CAPÍTULO IV

 

 

Flynn había constituido la asamblea en el salón comunitario y nos esperaba impaciente. Tuve el tiempo justo de hablar con Lance antes de presentarme ante su padre y los ancianos y le puse al día rápidamente de la situación. Improvisé frente a la asamblea y les expliqué que el motivo de haberles convocado no era otro que presentarles a Cayden Kellan, mi compañero de la Tríada, que había venido a visitarme y que se quedaría hasta después del equinoccio en el poblado.

Decidí sobre la marcha que lo más sensato era buscar una tapadera que resultara creíble para nuestra misión y no se me ocurrió nada mejor que contarles que Cayden y sus amigos iban a hacer un tour por Europa aprovechando las vacaciones de primavera y que Lance y yo habíamos pensado unirnos al grupo, que esperaba en Edimburgo. Flynn nos miraba con suspicacia, debió extrañarle bastante que Cayden se presentara solo en el asentamiento sin previo aviso sólo para invitarnos a acompañarle en su ruta turística, pero los ancianos obviaron esa parte de la historia, pues sólo parecían interesados en la idea de que tendrían a dos de los druidas para su celebración de la primavera y eso facilitó las cosas porque acapararon a Cayden y no permitieron que Flynn continuara con su interrogatorio sobre los detalles de nuestro viaje, de modo que terminó por aceptarlo sin más.

Después de la reunión nos retiramos los tres a hablar a solas junto al lago y repasamos con más detalle los pormenores de la operación.

–No me gusta tener que mentir a mi padre –se quejó Lance.

–No le hemos mentido, sólo le hemos ocultado información –apunté, jugueteando nerviosa con mis dedos.

–¿Y la diferencia es…? –preguntó él con ironía.

–No hay otro modo de hacerlo, si les decimos la verdad ellos tomarán el mando –intervino Cayden.

–Sabía que tu presencia aquí no nos traería más que problemas –le reprochó Lance.

–No tienes que venir si no quieres –le propuso Cayden.

–No dejaré que Bec se vaya sola contigo, lobo, no le haces ningún bien –rugió Lance.

–¿Y tú sí? –siseó Cayden a la defensiva.

–¡Basta ya! –intervine–. ¿Podéis dejar de pelearos de una vez? Si seguís así me vais a volver loca y ahora necesito estar serena, tengo que pensar con claridad–.

Ambos me miraron con cara de pocos amigos, pero no me importó.

–Tenéis que dejar vuestras diferencias aparte por unos días –les sermoneé–. Tenemos una misión, Ethan puede estar en peligro y si ése es el caso tenemos que comportarnos como un equipo, os guste o no. Lance, necesito que prepares nuestros equipos de combate y que te hagas con armas en previsión de que tengamos que usarlas. Hazlo sin que se entere nadie, por favor, especialmente Patrick, ¡es un bocazas!–.

–Él no lo diría, es un buen tipo, pero seguro que se lo contaría a su novia y entonces estaríamos perdidos –divagó.

Le miré entrecerrando mis ojos, en uno de mis gestos más intimidantes y pareció pillar la indirecta y cerró la boca.

–¡Gracias! –dije con ironía.

–Cayden –empecé, volviéndome ahora hacia él y sintiendo un escalofrío al comprobar que sus maravillosos ojos azules no habían dejado de mirarme todo el tiempo con interés, mientras una ligera sonrisa se dibujaba en sus labios. Inevitablemente tuve que hacer una pausa antes de continuar para recuperar el hilo de mis pensamientos –, tienes que enseñarme los documentos que conseguiste recuperar de los archivos de Ethan, quizás pueda encontrar algo que se te haya pasado a ti y que arroje algo de luz a la investigación–.

–Veo que desde que eres la líder de tu clan te has vuelto bastante autoritaria –bromeó Cayden.

