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LA REINA COTILLA

Estuvo bien… Más que bien.

No al nivel de un sobresaliente, pero Xavier no tuvo la culpa de que no tocara el cielo y sobrevolara la tierra con el mejor de los orgasmos. Con el día que yo había tenido, tampoco estaba muy receptiva que digamos. Al menos, el sexo aplacó todas las tensiones del día. Hacer el amor con Xavier siempre fue muy reconfortante. Ninguno de los dos nos comportábamos en la cama como dos salvajes (y que conste: no estaba comparándolo con nadie), pero me hizo sentir segura y querida. Además, si íbamos a intentar que lo nuestro funcionase no tenía sentido posponer más tiempo lo inevitable. Tampoco es que hubiéramos dejado de tener sexo cuando rompimos, pero era impulsivo; incluso despechado. Esta vez había sido distinto: yo lo había meditado (aunque solo unas horas antes). Lo único desconcertante fue el sentimiento de culpa que tuve nada más terminar de hacerlo; justo cuando Xavi me besó en los labios y se levantó directo al cuarto de baño. Ni yo misma podía encontrarle un significado a la desazón de mi cuerpo.

Menos mal que en cuanto volvió a tumbarse a mi lado aquella extraña sensación fue desapareciendo. Xavier y yo estuvimos charlando sobre mi primer día en Sound Music. Por supuesto, obvié algunos episodios; especialmente los relacionados con Nick Mendoza. Alucinó por completo cuando comenté que iba a ser la asistente de Demonic Souls, y no porque creyera que mi trabajo iba a ser apasionante (de hecho, seguía opinando lo mismo): Xavi estaba encantado porque era un profundo admirador de aquel grupo de rock. Surrealista, ¿no? Mi novio era fan de mi peor pesadilla hecha realidad y con el que había intercambiado fluidos hacía unos días. Para colmo, el ingenuo de Xavier me confesó que dos de las canciones del primer disco le recordaban a nosotros. Al oír aquello, casi sufrí un trombo cerebral. Quería ponerme el disco, cosa a la que me negué rotundamente. Solo me faltaba hacer el amor con mi chico y escuchar de fondo la voz del mentecato de Nick Mendoza. Lo digo y lo diré: el destino la había tomado conmigo y no hacía otra cosa que reírse a mi costa.

Además, ya lo había escuchado una vez en la oficina y para mí era más que suficiente. Rosa, la secretaria del departamento de Comunicación, me había pasado el primer disco de Demonic Souls, junto con su bio y el clipping de prensa. La carátula del LP era bastante siniestra. Parecía un fotograma sacado de una peli de terror: habitación en color sepia, desvencijada y con las paredes descascarilladas. Al fondo de la imagen se atisbaba una cama de hierro forjado antigua y mugrienta, cubierta por sábanas negras arrugadas y una gran mancha de color púrpura que debía de ser sangre. No sé por qué me sorprendía: con el nombre de aquel grupo de rock («almas demoniacas»), ¿qué me esperaba? ¿Una portada de osos amorosos jugando sobre nubes de algodón? El título del disco también era para mear y no echar gota: Dirty Sheets. En español significaba «sábanas sucias», supongo que haciendo referencia a la mancha roja de la cama. En fin, el genio al que se le ocurrió aquella brillantez no se estrujó demasiado el cerebro… o tenía una edad mental de dos años y medio.

A pesar del mal gusto y la falta de originalidad del packaging, tengo que admitir que el disco sonaba muy bien. Las melodías eran algo rudas y estridentes para mis delicados oídos, pero muy pegadizas: más de una vez me encontré siguiendo el ritmo de algunos temas con los pies. Las letras, como era de esperar para un grupo de rock, hablaban de sexo, orgías, alcohol… Temas un tanto manidos. Sin embargo, oír cantar a Nick fue… impactante. Lo reconozco: en algunas canciones se me pusieron los pelos de punta. El chico tenía una voz intimidante, sexi, peligrosa… Un cóctel de ingredientes que lo hacía bastante diferente de los cantantes a los que yo estaba acostumbrada a escuchar. Fue asombroso descubrir que su voz no parecía pertenecer al chico con el que había hablado horas antes. A través de los auriculares sonaba distinta: más ronca y masculina, tremendamente sexual. Si Nick cantara para un convento de monjas, podría haberlas hipnotizado para que colgaran los hábitos definitivamente.

