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Finalmente, el señor Scott permitió que otro ingeniero supervisara las restantes tareas. La sección inferior de la Enterprise había sido preparada para regresar a la Base Estelar 12, la instalación más cercana. Cuando la nave estuvo atracada y a salvo, Scott se retiró de inmediato a la habitación que le había sido asignada allí. Bebió un largo trago de brandy, entró en la ducha sónica y se dejó caer en la cama.

Pero no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas con los acontecimientos de los pasados dos días destellando sin cesar por su mente. Se levantó, bebió otro trago de brandy directamente de la botella, y regresó a la cama. Parecieron pasar horas antes de que cayera en un profundo y exhausto sueño.

Estaba atontado cuando reconoció el sonido del timbre de su puerta. Spock entró en la habitación oscurecida. Scott lo miró con ojos turbios desde el borde de la cama, donde se hallaba sentado.

—¿Qué ocurre, señor Spock? Tiene aspecto de haber comido algo muy agrio —dijo mientras bostezaba y volvía a tenderse en la cama, más dormido que despierto.

—Señor Scott, necesito su ayuda. Sospecho que la explosión de a bordo de la Enterprise fue un sabotaje. Creo que ya he compartido esa teoría con usted.

—Sí, pero en ese momento no estaba en condiciones de discutir las posibilidades.

—Es verdad. Pero ahora debo investigar más allá. Debo obtener una prueba concreta. Necesitaré una nave lo suficientemente grande como para regresar lo antes posible a la sección desechada, y voy a necesitar la ayuda de un ingeniero. Le propongo que regresemos a la sección desechada y busquemos minuciosamente hasta encontrar una prueba que corrobore mis sospechas.

—Yo mismo examiné todas las cintas de grabación, señor Spock. Los relevos del puente auxiliar funcionaron muy bien. No pude encontrar nada que indicara que la explosión fuera otra cosa que un accidente.

—Señor Scott, usted más que nadie tiene que saber perfectamente que en el puente no hay ningún mecanismo que pueda causar un estallido de esa magnitud. Tuvo que tratarse de un objeto ajeno a él.

—Sí, eso también me pasó por la cabeza a mí. Pero no pude encontrar nada que sostuviera esa teoría.

—Es por eso por lo que tenemos que regresar a la sección abandonada. Debemos investigar antes de que algo altere los restos del puente. Cuando envíen un remolque, las pruebas podrían quedar borradas.

—¿Ya ha solicitado la nave, señor Spock?

—Ese es uno de los problemas. El doctor McCoy no quiere darme el alta médica. No puedo obtener permiso para abandonar la base. Tiene que ser usted quien solicite la nave. Es lógico que usted solicite regresar a la cubierta desechada para prepararla para el remolque. Yo le acompañaré.

—Sí, pero aun así usted no tendrá permiso para marcharse, señor Spock.

—Eso es responsabilidad mía. ¿Me ayudará?

—Lo haré —respondió Scott sin vacilación—. Si mi nave ha sido saboteada, quiero ser el primero en enterarme de quién lo hizo.

—Imaginaba que sería esa su respuesta más probable —reconoció Spock.

Tal y como había predicho Spock, a Scott se le proporcionó de inmediato la nave adecuada, y ambos oficiales llegaron en menos de un día al lugar en el que se habían desprendido del casco. Con sus trajes de soporte vital y sus equipos firmemente sujetos, Spock y Scott flotaron hacia la abandonada sección superior de la Enterprise. Unas luces de posición pequeñas dibujaban el borde exterior. Todo lo demás estaba a oscuras. Todos los sistemas habían sido desconectados; estaba muerta, girando levemente en el espacio.

Se dirigieron a la sección superior, donde el estallido había agujereado las cubiertas. Una masa de metal retorcido era cuanto quedaba del puente. De un extremo al otro y desde arriba hasta abajo, examinaron cada centímetro del destrozado puente, concentrándose en el área central donde se había originado la explosión. Entre los escombros no pudo hallarse ni la sombra de una prueba. Regresaron a la nave exploradora, se quitaron los abultados trajes, y mantuvieron una breve conferencia.

—El escape de la atmósfera hacia el exterior que se produjo al volar el casco exterior, expulsó cualquier cosa que hubiera por encontrar, señor Scott. En lo que queda del puente no hallaremos nada que sustente nuestras sospechas. Tengo otra idea. No es lógica… es más bien intuitiva. Pero es nuestra única alternativa. Raramente me permito seguir lo que ustedes llaman «un impulso», pero tengo la impresión de que no me queda otra elección.

