Capítulo 3
Carrie estaba sentada en una mecedora en el porche trasero de su casa. Aunque eran más de las dos de la madrugada, la fiesta continuaba en pleno apogeo. La música estaba tan alta que sonaba como si el equipo estuviera allí mismo. Se oían voces, gritos, risas y chapoteos en la piscina.
Bebió un sorbo de té, preguntándose cómo podrían dormir los bebés con aquel alboroto y agradeciendo al mismo tiempo que lo hicieran. Ben y Alexa ya se habían ido, Alexa se había marchado a las diez, disculpándose porque el ruido de la fiesta le estaba produciendo dolor de cabeza, y Ben una hora antes.
Detective, el gato que había adoptado, dormitaba en una silla frente a ella.
Carrie se meció lentamente y pensó en lo que Alexa y Ben le habían contado sobre lo que habían visto en lo que para Tyler Tremaine era una cena al aire libre. ¡Menuda cena! Ben había descrito impresionado como una «fantasía hecha realidad».
—Pues a mí no se me ocurre fantasear con ese tipo de cosas —había contestado Alexa—. Y supongo que a ti tampoco, Carrie.
—Mi único sueño es poder dormir ocho horas seguidas —había contestado Carrie.
De pronto oyó algo en los arbustos que separaban su casa de la de Tyler. Al principio no pudo distinguir lo que era a causa de los ruidos procedentes de casa de Tyler, pero los ojos le mostraron la prueba irrefutable. Recortada contra las luces de la casa de al lado se veía la silueta de un hombre, abriéndose camino a través de los arbustos que separaban ambas propiedades. Iba tan bebido que no conseguía encontrar el hueco por el que podría pasar de modo que estaba intentándolo por la parte más difícil.
Detective levantó las orejas, poniéndose instintivamente en alerta. Saltó de la silla y se metió en la casa por la puerta de la cocina. Carrie esbozó una mueca; eso le pasaba por adoptar un gato callejero, en vez de a un pastor alemán, pensó. Iba a tener que enfrentarse ella sola a aquel intruso.
Sin embargo, aquel hombre no tenía modo de saber que Carrie no tenía a un perro asesino a su lado. Se levantó y se acercó hasta la puerta del porche, justo en el momento en el que el hombre, alto y desaliñado, entraba tambaleándose a su jardín.
—¡Fuera de aquí! —le gritó con dureza—. Estoy sujetando a un perro que está dispuesto a atacar en cuanto le diga una sola palabra. Y si no se va ahora mismo, pienso decírselo ya.
—Tengo que irme —balbuceó el hombre mientras se acercaba al porche.
—Sí, tiene que irse. Tiene que salir ahora mismo de aquí si no quiere que mi perro acabe con usted, señor.
—Tengo que irme —murmuró el hombre otra vez, y de pronto, Carrie abrió los ojos de par en par al verlo bajarse la cremallera del pantalón y dirigirse hacia unas flores.
—¡Allí no! —le gritó, olvidando su miedo—. ¡Va a matar mis flores! Si tantas ganas tiene, por lo menos váyase a la parte de atrás del jardín, por allí no pasa nadie.
El intruso se quedó mirándola fijamente; parecía totalmente confundido.
—¡Oh, por el amor de Dios! —explotó Carrie—. Dese la vuelta —el hombre obedeció—. Ahora, camine hacia delante. Así está bien, continúe caminando —lo observó mientras se alejaba, profundamente disgustada. Aquella noche se estaba convirtiendo en un verdadero infierno.
Volvió a sentarse en la mecedora, esperando que aquel borracho idiota terminara para conducirlo directamente a casa de Tremaine. Pero entonces oyó que alguien cruzaba por los arbustos del jardín y se levantó furiosa.
—¡No señor! ¡No pienso consentirlo! ¡Mi jardín no es un servicio público! ¿Por qué no usan la piscina de su casa?
—¡Qué sugerencia tan desagradable! —Tyler Tremaine se dirigía hacia el porche, con un aspecto tan impecable como el que tenía cuando Carrie lo había visto por la tarde—. Afortunadamente, tengo la costumbre de cambiar el agua de la piscina después de cada fiesta.
—Por lo que he oído sobre las actividades que se celebran en la piscina, deberías precintarla con una capa de cemento —replicó la joven. Permanecía con los brazos cruzados, mirándolo con expresión furibunda.
