Epílogo
FILADELFIA, 2009
Charlotte dejó el equipaje en la puerta. Al instante tenía a Mitzi a sus pies, ronroneando y frotándose contra sus piernas, a modo de saludo y de reproche al mismo tiempo. Charlotte la levantó del suelo. «Sí, yo también te he echado de menos», dijo en tono tranquilizador mientras se dirigía a la cocina, observando con alivio que aún quedaba pienso y que el agua que había cambiado el vecino seguía limpia. Llenó el cuenco y abrió una lata de comida para gatos.
Después de dejar contenta a Mitzi entró en el salón y al mirar a su alrededor la invadió una cálida sensación. La casa rehabilitada, de techos altos y vigas y ladrillo vistos era el resultado de un proyecto de seis meses en el que había invertido hasta el último dólar y momento libre, por amor al arte, pero había merecido la pena: era el hogar ideal, cómodo, espacioso y aireado, con la luz del sol que bailoteaba en el suelo de parquet.
Se desplomó en el mullido sillón azul, junto a la chimenea, dobló las piernas debajo del cuerpo y se puso a mirar el correo que se había acumulado durante su ausencia. La tristeza empezó a dominarla de repente. A pesar del cariño que le tenía a la casa, al verse otra vez allí se sentía… como vacía. Naturalmente, había un montón de cosas que hacer: lavar la ropa del viaje, comprar comida, y al día siguiente estaría en el despacho al rayar el alba para comprobar si Kate Dolgenos estaba haciendo lo que debía hacer para ayudar a Marquan. Sin embargo, todo eso parecía palidecer en comparación con Roger, Magda y el misterio de décadas que habían resuelto, como algo sacado de una novela. Pero eso había sido solo un momento, y la vida es algo más que momentos, ¿no?
Y justo entonces le vino a la cabeza la imagen de Jack. ¿Qué estaría haciendo? ¿Seguiría aclarando las consecuencias del caso Dykmans o ya habría retomado otros asuntos de su bufete? ¿También él se aburriría?
Sacó la tarjeta de visita que Jack le había dado poco después de que ella llegara a Munich. Había una dirección de correo electrónico, y pensó en enviarle un mensaje para decirle hola y… ¿qué más? Las cosas entre ellos no habían quedado en la fase de «seguimos en contacto». Recordó la noche que habían pasado juntos, las miradas que habían intercambiado, y la comprensión y la calma que parecían haber compartido. Y sin embargo, lo único que quedaba era una tarjeta de visita, quizá porque la vida los había llevado por caminos distintos o porque las cosas eran demasiado complicadas. No, un mensaje informal sería excesivo e insuficiente al mismo tiempo.
Y de repente volvió a oír las palabras de Brian, que su hermano sentía algo por ella hacía años. ¿Por qué no le había dicho nada Jack? O, para ser más claros, ¿por qué no se lo había dicho ella? Revivió mentalmente ese momento en el bar del hotel, cuando podría haber confesado sus sentimientos. Le habría gustado achacarlo a la interrupción, a que Brian llegara antes de que tuviera la oportunidad, pero si de verdad quieres algo, siempre encuentras la manera de conseguirlo. No, la verdad era que no se había atrevido.
Llegó a la conclusión de que era demasiado tarde, y dejó el correo. Lo hecho hecho está. Se levantó, tratando de olvidar esos pensamientos, y se dispuso a deshacer el equipaje y a volver a adaptarse a la vida que había elegido.
Charlotte salió de los Juzgados de lo Penal y fue hasta la esquina. Un fuerte viento racheado levantaba del suelo hojas secas y trozos de periódico arrugados. Se ciñó más el abrigo a la cintura. Era principios de noviembre, más de un mes después de su regreso de Europa, y en el aire flotaba la inconfundible sensación del invierno inminente.
Mientras cruzaba Market Street, camino del despacho, seguía pensando en la vista que había tenido esa mañana por el caso de Laquanna, una chica de quince años acusada de posesión de drogas. No cabía duda de que era culpable, pero si había alguna posibilidad de que obtuviera una reducción de condena en algún programa de rehabilitación…
Entró en el despacho, absorta en sus pensamientos.