Su inglés, curiosamente, también era perfecto. La mayoría de las canciones, al igual que el nombre del grupo y el título ridículo del LP, eran en este idioma. Los españoles no nos caracterizamos por ser bilingües (incluyéndome a mí, que hablo inglés como si tuviera una patata en la boca) y era chocante que él tuviera una pronunciación tan correcta. Poco después, cuando leía el dosier de prensa, encontré la explicación: el cantante era americano. Según decía su bio, Nick Mendoza (27) tenía raíces españolas por parte de madre, pero había nacido y crecido en Estados Unidos, concretamente en Nueva York. Empezó a tocar la guitarra en la adolescencia y a los veinte años fundó, junto a su amigo Carlos Molina (Charlie), los Demonic Souls. Además de ser el vocalista de la banda, también había compuesto cada uno de los temas publicados en Dirty Sheets, el álbum debut de la banda.

Según los artículos y entrevistas que Rosa me había pasado junto con la bio, Nick abandonó a los diecisiete años la ciudad de los rascacielos para vivir en el país de origen de su madre, España. Al poco tiempo de residir en Madrid, conoció a Charlie en el instituto donde su abuelo lo había matriculado. Los dos guitarristas se hicieron grandes amigos, no solo porque ambos amaban el rock y tocaban la guitarra; también por la cantidad de horas que compartieron en el despacho del director del centro educativo. Según contó el cantante a un diario nacional, una noche de juerga salvaje, tras asistir a un festival de música independiente, se les encendió la bombilla y decidieron formar un grupo de música. «Estábamos hartos de ir por la vida sin un pavo en el bolsillo y se nos ocurrió que si tocábamos en bares los fines de semana, podríamos ganar algo de dinero extra y, de paso, ligar con tías», declaró Nick en aquella entrevista. Cuando pusieron en marcha aquel plan y corrieron la voz de que buscaban músicos, un compañero del instituto les presentó a su primo, Antonio Crespo (Tony). Nick y Charlie aseguraban que cuando el bajista hizo la prueba, se dieron cuenta de dos aspectos que lo hacían único: «Era un genio loco y tenía un talento impresionante para tocar el bajo». Al parecer, conseguir un batería fue algo más complicado. Después de poner un anuncio en Internet, en bares del centro y en varias escuelas de música, no encontraron a nadie que encajara con su estilo. Estaban a punto de tirar la toalla cuando un día Nick coincidió con Eduardo Reyes en el metro. Este, con sus pintas de rastafari, estaba tocando a los bongos «Sympathy for the Devil», de los Rolling Stones, y al cantante le pareció que era «especialmente bueno». Nick, decidido, se levantó de su asiento y le propuso que hiciera una prueba para entrar como batería en la banda que estaba montando con unos colegas. Cuando vio la montaña de dinero que los viajeros habían depositado en la gorra de lana del chico, perdió toda la ilusión de que el rastas aceptara tocar con su grupo. Sin embargo, dos días después, Edu se puso en contacto con él. Según el batería, después de ver cómo «esos tres tocaban endiabladamente bien», decidió convertirse en la cuarta alma demoniaca.

Mientras recordaba toda la información que había recopilado sobre la banda, Xavier yacía desnudo en su cama mirando la tele de plasma que colgaba de la pared. Empecé a vestirme. Al día siguiente tenía un día duro de trabajo y no quería llegar muy tarde a casa. Recordé entonces que no había mencionado a Xavier nada sobre la gira del grupo. Se lo diría si al final aceptaba continuar en aquel trabajo. Aunque, pensándolo mejor, debería consultarle mis dudas e incluso avisarle con antelación de que quizá no podríamos irnos de vacaciones juntos… Al fin y al cabo, ya éramos de nuevo una pareja oficial.

—¿En qué piensas, cariño? —me sorprendió Xavier. Había leído la preocupación en mi gesto.

—Nada importante —respondí en un tono casual mientras me calzaba las botas.

