Mi cuñao es gilipollas
Te enseñan a querer a tus padres desde que naces, a tu madre porque te cuida, te mima, te lava, te vela, te canta, te mece y te da de comer, y a tu padre… porque con tal de que le dejes la Play pasa de que hagas los deberes.
Te enseñan a querer a tu abuelo y a tu abuela porque los dos hacen esfuerzos para no pincharte con la barba cuando te dan besos, porque son los que se encargan de enseñarte el valor del dinero cuando te dan un euro y te dicen: «Para que te tomes el aperitivo», y acabas en una acera masticando gusanitos.
Nos enseñan a querer a nuestros tíos, a pesar de que cuando llegan a casa nunca traen pasteles y de que tu tío el de la cara roja te quita los dibujos para poner el fútbol mientras tu tía se rasca la cabeza con la aguja de un broche de mariposa que lleva.
Nos enseñan incluso a querer a nuestros primos, a pesar de que hay uno que te pone zancadillas para que te caigas y te hagas heridas, y otro que se come tus costras arrancándolas a lo vivo, porque dice que están más frescas.
A lo que nadie te enseña es a querer a un cuñado… El cuñado es un troyano que se cuela en tu casa de repente y que te anuncia dos cosas: que la paz familiar ya no será la misma y que tu hermana tiene a alguien a quien quiere más que a ti.