CAPÍTULO XVIII

 

Sólo nos separaba hora y media en carretera de nuestro destino, Amesbury, el lugar que albergaba una de las maravillas del mundo, aunque no estuviera catalogada entre las siete primeras. Había visitado el colosal monumento megalítico en varias ocasiones, pero fue la primera vez que lo hice cuando quedé más impresionada porque pude contemplar en compañía de mi padre el solsticio de verano desde el interior de las ruinas. Ese día me había sentido bastante insignificante ante tanta magnificencia. Pensar que gente de la prehistoria había construido un lugar de esas dimensiones sin ningún tipo de maquinaria, ni siquiera la rueda, rozaba lo increíble y tras mis recientes vivencias comenzaba a pensar que la magia tenía que haber sido la clave para crear algo así. De hecho el lugar parecía rebosar magia, ¡se sentía en el aire! y esa sensación que hasta los humanos apreciaban en cada visita era lo que lo convertía en un lugar especial.

Los historiadores señalaban que la construcción se hizo por fases y que se inició entorno al año 3000 a.C., para irse completando en épocas posteriores. Sin duda los arquitectos que diseñaron esta maravilla lo hicieron con un fin específico, adorar al Sol, celebrando su llegada al planeta y de ahí que la piedra altar y la piedra talón, dos puntos clave en la construcción, se alinearan en la dirección en la que salía el Sol en los solsticios.

Hacía tiempo había leído una leyenda en la que la construcción de Stonehenge se atribuía a Merlín, el hechicero que sirvió y guio al rey Arturo desde niño. Según la historia, Merlín había hecho venir las piedras flotando desde Gales y Wiltshire hasta su actual emplazamiento. En su día me había parecido pura fantasía, pero tras mi iniciación como hechicera no descartaba que Merlín hubiera sido en realidad un druida poderoso y que hubiera creado este lugar mediante magia para honrar al dios Sol, al que debíamos la vida en el planeta…

El monumento estaba abierto al público desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde en esa época del año, de modo que habíamos decidido colarnos esa misma noche para poder estar solos en el complejo. Pasamos el día en el Bed & Breakfast, preparándonos para nuestra expedición nocturna, y aprovechamos el parón de los acontecimientos para contactar con los maestros e informarles de todo lo que habíamos averiguado hasta ahora. Parecían alarmados y querían intervenir, pero les disuadimos de hacerlo, puesto que teníamos a Darío pisándonos los talones y no nos interesaba que nos localizara, algo que seguramente le resultaría fácil de hacer si seguía a nuestros hombres. Aun así Marcus llamó a Cayden varias veces durante la jornada con diferentes excusas, lo que denotaba que estaban bastante preocupados por la situación de peligro en la que nos encontrábamos. Era cierto que sin Ethan nuestra posición como Tríada estaba debilitada y los maestros no sabían hasta qué punto esto podría inclinar la balanza en favor de los oscuros, por lo que entre todos concluimos que nuestra mejor opción era recuperarlo antes de que tuviera lugar la conjunción planetaria y esto hizo que me sintiera un poco más presionada pensando que las expectativas de todo el grupo estaban puestas en mi don. 

Esa noche aparcamos los dos crossover a cierta distancia del monumento y avanzamos de incógnito por la verde explanada hasta llegar al recinto. Nos colamos con facilidad y avanzamos por la ancha calle que llegaba hasta la construcción conocida como La Avenida, el camino que se utilizaba como entrada principal de los asistentes en las ceremonias rituales. Las siluetas de los enormes megalitos se alzaban majestuosas ante nosotros bajo la luz de una enorme luna nueva. A medida que nos acercábamos empecé a sentirme diferente, más receptiva con el entorno y comprendí que aquel lugar me influenciaba bastante.

–¿Podéis sentirlo? –les pregunté a los demás mientras avanzábamos en la noche.

Todos asintieron y entonces Lance se adelantó hasta alcanzarme, adecuando luego su paso al mío.