–Yo diría que se ha hecho más mandona –susurró Lance–, pero yo que tú no se lo diría tan abiertamente si no quieres jugarte la vida. Tiene un buen gancho de derecha y no hay hombre en la aldea capaz de desarmarla con la espada–.

–Lance, ¿por qué no te largas a buscar esas armas? –le sugerí frunciendo el entrecejo.

Se suponía que él estaba de mi parte, ¿así era cómo lo demostraba? Mi amigo soltó una carcajada y se alejó de vuelta al poblado.

–Cuando se mete contigo me cae un poco mejor –admitió Cayden con una sonrisa.

Le miré, simulando disgusto y me encaminé hacia el lago. Él me siguió, aun sonriendo y cuando tomé asiento en el embarcadero de madera se aproximó y se sentó a mi lado.

–Este lugar es muy hermoso –dijo mirando a lo lejos, hacia las ruinas del castillo.

–Sí, sí que lo es –admití–. ¡Es increíble!, pero aún se puede sentir toda nuestra esencia cuando caminas entre estos árboles, es como si el tiempo se hubiera detenido aquí y la conexión entre el hombre y la naturaleza siguiera latente en este bosque–.

–Te creo, yo también puedo sentirlo –admitió.

–¿Te han tratado bien en el poblado? –me preguntó de pronto, mirándome con ternura.

–Sí, aquí son todos sumamente hospitalarios –admití, sintiendo su maravillosa mirada sobre mí. Tenía que aligerar la conversación antes de que consiguiera aturdirme. ¡Por los dioses!, aún tenía ese efecto en mí –. Te aconsejo que te andes con cuidado de todos modos, las mujeres suelen tener la obsesión de cebar a sus comensales, ¡ya has visto que conmigo lo han conseguido! –bromeé.

Cayden se volvió a mirarme y sonrió.

–Estás sumamente hermosa, Rebecca –dijo, recorriendo mi rostro lentamente con la mirada y consiguiendo que me ruborizara –. Nunca pensé que podrías cambiar a mejor, pero me equivocaba. Y ¡mírate!, no has cumplido los dieciocho y ya tienes tu propia casa frente al lago–.

–Sí, no puedo quejarme, soy feliz aquí –dije, sonriendo con timidez.

–Me alegro mucho de que sea así. No he parado de preguntarme todo este tiempo si estarías bien… Sé que te fuiste por mi culpa y me atormenta pensar que tuviste que alejarte de tu madre y de tus amigos sólo por mí. Lo siento de veras –me confesó.

–Cayden, irme fue mi elección, no tienes que culparte por ello –le aseguré y él apartó la vista.

Ambos guardamos silencio unos instantes con la mirada fija en las serenas aguas del lago sin decidirnos a retomar la conversación, que había llegado a un punto delicado y peligroso.

–¿Me enseñas esos documentos? –le propuse al fin, intentando reorientar la conversación a un terreno más seguro.

Cayden extrajo el móvil del bolsillo de sus vaqueros y abrió una carpeta de archivos donde tenía todos los documentos en formato electrónico. Me pasó el dispositivo y los fui hojeando con avidez ante su atenta mirada. Por lo que veía, Ethan había encontrado documentación sobre las identidades falsas que había adoptado el maestro oscuro en los últimos años y tenía también fichas de los prisioneros que hicimos en nuestro último enfrentamiento y que ahora estaban cumpliendo condena en Mann. Había conseguido avanzar más que nosotros, pero por supuesto Ethan contaba con una red de informadores potente mientras que Lance y yo trabajábamos en solitario. No habíamos informado a Flynn de nuestra búsqueda, habíamos preferido llevarla a cabo en secreto por el momento y por eso no habíamos contado con los recursos que el clan podía ofrecernos.

