Actualmente.
Lo pensé, lo dije… hoy no iba a ser un buen día. Una maldita jornada la puede
tener cualquiera, pero en mi caso levantarme, abrir los ojos, hablar con mi madre fue como
si viajara al mismísimo infierno una y otra vez. Sí, lo sé, cualquiera que me escuchara
creería que estoy exagerando, no los culpo…
— Todo no puede ser tan malo —dijo Amelia mientras me servía un poco de vodka
barato. El positivismo salía expedido por sus poros y por sus excepcionales y encantadores
ojos verdes turquesa que me observaban con aliento.
« Si supieras lo que realmente está sucediendo no opinarías de esa forma, Amelia.
Terminarías tragándote cada una de tus palabras», pensé sin siquiera mirarla a los ojos
mientras bebía un poco de mi copa.
— ¿Qué pasó esta vez? ¿Te encontraste finalmente con Daniel?
Le dediqué una mueca de sarcasmo.
— Sí —contesté a regañadientes. Hablarle de él y no del “negocio” parecía una
buena idea.
— Tenía que suceder, querida. ¿Qué fue lo que te dijo?
— Lo mandé al demonio —le contesté—. No quiero oírlo más.
— ¿Ni siquiera lo intentaste? —preguntó mientras me miraba extrañada.
— ¿Cambiaste de bando, Amelia? —ahora era yo quien la interrogaba—. Porque si
es así dejamos esta charla y… —me levanté del sofá, pero en cosa de segundos ella me
retuvo.
— No —dijo abiertamente—. Te quedas donde estás, por favor —me pidió.
Volví a sentarme.
— Deberías haberlo intentado, al menos, para saber como sucedieron las cosas.
— Lo “vi” todo —le recordé mientras me reía con un leve dejo de ironía.
— De acuerdo. No quieres nada con él, darás vuelta la página y vivirás con esa
incertidumbre de no saber qué fue lo que pasó toda tu vida.
— ¡Me engañó, Amelia! ¿Qué no lo entiendes? —le grité más de lo normal.
— ¡Que sí lo entiendo, Anna! ¿Podrías calmarte? —me pidió mientras me analizaba
con la mirada.
« Si supieras lo que tengo que hacer no me estarías pidiendo que me calmara».
— ¡Yo te quiero, no estoy en tu contra! —prosiguió—, pero a veces hablar ayuda.
Te fuiste a Barcelona sin siquiera escucharlo y ahora regresas, él te busca… para comenzar
otra vez tienes que cerrar un círculo y si no lo haces con Daniel esa herida seguirá abierta.
Si te lo digo es porque te quiero. No deseo verte sufrir, ya con Victoria tienes demasiado.
« ¡Bingo! ¿Eres vidente Amelia Costa?».
Me quedé callada sin mirarla. Podría decirle que lo deseaba por un lado, pero por
otro… ya no había nada más que yo pudiera hacer. En poco tiempo mi vida sería
totalmente distinta a lo que ahora ya era.
— ¿No vas a decir nada?
— ¡Qué te puedo decir! Ya está. No hablemos más del tema. Mi historia con
Daniel está terminada.
— No me digas eso, Anna —expresó mientras una de sus manos tomaban las mías.
Clavé la mirada en su rostro de facciones finas y delicadas.
— Sabes que eso no pasará.
— ¿Estás segura?
12
« Si supieras lo que sucederá conmigo… De acuerdo. Ni yo lo sé a ciencia cierta».
— Tu madre tiene que ver en todo esto, ¿verdad?
Ella dio en el clavo una vez más.
— No quiero hablar de Victoria —manifesté tajante mientras me bebía todo el
contenido de mi copa con rapidez.
— Entonces sí tiene mucho que ver en tus decisiones, como la mayor parte de ellas.
— Amelia, no comiences —le pedí. Sabía que si continuaba con la charla nada
bueno obtendríamos de ella.
— Lo lamento, pero sé porqué lo hago, Anna.
— ¡Ni siquiera sé porqué estoy hablando contigo!
— Yo sí lo sé. Somos amigas, ¿lo recuerdas? ¿Desde cuándo? Los cinco años en
el jardín de niños —se respondió a sí misma una a una sus interrogantes.
— ¡Ya basta! —le exigí al tiempo que me mordía la lengua para evitar decir algo
más de lo cual seguro me arrepentiría más tarde.
— No, ¡ya basta tú! ¡El tiempo transcurre por si no te das cuenta y aún dejas que
viva tu vida como si le pertenecieras!
— Ame, por favor —le pedí amablemente ya a punto de estallar. La mayor parte
del tiempo solía llamarla de esa manera.
— ¡No! —me gritó con fuerza mientras se ponía de pie—. Somos amigas y te
quiero, pero tu condenada madre me tiene harta. Cualquiera que te conociera lo bastante se
daría cuenta perfectamente que vive a través de ti.
— Déjame en paz.
