Richard Holmes
Algunos miembros del Estado Mayor estaban en la calle, cuando un automóvil se acercó desde el norte y avanzó lentamente, dando la vuelta a la plaza en dirección a los escalones de la iglesia donde se encontraba, en pie, el general Lanrezac. En el interior del vehículo viajaba un hombre reclinado y malherido, con el rostro del color de la ceniza y quien, al ver al general Lanrezac, le hizo una señal al conductor, y el coche se detuvo. Muchos de los oficiales reconocieron al general Boé, el comandante de la 20.ª División del X Cuerpo. El hombre herido hizo otra señal. Alzó la mano como si quisiera saludar, pero la dejó caer y se le quedó colgando sobre la puerta… El jefe del Estado Mayor se acercó a toda prisa, casi corriendo, hasta el coche y estrechó la mano de Boé sin decir una palabra. Boé guardó silencio unos instantes con la mirada puesta en Lanrezac. Después susurró con voz entrecortada: «Dígaselo», pero, al darse cuenta de que Hély d’Oissel apenas podía oírlo, repitió: «Dígale al general que resistimos tanto como pudimos», y dejó caer la cabeza hacia atrás, con la mirada llena de tristeza. Hély d’Oissel le cogió la mano otra vez, en silencio. El general Lanrezac no se había movido. El coche arrancó y se alejó lentamente.
EDWARD SPEARS
No podemos realmente entender de verdad una batalla sin ver el campo en el que se libró; tampoco podemos conocer por completo la naturaleza del mando sin comprender dónde se posicionaron los generales, cómo recopilaron la información y cómo transmitieron sus órdenes. En agosto de 1914, el teniente Edward Spears estaba destinado como adjunto temporal en el Ministerio francés de la Guerra. Tras el estallido de la guerra, fue destinado al ejército francés situado más al norte, el Quinto, al mando del general Charles Lanrezac, como oficial de enlace entre dicho ejército y la fuerza expedicionaria británica, que debía alinearse a su izquierda.
El 22 de agosto, el que bien podría calificarse como el día más sangriento de la historia de Francia, cuando los soldados de infantería, vistiendo todavía el uniforme de pantalones rojos, cayeron como moscas desde Alsacia hasta Bélgica, el Quinto Ejército entró en combate en la línea del río Sambre, a caballo sobre Charleroi. Las tropas fueron expulsadas sin contemplaciones de los pasos del río y obligadas a retirarse hacia el sur por un enemigo tácticamente más hábil, pese al valor, en ocasiones suicida, de los soldados franceses.
El cuartel general de Lanrezac estaba en la ciudad belga de Chimay, y el general había establecido un puesto de mando avanzado en la población de Metete, algo más pequeña y a unos doce kilómetros del río. Allí, Spears oyó que la infantería francesa había sido «sorprendida» por el fuego de los obuses pesados alemanes, pero parecía que las noticias «eran escasas o poco definidas».
No fueron las heridas del pobre Boé las que dejaron esta trágica impresión en la mente de quienes le vieron en Mettet, aunque fueran bastante graves: una bala en un brazo y otra en el estómago. Fue la desesperación de su rostro lo que les conmovió. Boé estaba pensando en sus hombres, y la emoción que vieron en el general fue lo que evocó en ellos la visión de las tropas sometidas a tal castigo que el fuego de rifle había incluso alcanzado a su comandante. Al día siguiente, Lanrezac reconoció que la batalla estaba perdida y ordenó la retirada general, que los británicos recuerdan con el nombre de Retirada de Mons. Lanrezac fue destituido el 3 de septiembre: Spears acabó la guerra con el grado de general de brigada y ordenado caballero.