CAPÍTULO V
La víspera del equinoccio los jóvenes del poblado solían encender una hoguera al anochecer y beber hidromiel en preludio al festejo del día siguiente. Al anochecer nos reunimos con ellos junto a las ruinas del viejo castillo. El cielo estaba muy hermoso esa noche, pues una enorme luna lo iluminaba y empecé a sospechar de dónde venía la expresión celta acerca del cielo desplomándose sobre nuestras cabezas. En esta época del año la Luna estaba en uno de los puntos de su órbita más cercanos a la Tierra y efectivamente se veía tan próxima que parecía que se iba a precipitar sobre nosotros en cualquier momento. Todo dicho tenía su razón de ser y los celtas amábamos los dichos.
Yo no era muy aficionada al hidromiel, de modo que busqué una cómoda roca donde sentarme y me puse a contemplar el firmamento, cuajado de estrellas. Seguí por el rabillo del ojo a Cayden. Saludó cortésmente a los distintos grupos de jóvenes que se divertían en los alrededores de la hoguera y pude comprobar que despertaba bastante admiración a su paso, especialmente entre el sexo femenino, pero eso era algo de esperar, él era muy guapo. Parecía integrarse bastante bien en el grupo y me sorprendió, siempre había tenido un carácter esquivo y solitario, quizás había evolucionado en este sentido en estos meses.
Preferí mantenerme apartada del resto, no quería que se sintieran cohibidos por mi presencia. Mi relación con los otros jóvenes era bastante cordial, pero sabía que nunca podría llegar a ser una relación de igual a igual y no porque yo no quisiera que fuera así, sino porque ellos me consideraban ante todo su druida y mi papel les intimidaba y por lo tanto no se permitían demasiadas confianzas conmigo. Me pasaba algo similar con los adultos de la aldea, todos me trataban con respeto y obediencia, lo que me chocaba puesto que yo era sólo una adolescente que ni siquiera había crecido entre ellos, pero así estaban las cosas. Al principio creí que con el tiempo se habituarían a mí y me verían como a una joven más, pero con el tiempo terminé por comprender que eso no ocurriría jamás. Ellos nunca cambiarían la percepción que tenían de mí, de modo que era yo la que tenía que asumir mi papel y estar en mi lugar. Por lo tanto después de los primeros errores, entre los que recordaba la borrachera en el lago, había comprendido cómo debía de comportarme ante el clan. Las únicas personas que me conocían de veras, a excepción de la familia de Flynn, eran los niños porque por el momento no se sentían intimidados por mi persona. Ésa era la razón por la que aunque frecuentaba todas las fiestas que preparaban los jóvenes, me hacía pronto a un lado para no amedrentarles y así darles la oportunidad de que pudieran pasarlo bien. Eso sí, también vigilaba que no bebieran demasiado ni hicieran gamberradas, aunque mi asistencia solía bastar para que cumplieran las reglas sin tener que recordárselo, de modo que los adultos estaban tranquilos sabiendo que yo estaba allí.
Cayden me buscó unos instantes entre la gente y cuando me localizó, se acercó a ofrecerme un vaso de hidromiel.
–No, gracias, no tolero bien el alcohol –admití.
–Bien, así tendré más para mí –dijo sonriendo–. ¿No te unes a la fiesta?–.
–Intento no cohibirlos demasiado –le expliqué–. Ponte en su lugar ¿tú te irías de copas con el jefe?–.
–Entiendo –dijo apreciativamente–. Con la particularidad de que si mi jefe fuera como tú, por supuesto que lo haría –admitió con una sonrisa.
–Eso sólo lo dices porque tú y yo ahora tenemos el mismo papel aquí, druidas frikis corta-rollos –bromeé–. Quizás tú puedas tener alguna oportunidad con las chicas, no paran de cuchichear sobre ti, pero en mi caso todo está perdido –dije, sonriendo.
–Eso no es cierto, Bec –intervino Lance, que se había acercado a nosotros silenciosamente–. Todos los chicos de la aldea están locos por ti, pero no se atreven a proponerte nada porque temen las represalias si te molestan sus atenciones. Si no fueras tan brusca no les intimidarías tanto–.
–No soy brusca –le contradije, molesta por su interrupción.
–Has hecho morder el polvo a la mayoría de estos chicos en los combates de espada, a lo que se añade que te has proclamado campeona en el último torneo de arco y por si no lo recuerdas bien, hace un mes le partiste un brazo al hermano de Patrick, el tío más fuerte de la aldea, en una lucha cuerpo a cuerpo –enumeró Lance, haciéndome sentir violenta frente a Cayden.
–No lo hice a propósito, le di una oportunidad para que se rindiera y me dijo que nunca lo haría ante una chica. ¡Tenía que hacerle tragarse sus palabras! –me defendí.
