Capítulo 36
La banda seguía tocando. La comida seguía fluyendo, pero parecía haber un ambiente diferente ahora que Nick se alejaba de Kat y se perdía entre la multitud. Nadie se fijó en el joven del esmoquin demasiado grande que se abría paso en sentido contrario a la corriente de gente que se movía hacia las deslumbrantes piedras verdes que eran el foco de atención.
—Déjala tranquila.
La voz de Hale era áspera y profunda, y no encajaba del todo con el abrigo que llevaba.
—Creo que sabe lo que quiere —susurró Nick, intentando evitar una escena.
—Ha llegado el momento de que la dejes tranquila —dijo Hale otra vez, acercándose y obligando a Nick a salir al vestíbulo, alejándolo de la muchedumbre, las joyas y el mundo que estaba al otro lado de la puerta.
—Si no te caigo bien, solo tienes que decirlo —dijo Nick.
—No, me parece que no tengo que decir nada.
Se oían pisadas en el salón que había tras ellos, pero ninguno de los dos se giró para mirar.
—Ya es mayorcita —dijo Nick.
—No estaba hablando...
—Me parece que no lo entiendes.
Hale se acercó todavía más.
—Mantente alejado de...
Pero Hale no llegó a terminar la frase porque su puño de repente cortó el aire. Golpeó a Nick en la mandíbula, y empujó al chico más pequeño, a la vez que lo hacía girar. El golpe resonó en el vestíbulo vacío.
«Un momento. Espera». Ambos parecieron darse cuenta. El vestíbulo no estaba del todo vacío. Al instante, tenían encima a Pierre LaFont con dos guardias a su lado.
—¡Basta ya! —gritó LaFont—. Basta... ¿Señor Knightsbury?
Los ojos de LaFont se abrieron como platos mientras separaba a Hale de Nick.
—¡Ja! —se rio Nick, pero el sonido expresaba un profundo sentimiento de odio.
Se esforzó por ponerse de pie, agarrándose a LaFont para acercarse más a Hale.
—¡Más vale que te mantengas al margen de todo esto! —gritó Hale a LaFont.
—Callaos los dos —dijo LaFont, apartando la mirada de ellos para echar un vistazo al acontecimiento social del año que estaba teniendo lugar al otro lado de las puertas abiertas—. ¡Metedlos ahí! —indicó LaFont a los guardias, que cogieron a Nick y a Hale y los empujaron hasta una pequeña habitación normalmente reservada para las partidas de apuestas de altos vuelos y a los jugadores VIP.
Hale se dirigió hasta el lado más alejado de la habitación, mientras Nick caminaba de un lado a otro junto a la puerta.
—¡Usted! —LaFont se secó la frente—. Me sorprende verdaderamente, señor Knightsbury. ¿Dónde está el señor Kelly? —preguntó a uno de los guardias—. Búsquelo. Tráigalo aquí.
—No lo sé —dijo Hale lentamente—. Supongo que estará ocupado.
—Bueno —bufó LaFont—, que no les quepa duda alguna de que informaré de esto a sus superiores.
Hale abrió y cerró la mano como si todavía le doliera, pero Nick se limitó a reírse.
—Sí. Venga, adelante; hazlo.
Hale volvió a lanzarse, pero los guardias se abalanzaron sobre él y lo mantuvieron alejado de Nick.
—¡LaFont!
La voz de la mujer se oyó en el preciso instante en que las puertas se abrían y Hale se detenía con un resbalón. Los ojos de Maggie eran salvajes, y su mirada se clavó en el hombre que estaba ante la estancia.
—¿Dónde has...?
Guardó silencio. Se volvió poco a poco. Primero miró los labios hinchados de Nick y después a los guardias y, finalmente, sus ojos se clavaron en Hale, que se debatía con los hombres que lo sujetaban.
Entonces, lo reconoció.
—Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí?
LaFont corrió hacia ella.
—Oh, señora, por favor, vuelva a la fiesta. Como ve, nuestra seguridad tiene esta pelea bajo control.
—Seré yo quien juzgue eso, Pierre.
—Por supuesto, pero, como puede ver, el señor Knightsbury ha tenido un altercado con este joven por... —LaFont se detuvo—. ¿Por qué os peleabais? —preguntó él.
—Ah —Nick se limpió la boca y se manchó la manga blanca—. Por una chica.
—A ver, tú —Maggie señaló a uno de los guardias—, sácalos de aquí inmediatamente. Enseguida.
El rostro de Maggie se mantuvo impasible y ni se inmutó cuando el joven se precipitó ante ella, haciéndole trastabillar, para agarrar con sus garras a Hale. Los guardias se lanzaron sobre él pero, cuando finalmente los separaron, todos los presentes permanecieron inmóviles y en silencio.
—¡Vamos! —siseó Maggie.
—Ve a buscar al señor Kelly —dijo LaFont a uno de los guardias que había aparecido siguiendo a Maggie. Hizo un gesto a otro guardia y después señaló a Nick—. Y acompañen a estos jóvenes fuera.
Cuando el guardia fue a coger a Nick, este se escabulló.
—No puede tenerla de verdad —dijo Nick, limpiándose la boca de nuevo.
Bajó la vista para mirar la sangre y cerró la puerta detrás de él.
En el silencio que se hizo después, nadie pareció saber qué hacer.
LaFont se dirigió hacia Maggie, le puso una mano en el hombre, como si fuera alguien necesitado de consuelo y protección en un momento de gran tensión. Pero la mirada de Maggie era totalmente diferente cuando observó a Hale. Reflejaba miedo y preocupación, aunque también había algo de indignación e incredulidad.
—Llévate a este también, Pierre. He visto suficientes reyertas de bares en mi vida como para saber que es una manera muy rápida de arruinar una fiesta.
Se recogió la falda del vestido y dio media vuelta, pero Hale aún tuvo tiempo de decir:
—Me alegro de verte... «Margaret».
Hale se apoyó en la mesa de póquer y estudió a LaFont, que gritó:
—¿Qué dice? —preguntó al borde de un ataque de nervios—. Señor Knightsbury, ¿qué explicación puede darnos?
Maggie se detuvo y se giró. La bravuconería había desaparecido, y se había visto reemplazada por un gélido acero cuando Maggie respondió:
—Pierre, enséñale la puerta. ¡Ahora mismo!