VI

Un silencio perturbador y sepulcral nos invadió. Lo único que deseaba era que

hablara o que estallara ya. No podía seguir aguardando más tiempo sin oír ni una sola

palabra que saliera de sus labios. O decía algo pronto o sería yo quien rompería con ese

tenso momento.

Lo miré una y otra vez de reojo mientras entrelazaba mis dedos nerviosamente.

Uno, dos, tres… No pude contenerme por más tiempo.

— Lo lamento —comencé—. No debí decir eso, pero es que esa mujer me llamó

perra y dijo que tú me follabas y…

— No quiero hablar de eso, Anna —me pidió sin siquiera depositar sus ojos azul

cielo sobre los míos.

— Pero yo sí. No soy una “perra”, Vincent —le recordé.

— No, no lo eres —acotó.

«¡Maldición! No me lo estaba haciendo nada de fácil con sus evasivas».

— ¡Claro que no lo soy! —exclamé con fuerza en la voz—. No merezco que una

noviecita tuya despechada me trate de esa manera.

— No es mi novia —me aclaró esta vez con una fugaz mirada.

— Parece que sí lo era. Estaba que estallaba de ira.

— Ya te dije que “no es mi novia” —recalcó esta vez tomándose algo más de

tiempo en volver la vista hacia mi rostro—. Fin de la discusión.

— No estoy discutiendo contigo, sólo quiero saber quien…

Me interrumpió con desagrado.

— Es “sólo” una vieja amiga. ¿Por qué es tan importante para ti saber detalles de

mi vida privada? —sus palabras sonaron frías como si detestara hablar de ello. Dejó de

mirarme para voltear la vista definitivamente hacia la ventanilla.

Ni siquiera me intimidó su desagrado.

— Simplemente… Olvida que lo pregunté —le solté a modo de que comprendiera

que ya no iba a interrogarlo sobre ella. Mantuve la vista al frente negándome a mirarlo.

Sentí un profundo suspiro, luego otro fugaz vistazo como si estuviese luchando

contra alguno que otro pensamiento suyo.

— No hablo mucho de mí o de quienes han formado parte de mi vida. Ahora si

puedes hacerme un favor…

— ¿Qué favor?

— Mantenga la boca bien quieta y cerrada hasta que lleguemos al edificio, si es tan

amable —me pidió.

Lo miré desconcertada.

— ¿Qué? —casi grité.

— Señorita Marks, no quiero oír su voz en todo lo que queda de viaje hasta el

departamento. ¿Será que puede hacer eso? —su tono era bastante firme y decidido.

— Dile a tu chofer que se detenga.

Me miró confuso, como si yo estuviese loca o algo así.

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— Dile que se detenga o comenzaré a gritar como una verdadera loca desquiciada

—lo amenacé.

— Oh, no… No lo harás.

— ¿No me crees capaz? —espeté totalmente enfurecida—. ¡Yo no recibo órdenes

de nadie, Black, especialmente de personas que he conocido en tan desagradables

circunstancias de mi vida!

Se quedó atónito, incapaz de emitir sonido alguno.

Me volteé para encararlo mientras mi dedo índice se hundía en su pecho.

— ¡No soy ni seré tu responsabilidad o la perra a la que te follarás, maldita sea! —le

grité con ira, pero ni siquiera pude terminar de hablar cuando sentí todo el impacto de su

cuerpo contra el mío. Sus labios se apoderaron de mi boca con desenfado, con

determinación, con extrema desesperación, mientras sus manos me retenían con fuerza

contra el asiento de cuero. En cosa de segundos perdí la capacidad de razonar, e incluso, la

ira que me había invadido con anterioridad se había esfumado por arte de magia. Ahora

sólo existían otras sensaciones que viajaban por mi cuerpo como si algo, de pronto, hubiese

sido liberado. No tenía nada más en qué pensar que en la humedad, la calidez y la suavidad

de aquellos labios que se aferraban a los míos con impaciencia, por lo tanto me dejé llevar

como si aquella conexión placentera fuera real, como si nada ni nadie pudiese romperla.

Pero nada dura para siempre…

Abrí los ojos de sopetón mientras se separaba de mí. Ahora los suyos me acechaban

como si yo fuese su objetivo principal.

— Te pedí que cerraras la boca —fue lo primero que me dijo casi en un susurro.

Tragué saliva sin nada más que agregar.

Siguió observándome fijamente sin apartar la vista de mi boca. Levantó una de sus

manos para tomar mi mentón haciendo que lo mirara directamente a la claridad de sus ojos

azul cielo, que a estas alturas, ya no estaban tan claros. Ahora más bien le brillaban con

una intensidad propia, como si… estuviese hambriento. Pude percibir por un momento la

tensión de sus músculos debajo de su traje y su corazón latiendo aceleradamente.

— Veo que dio resultado —exclamó dichoso—. Creo que entendió el mensaje,

señorita Marks.

