14
CONFESIONES DE CARRETERA
¡Repítelo otra vez!
—Tuve-sexo-con-Nick-Mendoza.
—No es verdad.
—Sí lo es.
—¡Jodó! Mi hermana la mojigata se ha apretado a una estrella del rock… No me lo creo. ¡U AUUUUUUU! —Cristina se levantó del sofá y se puso a aplaudir como una descosida por todo mi salón.
—Di lo que tengas que decir, Fe —comenté dirigiéndome a mi amigo, que no había articulado palabra desde que había confesado mi sucio secreto. Tan solo me miraba con las cejas levantadas y la boca claramente desencajada.
—Dios, tío, ¿no te parece fuerte? Sor Marta se ha dado un meneo con el auténtico, el genuino, el buenorro de… ¡NIIIIICK MENDOOOZA! —Cristina gritaba aquello como si estuviera retransmitiendo un combate de boxeo a todos mis vecinos.
—El tío con el que te chocaste en la calle, te tomaste unas cervezas y con el que te acostaste era Nick Mendoza ¿y tú no lo reconociste? —me preguntó Félix completamente alucinado.
—No tenía ni idea de quién era, te lo juro. Imagina la cara que puse cuando descubrí en Sound Music que iba a trabajar para él…
—Dios, Martuca… Si no te hubieran seleccionado para ese puesto, ¡ahora no sabrías que eres la tía con más suerte de este país! ¡Te has acostado con Nick Mendoza, el tío más morboso, sexi y salvaje que ha parido madre! Joder, sigo sin creérmelo. Y cuenta, cuenta… —Cristina estaba desatada—. ¿Cómo la tiene?
La miré espantada.
—Eso, eso, queremos carnaza. ¿Está bien dotado? —intervino de nuevo Félix, que ya había salido del shock.
—No pienso responder a ese tipo de cuestiones. Os lo he contado porque lo odio, trabajo con él y estoy viviendo una pesadilla, pero si llego a saber que mi casa se iba a convertir en el Sálvame, habría cerrado el pico hasta el día de mi muerte.
—Joooo, soy tu hermana y me merezco todos los detalles: ropa interior, postura favorita, qué tal calza…
Al oír a mi hermana, me eché reír. Me estaba acordando de los mensajes que habíamos intercambiado Nick y yo el fin de semana anterior.
—¿Sabéis cómo llama a su cosa? —Señalé mi ingle con el dedo—: Martillo de Thor, ¡ja, ja, ja!
—¿En serio? —preguntaron los dos a la vez.
—¡Sí!
Los tres estallamos en carcajadas.
—Por favor, por favor, por favor —les rogué conteniendo la risa—, no podéis contar nada a nadie. He firmado un contrato de confidencialidad y si me lo salto la compañía me sacará las entrañas.
—Tranquila, somos como tumbas —me tranquilizó Félix. Cris, sin embargo, no prometió nada.
—Hermanita, ni se te ocurra decirle nada a nadie —la advertí. Estaba segura de que se moría de ganas de publicar mi noticia en su muro de Facebook—. Os recuerdo que Xavi tampoco sabe que Nick y yo tuvimos un desliz y no puede enterarse.
En menudo lío me había metido. Esperaba no arrepentirme por haberles confesado mi historia con la dichosa estrella del rock. Me había prometido a mí misma no contárselo a nadie, pero después de la semana que había tenido necesitaba desahogarme con alguien. Habían sido unos días difíciles y muy tensos en el trabajo. Tuve que cerrar los últimos flecos de la gira que me habían quedado pendientes: cambiar citas con radios y revistas en la agenda del grupo, organizar una prueba de vestuario con los chicos y la estilista… y discutir en cantidades ingentes con Nick Mendoza. Nuestras broncas no solo me agotaban psicológicamente, sino que también me robaban demasiado tiempo para poder hacer mi trabajo. La última discusión fue la peor de todas. Todo estalló cuando Sara, la estilista de Demonic Souls, me preguntó qué me parecía la ropa que había elegido para la gira. En ese justo momento miré hacia Nick, que se estaba probando unos pitillos negros que le sentaban de muerte y una camiseta ajustada del mismo color que resaltaba aún más su cuerpo fibroso y sus brazos tatuados. Era como el pecado convertido en hombre: espectacular. Pero no me atreví a decirlo; simplemente apunté con el dedo el único detalle que me producía verdadero repeluco:
—No soporto ese pendiente. Solo verlo me da dolor de cabeza.
Fui un poco borde, pero de verdad me espantaba aquella horterada colgando de su oreja. Era una patada a la moda en toda regla. Y todo sea dicho: estaba molesta conmigo misma por no ser capaz de controlar mis ojos cuando él se probaba la ropa que le había elegido la estilista.
Sara, al oír mi comentario, me dijo que estaba de acuerdo conmigo y entonces, ¡bum!, Nick explotó como si llevara una bomba de relojería guardada para mí.