—¡Hala! —exclamó Doreen cuando Charlotte chocó con ella y el montón de carpetas que llevaba salió disparado en todas direcciones.
—Perdona —masculló Charlotte, agachándose para recoger los papeles—. Estaba distraída.
—No me digas —replicó Doreen con ironía.
El despiste de Charlotte cuando se centraba en un caso era bien conocido por todos. En una ocasión se había roto un dedo del pie al entrar en un lavabo mientras preparaba los informes finales de un proceso.
Charlotte le dio los papeles a Doreen, que se los devolvió inmediatamente, diciendo:
—Iba a poner todo esto en tu bandeja.
Charlotte soltó un gruñido. Puede que sus colegas se hubieran encargado de sus casos mientras ella no estaba, pero tardaría una eternidad en librarse de todo el papeleo que le habían dejado.
—Gracias —dijo, y enfiló el pasillo.
—Oye, espera, hay… —empezó a decir Doreen, pero Charlotte continuó caminando, absorta en sus pensamientos.
Entró en su despacho y se paró en seco cuando su mirada recayó sobre alguien que estaba sentado en el sillón frente a su mesa. Otra figura masculina, alta. Pero en esta ocasión no era Brian.
—¡Jack! —exclamó.
Jack descruzó las piernas y se levantó de una forma inconfundible, como su hermano.
—Hola, Charley.
Charlotte tuvo la sensación de haber vivido ya ese momento. Se dio cuenta de que era algo más que una reminiscencia de la visita de Brian. Era algo que ya había visto. Entresacó la imagen, semienterrada en el jet lag de los días posteriores a su regreso, de una bruma de recuerdos. No creía en las premoniciones, pero en un sueño había visto a Jack sentado justo donde y como estaba en ese momento. Se despertó conmocionada por la nitidez de la imagen, tratando de convencerse de que aquello no podía ocurrir. Pero allí estaba Jack en carne y hueso, un hecho poco menos que increíble. ¿A qué había venido?, intentó recordar, reviviendo el sueño.
—No entiendo nada —logró articular—. ¿Qué haces aquí?
—Estoy de paso por trabajo —contestó Jack.
Sus palabras parecían un eco de las de Brian unas semanas antes, pero con Jack la excusa resultaba incluso más inverosímil. ¿Lo decía en serio?
No, claro que no. Jack no tenía nada que hacer en Filadelfia. Se le agolparon todas las ideas posibles. ¿Habría vuelto a Estados Unidos por cuestiones personales?
—¿Está bien tu familia?
—Sí, todos bien.
Charlotte esperó a que Jack le diera otra explicación de su visita, pero él guardó silencio, manteniéndole la mirada. No, había ido a verla a ella. Se le encogió el estómago y la invadió una oleada de emociones encontradas, sorpresa, confusión y curiosidad mezcladas con el hecho de que, además, se alegraba de verdad de ver a Jack. El minúsculo despacho le parecía de repente demasiado reducido para los dos y todo lo que sentía. No le dieron ganas de salir corriendo, como cuando Brian fue a buscarla, pero necesitaba un poco de aire.
—¿Podemos tomar café en algún sitio? —preguntó Jack, notando su malestar.
Charlotte asintió; dejó los papeles en la mesa y con un gesto le indicó que la siguiera. Notó las miradas de curiosidad de sus colegas mientras salían de la oficina, peguntándose quién sería ese hombre alto y atractivo, la segunda visita de tales características que recibía en los últimos meses Charlotte, normalmente tan solitaria.
Charlotte miró con disimulo a Jack, que parecía menos demacrado de lo que ella recordaba, como si se hubiera quitado un peso de encima, y tenía los ojos más claros. Y también había desaparecido la barba de dos días que normalmente le cubría las mejillas y el mentón.
—Te has afeitado —dijo bruscamente.
Jack esbozó una sonrisa.
—He pensado que ya era hora de cambiar. ¿Qué tal ha ido el caso de Marquan?
—Muy bien —contestó Charlotte—. Mejor de lo que me esperaba. Kate Dolgenos se portó estupendamente y a Marquan le han caído cuatro años en un centro bastante decente y después le darán la condicional. Como tienen un programa de formación profesional podrá graduarse a tiempo si se lo propone.
