XIII

Así deseaba despertar todos los días de mi vida. Así quería sentirme desde hoy en

adelante, a su lado, entre sus brazos, rodeada por su cuerpo, con sus manos entrelazadas a

las mías. « Dios, Vincent, no sé si tu locura ha traspasado mi razón, pero estando a tu lado

todo parece más fácil, incluso, haces que mis propios fantasmas se mantengan alejados de

mi vida, de mi mente. Ahora, parecen tan solo vagos recuerdos que ya no pueden

alcanzarme porque tú estás aquí para protegerme de ellos. Lo sé, sueno como una maldita

desquiciada, ¿no? ¡Pero cómo rayos no estarlo cuando causas en mí tantos sentimientos y

emociones que jamás logré percibir hasta ahora! ¿Qué me hiciste? ¿Cómo haces para

que caiga en tus redes una y otra vez pidiendo a gritos tenerte conmigo? Dime, dame una

respuesta coherente que no me haga perder la cabeza, porque corazón ya no tengo… creo

que… ya te lo he entregado».

— ¿Estás bien? —pregunté en un susurro mientras sonreía al notar como se

abrazaba a mí cariñosamente. Acababa de despertar de su plácido y reparador sueño.

— Mejor que nunca, Anna —respondió, al mismo tiempo que se acomodaba para

poner su cabeza sobre mi pecho. Deseaba, necesitaba tenerme cerca mientras deslizaba un

poco la sábana que nos cobijaba para darle paso a una de sus manos y comenzar a trazar

con sus dedos figuras sobre mi vientre—. ¿Y tú?

— Estoy bien —contesté con una serena sonrisa.

Sin embargo, alzó la vista de inmediato para encontrarse con mi rostro. La

respuesta que le había dado no parecía haber sido suficiente para él.

— ¿Segura? —inquirió nuevamente, tal vez, debido a nuestro último encuentro y a

lo que había sucedido después, inevitablemente entre los dos, cuando se había marchado

dejándome en la más absoluta soledad.

— Segura. Al menos aún estás aquí y… sé perfectamente que todo esto no es parte

de uno de mis sueños.

Vincent sonrió más calmado. Sus ojos reflejaban una paz que antes ni siquiera

había notado.

— Lo prometí. Dije que iba a quedarme a tu lado porque te necesito. Inspiras en mí

muchos sentimientos que jamás creí volver a experimentar.

— Creo que en eso nos parecemos bastante, señor Black. Tú causas en mí la misma

sensación.

— Entonces, ya somos dos —. Se quedó perdido en mis ojos durante un largo

instante, como si quisiera obtener algo de ellos y cuando al fin pareció encontrarlo terminó

depositando sus labios sobre los míos con ternura, al mismo tiempo que, lentamente,

comenzaba a montarse sobre mí.

— Estoy hambriento —me señaló entre beso y beso.

«No eres el único, Black».

— Eso fue lo mismo que me dijiste anoche y date cuenta donde terminamos.

Sonrió maravillosamente.

— Era una de las probabilidades. Antes de que bajaras estaba llamándote con el

pensamiento —aseguró mientras me guiñaba un ojo—. No sabía si era buena idea irrumpir

en tu habitación después de la confrontación que tuvimos en el despacho de mi padre.

152

— ¿Cómo? —pregunté incrédula—. ¿Hubieses sido capaz de inmiscuirte?

— Tenía que verte, Anna. Tenía que escucharte y admirarte otra vez, aunque cabía

la gran posibilidad de que me gritaras y ofendieras nuevamente, como tú bien sabes

hacerlo. Además… —lo meditó un par de segundos antes de proseguir—, cuando te

enfureces me provocas a tal grado que…

— ¿Qué? —estaba ansiosa de conocer aquella respuesta inconclusa.

— Si por mí hubiese sido te habría echo el amor sobre el escritorio esa misma

mañana —declaró con sus ojos azul cielo clavados sobre los míos.

«¡Mierda, Black! ¡Solo tú puedes encenderme de esa manera!».

Volteé la mirada mientras dejaba que se me escapara una sonrisa de satisfacción.

— No tenía la menor idea de que provocaba ese fervor en ti —alardeé.

— Pues… te sugiero que ahora que estamos juntos pienses muy bien que va a salir

de esa exquisita y deliciosa boca antes de hablar o terminaremos haciéndolo una y otra vez

donde ni siquiera lo imagines —me advirtió.

— ¿Es una amenaza, señor Black? —expresé mientras ponía mis ojos otra vez sobre

su rostro, específicamente, sobre aquella boca que solo necesitaba volver a besar.