—A mí también me da dolor de cabeza verte todos los días —lo dijo suficientemente alto para que yo lo oyera.
—Eso tiene fácil solución: no me mires —le contesté airada.
—Imposible: siempre estás revoloteando a nuestro alrededor como la mosca cojonera que eres.
Charlie emitió un silbido advirtiéndole de que se había pasado. Sin embargo, yo no me moderé.
—Te recuerdo que estoy haciendo mi trabajo, y si tanto te molesta verme, no entiendo por qué me pides que vaya a asistirte durante mi tiempo libre.
Los chicos, que fingían ver las prendas que había traído Sara, se giraron hacia Nick con expresión interrogante. Este los ignoró y dio un paso amenazante hacia mí.
—Tú lo has dicho: es tu trabajo. Pero creo que no está dentro de tus cometidos dar tu opinión sobre si llevo un pendiente o un palillo de los oídos.
—Estarías mucho más atractivo con otro tipo de pendiente, pero si no admites consejos, allá tú —añadí muy digna.
—¿Debo admitir consejos de una fefa a la que le gustan los tipos sacados de un anuncio de Tommy Hilfiger? Porque cuando tenías mi polla dentro no parecía importarte mucho el horrible pendientito…
La bofetada que le solté al instante resonó por todo el edificio. Todos los allí presentes se sorprendieron de mi reacción tanto como yo. Sin embargo, Nick me observaba con una mueca de burla.
—¡Para que te enteres! —le grité llena de furia—. ¡Ni me gustan los chicos de anuncio ni tú, Nick Mendoza! ¡Me gustaba más el chico amable y divertido con el que me tomé unas cervezas en el Irish Bar!
Mis palabras borraron toda expresión del rostro de Nick. Se quedó de pie frente a mí, congelado y con un bonito manchurrón rojo en la mejilla, donde le había golpeado. Hizo amago de contestar, pero rápidamente recogí mi portátil y mi abrigo y salí de allí directa a la oficina. Estaba malditamente enfadada. Y dolida. Muy dolida por su trato. En el taxi que me llevaba a Sound Music se me escaparon las lágrimas. No podía abandonar por segunda vez un trabajo por un problema personal. Yo no era ninguna cobarde y tenía que ser lo suficientemente madura y profesional para sobrellevar mis diferencias con la gente que trabajaba. Eso sí, no iba a permitir que ni el propio Nick ni los miembros de la banda me faltaran al respeto.
Con aquella determinación, me fui a mi casa tras terminar la jornada de trabajo. Al poco tiempo llegó un mensajero y llamó a mi telefonillo avisándome de que traía una carta para mí. No tenía ni idea de quién me la enviaba y el sobre venía sin remitente. Muerta de curiosidad, lo abrí y me encontré dentro el pendiente de Nick Mendoza. Junto a él había una nota que decía así:
Lo siento, Mary Poppins. Soy un bestia, pero estoy pasando por momentos tensos. Los nervios de la gira, el nuevo disco… Perdóname. No debí decirte aquello. Ahora no vas a querer tomarte más birras conmigo y lo entendería.
Firmado: Nick Mendoza (el chico del Irish Bar).
Su disculpa me pilló por sorpresa. Nunca imaginé que un hombre con aquel ego y esas maneras fuera capaz de pedir perdón a alguien. Sin meditarlo, saqué mi móvil del bolso y marqué su número de teléfono.
—¿Marta? —respondió Nick bastante sorprendido.
—Sí. Soy yo. He recibido la nota y el… pendiente. No era necesario que te lo quitaras.
—Tía, lo siento. Me he comportado como un idiota. Solo era un simple pendiente y lo llevaba por inercia. No sé qué me pasó…
—Estás disculpado, pero quiero decirte una cosa, Nick: mientras trabajemos juntos, no utilices aquello que pasó entre nosotros como arma arrojadiza contra mí. No me faltes al respeto, y menos delante de nadie. Me da igual quién eres, cómo vistes, tus tatuajes o tus pintas. Puedes comportarte como un caballero y tú lo sabes.
Esperó unos segundos y luego volvió a hablar:
—De acuerdo. ¿Te apetece que empecemos desde cero? Estoy seguro de que tú y yo podríamos ser amigos.
—Podemos intentarlo, pero nada de hablar sobre lo nuestro, recuérdalo.
—Trato hecho.
—Hasta mañana, Nick Mendoza.
—Hasta mañana, Marta García.
Durante el tiempo que llevábamos trabajando juntos esa fue la única conversación civilizada que había tenido con él. Tal vez gracias a nuestra discusión nos habíamos tomado la medida y sabíamos dónde estaban los límites de cada uno. Quizá, solo quizá, consiguiéramos llevarnos bien y mantener una relación estrictamente profesional.
