14. Bárbaro
Se llamaba Andrew Simpson Smith, y Tally lo conocía. En su huida de Nueva Belleza cuando aún era perfecta, Tally había ido a parar a una especie de reserva, un experimento a cargo de los científicos de la ciudad. Las gentes de aquel lugar vivían como preoxidados: vestían con pieles y utilizaban únicamente utensilios de la Edad de Piedra, como garrotes, palos y fuego. Habitaban en pequeñas aldeas que estaban constantemente en guerra entre ellas, enzarzadas en un ciclo interminable de asesinatos por venganza que era objeto de estudio para los científicos, como si se tratara de una capa purificada de violencia humana entre las dos mitades de un plato de Petri.
Los aldeanos no sabían nada del resto del mundo, e ignoraban que la humanidad había resuelto hacía siglos los problemas a los que se enfrentaban, como el hambre, las enfermedades y el derramamiento de sangre. Pero todo eso era antes de que Tally se tropezara con una de las partidas de caza de la reserva, la tomaran por un dios y ella le refiriera todo aquello a un sacerdote llamado Andrew Simpson Smith.
—¿Cómo has conseguido salir de la reserva? —le preguntó Tally.
—Crucé al otro lado del fin del mundo —respondió Andrew, sonriendo orgulloso.
Tally arqueó una ceja. La reserva estaba delimitada por una barrera de «hombrecillos», muñecos colgados de los árboles y provistos de unos dispositivos neuronales que provocaban un dolor espantoso a todo aquel que osara acercarse a ellos más de la cuenta. Los habitantes de la reserva eran demasiado peligrosos para permitir que vagaran a sus anchas por el exterior de verdad, así que la ciudad había decidido cercar su mundo con unas fronteras infranqueables.
—¿Y cómo lo has logrado?
Andrew Simpson Smith dejó escapar una risita mientras se agachaba a recoger el cuchillo del suelo, y Tally reprimió el impulso de arrebatárselo de la mano. La había llamado «sayshal», término empleado por los aldeanos para los especiales que tanto odiaban. Naturalmente, ahora que le había visto la cara, Andrew recordaba a Tally como una amiga, una aliada contra los dioses de la ciudad. Él no tenía la menor idea de lo que significaban todos aquellos tatuajes flash que se entrelazaban sobre su piel, ni podía intuir que se hubiera convertido en uno de los temidos protectores de los dioses.
—Verás, Young Blood. Cuando tú me hablaste de todo lo que había más allá del fin del mundo, comencé a preguntarme si los hombrecillos le tendrían miedo a algo.
—¿Miedo?
—Sí. Intenté asustarlos de muchas maneras. Con canciones, hechizos e incluso con cráneos de osos.
—Pero si no son de verdad, Andrew. Solo son máquinas. No pueden tener miedo.
Andrew se puso serio.
—Pues al fuego sí que le temen, Young Blood. Te lo aseguro.
—¿Al fuego? —Tally tragó saliva—. ¿Te refieres, por casualidad, a un fuego muy grande?
Andrew volvió a sonreír.
—Quemó muchos árboles. Cuando se apagó, los hombrecillos se habían ido.
Tally gruñó.
—Yo diría que ardieron hasta consumirse por completo. O sea, ¿que provocaste un incendio forestal?
—Incendio forestal. —Andrew se quedó pensativo un momento—. Eso suena bien.
—Más bien suena mal, Andrew. Tienes suerte de que no sea verano, de lo contrario el fuego podría haber acabado con todo tu… mundo.
—Mi mundo ahora es más grande, Young Blood —repuso Andrew, sonriendo.
—Sí, pero… no era eso en lo que yo pensaba.
Tally dejó escapar un suspiro. Su intento de explicar a Andrew cómo era el mundo real había desembocado en una destrucción a gran escala en lugar del progreso deseado, y probablemente el incendio provocado por Andrew había abierto las puertas al exterior de varios poblados llenos de bárbaros peligrosos. Ahora mismo habría en plena naturaleza gente del Humo, fugitivos e incluso campistas de la ciudad.
—¿Cuánto hace de eso?
—Veintisiete días. —Andrew hizo un gesto de negación con la cabeza—. Pero los hombrecillos han vuelto. Unos nuevos, que no temen al fuego. Llevo fuera de mi viejo mundo desde entonces.
—Pero has hecho amigos nuevos, ¿no? Amigos de la ciudad.
Andrew miró a Tally con recelo por un momento. Se habría percatado de que, si Tally lo había visto con los rebeldes, era porque los había perseguido.
—Dime, Young Blood, ¿a qué se debe nuestro afortunado encuentro? —preguntó Andrew con cautela.
Tally no respondió enseguida. El concepto del engaño no parecía existir en el pueblo de Andrew, al menos hasta que ella le había explicado la gran mentira en la que vivían todos ellos. Pero seguro que ya no se fiaba tanto de la gente de la ciudad. Tally decidió elegir sus palabras con cuidado.
