III

La mujer llamada Cristina hizo al rato su aparición dejando un par de bolsas de

papel a los pies de mi cama.

— Con permiso, señorita —exclamó mientras las tendía frente a mis ojos—. El

señor las envía para usted.

— No quiero nada de “su señor” —recalqué—. ¿Dónde está mi ropa?

— Por favor —dijo mientras me clavaba la mirada que me supo más bien a ruego.

— De acuerdo —accedí de mala gana—. Pero quiero mi ropa de vuelta. ¿Será que

puedes pedírsela?

— Veré que puedo hacer, señorita.

— Gracias. Te llamas Cristina, ¿cierto?

— Sí —exclamó como si no deseara responder a ninguna otra de mis

interrogantes—. Con permiso.

— ¡Me llamo Anna! —pronuncié mientras la observaba, pero ella pareció no

prestarme atención, ya que lo que más deseaba era salir prontamente de mi cuarto.

Cuando la puerta se cerró revisé el contenido de las bolsas. Sentía la imperiosa

curiosidad de saber qué tipo de vestuario me había enviado ese demente. Una a una fui

analizando cada prenda. Pantalones oscuros bastante ajustados, ropa interior decente, « un

punto a tu favor, Black» pensé; una blusa semitransparente color marfil y zapatos negros de

tacón.

— Vaya, vaya… —me jacté—. ¿Qué quieres conseguir con todo esto? —me

pregunté al mismo tiempo que me levantaba de la cama para dirigirme al cuarto de baño.

Me tomé mi tiempo, después de casi una hora al fin estuve lista. Había tomado una

larga ducha, me había vestido con lentitud, había cepillado mi cabello, me había perfumado

con una exquisita fragancia y otras cosas que había encontrado y que, obviamente, me

hacían suponer que eran para mí y por último, estaba estrenando los altos zapatos de tacón

que, sin dudarlo, me parecían fantásticos.

Mi caminar me llevó directamente hacia la gran ventana de mi habitación desde la

cual se podían admirar amplios jardines, nada fuera de lo común. El paisaje me dio a

entender que estábamos muy lejos de la ciudad e incluso de los suburbios. Una extensa

pradera, una inmensa y vieja arboleda junto a la quietud del campo… si es que allí era en

donde nos encontrábamos. Respiré profundo reservándome cada uno de mis pensamientos,

cuando el toque suave en la puerta me dio a entender que alguien había tras ella. Un par de

segundos después, una bella y estilizada mujer se hacía presente. Lo primero que hizo fue

sonreírme sin apartar sus oscuros ojos de los míos. No sé por qué, pero el color negro de

aquella intensa mirada me recordó inmediatamente a Daniel. Cerró la puerta y tras sus

ágiles pasos caminó hasta mí sin siquiera decir una sola palabra. Me dejó totalmente

embelesada la forma en como se desplazaba con su esbelta figura que ya se la quisiera

cualquier mujer junto a ese cabello largo, oscuro y sedoso que le caía sobre la espalda en

pequeñas ondulaciones. La envidié. « Mi cabello jamás luciría de tal forma», pensé.

— Hola, Anna —me saludó bastante cordial—. Soy Miranda.

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— Hola —exclamé aún aturdida por las facciones de su rostro, finas y delicadas

para sus ya… « ¿Qué edad debía tener esa mujer?», era la única pregunta que ocupaba mi

mente.

— La ropa te queda fantástica. ¿Te gustó?

— ¿La eligió él? —fue lo primero que quise saber.

Sonrió.

— No, fui yo y veo que hice un gran acierto. Luces perfecta.

— Pues si es así… gracias.

— No es necesario que me las des. Estoy aquí para ti. Lo que desees tan solo tienes

que pedírmelo.

— ¿Está dentro del negocio? —ansié saber—. ¿Black te contrató?

Miranda aún sonreía, pero la tomó por sorpresa la última de mis interrogantes.

— No, soy su tía por parte materna. Es un placer —me expuso.

Ahora la sorprendida era yo.

— ¿En serio?

— Lo soy. Hace mucho que formo parte de la vida de mi sobrino.

Alcé una ceja despectiva, como si no me importara en lo más mínimo.

— ¿Te ha tratado bien? —inquirió ahora con total autoridad.