—Pareces una institutriz regañona —observó Tyler.
—Y me siento como si estuviera viviendo al lado de un reformatorio para jóvenes delincuentes. Uno de ellos, por cierto, anda por allí —señaló hacia el visitante que estaba en una esquina del jardín—. ¿Por qué no vas a ver si necesita ayuda?
—No, no me gustan ese tipo de cosas. Tendrá que arreglárselas solo.
Acababa de decirlo cuando el hombre se cayó de rodillas.
—¡Dios mío! ¡Qué forma de eludir responsabilidades! Supongo que piensas que, como está en mi jardín, es responsabilidad mía —bajó las escaleras descalza y cruzó el jardín, sin preocuparse por el hecho de estar en pijama. Al fin y al cabo, parecía más un atuendo deportivo que un pijama, decidió.
Carrie llegó rápidamente a donde estaba el intruso borracho, tumbado ya boca abajo.
—¿Qué piensas hacer? —le preguntó Tyler con curiosidad. Una ligera brisa hizo que la camisa del pijama de Carrie se pegara a su cuerpo, revelando así la suave curva de sus senos. Tyler pestañeó rápidamente. ¿Le habrían jugado sus ojos una mala pasada o de verdad había visto los pezones erguidos contra la suave tela azul de la camiseta?
—Para empezar, creo que deberíamos ver si todavía respira.
El hombre resopló de repente y empezó a roncar.
—Creo que ya tienes la respuesta a esa pregunta —observó Tyler—. ¿Y ahora qué?
—Bueno, supongo que no podemos dejarlo aquí, ¿no?
—¿Por qué no? No hace frío y no está lloviendo. Considéralo desde este punto de vista, está acampando y podemos dejarlo durmiendo bajo las estrellas. Piensa en todos los campistas que pagan por ese privilegio. El suertudo de Ted está disfrutando gratuitamente de él.
—Así que se llama Ted.
—Ted Qualter. Es un funcionario del gobierno. Ocupa un cargo político que consiguió gracias a las influencias de su padre, un millonario que no se atreve a tenerlo trabajando en la empresa de la familia, sabía decisión, teniendo en cuenta lo incompetente que es Ted.
—¿Y por eso está trabajando en el gobierno? Lo que quiere decir que mis impuestos sirven para pagar el salario de este borracho incompetente…
—Asombroso, ¿verdad? —Tyler la observó mientras rodeaba a Ted y lo intentaba levantar suavemente.
Deslizó la mirada por las piernas de la joven. A pesar de que era bajita, tenía las piernas largas y bien torneadas. Tyler se ridiculizó a sí mismo, prácticamente estaba babeando por una mujer que parecía llevar encima el pijama de su hermano cuando en su propia casa tenía a decenas de mujeres con… Sacudió la cabeza, como si quisiera desengañarse. Ninguna de esas mujeres era comparable a Carrie, y desde luego ninguna le parecía deseable. Y, sin embargo, allí estaba, boquiabierto delante de Carrie Shaw Wilcox, que apenas era consciente de su presencia.
Ignorando el íntimo escrutinio de Tyler, Carrie agarró con firmeza las piernas de Ted.
—Carrie, ¿qué quieres hacer? —le preguntó Tyler.
—¿Es que no lo ves? Estoy intentando arrastrarlo —tiró con fuerza de aquel cuerpo inerte, pero no consiguió moverlo ni un centímetro. Lo intentó por segunda vez y le soltó los pies—. ¡Pesa como una tonelada de cemento!
—¿Pero a dónde quieres llevarlo? No querrás que pase en tu casa el resto de la noche, ¿verdad?
—Te diré exactamente lo que estoy pensando. Voy a meterlo en mi casa, voy a llamar a un taxi y le voy a ofrecer al taxista un dinero extra para que lo deje a salvo en su cama. Y tú vas a cargar con todos los gastos —volvió a levantarle los pies a Ted—. ¿Vas a ayudarme? Si no, vuelve a tu fiesta, por favor. Estoy segura de que tus invitados te estarán echando de menos.
Por el tono de su voz, no quedaba ninguna duda de la opinión que le merecía aquella fiesta.