–¿Quién eres tú y que has hecho con Rebecca? –bromeó Cayden.
–Siempre ha sido así de bruta, lo que ocurre es que su aspecto es el de una princesa de cuento –puntualizó Lance.
–¿No te habías propuesto emborracharte esta noche? Pues hazlo ya y deja de criticarme. A partir de la fiesta del equinoccio se acabó la bebida, estaremos en misión –susurré, quisquillosa.
–¿Lo ves? Eres una estirada, si te relajaras un poco disfrutarías más de la vida –me dijo.
Le miré frunciendo el entrecejo y captó que se estaba extralimitando, de modo que levantó las manos en señal de rendición y se alejó de allí tan silenciosamente como había venido.
–¿Puedo sentarme contigo? –me preguntó Cayden cuando estuvimos a solas.
–Por supuesto, siempre hay sitio libre en el lado de los frikis –bromeé.
–Sabes bien que nunca he sido muy sociable, aquí estaré a mis anchas –respondió, guiñándome un ojo–. Él cuida bien de ti, ¿verdad?–.
–¿Te refieres a Lance? Sí, sí que lo hace. Bueno, en realidad cuidamos el uno del otro, él recoge mis pedazos cuando estoy baja de moral y yo recojo los suyos cuando se excede con la bebida –admití–. Es mi mejor amigo–.
–Me recuerda a mis buenos tiempos con Ethan –se lamentó.
–Volverán –le aseguré, rozando el dorso de su mano con las puntas de mis dedos y sintiendo calambres en mis propias falanges al rozar su piel.
–No sé si eso será posible –respondió cabizbajo.
–No hay nada imposible, en realidad todo depende de lo mucho que luches por ello –le aseguré, mirándole directamente a los ojos –. El límite es el cielo–.
Cayden se quedó por un momento absorto con mis palabras. Sus labios temblaron, ligeramente abiertos y sus ojos brillaron como las estrellas del firmamento. Su sola presencia junto a mí hacía que todo mi ser vibrara, lleno de energía, y hacía que me sintiera extrañamente feliz sin ningún motivo aparente.
–Rebecca, cuando estoy contigo creo que todo es posible –murmuró, acercándose más a mí.
Su mano ascendió lentamente hasta tocar mi rostro y sus dedos recorrieron mi mejilla, acariciándola con suavidad. Mi corazón se lanzó en un sprint y supe que me estaba adentrando en arenas movedizas de las que me sería muy difícil salir.
De pronto se oyó un silbido que los demás jóvenes acogieron con entusiasmo y que rompió la magia del momento. Cayden me miró confuso y cuando levanté la vista, mis ojos se entrelazaron con los de Lance y supe que había sido él quien había provocado el inicio del baile para salvarme de la situación.
–Ven, esto es digno de ver –le propuse, tirando de su mano y llevándolo conmigo junto a la hoguera –. Van a bailar la danza de la primavera, así la aprenderás para mañana–.
Busqué a Lance con la mirada y le di las gracias moviendo los labios. Él me guiñó un ojo mientras despejaba la zona para que los jóvenes pudieran danzar y en unos instantes comenzó una alegre música y las parejas bailaron alrededor de la hoguera hasta bien entrada la noche.
No podía dormir, era víctima de una multitud de sensaciones contradictorias que intentaban apoderarse a la vez de mí. Pensar que Cayden estaba en mi salón, durmiendo en mi sencillo sofá, fue motivo más que suficiente para que mi habitual insomnio hiciera acto de presencia con intención de quedarse. Recordé todas las noches que había pasado despierta pensando en él, al principio presa de dolor por haberlo perdido y después resignada a no poder recuperarlo jamás, hasta que con el transcurso de los meses la herida de mi corazón comenzó a cicatrizar, aunque nunca acabó de hacerlo del todo. Después de asumir su pérdida, pasé por un período en el que recordaba con nostalgia lo que había existido entre nosotros y me preguntaba si él también pensaría alguna vez en mí. Estos habían sido mis pensamientos cuando nos separaban miles de kilómetros de distancia, pero ahora que sólo nos separaban unos metros me sentía también desolada, como si estuviéramos a años luz el uno del otro. Después de haber pasado todo el día junto a él, ansiaba salvar la distancia que nos separaba y volver a sentirle cerca otra vez. Al descubrir hasta qué punto mi resolución de olvidarlo se había echado por tierra, me enfadé conmigo misma por mi debilidad y me puse a dar vueltas en la cama, cabreada y confusa a la vez.
