VII

Esa mañana y específicamente ese despertar fue lejos el más hermoso que había

tenido en años. Increíblemente, no podía creer que él se hubiese quedado gran parte de la

noche a mi lado, velando por mi sueño. Sonreí con el estómago encogido mientras lo

contemplaba sin hacer ni un solo movimiento. Hubiese dado todo lo que tenía y lo que no

por despertarlo con un beso en los labios, un par de caricias que quizás, dieran origen a algo

más… pero a quien podía engañar, ¿a mí misma? No, claro que no. Al menos había

pasado su primera prueba de fuego sin siquiera ponerme una mano encima. ¡Cuánto

hubiese deseado que eso no ocurriera! ¿Por qué de pronto, Black, estaba encendiendo en

mí algo más que una leve hoguera?

Me levanté lentamente y con cuidado para no despertarlo. Me escabullí hacia el

cuarto de baño y luego hacia el closet buscando algo decente que ponerme mientras

preparaba algo de comer. No me hubiese molestado para nada andar descalza y sólo con

ropa interior, como solía hacerlo en mi departamento, pero ésta no era mi casa y tampoco

iba a mostrarme así delante de él, al menos… no por ahora.

Salí del cuarto mientras lo admiraba en gloria y majestad como se acomodaba sobre

la cama y pensé, al ver su maravilloso torso, sus varoniles facciones, su cabello castaño que

peinaba de forma desordenada... «Con justa razón ellas te devoran con la mirada. Creo

que voy a unirme al club de Vincent». Sonreí mientras cerraba la puerta.

Al bajar las escaleras un ruido proveniente de la cocina me alertó como si alguien

más estuviera allí. «¿Quién podría ser?». Eso lo supe cuando me interné en ella y

encontré a Miranda preparando el desayuno.

— ¡Buenos días, querida! —me saludó animadamente mientras me otorgaba una de

sus hermosas sonrisas.

— Buenos días —le respondí totalmente confundida de verla tan temprano ahí.

— ¿Qué te apetece desayunar? —quiso saber al instante.

— Sólo café, gracias —. En realidad no estaba acostumbrada a comer tan

temprano.

Miranda movió la cabeza de un lado a otro mientras seguía con lo que estaba

haciendo.

— Ponte cómoda. Ya te sirvo.

Eso hice sintiéndome totalmente fuera de lugar.

— Si lo deseas yo puedo…

— ¡Oh, no, querida! Tú solo siéntate y cuéntamelo todo.

«¿Todo? ¿A qué se refería con todo?». Fue mi primera reacción.

— ¿Disfrutaste? —me interrogó mientras terminaba de acomodar café, tostadas,

jugo de naranja y un bowl de frutas sobre una bandeja.

— Sí, todo estuvo… genial.

— Aquí tienes, Anna —agregó mientras la tendía frente a mí.

Abrí mis ojos más de lo normal mientras la contemplaba a ella y a la suculenta

comida.

— Gracias, pero no puedo…

Me interrumpió.

72

— Come, Anna, estás muy delgada. ¿Quieres algo más?

«¿Algo más? ¿Estaba loca o qué?».

— No podría —expresé tras un suspiro. Terminé tomando el bowl con fruta picada

para comenzar a comerla. Como si hubiese adivinado que me encantaban las fresas las dejó

enteras, acompañándolas por trozos de manzana, kiwi, plátano y naranja.

Rodé mis ojos mientras lo contemplaba todo. La cocina era enorme, impecable, tipo

americana y con taburetes. Muebles de caoba adornaban las paredes en conjunto con las

encimeras de granito oscuro, más todo tipo de artefactos electrónicos a su entera

disposición. Pude deducir que en su “refugio” Black no estaba hecho para cocinar. Si

hasta parecía que esos objetos jamás habían sido utilizados hasta ahora.

— ¡Mucha vitamina C para comenzar un buen día! —exclamó Vincent mientras

hacía su entrada triunfal a la cocina. Abrazó cariñosamente a Miranda mientras le daba un

suave beso en la coronilla.

«¡Cuánto hubiese dado porque lo hiciese también conmigo!».

— ¡Buenos días, Anna! —me saludó mientras abría un mueble para sacar algo de su

interior.

— Buenos días —exclamé sin poder quitar la vista de lo que mis ojos veían. « ¿Una

aparición?». Si eso era, me estaba dejando perfectamente sin vida. Vincent acababa de

salir de la ducha, su cabello húmedo me lo decía y su delicioso aroma también. Llevaba

puesto un pantalón de pijama oscuro y una sudadera blanca ajustada perfectamente sobre su

cuerpo. Se veía increíble, sensual y totalmente perturbador. Tragué saliva en mi sitio

mientras lo seguía contemplando embobada. « ¡Dios, ese hombre podía quitarle la

respiración a cualquiera!».

Se sirvió un poco de jugo de naranja y luego, antes de beberlo, me miró como si

entendiera perfectamente que ahora era yo quien lo devoraba con los ojos.

— ¿Todo bien? —preguntó con una pequeña sonrisa maliciosa.

No pude siquiera responder. Miranda lo hizo por mí.

— ¿Cómo les fue? —intervino mientras bebía un poco de café.

La sentí ansiosa como si lo único que deseara fuera saber que tal lo habíamos

pasado uno en la compañía del otro.

— Bien —contestamos a coro como si nos hubiésemos puesto de acuerdo en

manifestarlo de esa forma.

Me sonrió al instante.

— Las damas primero.

Entendí perfectamente que la que debía comenzar a hablar era yo.

— Bueno, la verdad es que nunca había asistido a una fiesta como la de anoche,

pero… para ser mi primera vez estuvo bastante bien. Al menos Vincent rió, disfrutó y bailó

conmigo —me atreví a confesar.

