
CAPÍTULO SIETE
Soy consciente de que hemos perdido más de lo que hemos ganado, nosotros, los orcos. En ese momento, nuestra cultura estaba inmaculada, era inocente y pura. Éramos como niños que siempre habían estado a salvo, que habían sido amados y protegidos. Pero los niños tienen que madurar, y nosotros como pueblo éramos demasiado fáciles de manipular.
Hay un lugar para la confianza; nadie puede acusarme de no saberlo. Pero hay que ser cauteloso con la confianza. Aquéllos que parecen inocentes, pueden engañarnos, e incluso aquéllos en los que creemos con toda nuestra alma, pueden engatusarnos.
Es esa falta de inocencia lo que lamento cuando pienso en cómo deberían ser aquellos días pasados. Y fue nuestra inocencia la que nos guió hacia nuestra caída.
Toda una larga fila de solemnes rostros se giró para mirar a los líderes de los clanes de los orcos reunidos allí. Durotan estaba junto a Draka, con su brazo alrededor de su cintura en gesto de protección, aunque no sabía por qué pensaba que ella la necesitaba. Abrió los ojos sorprendido al cruzar su mirada con la de Drek’Thar y ver algo en la cara de su amigo y asesor que le heló los huesos.
Le hubiera gustado estar con Orgrim. Eran de diferentes clanes y tradiciones, pero no había otro orco en quien confiase más, salvo su prometida. Pero, por supuesto, Orgrim estaba al lado de su jefe de clan, Puño Negro, que observaba a los chamanes allí reunidos con un ligero y oculto enojo.
—Ése lleva demasiado tiempo sin ir de caza —murmuró Draka moviendo la cabeza en dirección a Puño Negro—. Está buscando pelea.
Durotan suspiró.
—Es muy probable. Sólo hay que mirar su cara.
—Nunca había visto a Drek’Thar así, ni siquiera frente al cuerpo destrozado de Madre Kashur —dijo Draka.
Durotan no contestó, se limitó a asentir y siguió observando la escena.
Ner’zhul se dirigió al centro de la multitud que estaba allí reunida. Todo el mundo dio un paso atrás para hacerle lugar. Empezó a caminar en círculos, murmurando. Entonces se paró y levantó las manos. Se produjo una explosión frente a él que se elevó hacia el cielo de tal forma que levantó sonidos de admiración, incluso entre aquéllos que habían visto cosas parecidas antes. Se mantuvo allí, sobre ellos, durante un tiempo y luego se fue haciendo más y más pequeña hasta convertirse en una hoguera mágica.
—Como cae la oscuridad, de diferentes y variadas formas, sentaos junto al fuego —ordenó Ner’zhul—. Que cada clan se siente con los suyos, con sus propios chamanes, que serán llamados para hablar cuando sea el momento adecuado.
—Quizás también quieras que vayamos a matar una bestia para ti —dijo una voz fiera, enojada—. ¡Y que nos tumbemos obedientemente a tus pies por las noches!
Durotan conocía esa voz; la había oído varias veces, cuando era joven, durante los festivales Kosh’harg y gritando tan alto como para helar la sangre durante las cacerías. Era característica e inconfundible. Se volvió para mirar a Grom Grito Infernal, el joven líder del clan Grito de Guerra, y esperó que este arrebato no retrasara en exceso aquello que Ner’zhul tenía que decirles a todos.
Grito Infernal era el primero de su clan, más delgado que otros orcos, pero alto e imponente. Los colores de los Grito de Guerra eran el rojo y el negro y, aunque Grito Infernal no llevaba su armadura, las pieles teñidas en esos tonos enviaban un mensaje imponente, sin lugar a dudas. Cruzó los brazos y miró a Ner’zhul.
Ner’zhul no mordió el anzuelo, sólo suspiró profundamente.
