Capítulo 6
—Me llamo Ezra Jones.
Kat se tomó su tiempo para estudiar la cara que la miraba desde el otro lado del salón polvoriento en el que no recordaba haber visto a nadie sentado nunca. El hombre tenía las cejas pobladas y blancas y los ojos de un color marrón oscuro, su sonrisa asomaba bajo una perilla perfecta y era cuanto menos taimada.
—Necesitaré ver alguna identificación —le dijo.
—Por supuesto —comentó él con una carcajada.
Se adelantó y le pasó una tarjeta de visita que rezaba «Seguros Chamberlain & King, Londres, Inglaterra». Cuando añadió un «Aquí tienes, querida», y le enseñó el pasaporte británico, la fotografía era obsoleta pero el acento era genuino.
—¿Qué aspecto tengo? —preguntó el hombre.
—Viejo —comentó Gabrielle al acercarse un poco más y aplicarle un poco más de maquillaje en las comisuras de los labios—. Pero no lo suficiente. Y estás lleno de manchas.
—Pero suenas perfecto —le dijo Kat.
Entonces Hale sonrió.
—Recordaré que has dicho eso.
—Claro, Ezra. Pero, dime una cosa, el señor Jones real está...
—Extasiado. —Miró de nuevo la cartera del hombre—. Parece que alguien de Industrias Hale fue a buscarlo al aeropuerto esta mañana y le ofreció su trabajo ideal en las islas Caimán. De hecho, ha llamado a Londres desde el avión de Industrias Hale para dejar su antiguo trabajo hace media hora.
—Es una pena que su empresa no reciba el mensaje —añadió Gabrielle.
—Sí —dijo Hale asintiendo con la cabeza con solemnidad.
—Y que haya perdido la cartera —continuó Kat.
Hale arqueó una ceja falsa.
—Una tragedia, sí.
Cuando deslizó la cartera de cuero en el bolsillo interior de su chaqueta, las dos chicas le observaron. Kat abrió las pesadas cortinas y la luz inundó la sala rebotando contra los muebles polvorientos, la chimenea fría y la imitación perfecta de un Rembrandt que colgaba sobre la repisa de la chimenea desde antes de que Kat naciera.
—Kat, ¿qué vamos a hacer con los hombros?
Gabrielle intentó tirar de las mangas pero no se movió nada.
—Y la barriga —dijo mientras le daba un golpecito en el estómago.
—Oye, nunca antes había recibido quejas sobre esa zona —se quejó Hale, dándose aires.
—Exacto —le reprendió Gabrielle—. No te haría daño comerte una magdalena de vez en cuando.
Kat se mordía las uñas, trazaba círculos alrededor de Hale y le observaba de arriba abajo.
—Las manos no encajan —señaló Gabrielle.
—La postura está mal —añadió Kat.
—Sigue estando... Bueno —comentó Gabrielle, como si fuera el mayor insulto del mundo.
—Me siento como un objeto... barato —les dijo Hale, pero las chicas siguieron hablando.
—Funcionará de lejos pero, en distancias cortas, cuando lo miren de cerca...
Kat dejó que el pensamiento se desvaneciera.
—¿No podías haber encontrado a alguien más joven? —preguntó Gabrielle.
—Es un milagro que le haya encontrado a él —dijo Hale señalando los documentos sobre la mesa.
—Necesitamos a alguien joven para que lo suplantes o a alguien mayor para que haga esto. —Gabrielle levantó las manos al cielo—. Necesitamos...
—No —dijo Kat antes de que pronunciara las palabras—. El tío Eddie no va a formar parte de esto.
Gabrielle se cruzó de brazos.
—Es el anciano perfecto.
—Quizá deberíamos llamarlo, Kat —sugirió Hale—. ¿Dónde vamos a encontrar a una persona mayor que encaje con todo esto en veinticuatro horas?
—Perdone, ¿señorita?
Kat se dio la vuelta en dirección a la voz y tuvo que sacudir la cabeza. Durante un segundo, habría jurado que veía doble. Miró la foto de Ezra Jones sobre la mesa y a Marcus en la puerta. Tenían los mismos ojos, el mismo color, el mismo aspecto de alguien que ha estado conviviendo junto a la riqueza y el poder, siempre en el perímetro, lo suficientemente cerca para servir, durante toda una vida.
Marcus respiró profundamente.
—La cena está lista.