–¡No es una casualidad que nos sintamos así! Las piedras no sólo eran el símbolo de lo eterno para nuestros ancestros, sino que también se utilizaban para marcar puntos energéticos terrenales. Las corrientes telúricas son corrientes eléctricas que circulan bajo la superficie terrestre, a poca profundidad, y que se forman como consecuencia de las variaciones del campo magnético terrestre. Nuestros antepasados eran capaces de sentirlas porque vivían en contacto con la naturaleza, por eso podían seguirlas y donde confluían, creando nudos de energía, era donde erigían sus monumentos. Stonehenge es una clara muestra de ello, lo que sentimos ahora no es más que el poder de la Madre Tierra, latente aún en este lugar mágico –nos explicó.

–¡Me moría de ganas de venir a este lugar! –exclamó Gary–. Nuestro padre nos ha hablado de este sitio desde que éramos niños, ¿verdad, Brienne? ¿Recuerdas que nos contaba la historia de los antiguos dioses que se habían convertido en piedra con el paso de los años dando origen al círculo sagrado?–.

–Sí, lo recuerdo. De hecho yo me moría de miedo imaginando que cobrarían de nuevo vida y vagarían por el mundo aplastándonos a todos –bromeó Brienne.

–Éste es uno de los lugares más emblemáticos para los clanes. Nuestra gente ha venido durante siglos a este santuario para hablar con los dioses, pero hoy en día esto cada vez resulta más difícil hacerlo a causa de la afluencia masiva de turistas que recibe en todas las épocas del año –continuó Lance.

–Cierto, a medida que pasa el tiempo estamos más limitados en cuanto a los lugares en los que podemos estar en contacto con la naturaleza. Si queremos preservar nuestra magia en primer lugar tenemos que preservar el planeta, especialmente sus bosques y sus montañas, nuestros últimos santuarios –añadió Cayden.

Nos detuvimos en el centro del círculo, sintiéndonos observados por los enormes bloques de piedra volcánica. En algunos de ellos podían verse inscripciones en algún lenguaje incluso más arcaico que el Ogham.

–Convendría que protegierais la zona de posibles intrusos –sugirió Cayden.

–¡Entendido!, ¡marchando unos hechizos disuasorios! –bromeó Keira.

Nuestros amigos se alejaron, repartiéndose en varios puntos de la circunferencia exterior del monumento de casi treinta metros de diámetro para formular los hechizos. Mientras tanto Cayden tomó mi mano y me condujo hasta la piedra altar, una enorme losa de arenisca situada en el centro del circo y que iluminada por la luna desprendía destellos iridiscentes. Me acomodé sobre la fría piedra, sentándome sobre mis talones y Cayden se sentó frente a mí, entrelazando sus dedos con los míos. Nos miramos a los ojos y pude leer en los suyos su plena confianza en mí, lo que me hizo sentirme sumamente especial y al mismo tiempo sumamente asustada. De nuevo temía defraudarle y al pensarlo un hormigueo incómodo invadió mi estómago.

–Tranquila –me susurró Cayden, advirtiéndolo.

–Lo intento –dije, suspirando.

–Estaré contigo todo el tiempo, ¿de acuerdo? –me prometió, apretándome cariñosamente las manos, antes de bajarlas y dejarlas descansar entre nosotros, aún entrelazadas.

–De acuerdo –dije, sintiéndome mejor tras su promesa.

Advertí que el medallón del Clan de los Lobos lucía esa noche sobre su pecho. Siempre me había parecido el más bonito de los emblemas de los tres clanes, los tres hermosos lobos corriendo sobre una envolvente infinita en una carrera continua y eterna. Al igual que los lobos, Cayden también era hermoso, indómito y misterioso porque su lado salvaje vivía latente en él. Recordé aquella noche en el bosque, cuando se enfrentó a un trío de lobos para protegerme, dejándome pasmada cuando se comunicó con su líder y le disuadió de que nos atacara. Él poseía el don inherente de conectar con los animales del mismo modo que nuestro clan podía beneficiarse del poder de las tormentas o que el Clan del Fuego manejaba el elemento primigenio a su antojo…

–¿Empezamos? –me sugirió Cayden, haciéndome volver a la realidad.