Si se lo propone, se repitió. Marquan se toparía con cientos de obstáculos antes de llegar a un final feliz.
—Es estupendo, pero eres demasiado modesta. Estoy seguro de que has tenido mucho que ver con ese resultado.
Ninguno de los dos dijo nada más mientras llegaban al puesto de perritos calientes. Jack le dio un vaso de plástico, y Charlotte no pudo evitar comparar el brebaje oscuro y amargo con los cremosos cafés con leche que habían degustado en Munich unas semanas antes. Pero Jack tomó un sorbo, al parecer sin advertirlo.
—El nombre de Roger ha quedado limpio —dijo al fin.
—Ya lo sé. Lo he visto en la prensa.
Era un artículo breve que apenas mencionaba el documento que se había encontrado y que exoneraba a Roger a título póstumo. Era insuficiente; ni una sola referencia a Magda, al reloj ni a la pasión y el dolor que marcaban la historia, una historia secreta que solo unos cuantos conocían.
Jack se llevó el vaso a los labios otra vez.
—Durante estas semanas he ayudado a arreglar sus asuntos. Anna, quiero decir, Anastasia, se quedará con todo. Por deseo de Roger, como dejó expreso en su testamento, va a donar la casa de Vadovice, que será un museo dedicado a la vida en la ciudad antes de la guerra que mostrará las relaciones entre judíos y polacos.
Charlotte asintió. En medio del terrible legado de la guerra, del telón de fondo de matanzas y odios que habían pintado de negro siglos enteros, había una parte más callada de la historia que casi nadie conocía, un tapiz tejido con la sencilla urdimbre de la vida cotidiana, de la coexistencia pacífica de polacos y judíos interactuando como comerciantes y clientes, profesores y alumnos, huéspedes y amigos. Incluso amantes, pensó Charlotte, imaginándose a Roger y a Magda cuando eran una pareja joven. El museo de Anna rendiría tributo a sus padres y a su amor secreto tratando de iluminar una minúscula parte de ese tapiz de modo que los viajeros que se detuvieran en él a su paso por la ciudad vieran algo más que sangre.
—Así que todo ha acabado.
—Sí.
—Te agradezco que me lo hayas contado. —Charlotte tragó saliva—. Pero te ha costado un viaje muy largo.
Jack desvió la mirada, sin replicar.
—Quiero decir, seguro que tienes un montón de trabajo atrasado en el bufete ahora que has terminado con el caso de Roger.
—Lo he dejado.
—Ah.
Charlotte examinó el perfil de Jack. ¿De qué estaba huyendo esta vez?
—Estoy empezando un nuevo proyecto —dijo Jack—. La Ark Foundation me ha concedido una subvención para iniciar una organización sin ánimo de lucro. Vamos a encargarnos de casos como el de Roger, a buscar pruebas forenses y de otro tipo para proteger a quienes pueden haber sido acusados injustamente. Una especie de proyecto de justicia igualitaria, pero a nivel internacional.
—Vas a cambiar de bando, a pasarte al lado oscuro de la defensa —replicó Charlotte.
—Bueno, es que el caso de Roger me ha convencido de que las cosas no son tan en blanco y negro como parecen. —Jack se aclaró la garganta—. Y tú también has tenido mucho que ver. —Hizo una pausa—. Charley, vente a trabajar conmigo.
Charlotte se quedó mirándolo, demasiado sorprendida para hablar.
—No… no te entiendo —logró articular al fin.
—Vamos a necesitar a alguien como tú, que se le den bien los testigos y las pruebas. —Volvió a esbozar una sonrisa—. Con una intuición para defender a los acusados y un sentido de la justicia mucho mejores que los que yo tengo.
Hablaba en serio. Un mes antes ni siquiera quería que Charlotte interviniera en el caso de Roger. Podrías tener a quien quisieras, le habría gustado decir, a los mejores investigadores y abogados penalistas de Europa.
—Necesito tu ayuda —insistió Jack.