Después de confesar mi noche con el Dios del rock, Cristina y Félix se quedaron a cenar ese jueves en mi casa. Preparé unas ensaladas de rúcula con queso de cabra y pasas, crostini y carpaccio. Entre risas y confidencias, fui consciente de lo mucho que iba a extrañarlos: casi tanto como a Xavier. En menos de doce horas estaría en un autobús con cuatro rockeros con los que tendría que pasar las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Además, estaría rodeada de técnicos de sonido, de iluminación, montadores de escenarios, producción… En fin, me adentraba en un mundo completamente desconocido para mí y estaba asustada. Aunque mi anterior trabajo también requería que estuviera fuera de casa durante días, este nuevo reto era completamente diferente. El mundo de la moda lo controlaba a la perfección, pero no tenía ni la más remota idea de cómo funcionaba una gira ni de cómo lidiar con periodistas y fans, a la vez que organizaba los tiempos y la agenda de la banda. Mi madre tenía razón en algo: ¿qué pintaba yo en el mundillo de la farándula?
Esto mismo les pregunté a mis dos invitados de aquella noche. Me había pasado toda la semana repitiéndome a mí misma que cumpliría correctamente con mi trabajo y justo esa noche, a pocas horas de comenzar mi aventura, me habían atropellado todos mis miedos e inseguridades. Como era de esperar, Félix y Cristina pusieron todo su empeño en levantarme la moral: «Tú siempre lo haces todo bien» (boing, boing, peloteo); «eres trabajadora, intuitiva, perfeccionista ¿qué puedes temer?» (más peloteo)… A pesar de sus palabras, nuestra conversación tomó tal cariz que sospechaba que no era la única que dudaba de mi capacidad de sobrevivir a cuatro rockeros.
La primera duda salió de la boca de mi hermana. Debía de llevar horas preguntándoselo pero no sabía cómo abordar el tema, así que lo soltó a bocajarro:
—Oye, Marta, y ¿crees que existe una mínima probabilidad de que el rockero y tú de nuevo tengáis rock and roll del bueno? —La miré indignada. ¿Cómo osaba pensar que yo podría ser infiel a Xavier? Ella automáticamente reculó—. No digo que te guste, pero pasaréis mucho tiempo juntos; tú estarás sin Xavi y quizá te entren deseos incontrolables de ya sabes qué…
—Trabajo para él, ¿recuerdas? Aquella noche estaba bebida y no tenía ni idea de quién era. Además, tiene un carácter insufrible, es un maleducado y un… mujeriego.
Para mí, la promiscuidad de Nick encabezaba el primer puesto en su lista de defectos.
—¿Mujeriego? Sé razonable, Marta. Es un tío famoso, sexi, con mucho morbo y un cuerpo espectacular. Lo raro sería que se diera al celibato —añadió Félix.
—Ese chico no sabe el significado de esa palabra. El sábado pasado estaba enrollado con dos pelirrojas que parecían haber salido de una peli porno. —Para haber firmado un contrato de confidencialidad se me estaba disparando la lengua.
—No olvides lo que suelen decir: sexo, drogas y rock and roll.
Reflexioné sobre las palabras de Félix.
—¿Vosotros creéis que tomarán drogas? —pregunté, preocupada.
Había pasado mucho tiempo con el grupo y nunca me pareció que estuvieran drogados. Sí había visto a Nick fumar un porro en la fiesta, pero no le di ninguna importancia. Mis amigos de la facultad solían fumar hierba todos los fines de semana cuando salíamos, e incluso una vez probé la marihuana con mi primer novio; si sus intenciones eran que accediera a acostarme con él, se llevó el chasco de su vida: me quedé dormida en el asiento de atrás de su coche. A lo mejor fue por eso por lo que dejó de llamarme. Vaya…
—Yo creo que sí —apuntó Cristina—. El mundillo de la música siempre ha estado ligado a la coca y al caballo. De hecho, dicen que son los propios mánagers quienes se la pasan a los artistas para que puedan estar por todo lo alto en los conciertos…
—¿Quéeee? ¡Bajo ningún concepto pienso convertirme en el camello de nadie! —gimoteé como una niña asustada—. Solo me faltaba eso: ser arrestada por tráfico de drogas… Ay… Este trabajo no está hecho para mí. ¿Y si me meten droga en la maleta y acabo en una cárcel de mujeres con la cabeza afeitada? Ainssss…
—Marta, respira, respira… —Félix fingió abanicarme con una servilleta como si estuviera a punto de darme un soponcio—. Ahora escucha: tú limítate a hacer tu trabajo. Si se van de fiesta, se lo montan con cinco tías o se meten un camión de farlopa por la nariz es su problema, no el tuyo. Repito: Es-su-problema. Mantente alejada de ellos y si crees que pueden meterte en algún lío, les mandas a paseo y te vuelves a Madrid. Pero antes dales una oportunidad, nena. Si están donde están es porque se lo han currado y no creo que una panda de yonquis hayan cosechado tanto éxito.
—Félix tiene razón. Déjate de prejuicios, que pareces tu madre.