— Claro que no. No me molestaría para nada, pero… prefiero hacerlo sin público,

Anna, no sé si me entiendes.

Reí a carcajadas tras su evidente comentario.

— Vaya, Vincent. No creí que fueras un hombre tan pudoroso.

— ¿Pudoroso, yo? —se preguntó a si mismo mientras me daba otro beso en los

labios, para, finalmente, levantarse de la cama sin siquiera responder. Su cuerpo desnudo

era un verdadero placer a la vista, con sus abdominales bien definidos, sus brazos

tonificados, aquella parte baja de su cadera en forma de uve y por sobre todo… aquella

posesión más preciada y con la cual me había hecho delirar una y otra vez cuando me

poseía de la manera en que sólo él podía hacerlo. Todo en Black era divino y

deliciosamente tentador. Todo en él era salvajemente apetecible.

Lo vi dirigirse hacia el cuarto de baño mientras tarareaba una melodía que no logré

identificar.

— ¡Tú y yo comemos fuera! —alzó la voz desde dentro.

— ¿Tú y yo? —inquirí mientras me sentaba sobre la cama para buscar con la mirada

donde había quedado mi camisón y la bata de satín. El cuarto era un completo desastre,

había ropa tirada por todas partes como si hubiese habido algún tipo de confrontación. Reí

bajito . «¡Y claro que había existido! Si terminé cediendo y cayendo en sus redes. Pero

cómo no iba a hacerlo cuando parecía que esta vez todos nuestros problemas habían sido

resueltos y dejados de lado».

Suspiré profundamente pensando en que eso era todo lo que yo deseaba al tiempo

que sentía el agua de la ducha correr junto al poderío de su voz que parecía llenar con

creces cada espacio vacío. Ahora Black no tarareaba sino que cantaba y nada menos que lo

hacía en francés . «¡Wow! ¡Ese hombre sí que sabía excitar a una mujer y con ese acento

tan divino, sensual y seductor! Y nada menos que con el fino y elegante idioma del amor».

Me levanté y me coloqué una camiseta suya, por ahora quedarme en esa enorme

cama no tenía mucho sentido. Así que la abandoné dejando las sábanas revueltas con una

indiscutible prueba de que allí dos personas se habían amado con mucha pasión.

— ¿Anna? —pronunció mi nombre fuertemente.

— ¿Sí? ¿Necesitas algo?

— ¡A ti! —exclamó sin rodeos—. ¡Te estoy esperando!

153

Contuve el aliento por algo más que un par de segundos mientras lo meditaba.

« Con Daniel jamás había hecho algo así, con él todo era diferente, pero con Black…». Me

estremecí de solo recordar sus brazos alrededor de mi cuerpo.

— ¡La extraño, señorita Marks! ¿O desea que vaya por usted?

— No hace falta, señor Black —me dije casi en un susurro mientras no perdía el

tiempo y me encaminaba hacia él. Lo deseaba, lo necesitaba como nunca pensé que podía

llegar a anhelar a otra persona.

« ¡Eso es, chica lista. Estás aprendiendo!», me soltó mi conciencia. «Déjate llevar

por tus impulsos y disfrútalo. Te lo mereces».

Reí. Ella, por una vez desde que había adquirido vida propia, tenía toda la razón.

Simplemente, no estaba para pensar con la cabeza, sino más bien, lo hacía con otra parte de

mi cuerpo.

Cuando entré al cuarto de baño pude apreciarlo a la perfección, aún con las puertas

corredizas del shower door casi cerradas. La transparencia de su color apenas ensombrecía

su silueta mientras el agua se deslizaba presurosa por todo su maravilloso y deseable cuerpo

que ansiaba volver a recorrer. Me deshice de la camiseta y la lancé al piso al mismo tiempo

que deslizaba una de las puertas y me introducía dentro de aquella ducha. Vincent estaba

de espaldas, pero al verme se volteó inmediatamente mientras me otorgaba una perfecta y

deslumbrante sonrisa de malicia. La intensidad de sus ojos azules me envolvió

completamente junto al placentero sonido de su dulce voz.

— Te necesito aquí y ahora —me dijo tratando de mantenerse serio. Se acercó

lentamente, como si me estuviera acechando, como si le gustara provocar aquella sensación

en mí.

— No —le solté de la misma manera, al tiempo que luchaba contra el ardor de cada

uno de mis deseos.

— ¿No? —sonrió cuando escuchó mi negativa.

— No. No puedes tenerme cuando se te antoja —le aclaré firmemente.

— ¿Con que no puedo?

— No, no puedes —insistí.