Asentí y juntos invocamos al poder de la Tríada, susurrando al unísono hechizos de fortaleza y de unión. De inmediato las triquetas tatuadas en el dorso de nuestras manos resplandecieron y sentimos cómo nuestros cuerpos se llenaban de energía, la propia y la que nos brindaba aquel magnífico lugar. Estuvimos varios minutos absolutamente concentrados, intentando que Ethan recibiera nuestra señal, pero sin obtener respuesta, de modo que decidí abrir los ojos y me encontré con los de Cayden, enormes e intensos, fijos en los míos…

–No vamos a rendirnos a la primera, ¿no? –dije para quitarle importancia a nuestro intento fallido.

–¡Desde luego que no!, ¿probamos otra cosa? –me propuso, inclinándose hacia mí.

–¿El qué? –pregunté intrigada.

Él me atrajo hacia sí y apoyó su frente contra la mía, acariciando mi nariz con la suya en un gesto tierno y delicado.

–¿Qué te parece si además de invocar a la Tríada, intento pensar en Ethan? Quizás si traigo a mi mente recuerdos suyos, te resulte más fácil conectar con su espíritu– me propuso.

–Está bien, ¡quizás ayude! –admití.

Volvimos a unir nuestras manos e invocamos a la Tríada, sintiendo de nuevo la corriente de energía circulando por nuestros cuerpos. Pronto las triquetas resplandecieron y una calidez extrema invadió mis manos y se fue extendiendo al resto de mi cuerpo. En esta ocasión habíamos conseguido emitir con más fuerza, sin duda porque estábamos más en sintonía el uno con el otro al unir también nuestras mentes.

Cerré los ojos y recordé lo que me había dicho mi padre la noche anterior, cuando me aseguró que yo ya poseía en mi interior todo lo necesario para conectar con los espíritus. Recordé que los principios básicos de un druida residían en cuatro acciones sencillas y específicas: saber, querer, atreverse y permanecer atento. ¡Y eso fue lo que hice!, me mantuve alerta, sintiendo a Cayden tan cerca de mí que era como si fuéramos una sola persona.

De pronto comprendí que iba a entrar en trance porque un destello brilló dentro de mi mente, cegándome por completo y cuando abrí los ojos ya no me encontraba en Stonehenge, sino en un lugar cerrado, oscuro y poco aireado. Cuando mis ojos comenzaban a adecuarse a la oscuridad, un sonido desgarrado atravesó el aire y pronto identifiqué de qué se trataba,… era un violín. Me aproximé al lugar de donde provenía la música y me detuve, sorprendida al ver frente a mí a un niño pequeño encaramado sobre una mesa de madera maciza mientras tocaba con los ojos cerrados, completamente concentrado en su intrincada melodía. Su pelo, oscuro y brillante, le caía demasiado largo sobre la frente, casi cubriéndole los ojos. El instrumento era demasiado grande para él, pero era lo suficientemente hábil para que sus pequeños brazos se apañaran para tocarlo de maravilla. Reconocí el violín de su madre, su más preciado tesoro… Ese niño que tenía frente a mí representaba la parte vulnerable y melancólica que aún habitaba en Cayden y que de vez en cuando salía a la luz. Me hubiera gustado poder abrazarlo y consolarlo por su desolación, pero como imaginaba no era más que una mera espectadora de la escena, él ni me veía ni me oía. De pronto el suelo de madera crujió y el niño dejó de tocar, abriendo inmediatamente los ojos, enormes y de un color azul extraordinario. Teníamos compañía, alguien más había entrado en la habitación. Se encendió una luz, lo que me permitió reconocer el lugar, la azotea de la mansión de los Darcey. Nuestro visitante era otro niño de aproximadamente la misma edad, pero era la antítesis del violinista, sus cabellos eran dorados como el oro y sus ojos de color verde agua y me recordó a un ángel. Estaba claro que se trataba de Ethan.

