CAPÍTULO I
El asentamiento del Clan del Trueno era el lugar más hermoso que había visto jamás. Estaba ubicado a los pies de las montañas escocesas, oculto en un bosque encantado en el que bien podrían vivir elfos, hadas, dragones y duendes, tal y como creían nuestros ancestros… Había imaginado lugares semejantes para ambientar mis relatos, pero nunca pensé que perduraran en el tiempo dada la devastación que los humanos provocábamos en nuestro hermoso planeta. Las hayas, los frenos y los robles abundaban en la zona, muchos de ellos tan altos y longevos que me preguntaba cuánta historia habrían contemplado transcurrir bajo sus ramas. Con toda seguridad este lugar había presenciado el nacimiento de nuestra cultura siglos atrás y albergaba aún los misterios de nuestra magia y de su evolución a través de los tiempos. Nada más internarme en sus senderos, mi mente de escritora experimentó una explosión de inspiración y supe que podría acostumbrarme a vivir aquí, sumergiéndome en mi cultura y disfrutando de mis ratos libres sentada al aire libre con una libreta de notas y mi estilográfica.
A medida que nos aproximábamos a las montañas, los pinos esbeltos y frondosos se hacían más abundantes y los torrentes de agua brotaban por doquier, pero la joya de los paisajes de la zona era el hermoso lago que se abría paso en el valle, reluciente como un espejo de plata. Parecía puesto a propósito por los antiguos dioses para poder contemplarse desde el cielo. Frondosos árboles llegaban prácticamente hasta su orilla y un pequeño embarcadero de madera pronto se convirtió en uno de mis lugares favoritos para meditar. Desde allí tenía una perfecta vista de todo el lago, incluidas las ruinas de un antiguo castillo que se erigían en la orilla opuesta. Me sentía muy cómoda en este lugar y esperaba poderlo llamar pronto mi hogar puesto que mi propósito era permanecer aquí por un tiempo indefinido. Si lograba encajar bien entre esta gente y ser razonablemente feliz tal vez podría establecerme con ellos, apartada del resto del mundo.
La acogida que me brindaron los miembros del Clan del Trueno fue excelente, se habían esforzado mucho porque me sintiera a gusto e integrada en su hogar desde el principio, lo que era una muestra evidente de la gentileza y generosidad de este pueblo. Habían transcurrido sólo un par de semanas desde mi llegada, pero todo era nuevo para mí y parecía que el tiempo transcurría más deprisa aquí.
El viaje desde los Estados Unidos había sido largo y extenuante. Nuestro jet tuvo que hacer escala en Irlanda, porque era el destino de Marcus y de sus hombres. Marcus tenía bajo su responsabilidad el traslado de los prisioneros oscuros a la isla de Mann y después había previsto permanecer un par de semanas en el asentamiento del Clan de los Lobos para asegurarse de que todo estaba en orden antes de volver a Portland. Cuando me despedí de él resurgió mi dolor porque Marcus representaba mi último enlace con Cayden y en cuanto se marchara perdería esa conexión, por efímera que fuera. Él advirtió cuán desolada estaba en nuestra despedida y trató de infundirme ánimo, deseándome mucha felicidad en esta nueva etapa de mi vida y se lo agradecí sinceramente, se había portado muy bien conmigo desde que le conocí, como si yo fuera parte de su familia y por supuesto él también lo era para mí.
Nuestra siguiente escala fue en Glasgow y desde allí nos trasladamos en jeeps hasta el pequeño pueblo escocés que era el punto de partida para alcanzar nuestro destino final, el asentamiento de nuestro clan. Era un día frío de noviembre, pero tratándose de Escocia podíamos darnos por satisfechos de que no estuviera lloviendo a cántaros.
El camino hasta el poblado a través del bosque terminó por alentar mi espíritu y aguanté con entereza esta última etapa de mi viaje, a pesar de que mi cuerpo aún se resentía de las lesiones que había sufrido a manos de Darío. Lance, advirtiéndolo, no se separó de mí en ningún momento a la vez que me iba poniendo al día de las maravillas del lugar con su habitual desparpajo. Él sabía que mi ánimo estaba por los suelos tras dejar atrás a Cayden, pero no permitió que decayera, se esforzó por mantenerme entretenida, con mi mente ocupada en todas las novedades que se me presentaban ante los ojos.