—No, no me están echando de menos —repuso Tyler—. No he estado allí en toda la noche, me fui cuando saliste tú. Acababa de llegar cuando he visto a Ted viniendo hacia aquí y he decidido seguirlo.
—¿Por qué?
—¿Que por qué lo he seguido? Realmente no lo sé. Por curiosidad, quizá. O tal vez haya sido un impulso de caballerosidad. Elige tú —levantó a Ted por los hombros—. Puedo llevarlo yo solo, suéltale las piernas si quieres.
Carrie se las soltó encantada.
—¿Un impulso de caballerosidad? —repitió burlona—. ¿Ibas a protegerme de él?
—No sabía que estabas aquí. Probablemente intentaba evitar que te destrozara la casa. Era una forma de protegerme a mí mismo porque estoy seguro de que me habrías culpado a mí por lo ocurrido.
—En primer lugar, tú tienes la culpa de que esté aquí, ¿no es eso? ¿Siempre eres tan receloso?
—Siempre son pocas las precauciones que toma un hombre de mi posición —contestó Tyler.
—¿Y un hombre de tu posición también necesita hacer cosas extrañas como ésta para evitar la amenaza de ser denunciado? —Trotaba al lado de Tyler, que estaba arrastrando al otro hacia la casa con una facilidad admirable.
—¿Te refieres a tener que arrastrar a un hombre por los pies? Tienes que admitir que lo estoy haciendo bastante bien.
—Desde luego, la próxima vez que necesite echar a alguien, serás la primera persona a la que llame.
—Ajá, ¿es una sonrisa eso que veo en tu rostro? ¿Está empezando a desaparecer tu enfado? ¿Por fin vamos a divertirnos?
—No, no y no —le aseguró. Lo ayudó a abrir las puertas del porche y de la cocina para que pudiera meter dentro a Ted.
Tyler la siguió y al final lo dejó en el vestíbulo, en el mismo lugar en el que había conocido a Carrie el día anterior. Carrie se metió en la cocina, a llamar a un taxi.
—Me han dicho que vendrá aproximadamente dentro de veinte minutos —dijo, cuando se reunió con Tyler unos minutos después—. Si quieres puedes dejarme el dinero para pagarlo e irte a tu casa.
—¿Tienes prisa por deshacerte de mí? —sonrió con sarcasmo—. Bueno, pues yo no tengo ninguna prisa por marcharme. Mi casa está tomada por una legión de salvajes, y estarán allí hasta que los venza el sueño, lo que no sucederá hasta mañana por la tarde.
—¿Y se supone que tengo que compadecerte? No me das ninguna pena. Tú eres el único culpable de que tu casa esté llena de gente.
—No voy a negarlo —se encogió de hombros.
Carrie lo miraba atónita.
—No te comprendo. Organizas una fiesta salvaje y te vas, y después te vienes aquí en vez de ir a reunirte con tus amigos.
—No sé si conozco ni a la mitad de la gente que está en mi casa está noche. Y es posible que ni siquiera haya advertido nadie mi ausencia.
—¿Qué es eso? ¿El blues del pobre rico?
—Por favor, no vuelvas a culparme de nada parecido. —Tyler levantó la mano y sonrió—. Nunca he sufrido por culpa de mi dinero, reconozco que siempre he disfrutado de mi condición, incluso cuando era un niño. Y ahora que soy adulto, aprecio todavía más los privilegios, las oportunidades y los lujos que me proporcionan mi dinero y mi posición.
—Bueno, resulta refrescante oír que alguien lo admite —dijo Carrie—. Porque cada vez que enciendo la televisión u hojeo una revista, me encuentro con algún rico atontado quejándose de los agobios de tener dinero. ¡Me desespera! Me gustaría verlos viviendo sin dinero, preocupándose por cada centavo que gastan.
—¿Me estás describiendo tu vida? —La interrumpió Tyler con el ceño fruncido.
—No, no exactamente. Pero se parece bastante, me imagino, aunque también sé que no debería quejarme porque hay gente que está mucho peor que yo.
—¿Tu marido no os dejó nada a ti y a los trillizos? ¿No se había hecho un seguro de vida o algo parecido?