Rápidamente, Miranda volteó la mirada hacia su sobrino, totalmente encantada con

mis palabras.

— ¡Vaya, vaya, pero que buena noticia es esa! —le dijo.

Vincent entrecerró los ojos mientras nos contemplaba a ambas.

— ¿Están confabuladas en mi contra? —resopló.

Me dediqué a seguir comiendo. Si no ponía atención a lo que estaba haciendo de

seguro iba a terminar atragantándome con un trozo de fruta.

73

— Fue… una buena noche. Al menos Anna la disfrutó también —dio su

apreciación sobre la velada—. Sabes de sobra que ese tipo de eventos no son para mí, sólo

lo hago en representación de la empresa, pero si pudiera dejar de asistir, lo haría.

— Y tú sabes, querido, que como gerente general no puedes darte ese lujo —le

recriminó—. Espero, sinceramente, que la hayas tratado con cortesía y hayas cuidado de

ella.

— Eso te lo puede responder perfectamente la señorita Marks —expuso bebiendo

un poco más de jugo de naranja.

— Un perfecto caballero —le solté con una vaga cuota de ironía en el tono de mi

voz, al mismo tiempo que tomaba una fresa para morderla. Aún sin mirarlo en todo

momento pude sentir la intensidad de sus ojos azul cielo sobre cada uno de mis

movimientos, como si le gustara lo que estaba viendo o… le provocara algo más.

— Y el vestido, ¿qué te pareció? —agregó ella—. Anna estaba deslumbrante, ¿no?

— Perfecta y… —se lo pensó bien antes de exclamar—. Muy bella.

Tosí un par de veces recordando nuestra “situación” en la sala y que obviamente,

tenía que ver con ese bendito vestido.

Él sonrió encantado. Había dado en el clavo, si eso era lo que deseaba conseguir.

El teléfono de Miranda comenzó a sonar y tuvo que abandonar la cocina para tomar

la llamada.

— Discúlpenme un segundo.

Seguí comiendo esa tan deliciosa fruta, al mismo tiempo que notaba como Vincent

dejaba el vaso de cristal a un costado y se dirigía hacia donde me encontraba.

— No es justo —exclamó casi en un susurro cuando estuvo frente a mí separado tan

sólo por la larga mesa de mármol oscuro.

— ¿Qué? —pregunté tomando otra fresa para llevármela a la boca.

— Escabullirse y dejarme “solo” en la cama —me explicó con todas sus letras.

—¿Es parte de las reglas? —exigí saber mientras mordía lentamente la roja, jugosa

y exquisita fruta.

— No, pero… —no pudo seguir hablando. Sus ojos estaban atentamente yendo

desde mi boca a la fresa y viceversa.

Sabía perfectamente lo que estaba ocasionando y me encantaba. Si él podía jugar

conmigo ¿por qué yo no?

— ¿No qué? —volví a preguntar mientras le clavaba mi mirada marrón sobre su

rostro.

— Claramente, si “te invitan” a dormir en una cama que no es la tuya, lo mínimo es

despertar con aquella persona a tu lado —subrayó.

— Eso fue lo que hice. Desperté, te miré un par de segundos, comprendí que

dormías plácidamente y me levanté de la cama.

— ¿Me observaste un par de segundos?

— Sí, eso fue lo que dije. Gracias por lo de anoche —suspiré y bajé la mirada hacia

el tazón de frutas.

— Al menos pudiste descansar.

— Creo que sí. ¡Y tú pasaste tu prueba de fuego con honores! —exclamé con una

gran sonrisa en el rostro—. ¡Felicitaciones, señor Black!

Arqueó una de sus cejas mientras sonreía gratamente complacido. Apoyó sus

brazos sobre la mesa de mármol. Ahora lo único que nos separaba era sólo el bowl con

frutas.

74

— Disfrutas burlándote de mí, ¿no?

— Un poco. Eres demasiado correcto para mi gusto y un tanto… aburrido.

Me miró evidentemente sorprendido.

— ¿Aburrido? ¿Estás hablando en serio?

— Sí, creo que los hombres de traje y corbata no son para mí. Aunque anoche te

veías sumamente guapo, lo tengo que admitir.

— Pues… no sé como debo responder a eso. ¿Es una crítica o un halago?

Me encogí de hombros mientras jugueteaba con la última fresa que quedaba en el

bowl.

— ¿Me consideras aburrido por no continuar en tu cama lo que estábamos haciendo

en la sala? —me interrogó mientras me miraba fijamente.

«¡Mierda! ¿Qué debía responder ante ello? ¡Por favor, Black, que quieres hacer

conmigo!».

— ¿Y qué se supone que estábamos haciendo anoche en la sala? —le devolví de la

misma forma.

Sonrió mientras se mordía el labio inferior.

«¡No hagas eso que no respondo!». Apoyé un codo sobre la mesa mientras mi

mano sostenía mi cabeza por la barbilla.

— ¿Quieres que te lo recuerde?

— Tal vez deberías hacerlo porque la verdad… no recuerdo nada —concluí. Con

mi mano libre tomé la fresa, quedamente, sin apartar mis ojos de los suyos—. ¿Le gustan

las fresas, señor Black?

— Me encantan —manifestó casi al instante con su tono de voz algo ronca.

— ¿Cómo la que tiene delante suyo?

Se relamió los labios un segundo antes de responder.

— La que tengo frente a mí es perfecta. Aún no la he probado, pero puedo deducir

que es exquisita —atacó.

— ¿Le gustaría probarla? —contraataqué.

Acerqué la fruta a su boca.