—Muchos de vosotros sentís que vuestro orgullo ha sido ofendido, lo sé. Dejadme hablar y os alegraréis de haber venido. Los hijos de vuestros hijos también se alegrarán de ello.
Grito Infernal gruñó y le brillaron los ojos, pero no dijo nada más. Siguió de pie durante un rato más, luego se encogió de hombros y, como indicando que lo hacía por propia voluntad, se sentó. Su clan hizo lo mismo.
Ner’zhul esperó hasta que se hizo el silencio y entonces empezó a hablar.
—He tenido una visión —dijo— de uno de los antepasados en quien más confío. Me ha revelado una amenaza que espera al acecho como un escorpión venenoso bajo un arbusto en flor. Todos los otros chamanes pueden dar fe de esto, y lo harán, una vez tengan oportunidad de hablar. Me aflige y me enfurece que hayamos sido tan ingenuos.
Durotan no podía sacarse de la cabeza las palabras del chamán, notaba su corazón acelerado. ¿Quién era ese misterioso enemigo? ¿Cómo un rival tan siniestro había escapado a su atención?
Ner’zhul suspiró, mirando hacia el suelo, luego sacudió la cabeza. Su voz era profunda y sonaba con confianza, con una mezcla de tristeza.
—El enemigo del que os hablo son —dijo en tono severo— los draenei.
El caos estalló.
Durotan lo contemplaba, incrédulo. Miró también a su alrededor, buscando la mirada de Orgrim hasta que la encontró. Estaba igual que él, con sus ojos grises abiertos como platos, mostrando la misma sorpresa que él. ¿Los draenei? Estaba seguro de que algo no iba bien. Los gronn, sí, quizás ellos habían descubierto algún conocimiento secreto que podía ser usado contra los odiados orcos… pero no; los draenei, no.
Ni siquiera eran tan combativos como los orcos. Cazaban, sí, eso era cierto, pero porque necesitaban carne de la misma forma que la necesitaban los orcos para sobrevivir. Podrían estar en contra de los gronn y alguna vez habían montado partidas de caza contra ellos. Durotan volvió a pensar en aquel día cuando un ogro, cuyos pasos hacían temblar la tierra, estaba persiguiendo a dos jóvenes orcos y aparecieron de la nada unas altas y azules figuras para salvarlos.
¿Por qué iban a arriesgar sus vidas para salvar a dos niños si fueran tan metódicamente malvados como Ner’zhul creía? No tenía sentido. Nada de esto tenía sentido.
Ner’zhul estaba pidiendo a gritos silencio y nadie le hacía caso. Puño Negro estaba de pie, las venas de su grueso cuello estaban hinchadas, mientras Orgrim hacía todo lo que podía para aplacar a su líder. Entonces, un estruendo tan terrible como para hacer estallar los tímpanos y detener el corazón de un orco atravesó el aire. Grom Grito Infernal estaba también de pie, con la cabeza hacia atrás, el pecho hinchado hacia el frente y la boca tan abierta como la de una serpiente antes de atacar. Nada podía competir con el grito de guerra de Grito Infernal; entonces, todo el mundo calló.
—Dejad que el chamán continúe —dijo Grito Infernal. Tan profundo era el silencio después de su arrebato que todo el mundo pudo oír sus palabras, a pesar de hablar en un tono de conversación normal—. Quiero saber más de este nuevo, y viejo, enemigo.
Ner’zhul sonrió agradecido.
—Sé que esto os asusta. También me sorprendió a mí. Pero los ancestros no mienten. Estos seres, aparentemente benévolos, llevan esperando durante años el momento adecuado para atacamos. Se sienten a salvo en sus extraños edificios hechos de materiales que no comprendemos y esconden secretos que, de conocerlos, nos podrían ser de gran ayuda.
—Pero ¿por qué? —Durotan habló incluso antes de que él mismo se diera cuenta de que lo estaba haciendo. Las cabezas se giraron para mirarlo, pero no dio marcha atrás—. ¿Por qué quieren atacarnos? Si esconden tales y tan bastos secretos, ¿qué quieren de nosotros? ¿Y cómo vamos a derrotarlos si eso es cierto?
