CAPITULO XI
Desde la puerta posterior Millie señaló un pequeño edificio que había entre los árboles, a unos cincuenta o sesenta metros de la casa. Main dio las gracias y se encaminó en aquella dirección.
El pabellón era un edificio de una sola planta y construcción relativamente sencilla, con un cobertizo anexo, en el que, sin duda, se guardaban los útiles y herramientas de jardinería. Tras unos segundos de vacilación Main empujó la puerta, pero estaba cerrada con llave.
Dio la vuelta al edificio y se acercó a una ventana. El cristal saltó de un fuerte codazo. Metió la mano, aflojó el pestillo y abrió. Segundos después, estaba en el interior del pabellón.
Sí, aquello era la vivienda de un jardinero, modestamente amueblada aunque sin que faltasen las comodidades. Pero ¿dónde estaba lo que buscaba?
Encontró una cocina, un baño y un dormitorio. No obstante, le parecía que el pabellón era más grande de lo que daban a entender aquellas piezas.
Tanteó las paredes, cubiertas de un empapelado con dibujos ya pasados de moda. Al cabo de unos momentos, creyó haber encontrado lo que buscaba.
Sacó un cortaplumas y cortó un poco. Al tirar del papel, vio la puerta que había al otro lado, hábilmente oculta. Sonrió satisfecho.
Inspiró, para llenarse los pulmones de aire. Luego cargó con el hombro. La madera crujió. Al segundo empellón, la puerta saltó. Entonces, arrancó el papel con las manos y el paso quedó libre.
Allí estaba el gran frigorífico, tan alto como él. Tiró de la puerta y lo vio vacío y desconectado. Además, faltaban las parrillas para los alimentos. En realidad, era un armario en cuyo interior podían producirse bajas temperaturas, muy inferiores a los cero grados.
Bruscamente oyó una voz a sus espaldas.
—Lo ha encontrado —dijo el ama de llaves. Main continuó en la misma posición.
—Ahora es cuando tengo la plena seguridad de que sir Arnold no firmó el testamento —respondió—. Puede que falleciese de muerte natural, pero el hombre que firmó el testamento aquella noche no era sir Arnold.
—¿Está seguro?
—Ese hombre no se llama Kethrie. Su verdadero nombre es Warren Teale.
—¿Cómo lo ha sabido? —gritó Mavis.
—Sería largo de contar, señora Hook. Solamente he de decirle que la policía debe saber lo que sucede en esta casa.
—No lo sabrá. Vuélvase.
Main obedeció. Entonces vio que el ama de llaves empuñaba un revólver.
—¿Piensa matarme? —preguntó, serenamente.
—No. Con respecto a usted, hay otros proyectos.
—¿Puedo saber qué piensan hacer conmigo?
—Espere a que se lo cuente el doctor Cadwill.
—Señora Hook, debo advertirle que se enfrentan con un serio problema.
—Cállese —ordenó ella, enérgicamente.
—Sabemos positivamente que el testamento fue falsificado. Kethrie, o mejor dicho, Teale, es un tipo polifacético, que sabe imitar muy bien la escritura ajena, y disfrazarse con la apariencia de otra persona. Ya lo hizo, al menos que se sepa, en una ocasión. Aquí, en Ballymore Hall, tuvo dos años largos para estudiar a fondo las costumbres de sir Arnold. En ese tiempo se dedicó a imitar la escritura del dueño de la casa, hasta adquirir una perfección difícil de igualar. Estudió también sus costumbres, sus hábitos, su forma de hablar... y cuando creyó llegado el momento ejecutó el plan que se había trazado mucho tiempo antes, engañando a todo el mundo, incluyéndome a mí, que no conocía a sir Arnold personalmente.
