Melissa Müller
Yo no creo que las guerras sean culpa solamente de los grandes hombres, gobernantes y capitalistas, ¡no señor! Al hombre pequeño también le gustan; si no, hace tiempo que los pueblos se hubieran rebelado. Y es que hay en el hombre un afán de destruir, de asesinar y ser una fiera. Mientras la humanidad toda no cambie, la guerra seguirá existiendo, y todo lo cultivado, construido y desarrollado quedará truncado y destruido para luego tener que volver a empezar.
ANA FRANK, 3 de mayo de 1944
Otto Frank no se enteró de que «su niña» era una joven con pensamiento crítico propio hasta que leyó el diario de Ana, e hizo hincapié en ello en numerosas entrevistas. Había subestimado a su hija, igual que hacen muchos padres mientras sus hijos crecen.
A Ana le faltaban apenas dos meses para cumplir quince años cuando descargó el enfado que le provocaba la indiferencia de la gente. Llevaba 22 meses confinada en su escondite del Prinsengracht de Amsterdam, aislada del mundo exterior, condenada a la pasividad, rodeada por su familia y, sin embargo, tan sola. El temor y la desesperación eran sus compañeros diarios, sus sueños de adolescente y su consuelo ocasional. En una situación tan difícil, muchos sucumben a la autocompasión, pero no Ana.
Se sometió a sí misma a un intenso escrutinio, al mismo tiempo que maduraba a marchas forzadas. Luchó, contra los habituales roles de padres e hijos, pero sobre todo contra sí misma, por conseguir pensar de forma independiente, y descubrió que tenía voluntad propia. En consecuencia, irritó a la gente, creándose conflictos constantes con el mundo de adultos que la miraba desde arriba, pero se permitió seguir siendo fuerte y formar sus propias opiniones.
Los nazis y sus colaboradores silenciosos acabaron con la vida de Ana, pero no pudieron silenciar su voz, que todavía resuena en los oídos de todos nosotros, a quienes había esperado poder ayudar con tanto ardor. «Si Dios me deja vivir… no seré una persona insignificante, trabajaré por la humanidad de este mundo», decidió. Para decir «sí» si estaba convencida de la causa, y para insistir en su «no», alto y claro, siempre que fuera necesario.
¿Hace falta ser un héroe para permitirse tanta libertad? Si al menos caer en la resignación no fuera mucho más fácil.