Cuando nos adentramos en el poblado el sonido melancólico de una gaita consiguió ponerme la piel de gallina. Lance me explicó que esa melodía pertenecía a una antigua canción celta con la que se despedía a los hombres que habían caído en la batalla. Nuestros hombres transportaban de vuelta al hogar las urnas de cerámica con las cenizas de los cuatro fallecidos en la batalla contra el Clan de la Oscuridad y comprendí que nos esperaban para celebrar el funeral. Flynn, como cabecilla del clan, se puso al frente de nuestra comitiva nada más entrar en la aldea y los demás le seguimos en silencio.
La pequeña aldea estaba formada por cabañas dispersas construidas con madera, piedra y cuyos techos eran de pizarra. Las había de distintos tamaños, como pude observar a medida que las dejábamos atrás. Para mi sorpresa nadie salió a recibirnos, podría decirse que la aldea estaba deshabitada salvo por el sonido de la gaita, al que de pronto se unió la dulce voz de una mujer que cantaba con melancolía en lo que supuse sería celta antiguo.
Flynn no se detuvo hasta llegar a un amplio claro en forma circular cuyo suelo estaba empedrado con losetas de diferentes tonalidades que dibujaban una espiral. Allí era donde nos esperaban los habitantes de este lugar: ancianos, adultos, jóvenes y niños, todos ellos estaban expectantes ante nuestra llegada. En el centro del círculo un grupo de ancianos dio la bienvenida a nuestra comitiva. Flynn les saludó uno a uno, tomando sus manos e inclinando su cabeza ante ellos, por lo que deduje que tenían que ser miembros importantes del clan, posiblemente los representantes de la Asamblea. Lance así me lo confirmó, me contó que eran los más sabios y ancianos del lugar y que por lo tanto se les debía un gran respeto, de modo que imitando a mis amigos, me acerqué y me incliné ante ellos. Me observaron con detenimiento y comprobé con asombro que sus ojos eran de un tono gris azulado, como difuminado por la edad y resultaban tan vehementes que consiguieron que me sintiera intimidada.
Nuestros hombres depositaron las cuatro urnas de cerámica en el círculo sagrado y después se mezclaron con el resto de los habitantes, reconfortados por reunirse al fin con sus familias. La música cesó unos instantes y los recién llegados aprovecharon el momento para abrazarse con sus seres queridos, felices por el rencuentro. Cuando la gaita comenzó a sonar de nuevo, lastimera y mágica, se hizo el silencio en el lugar, pero pronto los lloros y lamentos de algunas personas lo acompañaron y comprendí que tras la felicidad de rencontrarse con los vivos, sobrevenía el dolor de despedir a aquellos que desgraciadamente no habían podido regresar...
Sentí una conexión profunda con esa gente que lloraba a sus seres queridos, mi corazón se sobrecogió por el sufrimiento que se respiraba en el ambiente y me sentí culpable porque esos hombres habían muerto por salvarme a mí. No podía resistirme a ver a niños y mujeres llorar y las lágrimas comenzaron a resbalar también por mis mejillas. Quizás me había equivocado viniendo aquí, ¿cómo iba a poder vivir en un sitio donde vería cada día a aquellos a los que había hecho infelices?
–Bec, tienes que ser fuerte, ellos esperan que lo seas –me susurró Lance.
–Todo ha sido por mi culpa –admití.
–No, eso no es cierto. Estos hombres han sido leales y valientes a su clan y gracias a eso hemos conseguido derrotar de nuevo a los oscuros, evitando que ataquen en un futuro a nuestros poblados. Eso es lo que sus seres queridos necesitan oír, no quieren lamentos ni disculpas, quieren saber que la muerte de los suyos ha merecido la pena porque han contribuido a un gran fin –me dijo.
Asentí, comprendiendo. De pronto la música cesó y en ese instante todas las miradas se centraron en mí, haciéndome sentir intimidada.
–Vamos, preséntate ante la aldea y despide a tus hombres –me apremió Lance.
Le miré angustiada, pero él me devolvió la mirada confiado y, rodeándome con su brazo, me acompañó hasta el centro del círculo. Nos detuvimos allí y empecé a recorrer los rostros que había frente a mí, en primer lugar el de los ancianos que estaban a mi lado y a continuación el del resto de habitantes del lugar. Esta gente sería mi nueva familia, como lo habían sido antes de mi padre y comprendí que deseaba que me aceptaran.