—Algunos de esos dioses que acabas de conocer son amigos míos.
—Los dioses no existen, Tally. Eso me lo enseñaste tú.
—Es cierto. Bien dicho, Andrew. —Tally se preguntó qué más sabría Andrew a aquellas alturas. Había cogido soltura con el idioma de la ciudad, como si hubiera estado practicando mucho—. Pero ¿cómo sabías que iban a venir? Porque no te los has encontrado aquí por casualidad, ¿verdad?
Tras mirarla de nuevo con recelo por un momento, Andrew negó con la cabeza.
—No. Están huyendo de los sayshal, y yo les he ofrecido mi ayuda. ¿Son amigos tuyos?
Tally se mordió el labio.
—Uno de ellos era… quiero decir, es… mi novio.
Andrew puso cara de entender la situación y dejó escapar una risita.
—Ahora lo entiendo —dijo, dándole unas palmaditas en el hombro con brusquedad—. Por eso les sigues, haciéndote tan invisible como un sayshal. Así que tu novio, ¿eh?
Tally intentó no poner los ojos en blanco. Si Andrew Simpson Smith quería pensar de ella que iba tras los fugitivos porque su amante la había dejado plantada, esto era sin duda más sencillo que explicar la verdad.
—¿Y cómo sabías que se reunirían aquí contigo?
—Cuando vi que no podía volver a casa, fui en tu búsqueda, Young Blood.
—¿En mi búsqueda? —preguntó Tally.
—Tú querías llegar a las Ruinas Oxidadas. Me explicaste lo lejos que quedaban, y en qué dirección.
—¿Y llegaste hasta allí?
Andrew abrió los ojos como platos mientras asentía, notando que un escalofrío le recorría el cuerpo.
—Un poblado enorme, lleno de muertos.
—Y encontraste a la gente del Humo, ¿no es así?
—El Nuevo Humo vive —dijo Andrew con gravedad.
—Sí, ya lo creo. ¿Y ahora ayudas a los fugitivos a llegar hasta allí?
—No solo yo. Los habitantes del Humo saben cómo sobrevolar la barrera de hombrecillos. Hay otros de mi poblado que se han unido a nosotros. Un día seremos todos libres.
—Bueno, eso es fantástico —dijo Tally.
La gente del Humo se había vuelto loca de remate al permitir que un puñado de salvajes violentos anduvieran sueltos en plena naturaleza. Evidentemente, los aldeanos serían unos valiosos aliados. Conocían los bosques y sus recursos mejor de lo que cualquier crío de ciudad podría llegar a imaginar, y probablemente mejor incluso que los habitantes del Humo. Sabían buscar comida y vestirse con materiales naturales, habilidades todas ellas que se habían perdido en las ciudades. Y tras generaciones de guerras tribales, también eran expertos en el arte de las emboscadas.
Andrew Simpson Smith había advertido de algún modo la presencia de Tally encaramada al árbol, aunque ella fuera con su traje de infiltración. Uno tenía que haber pasado toda su vida en el exterior para llegar a desarrollar un instinto tan afinado.
—¿Y cómo has ayudado a esos fugitivos ahora mismo?
Andrew sonrió orgulloso.
—Les he indicado cómo llegar al Nuevo Humo.
—Estupendo. Porque, verás, la verdad es que ando un poco perdida. Y esperaba que tú pudieras ayudarme a mí también a encontrar el camino hasta allí.
Andrew asintió.
—Pues claro, Young Blood. Solo tienes que pronunciar la palabra mágica.
—¿La palabra mágica? —repitió Tally, pestañeando con cara de desconcierto—. Andrew, que soy yo. Puede que no sepa ninguna palabra mágica, pero llevo intentando llegar al Humo desde que me conociste.
—Es cierto. Pero lo he prometido. —Andrew pasó el peso de un pie a otro con un gesto incómodo—. ¿Qué te pasó después de que te marcharas, Young Blood? Cuando llegué a las ruinas, le conté a la gente del Humo cómo habías ido a parar a nuestro poblado. Me dijeron que habían vuelto a llevarte a la ciudad. Y que te habían hecho cosas. —Andrew señaló el rostro de Tally—. ¿Eso que llevas es otra moda?
Tally lo miró a los ojos, dejando escapar un suspiro. Andrew no era más que un aleatorio, el más aleatorio de los aleatorios, con aquellos dientes torcidos y aquella piel llena de granos que no conocía el agua. Pero, por algún motivo, Tally no quería mentir a Andrew Simpson Smith. Para empezar, parecía demasiado fácil engañar a alguien que ni siquiera sabía leer y que se había pasado toda su vida, salvo las últimas semanas, atrapado en un experimento.
—El corazón te late deprisa, Young Blood.
Tally se llevó la mano a la cara, que sin duda le daba vueltas. Andrew no había olvidado que los tatuajes flash dejaban ver la emoción y la angustia de quien los llevaba. Quizá no tuviera sentido mentirle. Un individuo dotado de un instinto capaz de detectar la presencia de una persona enfundada en un traje de infiltración no debía ser subestimado.
