AGRADECIMIENTOS
Hacer creíble a Ana Arén como inspectora jefa de la Policía Nacional fue un trabajo al que me ayudaron tres buenos amigos —tres grandes agentes enamorados de su profesión— que generosamente me han regalado lo que han vivido y aprendido en todos sus años de servicio en el Cuerpo Nacional de Policía. Esther, Charini y Juan han sido mi comando particular, dispuestos a resolver mis dudas a medida que iba avanzando la novela. ¿En qué brigada puede trabajar Ana Arén si se encarga de desapariciones de niños? ¿Es inspector jefe o inspectora jefa? ¿Dónde se pone la ropa del fallecido en una autopsia? ¿A qué huele un cadáver? ¿Cuánto tiempo tardan en salir gusanos de un cuerpo?
Berna, mi marido fue mi primer lector del texto —fiel y crítico— a medida que iba escribiéndolo. Cuando le envié el final —nunca le dije cómo acababa la historia, para no estropearle la intriga—, estaba de viaje. Se quedó hasta la madrugada despierto, leyendo. Nunca olvidaré el mensaje que me mandó al terminar: «Estoy orgulloso de ti».
Con África Silvelo y su marido, Javier Rodríguez Lázaro, fui testando las partes de la historia que mejor funcionaban. Tenía dudas sobre el encaje del pasado familiar de Ana, pero a Javier le fascinó. «Quiero más», me dijo.
Cuando terminé No soy un monstruo me sentí perdida. ¿Es buena? ¿Funciona el final? ¿Fluye la trama? ¿Se encalla en alguna parte? Tras dejarla reposar un tiempo, le pedí a tres buenas amigas que la leyeran. No puedo agradeceros las alas que me habéis dado, Yolanda Aguilar, Eva Tribiño y Esther Barriga. No me hubiera atrevido a volar sin vuestro cariño y entusiasmo.
Pero faltaba una última pieza. Alguien que viera los engranajes. Que supiera decirme si la tramoya funcionaba. Un escritor. Le mandé el texto a Carmen Posadas. «Dame dos semanas para leerlo», me contestó. No me dio tiempo ni a ponerme nerviosa. Diez días después me mandó un largo correo electrónico que me hizo llorar. Nunca te lo podré agradecer lo suficiente, Carmen.
En el trayecto hasta el libro que tienes en tus manos me reencontré con una buena amiga, Laura Santaflorentina, reconvertida en agente editorial, y a su socia, Palmira Márquez. Gracias infinitas a las dos por hacerme tan fácil este viaje a territorio desconocido.
Un viaje con los mejores avalistas que un escritor podía tener, el jurado del Premio Primavera. Gracias a Carme Riera, Ana Rosa Semprún, Antonio Soler, Fernando Rodríguez-Lafuente y Ramón Pernas por todas las cosas maravillosas que habéis dicho de este libro. Gracias por enamoraros de esta novela y por vuestro cariño y entusiasmo con el texto. Nunca podré olvidarlo.
El último empujón a No soy un monstruo lo ha dado el magnífico equipo de Espasa y Planeta, que han puesto toda su pasión y saber hacer. El entusiasmo de Carles Revés y Myriam Galaz me ha terminado de quitar todos los miedos. El trabajo (a contrarreloj) de David Cebrián y su equipo de comunicación no podía ser mejor. Y la magnífica portada de Ferran López que pone el broche de oro a la novela.
Gracias también a otras personas que me ayudaron con información vital para la trama.
A mi amigo, el periodista e historiador Xavier Riera, que me ilustró sobre la Barcelona romana y medieval, para localizar y ambientar la casa en la que vivió Ana Arén de pequeña.
Al doctor Julio Mayol, Director Médico y de Innovación del Hospital Clínico San Carlos y Codirector del Consorcio Madrid-MIT MVision, a través del cual conocí el proyecto NeuroQWERTY, que investiga la detección precoz del Parkinson en la manera en la que tecleamos. Gracias, Julio, por tu generosidad. Por favor, ayudad a la investigación dejando que estudien de manera anónima vuestra huella de teclado en www.neuroqwerty.com/es.
Y a RENFE por los datos técnicos del AVE. A su jefa de comunicación, Elisa Carcelén Peña, que me puso en contacto con el ingeniero Juan Carlos Luna, quien, pacientemente, contestó a mis preguntas sobre ruedas, fricción y ejes de los trenes de alta velocidad españoles.
Gracias también a las personas a las que les confié esta historia antes de que fuera el libro que tenéis entre las manos. Xavi, Silvia, Dolores, Alba, Paolo, Patricia, Paloma, Pepa, Olga. A mi madre y a mi hermano Xavi.
Y siempre, en todas partes, gracias a la música. Necesitaba sentir el miedo, la angustia, el vértigo, la desesperación, la rabia y el vacío que destroza a los personajes. Algunas de las escenas más duras de este libro las escribí escuchando en bucle la prodigiosa versión que Sílvia Pérez Cruz hace de L’Hymne de l’Amour. Para el resto de la trama —y para tantas otras cosas en la vida— Bruce Springsteen. Siempre.
La última parte la escribes tú, querido lector. Gracias por confiar en esta novela. Gracias por comprar literatura, por leer, por regalar, por compartir. Ahora No soy un monstruo está en tus manos.