–¿Qué haces aquí?, ¿acaso me espiabas? –preguntó Cayden con una expresión hostil en su rostro.

–Te estaba buscando para que jugaras conmigo. Se supone que ahora eres mi hermano, no tienes por qué seguir escondiéndote de mí –respondió Ethan.

–Yo no tengo familia, todos están muertos –respondió Cayden con brusquedad y lo dijo de un modo tan directo que me dio pena descubrir hasta qué punto había sufrido.

–Ahora me tienes a mí, te guste o no. Mi padre te ha adoptado y eres oficialmente mi hermano. Sé que papá está siendo muy duro contigo, pero yo no lo seré, te lo prometo. La verdad es que siempre he querido tener un hermano y tú podrías servirme, ¡pareces guay! ¿Por qué diablos te escondes todo el tiempo para tocar ese instrumento? –preguntó con curiosidad, señalando el violín.

–Eso no es asunto tuyo –gruñó Cayden, guardando violín y arco en la funda que tenía abierta sobre la mesa.

–Deberías dejar de tocarlo porque suena fatal, es como si estuvieras destripando a un gato –soltó Ethan.

De pronto Cayden levantó la mirada y miró fijamente a Ethan, pero en lugar de seguir comportándose a la defensiva con él, una sonrisa se dibujó en su boca, convirtiéndolo en un niño muy hermoso, lo que antes no había podido apreciar a causa de su enfado.

–Bueno, ¿vas a jugar conmigo o qué? –insistió Ethan.

–De acuerdo –accedió Cayden, por fin más animado.

Entonces dejé la habitación y a los dos hermanos y otra escena se presentó ante mí.

Era de noche de nuevo, pero en esta ocasión estaba en el bosque. Frente a mí ardía una hoguera y por el color de la llama, de un azul intenso, supe que se estaba celebrando un ritual. Ethan y Cayden estaban junto a las llamas, con el pecho y los brazos al descubierto, por lo que pude ver que tenían dibujados sobre la piel símbolos y runas. A su lado estaba Christopher en persona, vestido con una túnica blanca como la que usábamos los druidas para las ceremonias. Murmuraba unos cánticos que ahora pude identificar claramente, se trataba de la ceremonia de iniciación de mis compañeros… Los muchachos permanecieron imperturbables mientras el fuego ganaba en intensidad y entonces Darcey se acercó a ellos y les ungió con aceite de muérdago, primero a su hijo y después a Cayden, dibujando sobre sus frentes la runa de iniciación. Casi de inmediato Ethan se llevó las manos al pecho y pude sentir cómo el fuego le abrasaba por dentro. En realidad supuse que estaba reviviendo en ese momento lo que sentí en mi propia iniciación, la sensación de quemazón en mi garganta, bajando hacia mi pecho y ahogándome. El fuego entró en mí aquella noche del mismo modo que debió de entrar en mis amigos en esa ceremonia. Cayden sin embargo ni siquiera se inmutó al iniciarse en la magia, sino que se mantuvo impertérrito frente a las llamas, como si el hechizo no tuviera efecto sobre él. Comprendí que Cayden estaba haciendo un hercúleo esfuerzo por controlarse así mismo, por no parecer débil frente a Darcey y sentí admiración por él.

Por segunda vez la escena en mi cabeza cambió y ahora aterricé en la sala de entrenamientos, donde los dos hermanos estaban sentados, sudorosos y magullados, en los bancos de madera de los vestuarios.

–Tal vez si no le provocaras, él no sería tan duro contigo –dijo Ethan, preocupado.

–¿Provocarlo? Fue él quien vino directo a por mí. Quiere destruirme –rugió Cayden.

–Eso no es cierto. Aunque te cueste creerlo, él también te quiere, te considera su propio hijo –le rebatió su hermano.