Eso me hizo recordar que me iría al día siguiente y doña Lucía seguía sin dirigirme la palabra. Necesitaba hablarlo con mi hermana.
—Y hablando de mamá, ¿cuándo se le va a pasar el cabreo? He cambiado de trabajo, no me he hecho de la Cienciología. —«Aunque posiblemente me convierta en la dealer de una banda de rock», medité.
—Dale tiempo, Marta. Ya sabes cómo es. Se le pasará —respondió ella. Mi hermana no quería tocar aquel tema. Pero para mí era importante.
—¿Tú crees? ¿Es que le da igual no volver a ver a su hija? ¿Ella no piensa que puedo tener un accidente de autobús mañana mismo y morirme con la tristeza de que mi propia madre no me habla?
—¿Lo ves? También eres melodramática como ella. Marta, ¿a mí qué me cuentas? Sabes que es muy orgullosa, pero al final, cuando la necesitamos, está ahí. Insiste y verás como terminará cediendo, pero te digo lo mismo que a ella: no me metas en medio de vuestra guerra.
Asentí dolida. Mis discusiones con mi madre siempre salpicaban a mi hermana, pero no podía evitar desahogarme con Cristina. Al menos mi hermanita tenía a su padre para pedir auxilio cuando doña Lucía la tomaba con ella. ¿Y yo? ¿A quién tenía? A nadie. Cristina tuvo que ver mi pena reflejada, porque terminó ofreciéndome su ayuda.
—De acuerdo. Trataré de calmar a mamá y convencerla para hacer las paces —me prometió—. Ya te iré contando, pero sigue insistiendo, aunque no te coja el teléfono. En el fondo está deseando arreglar los problemas contigo, lo sabes. Son su rencor y su orgullo los que no le permiten dar su brazo a torcer.
Mi hermana tenía razón: hasta que no me hubiera humillado y arrastrado lo suficiente, mi querida madre no cedería ni un ápice.
Eran las nueve de la mañana cuando me bajé del taxi frente al microbús de la gira. Tal y como había acordado con la empresa de transporte, estaba estacionado justo en la puerta del hotel contiguo al edificio en el que vivía Nick. El conductor tenía las puertas cerradas, por lo que supuse que los miembros de la banda todavía no habían llegado. Con su falta de costumbre para madrugar, la alarma del despertador les habría causado como mínimo un derrame cerebral.
Pagué al taxista y le pedí que me ayudara a sacar mi equipaje. El pobre hombre rondaba casi los sesenta y emitió un quejido de dolor cuando extrajo mis dos maletas tamaño elefante del maletero. Frotándose los lumbares, cogió mi propina por los daños y perjuicios ocasionados y se marchó doblado, como una garrota vieja.
—Ya no hay vuelta atrás, Marta —susurré para mis adentros.
Tiré de mi equipaje y, a un pelo de perder mi extremidad superior, fui arrastrándolo hacia el autobús. Héctor, el encargado de la seguridad de Demonic Souls, salió de la nada y vino corriendo para echarme una mano. Sin inmutarse, levantó las maletas por las asas y las lanzó al portaequipajes como si estuvieran llenas de plumas. Si no me hubiera sentido como una liliputiense a su lado le habría amenazado con darle una patada en la ingle: ese chico no sabía que mis zapatos y mis bolsos valían mucho más que su sueldo de un año y sus gónadas juntos.
Mientras me decidía si esperar a los músicos dentro del autobús o en una cafetería tomando un café calentito, unas manos cubrieron mis ojos. Di un respingo, aunque por el tacto algo rasposo supuse quién era mi asaltante.
—Nick, llegas tarde.
—¿Nick? —respondió una voz que poco tenía que ver con la del cantante de Demonic Souls y mucho con la de mi novio.
Acababa de meter la pata hasta el fondo.
—¡Oh! ¡Xavier! Pensé que eras… Da igual. ¿Qué haces aquí? ¿No decías que no llegarías a Madrid hasta mañana?
Xavi relajó su semblante y me dio un beso en los labios.
—Anoche terminamos el trabajo y he cogido el puente aéreo para poder despedirme de ti.
Sentí cómo el pecho se me hinchaba de amor por el detalle tan romántico que había tenido. No pude evitarlo: le lancé los brazos al cuello y le estampé un beso.
—Eres un amor. Un cielo. Un encanto…
—Dios, Marta, te voy a echar de menos —susurró Xavi como si hasta ese momento no hubiera sido consciente de que estaríamos separados demasiados meses.
—Y yo a ti, pero prométeme que vamos a hablar a diario y me visitarás algún fin de semana.
—Te lo prometo. —Y, tras darme su palabra, selló su promesa con un dulce beso en mis labios.
Me abracé a él con fuerza. No quería irme. No quería separarme de él. La distancia podría fortalecer nuestra relación, pero ¿y si nos alejaba?
Mientras Xavier y yo seguíamos abrazados, escuché a los chicos saludarnos. Me separé de mi novio algo abochornada y miré hacia ellos. Edu, Charlie y Tony subían al autobús, pero de su líder no había señales de vida.
