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—Seré sincero contigo, John. Dudo que vayamos a echarle el guante. Aun suponiendo que siga en Inglaterra, ¿por dónde empezar? No tiene amigos, ni familia, ni ocupación reconocida como tal, y no hay nada que lo vincule a ninguna parte del país. Su forma de vida es un misterio. Por lo que al poli británico medio respecta, lo mismo podría ser de otro planeta.

Angus Sinclair apenas si le había dado tiempo a Madden a saludarlo y coger su sombrero antes de enfrascarse en un catálogo de quejas y autocríticas.

—Acabo de pasarme la mañana contándole a un grupo de policías hasta el cuello de trabajo que confío plenamente en que una búsqueda organizada nos dirá cuál es el paradero de Lang, cuando no lo creo ni por un momento.

El inspector jefe había llegado a Highfield en coche desde Guildford, donde se había celebrado a petición suya una conferencia de detectives veteranos de los cuerpos de Surrey y Sussex. No planeaba ver a Madden cuando salió de Londres esa mañana, pero a medida que la jornada se alargaba y su insatisfacción con lo que estaba haciendo aumentaba, la tentación de visitar a su viejo amigo y colega —la idea de encontrar al menos un oído comprensivo sobre el que volcar sus problemas— se había vuelto irresistible. Una llamada de teléfono a la granja había resultado en una invitación a almorzar, propuesta que Sinclair había estado doblemente encantado de aceptar cuando supo que Helen no los acompañaría.

—Se ha ido a Chiddingfold para encargarse de la operación de un amigo.

El inspector jefe no se hacía ilusiones sobre la reacción de la esposa de Madden ante un nuevo intento por su parte de implicar en la investigación aún más a su marido. Aparte, quería hablar libremente, algo que no sería posible de estar Helen presente. Así las cosas, su franqueza consiguió que incluso Madden expresara cierta preocupación por él.

—¿Deberías estar contándome todo esto, Angus? ¿No entra dentro de la Ley de Defensa Nacional?

—¡Maldita la ley, maldita la defensa y malditos los servicios secretos británicos, quienesquiera que sean! —Vigorizado por un güisqui cargado, Sinclair se mostraba más locuaz que nunca—. Gracias a ciertos individuos que jamás tendrán que responder de nada, un asesino sin escrúpulos fue soltado en sociedad hace años y ha gozado de la protección del servicio secreto de este país desde entonces. Esos hombres sabían que era un asesino y decidieron pasarlo por alto. Si por casualidad lo detienen en el extranjero, se armará un follón de Dios Padre y veremos las consecuencias. Rezo para que no me toque estar presente ese día.

El estado de ánimo del inspector jefe ya se había agriado a comienzos de esa semana al recibir de Philip Vane la información que éste había prometido extraer del expediente confidencial de Gaston Lang. Por prolijo en detalles que resultara ser, había dejado a Sinclair con la sensación de tener entre manos una pastilla de jabón, demasiado resbaladiza como para asirla debidamente. Vane le había proporcionado una lista de los países en que había operado Lang, las fechas que había estado en cada uno y todos los alias que podría haber empleado en sus diversas misiones.

—Es como una guía de viajes de Europa central —les había comentado Sinclair a Bennett y Holly cuando fueron a ver cómo avanzaba la investigación—. Menudo tipo más ocupado ha sido nuestro señor Lang. Sin duda se ganaba el sueldo. A sus ojos, al menos. Pero aquí no hay nada que nos diga qué clase de persona es. Es un cascarón hueco. ¿Dónde están sus costumbres… sus manías?

—Austria, Checoslovaquia, Hungría, los Balcanes… hum. —El comisario adjunto había ojeado la lista—. ¿Qué piensa hacer con esto? —le preguntó a Sinclair.