« ¿Debía responderle aquello? ¿Podía confiar en esa mujer con la cual había

cruzado sólo un par de enunciados?».

— No es un hombre de muchas palabras —respondí cambiando el tema de la charla.

— No, no lo es. Antes… —se detuvo guardando un instante de silencio.

Me di cuenta de que la sonrisa de su rostro había sido desplazada por una línea fina

y dura.

— Antes de que su vida cambiara —intentó explicar—. ¿Quieres dar un paseo?

Fruncí las cejas sin comprender. « ¿Estaba hablando en serio o me estaba

insinuando salir de estas cuatro paredes?».

— No creo que quieras quedarte aquí toda la tarde.

— ¿Qué hora es?

— Las cuatro cuarenta y cinco —me reveló—. ¿Vamos? Afuera corre un poco de

brisa tibia. Tomar aire te hará bien, estás algo pálida.

— ¿Será que puedo hacerlo sin que tu sobrino se moleste? —quise saber

preguntando con evidente sarcasmo.

— De Vincent me encargo yo. Ahora acompáñame, salgamos de aquí, Anna.

Suspiré antes de moverme siquiera un solo centímetro, pero finalmente accedí y

caminé con paso seguro tras los suyos. Podía hacerlo, finalmente podía salir de “mi

refugio” sin temor a que él no me lo permitiera.

La casa era impresionantemente bella cuando divisé gran parte de su estructura

desde la planta superior. Una enorme escalera nos aguardaba para bajar hacia el primer

piso, parecía que aquí no se escatimaba en gasto alguno, o tenían mucho dinero o no les

importaba derrocharlo. Su arquitectura era muy antigua, todo era de lujo, muebles antiguos

y en perfecto estado decorando cada sitio con exquisito y refinado gusto.

— ¿Todo bien? —me preguntó Miranda mientras me admiraba tranquilamente.

— Todo bien —respondí mientras me soltaba del pasamanos de la escalera que

parecía estar hecho de mármol.

— ¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre?

— No, nada de eso. Es que…

24

— ¿Qué? —me espetó algo inquieta.

— El lugar… me hace sentir que no… encajo.

— No te preocupes, a mí me sucedió lo mismo la primera vez que pisé esta casa. El

padre de Vincent es un hombre muy ostentoso y le encantan los lujos, todo lo contrario a mi

sobrino.

— ¿Todo lo contrario?

— Él es un hombre refinado, pero no le gusta caer en excesos. Se da sus gustos,

vive cómodamente, pero dejando de lado toda la magnificencia. Yo diría que… prefiere la

simpleza ante todo.

La miré como si estuviera chiflada y no creyese ni una sola palabra de lo que me

estaba diciendo.

— De acuerdo, entiendo que no me creas, pero te darás cuenta de ello cuando lo

conozcas mejor.

« No quiero conocerlo mejor», me dije al instante prefiriendo guardarme ante todo

mis propias convicciones.

Cuando llegamos finalmente hacia el gran salón me detuve un momento para

contemplarlo todo. Una inmensa lámpara de gotas de lluvia se encontraba colgada desde lo

alto de cielo del tejado. Era maravillosa y toda hecha de cristal. Me provocó enseguida

soltarla, verla estrellarse contra el piso y hacerse añicos. Tuve que reprimir una sonrisa de

satisfacción mientras lo imaginaba en mi mente.

— Vamos, Anna, no te detengas —me incitó a que continuara la marcha

deslizándonos a través de un par de puertas de vidrio semitransparentes forjadas en gruesa

madera antigua que abrió de par en par mientras una gran punzada en el estómago me dio la

bienvenida de regreso a la libertad, al aire tibio y fresco de la tarde, al brillo y calor del

majestuoso y radiante Sol.

— Gracias —exclamé mientras cerraba los ojos.

— Tendremos que trabajar en eso —me anunció con cierta reticencia.

— Quiero dártelas, Miranda. Creí que tu sobrino me retendría dentro de esa

habitación hasta que cumpliera ochenta años —expliqué con los ojos abiertos mientras

disfrutaba de los tibios rayos del majestuoso astro.

— Veo que te asustó. Es un tanto huraño, pero en el fono es un buen hombre, Anna.

— Muy en el fondo —subrayé.

Aquello la hizo reír con ganas.