—Ian no tenía ningún seguro de vida. Sólo tenía veinticinco años cuando murió y los trillizos ni siquiera habían nacido. —Carrie sonrió con dolor—. Al fin y al cabo, los maridos de esa edad no suelen morir. No es muy habitual que una mujer de veinticuatro años y embarazada de dos meses se quede viuda.
—La invulnerabilidad de los jóvenes —dijo Tyler tranquilamente.
Carrie sonrió con tristeza.
—No volveré a confiar en ella.
Tyler levantó la mano, sintiendo una necesidad sobrecogedora de acariciarla, de establecer algún contacto entre ellos. Pero la bajó rápidamente. No se atrevía a tocarla por la intensidad con la que deseaba hacerlo, una reacción paradójica en un hombre acostumbrado a hacer exactamente lo que le apetecía sin tener en cuenta ningún tipo de normas.
Carrie se enderezó bruscamente y lo miró con determinación.
—Tampoco soporto a la gente que se compadece a sí misma —su expresión reflejaba su firme determinación—. Y no quiero que tú me compadezcas. No tengo tu nivel de ingresos, pero tampoco problemas económicos. Recibo una ayuda por los trillizos y tengo un salario decente.
—¿Trabajas?
—No, mi hada madrina me paga las cuentas. Le basta con mover su varita mágica para que aparezcan ropa, comida y juguetes para los niños.
—Supongo que me lo merezco —su sentido del humor lo conmovió más que su fuerte determinación. Realmente, debería ir pensando en irse de allí, se advirtió. Porque si se quedaba…—. ¿En qué trabajas? —le preguntó, ignorando su propio consejo—. ¿Y cómo te las arreglas para trabajar teniendo a tres bebés a tu cargo?
—Soy enfermera en el Hospital Central, trabajo en la sección de partos. Es un buen lugar para trabajar, lleno de felicidad y esperanza —dijo con expresión radiante—. Es tan… real. Es como estar contemplando una afirmación constante de la vida, ¿sabes?
El cinismo de Tyler volvió a recuperar posiciones. Estaba empezando a sentirse demasiado cerca de ella, había llegado el momento de crear distancias.
—Sí, sé exactamente a lo que te refieres. Yo podría describir mi trabajo en los mismos términos —esperó la reacción de Carrie en silencio. No le habría extrañado que lo echara de casa, de hecho, era consciente de que se lo tendría más que merecido.
Pero Carrie lo sorprendió soltando una carcajada.
—Lo creas o no, Ben dice exactamente lo mismo de su trabajo en publicidad. Cree que conseguir un buen contrato es tan maravilloso como el nacimiento de un bebé. Quizá hasta más, porque un contrato supone dinero para la agencia, mientras que un bebé desencadena un montón de gastos en la familia.
Tyler se quedó mirándola, sintiéndose completamente desarmado. Cuando Carrie se reía de aquella manera, los ojos le brillaban de una forma extraordinaria y su adorable boca se curvaba de una forma que lo hacía sentirse…
¿Qué? ¿Cómo? No tenía forma de definir aquellos sentimientos. Eran algo intangible, indescriptible aunque muy real. Contuvo la respiración y apartó la mirada de la joven durante algunos segundos para recuperar el control de la situación.
Carrie no parecía consciente de su conflicto interior. En ese momento se había acercado a tomarle al pulso a Ted y continuaba explicándole:
—Tengo la suerte de que en el hospital cuento con un horario que me permite trabajar doce horas seguidas los fines de semana y conseguir el mismo salario que si trabajara cuarenta horas a la semana. Trabajo desde las siete de la tarde hasta las siete de la mañana durante cuatro fines de semana y después cuento con uno libre. Alexa, y a veces Ben, se quedan con los niños mientras estoy en el trabajo.
Esta noche no se han quedado porque, aunque supongo que no hará falta decírtelo, éste es el fin de semana que tengo libre. —Carrie se levantó—. Pero es una pena, porque de todas formas no voy a poder dormir.
Tyler se aclaró la garganta.
—Estoy de acuerdo en que… bueno, el ruido es insoportable.
—Pero contabas con ello, por supuesto.
Tyler la miró sobresaltado.
—No sé lo que quieres decir exactamente.
—Vamos, Tyler, ¿por qué no eres sincero conmigo? Sé por qué me invitaste a tu fiesta.
—¿Lo sabes?
