Capítulo 4

Tyler oyó voces y risas mientras se acercaba a los arbustos que separaban su casa de la de Carrie. Vaciló un momento y volvió la mirada hacia su casa, que permanecía fría y tranquila bajo el sol del mediodía. La mayor parte de los invitados se habían ido, pero todavía quedaban algunos durmiendo en varias habitaciones y había otros cuatro o cinco desayunando en la enorme cocina de la casa. Tyler los había oído al levantarse e inmediatamente se había visto atrapado por una necesidad sobrecogedora de escapar.

Ésa era la razón por la que se encontraba allí, con unos viejos vaqueros cortos y mirando hacia el jardín de Carrie a través del hueco que había en los arbustos. Por lo que oía, debía de estar jugando con los trillizos en la parte trasera de la casa. Tyler frunció el ceño al darse cuenta de lo mucho que deseaba que se hubiera repetido lo de la noche anterior. Le habría gustado encontrarse a Carrie sola en el jardín y que hubieran podido…

¿Que hubieran podido qué?, se preguntó con cinismo. ¿Continuar lo que habían interrumpido la noche anterior? ¿Y continuar dónde? ¿En el momento en el que se habían besado y en ambos se había desatado un incontenible deseo o en el momento en el que Carrie le había dicho, amistosamente, por supuesto, que se perdiera?

Le resultaba extraño sentirse tan intrigado por una mujer. Hasta entonces, todas las mujeres le habían parecido como un libro abierto, no había tenido ningún problema para comprenderlas. Su preocupación por Carrie podría haber sido alarmante si no hubiera diseñado ya un plan de acción para tratarla. Era un plan muy sencillo: cuanto más la viera, menos interés despertaría en él.

Su plan, sin embargo, no incluía el tener que tratar también con los trillizos.

—¡Dylan, vuelve! No, no, Dylan, no vayas por allí.

Al oír la voz de Carrie, Tyler se detuvo. Un momento después oyó un gritito de victoria y vio a un chiquillo rubio, vestido con un bañador verde con patitos rojos, acercándose hacia el hueco por el que se unían ambos jardines.

Tyler se agachó para atrapar al fugitivo y lo levantó en brazos.

—¡Vamos! —gritó Dylan, retorciéndose con impaciencia.

—Querrás decir vamos a casa —le advirtió Tyler.

Dylan dejó de moverse y lo miró con curiosidad.

—¿A casa? —Chapurreó.

—Vamos a tu casa, y espero sinceramente que te quedes allí —se llevó la mano a la frente para protegerse del sol y vio que Carrie se dirigía hacia él llevando a un niño en cada brazo.

—¿Cómo pensabas agarrar a éste? ¿Con los dientes? —le preguntó con una sonrisa—. Tres niños de esta edad pueden volver loco a cualquiera, especialmente en tu caso. Son tres contra uno.

La joven se encogió de hombros.

—No podía dejar a Emily y a Franklin solos, estaban en una piscina de plástico que les he sacado al jardín —estaba casi sin respiración, por el calor y por el esfuerzo de salir corriendo con los dos niños en brazos—. Podían hundirse en el agua en cuestión de segundos. En fin, será mejor que intente agarrar a Dylan con los dientes.

Tyler sonrió. Le gustaba el espíritu irreductible de Carrie. No escapaba ni una palabra de queja de sus labios. De hecho, estaba seguro de que si se lo permitía, sería capaz de agarrar a Dylan con los dientes.

Miró por encima del hombro de Carrie y vio la piscina de plástico llena de agua. Después, volvió a mirar a la joven, que llevaba un sencillo traje de baño, de color amarillo con lunares. De pronto, se descubrió a sí mismo observándole las piernas con admiración.

—Parece que esto se está convirtiendo en un hábito.

Tyler apartó la mirada consternado. Sintió que una ola de rubor teñía su rostro.

—Ah. No sé a lo que te refieres.

—Me refiero a atrapar a mis fugitivos —le dijo Carrie sonriéndole—. Anoche a Emily, y hoy a Dylan. Muchas gracias, Tyler.

Tyler tragó saliva y la miró perplejo.

—¡Baño! —exclamó Franklin señalando hacia la piscina.

—¡Baño! —repitió Dylan excitado, moviéndose hacia arriba y hacia abajo en los brazos de Tyler.

—¡Baño! ¡Baño! ¡Baño! —Los tres se pusieron a gritar, cada uno más alto que el otro.

