Vivir en la mansión Playboy… ¡¡¡eso sí es una familia unida!!!
Es triste ver que el tiempo pasa sin que la vida me haga cumplir mi sueño, ese sueño repetido noche tras noche, ese sueño dueño de mi carlotita, ese sueño en el que al despertar mi almohada estaba más mojada que los calzoncillos del pianista del Titanic, un sueño maravilloso: vivir en la mansión Playboy, esos sí que son una gran familia.
Mi sueño siempre comenzaba llegando yo en una limusina blanca de las que tienen mueble bar y sillones de escay, y al bajarme, mientras subía unas largas escaleras que me llevaban a la puerta de la mansión, sonaba el estribillo de «Boys, boys, boys», de la grandísima Sabrina Salerno. El timbre de la mansión no podía tener un sonido convencional, al pulsarlo se escuchaba: «Vengo hecho un bruto».
A diferencia de la mansión de Falcon Crest, en que te abría la puerta el chino ese, Chulín, que era menos erótico que un concierto del Consorcio, aquí me abrió una chavala con la ropa justa pa’ poder decir que iba vestida. Yo creo que ella de la capa de Superman se hace ropa pa’ to’ el verano.
Cuando entré a la suite, la cama no terminaba nunca, le faltaban gradas a los lados, pero el cuarto de baño era de volverse loco. El váter era de esos inteligentes, de esos que te sientas y él te dice al ratito: «No hagas más fuerza, ya es pa’ na’, ya es pa’ na’, ya es pa’ na’».
La bañera no la cruza ni David Meca. Me di un baño como la Liz Taylor en Cleopatra, con leche de burra, pero desnatada, que hay que mantener el tipito. Aunque yo, para rizar el rizo, pedí un bote de Cola Cao y lo eché entero, era una fijación que tenía de chico, hacía aleteo con las piernas y parecía la Baticao.
Al salir de la bañera me pusieron un bañador turbo con estampados de palmeras, que no se lo pone Sonny Crockett en «Corrupción en Miami» ni jarto de ginebra malota.
Cuando llegué a la piscina y vi lo que allí había, el relieve de mi bañador me delató: estaban la del póster central del mes de octubre, Miss Playboy 2001, Miss Playboy Wisconsin… yo me tumbé bocabajo y pedí un San Francisco, kilo y medio de bromuro por vía oral y un notario pa’ hacer testamento… ESO SÍ ES UNA GRAN FAMILIA.
Luego vino la hora de cenar. Igualito que con mi tía la soltera: mi abuela diciéndome que me ponga la rebequita y mi tío Enrique borracho cantando «Clavelitos».
Allí estaba yo en la mesa más larga del mundo con Jessica, Jennifer, Sara, Salma, Paqui, Karen, Zilvia, con «z», y dieciséis más, todas de otra galaxia, mínimo. Pero había una silla libre hasta que llego el nota. Por lo visto es el dueño de toda la mansión. Años tenía todos los del mundo, yo creo que este fue el capataz de obra de la Giralda.
Tardó casi media hora en llegar a la mesa: iba a veinte en tercera… se calaba… El tío me habló en inglés y yo me enteré de poco. Juntando palabras creo que me dijo que me iba a poner tibio. Claro, a él, de las treinta y seis chavalas, le sobrarían diez o doce, porque llevaba un pin que ponía Premio Troncho de Oro 2009, Viagra, S. A. Era el abuelo de toda aquella familia tan bien alimentada, era el flautista de Hamelín, era…, bueno, el tío era la polla.
La cena estuvo divina. Cuando la camarera se acercó a mí, inclinó su espalda haciéndome partícipe de un escote con un canalillo que invitaba a depositar tu voto electoral a los verdes y me preguntó:
—¿Qué tal, le ha gustado?
Y yo le dije mirándola a los ojos:
—Está todo buenísimo.
En eso, el superviviente de Atapuerca pidió una menta poleo, se la bebió y desapareció con medio equipo titular de sobrinas como si fuese el padre Abraham y sus pitufos.
A mí me subieron a pellizcos en el culo hasta mi suite, me tiraron a la cama con la violencia justa para salir en «Vídeos de Primera» y empezaron a acercarse como los guepardos al abejaruco en los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. Mi cama se llenó de guepardos con más silicona que los ventanales de las torres KIO, y todos se abalanzaron sobre mí, con tanta fuerza que me desperté en mi cama de 1,35 metros, tapado con el edredón y con el Playboy del mes acostao en el pecho. Me había despertado del sueño más excitante de mi vida.
Había soñado con la familia ideal, con la que me gustaría tener. De pronto, miré a la derecha en mi habitación y vi la puerta del baño abierta, que dejaba ver el plato de ducha y mi váter, que de inteligente tiene poco. Tire el Playboy al suelo, abriéndose al caer por el póster central, y allí estaba ella, aquella camarera del canalillo imposible que me atendió en la cena, y al mirar la foto me guiñó el ojo y me dijo:
—Te espero en la cocina.
Yo confirmé que no me había fumado na raro, ni había visto ninguna película de Garci, ni había escuchao ningún disco de Camilo Sesto; o sea, que no eran alucinaciones.
Y al entrar en la cocina, allí estaba ella, haciendo una sopa de sobre y unas croquetas de paquete, y me dijo:
—Ahí tienes el Ceregumil, el Pharmaton, el Danacol, un zumito de naranja recién exprimidas y las croquetas, que to’ eso te va hacer falta, porque te voy a dar la del pulpo, te va a pitar la reserva. Y pide ocho días de festivos que vas a estar más tiempo metido en la cama que los Lunnis.
Así que ya sabéis, cuidado con lo que deseéis, que se puede terminar corriendo, perdón…, cumpliendo.