Seguí revisando los archivos y comprobé que también poseía copias de documentos de propiedades que pertenecían a los oscuros en Edimburgo. Al parecer Ethan también había averiguado que el maestro se había hecho pasar por monje de una orden católica con sede en Edimburgo durante unos años. Había visitado con Lance una de las capillas de esa orden hacía sólo unas semanas en busca de información que nos desvelara su paradero, pero no tuvimos mucho éxito. Para mi asombro, descubrí que Ethan también tenía fotos en las que aparecíamos Lance y yo en la ciudad. Alguno de sus hombres debía vigilar ese día la capilla y le enviaron la evidencia de nuestra visita. Ahora comprendía por qué Cayden había sospechado que colaboraba con su hermano.

–Veo que Ethan ha avanzado mucho más que yo en la investigación –me asombré.

–¿Tú también investigabas el tema? –se sorprendió Cayden.

–Así es –admití.

–¿Por qué?, ¿temías como Ethan que el maestro pudiera acarrearnos más problemas en el futuro? –me preguntó.

–Ése fue uno de los motivos por los que consideré necesario iniciar la investigación –admití–, pero en el fondo buscaba a ese anciano por motivos personales–.

Cayden me miró atentamente, esperando que continuara.

–Desde la noche que Darío se metió en mi cabeza no he sido capaz de utilizar mi don –le confesé, aunque por supuesto no le iba a contar que no sólo era eso lo que me preocupaba. El tema de las pesadillas era algo que de momento me guardaba para mí, pero estaba convencida de que los dos fenómenos estaban relacionados –. Sé que el maestro hizo algo con mi mente, debió bloquearla de algún modo y necesito descubrir qué hechizo me aplicó y cómo revertirlo. Estoy segura de que ese tipo conoce la respuesta–.

–Lo siento, pensé que te habías restablecido por completo –dijo él con pesar, dirigiendo su mirada a mis muñecas, donde apenas eran ya visibles las marcas del hierroscuro –. Tranquila, le encontraremos y averiguaremos el modo de recuperar tu don –me aseguró con vehemencia, haciendo que sonara como una promesa.

–Espero que sea así, creo que si tenía ese valioso don era por algún motivo importante. Mi padre me sugirió que aprendiera a dominarlo para cuando la situación lo exigiera. Creo que es un arma potente contra el mal y quizás precisamente ése es el motivo por el que el maestro intentó bloquearlo. No sé, esto comienza a ser inquietante, primero se nos escapa el maestro y ahora Ethan desaparece al seguir su pista. Creo que no tenemos la situación en absoluto controlada. Pensé que tras la muerte de Darío viviríamos un período de relativa tranquilidad, pero es evidente que me equivocaba –me lamenté.

Cayden deslizó su mano unos centímetros por la superficie de madera y entrelazó lentamente sus dedos con los míos. A su contacto sentí calambres recorriendo mis manos y ascendiendo por mis brazos, la misma increíble sensación que recordaba a pesar de haber pasado meses desde entonces.

–Tranquila, lo solucionaremos –susurró, apretando mi mano, pero no parecía demasiado convencido, comprendí que él también estaba preocupado por Ethan y que por el momento no las tenía todas consigo.

De pronto unas vocecitas agudas y musicales comenzaron a oírse en la distancia y pronto vinieron acompañadas por sus propietarios, los niños de la aldea, encabezados por mi pequeña Marian. Solté inmediatamente mi mano de la de Cayden, que me miraba confuso a causa del alboroto.

–¡Becky! –gritó la niña en cuanto me localizó.

La saludé alzando una mano y ella comenzó a correr en nuestra dirección seguida por toda la chiquillería del pueblo.

–Será mejor que salgamos del muelle antes de que nos alcancen o lo hundiremos con tanto peso –previne a Cayden antes de que los niños se aproximaran.

Nos rodearon enseguida y comenzaron a hablar todos a la vez. Serían al menos una veintena, de distintas edades, pero los mayores no pasaban de los diez años y los más chiquitines tenían apenas tres. Marian, mi favorita, se acercó a mí y comenzó a tirar de mi blusa para atraer mi atención. Me acuclillé para quedar a su altura y los más pequeños se me echaron encima, derribándome sobre la hierba húmeda.