— Acepto tu agradecimiento, pero si estoy aquí es para que confíes en mí.

— ¿Por qué debería hacerlo?

— Por la sencilla razón de que te estoy poniendo a prueba, muchacha.

Me quedé atónita frente a su comentario.

— Si yo estuviera en tu lugar también lo haría, desconfiaría de todo el mundo hasta

de mi propia sombra —. Movió la cabeza hacia ambos lados en forma negativa antes de

continuar. —No me agrada para nada esta situación, ni menos que tu madre te haya hecho

esto para… salvar su vida. Lamento mucho que estés aquí en estas condiciones y puedes

odiarme, insultarme o lo que quieras por hablar más de la cuenta, estás en todo tu derecho.

Tragué saliva mientras digería cada uno de sus enunciados.

— Pero de alguna forma me alegra que estés aquí.

— ¿Por qué?

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— Porque alejarte de esa mujer es lo único positivo que logro rescatar de lo que

Vincent ha hecho. Si yo fuera tu madre jamás habría permitido que mi única hija pagara

con su vida mis errores y los de mi esposo.

— No eres ella, Miranda.

— No, no lo soy. Dios no debe darles hijos a quienes no saben cuidar de ellos —

agregó.

Otra vez me dejó en completo silencio.

— Los hijos son sagrados, Anna.

Tuve que mirar para otro lado mientras apretaba mis dientes con fuerza.

— ¿Podemos continuar? —le pedí intentando que dejara de hablar de Victoria.

Cuando ya estuvimos de vuelta en la casa y más específicamente en la planta

superior un alarido se dejó escuchar desde alguna otra de las habitaciones. Aquello me

erizó completamente la piel. Su sonido era desgarrador, como de un hombre viejo, a juzgar

por el ronco timbre de su voz.

— ¿Qué es eso? —le pregunté a Miranda bastante inquieta.

— Vete a tu cuarto —me pidió casi al instante mientras se alejaba de mi lado a paso

veloz por aquel ancho pasillo que llevaba hacia las demás habitaciones. La vi correr hacia

el ala oriente de la casa, la seguí con la mirada al mismo tiempo que otro violento grito

provino desde el interior del dormitorio al cual ella hacía ingreso dejando la puerta

entreabierta. Me quedé de piedra aguzando la vista para poder ver mejor aquella escena

que se estaba suscitando dentro de ese lejano sitio. Sin saber cómo o porqué me encontré

caminando hacia ese lugar hasta que la voz de Black me detuvo como si fuera un gran muro

de concreto que se había interpuesto en mi camino.

— ¡¡¿A dónde crees que vas?!! —me gritó furioso.

Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar. Volví la vista inmediatamente hacia él.

— Yo… —no supe qué decir.

— ¡¡Vete a tu cuarto y deja de chismosear!! —me exigió duramente—. ¡¡Ahí

dentro no hay nada que sea de tu incumbencia!!

— Pero Miranda…

— ¡¡Estoy siendo amable!! ¡¡Vete a tu cuarto!!

Le clavé la mirada por un par de segundos. « ¿De dónde rayos había salido?».

— ¡¡¡Ahora!!! —gritó como un verdadero demente encolerizado.

Me hizo temblar, juro que me estremecí desde los pies a la cabeza. Acto seguido,

me di la vuelta rápidamente y caminé sin titubear hacia mi refugio. Antes de cerrar la

puerta de mi dormitorio terminé dando un portazo de aquellos.

Caminé de un lado hacia otro dentro del interior de mis cuatro paredes. Estaba

furiosa, realmente furiosa. « ¿Quién mierda se creía que era para gritarme en ese tono tan

despectivo? No eres más que un maldito miserable con dinero, Black. ¡¡¡Un pervertido

desgraciado que lo arregla todo a su antojo!!!». No podía contener ni uno solo de mis

dichos que afloraban con ira desde el interior de mi mente. No los estaba diciendo,

prácticamente, los estaba vomitando.

— ¡Te odio! —expresé alzando la voz mientras empuñaba mis manos—. ¡Si

pudiera largarme de aquí lo haría ahora mismo!

Un par de minutos después Miranda volvió a mi cuarto.

— Lo lamento —exclamó al mismo tiempo que cerraba la puerta.