—Nadar —los corrigió Carrie, intentando enseñarlos una palabra nueva—. Vamos a ir a nadar a la piscina —y empezó a caminar hacia la parte posterior del jardín.

Tyler la siguió automáticamente. ¿Qué otra cosa podía hacer, llevando a uno de sus hijos en brazos?

Tatar —le dijo de pronto Dylan.

Tyler lo miró.

—¿Quieres decir nadar? Eh, lo has conseguido. Vas a nadar, no a bañarte —estaba verdaderamente impresionado. Nunca había creído que los niños fueran capaces de pensar—. Nadar —le repitió al pequeño.

Tatar —insistió Dylan.

—Bueno, de momento vas bien. Continúa practicando —dejó a Dylan en la piscina mientras Carrie metía a Emily y a Franklin.

—¡Baño! —exclamó Franklin extasiado, mientras salpicaba con todas sus fuerzas.

—Nadar —lo corrigió Tyler—. La gente nada en la piscina. Vamos, demuéstrale a tu hermano que eres tan inteligente como él.

—No quiero que compitan entre ellos —le advirtió Carrie secamente—. Sólo tienen dieciocho meses, todavía es demasiado pronto para que aprendan la competitividad propia del mundo mercantil.

—Los hermanos son competidores naturales, nadie tiene que enseñárselo —reclamó Tyler—. Desde que recuerdo, he estado intentando batir a mi hermano mayor en todos los juegos, y la verdad es que nunca lo conseguí —sonrió—. Como Cole era tres años mayor que yo, era prácticamente imposible, pero después tuve la buena fortuna de tener un hermano más pequeño, Nathaniel…

—Y siempre le ganabas, de la misma forma que Cole te ganaba a ti —conjeturó Carrie.

—Exacto —sonrió—. Creo que todos los niños deberían tener un hermano pequeño sobre el que triunfar. Ayuda a formar el carácter.

—Ayuda a formar caracteres enfermos. Yo quiero que mis hijos sean amigos, no rivales.

—¡Tatar! —gritó Dylan.

—¡Baño! —exclamó Franklin.

Carrie y Tyler se miraron el uno al otro y se echaron a reír.

—De repente se han convertido en duelistas lingüísticos —dijo Carrie, y se sentó en una tumbona.

Sentía una extraña debilidad en las piernas. La sonrisa de Tyler la había afectado profundamente. Para colmo, la visión de su pecho y sus musculosas piernas desnudas, le había parecido impactante.

Tyler Tremaine era un hombre increíblemente atractivo, y cuanto más lo miraba, más se lo parecía.

Él lo sabía, por supuesto. Tenía la innata confianza en sí mismo propia de las personas que siempre habían sido admiradas y estimadas. Carrie estaba segura de que ella no era la primera mujer que se había quedado sin respiración tras ver su sonrisa, pero desde luego, sí era la primera vez que a ella le ocurría algo parecido.

Se le ocurrió de pronto, con terrible dolor, que estaba siendo infiel al recuerdo de Ian. Se había quedado prendada de él desde la primera vez que lo había visto en el comedor de la residencia en la que ambos estaban. Se le encogió el corazón al recordar aquella época, en la que ambos eran tan inocentes. Era patético mirar al pasado, sabiendo el triste final que el destino le deparara a Ian.

Se bajó las gafas de sol, que llevaba sujetas a la cabeza para ocultar sus ojos, mientras pensaba en lo mucho que había querido a Ian. Siempre lo amaría, nadie podría ocupar nunca su lugar. Y el que se le hubiera ocurrido fijarse en otro hombre no significada nada; al fin y al cabo, se dijo, era una persona de carne y hueso, no un androide.

Tyler miró a Carrie de reojo. Se alegraba de que se hubiera puesto las gafas de sol; cuando lo miraba con aquellos maravillosos ojos lo desarmaba. Quizá fuera por la intensidad de su color, o por la despierta inteligencia que se reflejaba en ellos. En cualquier caso, y a pesar de las gafas, se sentía más seguro mirando a los niños.

—De acuerdo, Emily; supongo que tú también tienes algo que decir en ese asunto —se arrodilló al lado de la piscina, y contempló a la niña, que se dedicaba a llenar un vaso de plástico y a vaciarlo en un cubo que tenía a su lado—. Déjanos oír el punto de vista femenino. ¿Esto qué es nadar o bañar?

Emily lo miró en silencio.

Abua —dijo con calma.