Cayden comenzó a reírse a carcajadas y sus risas animaron a los niños a seguir jugando conmigo. Me tiraban del pelo, me levantaban la blusa para hacerme cosquillas en la barriga y me daban mordisquitos en los brazos para llamar mi atención.

–¡Auxilio! –conseguí articular.

Cayden por fin se apiadó de mí y los fue retirando uno a uno, depositándolos sobre la suave hierba de la orilla del lago. Después me ofreció su mano y me ayudó a incorporarme mientras que los niños iban tomando posiciones sentados en filas sobre la hierba.

–¡Sois unos salvajes! –les sermoneé, haciéndome la enfadada–. ¿Creéis que se puede tratar así a una señorita?–.

–Pero tú no eres una señorita –dijo uno de los más chiquitines–. Tú eres Rebecca–.

Cayden volvió a soltar una carcajada que le hizo doblarse sobre sí mismo y me sorprendió verlo así, de hecho nunca le había visto reírse de un modo tan desinhibido. 

–Así no me ayudas –le regañé, frunciendo el ceño.

–Becky, queremos que nos presentes a tu amigo –pidió Marian.

–¿Es verdad que también es un druida? –preguntó Ryan.

–Sí, sí que lo es –afirmé divertida –. Se llama Cayden Kellan y a él también le gustan las cosquillas–.

Los niños no necesitaron más aliciente para lanzarse sobre Cayden, que se dejó caer sobre el césped aún muerto de la risa mientras que los pequeños le pisoteaban y le revolvían el pelo y la ropa. Él los cogía con extraordinaria paciencia y los hacía volar sobre su cabeza antes de hacerles aterrizar otra vez sobre el césped. Al ver su comportamiento tierno con los niños me conmoví, pensando que él se había quedado huérfano sólo con cinco años, la misma edad de mi Marian, y que en casa de los Darcey no había tenido momentos tan entrañables que recordar de su niñez. Por eso yo me volcaba con Marian, porque no quería que la ausencia de su padre le provocara la tristeza que había visto en el interior de Cayden. Uno de mis propósitos en la aldea era que los niños fueran felices, que tuvieran una infancia emotiva que recordar y aquellos a los que la desgracia había tocado de cerca eran a los que les dedicaba más atención y cariño.

–Bueno, ¡basta ya!, todos a vuestros sitios –ordené y lancé un fuerte silbido ayudándome de mis dedos.

Todos respondieron como esperaba que lo hicieran, liberaron a Cayden y se apresuraron a ocupar su lugar en el césped, formando hileras en el orden que tantas veces les había enseñado: los pequeñines en las primeras filas y los más mayores detrás.

Cayden se incorporó con el pelo alborotado y lleno de hierba, pero con una sonrisa radiante y me quedé mirándole embobada, ¡nunca me había parecido tan guapo como en ese momento, tan feliz y despreocupado!

–Veo que los tienes bien aleccionados –dijo, sorprendido al verlos por fin calladitos y expectantes.

–Hace unos instantes no lo hubieras creído posible, ¿no es así? –le pregunté sonriendo.

–Desde luego que no –admitió.

Los pequeños comenzaron a impacientarse y empezaron a pedir su historia, que era lo que habían venido buscando desde un principio.

–Hoy tengo un invitado, de modo que os contaré una historia cortita, ¿de acuerdo? –les propuse, temiéndome que no aceptarían.

–No, una larga –dijeron todos al unísono.

–Bueno, entonces una historia cortita, pero llena de magia –les propuse de nuevo.

–Sí, con magia –repitieron todos.

–Y además muy muy larga –añadió Marian.

–Sí, venga, que sea larga y con magia –pidió Cayden, guiñando un ojo a los pequeños con complicidad.

–¡Larga y con magia!, ¡larga y con magia! –corearon todos a la vez.

–De acuerdo, de acuerdo –dije para que se callaran.