— Entonces… —deslizó sus manos alrededor de mi cintura mientras el agua tibia se

dejaba caer sobre nuestros cuerpos desnudos—. ¿Estás segura? —replicó.

— Muy segura.

— De acuerdo —gimió mientras acercaba su boca hacia mi cuello depositando en él

suaves y cortos besos—. ¿Segura? —volvió a repetir esta vez acariciando con sus labios la

línea de uno de mis hombros.

— Sí —jadeé.

— ¿Eso es lo que quieres? —exclamó bajito mientras su boca descendía hasta mis

senos. Lamió uno de ellos con su tibia lengua, jugueteó, succionó el pezón un par de veces

sintiendo como se endurecía dentro de su boca, al mismo tiempo que con su otra mano

masajeaba el otro con delicadeza, haciendo que mi cuerpo se prendiera como si fuese una

llama en descontrol. Después de darle completa satisfacción a ambos volvió a ascender

hasta rozar sus labios con los míos—. ¿Aún no puedo tenerte solo para mí?

— No, Vincent —negué entre jadeos.

Gruñó, pero no se detuvo. Noté como su miembro empezaba a tensarse contra mi

muslo. Él deseaba más y si seguía en ese plano terminaría consiguiéndolo.

154

Me recorrió el costado con su mano, desde la cadera hasta la pierna la cual alzó para

que la enredara en la suya. Lo único que apetecía era que sintiera las sensaciones que le

provocaba con cada una de mis negativas.

— Podrías tener a quien quisieras.

— Pero te quiero a ti, Anna, solo a ti —me soltó con su respiración entrecortada

mientras sus ojos me invadían por completo.

Aquello me bastó para enredar mis manos en su cabello, atraerlo hacia mí con

poderío, con determinación para besarlo ardientemente, al mismo tiempo que Vincent

dejaba escapar otro gruñido. Cuando nuestros labios se fundieron sus manos hicieron lo

suyo acariciándome los senos para luego bajar hacia mis costillas, las caderas, aferrándose

con impotencia finalmente en mi espalda. Gemí de absoluto placer dentro de su boca, yo

quería más y él… él también lo deseaba.

Nuestro beso pasó, desde el ardor a la rudeza en cosa de segundos haciendo que

retrocediera y me diera de lleno contra la pared de azulejos. Vincent me deseaba, me

reclamaba con ímpetu, con pasión, pero no era una necesidad solo de sexo, de saciar, de

llenar un vacío como tantas veces me lo dio a entender en nuestras acaloradas discusiones.

No, no esta vez no era así, porque mientras me besaba al mismo tiempo temblaba entre mis

brazos como si tuviese frío. Había algo en su entrega que la hacía muy diferente y

particular a nuestra primera vez al interior de su cuarto. Desde anoche, cada momento

junto a él era superado con creces y apreciar como me precisaba era una sensación que no

tenía precio ni comparación.

«Dos perfectos desconocidos que ya se pertenecían mutuamente», pensé.

De pronto, cortó el beso y me abrazó como si con eso le bastara para retenerme. Al

instante comprendí que sus emociones le estaban jugando una mala pasada, «¿ o eran sus

fantasmas?». No quería eso, menos conmigo, menos ahora. Lo único que me importaba

era estar a su lado pasara lo que pasara, viniese lo que viniese. Si él estaba apartando los

míos yo también me encargaría de hacerlo con los suyos, costara lo que costara.

— No debería haberte acorralado de esta manera. No mereces que te trate así. Lo

siento, Anna —se excusó bajando la vista y maldiciendo entre dientes.

— Y eso fue exactamente lo que deseaba que hicieras —le rebatí.

Mi respuesta hizo que sus ojos inevitablemente volvieran a posicionarse sobre mi

rostro.

— No dije que pararas, sólo te estaba probando, Black.

Entrecerró los ojos mientras me contemplaba, absorto, incrédulo, sin dar crédito a lo

que había salido de mis labios.

— ¿Me estabas… probando? —quiso saber.

— Me lo debías —le exigí—. Tenía que hacértelo pagar de alguna manera.

— Tus palabras me matan, Anna.

Sonreí maliciosamente, tanto o más que cuando él lo hacía conmigo.

— Pero sé que será una muerte muy dulce y placentera —expresé con toda la

confianza que en ese instante logré reunir.

Rió como tanto me gustaba al escuchar y comprender a qué me refería con ello.

— Y ahora, señor Black, ¿podemos retomar lo que estábamos haciendo?

Se mordió el labio inferior antes de contestar.

— Era lo único que deseaba escuchar de tu boca. Pero respóndeme algo primero.