—Estás jugueteando con tus pulseras como siempre haces cuando estás nerviosa, así que empieza a hablar o no te dejo salir de esta habitación —bromeó.

Suspiré resignada. Xavier me conocía demasiado bien y este sería tan mal momento como otro para decirle que no pasaríamos el verano juntos.

—¿Y hasta cuándo vas a estar fuera de Madrid? —me preguntó tras informarle de que posiblemente me iría de gira con la banda.

—No lo sé con exactitud. Las fechas de los conciertos aún no están completamente cerradas.

—No te agobies, sobreviviremos. Sabes que yo hasta finales de julio estoy a tope de trabajo con las producciones de moda de invierno y tampoco nos íbamos a ver mucho aunque te quedaras en Madrid.

Me dolió que aceptara la noticia con tanta naturalidad. No me esperaba aquella reacción. Pensé que se iba a molestar o, al menos, a entristecerse un poco. Llevábamos meses sin estar juntos, exceptuando algún que otro encuentro casual. Lo lógico era que se sintiera fatal por no verme en una temporada, ¿no?

—Me alegro de que lo comprendas —añadí, molesta—. Otro hombre pondría la voz en grito si supiera que su chica iba a convivir con cuatro rockeros famosos durante varios meses. —«Sobre todo si supiera que había mantenido relaciones sexuales con uno de ellos», pensé.

—Marta, cielo: te conozco perfectamente y sé que no tengo que preocuparme de nada. No eres el tipo de mujer que busca un rockero famoso, y si alguno de ellos intentara algo contigo te saldría un sarpullido en todo el cuerpo. —Y, tras soltar aquello, rompió a reír.

Yo sabía que confiaba en mí, pero la parte de que no era el tipo de mujer que le gustaba a un rockero me había molestado un poco. Yo no soy sexi, exuberante ni espectacular, pero no me hizo gracia oírlo de él.

—De todos modos, si algún fin de semana libras y me echas de menos, no te va a pasar nada si coges un avión y vienes a visitarme a la ciudad en la que esté —le propuse con cierto retintín.

—Por supuesto, cariño. Lo daba por hecho. ¿Crees que sería capaz de soportar meses sin verte? —Al no responder nada, se levantó y me estrechó entre sus brazos—. Marta, cariño. ¿De verdad piensas que no me importa que te marches? —me susurró al oído mientras me besaba el cuello—. Solo trato de ponerte las cosas más fáciles. Sé que te tortura pensar que vamos a estar separados. Si lo prefieres, te monto un pollo porque no me gusta tu trabajo —bromeó.

—No, por supuesto que no. Perdóname, estoy demasiado susceptible —admití, y dejé caer mi cabeza en su hombro.

Sabía que Xavier trataba de tranquilizarme, pero algo me decía que no le importaba demasiado que estuviéramos separados. O de nuevo me estaba dejando llevar por mis inseguridades. ¿No era extraño que no me hubiera preguntado si podíamos irnos de vacaciones, aunque fueran unos pocos días? Quizá era una paranoia mía. Si le diera exactamente igual estar conmigo, no me habría insistido en que volviéramos juntos. Además, aquella actitud era muy de Xavi: siempre había sido el más independiente y despegado de la pareja. Si no nos veíamos durante toda una semana por motivos de trabajo o porque habíamos quedado con amigos por separado, no parecía molestarle. Siempre era yo la que se enfadaba por no compartir más momentos juntos; también era yo la que lo llamaba a diario para preguntarle qué tal había ido su día… No puedo negarlo: pensaba que tras nuestra reconciliación sería distinto y que Xavi estaría al cien por cien volcado en mí por miedo a volver a perderme. Es lo lógico cuando una pareja rompe, ¿no? El que ha metido la pata trata de enmendar su error. Pero me equivocaba: las personas no cambian de la noche a la mañana. Él me lo había dicho muchas veces: no estaba en su naturaleza rendir cuentas a nadie porque sus padres le habían dado siempre toda la libertad que él había deseado, pero eso no significaba que no me quisiera o no se tomara nuestra relación en serio.