No respondí. Estaba demasiado enojada e irritada para decirle cualquier cosa.

Temía que al abrir la boca terminara desquitándome con ella.

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Me observó con atención.

— Estás tensa, demasiado para mi gusto. ¿Qué fue lo que pasó?

— Nada —respondí tajante tratando de evitar su oscura y analizadora mirada.

— ¿Qué fue lo que te molestó? —volvió a preguntar ahora con más especificidad.

— Nada —mentí.

— Vamos, Anna. Fue a ti a quien le gritó, ¿verdad?

Suspiré profundamente tratando de separar la rabia de la razón. « ¿Debía decirle lo

furiosa que me encontraba por aquella tan desagradable situación?».

— No soy una niña o una de sus empleadas a quien pueda darle órdenes de esa

manera.

— Lo sé —acotó mientras caminaba llegando mi lado. Cuando estuvo lo bastante

cerca se inclinó hacia adelante y puso sus manos sobre las mías en un verdadero gesto de

amistad—. Te prometo que no volverá a ocurrir.

Contuve la rabia y me la tragué para no demostrar mi fragilidad. Cada vez que me

sentía impotente terminaba derramando un par de lágrimas y ahora no iba a hacerlo, menos

frente a ella.

— ¿Cómo estás tan segura de ello? Después de todo él… me compró.

Se quedó pensativa ante mi sincera respuesta.

— Eso… — recalcó—, no le da derecho a tratarte mal. En su vida siempre ha

existido el respeto. Se lo infundió su madre primeramente… —Miranda suspiró—.

Hablaré con él. No sucederá de nuevo.

— No me importa si lo hace.

— No deberías pensar de esa forma, Anna. Sé que te incomoda, lo puedo notar en

tus ojos.

Me zafé de sus manos mientras bajaba la vista hacia el piso. Me sentí un tanto

avergonzada.

— Ahora tengo que dejarte, debo disponer de la comida. Te espero dentro de una

hora en el comedor, por favor.

— No voy a bajar —le anuncié—. No voy a sentarme a la mesa junto a ese

histérico hombre.

Miranda no pudo reprimir la risa, pero no era de burla sino más bien de evidente y

notoria solidaridad para con mi persona.

— Asumo que fue por el incidente. De acuerdo, no le gustará la idea de no verte

allí, pero allá él. Pediré que te suban la cena.

— Gracias, Miranda.

Asintió mientras me dedicaba una última mirada llena de dulzura.

— Espera —la detuve—, antes de que te vayas…

— ¿Sí?

— Estoy preocupada por alguien.

— ¿Tu… madre?

— No, Amelia. Es mi mejor amiga y de seguro se está volviendo loca al no saber

nada de mí. Ayer por la tarde me fui de su departamento luego de una pequeña discusión.

— Veré que puedo hacer por ti y por ella, Anna, pero quiero que sepas que, por el

momento, Vincent no desea que veas o hables con nadie.

Temblé de frustración. Sí, estaba en sus manos. Ese maldito terminaría alejándome

de todos quienes amaba y me importaban.

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— Amelia no se quedará de brazos cruzados —le advertí—. Si hablo con ella

aunque sea una sola vez y le digo que estoy bien se mantendrá tranquila. La conozco, sé

perfectamente lo que piensa y lo que puede llegar a hacer.

Miranda quiso replicar una sugerencia, pero por alguna razón terminó quedándose

callada.

— Lo hablaré con él después de la cena. ¿Cómo dijiste que se llamaba tu amiga?

— Amelia.

— De acuerdo. Ahora, si Vincent accede me prometerás que no dirás ni harás ni

una sola estupidez que pueda poner en peligro tu estadía en esta casa.

« ¿En peligro?». Eso me sonó bastante aterrador.

— Nadie debe saber que estás aquí por un maldito negocio, ¿me entiendes?

— Lo entiendo perfectamente. Mi madre ya me puso al tanto.

— Ni siquiera Amelia —me señaló nuevamente.

— Ella menos que nadie. Terminaría odiándome y es la única persona que me

queda… —confesé—. Ahora… estoy más sola que nunca.

— No, Anna, no estás sola. Estoy aquí, claro, si te sirve de algo.