Si lo recuerda usted, había unos sesenta y tres cadetes en la Enterprise cuando se produjo la explosión. Todos habían sido investigados y aceptados por la Flota Estelar, pero si de alguna forma uno solo de ellos resultara ser un impostor, posiblemente tendríamos una pista. He determinado que uno de esos cadetes, una mujer joven, estuvo en el puente justo antes de la detonación. Si pudiera determinar su identidad, creo que tendría la posibilidad de encontrar al saboteador, o saboteadora, en este caso. La computadora tiene esa información. Con esos datos y con lo que he averiguado por la tripulación, tendría que ser capaz de descubrirla. ¿Puede darme la energía suficiente como para entrar en los bancos de la computadora?

—Sí. Puedo establecer una línea desde la nave exploradora a la computadora. Será algo provisional, pero funcionará durante algún tiempo.

—Excelente. Por favor, hágalo.

Scott, ahora absorto en su tarea, no advirtió los movimientos vacilantes de Spock mientras intentaba adoptar una postura cómoda sobre un panel de instrumentos. El vulcaniano apretó los dientes, inspiró profundamente y dejó escapar el aire de una forma algo explosiva. Scott se volvió al oír aquel sonido, pero sólo vio a Spock ocupado en el ajuste de unos circuitos.

Con la conexión establecida con la computadora, Spock volvía a estar en contacto con su alter ego, la computadora principal de a bordo de la Enterprise. Buscó los historiales de las cadetes femeninas asignadas a la nave para la sesión de prácticas. Cuando hubo completado la primera parte de la recuperación de expedientes por datos, sólo quedaron cinco estudiantes. Todas eran rubias, de estatura media o baja, y todas tenían acceso al puente. Luego se dedicó al proceso de eliminación. Todas eran terrícolas; todos sus expedientes indicaban unas capacidades superiores para la especialidad escogida. Todas tenían más o menos la misma edad.

—Señor Spock, mi conexión temporal está a punto de romperse. Espero que haya terminado —anunció Scott cuando un cable comenzó a chisporrotear cerca de la terminal. Finalmente se soltó con un chispazo espectacular.

—He reducido la lista a cinco, señor Scott. Pero cualquiera de ellas podría ser la culpable… y ninguna de ellas. Tenemos que examinar sus camarotes… examinar cualquier cosa por insignificante que pueda parecer.

Ambos volvieron a ponerse los trajes espaciales y regresaron a la sección abandonada. Registraron cuatro camarotes sin hallar nada. Spock estaba examinando el contenido de un cajón en el quinto, y le resultaba difícil concentrarse en la investigación a causa del creciente dolor de la espalda. Se aferró al cajón para apoyarse cuando sintió que su espalda cedía, y lo sacó de los carriles mientras él flotaba momentáneamente fuera de control.

—¿Se encuentra bien? —Scott se volvió hacia el vulcaniano a toda la velocidad posible en su estado de ingravidez.

—Sí —consiguió replicar Spock, dominando el dolor una vez más.

Flotó de vuelta a su posición original. El cajón había sido completamente sacado del mueble, y su contenido flotaba ahora por la habitación. Cogió un frasco extrañamente chato y un papel arrugado. Ni él ni Scott encontraron alguna otra cosa de interés.

De vuelta en la nave exploradora, Spock examinó las dos pruebas que acababa de hallar. El frasco contenía una sustancia química que tendría que analizar. En el papel se veían una serie de puntos que parecían seguir una pauta aleatoria. Cuando Scott hizo girar la nave para regresar a la Base Estelar 12, Spock estaba ya profundamente absorto en el análisis de los puntos.

Cuando llegaron, Spock se sentó ante la terminal de computadora que estaba más cerca de su camarote, sin dar más indicaciones respecto a lo que estaba buscando. Scott regresó a los planes de salvamento, y no se dijo nada más acerca de la investigación.

La operación de remolque había empezado, y Spock continuaba ante la terminal de la computadora, sin tomarse tiempo alguno para comer o dormir. McCoy cloqueaba y se impacientaba y realizaba el equivalente médico de una gavota en torno al obseso vulcaniano, pero no conseguía que se le hiciera caso.

Durante uno de los infrecuentes altos, Spock advirtió finalmente la presencia del médico. McCoy revoloteaba como una ansiosa madre, esperando el colapso de Spock.

—Muy bien, Spock. ¿Qué es lo que cree que va a encontrar? Hace cuatro horas que está en ello.

—Eso es correcto, doctor. Puede que pasen días antes de que encuentre lo que estoy buscando. Estimo al menos diez millones de posibilidades.

—¿Qué es lo que está buscando, Spock? Es una pregunta de parte de Jim. ¿Lo recuerda? El capitán James T. Kirk.

—Para decirlo de forma precisa, doctor, estoy buscando un planeta.

—¡Un planeta! ¡Hay billones de ellos!

—Exacto, doctor. Es por eso por lo que no puedo perder mi tiempo haciendo caso de sus pataletas. Ahora, sea amable y deje de molestarme.

Se volvió hacia la computadora, haciendo destellar en la pantalla un sistema solar tras otro, tan rápidamente como sus ojos podían explorarlos.