Sin embargo antes del amanecer debí quedarme dormida porque pronto volvió mi más temible pesadilla. Estaba de pie, a la derecha de Darío, contemplando la desolación que la Oscuridad había sembrado en el planeta. Con mi ayuda había conseguido convertir a los hombres en sus esclavos e instaurar un reino de terror. Lo peor era saber que nada de eso habría ocurrido si me hubiera negado a ayudarlo, pero no podía volver atrás, había tomado mi decisión y ahora tenía que acarrear las consecuencias y permanecer a su lado por toda la eternidad. Sólo lograba soportarlo porque sabía que con mi elección al menos él seguía con vida. Lo había hecho todo por él, Darío bien sabía que era el modo más efectivo de chantajearme, pero me sentía terriblemente mal conmigo misma, había vendido a la humanidad y a la Tríada sólo por él y ahora ¿quién me aseguraba que Darío había cumplido su promesa y que él aún vivía?
Y entonces le vi. Venía hacia nosotros, encadenado y flanqueado por guerreros oscuros. Darío le había hecho traer ante mí sólo para hacerme sufrir. Nuestros ojos se entrelazaron y descubrí que él me miraba con odio y con resentimiento. Nunca me perdonaría que le eligiera a él, pero yo no había podido hacerlo de otro modo. Le amaba, nunca dejé de hacerlo y no podía concebir perderlo, antes prefería cualquier cosa, incluso que un tirano como Darío esclavizara nuestro planeta, ¿por qué no podía entenderlo? No podía soportar su mirada fría y acusadora, eso dolía más que cualquier otro castigo. Darío estalló en una carcajada, satisfecho al comprobar que por fin me había despojado de todo lo que me importaba, incluso del cariño de Cayden. Grité con fuerza, presa de dolor, sabiendo que ahora vendría la peor parte, el temor más oscuro que guardaba en mi mente y que cada noche me perseguía. Tenía que despertar, no quería verlo de nuevo, tenía que abrir los ojos y abandonar ese terrible sueño.
Y entonces alguien me sacudió y me incorporé angustiada, respirando agitadamente aún con la terrible imagen de Darío frente a mis ojos, llenos de lágrimas.
–Becca, ¿qué te ocurre?, ¿por qué gritas así? –dijo Cayden a mi lado.
¡No!, él me había oído. Creí que podría estar toda la noche en vela y evitar mis pesadillas durante su estancia, pero había sucumbido al sueño y él me había descubierto. Intenté serenarme y me limpié los ojos rápidamente con mis manos. Cayden estaba sentado en mi cama, mirándome con una expresión de preocupación.
–Estoy bien, sólo ha sido una pesadilla –dije, quitándole importancia y saliendo de la cama atropelladamente.
–¡Por los dioses, Rebecca! Me has dado un susto de muerte. Has pronunciado a gritos mi nombre y pensé que te ocurría algo –dijo, suspicaz–. ¿De qué iba esa pesadilla?–.
Deambulé por la habitación en camisón, buscando mi ropa en la oscuridad. Aún no había amanecido, pero no faltaba demasiado para que lo hiciera. No podía permanecer por más tiempo junto a Cayden, tenía que salir de la cabaña. En el estado en el que me encontraba no podía mantener una conversación con él, descubriría que no estaba bien, que había algo que iba realmente mal en mí y no quería que lo supiera, éste era un asunto sólo mío.
–Tengo que salir, me esperan –le dije, avanzando con mi ropa al hombro hacia el exterior.
–Rebecca, aún no son las seis de la mañana, ¿dónde vas a estas horas? –me preguntó desde la puerta de la cabaña.
–Uhm, tengo cosas que hacer. Siento haberte despertado, deberías intentar dormir un poco más, hoy nos espera un día intenso –dije mientras me alejaba.
Comprobé que Cayden me miraba confuso desde la cabaña, pero al menos había conseguido que no me siguiera, lo que me daría tiempo para recomponerme. Me interné a paso rápido en el bosquecillo colindante al lago. El aire frío de la mañana me hizo bastante bien e inspiré con fuerza para aliviar la presión que sentía en el pecho. Me acerqué a la orilla y recorrí el lugar con la mirada en busca de Lance, que no parecía haber llegado aún. Era más pronto que otros días, pero necesitaba desesperadamente mi dosis de ejercicio físico, la terrible pesadilla me había dejado en un estado de tensión insoportable y necesitaba liberarla o estallaría.
Comencé a desvestirme y a calentar los músculos con unos estiramientos. De pronto sentí que alguien se acercaba y supuse que sería mi amigo.
–Pensaba que ya no vendrías, ¿te ha afectado el exceso de hidromiel? –le provoqué.
–No bebí demasiado, no obstante suelo tolerar bien el alcohol –me respondió Cayden, que apareció inesperadamente entre los árboles.