—Para empezar me pondré en contacto con la policía de estos países, a ver si tienen algún registro de crímenes sin resolver parecidos a los nuestros. Ya han recibido nuestra solicitud anterior a través de la organización internacional, pero haré hincapié en el hecho de que podría haber estado en activo durante años. Luego enviaré una lista de alias a la organización, con la descripción física y la fotografía de Lang, junto con la petición de que las difundan. Pretendo tenderle una red por toda Europa y más allá. Cuanta más gente busque a este hombre, mejor. Habría que informar por separado a la policía alemana; tienen derecho a saber qué estamos haciendo.

—Sí, pero vaya usted con cuidado, inspector jefe. —Los temores de Bennett habían vuelto a aflorar a la superficie—. Creo que Vane está jugándose el cuello, dándonos esta clase de información. Bajo ningún concepto debemos revelar la conexión de Lang con nuestros espías. Recuerde que le dimos nuestra palabra.

—Esté usted tranquilo, señor, no pienso cruzar esa raya. Aunque, hablando de palabras dadas y recibidas, dudo que Vane y sus compinches las valoren demasiado, salvo como medio para engañar a los demás. —Sinclair frunció los labios con desagrado—. Y tendremos que indicarle a Berlín de alguna manera de dónde hemos sacado lo que les digamos. Sugiero que atribuyamos la fuente a confidentes. Después de todo, no se aleja tanto de la verdad.

—Vamos… ¿no está siendo usted demasiado severo? —Bennett lo miró—. Sabe Dios que no estoy defendiendo la forma en que nuestro servicio de inteligencia trató a Lang originalmente. Pero sus prioridades son distintas de las nuestras. Y sus problemas, bastante particulares. Demos gracias por no tener que lidiar con ellos. Ya escuchó usted lo que dijo Vane: se acabó el jugar según las reglas.

—Eso quieren hacernos creer. —El tono de Sinclair era frío—. No opino lo mismo.

Sir Wilfred suspiró. Miró de soslayo a Arthur Holly, esperando como de costumbre recibir algún tipo de apoyo por su parte, pero enseguida comprendió que sus esperanzas eran vanas. El superintendente había sido informado de lo fundamental de su reunión con Vane. Había escuchado en silencio el relato de la entrevista por parte de Sinclair. Sólo al final había expuesto su punto de vista.

—Siempre he pensado que la responsabilidad era la base del servicio público, señor. —Refunfuñando de desaprobación, el superintendente había dirigido sus comentarios a Bennett—. Se nos concede cierta autoridad, y a cambio debemos rendir cuentas por cómo la ejercemos. Aquí no veo nada de eso. Estos hombres parecen creer que pueden manipular la ley como mejor sirva a sus intereses.

Desesperado, el comisario adjunto había cambiado de tema.

—Pensando más de puertas para adentro, inspector jefe, ¿qué se puede hacer en este país? Supongo que estará usted organizando una búsqueda aquí.

—Sí, pero sin demasiada convicción. El último asesinato se produjo a principios de septiembre, por lo que hace más de dos meses que no se han vuelto a tener noticias de él, por así decirlo. —Su propia elección de palabras le hizo torcer el gesto a Sinclair—. Es probable que ya haya abandonado el país. Pero no podemos estar seguros de eso, y debemos actuar asumiendo que todavía está aquí, hasta que se demuestre lo contrario. No creo que esa fotografía sirva de mucho. Si se ha dado a la fuga, como opina Vane, lo más probable es que haya alterado su aspecto. Pero la haré circular entre la policía de todo el país, junto con su descripción y una lista con los nombres que ha empleado en el pasado. Y pondré vigilancia en los puertos, naturalmente.

—¿Qué hay de la prensa? ¿Podemos usarla?

