La carta
Estoy muy preocupado por papá, porque ya no tiene nada de memoria.
La otra tarde vino el cartero a traer un gran paquete para mí, y yo estaba encantado porque me gusta mucho que el cartero traiga paquetes para mí, siempre son regalos que me manda la abuela, que es la mamá de mi mamá, y papá dice que a quién se le ocurre mimar así a un niño, y se arman muchos líos con mamá, pero esa vez no hubo líos y papá estaba muy contento porque el paquete no era de la abuela, sino del señor Moucheboume, que es el jefe de papá. Era un juego de la oca —ya tengo uno—, y dentro había una carta para mí.
«A mi querido Nicolás, que tiene un papá tan trabajador.
Rogelio Moucheboume.»

—¡Vaya idea! —dijo mamá.
—Es porque el otro día le hice un favor personal —explicó papá—. Fui a hacer la cola en la estación para comprarle unos pasajes porque se iba de viaje. Creo que es un buen detalle el de haberle mandado ese regalo a Nicolás.
—Un aumento de sueldo habría sido un detalle aún mejor —dijo mamá.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! —dijo papá—. Esa es la clase de observaciones que hay que hacer delante del niño. Bueno, ¿qué sugieres? ¿Que Nicolás le devuelva el regalo a Moucheboume diciéndole que prefiere un aumento de sueldo para su papá?
—¡Oh!, no —dije.
Porque es cierto; aunque ya tengo un juego de la oca, podré cambiar el otro por algo mejor en la escuela con algún compañero.
—¡Oh! —dijo mamá—. Después de todo, si estás contento de que mimen a tu hijo, no tengo nada que decir.
Papá miró al techo diciendo «no» con la cabeza y apretando la boca, y después me dijo que tenía que darle las gracias al señor Moucheboume por teléfono.
—No, lo que se hace en esos casos —dijo mamá—, es escribir una cartita.
—Tienes razón —dijo papá—. Es preferible una carta.
—Pero yo prefiero telefonear —dije.
Porque es cierto, escribir es fastidioso, pero telefonear es divertido, y en casa no me dejan hablar por teléfono nunca, salvo cuando llama la abuela y quiere que le mande besos. A la abuela le encanta muchísimo que le mande besos por teléfono.
—A ti nadie te ha pedido opinión —dijo papá—. ¡Si te han dicho que escribas, escribirás!
¡Y eso es una injusticia! Y yo dije que no tenía ganas de escribir, y que si no me dejaban telefonear no quería saber nada de ese asqueroso juego de la oca, que de todas formas yo tenía uno que estaba muy bien y que, si era así, prefería que el señor Moucheboume le diera un aumento a papá. ¡Hombre, claro, es cierto, faltaría más!

