Michael Bliss
¿No le parece inexplicablemente maravilloso?
ELIZABETH HUGHES
«¿No le parece inexplicablemente maravilloso?», le preguntó, asombrada, la quinceañera Elizabeth Hughes a su madre en 1922. Elizabeth estaba describiendo los efectos en su cuerpo de las inyecciones de insulina, sustancia recién descubierta en la Universidad de Toronto como una terapia para tratar la diabetes mellitus. Elizabeth, una de las primeras pacientes a las que se le administró la nueva sustancia, se había adelgazado hasta pesar apenas veinte kilos a causa de la diabetes y, cuando empezó a recibir dosis de insulina aquel mes de agosto, se encontraba a las puertas de la muerte. Al cabo de seis meses, pesaba más del doble, regresó al hogar familiar y empezó a llevar una vida normal. En 1980, 58 años más tarde, entrevisté a Elizabeth Hughes para mi libro.
Nos enseñan a evitar los juicios sobre la historia como constatación del progreso, pero sin duda tiene que haber excepciones. Nuestras victorias sobre las enfermedades y el sufrimiento, mediante vacunas, insulina, antibióticos, trasplantes, prótesis y tantos otros hallazgos y adelantos, son alentadores ejemplos de la capacidad de la medicina moderna de modificar a mejor la condición humana. Muy pocas personas vivas en la actualidad preferirían vivir en otro período de la historia, sobre todo por el acceso que la mayoría de nosotros tenemos a la mejor asistencia sanitaria que el mundo haya jamás conocido.
Tendemos a dar por sentadas las inexplicables maravillas de los grandes avances de la historia médica, mientras insistimos desesperadamente en llenar el vaso al máximo. Perdemos el contacto con esa sensación de asombro maravillado que Elizabeth Hughes y muchos otros han sentido a lo largo de la historia en episodios que el gran médico sir William Osler describió como «la redención del hombre por el hombre».