Quizá este trabajo no fuera tan malo para mí como pensaba. Quizá me ayudaría a no ser tan dependiente emocionalmente de Xavier. Quizá él comenzara a valorarme más cuando se diera cuenta de que me echaba de menos. Pasar tres meses fuera de Madrid podría ayudar a consolidar nuestra relación.

O eso fue lo que me dije para tratar de convencerme.

Llegué a casa cerca de las once de la noche. Estaba exhausta y con la cabeza hecha un lío. Como suele sucederme siempre que tengo un día de mucho estrés, me fue imposible conciliar el sueño. Después de analizar por activa y por pasiva la conversación que había tenido con Xavier en su casa, seguí dándole vueltas a mi comida con Nick en la terraza de aquel restaurante. El muy canalla me había pedido que dejara mi trabajo para poder acostarse conmigo libremente. Incluso había tenido el descaro de ofrecerme dinero. Podía entender que no me quisiera como asistente. A mí tampoco me ilusionaba trabajar con alguien al que había visto en toda su gloria. Lo que no era capaz de descifrar era el motivo por el que quería seguir viéndome. No se necesitaba ser un lumbreras para darse cuenta de que yo no era en absoluto su tipo (como bien había recalcado Xavier), y ni mucho menos él era el mío. Los tipos como Nick se fijaban en mujeres espectaculares y provocativas, por las que cualquier hombre babea cuando pasan a su lado, no en una mujer que no supera el metro sesenta y cinco y que no tiene grandes pechos ni el culo de Jennifer Lopez. Exceptuando mis ojos, que eran de un color extraño, el resto de mis rasgos pasaban absolutamente inadvertidos. El porqué se acostó conmigo cuando podría haberse llevado a cualquier chica de aquella fiesta a la cama era un misterio sin resolver. Tuve que resultarle muy entretenida: la primera idiota que no lo había reconocido y de la que podría reírse un rato. Cuando tienes dinero, fama y cualquier mujer a tus pies, uno se acaba aburriendo de todo, y tomar el pelo a una pobre chica puede hacer tu día diferente.

De repente, sentí la necesidad imperiosa de saberlo todo sobre Nick Mendoza. Quien tiene la información, tiene el poder, y si iba a trabajar con alguien tan complejo, cuanto más supiera sobre su vida y su personalidad, más fácil sería para mí pillarle el punto.

Me acomodé en la silla y escribí en la barra de búsqueda: «Nick Mendoza Demonic Souls». Mi primer descubrimiento fue que aquella pandilla de macarras era bastante popular en nuestro país y parte de Latinoamérica: tenían cerca de cien mil seguidores en Twitter y unos seis mil en Facebook. Para los expertos, Demonic Souls era toda una promesa del rock alternativo nacional, y algunos aseguraban que poco a poco se convertirían en los Héroes del Silencio del siglo XXI. Y yo me había burlado de su pendiente…

Los fans tampoco escatimaban en halagos y alabanzas hacia su grupo favorito, pero la gran mayoría iban destinados a una sola persona: al cantante. Y como ya me imaginaba, los piropos estaban escritos por chicas… Chicas, por cierto, bastante soeces. Las más tímidas tan solo se atrevían a declarar abiertamente su amor eterno a la estrella; las descaradas, sin embargo, no tenían ningún pudor en contar con pelos y señales todo lo que le harían para su uso y disfrute. Me pregunté qué opinaría Nick de que lo trataran como a un simple objeto sexual. Al instante de pensar aquello, me di una colleja mental por idiota: era un hombre y, como tal, debía de sentirse en el paraíso leyendo esa sarta de ordinarieces.