—¿Quieres una bofetada e irte a la cama sin cenar? —gritó papá.
Entonces me eché a llorar, papá preguntó qué había hecho él para merecer esto, y mamá dijo que si todos no teníamos un poco de calma, la que se iría a la cama sin cenar era ella, y que ya nos arreglaríamos como pudiéramos.
—Oye, Nicolás —me dijo mamá—. Si eres bueno y escribes esa carta sin armar líos, podrás repetir del postre.
Dije que bueno (era tarta de albaricoque), y mamá dijo que iba a preparar la cena y se marchó a la cocina.
—Bueno —dijo papá—, vamos a hacer un borrador.
Cogió un papel de un cajón de su escritorio, un lápiz, me miró, mordió el lápiz y me preguntó:
—Veamos, ¿qué vas a decirle al viejo Moucheboume?
—Bueno, no sé —dije—. Podría decirle que aunque ya tengo un juego de la oca, estoy muy contento, porque el suyo voy a cambiarlo en la escuela con los compañeros; Clotario tiene un carrito azul formidable, y…
—Sí, está bien, bien —dijo papá—. Ya veo lo que quieres. Veamos… ¿Cómo vamos a empezar?… Querido amigo… No… Querido Moucheboume… No, demasiado familiar… Muy señor mío… Hummm… No…
—Podría poner: «Señor Moucheboume» —dije.
Papá me miró, y después se levantó y gritó hacia la cocina:
—¡Querida! ¿Querido amigo, Mi querido amigo o Querido señor Moucheboume?
—¿Qué pasa? —preguntó mamá, saliendo de la cocina y secándose las manos en el delantal.
Papá se lo repitió, y mamá dijo que ella pondría «Querido señor Moucheboume», pero papá dijo que eso le parecía demasiado familiar y que se preguntaba si «Querido amigo a secas», no estaría mejor. Mamá dijo que no, que «Querido amigo a secas», resultaba demasiado seco y que no había que olvidar que el que escribía era un niño. Papá dijo que, precisamente, «Querido señor Moucheboume» no iba bien para un niño, que no era respetuoso.
—Si ya te has decidido, ¿por qué me molestas? —preguntó mamá—. Tengo que preparar la cena.
—¡Oh! Te pido perdón por haberte distraído de tus ocupaciones —dijo papá—. ¡Después de todo, solo se trata de mi jefe y de mi puesto!
—¿Es que tu puesto depende de la carta de Nicolás? —preguntó mamá—. En cualquier caso, ¡no armas tanto rollo cuando es mamá la que manda un regalo!
¡Entonces fue terrible! Papá se puso a gritar, mamá se puso a gritar, y después se marchó a la cocina, dando un portazo.

—Bueno —me dijo papá—, toma el lápiz y escribe.
Me senté al escritorio, y papá empezó el dictado:
—Querido amigo, dos puntos, aparte… Con gran gozo… No, borra eso… Espera… Con mucho gusto… Sí, eso es… Con mucho gusto tuve la gran sorpresa… Deja la gran sorpresa… La gran sorpresa de recibir su bonito regalo… No… Ahí puedes poner su maravilloso regalo… Su maravilloso regalo, que me dio tanto gusto… ¡Ah!, no… Ya hemos puesto gusto… Borra gusto… Y, después, pones Respetuosamente… O, mejor. Mis respetuosos saludos… Espera…
Y papá fue a la cocina, oí gritar y después volvió muy colorado.
—Bueno —me dijo—, pon: «Con mis respetuosos saludos», y después firma. Eso es.
Y papá cogió mi papel para leerlo, abrió mucho los ojos, miró el papel de nuevo, lanzó un gran suspiro y tomó otro papel para escribir un borrador nuevo.

—¿Tienes un papel de cartas, verdad? —dijo papá—. Un papel con pajaritos, que te regaló tía Dorotea por tu cumpleaños.
—Eran conejos —dije.
—Eso es —dijo papá—. Ve a buscarlo.
Entonces papá subió conmigo a mi cuarto y nos pusimos a buscar, y todo se cayó del armario, y mamá llegó corriendo y preguntó qué estábamos haciendo.
—Buscamos el papel de cartas de Nicolás, ¡figúrate! —gritó papá—. ¡Pero hay un desorden terrible en esta casa! ¡Es increíble!
Mamá dijo que el papel de cartas estaba en el cajón de la mesita del salón, que empezaba a hartarse y que su cena estaba lista.
Recopié la carta de papá y tuve que empezar varias veces, por culpa de las faltas, y después también por culpa de la mancha de tinta. Mamá vino a decirnos que peor para nosotros, que la cena se quemaría, y después hice el sobre tres veces, y papá dijo que podíamos ir a cenar, y yo le pedí un sello a papá, y papá dijo: «Ah, sí», y me dio un sello, y comí dos veces postre. Pero mamá no nos habló durante la cena.
Y al día siguiente, por la tarde, fue cuando me preocupé enormemente por papá, porque sonó el teléfono, papá fue a cogerlo y dijo:
—¡Diga!… Si… ¡Ah! ¡Señor Moucheboume!… Buenas tardes, señor Moucheboume… Sí… ¿Cómo?
Entonces papá puso cara de asombro y dijo:
—¿Una carta?… ¡Ah! ¡Entonces por eso Nicolás, ese bribón, me pidió un sello ayer por la tarde!