–Ésta es Rebecca Dillen, la hija y sucesora de Aidan –me presentó Flynn.
Todos bajaron ligeramente sus cabezas en señal de respeto y les devolví el gesto con timidez. De pronto sentí que alguien me ponía algo sobre los hombros y observé que se trataba de una capa marrón de un material suave y pesado. Agradecí su contacto en esa tarde tan fría y me rodeé con ella, apreciando su calidez. Cuando Flynn me susurró que debía ser yo quien oficiara el funeral, inspiré con fuerza y supe que podría hacerlo.
Aún no sabía cómo ese día me las había arreglado para despedir a nuestros muertos, preparándoles con buenos augurios su camino a otra vida mejor, pero lo hice. Cuando les dimos sepultura a los pies de unos enormes robles, símbolos de la vida eterna para nuestro pueblo, una niñita de pelo rojo y rizado se acercó y me preguntó que por qué metíamos ahí a su papa. No pude contener las lágrimas y la tomé entre mis brazos, asegurándole que algún día volvería a ver a su papá, pero que mientras tanto tendría que esforzarse por ser muy feliz para que cuando él la mirara desde donde estuviera se sintiera también feliz. Desde ese día la pequeña Marian se había convertido en mi sombra y yo la adoraba.
Había pensado que me alojarían con Flynn y su familia, pero para mi sorpresa me ofrecieron una cabaña para mí sola, la misma que había pertenecido a mi padre hacía años. Estaba un poco más apartada del núcleo del poblado que el resto, pero tenía un plus respecto a las demás y era que tenía vistas al lago. Me instalé allí nada más llegar, entusiasmada y a la vez asustada por mi súbita independencia. La cabaña era sumamente acogedora, contaba con un saloncito con cocina y chimenea de piedra y una amplia habitación, pero aunque estaba agotada tras el largo viaje, mi primera noche allí fue terrible. En cuanto cerré los ojos Darío invadió mis sueños, que se convirtieron en terribles pesadillas en las que revivía lo ocurrido en ese sótano. Le sentía aún en mi cabeza, tratando de dominarme y luchaba de nuevo para resistirme a él.
Noche tras noche sufría el mismo calvario, las pesadillas no me abandonaban. Traté de no dormir, pero entonces mis pensamientos eran sólo para Cayden y me moría de nostalgia y desamor. Las noches se convirtieron en un infierno para mí, pero al menos durante el día era fácil olvidar todo porque tenía muchas otras ocupaciones. En primer lugar me propuse conocer a cada una de las familias a fondo y pasé tiempo con todos ellos, sobre todo con los ancianos, que siempre estaban dispuestos a contarme historias legendarias y a transmitirme nuestras tradiciones. También comencé a asistir con rigor a mis entrenamientos con Flynn y me apuntaba a todos los torneos y actividades organizadas por los jóvenes del poblado. Mi forma física mejoró en pocas semanas y por supuesto también el dominio de mi magia. Pero no sólo me dedicaba a mí misma, también reservaba un rato cada día para jugar con los niños del poblado por muy ocupada que estuviera porque no sabía decirle que no a Marian.
Manteniéndome tan ocupada por el día todo iba más o menos bien, pero las noches se me hacían largas y dolorosas. En cuanto cerraba los ojos, extenuada por el cansancio, él acudía a mi mente y el sufrimiento volvía. A veces no conseguía conciliar el sueño en toda la noche y entonces no podía dejar de pensar en Cayden. A pesar de la nostalgia no podía evitar pensar en él porque le seguía amando. En las ocasiones en las que me dormía pensando en él, soñaba con él, pero Darío siempre acababa apareciendo para destruir mi paz. Cuando ya no podía soportar más el dolor, me levantaba, por muy temprano que fuera y me iba al lago a esperar el amanecer. Al cabo de mis dos primeras semanas allí había visto más veces amanecer que en toda mi vida y padecía un severo caso de insomnio.