–Él… nunca… será… mi… padre –respondió Cayden en un tono hostil, separando deliberadamente cada palabra – . Si no me he ido ya de aquí ha sido por ti–.

Esta confesión pareció alarmar a Ethan.

–¿Estás pensando en marcharte? Pero, ¿a dónde irás? No tienes a nadie a excepción de nosotros, somos tu única familia –protestó.

–Tú eres mi hermano, pero él no es nada para mí. Su crueldad me ha hecho odiarlo y desde luego sé que no es el ejemplo que quiero seguir, aunque me preocupa que tú creas que es así como debe comportarse un líder… Sé que es tu padre y que le respetas, pero no debemos convertirnos en alguien como él, nuestra esencia va en contra de someter a los demás por la fuerza, así es como deberíamos ser y no dictadores desalmados como él –se explicó.

–Sé que no te falta razón, pero mi padre es un buen tipo en el fondo, cuida de todos nosotros y se preocupa de que nuestro clan prospere. No debemos juzgarle, está sometido a mucha presión y lo hace lo mejor que puede. Cayden, prométeme que no te irás, que lo intentarás de nuevo. Si mi padre te ve esforzarte más, si te vuelves más disciplinado, seguro que no te presionará de ese modo –dijo, suplicándole con la mirada.

–No te prometo nada –dijo Cayden, levantándose bruscamente–, pero si decido irme, me gustaría que vinieras conmigo–.

Ethan le miró, grave, y pronto bajó los ojos hacia el suelo embaldosado del gimnasio.

–Sabes que no puedo abandonarle –murmuró.

Cayden apretó la mandíbula, en tensión, y sacando de un tirón una toalla de la taquilla se alejó hacia las duchas.

Antes de lo que esperaba la escena volvió a cambiar. Todo empezaba a ir más rápido ahora y me costaba seguir el ritmo.

Estaba de nuevo en el bosque y esta vez me pareció identificar con exactitud el claro donde me inicié porque los árboles estaban marcados con los símbolos que recordaba. Me aproximé a paso lento hacia el centro del claro y en la penumbra distinguí dos figuras que discutían acaloradas. Por las voces identifiqué enseguida a Cayden y a Ethan.

–¿Qué diablos pretendes trayendo aquí a esa chica?, ¿es que pretendías revelarle lo que somos? –rugió Cayden, furioso.

–Cayden, ya te he dicho que ella es uno de los nuestros, sólo que ella aún no lo sabe –respondió su hermano con una calma gélida.

–¿Y cuál era tu brillante plan, iniciarla por la fuerza? –le echó en cara él.

–Ella confía en mí, sabía que no iba a ocurrirle nada malo –contestó, muy seguro de sí mismo.

–¿A eso le llamas confianza? Diría que la has sugestionado descaradamente para que te siguiera. Pero ¿es que estás loco? Ha visto demasiado y eso puede ponernos a todos en peligro.  Además es amiga de esa reportera fisgona que va a todas partes detrás de Christopher, ¿qué piensas hacer si tienen una charla sobre lo que ha ocurrido esta noche y lo ves publicado en el próximo número del periódico del instituto? –dijo indignado.

–¡Tranquilo!, no lo comentará con nadie –respondió Ethan, mirando al cielo como si le aburriera la conversación.

–Y lo sabes porque la conoces muy bien, ¿no es así? ¡Por los dioses, Ethan!, acaba de llegar al instituto, ¡ni siquiera puedes garantizar que sea de los nuestros! –dijo levantando la voz.

–Sé que es de los nuestros, mi padre me lo ha dicho. También sé que necesita protección y por eso debemos acogerla en nuestro grupo cuanto antes. Su padre murió en extrañas circunstancias, quizás también vayan tras ella y no permitiré que le hagan daño –le explicó a su hermano.