Quise sonreír, mirarla a los ojos, pero realmente no pude hacerlo. Su dulce mirada

me intimidó y terminó derribando algunas de mis barreras que había logrado poner a mi

alrededor.

— Creo que terminaré agradeciéndote por el resto de mi vida.

— Quédate tranquila. Cristina subirá tu comida. Puedes pedirle a ella todo lo que

necesites. Te veré antes de que te duermas, ¿está bien?

— Sí.

La observé alejarse hacia la puerta. Miranda parecía sincera. Tal vez, quizás…

hasta podría llegar a confiar en ella, después de todo, era la única persona con la cual había

entablado una amena, decente, tranquila y extensa conversación.

La comida llegó a mi cuarto de las manos de Cristina una hora después como

Miranda así lo dispuso. La joven entró rápidamente dejando la bandeja sobre la cama para

luego retirarse de la misma forma.

— Espera un… — intenté expresar para detenerla, pero ya era tarde, ella ya se había

marchado. Extrañamente, la puerta de mi cuarto quedó entreabierta hasta que una figura

masculina la abrió completamente para luego cerrarla tras él.

« Lo que me faltaba. Ahora sí que se me quitó el apetito».

Instintivamente, me crucé de brazos y me refugié bajo la luz de la Luna que se

colaba por la ventana de mi cuarto.

— ¿Qué quieres? — pregunté inquieta al ver que Black se mantenía en silencio.

Se tomó unos segundos más para comenzar a hablar.

— Disculparme. No suelo… alzar la voz de esa manera.

— Yo pensé que estabas acostumbrado a tratar a la gente con frialdad.

— Estás equivocada, Anna, no lo hago.

— ¿No?

— No. No volverá a ocurrir.

— Me tiene sin cuidado que lo hagas —respondí aún molesta.

— ¿Por qué? ¿Estás siendo sarcástica o es un referente de tu vida?

Le clavé mis ojos fijamente en su semblante en el mismo instante que pronunció esa

dichosa pregunta mientras me penetraba el rostro con su mirada azul cielo.

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«¿Qué mierda…?», pensé con ganas de darle un buen golpe en todo lo que se llama

rostro.

— ¡Eso no te incumbe! —le solté.

— Ahora estamos a mano.

— ¡No estaba “chismoseando” ! —alcé la voz—. ¡Sólo quería saber si aquella

persona estaba bien!

Apartó sus ojos de los míos y comenzó su transitar pausado a través del cuarto.

— Él está bien.

— No lo parecía. Sus gritos…

— Dije que él está bien — recalcó. Su tono de voz se volvió aún más frío que el de

costumbre—. Es parte de la enfermedad que padece.

Sinceramente, no esperaba oír algún tipo de explicación. Me sentí bastante

sorprendida de cada frase que pronunciaba.

— Lo siento, Black.

— También yo… ese hombre es… mi padre.

« No quiero saberlo, no me incumbe, ¿o no lo recuerdas?».

— No deseaba que tú…

— ¿Lo viera? —me adelanté a sus palabras—. ¿Te avergüenza?

— ¡Claro que no! —parecía molesto ante mi fugaz interrogante cuando volvió a

poner sus ojos sobre los míos.

Sentí como si me estuviera viendo como a una estúpida.

— Y entonces, ¿a qué se debió esa repentina histeria? —le pregunté obviando el

tema de su padre.

— ¿Histeria? —quiso saber mientras se detenía completamente.

— Eso me pareció.

Aquello lo hizo sonreír.

— Vaya… no sé si debo tomármelo como un halago.

Entrecerré los ojos, yo seguía molesta. « ¿Se estaba riendo de mí o qué?».

— Si no querías que lo viera pudiste haber sido un poco más amable en pedírmelo.

— Lo sé y me disculpo por tercera vez.

— Puedes hacerlo cuantas veces quieras. Para ser honesta, no creo en ti ni voy a

hacerlo nunca.

— ¿Quieres que te mienta? Realmente, ¿quieres que lo haga?

Lo medité un segundo. Claro que no quería que lo hiciera. Ya me bastaba haber

vivido gran parte de mi vida en base a los continuos engaños de mi madre.

— No, no me gusta que me mientan — terminé volteándome hacia otro lado.

Sentí sus pasos otra vez acercándose lentamente hacia donde me encontraba.