—Y Nick ¿dónde está? —les pregunté, preocupada por si se había dormido. Debíamos llegar pronto a Valladolid porque a las cuatro de la tarde tenían que estar listos para una ronda de entrevistas sobre el arranque de la gira.
—Aquí estoy, Mary Poppins.
Xavier y yo miramos hacia atrás sorprendidos. Nick se encontraba a unos pasos de nosotros, con sus gafas de sol puestas, un gorro de lana y su chupa de cuero negra. En una de sus manos sujetaba una maleta y en el hombro contrario llevaba colgada su guitarra. Por la postura de su cuerpo, se podría pensar que llevaba un rato allí parado, observándonos.
—¿No nos vas a presentar, Marta? —me preguntó con una media sonrisa, al mismo tiempo que Héctor apresuradamente le recogía el equipaje.
La saliva dejó de pasarme por la garganta. Sabía que tarde o temprano Nick y Xavier se conocerían pero no me esperaba que fuera tan de repente. Disimulé mi incomodidad por la situación y respondí algo atropellada.
—Sí, disculpadme. Xavier, él es Nick Mendoza; y Nick, este es mi novio, Xavier Azcona. Él es un gran fotógrafo.
—Encantado —contestó mi novio tendiéndole la mano—. Felicidades por el éxito de vuestro disco.
Nick le dio un repaso evaluativo y luego sacudió su mano con su típica pose desganada. Era un grosero.
—En un segundo estoy con vosotros —le informé, para que fuera subiendo al autobús y nos dejara a solas.
—OK, pero no te entretengas demasiado, Mary Poppins.
Xavier no dejó de observarlo mientras se alejaba de nosotros. Una vez que desapareció dentro del vehículo, se dirigió de nuevo a mí:
—¿Por qué te llama Mary Poppins?
—Ni idea. Le gusta poner nombres a la gente y a las cosas, supongo. —Fingí que aquello no tenía importancia. No quería que Xavier pensara que Nick y yo teníamos suficiente confianza para bromear el uno con el otro. Y no la teníamos.
—Ese tío no me gusta, Marta —apuntó.
—A mí tampoco, amor.
—Lo digo en serio: es un tipo raro, ten cuidado.
Sonreí a mi novio con ternura. Estaba preocupado por mí y no era para menos. Había sido una tonta al pensar que no le molestaba que viajara con cuatro hombres durante meses. Estaba completamente equivocada. Al final, Xavier también era de carne y hueso.
—Anda, dame un beso, tontín. —Le solté un pellizco cariñoso en el trasero y luego tiré del cuello de su cazadora para que acercara su boca a la mía.
Pasaría mucho tiempo sin sentir sus labios, oler su perfume, pasar mis dedos por su cabello rubio cobrizo. Volvimos a besarnos durante unos minutos y, con todo el dolor de mi corazón, puse fin a nuestro beso. Cuando Xavi notó que alejaba mi cara tan solo un milímetro, presionó mi espalda hacia su cuerpo y profundizó más el beso. Su lengua buscó la mía y se enlazó con ella con ímpetu y posesión. Estaba descolocada: no era típico de Xavi mostrar sus sentimientos en medio de la calle. Encima los chicos nos estarían viendo a través de las ventanillas y me harían después algún comentario grosero. Apoyé mis manos en su pecho y le avisé de que había llegado el momento de separarnos. Mi novio me miró a los ojos y, suspirando, me susurró un adiós.
—Hasta pronto —respondí, también en voz baja—. Te echaré de menos.
Al decir aquello me entraron unas ganas locas de echarme a llorar. Pero me contuve como pude: si los salvajes del autobús me veían soltar una lágrima tendría que aguantar sus burlas todo el viaje.
—¡Marta! ¡Te llamaré a diario! —gritó Xavier a lo lejos.
Alcé mi pulgar hacia él desde las escaleras y le sonreí con dulzura.
Xavier no me respondió con la misma calidez. Su rostro reflejaba desconfianza y preocupación. Solo esperaba que no hubiera notado algo raro entre Nick y yo.
Abrí los ojos y miré mi reloj. No había pasado media hora desde que abandonamos Madrid y los chicos habían caído muertos en los asientos traseros del autobús. Yo también había intentado echar una cabezadita, pero con aquella coral de ronquidos era imposible conciliar el sueño.
Saqué el móvil del bolso y marqué el número de mi madre. A esas horas ya se habría levantado y posiblemente estuviera desayunando con sus amigas en la cafetería del barrio. Era una costumbre que conservaba desde que Cris y yo íbamos al colegio. Después de varios tonos, saltó el contestador:
—Hola, mamá. Soy Marta. Hoy salgo de viaje y… quería despedirme. Ya veo que no te interesa qué hago o dónde estoy. En fin, cuando te acuerdes de que tienes otra hija, me llamas. Adiós.