Una fría mañana de Diciembre contemplaba las escasas ruinas que quedaban aún en pie del viejo castillo medieval preguntándome si mi padre lo habría visto lucir en todo su esplendor, cuando Lance apareció como salido de la nada y se sentó a mi lado. No dijo nada, pero no era necesario, habíamos llegado a un punto en que nos conocíamos tan bien que con mirarnos sabíamos lo que pasaba por nuestras mentes.
–No puedes seguir así, princesa –murmuró, mirando al cielo.
–Lo sé, pero no es algo que pueda controlar –admití con sinceridad.
–Deberíamos contárselo a la Asamblea, quizás puedan ayudarte –me propuso.
–No, no quiero que nadie descubra esto, Lance. Sufro las secuelas de ese maldito ritual y no quiero que se sepa que he sido marcada por los oscuros. Tendré que superar mi trauma o lo que quiera que me ata a Darío y derrotarlo yo misma. Tarde o temprano conseguiré expulsarlo de mi cabeza, pero eso es algo que tengo que hacer yo sola y sé que puedo hacerlo, es sólo cuestión de tiempo –le expliqué.
–Está bien, como quieras –dijo él.
Permanecimos en silencio unos minutos viendo cómo la luz de la mañana despuntaba en el horizonte aunque el cielo no estaba lo suficientemente despejado como para ver el sol.
–Hagamos una apuesta –dijo Lance de pronto, poniéndose en pie.
–¿Una apuesta?, ¿qué apuesta? –me sorprendí.
–El primero que llegue a nado al castillo puede pedirle al otro lo que quiera y el perdedor tendrá que obedecer –me propuso.
–¿Bromeas? Está helando y el agua tiene que estar congelada, no podemos meternos en el lago –dije.
Lance comenzó a quitarse la ropa ante mi atónita mirada.
–No pensarás en serio meterte en el agua, ¿verdad? –le pregunté alarmada.
Me arrojó su jersey con una sonrisa torcida y comenzó a desabrocharse los botones de los vaqueros. Con sólo ver su torso desnudo sentí escalofríos.
–Justamente es lo que pienso hacer –me aseguró–. ¿Es posible que no te atrevas a seguirme? Pensé que tenías más arrojo, princesa –me provocó.
–Lance, no seas bobo, si te metes ahí morirás de hipotermia –dije, poniéndome en pie también.
Me intenté acercar a él para detenerlo, pero me arrojó al vuelo sus vaqueros y se adentró en el agua antes de que pudiera reaccionar.
–Te veo en la otra orilla –me retó, guiñándome un ojo antes de tirarse al agua en plancha.
Comenzó a nadar y pronto desapareció de mi vista. No sabía exactamente la longitud que tendría el lago, quizás trescientos o cuatrocientos metros, pero estaba convencida de que Lance sufriría un colapso o algo parecido antes de llegar a la orilla opuesta y yo no iba a permitir que eso ocurriera. Sin ser consciente de hacerlo comencé a desnudarme hasta quedarme en ropa interior y avancé rauda hacia la orilla. El agua helada me cortó la circulación en cuanto introduje mis pies, haciendo que mis piernas dolieran en extremo, pero eso no me detuvo, la sensación de dolor físico era más soportable que el dolor de mi alma, de modo que no me detuve. No veía a Lance y me angustié, así que me apresuré y me lancé al agua y comencé a nadar tras él. El frío se me metía en los huesos y me entumecía las articulaciones, pero esa sensación extrema resultó muy estimulante y me esforcé más y más y cuando me di cuenta, casi divisaba la otra orilla del lago. Mi corazón bombeaba sangre a toda velocidad y mi cuerpo comenzó a irradiar calor para protegerse y supe que podía conseguirlo y además, ¡quería hacerlo! Pronto hice pie y salí empapada a la orilla opuesta. Lance estaba de pie sobre una de las rocas de la derruida muralla, proclamándose vencedor. Me ofrecía una visión bastante entretenida, estaba completamente empapado y vestido sólo con su bóxer mientras levantaba sus brazos en señal de victoria y no pude evitar sonreír.
–¿Qué tal te ha ido ahí atrás?, ¿te he calentado el agua a mi paso? –bromeó.
–¡Ha sido genial! –dije sin poder contenerme.
–Me alegra saberlo, pero te recuerdo que has perdido y que yo he ganado –se jactó.
–¿Qué tal si me das la revancha? –le reté.