—Sí. Querías que me diera cuenta de que no eres el vecino más indicado para tres inocentes niños.
—¿Y por qué iba a querer una cosa así?
—Porque quieres que te venda esta casa —dijo Carrie con franqueza.
Tyler abrió los ojos de par en par. Había subestimado a Carrie y, sin embargo, ella había dado en el blanco. ¿Sería él tan transparente, o tendría Carrie una sensibilidad excepcional?
Carrie continuó despreocupadamente:
—Odias tener esta casa vieja y decrépita al lado de la tuya, y probablemente ya habrás hecho planes para construir en este terreno. ¿Una pista de tenis quizá? ¿Un establo para caballos? O quizá una piscina más grande para que tú y tus amigos podáis disfrutar de esas aventuras acuáticas que tanto parecen gustaros.
Tyler la miró sobresaltado.
—No, no me gustan los caballos, y no tengo intención de ampliar la piscina.
—Ah, entonces vas a construir una pista de tenis —sonrió al ver la mirada de consternación de Tyler—. Tengo razón entonces, ¿no? Y te sorprende que lo haya averiguado —inclinó la cabeza y lo miró con firmeza—. Concédeme algún mérito, Tyler. No soy rica, pero no soy ninguna estúpida.
—No, no lo eres. De hecho, eres muy brillante —dijo con voz ronca—. Hermosa, brillante, sexy y valiente. Sincera y trabajadora —tragó en seco—. Y madre de unos trillizos de dieciocho meses.
—Te has quedado petrificado —repuso ella, soltando una carcajada—. Bueno, no te pongas nervioso Tyler. No tengo intención de seducirte, así que no tienes que preocuparte por dejarte envolver por mis ardides femeninos. Conmigo estás a salvo.
—Quizás seas tú la única que necesite preocuparse —le contestó Tyler con un brillo peligroso en la mirada—. Supón que decido seducirte y caes víctima de mis encantos masculinos. Por lo que me han dicho, son considerables —fue acercándose poco a poco hacia ella.
—Estoy segura. —Carrie no retrocedió ni un milímetro, aunque estaban tan cerca que se rozaban—. Pero soy inmune a ellos.
—¿De verdad? —Al sentir el cuerpo de Carrie bajo el pijama de algodón y rozando suavemente el suyo, lo inundó una oleada de sensualidad. Miró a Carrie fijamente, cautivado por su rostro—. Ya lo veremos.
—¿Voy a tener que pasar una prueba?
—Voy a besarte, Carrie. Quiero besarte, y sé que tú deseas besarme a mí.
—No sólo voy a tener que superar la prueba, sino que vas a completarla con las frases obligadas para la ocasión.
Tyler no pudo evitar una sonrisa.
—Si estás intentando hacerme reír…
—Estoy intentando ahogar tu pasión a través del humor —lo corrigió Carrie—. ¿Está funcionando?
—Quizá funcionara si no te movieras de esa manera contra mí.
—Vaya, lo siento. Me estaré quieta como una piedra. Bueno, vamos, terminemos con esto. Te dejaré que me beses, para ahorrarte el que tengas que estar persiguiéndome por toda la habitación. —Carrie le sonrió contenta.
Tyler hundió la mirada en sus ojos y se quedó sin respiración. Por primera vez desde hacía mucho mucho tiempo, se sentía intrigado y excitado ante la perspectiva de un beso.
—Creo que voy a aceptar tu generosa oferta.
Carrie sintió sus fuertes manos en los hombros, sintió su calor en su piel y con una despreocupada calma, observó su cabeza acercarse a la suya. Miró de cerca sus ojos increíblemente verdes, su barbilla, necesitada ya de un afeitado, su nariz recta. Y después su boca, llena y sensual, sus labios perfectamente dibujados. Fascinada, fijó en ellos su mirada, y de pronto, desapareció la despreocupación, desapareció la calma.
Crecía en su interior un torrente de sexualidad que no sabía cómo contener. Asombrada, apoyó las manos en su pecho e intentó empujarlo.
Pero Tyler le cubrió las manos con las suyas y apoyó la frente en su cabeza.
—¿Estás asustada?
—No, es mucho peor que eso —susurró. Tyler había metido los pulgares bajo las manos de Carrie y estaba acariciándoselas. Carrie sentía una necesidad imperiosa de cerrar los ojos y entregarse a la sensualidad del momento—. Me gustaría estar asustada.