— Disfrútela, le fascinará.

— ¿Tú crees?

— Estoy más que segura —alardeé sintiendo un leve calor recorriendo todo mi

cuerpo.

— Ten cuidado con lo que dices, Anna —me advirtió.

— Me gustó como sonó eso, Black. Ahora deja de hablar, levántala y muerde —

ordené.

Alzó las cejas antes de probar la fruta.

— ¿Tienes la maldita idea de lo sugerente que sonó eso? —comentó confundido.

No pude evitar que una media sonrisa se me dibujara en los labios. «Estoy sintiendo

cosas, Black, y creo que tú también las estás sintiendo».

— Muerde —repetí casi en un susurro.

Oui, Madam —exclamó al mismo tiempo que abría su boca lentamente. Cerró

los ojos mientras la mordía y saboreaba con extrema delicadeza, como si fuese la primera

vez que lo hacía.

Luché con todas mis fuerzas internas y externas para no saltar aquella mesa de

mármol y echarme en sus brazos. «Eres endiabladamente sexy, Black, y estás haciendo

que… necesite ir con urgencia por una ducha fría».

75

— Mi turno —dijo mientras me quitaba el trozo restante de la mano.

— ¿Tu turno de qué? —inquirí estúpidamente con otra sonrisa a flor de piel.

Tomó lo que quedaba de la fresa, la levantó y me la acercó a la boca.

— Ahora tú, muerde —me ordenó.

Sin siquiera rebatirlo así lo hice, delicada e intencionalmente, hasta que mis labios

rozaron sus dedos embetunados con el dulce líquido rojizo.

Una amplia y seductora sonrisa agració su bello rostro. Sus ojos intensamente

azules brillaban con una luminosidad rebelde y perturbadora, a la vez que no se perdían del

más mínimo detalle.

— Eso es… —pronunció gustoso—. Bien hecho, señorita Marks. Es toda una

experta —. Notó inmediatamente como su miembro comenzaba a provocarle ciertas

sensaciones que le eran bastante placenteras.

Negué con la cabeza mientras sonreía.

— No lo haces nada mal, Black. Podrías mejorar.

Se carcajeó abiertamente mientras aún me contemplaba.

— Me aseguraré de que Miranda compre más fresas —dijo tras un guiño de uno de

sus ojos—. Quien sabe y podríamos hasta llegar a necesitarlas.

Miranda entró de sopetón en la habitación mientras hablaba en voz baja. Vincent se

apartó de mi lado algo confuso por la manera en que ella había interrumpido aquel

“excitante” momento. Sentí su evidente incomodidad reflejada en su rostro y en otro sitio

de su cuerpo. Sonreí alegremente complacida sólo para mí mientras lo oía quejarse y

notaba como se escabullía de nuestro lado.

Fuera de ahí, tuve que acomodarme los pantalones, en primer lugar, debajo de la

mesa y luego a la salida de la cocina, porque la visión de Anna mordiendo, probando y

saboreando aquella fruta me había resultado una imagen perfectamente erótica en todo el

sentido y significado de la palabra. Ella no sólo era atractiva, sino que también era sensual

y bastante juguetona. Sabía lo que hacía y lo que podía llegar a provocar en un hombre. Su

linda y profunda mirada marrón me estaba mostrando algo más que ni siquiera había

advertido hasta ahora.

Con esfuerzo intenté apartar aquel momento vivido hacía unos instantes atrás

intentando no pensar en nada, pero lo único que conseguí fue llegar directamente al cuarto

de baño, quitarme la poca ropa que llevaba puesta y comprobar lo evidente. Me aprecié

algo nervioso, ella me hacía sentir así, cosa poco usual en mí. «¡Maldición! ¡Yo era el

encargado de provocar esa cuota de incomodidad y nerviosismo en mis acompañantes y/o

conquistas de una noche!».

— Va a pagar por esto, señorita Marks —exclamé con ansias mientras me metía a la

ducha y dejaba que el agua fría hiciera lo suyo conmigo.

Acabé con las frutas y el jugo de naranja. Simplemente, el haber degustado con

Black aquellas fresas me tenía bastante complacida y saciada. Sin lugar a dudas, había sido

un interesante momento.

— Gracias, Miranda —le manifesté mientras me levantaba del taburete—. Si como

algo más creo que explotaré.

Ella sonrió ante mi comentario.

76

— Me aseguraré de que subas un par de kilos sanamente —me insinuó mientras me

observaba.

— ¡No estoy tan delgada! —me quejé al mismo tiempo que Vincent regresaba ahora

con su perfecto traje gris oscuro listo para un nuevo día de trabajo.

— Lo estás —agregó uniéndose a la charla.

Lo miré de reojo. Suspiré mientras me mordía la lengua.

— Siempre he sido delgada y lo seguiré siendo. Mi contextura es así. Gracias por

fijarse en mí.

— Querida, no vas a engordar, no te preocupes por eso —me corrigió Miranda—.

Podemos comenzar por la comida de hoy. ¿Qué te gustaría que preparara? —quiso saber.

— Lo lamento, pero voy de salida —expuse.

Al instante dos pares de miradas perturbadoras se dejaron caer sobre mí como si

estuviese chiflada o como si no hubiesen oído perfectamente lo que acababa de decir.

— ¿Salir? —preguntó Miranda notoriamente confundida.

— Sí. Tengo que ver a Amelia.

Sentí el rechazo de Black frente a mi respuesta.

— Me dijiste que podía tener mi libertad —agregué en voz alta.

Asintió como si acabara de olvidarlo.