–Lo siento, te he confundido con Lance –me disculpé avergonzada.
Se había puesto unos vaqueros azul oscuro y una camiseta blanca ajustada y para mi sorpresa venía descalzo a pesar de que la mañana estaba fría, pero ¡claro! yo estaba sólo en ropa interior, no era quién para sorprenderme porque él no se hubiera calzado.
–¿Nadáis juntos cada mañana? –me preguntó mientras recorría mi cuerpo con la mirada.
–Algo así –admití abrumada–. Esto empezó como una apuesta y pronto se convirtió en una costumbre. Competimos para ver quién es capaz de nadar más rápido hasta la otra orilla y volver. El vencedor puede pedirle algo al otro y sea lo que sea, el vencido no podrá negarse a hacerlo –.
–¡Interesante! ¿Sueles ganar? –preguntó mostrando interés.
–Sólo en raras ocasiones, Lance es muy rápido –admití.
–¿Y qué tipo de cosas soléis apostar? –preguntó con interés.
Puse cara de circunstancia y señalé mi tatuaje. Cayden sonrió y movió a un lado y al otro la cabeza, divertido.
–¡Te queda bien!, por una vez tengo que admitir que Lance tiene buen gusto –admitió.
–¡No le defiendas!, escoció bastante cuando me lo hizo –protesté.
–No seas quejica, todo hechicero ha de portar el símbolo de su clan, nos hace más fuertes –dijo, acercándose más a mí.
–Que yo recuerde tú no llevas el tuyo –le reproché arqueando una ceja.
Él me sonrió y entonces se quitó la camiseta, sacándosela de un tirón por su cabeza, lo que hizo que mi temperatura corporal ascendiera súbitamente. Sus perfectos abdominales me distrajeron unos instantes, pero conseguí centrarme y descubrí que en su hombro derecho se había tatuado el emblema del Clan de los Lobos, el círculo en cuyo interior tres lobos corrían entorno a una espiral infinita. Ahora sus hombros estaban equilibrados, en uno de ellos llevaba el wivre, que se tatuó en recuerdo de su madre, y en el otro el símbolo de su clan.
–¿Cuándo te lo has hecho? –le pregunté con curiosidad.
–Digamos que me lo pedí para navidad –me respondió con una sonrisa.
Su torso desnudo no era la visión más indicada para que pensara con claridad, de modo que decidí mirarle a los ojos y evitar el resto de su cuerpo, lo que en realidad tampoco ayudó. Le encontraba más fuerte que antes, él también había ganado en masa muscular. Seguía teniendo un cuerpo de infarto, pero ahora sus brazos y los músculos de su pecho estaban más definidos, seguro que también había entrenado duro durante estos meses.
–Creo que Lance no va a venir hoy, ha debido acostarse muy tarde. Tendré que nadar sola –dije, girándome y dirigiéndome hacia el agua.
–Podría ocupar su lugar. ¿Misma distancia, mismas reglas? –me propuso de repente.
Me hizo volverme, sorprendida, y descubrí que me miraba con una expresión provocadora.
–Si quieres morder el polvo y someterte a mi voluntad no voy a impedírtelo –le reté.
–Me arriesgaré –dijo él con una sonrisa traviesa, mientras se quitaba los vaqueros y los ponía junto a mi ropa.
“¡No mires!” me dije a mí misma, pero ¿quién diablos podía resistirse a mirar un cuerpo así? Recorrí su perfecta anatomía con avidez y entré en combustión. Hoy sí que me vendría bien el agua fría, de hecho estaba ansiosa por sumergirme en ella antes de que comenzara a salirme humo por las orejas. Me acerqué a la orilla y metí los pies en el agua. Cayden me imitó, pero él no había previsto hasta qué punto este agua estaba fría.
–¡Joder! –murmuró entre dientes.
–Estimulante, ¿verdad? –me burlé, mirándole con una sonrisa radiante.
–Si sufro una parada cardiaca me reanimarás, ¿verdad? –bromeó.
–No seas quejica, eres inmortal –me burlé.
Exhaló y avanzó un poco más, siguiéndome de cerca hasta que el agua tuvo la profundidad suficiente para lanzarse a nadar.
–¿A la de tres? –propuso.
–Tres –dije y me lancé al agua ante la sorpresa de mi amigo.
En cuanto sumergí mi cuerpo en el agua me sentí mucho más segura de mí misma, me encontraba en un medio que me relajaba, aunque la presencia de Cayden unos metros más atrás me lo estaba poniendo hoy un poco más difícil. Le estaba costando seguirme el ritmo, pero no me confié, sabía de sobra lo bueno que era él en todo lo que implicaba lo físico y no me regalaría una victoria, le encantaba competir tanto como a mí. Llegué la primera a la otra orilla y me tomé un instante para comprobar dónde estaba. Descubrí con asombro que me había alcanzado.
