarilla. Una vez allí, podemos escoger cualquier dirección, salir en cualquier calle. No podrán saber adonde nos dirigimos.

—Sí, perfecto —aprobó Ronsarde. Para tratarse de uno de los más destacados representantes de la ley y el orden del país, parecía dedicarse a quebrantar la ley con auténtico entusiasmo.

—¿Dejaremos atados a esos hombres? —preguntó Halle, mientras seguían a Nicholas escalera abajo—. ¿Con esa cosa rondando por los corredores?

—La dejamos atrapada al otro lado de una puerta de hierro, y primero tendrá que atravesarla —dijo Nicholas—. Además, no subirá al nivel de la calle mientras estemos aquí abajo... Nos busca a nosotros. Crack, empuja esa puerta y echa el cerrojo.

Nicholas los condujo de vuelta a la pared contigua a la alcantarilla. Estaba cerca del punto donde el corredor descendía a las catacumbas, lo cual significaba que quedarían atrapados ahí abajo si algo los perseguía. Espero que detrás esté realmente la alcantarilla, pensó, acuclillándose para desenvolver el paquete y extender el contenido sobre las losas. Si no era así, causaría una espantosa conmoción para nada. Vio que Reynard y Crack empuñaban las armas para vigilar el extremo abierto del corredor. Así ganarían unos instantes si los descubrían, pero mucho dependía de que Nicholas lo hiciera bien a la primera.

La pólvora estaba dentro de una ampolla, tapada con un corcho. La mayor parte del paquete contenía los demás utensilios, incluida una larga mecha enrollada y un pequeño cincel para insertar la carga dentro de una pared. Madeline se arrodilló a su lado.

—Cusard trató de enseñarme a hacerlo, por si era necesario —murmuró—, pero me alegra que no sea así.

—Mira atentamente, por si tienes que hacerlo alguna vez. —Nicholas entornó los ojos a la luz escasa, tratando de evaluar el mejor punto para colocar la carga. Había escogido un lugar entre dos gruesos puntales, con la esperanza de que sostuvieran el techo si cometía un error. Sólo quería abrir un pequeño boquete, lo suficiente para que una persona pasara con facilidad.

—Si necesita ayuda, no deje de pedirla —dijo Ronsarde.

Nicholas miró hacia atrás y vio que Halle había recobrado su maletín y estaba rehaciendo el improvisado vendaje que cubría la lesión que Ronsarde tenía en la cabeza. Mejor así; si iban a entrar en la alcantarilla, más valía que no despidieran mucho olor a sangre. Las alcantarillas habían sido territorio del enemigo hasta ahora; por esa razón Nicholas esperaba que lo que hacían fuera imprevisto.

Madeline observó mientras él abría un agujero en la superficie húmeda y granulosa de la pared.

—¿Luego me regañarás por aliarme con Halle? —preguntó, con más curiosidad que aprensión.

Nicholas miró al inspector y al médico. No podían oírles, y estaban sumidos en su propia conversación.

—Supongo que podría hacerlo, aunque no sé para qué, pues simplemente asentirías con la cabeza mientras repasas mentalmente el soliloquio de Camielle. Y sería un hipócrita, pues todo esto sucedió porque en un momento de debilidad decidí rescatar al inspector Ronsarde. —Nicholas terminó el agujero, y cogió la ampolla—. Deja de respirar unos instantes, por favor.

Madeline contuvo el aliento mientras él medía una pequeña cantidad de pólvora en un trozo de papel y lo insertaba en el boquete. Cuando él le indicó que ya estaba bien, Madeline preguntó:

—¿Un momento de debilidad?

Nicholas cogió la mecha.

—Sí. Y veremos hasta dónde llegó esa debilidad si al final hay que liberarnos a todos de aquí una vez más, esta vez de las celdas y después del juicio.

—¿Crees que haría eso? —preguntó gravemente Madeline—. ¿Entregarnos?

Nicholas suspiró. Había sido un largo día de preguntas difíciles.

—Si tú fueras él, no lo harías. Si yo fuera él, quizá lo haría, según mi ánimo. No lo sé.