No me moví siquiera un milímetro mientras mi respiración comenzaba poco a poco

a retomar su ritmo normal. Lo tenía tan cerca que si él hubiese querido podría haberme

plantado otro de sus deliciosos besos.

— Así la prefiero… Así se ve mucho más hermosa —agregó con un guiño. Acto

seguido, soltó mi barbilla para acomodarse nuevamente en su lado del asiento.

Preferí no abrir la boca y guardar mi distancia. Miles de sentimientos aún

deambulaban por mi tembloroso cuerpo y eran demasiado intensos. Mi corazón latía tan

rápido que incluso pude sentirlo en mis oídos. Mis mejillas estaban calientes y ruborizadas

hasta decir basta, para qué hablar sobre mi temperatura corporal. Creo que se había

disparado unos cuantos grados.

«¿Quieres más, niña? ¿Quieres que él vuelva a besarte así otra vez?», me decía mi

conciencia totalmente eufórica. « Lo deseas, Anna, sé que lo deseas a rabiar. Tómalo, lo

tienes al alcance de tu mano. Sedúcelo, hazle saber que es lo que quieres en estos

momentos. Siéntelo, date ese gusto».

— Imbécil —le solté sin mirarlo.

Sonrió con ganas y con la vista hacia el frente.

— Arrogante —agregué ahora con los ojos clavados en mi vestido.

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Asintió aún con la sonrisa en sus labios.

— Pedante, vanidoso, presumido…

— Creo que quiere que la bese otra vez, señorita Marks —me advirtió mientras

entrecerraba los suyos y soltaba el pequeño corbatín de su esmoquin.

— Idiota, engreído…

Se carcajeó abiertamente mientras se lo quitaba.

— Ahí voy, señorita Marks…

— ¡No vuelvas a acercarte a mí de esa manera! —espeté llena de rabia con un único

rostro deambulando insistentemente dentro de mi mente. Por un momento, un montón de

recuerdos que pensé haber dejado atrás regresaron al igual que fieros latigazos que me

castigaban con sumo dolor. Le clavé la vista sobre su semblante lleno de risa—. ¿Quién te

crees que eres para besarme a la fuerza? ¿Te parezco una puta a quien puedes tomar

cuando quieras? ¡Pues no lo soy ni lo seré nunca! ¿Me oíste?

La sonrisa de sus labios desapareció en cosa de segundos. Algo había en su rostro

que me había dejado totalmente sorprendido. Anna tenía los ojos vidriosos y estaba a punto

de llorar. Su cuerpo estaba demasiado tenso y a la defensiva como esperando que algo

ocurriera de un momento a otro.

— ¡No soy una puta! ¡No soy una puta! —repetía con fuerza.

— No, Anna, no lo eres —intenté decirle.

— ¡Entonces no vuelvas a hacer eso! —me exigió extinguiendo una pequeña

lágrima que había rodado desde las comisuras de sus ojos.

Algo no andaba bien. «¿Por qué estaba reaccionando de esa forma?». Ni siquiera

lo entendía.

— Anna… —quise tocarla para saber si ella se encontraba bien.

— Por favor…

— ¿Qué? No te entiendo… —le decía mientras la preocupación comenzaba a

invadirme.

— No te acerques ni me hagas… Daño… Tú no…

Me quedé boquiabierto mientras trataba de comprender a qué se refería con esas

perturbadoras palabras. Anna estaba casi pegada a la puerta rehuyéndome. No quería

mirarme, ni siquiera deseaba alzar la vista para encontrarse con mis ojos.

— Nunca te haría daño —expresé de forma sincera. La contrariedad y la confusión

hicieron merma en mí al no ver a la mujer decidida, altanera, osada que momentos antes se

había plantado delante de mi cuerpo para recriminarme unas cuantas cosas. Muy por el

contrario, ahora parecía una verdadera niña indefensa suplicando por su vida—. Anna —la

llamé—. Lo lamento… No quise…

Un par de sollozos y escuché su voz nuevamente.

— No, la que lo lamenta soy yo —me dijo volteándose con prisa hacia la ventanilla

mientras se calmaba. Deseaba ocultarse mientras sus lágrimas comenzaban a derramarse

rápidamente por sus mejillas.

— ¿Estás bien? — le pregunté con ansias.

— Lo estaré. Prometo cerrar la boca y no hablar de más de ahora en adelante.

— Anna…

— Por favor —me rogó—. Ya no quiero seguir hablando de esto.

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Suspiré mientras asentía al tiempo que un nuevo silencio perturbador y casi

sepulcral nos invadió.

El ascensor abrió sus puertas lentamente. Vincent colocó una de sus manos tras mi

espalda para que saliera de él y comenzara a caminar hacia el gran pasillo a media luz que

se encontraba frente a nosotros. Lo hice con nerviosismo, aún no me podía quitar de la

cabeza su beso y los horribles recuerdos que habían despertado hacía un instante atrás.

— Bienvenida —exclamó abriendo la puerta tras sacar un par de llaves desde uno

de los bolsillos de su pantalón de tela.