Ner’zhul parecía desconcertado.
—Eso, no lo sé, pero sé que los ancestros están preocupados.
—Los superamos en número —gruñó Puño Negro.
—No por mucho —contestó Durotan—. No contra sus conocimientos superiores. Vinieron aquí en un barco que navega entre mundos, Puño Negro. ¿Crees que morirán ante flechas y hachas?
Las espesas cejas de Puño Negro se juntaron formando una expresión de desconcierto. Abrió la boca para replicar.
—Esto ha estado cociéndose a fuego lento durante décadas —interrumpió Ner’zhul, anticipándose a la discusión—. La resolución y la victoria a este problema no llegarán en una sola noche. No os pido ir a la guerra ahora mismo, simplemente que estéis listos para ella. Preparados. Que discutáis con vuestros chamanes lo que tenéis que hacer. Y que abráis vuestras mentes y vuestros corazones ante una unión que nos asegurará el triunfo.
Abrió sus manos de una forma suplicante.
—Somos clanes separados, sí, cada uno con sus propias tradiciones y patrimonios. No os estoy pidiendo renunciar a esa orgullosa historia, simplemente que abráis vuestras mentes a una unidad que haga evolucionar a los clanes, ya poderosos por separado, hacia una fuerza imparable. ¡Todos somos orcos! Roca Negra, Grito de Guerra, Señor del Trueno, Faucedraco… ¿no veis lo poco que significan esas distinciones? ¡Somos los mismos seres! Al final, lo que buscamos es un hogar seguro para nuestros cachorros, tener buena suerte en la caza, compañeras a las que amar y honrar a nuestros ancestros. Somos más parecidos que diferentes.
Durotan sabía que eso era cierto y miró a su amigo. Orgrim estaba detrás de su jefe, alto, imponente y solemne. Cuando sintió que Durotan lo miraba, hizo lo mismo con él y asintió con la cabeza.
Hubo algunos orcos que protestaron ante la inusual amistad de dos aventureros y, Durotan lo tenía que admitir, problemáticos jóvenes. Pero Durotan no sería el que era por aquel entonces de no ser por la firme resistencia de Orgrim y sabía en lo más profundo de su ser que Orgrim sentía lo mismo de él.
Sin embargo, los draenei…
—¿Puedo hablar?
La voz pertenecía a Drek’Thar y Durotan se volvió hacia él, sorprendido. Su pregunta parecía estar dirigida no sólo a su jefe de clan, sino al chamán que había sido mentor de todos ellos. Ner’zhul miró a Durotan, que asintió.
—Mi jefe —dijo Drek’Thar con una voz temblorosa, para sorpresa de Durotan—, mi jefe, lo que Ner’zhul ha dicho es verdad. Madre Kashur me lo ha confirmado.
Los otros chamanes del clan Lobo Gélido asintieron. Durotan los miró. ¿Madre Kashur? Si había alguien en quien Durotan confiaba era en aquella vieja y sabia orca. Entonces se acordó de aquel momento en la caverna, sintiendo el aire frío que no era aire en su cara, escuchando y observando con cada parte de su ser mientras Madre Kashur hablaba con alguien que él no podía ver, pero que sabía que estaba allí.
—¿Madre Kashur dijo que los draenei eran nuestros enemigos?, —preguntó con un tono de incredulidad.
Drek’Thar asintió.
—Ahora es el momento para que los jefes de cada clan escuchen a sus propios chamanes, como Durotan ha hecho —dijo Ner’zhul—. Nos volveremos a encontrar al ocaso y los jefes me comentarán lo que piensan. Ésas son las personas que conocéis y en las que contáis. Preguntadles lo que han visto.