–Queremos la historia de la nueva Tríada, ésa que nos gusta tanto –apuntó Ryan.

–Sí, sí, sí…. –corearon los demás con sus vocecitas chillonas.

Miré a Cayden de soslayo y él me miraba con atención, expectante igual que los niños. Normalmente me las arreglaba bastante bien teniéndolos sólo a ellos como espectadores, pero delante de él me sentía un poco cohibida como narradora. Cerré los ojos, inspiré el aire puro de las montañas e intenté olvidarme de todo y centrarme en la historia.

Les conté cómo había descubierto mis poderes y cómo el último druida se había vuelto malo y quería dominar el mundo, pero dos jóvenes hechiceros lucharon por evitarlo para proteger a los clanes. Cuando les narré con detalle lo que ocurrió en la cámara secreta y cómo el tercer joven, el más valiente de todos, había salvado a sus compañeros heridos y había derrotado a su padre, los niños me escucharon con expectación, sabiendo lo que venía a continuación. Entonces comencé a generar un remolino de aire y luz en el suelo, junto a mis pies, mientras les narraba como los tres jóvenes fueron absorbidos por la espiral y recibieron el poder de la Tríada, proclamándose los nuevos druidas de los clanes. En ese momento Cayden se puso en pie y se acercó a mí, cogiendo mis manos entre las suyas y entonces empezó a girar y a girar llevándome con él. Nuestras triquetas se iluminaron y el remolino de aire se hizo más intenso a nuestro alrededor y de pronto ascendimos con él, girando y girando en medio de la luz a metros del suelo. Me sentía tan liviana como el mismo aire y tan llena de energía como el mismo Sol, pero me estaba mareando y Cayden, advirtiéndolo, me atrajo hacia así y me acogió en sus brazos, sujetando mi cabeza contra su pecho. Al soltar nuestras manos la espiral perdió potencia y empezamos a descender lentamente, pero las partículas de luz cayeron formando chispitas sobre los niños y ellos entusiasmados levantaron sus manitas para tocarlas. Cuando tocamos tierra firme los niños aplaudían, encantados con la historia.

–¿Te encuentras bien? –me susurró Cayden.

–Sí, sólo estoy un poco aturdida por los efectos especiales –bromeé.

Me liberé de entre sus brazos, sabiendo que lo que me había ocurrido no era un simple mareo, sino la consecuencia de estar tan cerca de él después de tanto tiempo. Intenté olvidarlo y devolví mi atención a los niños.

–Es hora de ir a almorzar, vuestras mamás deben de estar impacientándose –dije, indicándoles a todos que se apresuraran.

Los más mayores ayudaron a los más pequeños y todos se fueron retirando, despidiéndose de nosotros con sus manitas regordetas. Marian vino a darme un abrazo y un beso en la mejilla.

–Ha sido una historia maravillosa, Becky. Tu amigo es como un príncipe azul, muy guapo y muy valiente. Deberías casarte con él y quedaros aquí para siempre, así podríais contarnos muchas historias –dijo sonriente.

–Cayden no puede quedarse, Marian, él también tiene un clan al que dirigir –le aseguré a la pequeña mientras le devolvía el beso, tratando de pasar por alto su idea de emparejarnos –, pero seguro que vendrá a visitarnos más veces y me ayudará a contaros lindas historias, ¿verdad? –dije, mirándole con complicidad.

–Será todo un placer, señorita –dijo Cayden, agachándose y besando muy formalmente la manita de Marian, que se rio por lo bajito y se puso colorada.

–Corre a casa, mami te estará buscando –le pedí.

–Te quiero, Becky –me dijo, tirándome un beso mientras se alejaba.

–Y yo a ti, pequeña –le aseguré, devolviéndole el beso.

Sorprendí a Cayden mirándome con atención y en su rostro se veía adoración, de modo que me sonrojé sin poder evitarlo.