Tamaña sorpresa fue la que me llevé cuando al fin estuvimos dentro. Era el

departamento más grande y más hermoso que había tenido ante mis ojos. De acuerdo,

tengo que asumir que jamás había estado en el piso de un joven empresario millonario

como lo era Black, por lo tanto mi particular impresión de todo lo que me rodeaba era

demasiado intensa.

— Ésta es mi casa —me explicó mientras cerraba la puerta—. Espero que sea de

todo tu agrado.

Lo miré impulsivamente. Aún no me podía quitar la cara de boba que tenía sobre el

semblante.

— ¿Tu casa? Yo creí que vivías…

Me interrumpió.

— Es la casa de mi padre. Suelo descansar en ese sitio, pero este es mi refugio.

Espero que te sientes cómoda. Ven, quiero enseñarte tu habitación.

«¡Santa Madre de Dios!», pensé mientras se me secaba la garganta. Aquí sólo

seríamos él y yo… « ¡Podría follarme cuando se le diera la gana!».

— ¿Mi habitación? —contesté intranquila.

Se quitó la chaqueta mientras me contemplaba.

— Sí, tu cuarto. Vamos, no muerdo.

Lo seguí mientras un leve estremecimiento comenzaba a invadirme.

Dejamos la enorme sala que albergaba unos inmensos ventanales desde los cuales

colgaban largas cortinas de color gris suave, un par de sofás de cuero color negro, junto a

otro aún más grande apostado frente a un bar que se encontraba al fondo de la habitación,

unos cuantos cuadros de fotografías en blanco y negro de ciudades, un par de lámparas de

piso, todo a juego y de exquisito y refinado gusto.

Atravesamos un largo pasillo, subimos un par de escaleras hasta que se detuvo. Me

miró por un par segundos, abrió una puerta y encendió la luz haciendo un ademán con una

de sus manos para invitarme a entrar.

— Aquí es.

Me quedé admirando la belleza de ese sitio. Creo que la cara de boba había sido

reemplazada por una de idiota que volvió a apoderarse de mi rostro. Mi dormitorio era

bello, pero sin lugar a dudas esa habitación lo era aún más. Sus paredes pintadas en un tono

pastel, la inmensa cama tamaño king con un cobertor a juego, cojines de colores que la

adornaban y cuadros con fotografías que reconocí casi al instante.

— ¡Barcelona! —expresé casi en un murmullo mientras los admiraba.

— Estuviste hace poco en esa bella ciudad. Creí que… te gustaría recordarla.

Me acerqué para analizarlos mejor. Sonreí gratamente complacida mientras cerraba

los ojos y recordaba mis días conociendo, admirando, estudiando esa hermosa ciudad y los

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lugares aledaños. Un suspiro se me arrancó del pecho sin que pudiese disimularlo al mismo

tiempo que volvía a abrirlos.

— Por nada —exclamó Vincent mientras dibujaba una media sonrisa de

satisfacción—. Yo… las tomé hace algún tiempo.

— ¿Hace cuanto estuviste ahí? —pregunté con evidente dejo de curiosidad.

— Hace… ya mucho —respondió sin darme mayores detalles.

— Gracias —exclamé encantada—. Te estás tomando muchas molestias y no creo

que sea adecuado —le sugerí.

— Eres mi invitada, Anna. A los invitados se les atiende bien.

Asentí mientras mi estómago daba un vuelco.

— Lo siento… Por haberte gritado en la limusina yo…

— Te dejaré un momento a solas —me interrumpió como no queriendo que tocara

ese tema—. Tus cosas están en aquel closet junto al cuarto de baño. Si necesitas algo sólo

llámame.

— Gracias…

— Voy a tomar una copa en la sala. Estás en tu casa. Si te incomoda algo, lo que

sea, tan sólo dímelo.

— De acuerdo, pero no creo que eso suceda. Es más de lo que debería tener.

Entrecerró los ojos como si no estuviera de acuerdo con mis palabras.

— Que descanses —se despidió con un poco de seriedad.

— Claro… Igual tú —le contesté de la misma manera.

Se volteó y salió rápidamente del cuarto como si quisiera huir. « ¿De mí? ».

Suspiré con ansias mientras mis ojos se quedaban pegados a la puerta como

esperando a que volviese a entrar por ella. Pero no lo hizo, por más que así lo deseé,

Vincent Black se había marchado dejándome a solas dentro de ese inmenso dormitorio.

Todo ahí era demasiado, si hasta el cuarto de baño con las paredes color lavanda y

la porcelana a juego le daban un aspecto femenino, clásico, pero de lujo.

