Cuando llegamos al salón, el señor y la señora Moucheboume estaban allí, y cuando me vieron empezaron a lanzar montones de grititos.

—Nicolás se ha empeñado en bajar a verlos —dijo mamá—. Me disculparán ustedes, pero no quise privarle de esa alegría.

El señor y la señora Moucheboume lanzaron más montones de grititos, yo di la mano, dije buenas noches, la señora Moucheboume le preguntó a mamá si ya había pasado el sarampión, el señor Moucheboume le preguntó a papá si este muchachito trabajaba bien en la escuela, y yo tenía mucho cuidado porque papá me miraba todo el tiempo. Y después me senté en una silla, mientras los mayores hablaban.

—¿Saben? —dijo papá—, los recibimos sin ningún cumplido, todo en perfecta normalidad.

—¡Si eso es lo que nos encanta! —dijo el señor Moucheboume—. ¡Es maravilloso una velada en familia! Sobre todo para mí, que me veo obligado a ir a todos esos banquetes, con el inevitable crustáceo con mayonesa, y todos de tiros largos.

Todos se rieron, y después la señora Moucheboume dijo que sentiría mucho haber hecho trabajar a mamá, que ya debía de estar terriblemente ocupada con su familia. Pero mamá dijo que no, que era un placer, y que la ayudaba mucho la criada.

—Tiene usted suerte —dijo la señora de Moucheboume—. ¡Yo tengo un problema con el servicio! Es muy sencillo, en mi casa no duran nada.

—Oh, ésta es una alhaja —dijo mamá—. Lleva mucho tiempo con nosotros y, lo que es muy importante, adora al niño.

Y después la señora de negro con el delantal blanco entró y dijo que mamá estaba servida. Y eso me extrañó, porque yo no sabía que mamá tampoco comía con los demás.

—Bueno, Nicolás, ¡a la cama! —me dijo papá.

Entonces le di la mano a la señora Moucheboume y le dije: «Adiós, señora», le di la mano al señor Moucheboume y le dije: «Adiós, señor», le di la mano a la señora de negro con el delantal blanco y le dije: «Adiós, señora», y me fui a acostar.