La multitud reunida empezó a dispersarse. Lentamente, mirándose los unos a los otros con cautela, el clan Lobo Gélido volvió a su campamento. Todos juntos se sentaron en círculo y prestaron atención a Drek’Thar, que empezó a hablar despacio y con cuidado.
—Los draenei no son nuestros amigos —les dijo—. Mi jefe… sé que tú y Martillo Maldito de los Roca Negra pasasteis con ellos una noche. Sé que hablasteis bien de ellos. Sé, según puede parecer, que os salvaron la vida. Pero deja que te pregunte… ¿no notaste algo que no encajaba?
Durotan volvió a recordar a aquel ogro corriendo tras ellos, rugiendo con furia, balanceando su garrote. Y, con una sensación muy incómoda, recordó cómo muy, muy rápidamente los draenei aparecieron para rescatarlos, tanto a él como a Orgrim. Cómo no pudieron regresar a casa al ser tan estratégicamente tarde, a punto de anochecer.
Frunció el ceño. Era una forma de ver las cosas un poco retorcida, sin embargo…
—Por su expresión, mi jefe, ¿entiendo, entonces, que la fe de su juventud está empezando a disminuir?
Durotan no respondió, ni siquiera miró al jefe de los chamanes de su clan. Bajó la mirada al suelo, sin querer sentirse así, pero incapaz de detener la duda que penetraba en su corazón, como el frío en los dedos en una mañana de invierno.
En su memoria volvía a hablar con Restalaan y le decía al alto y azul draenei:
—No éramos como somos ahora.
—No, no lo sois —le había dicho Restalaan—. Hemos visto cómo los orcos crecen en fuerza, habilidad y talento. Nos tenéis impresionados.
Sintió de nuevo una aguda punzada, como si aquel cumplido fuera un insulto cuidadosamente trabajado. Como si los draenei se supieran superiores… incluso con su extraña y antinatural piel azul, sus piernas como las de los talbuk, sus largas colas de reptil y sus azules y brillantes pezuñas en lugar de pies decentes como los de los orcos…
—Habla, mi jefe. ¿Qué es lo que recuerda?
Durotan le habló con una dura y pesada voz sobre la fortuita aparición de los draenei y sobre la arrogancia de Restalaan.
—Y… y Velen, su profeta, nos hizo muchas preguntas sobre los orcos, sin dar la sensación de que preguntaba por preguntar. Realmente parecía muy interesado en saber sobre nosotros.
—Por supuesto que lo quería —dijo Drek’Thar—. ¡Menuda oportunidad! Han estado conspirando contra nosotros desde el día en que llegaron. ¿Y encontrar a dos, con el debido respeto, jóvenes e ingenuos orcos para que les contasen todo lo que querían saber? Debió de ser todo un acontecimiento.
Los ancestros no les podían estar mintiendo, especialmente en algo tan importante. Durotan lo sabía. Y ahora que había repasado los sucesos de aquel día y aquella noche sabiendo lo que ahora sabía, era obvio lo sospechosas que habían sido las acciones de Velen. Sin embargo… ¿era Velen tan bueno con sus engaños como para que la sensación de confianza que les transmitió, a Orgrim y a Durotan, les hiciera pensar que todo aquello era una mentira?
Durotan inclinó la cabeza.
—Una parte de mí sigue poniéndolo en duda, sin embargo, amigos míos —dijo en un tono calmado—. Y, sin embargo, no puedo arriesgar el futuro de mi gente por mis dudas personales. Ner’zhul no ha propuesto atacar mañana. Nos ha pedido que nos entrenemos, que estemos alerta, que nos preparemos, y que nos unamos como pueblo. Eso es lo que haré, por el bien del clan Lobo Gélido y el bien de los orcos.
Miró, una por una, las caras preocupadas de los orcos allí presentes, algunos de sus amigos, como Drek’Thar y Draka, bien conocidos y amados.
—El clan Lobo Gélido se preparará para la guerra.