— ¡Dios! —chillé mientras me quedaba de pie en el umbral de la puerta que

separaba la habitación y el baño—. ¡Esto es exagerado!—. Lo que no sabía era lo que me

aguardaba dentro del closet en donde estaban mis cosas. —¡Santa Mierda! —pronuncié

con asombro al abrir la puerta y encontrarme con espacio suficiente como para otra

recámara de junto. Percheros aún vacíos, en otros mi ropa debidamente colgada junto a

otras innumerables prendas yacían junto a ella. Del otro lado, zapatos de tacón de varios

modelos y colores—. ¿Qué es todo esto? —agregué sumamente confundida. Otro vuelco

de mi estómago que se sentía tan incómodo como yo—. Esto no está bien. No voy a

quedarme aquí para siempre. ¡Yo tengo una vida y un hogar al cual voy a regresar,

Vincent! —expuse mientras salía apresuradamente hacia el exterior en su búsqueda.

Atravesé el enorme pasillo, bajé las escaleras y llegué a la sala que se encontraba

alumbrada sólo por la luz de una lámpara de piso. Al fondo sobre la barra de su magnífico

bar estaba Black bebiendo. Por un momento olvidé lo que iba a decirle justo cuando su

teléfono comenzó a sonar. Contestó la llamada no sin antes emitir un profundo suspiro.

— ¿Qué es lo que quieres? —inquirió mientras apartaba el vaso de su boca—.

¿Podrías calmarte?... No, estoy cansado. Ha sido un largo día… No, lo siento, ya no… Ella

te lo dijo —rió—. Lo lamento, así son las cosas… No lo sé, no estoy de humor… —bebió

otro sorbo de su copa.

No sé porqué, pero tosí intentado que él notara mi presencia.

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Se volteó inmediatamente hacia donde me encontraba, específicamente, al umbral

que separaba el largo corredor de la sala de estar.

— Te llamo luego —exclamó mientras cortaba la llamada—. ¿Necesitas algo? —

quiso saber un tanto extrañado.

— No, la verdad es que no quise interrumpir tu conversación.

Dejó el móvil a un costado al mismo tiempo que éste volvía a sonar.

— Sólo quería que supieras que… todo es bellísimo, pero… no voy a quedarme

mucho tiempo.

Me observó como si no entendiera nada.

— Tengo una vida, por si ya no lo recuerdas. No puedo desaparecer de ella ni

alejarme de quienes amo —le expliqué.

— No quiero alejarte de ello, Anna.

Su bendito aparato no cesaba de sonar. Sencillamente, me estaba sacando de mis

casillas.

— ¿Podrías contestar?

Pero ni siquiera me contestó a mí.

— Vincent…

Otra vez silencio.

— ¡No logro concentrarme en lo que voy a decir mientras esa mujer no deje de

llamar! —expuse—. Es importante.

Tomó el móvil en sus manos y atendió la llamada.

— Te veré dentro de una hora —pronunció con todas sus letras mientras volvía a

colgar y yo sentí una leve opresión en el pecho cuando lo oí—. ¿Así está bien? —dijo

ahora con cierto aire de desenfado.

«No, no está bien. Yo creí que tú…», reprimí mis ganas de seguir pensando

incoherencias.

— De acuerdo —proseguí—. Gracias por todo lo que haces por mí, pero siento que

es exagerado. No voy a permanecer en esta casa. Puedo ser tu acompañante cuando sea

necesario, cuando tengas que asistir a cualquier fiesta o cosa que se le parezca, pero vivir

aquí, no.

— ¿Por qué no? —quiso saber mientras me contemplaba.

— ¡Porque no, Black! ¿Qué no lo entiendes?

— La verdad es que no, señorita Marks. No voy a negarle su libertad, si eso es lo

que desea. Sólo quiero que se sienta cómoda bajo mi techo. Usted puede hacer con su vida

lo que le plazca, bajo ciertas reglas.

«¿Qué?».

— ¿Reglas? ¡De qué diablos me estás hablando! —. Mi paciencia estaba al límite.

Creo que esa llamada era lo que más me tenía intranquila y descolocada.

— Una de ellas es la “exclusividad”.

— ¿Exclusividad? —repetí—. ¿A qué te refieres con eso?

— Es simple. Usted y yo tenemos algo que nos une y por lo cual está atada a mí, lo

quiera o no —. Se levantó sin apartar la vista de mi cuerpo y comenzó a caminar hacia

donde me encontraba.

— Puedo hacer eso, Black, pero atada a ti, nunca —manifesté.

Sonrió inquieto.

— ¡Ay, señorita Marks, que confundida está! —dijo mientras movía la cabeza hacia

ambos lados.

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— No. Creo que tú lo estás. Me pides exclusividad cuando claramente vas a ir a

follarte a la mujer que hoy nos encaró en el vestíbulo de hotel —vomité las palabras con ira

mientras me cruzaba de brazos—. ¿O me equivoco?

Tuvo que morderse la lengua mientras me clavaba sus ojos fijamente.

— Creo que no me equivoqué contigo cuando te pregunté qué número sería. ¿Lo

recuerdas?

Un incómodo silencio lo invadió mientras le sonreía con sarcasmo.