— ¿Qué?

— ¿Vas a negarte esta vez?

155

Mas que responder a su interrogante, actué. Busqué su boca nuevamente y encendí

el deseo. Quería ser suya así como él era mío en cada momento de plenitud. Quería beber

de sus labios como si fuese mi dulce néctar, quería que me envolviera y me quemara por

completo para así no pensar en nada más que en ese hombre que me estaba volviendo

completamente loca. Porque de eso era capaz Black, de llevarte, de atraparte, de envolverte

y luego colmarte de bendito e irremediable placer.

Abriendo mi boca profundicé nuestro acalorado beso bajo el agua de la ducha que

no cesaba de caer. Recorrí su suave labio inferior degustándolo y disfrutándolo con dulzura

mientras que con decisión nuestras lenguas se estrechaban. Vincent se apoderó de mi

cabeza, colocando una mano sobre mi nuca para protegerla de lo que vendría

eventualmente y yo hice lo mismo con la suya enredando mis manos sobre su cabello, más

bien tirando de él.

— ¿Aún no? —preguntó entre beso y beso.

— Sí —jadeé y esa única afirmación lo hizo delirar.

Apoyó su pierna entre las mías separando lentamente mis extremidades inferiores

sin dejar de besarme ni un solo instante porque Vincent quería más y yo también. Ambos

respirábamos entrecortadamente, ambos nos movíamos de la misma manera hacia un solo y

excitante objetivo.

— Anna… —pronunció bajito.

— Toma lo que quieras, Black. Haz conmigo lo que desees.

— Sólo si tú estás dispuesta a hacerlo conmigo de la misma manera.

Me estremecí ante su respuesta y la cálida sensación que me invadió desde la cabeza

hasta la punta de los pies.

«¡Wow, Anna! ¡Qué le hiciste a este sujeto, por amor de Dios!», gritó mi

conciencia totalmente descontrolada.

— Volverás a confiar en mí, lo prometo.

Cerré los ojos un momento mientras sentía la erección de su miembro de lleno a

punto de penetrarme. Contuve el aliento mientras sus labios rozaban los míos. Su esencia

estaba sobre mí, me poseía completamente. Con la punta de mi lengua me humedecí el

labio inferior al mismo tiempo que me devoraba con otro de sus fervientes besos.

— Estás temblando —me dijo mientras los abría.

— Y todo es gracias a ti, Vincent.

— No, preciosa. Todo es gracias a ti. ¿Puedo tenerte aquí y ahora solo para mí?

— ¿Qué crees tú?

Después de aquella última interrogante que había sido formulada pude sentirlo

completamente dentro de mi cuerpo. Sólo me dejé llevar cerrando nuevamente los ojos y

aspirando hondo, saboreando hasta la más mínima sensación ante su primer embiste.

— ¡Bendito seas, Black! —susurré creyendo que esa frase jamás había salido de mis

labios, pero cuando él se echó a reír mientras comenzaba a profundizar su ritmo me di

cuenta, para mi mala suerte, de que mi pensamiento había sido expresado en voz alta.

— ¿Esa es tu particular manera de decirme que te agrada?

— Conciencia —traté de explicarle mientras me agarraba a su espalda y terminaba

por alzar mis piernas completamente para que él hiciera un mejor trabajo—. Bésame,

Black y alimenta mi deseo como solo tú sabes hacerlo.

— ¿Esa también es tu conciencia? —quiso saber ya con el ritmo bastante acelerado.

— No, querido. Esa he sido yo.

156

Gemidos, jadeos, gruñidos, la excitación y el deseo en sus estados más puros,

delirantes, envolviéndonos de principio a fin mientras el agua de la ducha aún seguía

cayendo.

Terminaba de arreglar mi cabello frente al espejo con una inquieta sonrisa que no

abandonaba mi rostro . «¿Y ahora, como rayos la iba a disimular frente a Miranda?». Era

en lo único que podía pensar. Me preocupaba el hecho de que ella ya no me viese de la

misma manera o, que tal vez, pensara que la señorita Anna Marks no era más que una

mujer interesada que se estaba aprovechando de su sobrino revolcándose con él una y otra

vez. No, yo no era ese tipo de mujer ni menos me interesaba el dinero que Black o su

familia poseía, pero ella, «¿pensaría lo mismo? ¿Se daría el tiempo para comprender que

cada día que transcurría yo estaba queriendo a ese hombre aún a costa de mis propias

convicciones?».

— ¡Mierda! —dejé escapar esa palabra con una clara sensación de angustia en el

pecho.