–¿Vas a contar de nuevo hasta tres? –le provoqué.
–¡Tramposa! –respondió, fingiendo indignación.
–Son nuestras reglas, tú las aceptaste, ¿recuerdas? –me defendí.
–Vale, pues nos vemos en la otra orilla –dijo y antes de lanzarse al agua soltó el enganche de mi sujetador, que se abrió y me hizo perder unos valiosos instantes antes de estar en condiciones de seguirlo.
Durante todo el trayecto de vuelta fuimos muy igualados. Las extremidades de Cayden eran mucho más fuertes que las mías y en cuanto se acostumbró al agua fría no tardó en cogerme ventaja, mucha más de la que solía sacarme Lance. Entonces supe que iba a perder y aunque no me rendí, fue imposible alcanzarlo. Llegó a la orilla varios segundos antes que yo y salió del agua riendo a carcajadas. Me reuní con él, exhausta, y me dejé caer dramáticamente en el mullido césped que crecía junto a la orilla.
–¿No vas a felicitarme? –me preguntó para restregarme su victoria.
–¿Debería? Me has sacado ventaja con un truco sucio –protesté.
–¡Venga ya!, he sido el más rápido y lo sabes –dijo sonriendo.
–Sí, es cierto–admití con una sonrisa.
Cayden me ofreció su mano y me ayudó a ponerme en pie. Cuando lo hizo estuve tan cerca de él como para comprobar que aún llevaba mi triskel colgado del cuello. Me lo quedé mirando un poco más de la cuenta y él lo advirtió, de modo que desvié la mirada hacia otro lado un poco avergonzada. Nuestras respiraciones aún estaban agitadas y generaban nubes de vaho en contraste con el ambiente frío de la mañana…
–Te he echado mucho de menos, Rebecca. Ha sido duro no saber nada de ti en todo este tiempo –dijo él de pronto.
Le miré un tanto confusa y a la vez dolida. ¡Si él supiera lo que había pasado yo!, echarlo de menos no era nada comparado con lo que había sentido. No le reprochaba que ya no sintiera nada por mí, si yo no podía dejar de amarlo era problema mío, pero me molestaba que insinuara que lo había pasado mal cuando fue él quien me dejó. No podía creer que pensara que la que se había largado y no había vuelto a dar señales de vida era yo. Desde que llegó había temido iniciar esta conversación, había supuesto que tarde o temprano acabaría por salir, pero me daba miedo iniciarla.
–Pues si me echabas tanto de menos podías haberme llamado alguna vez –le reproché sin poder contenerme.
Su rostro se tornó grave de inmediato por la dureza de mi tono.
–Si no me he puesto en contacto contigo durante estos meses ha sido porque pensé que no deseabas que lo hiciera, pensé que querías olvidarme –se defendió.
–Y yo pensé que tú querías mantener nuestra amistad por encima de todo –le ataqué.
–Y así es, te lo aseguro. Me moría por llamarte y escuchar tu voz, pero no quería hacerte más daño –me dijo con intensidad.
–Tranquilo, durante estos meses he superado lo nuestro. Hagas lo que hagas ya no puedes hacerme más daño, Cayden. Ya no soy la chica ingenua que conociste, he madurado, de modo que no te hagas el mártir diciéndome cuánto me has echado de menos y lo mal que lo has pasado porque me importa muy poco, del mismo modo que durante este tiempo tampoco te he importado yo –dije, furiosa.
–Becca, eso no es cierto,… –comenzó.
–No quiero oírlo, Cayden, es demasiado tarde –dije sintiendo las lágrimas en mi garganta y esforzándome por contenerlas.
–Por favor, déjame que te lo explique –suplicó.
Negué con la cabeza, rechazando su petición. Me adelanté hacia las rocas para coger mi ropa y me alejé de allí. Si me hubiera quedado él habría descubierto que todo lo que le había dicho era mentira, que no le había podido olvidar, que aún le amaba ardientemente y que tenerlo cerca de nuevo había abierto mi herida… No podía enterarse de lo que sentía por él, tenía que guardarlo para mí porque de todos modos nada iba a cambiar, él nunca me vería como yo deseaba que lo hiciera…
Durante el resto de la mañana intenté evitar a Cayden. Le había pedido a Lance que se ocupara de él y me había preocupado de buscarme ocupaciones yo misma para no estar ociosa y no pensar demasiado las cosas. Afortunadamente hoy no me faltaba trabajo, puesto que al anochecer se celebraría el equinoccio de primavera y todo el mundo en el poblado andaba ocupado con los preparativos. Me crucé un par de veces con él, pero fingí no verlo. En ambas ocasiones comprobé que estaba trabajando duro y de buen talante con mi gente y sentí remordimientos por haber sido tan dura con él en el lago.
