24. YO QUE TÚ. DETALLES

Quieres hablar de ti. De cómo eres ahora. Quieres decir, con los ojos abiertos como platos de sorpresa, que puede suceder, te ha sucedido lo que nunca habrías creído posible. El amor ha vuelto, no se había ido nunca: estaba escondido en un rincón, se había agazapado con las manos sobre la cabeza lleno de miedo, pero estaba ahí. Te lo recriminarán. Deberías llevar el luto eternamente, dicen sin decir: qué vergüenza olvidar a las propias hijas. Pero tú inclinas la cabeza y sonríes con tus pequeños dientes: no saben de qué hablan, dices. Olvidar es imposible, pero hay que vivir porque la naturaleza lo ha decidido así: el dolor por sí solo no mata. La ausencia de un amor se arregla con otro amor. Hablas, hablas. Explicas las transformaciones. Recuerdas. Te preguntas. Cómo ha sido posible para una mujer como tú –una abogada de gran éxito, ejecutiva de una multinacional, una mujer culta y cosmopolita, una persona rica en experiencias vitales–, cómo ha sido posible, pues, que no reconocieras el peligro en el hombre que vivía a tu lado. Sobre eso nos detenemos mucho, nos preguntamos mutuamente. ¿Había violencia? No, al menos no física. Había dureza, a veces. Pero de carácter. Cierta frialdad. Un hombre pulcro, precavido, riguroso, prudente. Fiable, por ello: un gran organizador, un hombre que sabía pensar en todo, una seguridad. Muy atento con las hijas, sus hijas: presente, constante. ¿No había señales? No, no las había. O quizá las hubiera, seguro que las había, pero no las reconocí. Era un hombre con una personalidad psicorrígida, dijeron luego los expertos. ¿Sabes qué es un psicorrígido? ¿Cómo se comporta? Empareja los calcetines antes de meterlos en la lavadora, ordena los platos en fila decreciente en el lavavajillas, es un maníaco del orden según su propio orden, dispone los objetos en la mesa siempre del mismo modo, planifica las jornadas tomando notas en un cuaderno, vive la recogida selectiva de residuos como un ritual. Ríes, Irina. El mundo está lleno de hombres así. Hombres que no admiten imprevistos, que regulan los acontecimientos como guardias urbanos de la vida. Mathias era ingeniero. Un ingeniero suizo alemán, vuelves a reír. Brillante, amante de la vela, querido por sus amigos. Un manipulador, desde luego. Alguien que consigue poner a todos de su parte. Lo logró incluso conmigo. Un jugador de ajedrez que te ofrece una copa de vino y te cuenta un chascarrillo divertido mientras te arrincona, pero a ti no te parece que estás en un rincón, te parece que estás justamente donde debes y quieres estar. ¿Me entiendes? Hablas, hablas. Dices que había algún detalle un poco siniestro, pero eran justamente detalles, y no es que todos los psicorrígidos se lleven a sus hijas. Y en todo caso hay que estar atentas, sí, eso es, hay que estar atentas a no considerar normal cada día alguna pequeña vejación nueva, alguna minúscula regla incomprensible pero en el fondo tolerable, hay que estar atentas a no retroceder sin darse cuenta hasta encontrarte en un sitio que ya no es tu sitio pero entonces ya es demasiado tarde. Porque eso es lo que me pasó a mí, dices. Me di cuenta de que ya no era yo, pero estaban las niñas y era demasiado tarde.

Pensé: paciencia, pasará.