— Me reuniré con ella. No sé cuanto tiempo me tome, pero volveré —exclamé

haciéndome la graciosa—. ¡Qué tengas un buen día en tu trabajo! —anuncié saliendo

rápidamente de la habitación.

Caminé como si lo único que deseara fuera perderme tras la puerta de mi cuarto.

— ¡Anna, espera! me detuvo su voz a mi espalda.

Cerré los ojos por un pequeñísimo instante. De ésta seguro que no me salvaba.

— ¿Sí? —manifesté al mismo tiempo que me volteaba para mirarlo.

— No voy a impedirte que salgas por esa puerta.

— No espero que lo hagas. Yo acato tus reglas, pero no pierdo mi libertad. Ah, y

eso de “atada a ti”, sinceramente, no me gusta.

Ni siquiera sonrió. Vincent estaba sumamente serio y sorprendido.

— Quiero ver a Amelia. Necesito regresar a mi rutina normal. Y no te preocupes

por ese tema de la exclusividad. Los hombres por ahora no son un “tema importante” en

mi vida.

— ¿Lo dices por la pesadilla que tuviste anoche?

Temblé de solo recordarlo. «¿Por qué, Black? ¿Por qué tenías que sacarlo a

colación?». Bajé la mirada hacia el piso.

— Te dije que no deseaba hablar de ello.

— Me preocupas, Anna —insistió.

— No padezco de un desorden mental si es lo que en realidad estás considerando

que tenga.

Suspiró como si estuviese tratando de mantener quieto todo su autocontrol.

— ¡Jamás he dicho que padezcas de algo semejante!

— Qué bueno saberlo. Después de lo que viste y oíste anoche tenía la certeza de

que eso era lo primero que había venido a tu mente.

— Estás loca, eso ya lo sé —agregó.

Entrecerré los ojos mientras me cruzaba de brazos.

— Es innato en mí, lo siento. ¡Soy todo lo que tienes!

Arqueó una ceja mientras lo consideraba.

77

— Digo… ¡Soy así! —me retracté.

«¡Idiota, Anna! ¡Piensa bien en lo que estás diciendo!».

— Será mejor que te marches, ambos estamos retrasados —. Me volteé hacia la

puerta de mi cuarto para entrar en él mientras Vincent se quedaba en el umbral

observándolo todo.

— Cuídate, ¿quieres? —me pidió.

— Lo haré —respondí al vuelo sin meditar el peso que habían tenido aquellas

palabras para él.

— Estoy hablando en serio —ahora su enunciado parecía una verdadera exigencia.

— De acuerdo, de acuerdo… ¿Ves? ¿Te das cuenta?

— ¿Qué? —quiso saber algo más que intrigado.

— Te colocas ese traje y te vuelves aburrido, Black.

Otro suspiro junto a un par de ojos en blanco.

— Tú me debes algo, Anna.

— Yo no te debo nada —expuse asombrada de su frase.

— Lo que acabaste de hacer conmigo en la cocina… Si no hubiese estado

Miranda…

Lo interrumpí.

— Pero estaba. Yo sólo desayunaba… —no pude evitar reír mientras me

encaminaba hacia el closet en busca de mis cosas—. Te di de probar una exquisita fresa.

¿Qué no te gustó? —alcé la voz.

— No fue eso lo que dije.

— Bueno, eso me pareció. Ahora vete que voy a cambiarme y no podré hacerlo si

tú estás aquí.

— Podrías imaginar que no existo.

— ¡Sal de aquí! ¿Quieres? —le ordené mientras volvía a tenerlo frente a mí.

Rió encantado.

— ¿Te han dicho que te ves sumamente atractiva cuando te enojas?

— No querrás verme en ese plano, lo digo en serio —contesté.

— Creo que me arriesgaré. ¿Qué podría perder?

Moví la cabeza hacia ambos lados mientras desaparecía tras las puertas del cuarto

de baño y le gritaba:

— ¡Que tenga un maravilloso día, señor Black!

— Lo mismo para usted, señorita Marks.

Cerré la puerta con llave mientras esperaba pacientemente que transcurrieran un par

de minutos. Suspiré y la abrí nuevamente asegurándome que él se había marchado. Corrí

hacia mi bolso buscando dentro de él mi teléfono celular. Marqué el número de Amelia y

esperé su contestación del otro lado.

— Vamos, Amelia, por favor, contesta…

— ¿Hola? ¿Anna? —preguntó con verdadera efusividad.

— Hola, si soy yo —dije en voz baja sólo audible para nosotras dos.

— ¡Por qué mierda susurras! ¿Sucede algo?

— Es complicado. Tenemos que hablar. ¿Dónde estás?

— De camino al teatro. Hoy tenemos las pruebas de la compañía.

— Bien, ¿vas a demorar mucho? ¿Puedo verte ahí?

— Claro que puedes, tonta. Pero, ¿por qué? Anna, me estás preocupando. ¿Qué

tienes?

78

Tragué saliva nerviosamente mientras intentaba luchar contra mis propios

pensamientos.

— Te necesito, Ame. Las pesadillas han vuelto…

Después de despedirme de Miranda salí rápidamente del lujoso edificio. Me costó

algo de tiempo lidiar con Fred en el vestíbulo ante las inevitables e inminentes órdenes que

Vincent le había dejado con respecto a mí.

— No te preocupes, puedo ir sola.

— Pero señorita Marks, el señor Black…

Lo interrumpí.

— Del señor Black me encargo yo. Ahora quédate quieto y no sigas insistiendo que

lo único que conseguirás es que me enfade contigo, cosa que no quiero hacer —le expuse—

. Nos vemos luego.

El hombre entrado en años suspiró mientras me observaba con algo de evidente

preocupación. Creo que ya podía imaginar la cara de espanto de su jefe cuando le contara

que había desobedecido a sus requerimientos.

