Epílogo
Escribí las últimas páginas de El círculo de la motivación en Kenia. Volé hasta Nairobi y de allí hasta la ciudad de Eldoret, situada en el Gran Valle del Rift, en el extremo oeste del país. Visité el Hospital General de la Universidad de Moi, que coordina una iniciativa para mejorar el acceso y la calidad de la atención médica en zonas rurales. Pude compartir impresiones con médicos y enfermeros kenianos sobre el proyecto del Mount Sinai para extender el control de la hipertensión en aldeas remotas. También me desplacé hasta dos poblados y visité el centro de salud de Sosiani, uno de los cinco centros del proyecto, y el dispensario de Cheramei, uno de los veintidós dispensarios que coordinamos.
Fue un periplo cansado, ya que mi agenda me obligaba a concentrar todas las visitas y reuniones en dos días, pero muy gratificante. Viajar a países en vías de desarrollo me permite constatar que con pocos recursos y mucha creatividad podemos transformar vidas. Concretamente, nuestro proyecto en Kenia, dedicado a delegar funciones en los enfermeros y a educar a la población voluntaria para detectar la hipertensión de sus vecinos con aparatos automáticos y registrarla en teléfonos inteligentes, podría evitar la muerte por enfermedad cardiovascular de miles de adultos y prevenir que sus familias quedasen desprotegidas y en una situación de gran vulnerabilidad.
Debo admitir que durante las primeras horas en Kenia me sentí muy frustrado. Nuestro proyecto es muy ambicioso, ya que pretende llegar a dos millones de kenianos que habitan en una región muy sacudida por la pobreza, la malaria y el VIH. En el Hospital General de la Universidad de Moi visité a pacientes, la mayoría de los cuales compartía cama con otra persona. No es la primera vez que me encuentro con esta situación; en regiones pobres es bastante frecuente. Sin embargo, mi frustración se fue transformando en motivación a medida que observaba los estrechos lazos de solidaridad y el espíritu de colaboración entre los pacientes, entre éstos y los médicos y enfermeros, y entre el personal médico. Por ejemplo, me acerqué a varias camas para examinar a pacientes, y sus compañeros de cama se fueron para que aquéllos tuvieran más intimidad y mayor atención. El personal médico era extremadamente atento y respetuoso con los enfermos, y están muy orgullosos de contribuir en el proyecto. Tras la visita al hospital, fui al centro de salud de Sosiani, donde atienden de forma ambulatoria a pacientes con malaria y sida, y también bastantes partos. Me produjo mucha admiración constatar que en un centro con tan pocos recursos hayan sido capaces de registrar las historias de todos los pacientes en sus teléfonos inteligentes. De hecho, pedí la historia clínica de uno de los enfermos que examiné y me la dieron en pocos minutos. Además, me asombró la generosidad de las familias y los vecinos de los enfermos. En Kenia no existe la cobertura médica universal y el hospital tiene un panel enorme con una lista de tratamientos y sus precios. Los enfermos saben que su comunidad venderá cultivos, ganado y propiedades para que ellos puedan completar el tratamiento. Ese sentimiento tan fuerte de comunidad y solidaridad me estimuló y me fui de esos centros médicos pensando que en ese contexto nuestro proyecto podía funcionar y tener impacto.
Con esta sensación de motivación llegué al dispensario de Cheramei, y las situaciones que allí viví me motivaron todavía más. Este dispensario lleva a cabo cuidados más rutinarios; por ejemplo, vacuna a la población. Lo más asombroso es que las personas que trabajan allí son enfermeros y también voluntarios. Atienden a una población de cinco mil personas y prácticamente las conocen a todas, ya que los voluntarios, que han tomado un curso de primeros auxilios, van casa por casa y explican a las familias el calendario de vacunación de los pequeños y algunas normas de higiene básicas para prevenir enfermedades en los hogares. Su altruismo explica lo inexplicable: que, con pocos recursos y en un país en vías de desarrollo, un grupo de voluntarios haya sido capaz de llevar un control absoluto y puntual de la salud de miles de personas. Poder compartir dos días con una comunidad cuyos miembros están tan conectados entre sí y tienen un espíritu tan solidario y luchador me dio una energía enorme.
Como ya he dicho, hice todo el recorrido por el círculo; conseguí motivarme y de la frustración inicial pasé a la enorme satisfacción por haberme desplazado hasta allí y haber podido observar que, si un grupo de personas se lo propone, su proyecto funciona, con independencia del contexto, los recursos y las dificultades, en este caso, numerosas y descomunales.
Regresé a Nueva York muy motivado y con la seguridad de que estoy en el camino correcto cuando intento que los proyectos que impulsamos en el Mount Sinai, el CNIC y la Fundación SHE beneficien a países en vías de desarrollo.
Con mi viaje a África cierro un círculo… La vida está llena de retos y obstáculos, de vacas gordas y vacas flacas, de ciclos de prosperidad y abundancia y ciclos de crisis y sequía. Atravesaremos momentos en los que todo fluye, momentos en los que tendremos la sensación de estar atascados y momentos de cierta desazón. El mérito consiste en encontrar la motivación necesaria para levantarse y la valentía para volver a andar.