Miré entristecida mi teléfono. Estaba segura de que Cristina no consideraría mi mensaje la mejor manera para hacer las paces con mi madre, pero es lo que había. Estaba cansada de sus chantajes emocionales. Mi madre no medía sus palabras con nadie, ni con sus hijas. Nos juzgaba, nos hería en lo más profundo y luego, si te revolvías, abandonaba su papel de verdugo y asumía el de damnificada. Lloraba sin consuelo, se encerraba en su habitación con la excusa de una jaqueca, te retiraba la palabra y si no hacías intención de disculparte, enviaba a mi padrastro con mensajes lastimeros: «Tu madre no se merece el trato que le dais tu hermana y tú»; «Habla con ella, Marta, no come ni duerme…». Cuando te ablandaba el corazón, ibas a verla y ¿cómo se mostraba? Resentida y orgullosa. No era capaz de poner un granito de arena para solventar el problema. Solo si te rebajabas lo suficiente hasta besar el suelo por el que pisaba, volvía a comportarse como siempre: altanera, esnob y crítica. Pero al menos se dignaba dirigirte la palabra. Lo que me parecía raro era que mi padrastro no me hubiera llamado todavía para hacer de intermediario entre mi madre y yo.
—Eh, y esa cara ¿a qué viene?
Levanté la cabeza y me encontré con la mirada escrutadora de Nick. Luego retiró mi bolso y lo dejó en el asiento de delante para sentarse a mi lado.
—No me pasa nada. ¿Necesitas algo? —pregunté sorprendida al ver que se estaba acomodando en el asiento contiguo al mío.
—No, simplemente me aburría y quería charlar contigo un rato.
Vaya, parecía haberse tomado en serio nuestra tregua. Nos quedamos unos minutos callados mirando al frente. Era una situación rara e incómoda. Después de estar días sin hablarnos excepto para discutir, no sabía muy bien de qué podíamos conversar aquel chico y yo. Entonces fue él quien rompió el silencio:
—¿Se lo has contado a tu novio?
—¿El qué?
—Ya sabes, que tú y yo hicimos… —Y movió sus caderas de arriba abajo. Era un gesto asqueroso.
—Eres un ordinario. Y habíamos quedado en que dejarías de sacar el tema una y otra vez.
—Sooo, no te enfades. Te estaba gastando una broma —dijo riéndose. Luego volvió a mirar al frente del autobús como si reflexionara sobre algo.
—No. No se lo he dicho y espero que no se entere nunca —aclaré.
—Aquella tarde en el Irish Bar me dijiste que no era tu novio.
—Y en aquel momento no lo era, pero, de verdad, ¿tenemos que hablar de esto?
—No si no quieres; aunque si vamos a ser amigos y a pasar muchas horas juntos deberíamos conocer nuestras vidas y poder hablar de todo.
—De acuerdo —acepté molesta. Saciaría su curiosidad y cambiaríamos de tema—. Xavier y yo estuvimos saliendo un año más o menos. Cuando tú y yo nos conocimos llevábamos dos meses sin estar juntos. Es evidente que él quería volver conmigo, de ahí los mensajes que me envió y que tú no deberías haber leído. Al final me lo pensé y le di una segunda oportunidad. Fin de la historia.
—¿Por qué rompisteis?
—He dicho «fin de la historia».
—Joder, no me dejes así.
—Nick, no pienso compartir mi vida privada contigo.
—Te ofrezco un trato.
Lo miré arqueando la ceja. Después de su propuesta en aquel restaurante para que dejara el trabajo y me convirtiera en su amante con nómina, no me fiaba nada de él.
—Ni tratos ni leches. ¿Te pregunto yo acaso quiénes eran las dos pelirrojas de aquella noche?
—Hazlo y te responderé que no tengo ni idea. No me entretuve en preguntarles el nombre, pero en esto mismo consiste mi trato: tú respondes a una de mis preguntas y yo respondo a una de las tuyas.
—¿Puedo hacer cualquier tipo de pregunta?
—Sip, pero si es demasiado privada atente a las consecuencias.
—¿Y cómo sé que no mientes?
—Mary Poppins, si vamos a ser amigos, ¿por qué engañarnos? Basta con no responder: claro que entonces se acaba el juego.
Dudé unos instantes. Aquella mente sucia podría hacerme preguntas indiscretas que me pusieran demasiado incómoda. Por otra parte, me moría de ganas por saber qué había de verdad sobre los rumores que corrían sobre Nick Mendoza.
—Trato hecho, pero no pienso responder a cuestiones de tipo sexual o anatómicas —le advertí.
—No te preocupes, curiosamente en esos dos aspectos te conozco lo suficiente. —Lo miré roja como un tomate. Él soltó una risilla traviesa y añadió—: ¿Qué?, Mary Poppins, ¡me lo has puesto a huevo!
Resoplé ofuscada. No sé qué me pasaba con aquel hombre, pero siempre que estaba con él me comportaba como una estúpida.