Tomé un taxi hasta el centro. El refugio de Black quedaba en la parte oriente de la

ciudad, bastante lejos por lo demás, así que el trayecto hasta el Teatro Monere en donde

vería a mi amiga demoró más de lo previsto.

Amelia era estudiante de Arte Dramático y participaba activamente desde hacía ya

dos años y medio en la Compañía Horizonte. Estaba fascinada con su carrera y actuar era

su pasión. Sin lugar a dudas, lo hacía exquisitamente con una personalidad única que ya se

la quisiera cualquiera. Sus padres no decían lo mismo, al principio pensaban ciertamente

que su decisión de ser actriz le valdría un año de estudios perdidos, pero en cuanto la vieron

crecer y desarrollarse como tal entendieron y comprendieron que su hija había nacido para

ser una estrella que brillaría algún día con luz propia. Por lo tanto, decidieron apoyarla en

todo, mientras se dedicaban con esfuerzo a trabajar en su cafetería “El último rincón”, en la

cual yo también había trabajado hasta antes de mi viaje a Barcelona, por más de dos años.

Media hora después, entraba en el más absoluto de los silencios a la sala de ensayos

mientras me sentaba en una de las últimas butacas apartada en un rincón. Quise pasar

desapercibida, pero Amelia ya me había visto. Levantó una de sus manos saludándome a la

distancia. No pude reprimir un largo suspiro cuando mi mirada se encontró con la suya. Sí,

la había echado muchísimo de menos.

En silencio observaba las pruebas de la compañía. Viejos y nuevos actores se daban

cita en ese lugar para programar los nuevos cupos y proyectos que saldrían a la luz en

algunos meses más. Su director, algo eufórico, les planteaba la necesidad de que este año

debían realizar algo formidable, sublime, muy diferente a los otros montajes excepcionales

con los cuales habían captado la atención del público y la crítica. ¡Encantar! , decía a viva

voz. ¡Fascinar y sorprender! , repetía con aplomo al mismo tiempo que mi teléfono

comenzaba a vibrar dentro de mi bolso.

— ¡Rayos! —me quejé mientras lo buscaba con insistencia ante la atenta mirada de

varios pares de ojos que se voltearon hacia donde me encontraba. En ese instante, quise

que la tierra me tragara.

“Un nuevo mensaje” me advertía la pantalla de mi teléfono con un número

totalmente desconocido. Abrí la aplicación para ver de qué se trataba. Tamaña sorpresa

me llevé al leer aquellas tan particulares palabras y que decían así:

79

“¿Estás acostumbrada a desobedecer? Dejé expresas instrucciones con Fred para

que te llevara hacia donde te dirigías. V.”

«¿V.?». Esto debía de ser una broma de muy mal gusto. « No puede ser posible.

Acaso, ¿me lo estaba echando en cara?». Reí.

“Querido V. No soy tu responsabilidad, creo que ya te lo había advertido. Puedo

caminar perfectamente, no necesito que “nadie” me lleve o me diga qué es lo que debo o

no hacer. A. ” Firmé de la misma manera. “Pd: ¿Por qué rayos tienes mi número si no te

lo he dado?”

Unos minutos después recibía otro mensaje. Menos mal que tuve la ocurrencia de

quitarle los sonidos y la vibración al teléfono. Otra inoportuna interrupción y el tipo

eufórico me hubiera echado a patadas fuera de la sala.

“Ya lo sé, no se trata de que seas o no mi responsabilidad, sólo quise ser amable.

Supuse, que por el simple hecho de vivir tan lejos del centro no sería una mala idea que él

te llevara hacia donde deseabas ir. Lo lamento. ¡Y si tengo tu número eso que más da!

Pd: Gracias por eso de “Querido.””.

“Gracias por tu amabilidad, pero no la necesito y con lo que respecta a mi número

telefónico ¡si es importante! ¡No soy una niña pequeña que necesite supervisión! ¡Puedo

cuidarme sola!”

“No fue lo que me pareció anoche cuando me pediste que me quedara contigo en tu

cama, querida”.

“Me ocuparé de que “eso” no vuelva a suceder. No volveré a pedirte que duermas

conmigo. ¿Contento? Por de pronto, ya deja de enviarme mensajes, estoy algo ocupada.”

“¿En qué?”

“Loco, obsesivo, maniático, controlador y sobreprotector. ¡Déjame un momento en

paz!”

“Pagará por eso, señorita Marks. Recuerde lo que sucedió la última vez que me

trató tan despectivamente.”

No pude evitar reír ante sus palabras.

“Lo recuerdo perfectamente, señor Black. Ahora, adiós.”

“Hasta pronto, Anna. Cuídate.”

Un suspiro se me arrancó del pecho al mismo tiempo que Amelia se acercaba

ansiosa para brindarme un gran y afectuoso abrazo.

80

— ¡Ehy! ¿Eso es por mí? ¿Dónde rayos estabas, mujer misterio? Te extrañé

demasiado.

— También yo —dije al mismo tiempo que volvía a meter mi teléfono dentro de mi

bolso. La abracé con fuerza. Estar con ella, escuchar su voz, quedarme perdida en su

mirada me mantenía en paz y con los pies atados al piso.

— ¿Estás bien? —fue lo primero que me preguntó mientras dejaba una de sus

manos sobre mi rostro para contemplarme mejor—. Me quedé muy preocupada por ti.

¿Cómo es eso de que las pesadillas volvieron?

— Regresaron. Así sin mas —le solté de sopetón.

— Anna…

Suspiré nuevamente, pero esta vez no era precisamente por Vincent o sus mensajes

de texto.