Unos minutos más tarde salí de mi cuarto con rumbo a la planta baja. En ella

Vincent me esperaba para llevarme a comer. “No estoy dispuesto a compartir tu tiempo,

Anna”, me había dicho expresamente mientras “terminábamos” nuestro primer baño juntos

y el primero de los que vendrían. Estaba admirada y fascinada con la intensidad con que

nuestros encuentros se iban suscitando . «¿Se comportaría de la misma manera con las

otras? ¿Y con Laura? Si había sacado a relucir ese nombre la mañana anterior era

porque esa mujer tenía algo de importancia…».

Tuve que apartar mis pensamientos bruscamente. De pronto, y antes de poner un

pie en la escalera unos gemidos de dolor provenientes de uno de los cuartos me alertaron.

Volví la cabeza rápidamente para comprobar si no era producto de mi imaginación lo que

había escuchado. Curiosa, me devolví tras mis pasos hasta que esos sonidos se hicieron

más claros y obviamente más audibles. Tragué saliva intentando reconocerlos mientras

observaba hacia una de las habitaciones con su puerta debidamente entreabierta.

«No, Anna. No vayas. Recuerda lo que sucedió la última vez».

Aún así, ante el inminente llamado y negativa de mi conciencia acudí. En ese lugar

alguien necesitaba ayuda.

Temblorosa y con evidente nerviosismo ingresé a esa recámara y lo primero que

vislumbré dentro me dejó totalmente impactada. Un hombre viejo yacía junto a la ventana

sentado sobre una silla de ruedas. Temblaba con una de sus extremidades estiradas como

pidiendo ayuda, como si necesitara algo. No hablaba, sólo gimoteaba con los ojos

vidriosos y a punto de estallar en llanto. Sin lugar a dudas, era el padre de Black el que

tenía ante mis ojos. Se veía tan mal, tan enfermo, tan acabado. Recordé lo que él me había

relatado sobre su enfermedad, pero jamás imaginé que fuera para tanto.

— ¿Necesita… algo? —inquirí mientras decidía si era correcto acercarme o no a é

al tiempo que su temblorosa mano se movía inquieta como si deseara alcanzarme, cosa que,

obviamente, no podía hacer.

— Puedo ir por Miranda o Cristina y…

Me interrumpió con un leve movimiento de su cabeza de lado a lado, como si con

ello me diera a entender una evidente y rotunda negativa.

«¡Dios, Anna! ¡Si alguien te ve aquí la que se va a armar!».

— E... mi… —balbuceó.

157

Ni siquiera comprendí.

— Lo siento, no logro entenderlo.

— Emi… lia… —chilló, pero esta vez dejando que un par de lágrimas rodaran por

sus mejillas.

— ¿Emilia? —pregunté nerviosa. Ese hombre estaba llorando y me veía como si yo

fuese aquella mujer.

— No, yo no… —intenté explicarle, pero a quien rayos podía hacerle comprender

algo semejante. ¿A él en ese estado senil?

— Emi…lia —volvió a gemir desconsoladamente mientras hacía todo lo posible por

llegar a mí.

Sin siquiera pensarlo y como una manera de controlar sus emociones di un par de

pasos directamente hacia él decidida a tomar de su temblorosa mano, pero antes de que eso

sucediera una voz fuerte y poderosa irrumpió en la habitación llenándolo todo con su sola

presencia, deteniéndome por completo y haciéndome temblar.

— ¡Anna!

Era Black.

«¡Maldición! ¡Te lo dije!».

Me volví rápidamente hacia él esperando su reprimenda. Estaba más que segura de

que de ésta no me libraba tan fácilmente.

— ¡Ni siquiera lo intentes! —le recriminó—. ¡A ella no la tocas!

«¿A ella no la tocas? ¿Había oído bien o el regaño no iba directamente hacia mi

persona?».

Me quedé perdida en su mirada azul mientras intentaba comprenderlo todo de la

mejor manera posible. Esperaba sus gritos, tal y como lo hizo aquella vez, pero en este

caso todo era muy diferente y aterradoramente extraño.

— Vincent, yo… lo siento, es que… —traté de disculparme.

— Espérame en la sala, por favor —me pidió mientras sus ojos iban y venían desde

la figura de su padre hacia mí una y otra vez. A él lo observaba con fijación, con ira, con

rabia mientras que cuando lo hacia conmigo todo se desvanecía dejando completamente al

descubierto una cuota de tristeza y desazón.

— Vincent, por favor…

— Anna, has lo que digo, por favor —me pedía, ahora, con las manos empuñadas.