—Ha dicho agua —dijo Tyler, ignorando la defectuosa pronunciación—. Es la más inteligente de todos, ha llegado a la conclusión de que lo importante es que las dos cosas se hacen en el agua —estaba asombrado.

—Es una pena que no hayas tenido una hermana —se burló Carrie—. Podría haberse encargado de ti y de tus hermanos, os habría ahorrado mucho tiempo en discusiones.

Tyler elevó los ojos al cielo.

—Compadezco a tu pobre hermano de corazón. Tú y tu hermana debíais hacer lo que queríais con él. Y por lo poco que os he visto juntos, creo que todavía lo hacéis.

—No dejes que Ben te oiga nunca decir eso. —Carrie sonrió—. Siempre ha vivido con la ilusión de que es el líder indiscutible de nosotros tres.

—Pobre hombre.

En ese momento, Franklin y Dylan intentaron atrapar los dos a la vez un patito de plástico que flotaba en la piscina. Franklin lo agarró por la cabeza y Dylan por la cola.

—¡Mío! —exclamaron al unísono.

—Aprendieron esa palabra la semana pasada y desde entonces no han dejado de utilizarla.

Ninguno de los niños cedía y seguían gritando a pleno pulmón, para desesperación de Tyler.

—¿No vas a hacer nada? —le preguntó a Carrie—. ¿Siempre hacen tanto ruido?

—¿Y eso lo dice un hombre que ha condenado a todo el vecindario a soportar una fiesta de millones de decibelios? —Carrie se encogió de hombros—. En cualquier caso, están disfrutando de una competición entre hermanos. Pensaba que te gustaba. ¿No te trae viejos recuerdos?

—Bueno, si no vas a tomarte la molestia de intervenir… —Frunció el ceño en gesto de desaprobación. Tyler les quitó el pato a los dos niños y se lo dio a Emily, que seguía concentrada en llenar su cubito—. El patito se lo va a quedar vuestra hermana —les dijo—. ¿Habéis visto lo que ocurre cuando gritáis y…?

No tuvo tiempo de terminar. Franklin y Dylan estallaron en sendos ataques de rabia y empezaron a llorar y a gritar a pleno pulmón. Se acercaron hacia Emily con gesto belicoso y la niña miró a sus hermanos, miró al patito y lo arrojó fuera de la piscina. Dylan y Franklin continuaron llorando con el alma en los pies y una profunda desesperación.

—Me siento como el matón del colegio —comentó Tyler. Agarró el patito y se lo ofreció a los niños, pero ellos lo rechazaron; ya tenían suficiente con sus lloros. Se lo dio otra vez a Emily, y ella volvió a tirarlo de la piscina.

Carrie sacó a los niños de la piscina y los sentó en su regazo.

—¿Cómo puedes soportarlo? —Tyler los miraba fijamente, con una mezcla de horror y fascinación.

Carrie ignoró su pregunta, lo ignoró a él y centró toda su atención en los pequeños. No tardó ni dos minutos en tranquilizarlos. Los niños recobraron su buen humor, agarraron unos barquitos que su madre les había dado y volvieron a meterse en la piscina.

Tyler había aprovechado que Carrie había dejado la tumbona vacía para sentarse en ella y cuando la joven iba a volver a sentarse, rozó con las piernas la espalda de Tyler. Ambos se movieron tan rápidamente que podría haber sido hasta cómico, si alguno de ellos hubiera tenido ganas de reír. Pero no las tenían. Carrie se sentía como si hubieran encendido un fuego en su piel.

Tyler, por su parte, todavía recordaba el suave contacto de las piernas de Carrie en su espalda. Sentía su cuerpo tenso y el placer del deseo que había despertado más rápidamente incluso que la noche anterior. Aquél era el momento adecuado para que cualquiera de los trillizos le echara un cubo de agua fría en el regazo, o para que se pusiera a gritar otra vez. Ambas cosas serían igualmente desmotivadoras.

Pero los trillizos estaban jugando totalmente satisfechos en la piscina mientras Carrie y Tyler permanecían tensos y en silencio, conscientes de la electricidad del ambiente.

Tyler miró furtivamente a los niños. Eran adorables, y observarlos a los tres juntos, le parecía mucho más interesante de lo que estaba dispuesto a admitir. En cuanto a Carrie, era una mujer dulce y sexy, pero también inalcanzable. Él no tenía ningún interés en alcanzarla, por supuesto, llegar a tener una relación sentimental con la madre de unos trillizos era impensable.

De pronto, sintió una oleada de cólera. No sabía cuál era la razón, pero estaba furioso.