—¿Y por qué te iba a gustar una cosa así? —Estaba disfrutando de aquel juego que los iba a llevar inevitablemente hacia donde él pretendía. Deslizó las manos por su cuerpo, deleitándose al sentirla tan pequeña y femenina y a la vez tan fuerte.
Carrie fijó la mirada en su boca y un escalofrío le recorrió la espalda. De alguna manera, como si estuvieran dotados de voluntad propia, sus brazos pronto estuvieron rodeando el cuello de Tyler. Se puso de puntillas, se estrechó contra él e inhaló su masculina fragancia, disfrutando a la vez de la inconfundible dureza de su cuerpo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había sentido el ardiente pulso del cuerpo de un hombre que la deseara…
—Me estás haciendo sentir cosas que pensaba que no iba a volver a experimentar en mi vida, y eso me parece mucho más peligroso que todos los miedos que pudieras inspirarme —le dijo suavemente.
Tyler deslizó una pierna entre las suyas y la acercó más a él.
—¿Así que no eres inmune a mí? —le susurró al oído.
—Supongo que no —lo miró con los ojos cargados de asombro. Carrie pensaba que aquellos sentimientos los había enterrado con la muerte de Ian. Pero al parecer los había resucitado un hombre como Tyler Tremaine, cuyo nivel financiero y su estatus social, por no hablar de su experiencia sentimental, estaban a años luz de los suyos. Frunció el ceño—. ¿Ahora, tú ya de por sí abultado ego, se va a hinchar todavía más?
Tyler soltó una ronca carcajada.
—No es mi ego el que se está hinchando, cariño. La hizo apoyarse contra la pared y fue levantando poco a poco la rodilla hasta que llegó un momento en el que Carrie estuvo prácticamente sentada a horcajadas sobre su muslo.
Carrie se aferró a él, asombrada por la intimidad de su contacto y por el fuego que había encendido en ella. Una peligrosa excitación palpitaba dentro de ella, y se debatía entre el deseo de salir huyendo de allí o el de quedarse con Tyler.
Pero cuando Tyler rozó sus labios fue incapaz de pensar en nada; su procesador de pensamientos parecía haberse bloqueado, abrumado por la fuerza de las necesidades puramente físicas que dominaban a Carrie.
La joven entreabrió los labios y Tyler introdujo entre ellos su lengua. Excitada y emocionada, Carrie le devolvió el beso y lo abrazó sin reservas. Deslizaba las manos por el cuerpo de Tyler, disfrutando de aquel contacto; embriagada por el sabor y la suavidad de su boca, quería, deseaba todo lo que Tyler pudiera ofrecerle.
—Carrie —susurró su nombre contra la curva de su cuello; estaba tan excitado que tenía que apretar los dientes para dominarse. Gimiendo de deseo, la estrechó con fuerza mientras volvía a apoderarse de su boca.
Y de pronto, todo terminó. Estaba solo. Carrie había escapado de sus brazos y permanecía mirándolo a una distancia pequeña, pero suficiente para estar a salvo de sus brazos.
—No ha sido una buena idea —dijo Carrie, mirando hacia el sucio.
—¿Qué? —le preguntó Tyler perplejo.
—El beso —contestó Carrie, levantando la mirada—. Ha sido un error, por parte de los dos.
—Pero a ti te ha gustado. De hecho, te ha encantado, y no intentes decir que no.
—No pienso a hacerlo. Pero creo que no deberíamos habernos besado. Ambos somos adultos, Tyler, y ambos sabemos a dónde iba a conducirnos ese beso.
Su franqueza lo pilló desprevenido una vez más.
—A la cama —contestó él sin pensar.
—Sí —dijo la joven—. Y no debemos permitir que eso suceda, Tyler. No podemos ser amantes, ni siquiera podemos ser amigos. Lo sabes tan bien como yo —hablaba con calma, dominando por completo la conversación, la situación. Y a él, que era incapaz de pensar con un mínimo de claridad.
—No, no lo sé —a Tyler no le estaba gustando nada aquello. Él era el líder, el que debía dirigir la conversación. Desgraciadamente, ni siquiera sabía a dónde quería llegar en aquel momento—. Pero estoy seguro de que no tendrás ningún inconveniente en explicarme por qué, ¿verdad?