Estaba tratando de contener las emociones que en ese momento lo embargaban para no

dejarlas salir y estallar frente a ambos.

— No fue su culpa, yo irrumpí aquí y...

— ¡Déjanos solos y baja de una buena vez! —exclamó controlando el tono de su

voz, cerrando los ojos y con los dientes apretados.

« ¡Muévete ahora mismo!», gritó mi conciencia. «¡Ya, niña! ¡Has lo que te pide!».

Y eso fue lo que en definitiva hice, no sin antes dedicarle una profunda mirada al

mismo tiempo que él volvía a poner su vista sobre mí.

— Te veré en seguida —manifestó suspirando profundamente y yo asentí mientras

me apartaba de él y salía del dormitorio.

La puerta se cerró detrás de mí y todo lo que escuché fue un par de palabras desde el

interior que le reclamaban: “¡A ella no, padre! ¡Con ella no!”

« ¿Con ella? ¿Emilia? ¿Debía agregarle otro nombre a la lista? ¿Debía sacar

conjeturas apresuradas sin entender lo que estaba pasando? ¿Debía pedirle disculpas por

haber irrumpido en la habitación de su padre?

158

¡Cielos, Anna! ¡Si Black es un imán para el pecado tú eres un imán para meterte

en líos!».

Me crucé con Cristina, quien subía rápidamente las escaleras hacia el segundo piso

de la casa. Me extrañó que ni siquiera me mirara, no es que esperara que lo hiciera, pero

me dio la leve impresión que hasta le desagradaba mi presencia . «Acaso ella…».

«Estás pensando demasiado y eso no te hace bien en estos momentos. Deja ya de

darle vueltas al asunto, ¿quieres? Estás preciosa, te arreglaste solo para él y ahora sé

paciente y espera que regrese, por favor», me pidió mi conciencia. «No sacas nada con

elucubrar teorías en contra de cualquier chica o nombre que escuches, no hasta que todo

salga de su propia boca. ¿Quieres acabar con sus fantasmas o deseas hacerte partícipe de

ellos?».

— No lo sé —fue la única respuesta que pude pronunciar frente a esos

pensamientos.

Salí de la casa con destino a los enormes jardines que la decoraban y que la hacían

ver espléndida en esta época del año. La tibia brisa y los rayos del Sol me inundaron

completamente haciendo que por un momento dejara de pensar en nada más que en

disfrutar de esa relajante sensación. No sé cuanto tiempo estuve allí con los ojos cerrados

respirando el aroma de las rosas rojas y blancas que se alzaban por doquier. Seguramente,

a Miranda le encantaban o a la madre de Vincent y… no pude seguir meditando en ello al

sentir la calidez de un abrazo que se dejó caer sobre mí con ternura. Sabía perfectamente

de quien se trataba, podía reconocerlo aún con los ojos cerrados tan solo por el magnífico

aroma de su esencia y lo que ocasionaba con solo tocarme.

— Salgamos de aquí —me dijo sin voltearme. No me lo estaba pidiendo, sino más

bien, lo exigía como si deseara desaparecer prontamente conmigo a su lado.

No respondí, abrí los ojos y me mantuve en silencio por un par de segundos más.

— ¿Nos vamos?

— ¿Estás aún molesto por lo que hice?

Deshizo el abrazo para voltearme hacia él.

— Mírame —me pidió.

Lo hice de inmediato.

— No. Aunque te pedí expresamente que no te acercaras a esa habitación.

— Lo sé y lo lamento, Vincent, pero él estaba gimiendo y no pude contenerme…

— Se ocupan perfectamente de él, Anna.

— No había nadie a su lado cuando lo oí.

— Ya me encargué de eso, no te preocupes.

Suspiré profundamente. Cualquier cosa que dijera al respecto ya no tenía la más

mínima importancia.

— Creí que ibas a volver a gritarme.

Sonrió inevitablemente ante mi comentario.

— ¿Lo hice? —quiso saber mientras se cruzaba de brazos.

— No, pero te contuviste.

— Sí, me contuve porque te pedí algo que para mí significa mucho.

— ¿Por eso no querías que me acercara a él?

Ahora era Black quien suspiraba profundamente.

— Entre otras cosas y de las cuales no voy a hablar, por ahora.

— Bien. Bueno, lo siento, no volverá a ocurrir —acoté.

— Claro que no ocurrirá porque no volverás a esta casa a menos que sea conmigo.

159

— ¿Cómo?

— ¿Nos vamos, señorita Marks?

Se giró y comenzó a caminar mientras yo me quedaba de pie sin siquiera mover un

músculo de mi cuerpo. Al notar que no lo seguía se detuvo, se volteó y me contempló a la

distancia.