— ¿Tienes algo de tiempo? No quiero hablar contigo en este lugar ni menos dejar

que él me vea.

— No te preocupes, ya advirtió tu presencia. Voy por mis cosas. Dame unos

minutos.

— De acuerdo, Ame.

Me besó en la mejilla con cariño mientras se devolvía sobre sus pasos.

A la distancia pude comprobar cuan de ciertas eran sus palabras. Daniel estaba ahí,

era parte de la compañía en la cual Amelia trabajaba. Por intermedio de ella nos habíamos

conocido una tarde mientras la esperaba en las escaleras al interior del teatro. Mi amiga

estaba dando un par de audiciones para una propuesta moderna de la clásica obra “Romeo y

Julieta”.

Recuerdo que aquel día llovía a cántaros y habíamos quedado de acuerdo en que

cenaríamos si ella obtenía ese tan ansiado papel y para el cual se había preparado con

ansias. Estaba optimista, decidida a obtenerlo. No me quedó más remedio que esperarla

impaciente fuera de la sala totalmente empapada y con el cabello goteando por mi rostro.

Ni siquiera me importó, pero mis temblores decían otra cosa.

En ese momento Daniel llegaba. Yo lo había visto un par de veces y me parecía

bastante guapo con su prestancia y determinación, junto a sus ojos negros que se parecían a

una perfecta noche sin luna, su cabello corto, oscuro y su inconfundible tono de voz que me

derretía con solo escucharlo.

Caminó a mi lado mientras abría un poco la puerta de la sala para visualizar qué era

lo que estaba sucediendo dentro. Luego, la cerró nuevamente con sumo cuidado. Acto

seguido, se llevó las manos al cabello mojado. Estaba igual de empapado que yo.

— ¡Maldito día! —se quejó abiertamente.

— Dímelo a mí —contesté casi por inercia.

Instantáneamente, bajó la mirada hacia donde me encontraba y sonrió. Me sentí

algo inquieta. Siempre había tenido la maldita costumbre de que mis pensamientos

hablaran por si solos. Y ésta era una de esas veces.

— ¿Te vas a presentar? —quiso saber al mismo tiempo que me observaba desde su

altura.

— No. No soy actriz.

— Te he visto con Amelia, pensé que eran compañeras de carrera.

« ¿Había notado que existía antes de ahora?».

— Somos amigas —le aclaré mientras dirigía la mirada hacia su rostro—. Estudio

literatura.

81

— ¡Wow, qué interesante! ¿Puedo sentarme a tu lado? —me pidió.

— Claro… —. De inmediato me sentí cohibida ante su presencia.

— Daniel Millar —se presentó tendiéndome una de sus manos.

— Anna Marks —respondí con una media sonrisa mientras la estrechaba.

— ¡Estás muy fría! —dijo al contacto—. Ven, te invito un café y así me cuentas de

ti.

— Estoy esperando a Amelia y…

— Y vas a tener que seguir esperándola. Valverde tiene para rato, te lo puedo

asegurar. Además, necesitas ese café, te reconfortará.

Lo pensé mientras suspiraba. Claro que deseaba ir con él por ese café… Y fue eso

lo que hice. Desde aquel momento, Daniel entró en mi vida para quedarse ahí por un buen

rato.

Moví mi cabeza hacia ambos lados despejando esos recuerdos de mi mente. Pensar

en él era la última cosa que deseaba hacer.

Amelia y yo nos fuimos a caminar a un parque cercano. Ella tenía que regresar

dentro de un par de horas, había quedado en almorzar con los chicos de la compañía, así

que no le quité mucho tiempo. Lo que debía decirle tenía que sacármelo ya.

— Anna… No has hablado de ello y sabes lo incómoda que me pones en esta

situación. No me gusta recordártelo, no me siento bien con evocar a ese maldito imbécil,

pero necesito que digas algo, por favor.

Tragué saliva mientras meditaba como poder comenzar la charla.

— Tan sólo regresaron, Ame. Creo que no fue buena idea haber ido a ese sepelio

con mi madre.

— Lo mismo te dije cuando me lo contaste. ¡No tenías porqué haber estado ahí!

— Pero ya lo hice. De alguna forma tenía que estar a su lado. Ella… no tiene a

nadie más.

Amelia bufó. Hablar de Victoria simplemente la descolocaba.

— Sabes lo que siento por esa mujer: unas profundas e interminables ganas de

asesinarla con mis propias manos por todo lo que te ha hecho a lo largo de tu vida. Irte a

vivir sola fue la mejor idea que tuviste. Así, al menos te la quitaste de encima.

— Jamás voy a poder quitármela de encima —le aclaré.

Ella me miró inquieta como advirtiendo algo más.

— ¿Vas a volver por la terapia?

— No —contesté de inmediato.

— Anna…

— No, Amelia. Esa terapia lo único que consiguió fue… volverme loca.

— ¡Pero la necesitas para hacerte más fuerte!

— No, no la necesito. Lo único que he conseguido todo este tiempo es recordar con

detalles todo lo que ese maldito hizo conmigo aquella noche.

— ¿Y los medicamentos?

— ¡Ya te lo dije, cero terapia, cero medicamentos! ¡Cuando estuve en Barcelona no

los necesité!

— Ahora no estás en Barcelona, querida.

La miré con un dejo de rabia. Lamentablemente, ella tenía toda la maldita razón.

Ame lo notó.

— Además, no sé donde diablos te estás quedando y eso me preocupa aún más que

esas continuas pesadillas. ¿Quién es él? ¿Cuándo voy a conocerlo?