—Si quieres —respondió Carrie con paciencia.
—Soy una viuda con tres niños y tú probablemente seas el soltero más codiciado de la ciudad… quién sabe, quizá de todo el país. Somos de dos mundos diferentes, y si no hubiera sido por una mera coincidencia geográfica, jamás nos habríamos conocido.
Tyler suspiró con impaciencia.
—Esto está empezando a aburrirme. Ve al grano, Carrie.
—El caso es, que no tengo ni fuerzas ni tiempo para tener una relación con nadie —se encogió de hombros—. Y por lo que he podido ver sobre tu estilo de vida, no quieres tener una relación en la que no haya sexo con nadie, y mucho menos con una mujer como yo.
—¿De verdad?
Carrie asintió con expresión seria. Creía sinceramente lo que estaba diciendo. Tyler se sentía paralizado una vez más, envuelto en un sin fin de sentimientos contradictorios. Le entraban ganas de echarse a reír por la gravedad de sus palabras, quería rebatir las estupideces que acababa de decir, y, sobre todo, quería estrecharla en sus brazos y besarla hasta dejarla sin sentido.
Mientras estaba ponderando sus opciones, Carrie le dijo:
—Hay algo más.
—Estoy deseando oírlo.
Carrie tomó aire y continuó:
—Quizá esté equivocada, pero si lo que pretendes es tener un romance conmigo para conseguir que te venda la casa, no pierdas el tiempo.
—¡No pretendo hacer nada parecido! —estalló Tyler—. ¿Qué clase de hombre piensas que soy?
—Un hombre muy rico que está acostumbrado a conseguir todo lo que quiere.
—Era una pregunta retórica, no tenías por qué contestarla.
Carrie ignoró aquella interrupción.
—Tendrás esta casa, Tyler. Te prometo que terminaré vendiéndotela, pero no quiero que los niños tengan que cambiar de casa todavía. Ya nos hemos mudado cuatro veces desde que nacieron y me gustaría que pudieran familiarizarse con este lugar antes de que nos vayamos. Tampoco me apetece tener que moverme con tres niños —sonrió con cansancio—. No puedes imaginarte lo difícil que es. No quiero volver a hacerlo hasta que tengan tres años. No es demasiado tiempo para ti, ¿verdad? Dentro de dieciocho meses podremos negociar y…
—En este momento no tengo ningún interés en hablar de negocios —exclamó Tyler exasperado. Mientras él estaba estremeciéndose por el sabor de su boca, Carrie se dedicaba a hablar sobre la venta de la casa.
—Creo que he oído el taxi —dijo Carrie, y corrió hacia la puerta.
Tyler la observó, preguntándose cómo podría haberlo oído con el ruido que llegaba de la casa de al lado. A él le costaba incluso concentrarse en sus propios pensamientos; quizá ése fuera el motivo por el que sus pensamientos, habitualmente precisos, ingeniosos y certeros, no se lo parecieran tanto en ese momento. Se sentía como si estuviera borracho, pero lo más fuerte que había tomado era agua de una botella que tenía en el frigorífico de su oficina, en la que había pasado trabajando las últimas siete horas. Necesitaba rápidamente un antídoto contra los perniciosos efectos que aquella mujer tenía sobre él.
Carrie entró en la casa con el taxista, un hombre fuerte de baja estatura y complexión fuerte que no parecía muy complacido ante la perspectiva de tener que llevarse a Ted Qualter, que seguía roncando en el suelo.
—Señora, esto le va a costar mucho más.
Tyler dejó de entregarse a sus pensamientos. Había llegado el momento de actuar.
—No se preocupe, yo pagaré la cuenta —le dijo al taxista.
Los dos hombres agarraron a Ted de brazos y pies y lo sacaron de la casa. Carrie los observó desde el marco de la puerta mientras lo tumbaban en la parte trasera del taxi. Vio que Tyler sacaba la billetera del bolsillo y le tendía una buena cantidad de billetes al taxista, que al verlos esbozó una enorme sonrisa.
Cuando el taxista se marchó, Tyler se acercó a Carrie.
—El taxista se ha puesto muy contento —le comentó ella.