Lo mismo que había dicho Brian, pensó Charlotte. Pedir ayuda, siempre había alguien que quería lo que ella podía dar, o algo más. Pero ¿y sus necesidades? Estuvo a punto de darle las gracias y decirle que no, que tenía su vida allí y un trabajo que le encantaba, pero recordó la ilusión de viajar por Europa trabajando en el caso de Roger. Con Jack. El murmullo de emociones que bullían en su cabeza creció hasta estallar.
—¿Por qué no me has llamado sin más? —preguntó con brusquedad.
Jack abrió mucho los ojos, sin comprender.
—No te lo tomes a mal. Me alegro de verte. —Notó que se ponía colorada—. Y me siento muy halagada, pero ¿no habría sido más fácil una llamada por teléfono o un correo electrónico?
—Supongo que sí —reconoció Jack.
Observaba la calle como si las respuestas se encontraran en el embotellamiento del cruce de Broad con Chestnut. Se frotó el mentón de esa manera que ya le resultaba familiar a Charlotte y que anunciaba que estaba escogiendo las palabras para continuar.
—La verdad es que no lo tenía planeado. Quiero decir, desde el primer momento pensé en ti para el puesto y tenía intención de ponerme en contacto contigo cuando me instalara en La Haya. En cuanto se confirmó lo de la subvención supe que tú eras la persona adecuada. Es que… contigo todo funciona mucho mejor.
Tranquila, pensó Charlotte, y se le hizo un nudo en la garganta. Jack podía estar refiriéndose solo al trabajo. Pero su tono indicaba algo más profundo.
—Pero ayer por la mañana, mientras guardaba unas cosas del despacho, llegaron unas flores. Las enviaba Anna, o sea, Anastasia, con una nota de agradecimiento por todo lo que habíamos hecho por su familia, sobre todo por Roger.
—Qué detalle —dijo Charlotte, sin acabar de entender qué podía tener que ver eso con ella o con la oferta de trabajo de Jack.
—Las flores… —Jack hizo una pausa—. Eran asteres. —Se volvió hacia Charlotte y la miró a los ojos—. Asteres. ¿No es curioso?
Son flores de otoño, le habría gustado decir a Charlotte, pero no lo dijo.
—Qué coincidencia —comentó, logrando que no se le alterase la voz mientras le mantenía la mirada.
—Es más que eso —insistió Jack—. Una señal o algo parecido.
Para alguien que asegura no creer en el destino, eso es mucho suponer, pensó Charlotte.
—U otra oportunidad —añadió Jack.
Charlotte asintió. Jack se lo había tomado como otra oportunidad de decirle todo lo que no le había dicho hacía años, una segunda o incluso una tercera oportunidad, si se contaba la relación que no habían llegado a tener cuando ella estaba con Brian.
Por supuesto, ni siquiera en ese momento lo estaba diciendo todo. Como de costumbre, sus palabras se quedaban cortas, pero Charlotte sabía cuánto le había costado llegar hasta allí después de todo lo que había pasado, lo sabía porque a ella también le había resultado muy difícil. Jack había tenido la valentía de llegar hasta donde ella solo había deseado llegar aquella noche en el hotel.
Sin embargo, que confesara sus sentimientos no contribuía a que fuera más fácil enfrentarse al dilema que le planteaba su propuesta, tan dramática e inesperada.
—No sé —dijo al fin, tragando saliva—. Tengo que pensarlo.
La expresión de Jack apenas se alteró. No era sorpresa, comprendió Charlotte; al contrario que Brian, no creía tener derecho a que el mundo le diera exactamente lo que él quería. Más bien parecía decepcionado.
—Mi vuelo sale esta noche —dijo Jack.
Según los cálculos de Charlotte, no llevaba en tierra ni veinticuatro horas.
—Si quieres llamarme antes, sería estupendo. Si no, mañana estaré en Munich y después en Holanda para abrir la oficina.
—Qué rapidez.
—Hay un caso en La Haya. El juicio está previsto para dentro de dos meses, y queremos estar a pleno rendimiento para meternos de cabeza en ello antes de que sea demasiado tarde.
Había un brillo en sus ojos como si una parte de él largo tiempo inactiva hubiera cobrado vida.