— Anna…

— ¿Qué fue lo que hice para que te comportes de esa manera?

— Nada.

— No soy tu mascota, Black.

— No, claramente no lo eres —pronunció inquieto, como vislumbrando que algo

me traía entre manos.

— Entonces no me trates como tal. Me llevas de un lado hacia otro como si lo

fuera, me dices que hacer y lo que no, donde debo, puedo y no debo ir. ¿Crees que eso está

bien? Tengo vida propia, no lo olvides. No por el hecho de que ahora tú y yo… —preferí

guardar silencio, si seguía en ese plano de hablar tantas cosas a la vez de seguro comenzaría

una dichosa discusión que no terminaría para nada de bien.

Entretanto, Vincent se acercó hacia mí con sus ojos clavados en mi semblante. Me

miró como si fuese lo único que deseara contemplar al mismo tiempo que alzaba una de sus

manos y las depositaba sobre mi mentón.

— Perdóname. Tratar contigo para mí es aún un tanto complicado. A veces me

olvido de que… ahora todo es diferente. No eres ni serás mi mascota —repitió—, y por de

pronto, llamarte de esa forma jamás se me hubiese siquiera pasado por la mente. Aunque,

pensándolo bien te pareces a…

— Idiota —le solté con molestia mientras me separaba de su mano.

— ¿Y ahora qué dije? —quiso saber mientras dejaba que se le escapara una media

sonrisa que no logró ocultar—. ¿Un conejito asustadizo?

— No, Black. Ni se te ocurra.

— Un… ¿cachorrito desvalido?

— ¡Ni lo sueñes!

Volvió a acercarse hasta que me retuvo entre sus brazos. Por un momento, deseé

que no lo hiciera. Estábamos a merced de cualquier mirada insidiosa de alguna persona de

la casa que le fuera con el cuento a Miranda sobre lo que el señor Black estaba a punto de

hacer con la chica que llevaba a todos lados como si fuera su…

— ¿En qué estás pensando? —preguntó.

— No deberías —manifesté perdiendo la mirada en todos lados.

— ¿A quién buscas, Anna?

— A nadie —mentí.

Entrecerró los ojos mientras me analizaba.

— Anna…

— Me haces sentir incómoda, Vincent, eso es todo.

— ¿Por qué? En la habitación y en la ducha no te sentías de la misma manera —me

recordó.

Negué con la cabeza mientras sonreía abiertamente.

— Por si no lo has notado cualquier persona podría vernos y…

Me interrumpió.

— ¿Y qué hay con eso? Yo no doy explicaciones de mi vida a nadie, tú tampoco

tienes que hacerlo.

160

— Miranda —susurré creyendo que no me había escuchado.

Tosió antes de responderme.

— ¿Me creerías que ella sería la mujer más feliz si nos viera ahora de esta manera?

— No —contesté rotundamente.

— ¿No? Pues, le informo, señorita Marks, que mi querida tía sólo tiene ojos para

usted y para mí y seguramente ya está al tanto de lo que sucede con nosotros. Me conoce lo

bastante bien como para hacerse una idea de donde pasé una placentera noche y con quien,

de la sonrisa que llevo inserta en mi rostro, de las continuas miradas hacia su persona, de

las ansias que tengo ahora de besarla haciéndola sentir aún más incómoda de lo que ya lo

está.

Tragué saliva nerviosamente mientras no apartaba mi mirada marrón de la suya.

— No lo hagas —le pedí.

— ¿No? ¿Porqué? —me interrogó con algo más que asombro.

— ¡Porque no está bien! Si no lo recuerdas llegué a esta casa tras una sola razón y

ahora resulta que me estoy revolcando contigo después que tú me comp…

Detuvo mis palabras con un intenso beso, pero no fue exactamente el tipo de beso

que yo esperaba. Me lo había imaginado algo violento, descuidado y desesperado al igual

que aquellos otros que me había dado con anterioridad, pero no, éste era muy diferente y

hasta especial. Fue dulce, tierno, como si no nos hubiésemos visto desde hacía mucho

tiempo después de una larga ausencia. Me estrechó contra él como si no le importara en lo

más mínimo que alguien pudiese vernos, acariciándome con una de sus manos la parte baja

de la espalda, mientras que la otra la mantenía en mi mejilla. Él sólo quería una cosa,

besarme y disfrutar de mi boca así como yo disfrutaba de la suya. Por un momento, me

hizo sentir como si le perteneciera, como si me conociera desde mucho tiempo. Mi corazón

se volcó ante esas extrañas emociones, ante esa incesante pasión, ante la manera en como él

me hacía anhelarlo cada vez más. Era innegable, nadie volvería a besarme así de nuevo.

