Individuo y colectividad

Otro punto en común entre el islam y el anarquismo se refiere a la tensión creativa entre lo individual y lo colectivo. El anarquista es en cierto punto un individualista, aspira a su felicidad y libertad, y no admite un poder externo, ni jefes ni instituciones que ordenen su vida y le digan lo que tiene que hacer o que pensar. De ahí su rebeldía, como afirmación de su personalidad y de su creatividad, frente a las fuerzas artificiales que limitan su desarrollo como ser humano. Pero el anarquista es al mismo tiempo un ser social, reconoce que todas las cosas que crecen y fructifican lo hacen dentro de relaciones, y que es en el fortalecimiento de las relaciones con sus semejantes de donde surge la sociedad, como marco en el cual su creatividad individual cobra sentido, fructifica para sí y para los demás. Por ello, la comunidad a la que aspira el anarquismo no tiene su base en una abstracción o una categoría política —el pueblo, la nación— que pueda ser invocada para anular al individuo. La comunidad es la suma de los individuos que la componen, y son todos ellos los que forman, dan sentido y dirección a la comunidad, cada uno en la medida de sus capacidades, ocupando su lugar de forma natural. Una comunidad es algo que han creado los miembros que la componen, no existe como un principio anterior a ellos. No se nace en una comunidad: una comunidad se crea. En términos islámicos, hablaríamos de una comunidad en la cual todos sus miembros se someten libremente a Al-lâh, desde su individualidad. Y es a partir de ese reconocimiento compartido de un origen común donde surge la necesidad de encuentro. De uno mismo emana el principio de responsabilidad hacia el resto de las criaturas.