Al atardecer pasé un rato con los ancianos en la sala de las asambleas repasando una última vez los cánticos ceremoniales y recitando los hechizos que propiciaran una buena estación y con la llegada del crepúsculo las mujeres vinieron a buscarme para vestirme para la ceremonia. Me peinaron, dejando mi pelo suelto y brillante y lo adornaron con florecillas y cuentas de cristal. Me pusieron el vestido de gasa verde y comprobé que era tan ligero que parecía que no iba vestida. La tela simulaba hojas de plantas que se ceñían en torno a mi cuerpo y cuando me movía mis piernas se veían a través de la cascada de gasa. El tejido era tan suave que me acariciaba la piel. Seguía teniendo mis dudas respecto al pronunciado escote, puesto que mis pechos se veían demasiado para mi gusto, pero todas las mujeres insistieron en que estaba muy hermosa y me resigné a ir exuberante. Adornaron mis brazos con unos brazaletes de bronce que simulaban espirales y por último me maquillaron ligeramente y pusieron un poco de polvo brillante en mi escote y en mis pómulos. Cuando me miré en el espejo, apenas me reconocía a mí misma.
–¡Pareces un hada! –dijo la pequeña Marian mirándome con admiración.
–Sí, tu hada madrina –le dije, bromeando.
–¿En serio? –preguntó maravillada.
–Sí y mi misión es cuidar de ti –le aseguré muy seria.
–¡Lo sabía! –dijo, saltando de alegría.
–No distraigas a Rebecca, Marian –le riñó su madre, acercándose a nosotras.
–Está bien, ella nunca me molesta –le aseguré.
La madre de Marian me había hecho unas preciosas sandalias de cuero que se anudaban en torno a mis gemelos y las habían decorado con motivos vegetales y con polvo brillante y combinaron con el vestido a la perfección. Las mujeres se retiraron un momento a la sala contigua a recogerlo todo y a prepararse para la ceremonia y Lance aprovechó para colarse en la sala sin que le vieran. Lanzó un silbido de admiración en cuanto me vio, consiguiendo que me sonrojara.
–¿Dónde te has metido todo el día? ¡No te he visto el pelo! –le pregunté con curiosidad.
–He estado muy ocupado, entre otras cosas haciendo de niñera del lobo –me explicó con cara de fastidio.
–¡Mentiroso! Le he visto trabajando con los demás hombres cerca del altar, lo que significa que en cuanto has podido te has librado de él –le acusé.
–Estaba más insoportable de lo habitual, de modo que le puse a trabajar duro para que se suavizara. La pregunta es, ¿qué diablos le has hecho? –se interesó suspicaz.
–Yo no le he hecho nada –me defendí.
–Bec, ¡créeme!, estaba tocado y hundido. ¿Qué ha pasado? –insistió.
–Esta mañana he discutido con él –le confesé.
–¡Me lo imaginaba! –exclamó, haciendo aspavientos.
–Después de que me ganara en el lago porque tú no te presentaste –le reprendí.
–Espera, ya veo por dónde vas, ¿no querrás culparme ahora a mí de tu pelea con Cayden? –dijo a la defensiva.
–En cierto modo si hubieras estado allí no habríamos discutido –puntualicé.
–Mira, Bec, creo que últimamente estás muy tensa. Ya tienes bastante con la presión de tu cargo y encima la visita de tu ex no te está ayudando demasiado. Necesitas desfogarte un poco y esta noche es la mejor del año para hacerlo, habrá buenas vibraciones en el ambiente. Relájate y diviértete un poco. Toma, esto te será de gran utilidad –dijo y tomó mi mano, depositando algo en su interior.
La abrí con curiosidad y comprobé que eran unos sobrecitos plastificados que no llegaba a identificar. De pronto creí saber de qué se trataba y cogí el extremo de uno de ellos y lo desplegué, comprobando mortificada que era una tira de condones de colores. Me quedé con la boca abierta mientras Lance se doblaba de la risa.
–¡Tendrías que ver tu cara! En serio, ¡úsalos!, ¡te vendrá genial! Los verdes incluso combinan con tu vestido –dijo divertido.
–¡Lance, deja de alborotar a Rebecca!, tiene que estar concentrada para la ceremonia –gritó Lorna, apareciendo súbitamente en la sala.
Reaccioné rápido y oculté los condones, introduciéndolos por el escote de mi vestido a la vez que fulminaba a Lance con la mirada.
–Sí, mamá, ya me iba –dijo él entre risas–. Por cierto, es el escondite perfecto–me susurró.