Madeline recobró el aliento para hablar, pero en cambio lanzó una exclamación de sorpresa. Alzó la esfera, mirándola.

—Algo se acerca.

Nicholas miró la esfera, frunció el ceño, y escrutó el corredor en penumbra.

—¿Cómo lo sabes?

—Está zumbando. Hace eso cuando detecta poder. Tócala.

Nicholas titubeó, pero al fin tocó la esfera. Estaba extrañamente tibia y Madeline tenía razón, resonaba levemente.

—Tenemos un problema —dijo Nicholas, alzando la voz para llamar la atención de los demás.

—Espera. ¿Hueles eso? —dijo Crack—. Está aquí de nuevo.

—Sí —dijo Reynard, cambiando el rifle de posición—. Así es.

Al cabo Nicholas supo a qué se referían. Un olor pestilente bajaba por el corredor, el miasma que impregnaba la zona donde habían hallado al carcelero mutilado. Regresó a la pared, insertando la mecha, obligándose a trabajar con cuidado; no tendrían otra oportunidad.

Madeline se puso de pie, mirando la esfera, y se acercó a Crack y Reynard.

—Querida, realmente... —dijo Reynard.

—Chitón, sé lo que hago —dijo Madeline, y añadió—: Mejor dicho, no tengo la menor idea de lo que hago, pero esta cosa sí.

Ronsarde se puso de pie con la ayuda de Halle.

—Ésa es una de las famosas esferas mágicas de Edouard Viller —dijo—. Nunca creí que vería una en uso.

—Espero que no tengamos que verla ahora —dijo Halle—. ¿Podemos ayudar en algo?

—Ya termino. —Nicholas desenrolló la mecha y empaquetó rápidamente el resto de los materiales, esperando no necesitarlos de nuevo. Halle fue a ayudarle y guardó el paquete en su maletín. En cuanto Nicholas se levantó para anunciar a los demás que estaba listo, lo oyó.

Unas raspaduras, como uñas gruesas contra la roca, acompañadas por un siseo sibilante, reverberaban en el corredor. Madeline y Reynard se miraron y Crack se quedó como una piedra, el revólver listo, esperando al enemigo.

No puede ser muy grande, pensó Nicholas, si pasa por estas puertas. Tampoco podía ser tan poderoso como el Envío, pues de lo contrario ya estarían muertos. Quizá eso había herido a su enemigo hechicero: había invertido una gran cantidad de poder mágico y el Gran Hechizo que protegía la casa de Madele lo había extinguido. Fuera lo que fuese, aún no podían verlo, pero eso no significaba que no estuviera cerca. Había matado a varios hombres armados. Desenrolló la mecha, retrocediendo hacia los demás, tendiendo el cordel en el suelo. Eso les daba unos seis metros de margen. No sabía si seria suficiente, pero no podían internarse más en el corredor.

—Estoy listo para volar la carga —dijo Nicholas—. Cuando estalle, es posible que la criatura ataque.

—No tenemos opción —dijo Ronsarde, apoyándose en la pared.

—Lo sé —dijo Nicholas, tratando de conservar la voz calma y buscando la vela.

Madeline gritó y Nicholas miró arriba y vio que el corredor se oscurecía, como si avanzara una ola de sombra. Encendió la mecha.

—¡Abajo! —gritó.

La explosión fue más ensordecedora de lo que Nicholas esperaba. Cayó contra la pared, agachando la cabeza mientras le llovían cascotes sobre la espalda.

—¿Todos bien? —preguntó, cegado por el polvo y el humo. Hubo respuestas y violentas toses.

Nicholas recobró la vela, arrebatada por la fuerza de la explosión, y se puso de pie. Sacudió la cabeza, lo cual no contribuyó a atenuar la vibración de sus oídos, y se volvió tambaleándose hacia la pared. Entre el polvo que impregnaba el aire y la oscuridad era imposible ver, y tuvo que buscar el boquete a tientas. Tropezó con un trozo de piedra arrancada y casi cayó por el boquete. Estaba a cierta altura, y era más grande de lo que esperaba; la piedra no era tan gruesa como parecía. Fue una suerte que no se derrumbara el techo.