–Hecho –dijo, bajando de nuevo hacia la orilla.
–A la de tres –dije.
–Tres –gritó antes de lanzarse en plancha de nuevo al agua.
–¡Tramposo! –le acusé saliendo en post suya.
Evidentemente me ganó de nuevo, pero no me importó, el ejercicio físico, el frío y el subidón de adrenalina habían merecido la pena. Nos secamos rápidamente, generando corrientes cálidas en torno a nosotros y volvimos al poblado a tomar un buen desayuno.
–Ya sé lo que quiero –dijo Lance de pronto, interrumpiendo su desayuno.
–¿A qué te refieres? –le pregunté intrigada.
–He ganado yo, mando yo –me recordó.
–Has hecho trampas –le recordé a su vez, lanzándole una miga de pan que atrapó con habilidad.
–No más que de costumbre, de modo que sigo siendo el vencedor –se jactó.
–Y ¿qué es lo que quieres exactamente? –le pregunté, temiéndome su respuesta.
–Esta noche saldremos por la ciudad y arrasaremos. Lo que te hace falta es dejar toda esta tranquilidad a un lado y pasarlo bien de verdad –dijo.
–¿Estás hablando de mí o de ti? –insinué, arqueando una ceja.
–De mí, pero tú me acompañarás, hemos hecho un trato… –dijo.
Le miré con cara de malas pulgas.
–Te pondrás hasta arriba de cerveza y tendré que traerte a rastras de vuelta a casa, no es un plan muy tentador –me quejé.
–Te equivocas, hoy haremos lo que te apetezca a ti, ¡es tu noche, princesa! –me dijo.
Le miré con escepticismo y él me rodeó con su brazo y me atrajo hacia sí para revolverme el pelo con su mano.
–¡Vamos!, concédeme el beneficio de la duda. ¿Qué tienes que perder? ¡No ibas a poder dormir de todos modos! –dijo.
–¿Sabes qué?, ahí te tengo que dar la razón –admití con una sonrisa.
No se podía acceder en coche hasta el poblado debido al accidentado terreno boscoso que lo rodeaba y precisamente su inaccesibilidad lo hacía aún más bucólico. En caso de necesitar retornar a la civilización teníamos los inconvenientes de tener que recorrer unas cuantas millas bosque a través hasta el pueblo más cercano. Lance tenía un coche en el garaje de uno de sus amigos, que se había independizado y vivía en el pueblo. Algunos de los jóvenes acababan por largarse, primero dejaban el poblado para estudiar en la universidad y después irremediablemente querían llevar una vida humana y apartarse de la magia. Afortunadamente los casos eran mínimos, pero me preocupaba, era difícil retener a los jóvenes en el poblado cuando había que competir con los encantos de la vida en la ciudad.
El amigo de Lance, Patrick, se unió a nosotros sin que le invitáramos, trayéndose con él a su novia, una pelirroja que no paraba de hablar. Durante el trayecto de ida a Glasgow la chica no paró de preguntarme cosas acerca de mi vida, mi papel como druida y mis compañeros de la Tríada, a lo que me limité a responder con monosílabos hasta que perdió su interés y se puso a charlar con su novio. Por suerte iba sentada en el asiento del copiloto, junto a Lance y subí la música sin pedir permiso para no tener que aguantar la conversación, pero entonces empezaron a hacerse carantoñas y fue aún peor.
Nos dirigimos al centro de la ciudad, a uno de los clubes emblemáticos de Glasgow, The Arches, del que había oído hablar y siempre había deseado conocer y como era mi noche prevaleció mi voluntad. El sitio estaba muy concurrido, pero el ambiente era genial y decidimos quedarnos un rato. La arquitectura del local era impresionante, una mezcla de arte y vanguardia que hacía que el club fuera de los lugares más chics del país. Los amigos de Lance desaparecieron durante un rato dejándonos por fin a solas.
–Lo siento, Patrick era un tipo enrollado hasta que se echó novia… Ella es…, bueno, no tengo palabras –dijo Lance, abochornado.
–Ya las tiene ella por todos nosotros –bromeé.