—Sí, he pagado un buen precio por sus esfuerzos —se encogió de hombros—. Como bien has señalado antes, soy un hombre rico y estoy acostumbrado a conseguir lo que quiero. Y tengo interés en que Ted Qualter llegue bien a su casa.
—Gracias —le dijo Carrie muy seria—. No me habría gustado que siguiera durmiendo en el suelo cuando los niños se despertaran —miró el reloj que llevaba en la muñeca—. Lo cual sucederá dentro de sólo cuatro horas. Tendré que intentar dormir un rato.
—Yo también, pero va a ser imposible en esa casa llena de imbéciles. ¿Puedo quedarme aquí?
—Estás bromeando, ¿verdad?
—No, si no tienes una cama de más, no me importaría quedarme en el sofá del comedor.
—Tyler…
—Te prometo no hacerte nada. Ni siquiera te tocaré. Verás, estoy de acuerdo en que no podemos ser amantes, pero creo que podremos ser amigos.
Tyler había conseguido recuperar el control sobre la situación, y estaba exultante. La solución a sus problemas se le había ocurrido mientras llevaba a Ted hacia el taxi. La amistad. Una amistad fría, insípida y sin sorpresas. Ése era el antídoto que podría curar el absurdo interés que sentía por ella. A medida que fuera frecuentándola, iría diluyéndose aquella apetencia. Sería inevitable, sobre todo sin poder contar con el aliciente del sexo. Tyler sonrió, complacido por la estrategia que acababa de diseñar.
—¿Por qué quieres ser mi amigo?
—¿Por qué no voy a querer serlo? —sonrió—. Después de todo, somos vecinos. Es algo muy normal que los vecinos sean amigos.
Carrie suspiró.
—Entonces, voy a pedirte algo como amiga. ¿Te importaría marcharte ya? No puedes quedarte aquí, y estoy demasiado cansada para discutir.
—¿De verdad quieres que me vaya? ¿Eres capaz de enviarme con aquellas mujeres sensuales y despiadadas, que no van a dejarme ni un momento solo? ¿Qué clase de amiga eres, Carrie?
Carrie sabía que estaba bromeando, pero ella no tenía dudas de la verdad que encerraba aquella queja. Aquellas mujeres… Sintió una extraña punzada de dolor en su interior e inmediatamente volvió a recordar el tórrido beso que habían compartido.
Lo miró de reojo y lo descubrió mirándola a los ojos con una especial intensidad. Carrie se preguntó si habría adivinado lo que estaba pensando y decidió que era bastante probable. Tyler era un hombre sofisticado y calculador, un hombre con experiencia, así que lo mejor que podía hacer era enviarlo inmediatamente a su casa.
—Podría darte algunos consejos para esquivar todos esos ataques amorosos.
—Carrie…
—Buenas noches, señor Tremaine.
—¿Por qué ya no me llamas Tyler? Después de todo lo que hemos compartido… —soltó una carcajada—. Relájate, Carrie. Nos gustamos el uno al otro, y no hay ninguna razón para que no podamos ser amigos.
—¿Y a qué se debe ese repentino interés en ser amigo mío?
Tyler se quedó mirando fijamente hacia el suelo. Carrie quería una respuesta, pero no podía decirle la verdad.
—Quizá sea porque has dicho que no podemos ser amigos como si estuvieras lanzando una sentencia propia del juicio final —contestó con ingenio—. No me gusta que nadie me diga lo que puedo o no puedo hacer. De hecho, en cuanto alguien me dice que hay algo que no puedo hacer, inmediatamente intento demostrarle que se puede. ¿Qué me dices, Carrie? —Le tendió la mano—. ¿Podemos o no podemos ser amigos?
—Bueno, ¿por qué no? —Se estrecharon la mano como si acabaran de cerrar un contrato verbal—. Supongo que prefiero tenerte como amigo que como enemigo. Y ya que somos amigos, ¿podemos ser sinceros el uno con el otro?
—Creo que para ti es imposible no serlo —musitó Tyler, con una repentina necesidad de levantarle la mano y llevársela a los labios.
—Venga, Tyler. —Carrie apartó la mano y le dirigió una deslumbrante sonrisa—. Tyler, amigo, ya es hora de que te vayas. Y te lo digo de la forma más amistosa y clara posible.