Como ya he explicado, el círculo consta de cuatro fases: motivación, satisfacción, pasividad y frustración, y la primera es la esencia del libro que tienen en sus manos. La motivación nos permite subir la pendiente del círculo y llegar a la satisfacción. Como he repetido a lo largo de los capítulos, debemos reforzar nuestra madurez y nuestros vínculos con la sociedad para construir unos fundamentos lo suficientemente sólidos para seguir avanzando. Las cuatro tareas para alcanzar la madurez personal (tiempo para reflexionar, talento por descubrir, transmitir optimismo y tutoría) son el mejor combustible para poner en marcha el motor de la motivación y avanzar hacia la satisfacción con las cuatro acciones que refuerzan nuestra relación con la sociedad (actitud positiva, aceptación, autenticidad y altruismo). Es importante no perder de vista que la motivación debe cultivarse a diario, con constancia y una actitud activa para no caer en la pasividad y la frustración.
Con motivación, mis padres fundaron un sanatorio mental durante la guerra civil española, y lo gestionaron con mucha dedicación y esfuerzo durante décadas. Con motivación, mi esposa completó los estudios de Enfermería primero, Trabajo Social después e Historia del Arte más tarde. Con motivación, y tras un largo recorrido, mi hijo Pau ha encontrado su camino. Con motivación, mi hija Silvia ha superado unos inicios profesionales difíciles debido a la crisis y ahora coordina numerosos proyectos arquitectónicos. Con motivación, superé dificultades académicas, impulsé proyectos que parecían imposibles al principio, vencí un cáncer de próstata y mantuve la calma y seguí luchando durante momentos complejos.
Y, precisamente porque la sociedad española atraviesa un momento durísimo, decidí exponer muchos aspectos de mi vida privada en este libro y explicar cómo he superado los obstáculos que he ido encontrando a lo largo de un viaje vital de setenta años. Tardé meses en tomar esta decisión, ya que no tengo por costumbre exponer mi vida personal en público. Sin embargo, llegué a la conclusión de que tal vez mi experiencia pueda ayudar a otras personas que han caído en una actitud de pasividad o están frustradas. Cuando finalmente decidí escribir un libro sobre la motivación, Emma y yo nos prometimos predicar con el ejemplo procurando estar siempre motivados durante los cinco meses que ha durado el proyecto.
Escribimos estas últimas frases del libro motivados y con una actitud optimista. Somos positivos, pero sensatos; nadie debería pensar que no poseemos una visión realista de la sociedad o de nuestras vidas. De hecho, cuando estábamos escribiendo el capítulo sobre la tutoría, el huracán Sandy llegó al Caribe y, más tarde, a la Costa Este de Estados Unidos. El violento meteoro afectó al sur de Manhattan: los barrios situados en esa parte de la isla se inundaron y los edificios se quedaron sin luz y sin agua. Emma fue uno de los millones de afectados y afortunadamente pudo refugiarse durante diez días en casa de unos amigos, adonde llegó con fiebre y tos. En mi caso, si bien vivo en un barrio que no sufrió el apagón, el huracán inundó el ático de mis vecinos y esto hizo que el techo de mi piso se desplomara. Sin embargo, los dos decidimos que era importante seguir trabajando y avanzar con el libro.
Ultimamos estos párrafos mientras algunas partes de Nueva York todavía están inundadas y varias estaciones de metro permanecen cerradas. Decenas de voluntarios se han organizado para ayudar a ancianos que han quedado atrapados en sus apartamentos y les hacen la compra cargando con bolsas llenas de comida y botellas de agua. Los neoyorquinos han reaccionado con una actitud positiva y solidaria. Sin duda superarán este golpe como superaron otros en el pasado.
En España también son muchas las personas que, con su trabajo, su solidaridad y su motivación, se esfuerzan por sacar al país de la crisis. Indudablemente, la elevada cifra de paro y las noticias que leemos en los periódicos son motivo de preocupación; pero ahora, más que nunca, no podemos caer en la pasividad y el desánimo. Estamos rodeados de pequeñas grandes noticias que no siempre aparecen en los medios de comunicación y que son un soplo de aire fresco; gestos extraordinarios, pero silenciosos, de la vida cotidiana. Personas que colaboran con organizaciones como la Cruz Roja o Cáritas; algunas con dinero, otras con su tiempo. Estudiantes que hacen labores de voluntariado los fines de semana. Padres que esperaban una jubilación tranquila y ofrecen, en cambio, refugio a unos hijos que se han quedado sin techo. Empresarios que se esfuerzan por mantener abiertos sus negocios porque saben que muchas familias dependen de ellos para subsistir. Padres que adoptan niños con discapacidades o se hacen cargo de adolescentes al borde de la delincuencia. Restaurantes que ofrecen comida gratuita a personas sin empleo. Jubilados que trabajan como voluntarios en comedores sociales. Desempleados que han decidido no quedarse de brazos cruzados y han creado grupos de apoyo para compartir información sobre ofertas laborales. Mendigos que comparten lo poco que tienen y que se ayudan los unos a los otros. Personas y entidades que buscan soluciones creativas para ayudar a familias que han sido desahuciadas. Todos ellos son los héroes silenciosos de la crisis que sacude a nuestro país. Gestos extraordinarios que sobrepasan las malas noticias, alumbran esperanza y nos dan motivos para seguir.
He querido dedicar este libro a los jóvenes que buscan su camino y también quiero terminarlo con ellos. Son el futuro y el mejor activo del país. Espero que tengan la motivación y la fuerza necesarias para superar todas las barreras y vencer a quienes intenten frenar sus sueños o proyectos con el lastre de la negatividad.
Rendirse no es una opción; sigamos avanzando.