Después de Black, si es que eso sucedía, nadie estaría nunca a su altura.

— ¿No está bien? —me preguntó bajito tan solo audible para nosotros dos mientras

apartaba el cabello de mi rostro.

— ¿Está bien qué? —respondí como si no recordara para nada de lo que unos

momentos antes estábamos hablando.

Suspiró hondo y me besó en la frente antes de entrelazar una de sus manos con la

mía.

— No vuelvas a pensar en ello, no tienes nada de qué preocuparte —me aseguró—.

Ni menos vuelvas siquiera a evocar esa “palabra” de la cual te sigo pidiendo que te

olvides.

— Lo siento. Todo es nuevo para mí. No quiero que Miranda me vea como una

aprovechada.

— Miranda no ve eso en ti, Anna, te lo puedo asegurar.

Alzó la mano que nos mantenía unidos y se la llevó a los labios para besarla con

ternura.

— Ahora, si me haces el honor me gustaría poder disfrutar de una deliciosa comida

a tu lado.

— Con una sola condición —manifesté al instante.

— ¿Cuál?

— Nada sofisticado. No creo que pueda soportarlo.

Rió mientras me daba otro beso en la frente.

161

— De acuerdo. Nada de sofisticaciones por hoy.

Se quedó pensando un par de segundos antes de retomar la charla.

— Lo tengo.

— ¿Tienes qué?

— Una idea. ¿Me acompañas?

Terminé cediendo mientras caminábamos tomados de la mano hacia una lujosa

Gran Cherokee 4X4 de color negro que estaba estacionada frente a la casa. El coche

evidentemente era del año y no cualquier persona podía darse el lujo de tener un modelito

como ese. No sé porqué, pero de inmediato me extrañó no ver a Fred ahí.

— ¿Y Fred?

— Nada de sofisticaciones. Tú lo pediste.

« ¿Estaba bromeando?».

— Señorita Marks —dijo mientras abría la puerta del copiloto para que subiera a él.

— Gracias, señor Black —exclamé entusiasmada e impresionada de saber que en

este día solo seríamos nosotros dos.

Cuando ya estuvo dentro no pude dejar de admirarlo como una boba. En todo

instante lo único que hice fue pensar en mí y en las continuas teorías que mi cabeza

elucubraba sin cesar, pero jamás advertí lo guapo que se había vestido solo para mí. No

había señas del formal y aburrido Vincent Black con sus trajes caros y su corbatas de seda

italianas. No, muy por el contrario, ahora lucía perfectamente llevando unos pantalones

oscuros, una camisa gris que se dejaba entrever por su cuello y una chaqueta de cuero negra

con capucha. «¡Dios, se veía increíblemente bien! ¡Como diablos no lo había notado

antes!».

— Me estás poniendo nervioso —opinó dándose cuenta de lo que hacía con los

ojos.

— Lo siento, es que… te esmeraste esta vez.

— ¿Y eso es bueno?

— Perfecto. Creo que debo rescindir de algunos de mis dichos.

— ¿Y cuáles serían esos dichos? —preguntó mientras encendía el motor y aceleraba

un par de veces.

— De que no eras de todo mi gusto.

Aquello creo que le gustó de sobremanera porque dejó entrever una coqueta y

seductora sonrisa que me derritió por completo.

— ¿Ya no te parezco aburrido, Anna? Ahora, ¿puedo ser digno de ti? —me

interrogó una vez más.

— Definitivamente. Y hasta creo que me gustas más —sonreí con malicia.

— ¿Sí? Eso suena excelente.

— Ah, y por tu traje no te preocupes.

— ¿No?

— No. Ya encontré una manera de que no cause esas sensaciones en mí.

— ¿Y cuál es esa manera?

Me acerqué a su oído para susurrarle aquella sugerente palabra.

— Desnudarte, ¿qué te parece?

Su mirada se ensombreció al instante mientras sus ojos azules se encendían

lentamente.

— Me parece… —tragó saliva antes de poner finalmente en marcha el coche —,

una estupenda idea. ¿La ponemos en práctica a nuestro regreso al departamento?

162

— ¿Por qué no? —respondí mientras me acomodaba sobre el asiento y disfrutaba de

su ferviente emoción. Estaba aprendiendo de él, de eso estaba más que segura, así como

también de los trajes caros y de las corbatas italianas de seda que sin lugar a dudas,

comenzarían a agradarme aún más de la cuenta.

163