Rechazo de la tiranía
Otro punto de conexión entre el islam y el anarquismo es el rechazo de la tiranía, o de cualquier forma de poder que signifique una limitación artificial de su libertad. Existe un dicho del profeta Muhámmad al respecto:
Al-lâh os ha prohibido la opresión, así que no os oprimáis los unos a los otros[17].
Y el Corán es muy directo:
No cabe coacción en el camino (del islam).
(Corán 2: 256)
Y también (en este caso en relación a la usura):
No oprimáis y no seréis oprimidos.
(Corán 2: 278)
Pero más allá de éstas proclamas, el Corán contiene una crítica radical de toda forma de opresión ejercida en nombre de la religión. Ya hemos visto que, desde la cosmovisión coránica, Al-lâh es el poseedor de la soberanía. En términos políticos, esto significa que nadie, ni persona ni régimen alguno, tienen derecho a reclamar para sí esta soberanía.
Es habitual oír que los musulmanes tienen una visión teocéntrica del mundo, con lo cual estaríamos defendiendo una sociedad jerarquizada. Y sin embargo eso es justo lo contrario de lo que la cosmovisión islámica proclama: el carácter insondable de Al-lâh se da como no localización, descentralización, apertura hacia lo ilimitado. Al-lâh es irrepresentable: no puede ser sustituido por imágenes ni por seres humanos, ya que esto significaría una limitación contraria a Su Realidad omniabarcante. Ningún ser humano ni institución sobre la tierra tienen derecho a presentarse como representantes de Dios sobre la tierra. Esto no es algo marginal, sino medular y profundamente arraigado en la conciencia de los musulmanes. Se trata del rechazo del shirk, la idolatría.
El shirk es aquello que Al-lâh no perdona al ser humano: que lo asocie a algo mundano, que lo rebaje y manipule. La manifestación histórica más evidente del shirk es la idolatría, otorgar un poder real a representaciones de la divinidad. Pero el shirk tiene muchos rostros. En un conocido hadiz, Muhámmad dice: «Contra lo que más hay que estar alerta es el shirk sin forma visible»[18], es decir: aun rechazando la idolatría exterior, el ser humano puede erigir ídolos mentales, poniendo su confianza en aquello que no es Al-lâh. Los comentaristas citan como formas modernas de idolatría el culto al dinero, a la familia o al éxito, pero también las ideologías y doctrinas mediante las cuales tratamos de apresar una Realidad en verdad inconmensurable, cosificándola y pretendiendo que se adapte a nuestras concepciones mentales (idealismo). Nada está libre de ser transformado en un ídolo, y hoy en día el propio islam se ha convertido en eso para muchos de sus seguidores. Cualquiera que pretenda representar a Al-lâh es un mushriknn.
La ruptura del musulmán con la idolatría no se limita a la ruptura de unas estatuillas de diosecillos, sino a poner toda su confianza únicamente en la Fuente de todo lo creado, reconociendo que no existe Poder salvo en Al-lâh. La ruptura con el shirk es libertaria, en la medida en la que nos desapega de todo aquello que puede esclavizar al ser humano. El hombre tiene la tendencia a poner su confianza en lo perecedero, que no podrá socorrerle en el momento decisivo. Cuando el ser humano pone su confianza en el dinero, se esclaviza a él. Lo mismo sucede si pone su confianza y sus esperanzas en la familia, la patria, el partido o el Estado. Esta tendencia del ser humano a esclavizarse a las cosas es utilizada por aquellos que aspiran a ejercer un poder absoluto sobre el resto, atribuyéndose parte del poder de Al-lâh, y creando mecanismos mediante los cuales se controlan las voluntades de las gentes. Se comprende entonces que en el Corán, el shirk está vinculado a la tiranía, a la existencia de aquellos déspotas que pretenden ejercer un poder absoluto sobre sus súbditos y que en la Antigüedad reclamaban para sí el título de «dioses».
La manifestación más clara de la idolatría en el Corán es la tiranía. El Corán nos dice que los mushrikun «creen en al-taagut», una expresión que se repite, siempre en un sentido opuesto a la recta adoración de Al-lâh:
Y en verdad, hemos suscitado en el seno de cada comunidad a un profeta: «¡Adorad a Al-lâh, y apartaos de at-taagut!».
(Corán 16: 36)
En el lenguaje político del islam la palabra taagut ha pasado a denominar toda forma de tiranía. Taagut es plural de tâ’a, de la misma raíz que tágá, que significa «propasarse» u «oprimir». De la misma raíz encontramos tugian, «transgredir», «sobrepasar los límites». Como casos paradigmáticos del rechazo de la idolatría, el Corán da cuenta de los enfrentamientos de los profetas Abraham y Moisés con los tiranos Nimrod y Faraón, que se actualizan en el enfrentamiento entre Muhámmad y el Quraysh, la oligarquía de la Meka. La proclamación de la Unicidad de Al-lâh está relacionada con la rebelión contra la arbitrariedad de los tiranos, seres que usurpan la soberanía de Al-lâh. La tiranía del Faraón es eminentemente religiosa, y está respaldada por un aparato sacerdotal. No es tan solo un déspota, sino alguien que usurpa la Soberanía de Al-lâh y se proclama a sí mismo Ser Supremo, afirmando su soberanía personal absoluta sobre sus súbditos (Corán 79: 24). Al denunciar el shirk, el Corán está denunciando precisamente estas pretensiones, la idea de que algo creado pueda ser equiparado a la divinidad. Al-lâh está más allá de todo aquello que pretenden asociarle, ya sean dogmas, rituales, instituciones, personas o doctrinas: el rechazo del shirk conduce a la rebelión contra la tiranía de aquellos que pretenden erigirse en «representantes de Dios sobre la tierra».