—No, no lo creo, señor. No en este caso. Sería como abrir la caja de Pandora. Es imposible saber lo que podría salir de ahí. Y desde un punto de vista eminentemente práctico, no nos hará ningún bien. Publicar la fotografía y la descripción de Lang en los periódicos solamente lo alertaría del hecho de que estamos tras su pista… algo de lo que aún no puede estar seguro. Recuerde que éste es un hombre que ha vivido en la sombra toda su vida. Nadie sabe mejor que él cómo cubrir sus huellas. Quiero que su cacería siga confinada a la policía tanto tiempo como sea posible. Y también quiero concentrar nuestra búsqueda en los condados donde Lang ha estado activo. Cabe la posibilidad de que haya residido en algún lugar de la zona comprendida entre Surrey y Sussex. John Madden, por ejemplo, opina lo mismo.

—¿Otra vez Madden? —Bennett se animó al escuchar el nombre, tan familiar—. ¿Qué tiene que decir al respecto?

—Muchas cosas, por lo visto. —El ceño de Sinclair, que éste llevaba frunciendo toda la mañana, se alisó por un momento, y la sonrisa que ocupó su lugar mostraba un atisbo de felicitación. El plan de mandar a Billy Styles a hablar con su antiguo mentor había dado por lo menos un fruto—. Aún no había tenido ocasión de decírselo, pero John ha hecho una observación valiosa. Cree que Lang debió de explorar concienzudamente los alrededores de Brookham antes del asesinato. ¿Cómo si no podría haber sabido adónde llevar a la chica? No se tropezó con aquel sitio por casualidad. Si ha tenido tiempo de merodear por allí, es lógico suponer que podría haber estado viviendo en la zona. Alojado en un hotel o una pensión, quizá. Empezaremos por ahí. Es un trabajo para las fuerzas policiales del condado. Tengo una cita con detectives de Surrey y Sussex concertada para mañana.

Era esta reunión en Guildford lo que había agriado el humor de Sinclair esa mañana y lo había impulsado a buscar a Madden. Saber que no estaba siendo franco del todo con sus colegas no era algo que le gustara al inspector jefe, que no se molestó en disimular su desagrado.

—Tuvieron que darse cuenta de que no estaba contándoles todo lo que sabía. Cuando menos, debían de preguntarse de dónde había sacado toda esta información sobre los viajes por el extranjero de Lang.

—¿Preguntaron cuál era su ocupación?

—Lo hicieron. Les dije que no podía ayudarles. Aun así, el número de profesiones posibles de un hombre con tantos alias es limitado. Me atrevería a decir que ya han sumado dos y dos. Lo único que pude hacer fue enfatizar el aspecto policial de este asunto. Nuestra única preocupación es atrapar a un asesino, les dije, e hice hincapié en lo peligroso que es, muy diferente de la clase de criminales a los que debemos enfrentarnos habitualmente.

—Eso te preocupa, ¿verdad?

Se habían trasladado de la sala de estar al comedor, donde la señora Beck les había servido el almuerzo, y donde la apagada luz gris de aquel día otoñal que entraba por las ventanas se reflejaba fría en el mantel blanco de la mesa. Madden había dicho muy poco hasta entonces.

—Mucho. Lleva encima un cuchillo, y sabe usarlo. Esas pobres niñas a las que apuñaló no son sus únicas víctimas. Hace años mató a un detective, y Vane dio a entender que ha habido más bajas a lo largo de su carrera. Insisto en que esta búsqueda la realice la división de paisano. No quiero que algún poli de pueblo intente hacerse el valiente. Pueden empezar preguntando a los hoteleros y caseros, buscando a hombres solos que encajen con la descripción. Si fuera preciso realizar alguna entrevista, deberá haber al menos dos detectives presentes. Y tendrán que estar en guardia. Matará si tiene que hacerlo, si se siente amenazado. Ya lo ha hecho antes.