—Empecemos entonces. ¿Por qué lo dejasteis tu novio y tú? Y no me cuentes que discutíais o algo así, porque por los mensajes que te mandaba tuve la sensación de que el tío la había cagado contigo.
Miré a través de la ventanilla del autobús. No sabía cómo darle la mínima información posible.
—Yo no confiaba en él, tuvimos una fuerte discusión, lo dejé y él se acostó con otra.
—Pero lo habías dejado…
—Sí: doce horas antes de acostarse con ella.
—Quizá estaba despechado.
—Ella era mi jefa. Los pillé juntos.
Nick se quedó unos segundos en silencio, luego emitió un silbido.
—Vaya tela… ¿Y por eso cambiaste de trabajo?
—Efectivamente, Albert Einstein.
—Te toca —dijo con una sonrisa, y cruzó los brazos mientras se volvía a poner cómodo en su asiento.
Reflexioné unos segundos. No sabía qué preguntar… Pero si escuchaba a mi lado cotilla, podría decir que mi curiosidad principal tenía que ver con la imagen de pervertido de la que hablaban en aquel blog de cotilleos. Claro que tampoco era plan que le preguntara algo tan íntimo…
—¿Tomas drogas?
—Fumo porros, pero trato de no pasarme. He probado de todo, pero no me he enganchado nunca a nada. No me gusta depender de nadie, y menos de una sustancia. Sé en lo que esa mierda puede convertir a las personas. ¿Por qué lo preguntas?
Aquella parrafada que me soltó parecía que la tenía ensayada. Quizá los periodistas le habían preguntado algo así repetidas veces.
—Te lo he preguntado por el dicho famoso de «sexo, drogas y rock and roll»… —Recordé el comentario de mi hermana de la noche anterior.
—Piensas que mis colegas y yo somos unos viciosos… Pues te equivocas. Nos gusta beber hasta caer muertos, pero pasamos de lo demás. ¿Satisfecha? —Asentí y volvió a recaer sobre él el turno de preguntas.
—Si se enrolló con tu jefa, ¿por qué has vuelto con él?
Dios santo, Nick seguía erre que erre con el tema de mi relación. No sé adónde quería ir a parar, pero tanto interés me estaba poniendo nerviosa.
—Porque estoy enamorada de él.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que lo estoy, ¿qué insinúas? —respondí a la defensiva.
Se quedó pensativo unos instantes y luego trató de explicarse.
—Yo nunca he estado enamorado, pero me suena que la gente enamorada no se acuesta con otras personas, y tú lo hiciste.
—Nick, estaba bebida…
—Ya, pero tu forma de comportarte conmigo…
—¿Qué? ¿Cómo me comporté? —Al instante de hacer la pregunta, me arrepentí de ello.
—He estado con miles de mujeres… —«Gracias por la info», pensé—. Y no fuiste la típica que busca un revolcón y saciar sus necesidades. Tú te mostraste… —Dudó unos instantes antes de seguir hablando, como si estuviera buscando las palabras correctas. Luego prosiguió—: dulce, tierna, cariñosa. Parecía que nos conocíamos de siempre. Tuvimos conexión… cósmica.
«Sí… Una conexión vía satélite de Marte a Venus, no te digo».
—No lo recuerdo bien —aseguré.
—Una lástima, porque lo pasamos bien. Por cierto, y perdona si me tomo demasiadas confianzas, pero tu novio no me da buena espina: ten cuidado —dijo de repente, cambiando de tema.
—Qué curioso: lo mismo me dijo él sobre ti —contraataqué.
—Será porque nos parecemos.
Se equivocaba de principio a fin. Xavier y él no eran ni remotamente parecidos. Mi novio era educado, amable, encantador y de buena familia; poco que ver con un rockero rebelde, deslenguado y libertino.
—¿Y qué podéis tener tú y él en común? —Sonreí con falsedad.
—Además de lo obvio —dijo, y me señaló—, supongo que buscamos lo mismo en una mujer.
Ni entendí el comentario ni me interesaba descifrarlo y cabrearme mucho más, así que hice uso de mi turno de preguntas.
—Y tú ¿sales con alguien?
Me miró de reojo y sonrió.
—No creo en las relaciones ni en el rollo ese de enamorarse.
—Eso lo dices porque no has conocido a nadie especial.
—Bobadas. El amor es una fantasía de los que no saben vivir por sí mismos, chica. —Y comenzó a canturrear en inglés algo así como «yo necesito una amiga fácil que me preste atención…».
—Suenas deprimente.
—Porque el que compuso esta canción se suicidó. Cobain en 1994; era el cantante de Nirvana —me aclaró con una sonrisa de oreja a oreja que no me gustó nada.
—No me refiero a lo que cantas, sino a tu teoría —contesté, molesta—. El amor no es una fantasía, Nick. El amor es real pero tiene diferentes formas y tonalidades.