— Un consejo, Black. Mantén bien alejadas de mí a tus “gatitas”, por favor, e

intenta que ya no me den consejos sobre ti. No los necesito.

— ¿Cómo dices? —quiso saber mientras rompía el mutismo de su voz.

— ¿Por eso me elegiste? ¿Por ser ingenua?

— No…

— ¿No qué? Puedo parecer una niña, pero no lo soy. Lamento que no te hayas

dado cuenta de ello.

Se acercó lo suficiente para encararme.

— ¡Qué tenga una excelente noche, señor Black! —. Ahora mi mirada marrón se

hundía sobre la suya con evidente intensidad. Sus ojos, sus labios, el contorno de su

boca… «¡Por favor, deja de mirarme así…!». Me volví rápidamente. Un momento más y

me hubiese dejado besar, otra vez.

Me tomó del brazo mientras me detenía.

— Jamás te he visto como a una niña — recalcó mientras se acercaba por detrás.

Soltó mi extremidad lentamente para dejar caer su mano, primeramente sobre mi cintura,

para luego deslizarla hacia mi vientre.

Dejé que lo hiciera. Extrañamente, ahora ansiaba, deseaba que él me tocara.

— Entonces… —susurré—. ¿Por qué te quieres ir?

Sentí su respiración sobre la parte baja de mi cuello, tibia, constante,

embriagadora…

— Me pediste que no me acercara después que te silencié la voz en la limusina —

me recordó.

Tragué saliva nerviosamente.

— Lo sé… —. « ¡Y no sabes como me arrepiento de ello!». —¿Vas a irte con

aquella rubia?

— Ese es mi problema —expuso tajante—. No debería ser el suyo, señorita Marks.

— Tiene razón, señor Black —agregué con ironía—. Puede follarse a quien desee

—. Intenté separarme de él, pero no dejó siquiera que me despegara de su lado.

— Si quiere que me quede… Sólo tiene que pedírmelo —sentenció.

« ¿Debería? ¿Quería que se quedara? ¡Claro que lo quería!». Imaginármelo en

los brazos de esa mujer me daba náuseas y… unos profundos celos.

Me volteé hacia él con sumo cuidado. Cuando comprendió que no iba a escapar

levantó su brazo para luego posicionarlo nuevamente sobre mi cintura.

— Jamás pido, señor Black. Lo que quiero lo tomo —exclamé extendiendo una

singular sonrisa de malicia sobre mis labios y él se estremeció al quedarse prendido de mi

mirada—. Y si quisiera que te quedaras… —me acerqué a sus labios para rozarlos con los

míos —, no tendría más que… convencerte.

Y fue así como percibí otro estremecimiento de su parte.

— ¿Cómo? —quiso saber completamente concentrado en cada uno de mis

movimientos.

65

— Tal vez, comenzaría por pedirte que me quitaras el vestido… lentamente.

Mis palabras hicieron que sus ojos se encendieran llenos de deseo. Como si se

tratara de un requerimiento de debía ser cumplido a cabalidad Black comenzó a subir su

mano libre por mi espalda hasta encontrarse con la parte alta en donde se sujetaba el

vestido.

— Eso es… Suave, con delicadeza, señor Black.

Intentó sonreír, pero no pudo mientras podía sentir como su mano bajaba la

cremallera hasta llegar a mi cadera.

— Luego… —pronunció con ansias al tiempo que dejaba que sus dedos hicieran

contacto con mi piel desnuda.

— Luego… te pediría que me lo quitaras mientras tu boca recorre mi cuello con el

dulce sabor de tus labios.

Acató la orden como si fuera un niño pequeño que debía obedecer. Sin

desesperación, sin rapidez, tomándoselo todo con extremo cuidado besaba la parte

delantera de mi cuello como si estuviese explorando una tierra desconocida mientras sus

manos se apoderaban de mi espalda, subiendo y bajando, guiándose por la línea de mi

columna vertebral.

Dejé que mi cabeza se fuera hacia atrás saboreando el momento. Su boca era tan

suave, sus cálidos besos maravillosos me hacían estremecer a cada instante que hacía

contacto con mi cuerpo. Mi conciencia me conocía lo bastante bien como para decirme que

lo deseaba a rabiar, porque eso era exactamente lo que necesitaba de él. Quería que me

tomara y se quedara conmigo esta noche y las siguientes. Sencillamente, conmigo no

necesitaba a ninguna otra mujer.

— Adoro su piel, señorita Marks.

— Anna —sugerí.

— Anna —exclamó con la voz ronca mientras volvía a subir para encontrarse

nuevamente con mi rostro. Su único objetivo: volver a poseer mi boca.

— ¿Aún tienes ganas de irte a follar por ahí? — le pregunté mientras me acercaba

lentamente hacia ella.

Su teléfono nos sacó de nuestra abstracción. Comenzó a sonar ensordecedoramente

mientras nuestras miradas aún seguían conectadas. Comprendí perfectamente el mensaje.