—¡Por aquí! —gritó.

Mientras encendía la vela, los otros lograron encontrarlo. Todos estaban cubiertos de polvo, con las caras tiznadas de humo, y supuso que él tenía tan mal aspecto como ellos.

Madeline se cubría la cara con un pañuelo, y llevaba la esfera bajo el brazo.

—Ahora ya no zumba tanto —informó—. La explosión debe de haber asustado a esa criatura.

—Por el momento, al menos —convino Nicholas. El polvo se asentaba, ayudado por el aire húmedo de la alcantarilla. Alzó la vela. Por el boquete de la pared vio un ancho túnel de techo curvo, revestido con bloques de piedra irregulares. Había saledizos en ambos lados y una corriente de agua oscura corría en el medio. El agua despedía un hedor que les pegó como un puñetazo en el estómago. Agachando la cabeza, Nicholas pasó por el boquete.

Crack lo siguió, diciendo concisamente:

—Gules.

Nicholas probó su equilibrio en la piedra viscosa.

—No he visto ninguno.

—La última vez tampoco los vimos.

Había un pequeño altercado en el corredor, pues Halle y Ronsarde querían que Madeline fuera la siguiente en pasar.

—No —protestó ella—, yo tengo la esfera, y debo ir la última para cubrir la retirada.

—Caballeros, es inútil discutir con ella —les dijo Nicholas. Ayudó a Ronsarde a pasar, y retrocedió para dejar lugar a Halle.

Reynard resolvió el problema de Madeline ciñéndole la cintura, alzándola en vilo y atravesando el boquete después de ella.

—Si hubieras visto lo que hizo en el callejón —dijo ella—, entenderías a qué me refiero. Reacciona ante la presencia de la magia... Santo Dios, qué tufo.

—Ahora media prisión sabe dónde estamos —les recordó Reynard—. ¿Hacia dónde?

—Por aquí —dijo Nicholas, avanzando por el saledizo. La alcantarilla se dirigía al este, hacia el río. Esperaba que no tuvieran que llegar tan lejos. En poco tiempo los gendarmes seguirían el ruido de la explosión y confluirían allí. A lo sumo podrían avanzar dos calles sin ser alcanzados, Afortunadamente, en el exterior oscurecería. Con todas las rarezas que habían sucedido ese día en esa parte de la ciudad, nadie se sorprendería de ver gente saliendo de la alcantarilla.

—La esfera zumba de nuevo —dijo Madeline, sin aliento ante el hedor y el esfuerzo de caminar en la piedra resbaladiza con su larga falda—. Esa criatura no se asustó mucho tiempo.

Maravilloso, pensó Nicholas. Tal vez se detenga a comer más gendarmes. No lo consideraba probable; sin duda los perseguía a ellos.

Siguieron avanzando, maldiciendo cada vez que tropezaban. La alcantarilla era un largo túnel que se perdía en la oscuridad a poca distancia de la vela, disolviéndose a sus espaldas mientras avanzaban. Vienne tenía literalmente kilómetros de alcantarillas, algunas nuevas, que los alcantarilleros podían recorrer fácilmente en sus barcas, otras viejas y tan tapadas de desperdicios que eran casi intransitables, aun por agua. Por suerte éste era uno de los túneles nuevos.

El aire pestilente dificultaba la respiración, y Nicholas notó que el olor a rata era más fuerte, aunque la alcantarilla parecía extrañamente vacía de roedores. El saledizo se estrechaba en ciertos tramos y Nicholas cogió el brazo de Madeline, para sostenerla y también para tranquilizarse. Ella concentraba su atención en la esfera.

El zumbido de la esfera crecía, y Nicholas también lo oía. Madeline la sostenía nerviosamente; se había quitado los guantes y sus manos desnudas dejaban rastros de humedad en la superficie de metal manchado. La pestilencia animal era más intensa, y se combinaba con los efluvios del agua y dificultaba la respiración. Lo importante era cuán inteligente era esa criatura, y cuánto temía a la esfera, comprendió Nicholas.