–Marian es mi debilidad –le confesé como si tuviera la necesidad de hacerlo–. Su padre fue uno de los hombres que perdió la vida la noche en que me rescatasteis. Él dio su vida por mí, ¡nunca podré compensarla lo suficiente! –me lamenté.

–Rebecca –dijo Cayden, poniéndose frente a mí–. Esos niños te adoran y comprendo muy bien por qué. No es necesario que te esfuerces tanto en hacer feliz a la gente, es algo intrínseco en ti. Ofreces felicidad sin pedir nada a cambio, por eso es fácil darlo todo también por ti–.

Sus palabras consiguieron que me emocionara. Nunca pensé que Cayden me viera como a una persona altruista, ni siquiera yo me consideraba así a mí misma, sobre todo porque mi comportamiento hacia él me había parecido sumamente egoísta en su momento. Me aliviaba pensar que tenía un buen concepto de mí o por lo menos de la Rebecca del Clan del Trueno a la que contemplaba en estos momentos. Bajé la mirada, abrumada por su comentario y antes de que añadiera algo más, tomé su mano entre las mías y tiré de él.

–¡Vamos!, llegamos tarde a almorzar –le apremié y él me siguió sin protestar hasta la casa de Flynn, el lugar donde solía comer a diario.

 

 

 

Después del almuerzo, en el que Cayden fue por supuesto el centro de atención, la madre de Lance me pidió que me quedara para rematar los últimos detalles de mi vestido ceremonial.

–¿Te las apañarás sin mí durante un rato? –le pregunté a Cayden.

–Tranquila, tengo unas llamadas que hacer, no tengas prisa –me aseguró.

–Puedes ir a mi cabaña si quieres descansar un poco. He pensado que podrías alojarte allí estos días, yo puedo trasladarme aquí con Lance –le sugerí.

–No es necesario que te mudes por mí, me basta con que me prestes tu sofá si no te molesta compartir conmigo tu cabaña –me propuso con naturalidad.

–¿Por qué iba a molestarme? –dije, más nerviosa de lo que quería admitir.

–Decidido entonces, luego te veo–dijo y para mi sorpresa se despidió dándome un beso en la mejilla que consiguió de nuevo ruborizarme.

No era la primera vez que dormiría bajo el mismo techo que Cayden, pero las cosas habían cambiado desde entonces. Cuando salíamos juntos, él solía escalar hasta mi ventana cada noche para estar conmigo y acababa durmiendo plácidamente entre sus brazos. Aquellas semanas habían sido las más felices de mi vida, pero después se alejó de mí y ahora nuestro comportamiento era extraño, como cuando has conocido a alguien de veras, llegando a ser íntimos y de pronto tienes que esforzarte porque el trato con él sea distante.

Aguanté con estoicidad que las costureras ultimaran los arreglos mi vestido, hecho de un precioso tejido de gasa color verde hierba, tan intenso como mis ojos y que tendría que hacerme parecer a la diosa Tierra. Tenía un escote palabra de honor, pero dado que mis pechos ahora eran bastante generosos, lo habían reforzado añadiéndole unos tirantes que simulaban enredaderas adornadas con hojas en forma de trébol, la planta en la que estaba inspirado el símbolo del triskel, la unión de tres. Así mismo las capas de gasa formaban cascadas sobre mis caderas que se movían vaporosas cada vez que me movía. Me parecía un vestido demasiado sensual para mi gusto, dado que mis curvas y mis piernas se adivinaban a través de las capas de gasa, pero la primavera era una fiesta que así lo requería, la imagen de la diosa tenía que llamar al amor y a la fertilidad y si las mujeres del clan pensaban que era perfecto, yo no iba a contradecirlas.

–Ese muchacho es muy apuesto, incluso más que su padre –dijo de pronto una de las mujeres.

–¿Recordáis a su padre? –pregunté con curiosidad.

–Sí, se estableció con nosotros una temporada –me aseguró Lorna.

–Era muy amigo de mi padre, ¿no es así? –pregunté.