De su parte había un claro silencio. Mantuve firme el vestido tapándome los senos para

evitar que este cayera al piso mientras me separaba de su lado. Vincent no hizo nada por

dejarme ir. Creo que salía también de su aturdimiento.

Retrocedí un par de pasos sin apartar mis ojos de los suyos al tiempo que el bendito

silencio coronado sólo por la melodía del teléfono continuaba sonando y sonando una y otra

vez.

— Creo que lo esperan, señor Black. Creo que… ya debo dejarlo partir —fue lo

último que expresé antes de dar la media vuelta y salir apresuradamente hacia el pasillo que

daba a las habitaciones.

No sentí su voz, no sentí ni un solo llamado suyo, solo el golpe de una puerta que se

cerraba a lo lejos con fuerza.

Diez minutos después un ruido proveniente de la sala me alertó. Alguien había

vuelto a la casa y ese alguien tenía que ser Vincent. Me estremecí de sólo pensar en él. Me

había quitado el vestido y tenía sobre mi cuerpo un fino camisón de satín color gris, muy

parecido al que llevaba puesto aquel día cuando lo conocí. Suspiré impaciente una y otra

vez esperando que entrara por esa puerta como un vendaval arrastrándolo todo a su paso,

66

pero nada ocurrió. «¿Había sido producto de mi imaginación? ¿Había regresado para

estar conmigo o simplemente había vuelto a casa? No creo que le haya tomado diez

minutos tirarse a esa mujer…».

Inmóvil sobre la cama vi como el tiempo transcurría. Cinco minutos más, diez,

quince… No había señales de él. Sólo sentí sus pasos alrededor de mi puerta como si fuese

un perro guardián acechando en todo momento, buscando la ocasión adecuada para atacar.

Me dejé caer finalmente sobre la almohada pensando en su boca, en sus manos recorriendo

mi cuerpo, en su aroma, en sus dulces y tibios labios, en un posible encuentro… que nunca

se concretó.

No podía dormir aún cuando lo necesitaba. Había salido del departamento en busca

de Laura cuando en mi cabeza sólo tenía el rostro de Anna, la suavidad y el exquisito aroma

de su piel, la intensidad de su mirada, el incisivo y determinante tono de su voz… pero no

pude siquiera llegar al primer piso del lujoso edificio en el cual vivía. La verdad era otra.

No deseaba a otra mujer más que a la que tenía en mi propio departamento, con la que

momentos antes había comenzado un juego del cual, si me lo hubiese propuesto, podría

haber sacado la mejor parte.

Suspiré mientras lo meditaba y recordaba el roce de su tibia y desnuda piel. Luché

contra las inmensas ganas que sentía de entrar en su cuarto y tomarla a la fuerza aún cuando

ella no lo quisiera, tal y como lo había hecho con… otras, pero claramente Anna no

formaba parte de esas “otras”, ella era demasiado diferente, incluso, ni siquiera se parecía

a las mujeres a las cuales frecuentaba. No. Definitivamente, Anna Marks, aquella

muchacha irascible, mordaz, irónica, apasionada, hermosa, me estaba llevando por un

camino sin retorno y haciendo que experimentara sentimientos que jamás creí que podía

llegar a sentir dentro y fuera de mi propia piel.

Cerré los ojos por par de minutos cuando sentí murmullos que me alertaron de

inmediato. Me levanté de la cama y caminé descalzo hacia el pasillo que conllevaba hacia

las otras habitaciones. Me quedé fuera del cuarto de Anna, ya que era ella quien gemía

desde dentro como si estuviese hablando entre sueños. Entré con sutileza, no deseaba

despertarla sin saber a ciencia cierta qué era lo que le ocurría, pero cuando la vi revolverse

sobre la cama presa de la angustia lo comprendí todo. Sea lo que fuese que estuviera

soñando su rostro denotaba una lucha interna, una pesadilla de la cual ansiaba despertar.

“Suéltame” , gemía y suplicaba una y otra vez con desesperación mientras su cabeza

se movía de un lado hacia otro como evitando algo o más bien a alguien. Me senté sobre la

cama mientras la retenía por los hombros para intentar despertarla, pero ella no

reaccionaba.

— Anna, despierta —le susurré.

— ¡Suéltame, por favor…! —seguía hablando entre sueños. No pedía, rogaba,

suplicaba que esa persona la dejase en paz. Tal vez, estuviese recordando cosas o a su

madre. Traté de alzarla, pero en ese mismo momento comenzó a forcejear conmigo en un

claro intento por alejarse de mi lado—. ¡No te acerques… No…!

Me desperté abruptamente tras un grito de horror sin poder entender cómo él había

llegado a mi sueño. Estaba ahí luchando con mis manos mientras su lasciva mirada

intentaba dominarme. “Quédate quieta, maldita”, exclamaba a viva voz al igual que

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aquella noche. “Deja de luchar, Anna. Ahora sabrás lo que es bueno. Serás mía, pequeña

zorra. Al fin serás mía…”

— ¡Noooo! —grité con los ojos cerrados como si aún lo tuviese encima. Sólo sentí

unas poderosas manos sobre mi cuerpo que intentaban sostenerme con fuerza.