— En eso nos parecemos mucho. A mí tampoco me gusta que me mientan —

agregó—, es lo que más detesto.

Lo miré de reojo. Vincent Black estaba de pie a mi lado intentando seguir mi

mirada.

— No voy a inmiscuirme en tu vida. No estoy aquí para eso, ¿no?

— No, no lo estás, Anna.

« ¿Por qué cuando pronunciaba mi nombre lo tenía que hacer con esa voz tan

particularmente seductora?».

— Miranda me contó que no deseabas bajar a comer —prosiguió.

— Eso es cierto, prefiero quedarme aquí.

29

— ¿Por qué? Si se puede saber…

— Es algo entre ella y yo.

Ahora sus ojos buscaron mi rostro completamente como si en él estuviese la

respuesta que tanto deseaba obtener.

— ¿Qué haces? —me sentí intimidada.

— Veo que tú y ella han congeniado bastante bien.

— Ha sido la persona más “amable” y “auténtica” que he conocido desde mi

llegada a esta casa —manifesté dando mayor énfasis a esas dos palabras.

— Gracias por el voto de confianza —se sintió aludido con mi respuesta.

— Por nada, cuando quieras —me jacté con evidente tono de sarcasmo.

— Fue por mi culpa, ¿no? ¿Por que te grité?

— No todo tiene que tratarse de ti, Black. No eres ni serás el centro de mi mundo.

Rió encantado.

— Cada vez que hablas en ese tono tan despectivo siento como si me estuvieses

escupiendo veneno en el rostro.

— Es una buena analogía. No lo pudiste haber especificado mejor —me uní a su

risa.

De pronto, y ante mi claro asombro extendió una de sus manos como esperando a

que la tomara.

— ¿Me harías el favor de acompañarme a cenar, Señorita Marks? Quiero… más

bien, necesito disculparme por mi exabrupto de esta tarde.

« ¡Este hombre está realmente loco!».

— ¿Esto es una broma o pretendes reírte de mí en mi propia cara?

— Ni lo uno ni lo otro. No sería un caballero si así lo hiciera. Sólo deseo cenar con

la bella mujer que tengo a mi lado, disfrutar de su compañía… entre otras cosas.

« Ya está bueno… ¡Te estás pasando de la raya!».

— Lo lamento, Señor Black. Creo que esta mujer desea prescindir de su compañía.

Se quedó pensativo sin bajar su mano.

— Además, la comida ya está servida —le indiqué.

— Eso se puede arreglar. Pediré que la retiren.

« ¿Qué no me oíste bien? ¡No te quiero cerca!».

— ¿No te rindes?

— Es una de mis mejores virtudes. Cuando deseo algo trabajo en ello

incesantemente hasta obtenerlo.

— Pues, ¡mis felicitaciones por ese espíritu! —me burlé—. ¿Eso deseas hacer

conmigo?

— Sí —contestó demasiado honesto para mi gusto—. Y déjame decirte que será un

arduo y duro trabajo.

Aquello me hizo sonreír.

Él lo notó.

— ¿Qué tengo que hacer para que aceptes mi invitación a salir de este cuarto así

como se la aceptaste a Miranda?

— Tratarme con condescendencia, respeto y un poco de amabilidad. ¿Es mucho

pedir?

— No, Anna, no es mucho pedir.

— ¿Y? ¿Estás dispuesto a hacerlo?

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— Creo que… no tengo más alternativa. Después de todo, de ahora en adelante,

viviremos bajo el mismo techo.

« ¿Por qué tenía que recordármelo?».

— Lo dices como si lo odiaras.

— ¿Eso te pareció?

— No soy estúpida, Black.

— No lo eres. Eres una mujer demasiado inteligente, astuta, sarcástica e

impredecible.

Eso me hizo sentir bastante incómoda. « ¿Desde cuando se fijaba en mí en forma

diferente? ¿Era parte del negocio tener que “conocerme” más a fondo antes de

follarme?».

— ¿Y qué me dices? ¿Me vas a tener toda la noche con el brazo estirado? Te

comunico que es algo fatigoso y no creo que… te agrade la idea de brindarme un buen

masaje después si llego a necesitarlo.

— Pensé que tenías una masajista personal, después de todo eres un hombre muy

guapo y… —tuve que morderme la lengua. «¡¡ ¿De donde mierda había salido todo

eso?!!».