—De modo que así es como te pasas el día —dijo en tono despectivo—. Medias en sus peleas, los persigues cuando se escapan, los bañas, les das de comer, les cambias los pañales, les das de comer otra vez y tienes que volver a cambiarles los pañales. Y así día tras día, el mismo aburrimiento, sin tener ni un momento para ti misma. Si quieres saberlo, me parece una existencia infernal.

—¿Y quién te ha preguntado qué te parece mi vida? —estalló Carrie, y ella misma contestó a su propia pregunta—. Nadie, y tampoco te ha pedido nadie que vinieras aquí. Si tan infernal te parece todo esto, vete ahora mismo de aquí.

Tyler la miró. Se había quitado las gafas de sol y lo estaba taladrando con la mirada. Estaba furiosa, terriblemente furiosa y Tyler se levantó incómodo. No recordaba que nadie lo hubiera mirado nunca tan enfadado; y mucho menos una mujer.

Aquel descubrimiento, contribuyó a mitigar su propia ira.

—No me digas que me vas a echar otra vez de tu casa —le dijo, dirigiéndole la más encantadora de sus sonrisas, con la que, por cierto, no consiguió cautivar mínimamente a Carrie.

—Sí, voy a hacerlo. Estás de mal humor y rabioso y yo no tengo por qué soportar tus malas pulgas, así que ¡vete a paseo!

—¿De mal humor? ¿Yo? Qué tontería. ¿Cómo te atreves a decirme que tengo malas pulgas? Yo nunca he…

—No, estoy segura de que nadie te ha dicho nunca unas cuantas verdades —lo interrumpió Carrie—. Debo de ser la primera persona que te habla claramente. Eres un soltero millonario y supongo que eso ha acabado contigo. La mayor parte de las mujeres deben de tratarte con todo tipo de consideraciones; las muy estúpidas creen que pueden llegar a atrapar a un millonario como tú y vivir felizmente después con todos tus millones.

Se detuvo para tomar aire. Tyler abrió la boca para decir algo, pero la cerró inmediatamente. Lo que Carrie estaba diciendo era terroríficamente cierto. Siempre había sido consciente de su atractivo y su estatus, y desde luego había sabido aprovecharse de ello. Su conducta no siempre había sido… ejemplar, por decirlo de alguna manera. Pero ninguna mujer se había atrevido nunca a decírselo. Por lo menos hasta ese momento.

—Pues bien, yo no pretendo sacar nada de ti, así que no pierdo nada diciéndote que te vayas y no vuelvas jamás.

Tyler permanecía de pie, atónito y con las manos en los bolsillos.

—Desde luego tú… —Se le quebró la voz y se aclaró la garganta—. Bueno, el caso es que aunque nunca he buscado ese tipo de valentía en las mujeres, supongo que tengo que respetarlo en una amistad.

—Yo no soy tu amiga —lo contradijo Carrie, y se levantó.

—Ayer por la noche me dijiste que lo eras.

—Lo dije para librarme de ti.

—¿Y ahora necesitas decir que no lo eres para librarte de mí? Resulta un tanto paradójico, ¿no crees?

—Lo que creo es que eres un estúpido.

Tyler sonrió.

—Si me voy ahora, no volveré, Carrie. No volverás a verme nunca.

Carrie se cruzó de brazos y continuó mirándolo fijamente.

—Estupendo.

—La verdad es que no sé que estoy haciendo aquí todavía. No sé por qué no me he ido ya de este ruinoso jardín, agradeciendo a mi buena suerte el haber podido escapar de tu lengua afilada y amarga.

—Pues vete.

Tyler la miró fijamente. Carrie tenía la misma expresión de enfado que antes, pero le pareció ver que un brillo de diversión empezaba a iluminar sus ojos.

—¿Por qué demonios estoy todavía aquí? —le preguntó con voz ronca.

—No lo sé. Quizá porque te admira mi valentía.

—Te estás riendo de mí —le dijo con incredulidad—. Y ya no estás enfadada, ¿verdad? —Se sentía repentina e inesperadamente alborozado; y también cautivado.

—Supongo que no. —Carrie se encogió de hombros—. Admito que tengo un genio endemoniado. Me enfado rápidamente, pero también se me pasa muy deprisa. Y en cuanto lo que has dicho sobre mi vida, eso de que no hago otra cosa que cuidar a los trillizos, bueno, más o menos es lo mismo que dice Ben cada vez que viene a visitarnos. Pero oírtelo decir a ti… Bueno, me ha ofendido y me he enfadado.