»Fue una magnífica idea —continuó Main—. Primero, provocó las iras de sir Arnold, comprando a una fotógrafo, que hizo una composición con unas fotografías, en las cuales aparecía Edith Flandryn en escenas pornográficas. El desheredamiento parecía así lógico, sobre todo después de la ruptura entre abuelo y nieta. Al señor Hannill no le extrañó en absoluto, y de acuerdo con los deseos de su cliente, me encargó redactar un nuevo testamento. Pero la carta y las firmas de sir Arnold eran falsificaciones. Y cuando yo llegué, hacía dos semanas que sir Arnold había fallecido, y su cuerpo se conservaba en este refrigerador, al qué fue trasladado apenas se produjo su muerte. El cuerpo se congeló inmediatamente, y después de la firma del testamento, sir Arnold murió públicamente. El médico no notó nada porque encontró el cuerpo tal como estaba en el momento de su fallecimiento dos semanas antes, después de algunas horas de permanencia en el dormitorio, en el que, lógicamente, se produjo la descongelación del cadáver. Eso explica que fuese usted quien sirviese las comidas a sir Arnold, en lugar de la cocinera, que siempre lo había hecho cuando el anciano se encontraba enfermo. Pero en realidad lo que hacía usted era subir con una bandeja y tirar los alimentos por el sumidero.
»Sólo cuando Hannill anunció mi llegada se dispusieron a poner fin a la comedia. Aquel día, sir Arnold se decidió a levantarse de la cama, después de que, aparentemente, Kethrie hubiese ido a Clyhaun. La tormenta sirvió de magnífico pretexto para justificar la ausencia del secretario en el acto de la firma. ¡Pero Kethrie, o mejor dicho, Teale, estaba aquí, escondido en alguna parte! Y reapareció a la mañana siguiente, para dar la noticia del fallecimiento de sir Arnold.
Una ligera sonrisa jugueteó en los labios del ama de llaves.
—Diabólicamente inteligente —comentó—. Pero no le va a servir de nada.
—Como seguramente no les sirvió de nada a Ned Parr y a Jake Iggles, ¿verdad?
—Parr empezaba a creerse más importante de lo que era en realidad. En cuanto a Iggles... Bien, necesitábamos a un hombre de su clase. ~
—¿Para qué? —preguntó Main.
—El doctor Cadwill se lo dirá.
Cadwill apareció en aquel momento, seguido por su ayudante.
—He oído mi nombre —dijo.
—Doctor, aquí tiene a su paciente —sonrió Mavis.
—Magnífico —exclamó Cadwill—. Celebro mucho que lo haya mantenido a raya. ¿Vera?
—Sí, doctor.
La ayudante tenía en las manos un tubo de metal. Main notó que se trataba de un pulverizador.
—¡Eh! ¿Qué van a hacer conmigo? —se alarmó.
Antes de que pudiera evitarlo, Vera lanzó a su cara un chorro de gas. Main procuró contener la respiración, pero parte del gas narcótico había entrado ya en sus pulmones y notó que perdía las fuerzas.
Todo se hizo borroso ante sus pupilas. Las imágenes bailaron una danza frenética ante él.
Sus rodillas se doblaron. Cadwill se inclinó sobre el joven. A Main le pareció que estaba en poder de un terrible gigante.
—El señor Kethrie tiene un terrible defecto, no congénita, naturalmente —dijo el infernal galeno—. Hace algunos años, un padre y dos hermanos ofendidos juzgaron oportuno privarle de lo que en un hombre constituye su máximo orgullo masculino. Pero en esta época de trasplantes de toda clase de órganos, ¿qué prodigios no se pueden conseguir?
Las palabras llegaron a la mente del joven a través de una niebla espesísima. Pero pudo entender por completo su terrible significado.
Un furioso grito escapó de su garganta:
—¡No, no dejaré que me hagan una cosa así!
En el mismo instante, Vera le arrojó otro chorro de gas. Fue el golpe de gracia. Main empezó a inclinarse a un lado, pero ya no se enteró de que chocaba contra el suelo.
* * *
—Ese hombre ha cometido una terrible imprudencia —dijo furiosamente el inspector Rewell.
—Pero yo no podía retenerlo. Ni siquiera estaba en casa; simplemente me telefoneó desde el despacho del abogado Hannill. ¿Qué podía hacer? —contestó Edith, muy afligida.
—Me fastidian los hombres que se creen los mejores detectives del mundo y que no son más que vulgares aficionados. Si nosotros, con años enteros de experiencia y una formidable organización a nuestras espaldas, fracasamos en ocasiones, ¿qué pueden hacer los tipos curiosos e imprudentes como Bud Main?
—Inspector, él lo ha hecho con la mejor intención del mundo, para ayudarme —dijo la muchacha, tratando de disculpar a Main.
—Sí, pero a veces las buenas intenciones conducen al fracaso. Benson, ¿falta mucho?
—No, señor —contestó el sargento, sin volver la cabeza desde su puesto de conductor—. Unas dos millas para el pueblo y cinco más hasta Ballymore Hall.