No pude evitar reír, Lance siempre conseguía sacarme una sonrisa incluso en situaciones tan comprometidas como ésta…
–¿Te veré luego? –le pregunté mientras se alejaba.
–No es probable, como te he dicho la noche es propicia y espero estar muy ocupado. Yo que tú seguiría mi consejo –dijo, guiñándome un ojo.
Cuando Lance se fue, me retiré al pequeño jardín que había junto a la sala de asambleas para meditar a solas bajo un roble centenario, necesitaba un momento de relax antes de enfrentarme a la ceremonia. Me puse el medallón de mi clan y lo coloqué sobre mi pecho y este gesto inevitablemente me trajo a la mente a mi padre. Me preguntaba cuántas veces él, como druida del clan, habría oficiado esta ceremonia a lo largo de los siglos. ¡Había tantas cosas sobre su vida que no llegaría a saber! Entonces lamenté haber perdido mi don, si aún lo tuviera lo usaría para poder comunicarme con él, quizás incluso podría ayudarme a averiguar más información sobre el enemigo. El paradero de Ethan seguía siendo una incógnita. Cayden me había contado que los demás habían empezado su búsqueda por Edimburgo sin hallar rastro de él, pero imaginaba que si él quería darnos esquinazo, sabría cómo hacerlo. Trataba de convencerme de que eso era justamente lo que estaba haciendo y que no estaba en peligro, sino trabajando por su cuenta en este asunto, pero si se había saltado la normas para hacerlo, le creía bien capaz de meterse en problemas más serios sin pensar en las consecuencias. Ya habíamos dilatado bastante nuestra partida a causa del festejo, en cuanto amaneciera emprenderíamos su busca. Sabía que Cayden estaba muy intranquilo por su hermano y que si se había quedado conmigo era porque necesitaba que le acompañara. Me sentía optimista en lo referente a encontrarlo, pero sabía que teníamos que hacerlo antes de que empeorara las cosas. Si estaba en Inglaterra, Cayden y yo daríamos con él. Estaba convencida de que después de Darío, los oscuros no representaban una amenaza para los clanes, pero a la vez me intranquilizaba el súbito interés que Ethan había adoptado por encontrar al maestro… Mi sexto sentido me decía que había algo que se nos estaba escapando, pero ¿qué exactamente?
Quedaba menos de un cuarto de hora para el inicio de la ceremonia, que empezaría con la llegada de la media noche y por fin me encontraba más calmada tras descansar un rato a solas, de modo que dejé la meditación y me dirigí a la entrada principal. La noche estaba iluminada por una inmensa luna llena y en el poblado reinaba el silencio porque todo el mundo esperaba ya en el círculo de piedra, lugar que se había elegido como escenario para celebrar la ceremonia. Habían adornado el poblado con antorchas y farolillos y tenía un aspecto medieval y romántico.
Me apoyé contra la fachada de piedra de la cabaña esperando a que vinieran a buscarme y de pronto divisé a Cayden, que se aproximaba a paso rápido. Me sorprendió verlo aquí, le creía con los demás en el claro. Él también pareció sorprendido al verme porque se detuvo en seco y sólo tras unos instantes de indecisión vino a mi encuentro.
Iba vestido con el traje ceremonial de los druidas, el uniforme blanco y la gruesa capa marrón sobre sus hombros. Recordaba que la última vez que le vi vestido así fue en la ceremonia que festejamos en Samhaim, el inicio del año celta y nuestra embestidura como druidas. Me fijé en que llevaba sobre la cabeza una corona de bronce que imitaba los rayos del sol y su aspecto era el de un príncipe medieval, apuesto, fuerte y valeroso. Se detuvo a mi lado sin decir palabra, pero no apartaba sus ojos de mí y sentí que mi corazón se desbocaba.
–Hola –murmuré, abrumada.
–Esta noche estás extremadamente hermosa, Rebecca –me dijo al fin con voz áspera.
–Tú tampoco estás nada mal. ¡Me gusta tu corona! –admití intentando parecer casual.
–¡Ya! –dijo, resignado–. Se supone que represento al dios Sol–.
– ¿Te han pedido que me escoltes hasta el altar? – le pregunté sorprendida por su presencia.
–En realidad me han pedido que oficie la ceremonia contigo. Espero que no te moleste –me explicó, cauteloso.
–¿Por qué iba a molestarme? ¡Dos druidas siempre son mejor que uno! –dije en un tono un poco más irónico del que pretendía.
Llevaba más de un mes preparando la ceremonia y había tenido que escuchar una y otra vez a los ancianos que era fundamental no dejar nada a la improvisación y sin embargo en el último momento ellos cambiaban todos los planes para incluir a Cayden, ¿cómo era posible? ¡Al menos podrían haberme consultado mi opinión al respecto!