—¿Falta mucho? —preguntó Madeline con ansiedad.

—Bastante —dijo Nicholas—. Sería una lástima, después de todo esto, subir a la vista de la Prefectura o las puertas de la prisión.

Madeline se rió, un jadeo que se transformó en una tos sofocante. Y si logramos escapar de todo lo demás, el hedor aún puede matarnos, pensó Nicholas.

—Nicholas —advirtió Reynard—. Algo se acerca.

—Que nadie se detenga —dijo Nicholas. Mirando hacia atrás entrevió una sombra que ondulaba en la negrura, algo que podía ser un truco de la luz y la imaginación. Pero sabía que era muy real.

Avanzaron otros cincuenta metros.

—Es suficiente —dijo Nicholas. Había contado los pasos, y aun con un generoso margen de error, debían de estar por lo menos dos calles al este de la prisión—. Busquemos una salida.

—Gracias a Dios —murmuró Reynard—. Pensé que seguiríamos hasta el rio.

—Allí hay una escalerilla —dijo Halle. Nicholas escrutó la penumbra y también la vio.

Le dio la vela a Halle y avanzó hasta la escalerilla, que subía a una tapa de metal redonda en el techo curvo. Era un acceso a la calle para los alcantarilleros.

—Reynard, ¿puedes confirmar si estamos en el lugar correcto?

—Supongo que el lugar incorrecto sería el patio de la prisión o la escalinata de los tribunales. —Reynard le entregó el rifle a Nicholas, asió el peldaño inferior de la escalerilla y subió. Nicholas miró el lugar por donde habían venido, aferrando la culata con una mano sudorosa. Oyó que la pesada tapa de metal se deslizaba y raspaba la piedra, y una difusa luz diurna entró en el túnel. Nicholas vio una forma que regresaba a la linde de la sombra. Tuvo la súbita convicción de que había cambiado, que había cobrado una forma más apta para el fétido río subterráneo—. Rápido —urgió, apretando los dientes.

—Es la calle Graci —dijo Reynard desde arriba—. ¡Adelante!

Halle avanzó, sosteniendo a Ronsarde. El inspector había empeorado. Tenía la cara gris bajo la tenue luz diurna, y resollaba al respirar. Es viejo, pensó Nicholas. No era joven cuando murió Edouard, pero yo no había notado cuán viejo... Halle subió para entregarle el maletín a Reynard, y extendió el brazo para subir a Ronsarde, al parecer con la mera fuerza de su voluntad. Sería muy lento.

—Ayúdalos —le dijo Nicholas a Crack.

Crack titubeó y Nicholas le dio un empellón.

—Anda, maldición, ayúdalos.

Crack guardó el revólver, aupó a Ronsarde, y trepó después de él. Nicholas miró la alcantarilla. La sombra se aproximaba, una barrera palpable. Tragó saliva. Los próximos momentos serían decisivos. Crack había ascendido y esperaba ansiosamente.

—Sube —dijo tensamente Madeline, mirando la esfera.

—Madeline, no discutiré contigo... —dijo Nicholas, aferrándole el brazo.

La sombra se les echó encima, cubriendo la difusa luz de la abertura. Un resplandor blanco estalló con la fuerza de una bomba. Madeline gritó y ambos cayeron contra la pared viscosa.

Nicholas tardó en adaptarse de nuevo a la penumbra, en ver algo más allá de los puntos brillantes que nadaban frente a sus ojos. La luz diurna sólo mostraba saledizos vacíos, el agua, el túnel de ladrillo que se perdía en la oscuridad. Pero su visión llegaba más lejos que antes y nada se movía en la oscuridad salvo la corriente. Desde arriba, los otros preguntaban a gritos qué había pasado.

Madeline se apartó de la pared e intentó en vano quitarse las manchas del vestido. Aún sostenía la esfera, que había callado.

—Te lo dije —dijo Madeline—. Después de todo, Edouard la construyó para esto.

Asió el peldaño de la escalerilla y trepó ágilmente con una mano.

Empiezo a creer que sí, pensó Nicholas, y se echó el rifle al hombro para seguirla.