— ¡Claro que no, idiota! —me recriminó enfurecida—. Dime, ¿qué es lo que pasa
contigo? Te oías tan feliz desde Barcelona, estabas radiante lejos de esos dos miserables y
ahora, a tu regreso… ¡Es como si hubieras vuelto a tu tumba! Sólo quiero ayudarte y tú no
me dejas. ¿Qué tienes? ¿Qué rayos está pasando contigo?
— Nada —respondí evitando que me mirara a los ojos y descubriera a través de
ellos que le estaba ocultando algo.
Amelia me observó con cuidado por unos extensos segundos hasta que rió.
Comenzó a caminar por la sala algo intranquila.
— Ni siquiera te das cuenta de lo que dices, ¿verdad? ¡Despierta, zombie! ¡Tu
madre es una verdadera arpía!
Su comentario terminó por sacarme de mis casillas.
— ¿Por qué no te callas? —le exigí al tiempo que me levantaba y alzaba la voz más
de la cuenta ante su atenta mirada.
— ¡No lo haré, idiota! ¿Y sabes por qué? ¡Porque me importas demasiado!
¡Debiste quedarte en Barcelona, Anna Marks, y no regresar nunca más!
Empuñé las manos mientras bajaba la vista hacia el piso. No era la primera vez que
Amelia me hablaba en ese tono, pero sus palabras herían demasiado. Preferí cerrar los ojos
mientras me sentía observada por los suyos y ambas terminábamos guardando silencio.
Suspiré como si el aire me faltara pensando en ese “nunca más”.
— ¡Maldición! —gruñó ella entre dientes sin parar de andar por la sala. Estaba muy
molesta.
— Te veré… —pronuncié mientras tomaba mis cosas sin saber cuando ocurriría.
— Anna… —me llamó, pero no deseaba escucharla. En realidad, no estaba de
humor para nada más que irme a la jodida mierda.
13
Me dirigí hacia la puerta, pero antes de salir de su departamento me volví para
dedicarle una última ojeada llena de tristeza.
— Te quiero, Ame —manifesté antes de salir por ella mientras mi pecho se oprimía
tan fuerte que me dolía bastante. No sé cuanto tiempo transcurrirá antes de que la vuelva a
ver o si podré algún día confesarle todo lo que mi madre ha hecho. Sólo sé que la quiero
tanto y lejos de todo esto. Ella no se merece querer ni tener una amiga como yo.
Tres horas después todo a mi alrededor daba vueltas. No sé cuanto había bebido,
pero estaba borracha en la barra de la discoteca observando como todo el mundo se
divertía, menos yo, obviamente. Eché un vistazo a mi alrededor. El lugar estaba muy
concurrido con la pista de baile a tope. Sobre ella y más específicamente en cada una de
sus esquinas se encontraban grandes pantallas de proyección que mostraban un espectáculo
lleno de colorido. La música ensordecedora me llenó los oídos y su maldito sonido vibraba
bajo mis pies. El humo de cientos de cigarrillos nublaba a cada momento mi visión. Lo
tolero, pero me desagrada. Me sentía horrible, sucia, mentirosa, una perfecta prostituta a
punto de debutar en los brazos del maldito hombre que había hecho un negocio con mi
madre poniéndole precio a mi cuerpo.
Bebí otra vez mientras mis ojos marrones deambulaban por todo el lugar,
quedándose por un momento atraídos por las luces fluorescentes de la gran barra que se
encontraba frente a mí. « ¡Como desearía ser otra mujer y no tener que pensar únicamente
en…!».
— ¡Maldita seas, Anna Marks! —me dije mientras brindaba por mi vida justo en el
mismo instante en que otra persona lo hacía de la misma manera. No estaba muy lejos y
me estaba mirando, advertí. Bebí otro sorbo, seguro todo lo que estaba aconteciendo era
producto de mi propia y tan gigante imaginación, pero cuando me sonrió tan abiertamente
me pude dar cuenta de que era a mí a quien contemplaba. Me quedé prendada de su mirada
apacible y hermosa, de su bella sonrisa y de su dentadura perfecta, de su cabello castaño
claro por el cual deslizó una de sus manos y peinó desordenadamente. Tragué saliva
sintiendo como me admiraba, como si solo fuese yo la que estuviera frente a sus ojos.
Temblé sin saber por qué lo hacía mientras lo veía como se acercaba a paso lento hacia
donde me encontraba.
— Hola —me saludó amablemente depositando la claridad de sus ojos sobre los
míos que eran indiscutiblemente hermosos, perfectos, radiantes, noté ensimismada. Pude
sentir como me envolvían, como me penetraban con solo contemplarlos. Su color azul
cielo me hizo desfallecer. Jamás en toda mi vida había visto unos ojos más hermosos hasta
esta noche, hasta este crucial momento.
El extraño siguió sonriendo mientras se colocaba frente a mí. Su aroma era
embriagador, delicioso, excitante.
«Oh, Dios, puedo sentirlo…».
— Hola —le respondí de la misma manera sin saber que esa única palabra que salió
de mis labios sería la que, en definitiva, daría comienzo a todo.
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