–Pues si lo que quieres es protegerla, entonces lo mejor que puedes hacer por ella es dejarla en paz. Si su padre era de los nuestros y no la inició, tendría algún motivo importante para no hacerlo y no creo que tú le hagas ningún favor abriéndole la puerta de un mundo en el que no está preparada para vivir –rebatió Cayden.

–Ahora ya no sé si podré alejarme de ella –confesó Ethan, con una sonrisa torcida.

–Entonces, ¿se trata de eso?, ¿ella es otro de tus caprichos? Ethan, ¡madura de una vez! Es una chica, no el Smartphone de última generación que puedes adquirir un día para desecharlo en cuanto sale una actualización –le recriminó.

–Yo más bien la compararía con un Porsche de edición limitada –dijo Ethan disfrutando sin duda del cabreo de su hermano.

–¡Deberías alejarte de ella! Has realizado el ritual y no ha reaccionado, eso debería convencerte de que no es como nosotros –protestó.

–Se asustó y salió huyendo, aún no sabemos con certeza si  ha reaccionado o no –matizó Ethan.

–La seguí y te puedo asegurar que no se ha iniciado –dijo Cayden y ahora que le conocía tan bien, aprecié un pequeño, casi imperceptible, quiebre en su voz, lo que me hizo comprender que estaba mintiendo, él supo esa misma noche que yo me había iniciado, pero trató de ocultárselo a su hermano por mi seguridad.

–¿La seguiste?, ¿desde cuándo te molestas tanto por una chica? –bromeó Ethan.

–Estaba asustada y desorientada y tú ni siquiera te molestaste en ir tras ella. Lo correcto era dejarla sana y salva en su casa y eso es lo que hice, aunque tras intercambiar un par de palabras con ella lo que de verdad me pedía el cuerpo era arrojarla al lago –dijo Cayden, molesto.

–¡Ja!, es realmente borde, ¿no es cierto? Me recuerda a ti, creo que ése es el motivo por el que me gusta tanto… –respondió con ironía.

Era curioso descubrir la conversación sobre mí que los hermanos habían mantenido la noche de mi iniciación. Por mi parte yo tenía otros recuerdos especiales de esa misma noche. Cayden me había abrazado por primera vez después de haberme salvado del ataque de los lobos. Ese día había intuido que se preocupaba por mí, aunque fuera arisco y maleducado y había sentido, fuerte y latente, nuestra conexión. Sin embargo no todo fue memorable esa noche porque también discutimos acaloradamente. Me acompañó a casa para luego dejarme allí plantada, largándose de malos modos, tras asegurarme que no tenía nada que hacer con Ethan. Ahora me preguntaba si aquel día se dejó llevar por los celos y de ahí sus malos modos conmigo. ¡Cuánto había cambiado entre nosotros desde entonces!

Se hizo de nuevo la oscuridad y aparecí súbitamente en la habitación de Ethan.

Los dos hermanos estaban sentados en el suelo, bajo el enorme ventanal que estaba abierto de par en par, a pesar de que llovía a cántaros y las gotas de agua les salpicaban de cuando en cuando. Estaban borrachos y seguían bebiendo, cada uno con una botella de whisky en la mano. Sabía qué recuerdo de Cayden compartía en ese momento, la noche de nuestro alzamiento como druidas, la misma noche en la que Ethan se me declaró y le rechacé.

–¡Menuda mierda! –masculló Cayden apurando su botella y arrojándola por la ventana.

–No te preocupes, toma la mía –dijo Ethan, pasándole su botella, aún medio llena.

–No es por el whisky. ¡Joder, Ethan!, ¿por qué no me lo dijiste? –protestó Cayden y podía leer la desolación en su rostro.

–¿Decirte qué?, ¿que me había enamorado de Rebecca? ¡Por los dioses, ni siquiera lo sabía! y si lo sospechaba, me lo negaba a mí mismo. Me daba miedo sentir algo así, por primera vez en mi vida temía que una chica me rechazara porque sabía que si Rebecca lo hacía me partiría el corazón… Era un riesgo que tenía que correr, pero, sinceramente, tenía esperanzas de que la balanza cayera a mi favor. ¡Seré engreído! –se lamentó Ethan.