Tally decidió contarle la verdad. Al menos, la parte que le interesaba a ella.
—Déjame enseñarte algo, Andrew —le dijo, quitándose el guante de la mano derecha. Tally tendió la palma hacia arriba, dejando al descubierto los tatuajes flash cortocircuitados que chisporroteaban al ritmo del latido de su corazón a la luz de la luna—. ¿Ves esas dos cicatrices? Son señales de mi amor… por Zane.
Andrew se quedó mirando la mano con los ojos como platos al tiempo que asentía lentamente.
—Nunca había visto a uno de los tuyos con una cicatriz. Vuestra piel siempre está… perfecta.
—Ya. Solo llevamos cicatrices si queremos, por eso siempre significan algo. Y estas significan que amo a Zane. Es el que tenía mala cara, y temblores. Tengo que ir tras él para asegurarme de que está bien aquí fuera.
Andrew movió la cabeza poco a poco con un gesto de asentimiento.
—¿Y no le duele en el orgullo aceptar la ayuda de una mujer?
Tally se encogió de hombros. Los aldeanos también eran de la Edad de Piedra en todo lo referente al tema de los sexos.
—Bueno, digamos que él no quiere mi ayuda ahora mismo.
—Pues a mí no me pudo el orgullo cuando me enseñaste todo lo que sé ahora sobre el mundo. —Andrew sonrió—. Puede que sea más listo que Zane.
—Puede que sí. —Tally cerró la mano en un puño, y sintió el relieve de las cicatrices, aún duras al tacto—. Te pido que rompas tu promesa, Andrew, y me digas adónde han ido. Creo que puedo curar los temblores de Zane. Y me preocupa que esté aquí fuera con un puñado de críos de ciudad. Ellos no conocen la naturaleza como tú y como yo.
Andrew seguía con los ojos clavados en la mano de Tally mientras cavilaba sobre lo que le había pedido. Transcurridos unos segundos, alzó la vista para mirarla a la cara.
—Sin ti seguiría atrapado en un mundo falso. Quiero confiar en ti, Young Blood.
Tally se obligó a sonreír.
—Entonces, ¿vas a decirme dónde está el Nuevo Humo?
—No sé. Es un secreto demasiado grande para mí. Pero puedo brindarte un modo de averiguarlo por ti misma. —Dicho esto, Andrew metió la mano en una bolsa que llevaba atada al cinturón y sacó un puñado de chips diminutos.
—Indicadores de posición —dijo Tally en voz baja—. ¿Llevan una ruta programada?
—Así es. Este me ha traído hasta aquí, donde había quedado con esos jóvenes fugitivos. Y este te llevará hasta el Nuevo Humo. ¿Sabes cómo funciona?
Andrew pasó el dedo índice, mugriento y calloso, por encima del botón de encendido de uno de los indicadores, y puso cara de impaciencia.
—Sí, no te preocupes. Ya los he utilizado antes —respondió Tally, devolviéndole la sonrisa al tiempo que alargaba la mano para coger los dispositivos.
Andrew apartó entonces la mano. Tally lo miró, confiando en que no tuviera que quitárselos por la fuerza.
—¿Aún desafías a los dioses, Young Blood? —le preguntó Andrew, con el puño aún cerrado.
Tally frunció el ceño. Andrew sabía que ella había cambiado, pero ¿hasta qué punto?
—Respóndeme —insistió él, con los ojos brillantes a la luz de la luna.
Tally se tomó su tiempo antes de contestar. Andrew Simpson Smith no era como la masa de imperfectos y perfectos de la ciudad, que estaban en la inopia y que nada tenían que ver con los especiales. La vida en el exterior lo había convertido en un ser similar a ella: un cazador, un guerrero, un superviviente. Con un cuerpo lleno de cicatrices de todas las luchas y accidentes que había sufrido a lo largo de su vida, Andrew parecía casi un cortador.
De algún modo, Tally veía que Andrew tenía su valor. Pudiera o no engañarlo, se dio cuenta de que no quería hacerlo.
—¿Que si aún desafío a los dioses? —Tally pensó en lo que Shay y ella habían hecho la noche anterior, al entrar a robar en las instalaciones más vigiladas de la ciudad y destruirlas casi por completo. Habían partido por su cuenta sin comunicar a la doctora Cable sus verdaderos planes. Y es que aquel viaje tenía como objetivo, por lo menos para Tally, arreglar a Zane más que ganar la guerra que libraba la ciudad contra el Humo.
Puede que los cortadores fueran especiales, pero en los últimos días Tally Youngblood había recuperado su verdadera naturaleza, la de una rebelde consumada.
—Sí. Aún los desafío —contestó en voz baja, consciente de que era cierto.
—Bien —dijo Andrew aliviado con una gran sonrisa, y le pasó el indicador de posición—. Ve, pues, en busca de tu novio. Y di a los del Nuevo Humo que Andrew Simpson Smith ha sido de gran ayuda.