Me dejé llevar por la cotilla que llevo dentro y seguí husmeando en la vida y obra de NM, la abreviatura que utilizaban sus fans para hablar de él. Busqué por «imágenes recientes de Nick Mendoza» y, para mi sorpresa, aparecieron en la pantalla docenas de fotos del cantante en situaciones muy comprometedoras. En la primera de ellas, el rockero caminaba casualmente por una calle céntrica de Madrid. Aquella instantánea no tendría nada de especial si no fuera porque parecía más un sin techo vagabundeando por la ciudad que un cantante respetado. Tenía un aspecto horrible… ¡Qué digo! Esperpéntico. Llevaba unos pantalones de boxeador, unas botas de montaña roñosas y una camiseta desteñida en la que se podía leer «Chúpamela»; sobre ella, un anorak militar tres tallas más grandes que la suya y un gorro de lana gris cubriendo su cabeza. Ni el mismísimo Mickey Rourke estaba tan horrible en sus peores días. Cuando pinché sobre la foto, descubrí que estaba integrada en un reportaje de la revista Cuore, donde también aparecían otras estrellas como Jared Leto, Leonardo DiCaprio, Johnny Depp o Matthew McConaughey. El titular decía: «¿Por qué se empeñan en parecer feos?». Me eché a reír: el redactor me había leído el pensamiento. Yo también tenía la sospecha de que Nick trataba de arruinar su atractivo físico adrede. En la noche de marras, cuando lo tuve arrodillado frente a mí completamente desnudo, observé ese cabello perfectamente desordenado y aquel galimatías de horribles tatuajes que cubrían sus brazos, su pecho y su espalda y juro que pensé: «Es tan guapo que se avergüenza de ello». ¿Por qué ocultaba su belleza? No tenía ni idea. Quizá los niños monos no encajaban con la imagen de rockero rebelde. O simplemente quería cerciorarse de que su éxito vendría por su trabajo y no por su físico. Una cosa estaba clara. Por mucho que se disfrazara de mamarracho, sus fans tenían toda la razón: Nick Mendoza seguía estando como un queso.

Seguí paseándome por el resto de imágenes capturadas del cantante. Las siguientes no eran menos controvertidas: Nick, borracho como una cuba, transportado por dos amigos a la salida de una fiesta; Nick firmando un autógrafo en el pecho descubierto de una fan; Nick besando en los labios a una rubia despampanante en el reservado de algún local mientras metía mano a la morena que estaba sentada al otro lado, y la más escalofriante de todas: Nick lleno de furia arremetiendo contra un fotógrafo en medio de la vía pública. Ansiosa por descubrir qué le llevó a actuar así, hice doble clic sobre la foto. Aquellas instantáneas pertenecían a chist-chist.com, un blog de chismes chistosos (de ahí, la abreviatura chist-chist) sobre personajes famosos y del que había oído hablar a mi amigo Félix infinitas veces. La creadora del site había crecido en popularidad los últimos años por mantener al corriente a los lectores de los rumores más escabrosos de sus celebridades favoritas y ofrecía primicias, incluso antes de que salieran publicadas en las revistas y los programas de televisión. Nadie sabía quién era o a qué se dedicaba, pero se había convertido en el terror de los famosos.

En cuanto leí el titular de la noticia sobre Nick Mendoza, «Crónica de una muerte anunciada», me imaginé a lo que me enfrentaba. El clásico artículo sensacionalista, manido y cruel. Debí abstenerme de consumir aquella basura, pero soy humana y me gusta más un cotilleo que a un tonto los palotes. Así que me dejé llevar por el morbo y empecé a leer:

NICK MENDOZA CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Alguien debería decirle al señor Mendoza que el clásico mito del rockero atormentado con una vida de excesos ya está pasado de moda. Y ese alguien voy a tener que ser yo: Nick, bonito, si quieres acabar bajo la tumba y convertirte en un mito, primero asegúrate de que vendes suficientes discos.

El nuevo ídolo de quinceañeras es todo un modelo a seguir: se pasa la vida de fiesta en fiesta, emborrachándose con su séquito de macarras y groupies siliconadas y acostándose con cualquier jovencita que se le pone a tiro o… con vari@s. En estas imágenes tenéis la prueba de cómo se las gasta el chico-calcomanía.