–Sí, sí que lo era, pero Muriel lo fastidió todo, puso a Duncan en contra de tu padre. Él no fue lo suficientemente listo para darse cuenta de que ella le estaba utilizando, ¡ya sabes lo bobos que se vuelven algunos hombres ante una cara bonita!, pero tu padre sí que lo vio venir e intentó prevenirle a tiempo. Duncan no le hizo caso y terminó por irse, poniendo fin a su amistad. No supo nunca el favor que le hizo tu padre separándole de esa arpía –continuó Lorna.

–Cayden y Rebecca son amigos, mami –dijo de pronto Marian, que ayudaba a su madre con la costura pasándole los alfileres –. Yo le he pedido a Cayden durante la comida que se case con Rebecca, pero él no se lo ha tomado en serio, me ha dicho que ella no le aceptaría... ¿A qué sí que lo harías si te lo pidiera, Becky? Creo que es como el príncipe del cuento de Cenicienta, si yo fuera mayor como tú, por supuestísimo que querría casarme con él–.

Todas las mujeres encontraron muy graciosa la ocurrencia de Marian, pero yo me sentí mucho mejor cuando acabaron con el vestido y pude escaparme de allí.

Lance me esperaba a la puerta de su casa y nos dirigimos juntos a revisar el material que había preparado para nuestra misión y que había escondido prudentemente en el bosque, a las afueras del poblado. Nos entretuvimos recargando los hechizos disuasorios de la frontera sur del poblado y volvimos caminando hacia mi cabaña a la caída de la tarde.

–¿Cómo estás? –me preguntó Lance, intranquilo.

–Bien, dadas las circunstancias. En realidad tenía que enfrentarme a él tarde o temprano, era inevitable que nos rencontráramos –admití.

–Sigues enamorada de él –afirmó de pronto, esperando mi reacción.

–¿Por qué dices eso? Me he esforzado mucho para conseguir olvidarlo, deberías tener un poco más de confianza en mí –protesté.

–Bec, a él puedes engañarlo, pero a mí no –dijo, entrelazando su mano con la mía–. Sólo me preocupa el daño que pueda causarte cuando se largue. No quiero que sufras más–.

–Sólo se abrirá un poco más la herida, pero sobreviviré –le tranquilicé.

–Podía haber ido tras su hermano él sólo, no entiendo por qué diablos no te deja en paz de una vez por todas después de lo que te ha hecho pasar –añadió, molesto.

–Lance, no puedo culparle de nada, él siempre ha sido bastante claro con sus intenciones, si recaigo será sólo culpa mía. Está aquí porque cuenta conmigo y es mi deber ayudarle, no es su culpa que yo aún piense en él de ese modo –le aseguré.

–Lo peor es que creo que el muy imbécil también sigue loco por ti, el modo en el que te mira no ha cambiado desde entonces, Bec. Tú también tienes que haberlo notado –me dijo preocupado.

–Ese tipo de comentarios es justo el que no me conviene en absoluto en estos momentos, Lance. Cuando llegué aquí me propuse aceptar que él no me quería y al menos eso lo he conseguido. No quiero albergar falsas esperanzas, eso sí que podría hacer que me desmoronara de nuevo, de modo que ahórrate tus opiniones personales sobre el tema y centrémonos en la misión, ¿de acuerdo? –le pedí, abrumada por la situación.

–De acuerdo –respondió, mirándome con intensidad –. Sólo me preocupo por ti–.

De pronto me abracé a él y me estrechó con fuerza entre sus brazos, mientras besaba mi frente.

–Lo sé –dije, sintiéndome dichosa por tenerle mi lado –. Y por eso te quiero como a un hermano–.

–Tú también eres familia para mí. Sé que esto es difícil para ti, pero el tiempo lo cura todo, princesa y estoy seguro de que algún día conseguirás ser feliz –me dijo.

–Gracias –dije, conmovida.

¡Ojalá fuera así!