—Se trata de un médico bosnio acusado de haber colaborado en los interrogatorios, pero nosotros estamos convencidos de que no es más que un caso de identificación errónea y…
—¿En serio?
Costaba trabajo imaginarse a Jack cambiándose de bando después de su trabajo en el Tribunal Internacional.
—Sí, y existe la posibilidad de que pidamos unas pruebas de ADN… —Se interrumpió en mitad de la frase al ver la sonrisa de Charlotte—. ¿Qué pasa?
—No, es que pareces tan idealista…
—Y tú más cínica. —Jack se rio—. Es como si hubiéramos hecho una permuta.
No exactamente, pensó Charlotte. Conocer a Roger y la verdad de lo que había hecho al tomar la peor decisión posible por los motivos más justos sin duda había puesto en entredicho sus arraigadas ideas sobre la culpabilidad y la inocencia. No era cinismo, sino una perspectiva más realista. Pero no era algo que pudiera explicarle a Jack con facilidad.
—Así que tenemos que darnos prisa —añadió Jack—. Por supuesto, si necesitas más tiempo, no hay ningún problema. Te estaré… Quiero decir, te estaremos esperando.
Inclinó la cabeza y, antes de que Charlotte pudiera contestar, sus labios se posaron con firmeza sobre los de ella. A Charlotte se le cortó la respiración. A pesar de que carecía de la pasión que habían vivido en el hotel e incluso en la buhardilla, no podía negarse la prometedora intención.
Sin darle tiempo a contestar, Jack se apartó y se enderezó. Le dirigió una última y larga mirada, y durante unos momentos dio la impresión de que tenía algo que añadir.
—Cuídate, Charley —se limitó a decir, y acto seguido se dirigió a Broad Street y paró un taxi.
Corre tras él, parecía decirle a Charlotte una voz que no era la suya. Pero se quedó donde estaba, aturdida, viendo cómo Jack se alejaba, dejándolo marchar otra vez. Momentos más tarde, sola en la calle, se preguntó si todo aquello no serían imaginaciones suyas. ¿Había estado Jack allí de verdad? No, en esta ocasión no había sido un sueño. Y le había pedido… ¿Qué exactamente? Que volviera a meter su vida en unas maletas, como Brian, pero no para unas semanas, sino para siempre.
Regresó a la oficina y miró a su alrededor. ¿Cómo iba a marcharse sin más ni más? Ese era todo su mundo. Su trabajo consistía en ayudar a los acusados, pero Jack le había ofrecido la oportunidad de desempeñar la misma tarea solo que a una escala distinta. Y aparte de eso, el despacho no eran más que cuatro paredes. Tenía una casa que podía vender (o alquilar, si quería conservarla a modo de red de seguridad) y una gata que se podía llevar.
Pero ¿para qué? Era un trabajo del que no sabía nada. No tenía ni idea de cuánto ganaría (no resultaría muy difícil que superase su sueldo de abogado de oficio) ni de si sería estable o no. ¿Y trabajar con Jack? Su relación en el caso Dykmans había sido complicada, incluso habían llegado a acalorarse y enfrentarse. Cabía la posibilidad de que acabaran odiándose, que resultara un desastre.
Me lo estoy pensando en serio, se dijo. Unos meses antes la idea de recoger sus cosas y abandonar la seguridad de su mundo le habría parecido algo inconcebible, pero alejarse de allí y trabajar con Jack en el caso la había ayudado a librarse de algunos de sus antiguos fantasmas y a considerar ciertas posibilidades cuya existencia desconocía.
Volvió a ver los ojos de Jack cuando entró en su oficina, el destello de esperanza y algo más. Jack podría haber contratado a quien quisiera para trabajar con él. Podría haberla llamado o enviado un correo electrónico. Pero se había empeñado en ir a Filadelfia a pedírselo en persona. Sin duda, se trataba de algo más que un trabajo.
Una vida en Europa, trabajando con Jack. De repente se abrieron ante ella las posibilidades del futuro. Se había despojado del peso del pasado, al fin era libre de vivir sus sueños.
Recogió el bolso, salió y cerró la puerta con decisión.