–Lo siento, hermano, no sabes cuánto lo siento –se disculpó, mirándole desesperado.

–No es culpa tuya. Rebecca es dura y yo me he comportado como un fanfarrón con ella, es normal que me pisotee de este modo. Pero no pienso rendirme, quizás con el tiempo me dé otra oportunidad –dijo, agarrando otra botella.

Cayden bajó el rostro hacia la alfombra y noté cómo apretaba su mandíbula con fuerza, intentando reprimir sus emociones.

–¿Qué ocurre?, ¿ya has tenido suficiente por hoy? –le dijo Ethan, preocupado por su reacción.

Cayden levantó el rostro y negó con la cabeza, volviendo a levantar la botella hacia sus labios.

–Por mucho que beba hoy, no me parecerá suficiente –murmuró.

–¡No puedo estar más de acuerdo! –dijo Ethan, alzando su botella para brindar con su hermano.

En esta ocasión fui yo quien abandonó el recuerdo, tuve que salir de allí porque era muy angustioso presenciar el dolor que ambos hermanos habían compartido por mi culpa, especialmente sabiendo que todos los problemas que teníamos ahora eran consecuencia de ese conflictivo triángulo amoroso que formábamos…

Y entonces otro recuerdo me atrapó, pero a diferencia de los anteriores, éste era más vívido. En esta ocasión no observaba a otros, sino que yo misma era el actor principal.

Caminaba por la calle en plena noche y una fina lluvia me iba calando. Pronto reconocí dónde estaba, seguía la Milla Real en dirección al castillo de Edimburgo, que se erigía majestuoso sobre la ciudad. Avanzaba a paso rápido y recordé que acudía a una cita. Mi sexto sentido me decía que esa noche no las tenía todas conmigo, era bastante temerario presentarme sólo ante el enemigo, pero había decidido embarcarme en esto en solitario y ya no había vuelta atrás. Había arriesgado bastante sacando a Claude de la prisión de Mann, pero al menos ahora él iba a cumplir su parte del trato, me entregaría al viejo.

El Clan de la Oscuridad había quedado desmembrado desde que acabamos con Darío, pero el maestro se nos había escapado y tras mis investigaciones sabía que mientras que no le elimináramos, no estaríamos a salvo. Entonces la imagen de Rebecca irrumpió en mi mente, como hacía de cuando en cuando, recordándome que aún seguía importándome más de lo que debería. Había vuelto a pensar bastante en ella desde que puse el pie en el país, quizás porque ya no podía engañar a mi subconsciente con la excusa de que nos separaban miles de kilómetros de distancia y el deseo de verla me traicionaba. Había sentido la tentación de ir a visitarla, pero pronto lo descarté, no la quería meter en esto. Además temía mi reacción cuando me rencontrara con ella, me había propuesto actuar como si mis sentimientos fueran cosa del pasado y aunque aparentemente mi herida estaba cicatrizando, temía que volviera a abrirse en cuanto la viera de nuevo. ¡Necesitaba más tiempo!, quería enterrar en el olvido el rencor que había sentido hacia Cayden y Rebecca por amarse en secreto y sobre todo quería dejar de odiarme a mí mismo por no poder simplemente perdonarlos y olvidar…

A estas horas de la noche el recinto del castillo estaba cerrado y vigilado, pero no me supuso mucho problema saltar la valla y atravesar el patio hacia la capilla de Santa Margarita, el lugar de encuentro que había fijado Claude. Sabía que trataría de engañarme, pero contaba con ello, de modo que venía armado y protegido con un uniforme de un material prototipo que me protegería de la acción del hierroscuro y suponía que el maestro no contaría con eso.