82

Lo sabía. Amelia no era de esas chicas que se quedaban contentas con un par de

acotaciones. No, muy el contrario, a ella le gustaban los detalles aún más si se trataba de

mí.

— No creo que te agrade.

— ¿Por qué? ¿Es viejo o casado? Anna, no me digas que…

La interrumpí.

— Ni lo uno ni lo otro.

Respiró profundo.

— ¡Me habías asustado, niña!

Le di una palmadita en uno de sus brazos.

— Usa traje y corbata —comencé a relatarle.

— ¿Un banquero, un ejecutivo? —comentó ansiosa mientras detenía su caminar y

se encendían sus maravillosos ojos verde turquesa.

— Ejecutivo.

— Fascinante. Cuéntame más. ¿Por qué no hablaste nada de él de regreso de tu

viaje? ¿Cómo fue que lo conociste?

Ahí iba otra vez. «Piensa, Anna…».

— Bueno, con la muerte de ese hombre y el comportamiento de mi madre creo que

lo olvidé. Además, no fue nada importante.

— ¿Nada importante? ¡No me mientas, niña! Si él regresó y quiso verte de

inmediato y tú accediste es porque algo sucede entre los dos. Ahora habla —me instó.

« ¿Debía seguir mintiéndole descaradamente?». Vincent había estado en Barcelona,

me lo había confesado cuando vi los cuadros de las fotografías que colgaban en las paredes

de mi cuarto, por lo tanto eso no era una mentira.

— Tiene veintinueve años de edad.

— Bien.

— Trabaja para una importante empresa.

— De acuerdo, sigue.

— Nos conocimos bajo extrañas circunstancias. Lo… encontré en un bar aquella

noche que tú yo terminamos discutiendo. Me reconoció y bueno, lo demás ya es historia.

—¿Por qué te estás quedando con él? ¿Es tu novio?

—¡No!

—¿Entonces?

Suspiré.

«Continúa pensando en como zafar de esto, Anna».

—Tenía que alejarme de Victoria y la única manera de hacerlo era quedándome con

él. Ya la conoces, sabes de sobra como funciona su cabeza y… bueno, ella y yo tuvimos un

roce de aquellos…

— ¿Te golpeó la maldita zorra? —gritó con ansias y casi fuera de sus cabales

Me quedé de una pieza mientras la contemplaba. Amelia se enfurecía con sólo oírla

nombrar.

— ¿Te volvió a golpear, Anna? ¡Respóndeme!

— Sólo fue una bofetada.

— ¡Mierda, Anna! —se llevó una mano hacia la frente intentando calmarse—.

Haces bien quedándote con él, pero me desagrada no tenerte cerca ni menos no saber de ti.

— Lo sé. A mí tampoco me gusta la vida que llevo… bueno, todo esto.

Ambas suspiramos.

83

— No dejes que esa mujer te ponga la mano encima otra vez o sinceramente no

respondo. No me interesa que sea tu madre —me advirtió mientras me tomaba de las

manos—. ¡Te quiero, Anna, te quiero demasiado, pequeña idiota!

— También yo, idiota número dos, pero así están las cosas por de pronto.

— ¿Él sabe de ella?

— Sí, pero no de nuestra “relación”, así que te pediría que si alguna vez lo llegas a

conocer dejes de lado todo lo que a Victoria respecta.

— De acuerdo. Lo haré bajo una sola condición.

— ¿Cuál?

— Quiero conocer a ese ejecutivo. ¡Me intriga!

« ¡Mierda!». Sabía perfectamente donde llegaría a parar todo esto.

— Mañana quiero que te quedes conmigo. Algunos de mis amigos y yo iremos a un

nuevo club. ¿Qué te parece?

— Lo… pensaré.

— ¡Oh no, Anna! Tú no tienes en nada que pensar. Te quedas conmigo y punto.

Dile que vaya contigo, me lo presentas y luego lo despachas. Que aprenda a vivir sin ti y a

extrañarte —exclamó mientras me guiñaba un ojo.

«Si lo conocieras, Amelia…».

— Veré que puedo hacer. Con todo esto…

— ¡Quítatelo de la cabeza, por amor de Dios! ¡Ese maldito está bien muerto y

enterrado! ¡Ya no puede hacerte daño, Anna! No más del que ya te hizo.

Guardamos silencio aún tomadas de nuestras manos. Temblé mientras su rostro

comenzaba a dar vueltas en mi cabeza.

— ¡Ojalá se esté pudriendo en el infierno! ¡Mal nacido, bastardo asqueroso!

— Ya, Amelia, ya…

Me abrazó con fuerza. Sabía lo que ocasionaba en mí ese hombre y cuanto odio y

miedo le tenía aún a su recuerdo. Aunque habían pasado ya tres años desde esa fatídica

noche las cosas en mi vida, emocionalmente, no habían mejorado. Ya estaba marcada en

mi alma, en mi cuerpo y en mi corazón.

— Sabes que te quiero, te cuido y protejo.

— Lo sé, Ame, lo sé.

— Entonces, no vuelvas a desaparecer así de mi vida, Anna Marks, o iré a buscarte

donde quiera que estés.

— No lo haré.

— ¿Promesa?

— Promesa.

Me besó en la mejilla mientras me otorgaba una sonrisa al tiempo que

reanudábamos nuestra marcha.

— ¿Es guapo y de todo mi gusto? —preguntó prosiguiendo con la charla.

— Sí —sonreí un tanto nerviosa.

— Te gusta, admítelo. ¿Estás enamorada de él?

— ¡No, por favor! ¡Qué cosas dices!

— Lo que me deja apreciar tu rostro y esa tímida sonrisa que veo florecer en él. Me

dijiste que se llamaba…

— Vincent.