¡Caray! Aquella víbora si se mordía, se envenenaba. En ocho líneas se había burlado de sus tatuajes, lo había llamado alcohólico, obsceno y asaltacunas. Seguí leyendo, temiendo que aquella bruja no hubiera hecho más que empezar:

De todos es sabida la vida promiscua del rockero, aunque hasta ahora no teníamos ninguna pista sobre sus gustos y debilidades en la cama. Según una fuente cercana al cantante, Nick Mendoza tiene inclinaciones muy peculiares en el terreno erótico. Es un gran aficionado al sexo en grupo y en lugares públicos. Mi informadora también asegura que en alguna de sus orgías sexuales han participado caballeros y que, tanto fuera como dentro de la alcoba, tiene un carácter voluble y algo violento. ¿Le irá también el rollo sado, tan de moda en nuestro tiempo? Un ejemplo de ese temperamento fue lo sucedido el pasado 20 de febrero, cuando el rockero rebelde se enfrentó con los puños a un paparazzi en la puerta de una fiesta privada que había organizado su discográfica. Al parecer, el fotógrafo le preguntó qué tenía que decir respecto a las acusaciones que un padre le había hecho en Twitter por acostarse con su hija menor de edad. El artista, nada más oír aquello, lo amenazó de muerte y se lanzó a propinarle una paliza. El paparazzi sufrió varias contusiones en el rostro debido a los golpes del cantante y un esguince en un antebrazo cuando cayó contra el suelo. Mi confidente afirma que si no hubieran llegado los dos de seguridad de la puerta a tiempo para detener al músico, Nick Mendoza estaría ahora mismo metido entre rejas.

Chismosos y chismosas: este es el señor que poco a poco ha ido conquistando el corazón de las jovencitas y que muchos consideran uno de los mejores artistas que tenemos en nuestro país. En mi humilde opinión, no es más que un niñato pasado de rosca que trata de cumplir el estereotipo de los grandes dioses del rock y, sin apenas haber empezado a cosechar éxitos en su carrera, está cavando su propia fosa.

No sé qué pensaréis, pero me pregunto: ¿es Nick Mendoza otro claro ejemplo de un artista al que se le sube el éxito a la cabeza y comienza a desfasar? ¿O su comportamiento no es más que una pantomima para vender discos? Pero lo más importante: ¿qué será lo próximo que haga para escandalizarnos a todos? ¿Fingir un suicidio? ¿Grabarse un vídeo porno en un cementerio?

¿Tú qué opinas?

Me quedé mirando al ordenador petrificada. Después de unos segundos volví a leerlo y releerlo una y otra vez, sin dar crédito a todo lo que aquella mujer contaba. Prácticamente lo estaba acusando de adicto al sexo. ¿Sería cierto que había estado con una menor de edad? ¿Participaba Nick en orgías? No me lo podía creer: para una vez que me soltaba la coleta, me había acostado con un pervertido. Con una versión underground de Christian Grey. ¡Mi madre! Lo había dejado pasar pero debería pedir cita con mi ginecólogo.

Con el paso de las horas, traté de controlar mis instintos hipocondriacos y no dejarme influir por la mala baba de aquel artículo. Yo había mantenido relaciones sexuales con aquel hombre y no había detectado rarezas. Al contrario, se mostró lo suficientemente atento como para procurarme los dos mejores orgasmos de mi vida. Tampoco recibimos invitados sorpresa. Hasta donde yo sabía, en aquella cama solo estábamos dos, aunque viera doble debido al alcohol. En fin: aquella mujer posiblemente estaba exagerando. Es verdad que Nick era desinhibido y utilizaba un lenguaje bastante descarado, pero nada que ver con el perfil de hombre que aquella bloguera describía. De hecho, no recordaba haber disfrutado del sexo tanto en mi vida.

¡Ostras! ¿Estaba reconociendo que el sexo con aquel idiota había sido estupendo? Estaba perdiendo la cabeza. Era evidente que necesitaba dormir…

Encendí la impresora para imprimir el artículo del blog de cotilleos y, bostezando, me metí en la cama. Ahora era la asistente de Demonic Souls y debía velar por su imagen. Me pondría en contacto con la dueña de aquel blog y la convencería por las buenas o por las malas de que retirara aquel artículo sobre Nick. Me daba igual que todo lo que contase fuera verdad o no: se trataba de mi trabajo y no permitiría que una deslenguada desprestigiara al líder de la banda.

Si en este mundo había alguien que pudiera insultar a Nick Mendoza esa era solo yo, y me había ganado el derecho.