Lance soltó una carcajada y me cogió de la mano, tirando de mí hacia la pista de baile. El DJ que pinchaba esa noche era muy bueno o por lo menos a mí me lo parecía y me dejé llevar por la música, bailando despreocupadamente como hacía tiempo que no hacía. Mi amigo estuvo pendiente de mí todo el tiempo, bailando conmigo, yendo a por refrescos cuando tenía sed y apartándose a un lado cuando algún chico intentaba flirtear conmigo pensando que me hacía un favor, lo cual no era el caso, no estaba interesada en conocer a nadie. Se mantuvo fiel a su palabra, de modo que no bebió ni se escabulló por ahí con ninguna chica como había imaginado que haría y supe que se estaba esforzando para que yo lo pasara bien y realmente lo consiguió.
En el camino de regreso ignoramos deliberadamente a los tortolitos que iban detrás dándose el lote y discutimos entusiasmados sobre cuál sería el mejor destino de nuestra próxima escapada. Cuando llegamos al pueblo eran casi las cuatro de la mañana y celebré poder deshacernos por fin de los pesados de Patrick y su novia. Lance y yo nos cambiamos en el garaje la ropa que nos habíamos puesto para nuestra escapada por ropa más cómoda y nos dirigimos de vuelta a casa.
–¿Volvemos ya o nos tomamos antes una cerveza? –me sugirió Lance antes de abandonar el pueblo.
Me di cuenta de que era la primera noche desde mi llegada en la que no había sentido esa angustia deseando que llegara el alba, de modo que me agarré del brazo de Lance y nos dirigimos al pub del pueblo, que asombrosamente estaba abierto y bastante concurrido a esas horas de la madrugada. Si hasta ese momento habíamos sido bastante comedidos, en el pub acabamos por perder el control. Todo empezó porque el dueño del local, un tío muy simpático con un acento tan marcado que Lance tenía que traducirme todo lo que decía, se empeñó en que probásemos su whisky artesanal alardeando de que era el mejor del país. Ni siquiera sabía que yo no era mayor de edad, pero conocía a Lance y supuso que si íbamos juntos lo sería, pues ni siquiera se molestó en pedirme la identificación. Yo no bebía nunca, pero el hombre insistió tanto que por no ser descortés acepté un chupito y lo probé. El líquido ambarino me abrasó la garganta a su paso, pero por educación le dije que me parecía el mejor que había probado nunca, cosa que no era mentira porque era el único que había tomado en toda mi vida. El problema fue que mi comentario desató una discusión acalorada entre los otros clientes, que defendían que había destilerías mejores en el país. Cuando salimos del pub casi al alba no recordaba cuántos chupitos de whisky me había tomado. Lance parecía más sereno que yo, pero ambos teníamos esa risa tonta tan típica de los borrachos. Nos costó más de la cuenta volver al poblado, íbamos tropezando una vez tras otra con los troncos caídos y los desniveles del camino y esto nos hacía reírnos sin sentido y ralentizaba nuestro avance. Era la primera vez que me emborrachaba y supe que aunque en ese momento me resultaba muy divertido todo, más tarde lo lamentaría…
Los alrededores del poblado estaban hechizados para disuadir a los posibles intrusos de acceder al lugar. Había aprendido a hacer esos hechizos disuasorios en los últimos días y sabía que de vez en cuando había que renovarlos, marcando los árboles de la zona con runas para que fueran efectivos. Aun así también había vigilantes que hacían turnos para garantizar que nuestra aldea no fuera descubierta. Esa mañana hacíamos más ruido del habitual y los vigilantes salieron a nuestro encuentro, pero al ver el estado en el que estábamos nos dieron vía libre, advirtiéndonos que evitáramos pasar por la casa del Consejo porque Flynn merodeaba por allí. Nos escabullimos bordeando el poblado hasta llegar a mi cabaña.
–¡Que duermas bien! –me deseó Lance despidiéndose.
–¿Cómo que duermas bien? No vamos a dormir, te reto a atravesar el lago, ¡quiero la revancha! –manifesté.
–¿Ahora? –preguntó perplejo.
–Por supuesto, estás borracho, estoy segura de que en estas condiciones podré ganarte –le dije.
–Por si no te has dado cuenta tú también estás borracha, en este estado no tienes nada que hacer contra mí –me provocó.
–Ya lo veremos– dije y salí corriendo hacia el lago.
