34. YO QUE TÚ. AUSENCIA
Sólo al final de todo sé, sabemos ambas, por qué esta historia, tu historia, no es una historia cualquiera –claro que no lo es– y es tan potente. Tan fuerte que cambia a quien la escucha. Me explicas cómo se sobrevive a la ausencia. Cómo se hace para estar sin aquel a quien se ama más que a nadie en el mundo. Cualquiera entiende de qué estamos hablando. No hace falta imaginar la experiencia de verse privado de los propios hijos. Cualquiera sabe el esfuerzo que supone soportar, transformar, convivir con la ausencia de la persona amada. Un trabajo incesante. Una constante batalla. Un asedio, como tú dices. La presencia de quien falta es un asedio.
A veces hay que poder distraerse. Es tan necesario como el sueño, como el agua. Hay que conservar intacta la memoria de los momentos pero no perderse en ellos, no vivir sólo de ellos –en la esperanza, en el engaño de que vuelvan y se transformen de nuevo en presente– y, por tanto, dejar de existir en lo cotidiano, que está en cambio lleno de otras cosas. Todas estas otras cosas las apartas como una molestia. Ignoras los encuentros, evitas las miradas, olvidas las ocasiones. En cambio, es en lo demás donde discurre la vida. Hay que hacer las paces con el destino, sea lo que sea éste. La pelota que no se encuentra con el pie, demasiado pronto demasiado tarde, demasiado tiempo demasiado poco, desencuentros, malentendidos, yo pensaba que tú, y en cambio tú, cómo es posible que no podamos unir nuestras vidas, por qué razón, no ves que está escrito, no entiendes que no habrá jamás una perfección como ésta, que somos precisamente nosotros, cuál es el obstáculo, no puedo creerlo, no puedo rendirme. Pero sí, pero sí. Hay que rendirse, me dices. Lo único más doloroso que no tener al lado a quien se ama es no saber dónde está aquel a quien se ama. No tener siquiera su cuerpo para imaginar que camina por otro lugar.
Te miro, te escucho y todo cambia de luz. Tú eres la piedra de la ausencia. Eres su presencia. Mientras tanto sonríes, y me hablas de amor. Un amor nuevo, otro amor. Lo describes. No le quita nada a todo lo demás; al contrario: te siente, te sostiene, te acompaña, te quita la mochila de la espalda cuando pesa demasiado en la marcha. Te abraza.
Buscar, viajar, ver, tratar de entender cuál es el gran diseño. Eso es lo único que podemos hacer. No detenernos, no ahogar nunca el deseo. Otro paso. Un metro más. Olvidar y recordar. Sacar y volver a traer al corazón.
Eso dices, antes de meter tus cosas en el bolso y marcharte de nuevo. «El amor no se olvida de ti ni siquiera cuando tú lo ignoras. Vuelve, llama a la puerta. Si no respondes te lleva al extremo. Has de tenerle un poco de miedo, pero sobre todo debes mostrarle tu valor. Tienes que estar, cuando llame. Tienes que estar ahí y cuidar de él. Sólo si lo dejas libre de irse puedes verlo volver.»