—¿Eso crees? Analiza a alguna pareja que conozcas y que lleven años juntos: por ejemplo, tus padres. Sé sincera y dime si están enamorados como el primer día o si nunca te has planteado qué hacen ellos dos juntos.
—Probablemente mis padres no sienten mariposas en el estómago cuando se ven y probablemente nunca las hayan sentido, si es a lo que te refieres cuando hablas de «estar enamorados como el primer día». Pero te aseguro que no pueden vivir el uno sin el otro.
Mi madre y su marido se tenían cariño y respeto, pero no eran personas que mostraran sus afectos abiertamente. De hecho, no recuerdo haberles sorprendido besándose o acurrucados en el sofá viendo la tele. Nada. Tampoco los he visto pelearse, todo sea dicho. Su relación podría decirse que era sosegada, más funcional que pasional. Doña Lucía era la mujer perfecta para un hombre de negocios: tenía educación, elegancia y era una excelente anfitriona cuando organizaba una cena con amigos en casa o con los socios de su marido. Y Alfredo era un hombre con clase, bien posicionado, tranquilo, discreto y un buen salvavidas para una mujer que tenía que criar a su hija sola. Ellos estaban hechos el uno para el otro y, a su manera, se amaban.
—Tú lo has dicho: dependencia. —Y continuó rebatiéndome—: Una persona que cree estar enamorada no es más que alguien que tiene pánico a estar sola y necesita cobijarse en otro. Es el salvavidas de los débiles.
—Yo no dependo de Xavier ni salgo con él porque sea débil. Y te aseguro que él tampoco lo es —dije a la defensiva, y él me sonrió con suspicacia.
—¿Estás segura? ¿Cómo te sentiste cuando descubriste que te había engañado? ¿Abandonada? ¿Un juguete roto? ¿No pensaste que no serías capaz de vivir sin él y todas esas cursilerías de las que habláis las tías?
Por un momento me hizo dudar. Gran parte de mis celos se debían a mi fobia por perderlo. Siempre había sido una chica solitaria, incluso en la adolescencia; y al salir con Xavier dejé de sentirme sola. Lo que no entendía era cómo aquel rockero que solo vivía para la música, acostarse con tías y emborracharse tenía las ideas tan claras sobre las relaciones. Aquello era de locos. Por favor, si tenía la sensibilidad de un calamar… ¡Si hasta había titulado una de sus canciones Chúpame ya y era una clara apología del sexo oral!
Aprovechando mi ronda de preguntas, decidí no desperdiciar esta oportunidad.
—¿No crees en el amor porque te han roto el corazón alguna vez, chico duro? —dije con sorna.
Soltó una carcajada.
—Si nunca me he enamorado, difícilmente han podido romperme el corazón, Mary Poppins, pero he visto lo que puede hacerte creer que amas a alguien, confiar en él y que luego te destroce la vida. Mi madre se enamoró del bastardo que la dejó embarazada de mí. Él estaba casado, la utilizó todo lo que quiso y cuando se encontró con el pastel, se deshizo de ella. La pagó para que desapareciera de su vida y no le diera problemas. Desde entonces, mi madre no solo no aprendió la lección, sino que fue de cabrón en cabrón. Supongo que la aterrorizaba vivir sola o que necesitaba siempre a un hombre para que le calentara la cama.
Nick se calló de repente, como si se arrepintiera de compartir conmigo esa parte de su vida privada. Aquella historia escondía mucho más dolor y sufrimiento del que trataba de aparentar. El tono en el que me lo había contado había sido neutral, incluso con una nota de desprecio hacia la mujer que le había dado la vida. Sin embargo, mientras hablaba tenía los puños cerrados con fuerza y no estableció contacto visual conmigo en ningún momento. Sabía que no era fácil crecer con una madre resentida. Lo sabía porque a la mía también la había abandonado mi padre biológico. La mía al menos encontró con el tiempo otro hombre que la quiso y le dio una buena vida, pero ¿qué habría sido de mí si doña Lucía no hubiera rehecho nunca su vida? Sentí un escalofrío recorriéndome el pecho. Miré hacia Nick, que en aquel momento fruncía el ceño hacia el reposacabezas del asiento delantero. Estaba casi segura de que no quería oírme decir lo mucho que sentía que su padre los abandonara a él y a su madre. Yo tampoco soportaba que la gente me tuviera pena. Tampoco podía decirle que lo comprendía, porque era evidente que él y yo no nos habíamos criado en el mismo ambiente. Así que dije en voz alta la única verdad que podía compartir con él:
—No te lo vas a creer, pero mi padre biológico también nos dejó tiradas a mí y a mi madre.
Sorprendido, volvió su cabeza hacia mí. Nuestras miradas se encontraron y de alguna forma comprendimos que ninguno había tenido una vida fácil. Él apartó la vista para dirigirla a su regazo. Fui consciente entonces de que había entrelazado mi mano a la suya. Repentinamente la retiré y Nick, sin pronunciar palabra, se levantó para volver a su asiento.