— Nombre guapo, hombre guapo —rió.

84

— Tiene unos ojos excepcionalmente azules como el cielo — recordé mientras

alzaba la vista.

— Blue eyes —exclamó ella.

— Intensos, penetrantes, luminosos…

— Vaya, chica… ¡Sí que te gusta! Entonces, lo llevarás sí o sí y no quiero un no

como respuesta. Necesito dar mi aprobación con respecto a ese hombre. No cualquiera

puede estar follándose a mi querida amiga.

«¿Qué?».

— ¡Amelia! —le recriminé.

— No te me vengas a hacer la puritana ni la santurrona ahora, Anna Michelle

Marks. No me digas que él y tú aún…

— No todo tiene que tratarse de sexo.

— ¿No te has acostado con él? —inquirió totalmente incrédula.

— ¡No!. Yo no voy por ahí metiéndome de cama en cama —le dije en clara alusión

a su vida.

— ¡Ja, ja, qué graciosa! Yo no voy de cama en cama, yo disfruto y pruebo nuevas y

excitantes experiencias.

«Vincent Black te viene como anillo al dedo», pensé. «¿Qué mierda estaba

diciendo?». Traté de cambiar el tema de la charla.

— Él estaba ahí, ¿verdad?

— Si te refieres a Daniel, sí. Te vio en el mismo instante en que entraste por esa

puerta. ¿Qué no lo notaste?

— No —aseguré y eso era cierto. Percibí que estaba mirándome a la distancia

cuando Amelia fue por sus cosas antes de salir del teatro.

— Me preguntó por ti.

¿Qué fue lo que le dijiste?

— Quédate tranquila. Sólo deseaba saber si estabas bien.

— Lo estoy.

— Eso fue lo que le dije. Además de… que tenías a alguien mejor en tu vida.

— ¡Amelia!

— ¿Qué? —gritó—. Me dijiste en casa que ibas a olvidarlo, que él ya no existía

para ti ¿y ahora me sales con esto? ¡Quién te entiende, Anna!

— No te estoy recriminando nada —. « ¿O sí lo estaba haciendo?».

Me miró con serias dudas mientras se cruzaba de brazos.

— Daniel es un idiota, siempre lo fue. Será mejor que te enfoques en Vincent y en

acostarte con él. Ya perdiste dos años de tu vida con mi compañero de reparto.

— No fueron dos años perdidos —contesté con sensatez.

— Bueno, lo que haya sido. Lo pasaste bien, te enamoraste y perdiste como en la

guerra por lo que tú y yo sabemos que sucedió.

— Me engañó.

— ¿Tenías que decirlo, Anna? ¿Era tan imperioso que eso saliera de tus labios en

este momento?

Cerré los ojos por un instante mientras ella me tomaba por los hombros.

— ¡Mírame, niña!

Abrí los ojos de sopetón. Tenía sus ojos verdes clavados sobre los míos.

— Ahora lo más importante eres tú y el último año de universidad que te queda. Tú

y yo vamos a graduarnos con honores y vamos a irnos por ahí durante un buen tiempo. Lo

85

necesitamos. Nada de hombres, recuerdos, pasado. Sólo seremos Anna y Amelia como lo

hemos planeado. ¿De acuerdo?

Asentí.

— No te escuché.

— De acuerdo. Pero creo que eso será un poco difícil con respecto a ti.

— ¿Cómo?

— No puedes estar sin sexo, Amelia. ¡Eres una maldita ninfómana!

Sonrió encantada.

— Y estoy orgullosa de serlo.

Allí estaba ella, Amelia Costa brindándome una de sus más maravillosas sonrisas

que por un momento hicieron que me olvidara de todo lo demás. Su fantástica personalidad

y su manera de ver la vida me eran tan atrayentes. ¡Cuanto daría por ser como ella! Tan

segura de sí misma, tan osada, perversa y feliz.

— ¿Quieres que me quede contigo esta noche, Anna?

— Lo aprecio, pero… tengo que volver.

— No lo dices con mucho entusiasmo, nena.

— Ya me conoces.

— Lo bastante como para admitirlo. Cualquier cosa, lo que sea, a la hora que digas

sabes que estaré ahí.

— Gracias, Ame. Creo que iré a mi departamento por algunas de mis cosas. Quiero

tomarme un poco de tiempo antes de volver a mi rutina —comenté.

— ¿Verás a tu madre?

— Necesito mantenerla lejos de mí.

— Buen punto. Será mejor que obvies a Vincent en todo lo referente a Victoria.

«Él la conoce, Ame».

— Esa mujer es lo peor y si se entera de que estás en una nueva relación meterá sus

garras profundamente —sentenció con dureza en el tono de su voz.

— No lo hará y no estoy en una relación —confirmé.

— Ok, nena. ¡Tranquila! Creo que ya te hace falta un poco de sexo duro y caliente.

Se lo haré saber a Vincent cuando lo conozca.

«¡ Oh no, Amelia, no serías capaz…!».

Rió.

Yo no pude hacerlo.

Miró la hora de su reloj. Tenía que regresar.

— Bien. Te veré mañana en mi casa. Ven temprano, te quiero todo un día sólo para

mí —exigió mientras me daba un fuerte abrazo seguido de un cariñoso beso en la mejilla.

— Así lo haré.

— ¡Te quiero, pequeña idiota! —se despidió a la distancia.

— ¡También yo! —exclamé mientras la veía partir.

Sonreí. Volver a hablar con mi amiga de toda la vida era lo único que necesitaba

para estar en paz . ¿Por cuánto tiempo? Eso lo averiguaría cuando regresara al lujoso

departamento de Vincent Black.

86