Rewell sacó la pipa y la bolsa del tabaco.
—Teale es un hombre peligroso —dijo—. Fue por venganza, lo admito, pero mató a tres hombres duros a balazos. Además, es terriblemente astuto e inteligente. Ha sabido esconderse durante muchísimo tiempo y no sólo eso, sino que consiguió apoderarse de una verdadera fortuna. Por tanto, no estará dispuesto a que le arrebaten algo que considera como suyo.
Edith se estremeció.
—¿Cree que puede llegar a... a extremos irreparables?
—Esperemos más bien llegar nosotros a tiempo. —Rewell se aplicó durante unos momentos a encender la pipa y luego continuó—: Pero no le ocurrirá nada, muchacha.
—Inspector, ¿está seguro de que se trata de Teale? Rewell hizo un gesto afirmativo.
—No cabe la menor duda. El agente que envié a investigar, consiguió verlo ayer desde lejos con unos prismáticos. Conocía bien a Teale, de modo que no hay error en sus informes. Lo único que me extraña es su enfermedad.
—¿Enfermedad?
—Sí. Teale está en una silla de ruedas, muy delgado y abatido. No sé qué le habrá sucedido..., pero incluso desde una silla de ruedas se puede disparar una pistola.
—Sin embargo, una silla de ruedas no es un vehículo muy apropiado para escapar — objetó la muchacha.
—Puede ayudarle el ama de llaves. ¿No ha dicho usted que sospecha que es cómplice de Teale?
—Sí. Al menos, eso cree Bud. Rewell frunció el ceño.
—Por lo que sé, Mavis Hook es una mujer muy hermosa. Pero no comprendo cómo ha podido enamorarse de un hombre que está en las condiciones físicas de Teale. Además, es muy ardiente...
—Otros calmarán esos ardores —dijo Edith cáusticamente—. Pero sólo Teale puede darle dinero.
—Eso es muy cierto —convino el inspector.
Unos minutos más tarde, se detenían en la puerta de Ballymore Hall. Edith se apeó impetuosamente y abrió, sin necesidad de llamar. Apenas había dado un” par de pasos en el vestíbulo, divisó al ama de llaves.
—¿Dónde está Main? —preguntó. Mavis respingó.
—No sé nada de ese señor —contestó.
Mavis corrió hacia el ama de llaves y le asestó una terrible bofetada que la hizo rodar por tierra.
—¡Miente! —gritó—. Bud Main llegó aquí a mediodía. Dígame dónde está o juro que...
Mavis se sentía estupefacta. El inesperado ataque de la muchacha, aparte del daño físico, la había hecho perder la iniciativa.
Aun así, trató de seguir negando.
—Repito que no he visto al señor Main... Rewell avanzó unos pasos y enseñó su billetera.
—Señora Hook, soy el inspector Rewell de Scotland Yard —se presentó—. Tenemos noticias de que el señor Main ha llegado a esta casa. Por tanto, si no se muestra dispuesta a cooperar, tendré que detenerla, acusada de secuestro.
Mavis se sentó en el suelo, con la mano en la mejilla abofeteada. La presencia de Edith con un policía le hizo ver claramente que todas sus ilusiones eran ya sólo un poco de humo.
De repente, apareció una mujer en la puerta que daba a las habitaciones del servicio.
—El señor Main está en el sótano —informó Millie—. Yo vi cómo el doctor Cadwill y su enfermera lo llevaban. Dijeron que había sufrido un grave ataque y que iban a curarlo.
—¿Y el señor Kethrie? —preguntó Edith.
—También está abajo, señorita.
—Un momento —exclamó Rewell—. ¿Ha dicho usted Cadwill?
—¿Le conoce? —preguntó Edith.
—Sí. Un supuesto genio del trasplante de órganos, que acabó siendo expulsado del Colegio de Médicos, por conducta irregular. Decía que podía trasplantar cualquier cosa...
—De súbito, Rewell sintió que se le ponían los pelos de punta—. ¡Dios mío, hemos de darnos prisa antes de que sea tarde! —exclamó, al darse cuenta de la horrible realidad.
Edith corrió hacia la puerta del sótano.
—¡Está cerrada! —gritó desesperadamente.
Millie señaló al ama de llaves, que continuaba en el suelo.
—Ella puede abrir —dijo.