— Anna, despierta… ¡Anna! —vociferó Vincent mientras las tomaba y las retenía

entre las suyas—.

Y fue cuando los abrí reteniendo la intensidad de sus ojos azul cielo sobre los míos.

— Tranquila. Sólo fue una pesadilla —decía tratando de que mi mirada se

conectara con la suya.

No podía quitármelo de la cabeza. Él había vuelto… Otra vez estaba ahí para

joderme la vida, tal y como lo había hecho hace ya…

— ¡Maldito seas! —gemí con dolor mientras lo contemplaba. Pero no era la mirada

de él lo que tenía enfrente, no era su boca intentando besarme a la fuerza, no eran sus

manos recorriendo mi cuerpo violentamente… No, no era ese maldito bastardo…

— ¡Soy yo! —decía Vincent intranquilo y sumamente preocupado—. Estoy aquí,

Anna… ¡Mírame!

— ¿Vincent?

— Sí, pequeña… Soy yo.

Un par de lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Sus ojos azul cielo me

brindaron la protección que tanto ansiaba en ese momento mientras sus manos ahora yacían

sobre mi cara para que la única cosa que pudiese ver fuera su rostro.

— Estoy aquí… —volvió a repetir.

Me bastó un solo segundo para dejarme caer en sus brazos definitivamente y

abrazarlo con fuerza mientras lloraba en silencio. Vincent me estrechó junto a su torso

desnudo mientras me llenaba de besos el cabello intentado infundirme seguridad y

consuelo.

— Sólo fue un sueño, Anna.

« No, Vincent, no es un sueño sino una maldita pesadilla». Negué con la cabeza

mientras seguía llorando en sus brazos.

— Shuuu —me silenció mientras se apartaba para mirarme. Me quitó el cabello del

rostro para analizarlo mejor—. ¡Dime que tienes, dime que es lo que sucede!

— Nada —mentí—. Sólo… fue… un sueño.

— ¡Pero gritabas como si alguien te estuviese atacando!

Cerré los ojos al escuchar aquella palabra. Todo mi cuerpo se estremeció al

recordarlo.

— ¿Quieres hablar de ello? —me preguntó aún con sus ojos sobre los míos mientras

limpiaba mi rostro humedecido.

— No… Tienes razón, fue solo un sueño —balbuceé, pero eso no era lo que

realmente había sido.

— Tranquila, ya pasó… Estás conmigo, Anna.

—Entonces, ¡no te vayas, no me dejes sola! — le pedí como si aquello fuese lo

único que deseara en la vida.

— No voy a irme a ninguna parte —expresó mientras acariciaba mi mejilla.

—¡Quédate conmigo, por favor…! ¡No dejes que él...! —le solté abruptamente.

Sus rasgos se endurecieron al instante mientras fruncía el ceño.

— ¿Fue él? ¿Tu ex novio? —quiso saber. Deseaba comprenderlo todo y entender

el por qué de mi llanto.

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— Sí —volví a mentir mientras bajaba la mirada—. No preguntes nada más, por

favor —. Otra vez cerré mis ojos mientras desviaba la vista hacia otro lado.

— ¿Te hizo daño? ¿Abusó de ti? —seguía preguntando como si lo único que

deseara fuera conocer toda mi verdad.

No pude decir nada más. Simplemente, los recuerdos de un doloroso y tormentoso

pasado estaban haciendo estragos en mí.

— Anna, por favor… —me incitaba a que continuara hablando, pero yo no quería

hacerlo.

— No, por favor… ya… ya no preguntes…

— Anna…

— ¡Vincent, ya basta! —le exigí como si fuera una súplica mientras lo miraba con

lágrimas en los ojos.

Asintió mientras endurecía la mandíbula y apretaba los labios luchando por decir

algo más.

— Lo siento… —. Suspiré mientras intentaba calmarme. Me llevé las manos al

rostro para tapar mi evidente vergüenza. —¡Dios! —chillé bajito demasiado apenada para

volver a poner mis ojos sobre los suyos—. ¡Lo lamento tanto…!

— Tranquila —volvió a expresar mientras apartaba tiernamente las manos de mi

semblante. Quería verme.

Nos quedamos en silencio mientras nos contemplábamos.

— ¿Qué… qué haces aquí? —quise saber.

— Te oí gritar —me aseguró—. Necesitaba saber si te encontrabas bien.

Tragué saliva nerviosamente.

«¡Mierda, Anna! Ahora de seguro terminará sacando sus propias conclusiones.

Tienes suerte si no te tilda como una chica con serios trastornos mentales».

— Lo lamento —me excusé nuevamente—. No volverá a ocurrir.

Sonrió sin apartar su mirada.