—Ya lo he notado —apoyó las manos en sus hombros; en ese momento, tocarla le parecía lo más natural del mundo. Aspiró hondo y deslizó las manos por la sedosa piel de sus brazos.

—Mira Carrie, yo…

Carrie se alejó de él y se acercó a la piscina.

—Es la hora de comer —anunció radiante—. ¿Tenéis hambre, niños? —lo decía con tanto entusiasmo que los tres críos contestaron alborozados—. Bien. Entonces vamos.

Franklin y Dylan corrieron hacia la casa, pero Emily se detuvo para mirar a Tyler.

—Ven —le dijo.

Tyler se sintió ridículamente conmovido.

—¿Me estás invitando a comer, Emily?

Emily lo miró con sus enormes ojos azules y levantó los brazos, pidiéndole con un gesto inconfundible que la izara.

—¿Quieres que te lleve en brazos? —le preguntó Tyler. Emily no contestó, pero continuó esperando expectante, así que Tyler la levantó y se dirigió con ella hacia la casa—. De acuerdo Emily, aceptaré tu amable invitación y comeré contigo.

—¡Oh, no! —gimió Carrie. Abrió la puerta trasera de la casa y los niños corretearon dentro.

—¿Qué quiere decir «oh, no»? —le preguntó Tyler mientras entraba con ella en la cocina.

—Exactamente lo que he dicho. Pensaba que te irías cuando entráramos a casa.

—Ya no estábamos enfadados. ¿Por qué quieres que me vaya?

—Porque eres agotador. Esta noche sólo he podido dormir tres horas y media y estoy tan cansada que lo único que quiero hacer es darlos de comer a los niños, acostarlos y tirarme en la cama.

—A mí también me apetece lo de tirarme en la cama. —Tyler sonrió—. Y yo no estoy agotado, al contrario. Pregunta a cualquier Tremaine quién es el miembro de la familia que tiene más capacidad para soportar todo tipo de reuniones, por largas y aburridas que sean, y te dirán que yo.

—No creo que sea un trabajo muy cansado. En cualquier caso, repito, eres agotador, y ésa es la razón por la que voy a anular la invitación que te ha hecho Emily —quería que Tyler se fuera. Ya había pasado demasiado tiempo pensando en el beso de la noche anterior, en las sensaciones que había hecho revivir con sus caricias, y quería olvidarse de ello cuanto antes. ¡Lo último que necesitaba era encapricharse de un hombre como Tyler!—. Vamos a quitaros esos trajes de baño —dijo mientras empezaba a bajarle el traje de baño a Dylan, que en cuanto se vio desnudo, salió corriendo hacia el vestíbulo.

—¿Quieres agarrarlo, secarlo, y ponerle un pañal? —le preguntó a Tyler, que la estaba mirando con una intensidad enervante.

—¡No!

—Bueno, pues si insistes en quedarte aquí, tendrás que hacer algo útil. ¿Te importa llevar a Franklin y a Emily al piso de arriba para que pueda cambiarlos? Yo iré a buscar a Dylan.

—¿Cómo voy a negarme, si me lo preguntas tan amablemente? Tus deseos son órdenes para mí. —Tyler se inclinó para agarrar a Dylan.

—Monito —le dijo Emily mientras subían las escaleras, y le palmeó con cariño la mejilla.

Tyler la miró apabullado.

—¡Eso es lo que te llamé yo anoche! ¡Emily, todavía te acuerdas!

Mientras Carrie cambiaba a los trillizos, Tyler le estuvo narrando aquel hecho que a él le parecía asombroso.

—Es increíble. Ha asociado una palabra que yo le dije ayer conmigo. Al decirme…

—Quizá se crea que ése es tu nombre —bromeó Carrie—. O tu especie.

Tyler no encontraba nada divertido en todo aquello.

—Carrie, veinticuatro horas después de que yo le dijera una palabra, me la ha repetido. ¡Y sólo se lo había dicho una vez! Esta niña tiene una inteligencia especial —añadió muy serio.

—No es tonta —repuso Carrie—, pero tampoco diría que es especial. Los niños aprenden muy rápidamente a esta edad, Tyler, aprenden algo nuevo cada día —inclinó la cabeza y lo miró—. Es excitante, divertido. Vivir observándolos aprender, crecer y hacer cosas nuevas no me parece que sea llevar una existencia infernal.

—Tocado —admitió Tyler.