La capilla estaba sumida en la más completa oscuridad, de modo que avancé en silencio por el lateral de la nave con una daga en la mano. De pronto una mano atrapó mi brazo y reaccioné rápidamente, atrapando al tipo y sujetándolo contra mí, apretando la daga contra su yugular. Me bastó un simple vistazo a contraluz para asegurarme de que se trataba de Claude, pero aun así le retuve unos instantes más para que fuera él quien me pidiera que le soltara.

–Voy desarmado– susurró con voz rasposa.

Le solté sin prisa y él se giró, mirándome iracundo.

–¿Y bien?, te sigo –dije, apuntándole con la daga en la distancia.

Asintió y emprendió la marcha hacia una de las capillas situadas tras el altar y aunque le seguía de cerca, de un momento a otro le perdí de vista y me alarmé, pensando que me había dado esquinazo, pero para mi sorpresa vi que me hacía señas desde una abertura en el suelo. Me acerqué y comprobé que, camuflado bajo una loseta de piedra, se abría paso un túnel subterráneo y me introduje tras él, llegando a un pasillo que a su vez parecía internarse más y más en la colina volcánica en la que se asentaba el castillo. Esperé a Claude, inspeccionando todo alrededor, mientras él tapaba de nuevo la entrada al túnel con la loseta.

–¿Dónde se supone que vamos? –le pregunté.

–He atrapado al viejo como me pediste y le tengo encerrado en las mazmorras del castillo –dijo Claude.

Le miré con detenimiento, intentando leer en su rostro si podía confiar en él, aunque pronto descarté esa posibilidad porque Claude era un traidor, había engañado a mi padre durante años y no podía esperar que conmigo se comportara de otro modo, por lo tanto decidí no bajar la guardia.

–Tú delante –le indiqué para que comenzara la marcha.

Caminamos durante un buen rato por túneles angostos y mal ventilados hasta desembocar en un pasaje con celdas a ambos lados, las mazmorras. El lugar parecía desierto, salvo por una forma pequeña y enjuta que estaba encadenada contra la pared de la primera celda.

–Aquí tienes lo que buscabas, aunque no entiendo a qué viene tanto revuelo por este viejo, está en las últimas como puedes ver –se burló Claude, mientras abría la puerta de la celda y entraba a echar un vistazo.

Le seguí para cerciorarme de que se trataba del tipo que buscaba y me acerqué lo suficiente para reconocer el rostro cuarteado y cetrino del maestro oscuro. Parecía inconsciente e indefenso, con las muñecas bien amarradas por los grilletes anclados en la pared. De pronto oí un sonido metálico y me giré para contemplar cómo Claude se apresuraba a encerrarme en la mazmorra, echando la llave de inmediato. Me resultó molesto que hiciera algo así, pero ¿en serio era tan estúpido para pensar que podría retenerme encerrándome bajo llave? Me acerqué a la reja y la arranqué de una patada, haciendo que cayera sobre el imbécil de Claude, que quedó atrapado entre la reja y la pared de enfrente. Era cómico verle atrapado como un pajarillo enjaulado.

–Sabía que me la jugarías, pero pensé que tendrías un plan más brillante que éste –me burlé, pasando mi mano por un hueco de la reja y cogiéndole con fuerza por el pescuezo.

Claude apenas podía respirar, pero para mi sorpresa me dedicó una mueca irónica, como si se burlara de mí, aunque en su situación no le convendría cabrearme aún más. Y entonces un dolor punzante atravesó mi nuca, como si taladraran mi cráneo y atravesaran mi cerebro. Me llevé ambas manos a la cabeza, intentando contener el dolor, pero era tan fuerte que perdí el equilibrio, cayendo de rodillas sobre la fría roca del túnel. Aunque intentaba usar mi magia me sentía anulado, sin fuerzas y pronto comprendí que aquello había sido un plan calculado al detalle para atraparme y que si no hacía algo rápido se saldrían con la suya. Intenté invocar a la Tríada, pero en ese momento una sombra oscura se puso frente a mí y de pronto su mano ganchuda tocó mi frente y su uña escarbó con fuerza, llegando a mi cerebro y sin poder evitarlo me desvanecí…