— No tienes que lamentarte, Anna. No somos concientes de lo que soñamos,

tengan o no que ver esos sueños con nosotros o con recuerdos de nuestro pasado. A veces,

las situaciones hay que afrontarlas, desprenderse de ellas para poder continuar —me

explicó—. Sin miedo —fue enfático ante ese último enunciado.

« ¿Miedo? Tú no conoces el miedo, Vincent, al menos no como lo conozco yo».

Me quedé en silencio mientras lo escuchaba. Asentí sin nada más que agregar.

— ¿Por qué no intentas dormir?

— No podré —fue mi sincera respuesta mientras me tendía sobre la cama y dejaba

la mirada pegada en el cielo de la habitación. « No es tan fácil, Vincent, si cierro los ojos él

estará ahí… y nuevamente..»..

Lo contemplé por última vez antes de hablar.

— Gracias…

— ¿No te cansas de agradecer? —me dijo ahora con una grata sonrisa en el rostro.

— Acostúmbrate, Vincent.

Asintió mientras suspiraba profundamente.

— De acuerdo. No me agrada mucho eso de que me agradezcan, pero… lo

intentaré —. Una de sus manos se fue hacia las mías para comenzar a acariciarla con

ternura. —¿Quieres que deje la luz encendida?

— No —lo pensé muy bien antes de decirlo. Era lo único que necesitaba para no

volver a perder la calma—. Quiero… quiero que te quedes, conmigo, por favor.

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Abrió sus ojos como platos mientras comprendía a qué me refería con semejante

petición.

— ¿Aquí?

— Sí, ¿tienes algún problema con eso?

— Sí, si lo tengo, Anna —. El único problema que tenía era intentar mantener

alejadas sus manos de mi cuerpo para evitar llegar a algo más bajo las sábanas. Se levantó

y me miró un tanto serio y confuso.

— Pero entenderé si no quieres. Creo que me quedaré despierta por el resto de la

noche — expliqué a sabiendas de que estaba utilizando psicología a la inversa mientras

admiraba lo sexy que se veía con el pantalón de seda que le colgaba de las caderas.

— Me estás confundiendo —afirmó mientras deslizaba una de sus manos por su

cabello castaño—. No creo que sea una buena idea.

— ¿Nunca has dormido con una mujer sin follártela, Black? —fue mi incisiva

interrogante—. ¿Acaso no puedes mantener las manos quietas?

— ¿Tengo que responder a eso? —me contestó de vuelta abriendo levemente sus

ojos más de lo normal.

— No tengas miedo, Black, no voy a aprovecharme de ti —insistí.

Inhaló aire profundamente. Aún seguía meditando si sería o no una buena idea

quedarse a mi lado.

— Anna…

— De acuerdo. Vete a tu cuarto. Buenas noches — exclamé mientras me volteaba

dándole la espalda.

Un par de segundos después la luz se apagó. Esperé pacientemente que la puerta de

mi cuarto se abriera para que saliese por ella, pero eso nunca sucedió. Alguien comenzaba

a apartar el cobertor con suavidad desde el otro lado de la cama y se metía en ella con

extrema cautela, como no queriendo que lo notara. Pero ya era tarde, pude sentir su

embriagador aroma casi al instante al tiempo que se me escapaba una risita nerviosa.

— ¿Qué es tan gracioso? —me preguntó mientras terminaba de acomodarse.

— Esto. Vas a experimentar, Black. Hoy será tu primera vez.

— ¿Te estás burlando de mí? —quiso saber mientras tanteaba con una de sus manos

sobre la colcha para cerciorarse si estaba lo bastante lejos de él.

— Sí —contesté abiertamente.

— Eres lejos la mujer más terca, desafiante y obstinada que he conocido en toda mi

vida, Anna Marks.

— Eso me han dicho y me gusta.

— ¡Sé que te gusta y demasiado! —me criticó deteniendo su mano sobre una de mis

extremidades que yacían fuera del cobertor.

— Me hace ser diferente al resto. ¿No te agrada conocer a alguien que no sea como

las mujeres que acostumbran deambular en tu vida?

Sonrió. Pude sentir el sonido de su risa.

— O.K. Sí, Anna, ha sido gratificante conocerte.

— Gracias, para mí… también lo está siendo —confesé.

— Gracias, señorita Marks —exclamó aún con la sonrisa en el rostro—. Ahora

descanse —agregó mientras acariciaba la parte interna de mi brazo.

— Lo intentaré —aludí tras un estremecimiento. Sus caricias en la misma cama a

tan pocos centímetros de su cuerpo me estaban haciendo entrar en un inevitable calor—. Al

menos… estás aquí.

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Suspiró.

— Buenas noches, Anna.

— Buenas noches, Vincent —sonreí y cerré los ojos dejándome llevar por la calidez

de su piel sobre la mía.

Aún cuando no podía verlo por la oscuridad reinante sabía que me estaba mirando.

Algo me lo decía mientras me observaba detenidamente, velando por mí, haciendo guardia

por esa noche, contra mis fantasmas y mis recuerdos.

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