Los trillizos empezaron a correr por la habitación y a tirar sus juguetes. Tyler aprovechó aquella ocasión para agarrar a Carrie por detrás, antes de que fuera tras ellos.

—Eres un hueso difícil de roer, ¿eh?

—Sí. Así que procura no meterte conmigo.

—Ser prevenido vale por dos ¿verdad? —La rodeó con el brazo, haciéndola apoyar la espalda contra él—. Eso es algo que los directores de marketing les repetimos a nuestros empleados constantemente en las reuniones —empezó a acariciarle suavemente la nuca.

Por un momento, Carrie se quedó paralizada por la sorpresa. Después, el deseo volvió a atraparla. Cerró los ojos y volvió la cabeza hacia su boca, justo en el momento en el que Tyler pretendía apoderarse de sus labios.

Tyler rozó sus labios suavemente y la joven los entreabrió instintivamente al sentir aquella presión. Tyler extendió la mamo sobre su vientre y Carrie entrelazó en ella sus dedos, a la vez que sus lenguas iniciaban una danza cargada de erotismo.

Tyler no tenía forma de ocultar el deseo despertado por la respuesta de la joven; gimió, abrió la boca y profundizó su beso.

Al gemido de Tyler le siguió como un eco otro nacido en la garganta de Carrie, que sentía sus senos henchidos, como si se los hubiera acariciado.

Sin decir nada, Carrie se volvió por completo en sus brazos, se puso de puntillas y se estrechó contra él, deleitándose al sentir las manos de Tyler en su espalda.

Sus bocas permanecieron unidas durante un beso largo y embriagador que parecía no tener final, y hacía crecer en ambos una pasión cada vez más ardiente y salvaje.

—¡Mamá, mamá! —Franklin se lanzó contra las piernas de su madre, y la rodeó con los brazos—. ¡Vamos, vamos, vamos!

Al mismo tiempo, Emily se agachó al lado de Tyler y, fascinada, empezó a tirarle de los pelos de las piernas.

—¡Ay! —gritó Tyler con dolor.

Tras aquella brusca interrupción, se separaron tan rápidamente que estuvieron a punto de perder el equilibrio.

—¡Ay! —chilló Dylan, encantado con el sonido de aquella palabra—. ¡Ay, ay, ay!

Tyler se pasó la mano por el pelo. Estaba aturdido. Los gritos de Dylan y Franklin retumbaban en sus oídos.

—¿Por qué decir algo una sola vez cuando se puede repetir quince? —musitó. Aquél parecía ser el lema de los trillizos. Se interrumpió automáticamente y se agachó para agarrar a Emily—. Eh, Emily, ¿estás intentando buscarte un puesto como aprendiz de torturadora? ¡Eso duele!

—Ay —exclamó Emily feliz.

Carrie levantó a Dylan y a Franklin.

—Hora de comer —canturreó con voz temblorosa. Miró a Tyler de reojo y desvió rápidamente la mirada.

Sin intercambiar una sola palabra, bajaron a los tres niños a la cocina, donde la joven los puso un babero a cada uno antes de sentarlos en sus respectivas sillas.

Tyler se sentó también y observó a Carrie cortar unas lonchas de jamón y queso y distribuirlas en las bandejas de las tres sillas.

—¿Yo puedo comer un sándwich? —preguntó.

Carrie le tendió los paquetes de jamón y queso.

—Allí tienes pan, lechuga y tomates. Vete preparando los sándwiches mientras yo pelo las zanahorias y las uvas —cuando terminó de hacerlo, se las pasó a los pequeños.

Los trillizos atacaron su almuerzo con entusiasmo. Carrie le dirigió una mirada furtiva a Tyler y al descubrir que éste también la estaba observando, la apartó rápidamente.

—Todavía no has empezado a hacer los sándwiches —le dijo, con voz menos firme de lo que le habría gustado.

—Odio cocinar —dijo Tyler, y apartó los paquetes que le había pasado.

—Hacer dos sándwiches no se puede decir que sea cocinar —empezó a prepararse ella misma su sándwich, untando mayonesa con metódica precisión.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Tyler, clavando intencionadamente sus verdes ojos en ella.

—Nada —contestó rápidamente, demasiado rápidamente, comprendió. Se mordió el labio inferior con consternación—. ¿Por qué?

—Pareces… —se interrumpió y se encogió de hombros— diferente. Estás nerviosa, sí, muy nerviosa. ¿Estás pensando en lo que ha sucedido en el piso de arriba?