Dejando toda discreción a un lado, el inspector jefe se había enfrascado a continuación en un detallado relato de la visita que habían hecho Bennett y él al Ministerio de Asuntos Exteriores. Su discurso los llevó a través de un almuerzo y un café, y aún no había terminado cuando salieron a la terraza a tomar un poco el aire, para encontrarse con una oleada de niebla escocesa que bajaba por la cordillera boscosa de Upton Hanger y se extendía por los jardines. El huerto que había al pie del césped había desaparecido ya, mientras que del gran sauce llorón que se levantaba cerca de allí, sólo unas pocas ramas desnudas resultaban visibles entre la cortina gris.

—De modo que así está la cosa, John. Y que me aspen si sé qué hacer a continuación.

Madden soltó un gruñido. Ajeno a la pátina blanca de gotitas de rocío que le cubrían el pelo y las cejas, había estado escuchando en torvo silencio.

—De modo que la marca de nacimiento que vio Beezy era real. ¿Has podido utilizar esa información?

—En realidad no. —Sinclair sacudió la cabeza—. Puesto que tiene la marca en el pecho, su ropa la cubre. Sin embargo, he decidido probar suerte. Vamos a enviar unos comunicados a todos los médicos de Surrey y Sussex, preguntándoles sin han tratado recientemente a algún hombre con un antojo de gran tamaño… que no fuera paciente habitual, por supuesto… y advirtiéndoles que es peligroso. Helen podrá enseñarte el suyo cuando lo reciba, que será cualquier día de éstos.

El inspector jefe esperaba que su antiguo socio le proporcionara alguna solución a los problemas que lo acuciaban. Pero Madden sólo tenía una sugerencia que ofrecer, y eso, según él mismo reconoció, también era «probar suerte».

—Me llamó la atención lo que os contó Vane… que Lang era un observador de aves. Explica una cosa que me tenía desconcertado.

—¿De qué se trata? —Sinclair se enjugó el rostro húmedo con un pañuelo.

—Me preguntaba cómo habría descubierto Lang ese campamento de vagabundos cerca de Brookham, adonde llevó a la chica. Era improbable que se hubiera tropezado con él por casualidad. Ahora lo entiendo. Cuando fui allí al día siguiente el bosque estaba repleto de trinos. Recuerdo haber visto un martín pescador. —Madden entrecerró los ojos ante el recuerdo.

—¿Y crees que Lang había estado allí antes?

Madden asintió con la cabeza.

—Debió de pasar por Capel Wood antes y ver que era un lugar prometedor. Podría haber explorado fácilmente el arroyo. Cuando Billy Styles vino a verme no hace mucho hablamos de ello… de cómo el asesino parecía estar familiarizado con la zona. Nos preguntamos si no tendría algún hobby que lo llevara al aire libre. —Enarcó una ceja blanca a su compañero—. Podría ser una pista digna de seguir, Angus.

—No veo cómo. —El inspector jefe se rascó la cabeza.

—Estaba pensando en las sociedades… de observadores de aves, digo. Debe de haber varias, en ambos condados. Podrías pedirles que preguntaran a sus miembros, a ver si se han fijado en algún rostro desconocido en los campos, hombres que encajen con la descripción. Podría encender alguna bombilla.

Sinclair soltó un gruñido. No parecía muy convencido.

—Bueno, supongo que es una posibilidad. Y puesto que estamos agarrándonos a un clavo ardiendo, de todos modos… —Cruzó la mirada con Madden y sonrió—. Te diré algo, voy a encargárselo a Styles. Lleva todo este tiempo en Guildford, sentado sin hacer nada.

Se quedaron en silencio mientras la niebla se espesaba a su alrededor. Un gemido escapó de los labios de Sinclair.

—Maldita sea, no es suficiente. Nos hará falta algo más que suerte para atrapar a este hombre. ¿No podemos hacer nada más?

El silencio que fue la única respuesta de Madden parecía más elocuente que cualquier palabra, y para el inspector jefe su sombría mirada abstraída era una confirmación de sus peores temores, que expresó ahora, ronca de rabia la voz ante la necesidad que sentía de decirlo:

—¿Tendremos que esperar a que mate de nuevo?