Sonrió nuevamente como si estuviese encantado de haberlo oído, pero evitó hacer

un comentario al respecto.

— Y qué dice, señorita Marks. Estoy esperando ansioso su respuesta.

— Suelo ser de una sola línea —me quejé.

— Corra riesgos y salga de esa línea. A veces… es necesario saber que hay más

allá de ella, ¿no le parece?

Tragué saliva antes de elucubrar una respuesta . «¿Cenar con él? ¿Estar a su lado

compartiendo un poco de mi tiempo con su mirada expectante a cada uno de mis

movimientos? ¿Qué quería conseguir que ya no estuviese en sus planes?».

— Estoy esperando, Anna.

— Si prometes dejarme en paz.

— ¿Eso es un sí? —preguntó.

— En absoluto —respondí sin siquiera tomar su mano—. Ya puedes bajarla. Se te

va a acalambrar.

Sonrió con bastante entusiasmo y terminó bajando el brazo, totalmente resignado.

Creo que desde mi llegada no había percibido tanta alegría en su rostro. « ¿Qué rayos está

pasando contigo, Black?», pensé mientras temblaba llena de nerviosismo. « Si crees que

después de esta cena voy a bajar todas mis barreras con respecto a ti estás muy

equivocado».

— ¿Me haces el honor de ir primero? —me pidió.

— ¿Por qué?

— Quiero ver como luces.

— ¿Cómo luzco? —suspiré incrédula—. ¿Te importa?

— Es algo que no puedo obviar. Para serte sincero antes de… —se llevó una de sus

manos hacia el mentón el cual acarició lentamente—, alzar la voz en el pasillo no pude

dejar de mirarte.

— ¿A mí o a mi blusa?

Sonrió ampliamente mientras lo meditaba. Me dio la leve impresión de que quería

decir algo más.

— ¿Qué? —lo incité a que me diera una pronta respuesta.

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— Sólo lo estoy pensando. Estoy entre…

— ¿Se puede saber entre qué?

— No querrás saberlo.

— Ponme a prueba.

— ¿Estás segura? No deseo echar a perder nuestra velada.

Moví la cabeza hacia ambos lados mientras me volteaba y comenzaba a caminar

hacia la puerta de mi habitación. Sentí sus ojos en todo momento recorrer mi cuerpo de

arriba hacia abajo y viceversa, pero por alguna extraña razón eso ni siquiera me importó.

Creo que hasta lo disfruté. « Si te gusta jugar, ya somos dos, Vincent Black».

— ¿Vas a quedarte ahí tratando de ver lo que hay debajo de mi blusa o en la parte

baja de mi cintura? —lo increpé.

Se quedó de una pieza mientras me contemplaba y escuchaba a la vez. Después,

comenzó a caminar con algo más que exaltación hasta que se detuvo a mi lado.

— Esto significa que has aceptado “todas” mis disculpas —profetizó.

— Esto significa que me estoy muriendo de hambre —le respondí—. Ah, y una

cosa más.

— Soy todo oídos, Anna.

— Es una verdadera lástima.

— ¿Qué cosa?

— Que sólo puedas mirar y no tocar, señor Black.

Rió bajito mientras cerraba los ojos por un momento. Luego de un par de segundos

volvió a abrirlos para finalmente exclamar.

— ¿Cuánto estás dispuesta a perder, señorita Marks?

— ¿Perder? —me reí en su cara—. Nunca pierdo, Black.

—Siempre hay una primera vez —me insinuó fascinado.

— ¿Estás seguro? Yo aún no he dado esta batalla por perdida. Tendrás que

conformarte.

— Soy un hombre muy inconformista, Anna. Siempre quiero más, siempre exijo

más.

Su respuesta quedó abierta, como esperando mi pronta contestación. « ¿Qué debía

decir?».

— No conmigo, Black, no voy a darte ese bendito placer —sugerí tratando de

parecer una mujer verdaderamente seductora, pero a quien rayos podía mentirle. « ¡Anna

Marks, das asco!», me gritó prontamente mi conciencia arruinándome el momento.

— Un placer que es sólo mío —me contraatacó.

— Sólo en tus sueños y fantasías, señor Black, sólo en tus sueños...

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