Nadamos ebrios y el agua helada terminó por espabilarnos y despejar nuestra cabeza. La experiencia me resultó de nuevo electrizante aunque me dejó más exhausta de lo que imaginaba. Lance me venció de nuevo con bastante ventaja, pero en lugar de desanimarme y abandonar, supe que no me rendiría hasta que consiguiera vencerle. Una vez en la orilla, mientras nos secábamos, Lance se me quedó mirando con atención y me hizo sentir un poco incómoda.
–¿Qué pasa? –le pregunté al fin.
–Cuando estoy contigo es como si estuviera con mi mejor amigo, pero ¡eres una chica! y además estás buena, de modo que estoy un tanto confuso –dijo sin tapujos.
–No te sigo –dije preocupada.
–Las chicas son una de mis distracciones favoritas, pero nunca he tenido una relación seria con ninguna de ellas, sólo busco pasar un buen rato… Sin embargo contigo es diferente, ni siquiera te veo como a una chica, ni como a una hermana, pero sé que me une a ti un fuerte vínculo y que no tiene nada que ver con la tensión sexual ni ninguna de esas chorradas que dirían los psicólogos –me explicó serio.
–Lo sé, yo también siento algo parecido, eres mi mejor amigo y confío plenamente en ti. De hecho hay cosas que sólo puedo compartir contigo… y te aseguro que yo tampoco he sentido nada romántico por ti –dije para tranquilizarle.
–Bien, una vez aclarado el tema será mejor dejar de hablar de sentimientos, esto es algo bastante incómodo para un tío –dijo, poniendo cara de disgusto.
–No lo es, es importante para la salud emocional y por cierto en ese sentido me tienes preocupada, Lance. ¿En serio que nunca has perdido la cabeza por una chica? –le pregunté intrigada.
–Eso no va conmigo, Bec –dijo sonriendo.
–¿Por qué no? –quise saber, sorprendida por su afirmación.
–Por muchas razones y todas ellas de gran peso, como que no podría conformarme sólo con una chica y ése suele ser el requisito número uno que las chicas ponéis a una relación o porque no quiero ataduras de ningún tipo, ¡amo mi libertad! o especialmente porque cuando veo los efectos secundarios que provoca el amor en las personas, me doy cuenta de que no merece la pena probar la experiencia –dijo, señalándome con su dedo como si yo fuera una evidencia de ello.
–Eso es porque no has conocido a la persona adecuada –le dije, sonriendo.
–Lo mejor de no estar atado a nadie es que te permite estar con muchas chicas y eso amplía bastante la experiencia en este terreno y te aseguro que a medida que me hago más experto, más reacio soy a enamorarme –afirmó, muy convencido de lo que decía.
–Lance, uno no elige enamorarse, sólo sucede sin más… Es cierto que las probabilidades de que dos personas que se encuentran se sientan atraídas la una por la otra son bajas, pero cuando sucede es algo mágico y maravilloso y no deberías cerrarte a ello –le aconsejé.
–¿Y me lo dices tú? Creo que lo del amor no te ha ido nada bien por el momento, pero si obviamos esa mala experiencia que no tendría que volver a repetirse por tema de probabilidades, como dices tú, y te dejaras llevar por tus propios consejos, tendrías que tener una actitud más abierta a nuevas oportunidades, ¿no crees? Los tíos del clan beben los vientos por ti, pero les has dejado bien claro que no tienen ninguna oportunidad contigo y me parece que eso es actuar contrariamente a lo que predicas, princesa –me sermoneó.
–De acuerdo, me he hartado de esta conversación. ¿No estabas cansado?, pues creo que ya puedes ir a dormir tu borrachera –le dije, malhumorada.
–¡Ah, no! He ganado la apuesta y me parece que sé cuál será mi capricho de hoy. Tu piel pálida necesita un adorno, de modo que vamos a ir a hacernos un tatuaje ahora mismo –dijo de pronto.
–No, ni se te ocurra pensar en tatuarme algo –protesté.
–Lo siento, ya está decidido y sé en qué lugar quiero que te lo hagas. ¡Quedará perfecto! –añadió sonriendo.
Y así fue cómo conseguí mi primer tatuaje, el bonito emblema del Clan del Trueno grabado para siempre en el lado derecho de mi vientre, sobre la línea del biquini, un lugar que afortunadamente era fácil de esconder.