–Bien y ¿cuál será tu parte? –le pregunté, irritada.
–No lo sé, nadie me ha explicado lo que tengo que hacer –admitió, encogiéndose de hombros.
–Lo suponía. ¡Esto es genial! –dije con ironía.
–Rebecca, quizás sea mejor que me retire y te deje esto a ti, no quiero estropearlo todo –dijo, advirtiendo mi frustración.
–¡Tranquilo!, seguro que lo harás muy bien, ambos sabemos que se te da muy bien actuar –dije en un tono un poco ácido.
–Aún estás enfadada conmigo, ¿verdad? –me preguntó con resignación.
–¿Por qué iba a estarlo? –pregunté fingiendo indiferencia.
–Porque has estado evitándome todo el día –me reprochó.
Nerviosa, me puse a enredar con uno de mis brazaletes de bronce hasta que conseguí que se me cayera al suelo. Cayden exhaló y se agachó a por el brazalete al mismo tiempo que yo lo hacía y al inclinarme algo se deslizó por mi escote, cayendo también al suelo. Pensé que se trataba de mi medallón y me agaché de nuevo a cogerlo, pero no fui lo suficientemente rápida, él lo cogió primero y para mi bochorno desenrolló ante mí la tira de condones que me había dado Lance.
–¡Pues sí que piensas pasártelo bien esta noche! –exclamó sorprendido.
Deseé que se me tragara la tierra, pero Cayden parecía encontrar la situación muy cómica porque le costaba disimular una sonrisa. Instintivamente le quité los condones de la mano y enrollándolos de nuevo, los introduje en mi escote, esta vez bien escondidos en una de las copas de mi sujetador para que no volvieran a caerse. Mientras tanto él me observaba en silencio, visiblemente divertido.
–Recuérdame que mate a Lance cuando acabe todo esto –le pedí furiosa, sintiendo que me ardían las mejillas.
–Un sacrificio humano y sexo desenfrenado, ¡menudas fiestas montáis por aquí! –dijo, ya sin poder contener la risa.
Quise fulminarle con la mirada, pero no pude, hasta yo encontraba la gracia al asunto, de modo que sonreí y sentí cómo por fin la tensión existente entre ambos se relajaba. Nos miramos unos instantes, sonriéndonos el uno al otro, pero sin decir palabra, hasta que de pronto noté que tiraban de mi vestido y me giré para descubrir a Marian a mi lado.
–Marian, ¿qué haces aquí todavía? ¿No deberías estar con los demás niños en el círculo? –le pregunté.
–Becky, te has olvidado tu medallón en el bolsillo de los vaqueros. Lo encontró mamá cuando recogía tu ropa y como es el que llevas siempre, pensé que te lo querrías poner para la ceremonia –dijo.
Sentí que todo mi cuerpo se volvía gelatina cuando la pequeña levantó su manita y nos enseñó el nudo celta que Cayden me dio como regalo de despedida. Recordé que lo había escondido en los vaqueros cuando llegó a la aldea para que no descubriera que lo llevaba siempre conmigo,… pero Marian no tenía la culpa por delatarme, ella inocentemente había pensado que yo querría llevarlo.
–Gracias, cielo –le dije, alargando mi mano para cogerlo.
Pero Cayden se me adelantó de nuevo, cogió el medallón en su mano y tras mirarlo unos instantes, levantó la vista hacia mí y entrelazó sus ojos con los míos. Me miró con tanta intensidad que se me olvidó respirar. Sus ojos titilaban con el brillo del mar y me estremecí inevitablemente.
–Deja que yo te lo ponga –se ofreció entonces y su voz estaba afectada, como si le costara hablar.
Me giré y él apartó mi pelo con delicadeza hacia un lado y con manos temblorosas enganchó la cadena en torno a mi cuello, acariciándome la nuca con sus dedos y enviando escalofríos que viajaron a través de mi columna vertebral.
–Gracias –dije, mirándole por el rabillo del ojo.
De pronto oímos el sonido de un cuerno de caza y supe que era la señal que esperábamos para ponernos en marcha.
–Es la hora –anuncié–. Marian, ve con los demás–.
La niña asintió y corrió de vuelta al círculo de piedra. Cayden se alejó un instante y volvió con un caballo que ya estaba ensillado y preparado para montar. Me ayudó a subir a horcajadas y a recoger mi vestido para que no se estropeara y después montó detrás de mí.
–¿Preparada? –me susurró al oído mientras me rodeaba con sus brazos para hacerse con las riendas.
–Sí, adelante –dije, sabiendo que nunca me había sentido tan insegura en toda mi vida.