CAPÍTULO DOCE

Todos somos débiles, de una manera o de otra. No importa la especie. Algunas veces esta debilidad es fortaleza disfrazada. Algunas otras es nuestra más profunda perdición. Otras, las dos cosas. El hombre sabio entiende su debilidad e intenta extraer una lección de ella. El tonto deja que la debilidad lo controle y lo destruya.

Otras veces, el hombre sabio es un tonto.

Mientras cabalgaba de vuelta sobre Cazacielo, con las manos tan frías que se preguntaba si sería capaz de soltarlas del grueso y oscuro pelaje de su lobo, Ner’zhul deseaba que la oscura noche se lo tragara. ¿Cómo podía volver con su gente sabiendo lo que les había hecho? Y, por otro lado, ¿cómo podría huir y adónde podría ir para que Kil’jaeden no lo encontrara? Anhelaba amargamente tener el coraje suficiente como para coger el cuchillo ritual que llevaba siempre consigo y dirigir su punta hacia su corazón, pero sabía que no sería capaz. El suicidio no era considerado honorable entre su gente, era una respuesta cobarde ante los problemas. No se le permitiría vivir como un espíritu si tomara esa seductora vía de escape ante los horrores que se le enfrentaban.

Podría seguir fingiendo que no sospechaba nada, e incluso así minar los planes de Kil’jaeden. A pesar de sus enormes poderes, no había percibido ningún indicio de que el llamado —Más Bello— tuviera la habilidad de leer los pensamientos. Esta idea alegró a Ner’zhul un poco. Sí… podría mitigar el daño que este intruso estaba tratando de hacer a su pueblo. Así es como podría seguir sirviéndolo.

Exhausto, tanto física como mentalmente, Ner’zhul entró en su tienda unos instantes antes del amanecer, esperando simplemente dejarse caer sobre las pieles y dormir para olvidar, como mínimo durante un momento, la agonía que él mismo había provocado.

En su lugar, apareció una luz brillante que casi lo ciega y cayó de rodillas.

—¿Entonces me vas a traicionar? —dijo el Más Bello.

Ner’zhul levantó las manos, intentando en vano proteger sus ojos de la asombrosa luz. Su estómago se encogió, temía enfermar de tanto terror. La intensidad de la luz se redujo y bajó las manos. De pie junto a Kil’jaeden estaba el aprendiz de Ner’zhul, sonriendo malévolamente.

—Gul’dan —susurró Ner’zhul en un tono enfermizo—. ¿Qué has hecho?

—He informado a Kil’jaeden de la presencia de una rata —le dijo Gul’dan tranquilamente. Esa sonrisa espantosa no se borró nunca de su cara—. Y, ahora, él decidirá qué hacer con las alimañas que se vuelven en su contra.

Gul’dan todavía tenía nieve sobre sus hombros, motivo por el que Ner’zhul se dio cuenta de lo que había pasado. Su aprendiz, hambriento de poder, lo había seguido, pero ¿cómo podía Ner’zhul no haber visto algo tan obvio durante tanto tiempo? Había oído las palabras de los ancestros. Y aun así seguía fiel a Kil’jaeden, ¿después de oír las mismas cosas que Ner’zhul había oído? Por un momento, los miedos y preocupaciones por sí mismo desaparecieron y Ner’zhul sólo sintió una oleada de compasión por un orco capaz de caer tan bajo.

—Me hiere —dijo Kil’jaeden. Ner’zhul lo miró, sorprendido—. Yo te escogí, Ner’zhul. Te entregué mis poderes. Te enseñé qué tenías que hacer para mejorar a tu pueblo y para asegurarte de que nunca más fueran menospreciados en este mundo.

Ner’zhul habló sin pensar.

—Me has engañado. Me has enviado falsas visiones. Has maldecido a los ancestros y todo lo que representaban. No sé por qué motivo haces todo esto, pero sé que no es por amor a mi pueblo.

—Sin embargo, están floreciendo. Ahora están unidos, por primera vez en muchos siglos.

—Unidos bajo una mentira —dijo Ner’zhul. Estaba aturdido por su rebelión. Se sentía bien. Quizás, si continuaba, Kil’jaeden perdería la paciencia y lo mataría, con lo que el problema de Ner’zhul quedaría resuelto.

Pero Kil’jaeden no respondió con la rabia asesina que Ner’zhul esperaba. En cambio, el ser suspiró profundamente y sacudió su cabeza, como un padre decepcionado con su hijo desobediente.

—Todavía puedes recuperar mi confianza, Ner’zhul —dijo Kil’jaeden—. Tengo una tarea para ti. Si la completas, pasaré por alto tu falta de fe.

Los labios de Ner’zhul se movían. Quería gritar su rebelión, pero esta vez las palabras no le salían. Se dio cuenta de que el momento había pasado. No quería morir, no más que cualquier otro ser vivo sano, por lo que decidió permanecer callado.

—¿Qué pasa con los problemas que me genera el jefe del clan Lobo Gélido? —continuó Kil’jaeden—. No sólo él, porque hay otros que murmuran en contra de lo que está sucediendo, como aquél que empuña el Martillo Maldito y también algunos orcos de los clanes Alacuchilla y Caminarojo. No sería un problema si esas opiniones contrarias pertenecieran a orcos inofensivos, pero muchos de ellos no lo son. El éxito de mi plan no debe correr ningún riesgo. Por lo que garantizaré su obediencia.

—No es suficiente con que juren lealtad —prosiguió Kil’jaeden. Se tocó la mejilla con un dedo largo y rojo, pensativo—. Son demasiados los que se sienten atraídos por la idea de cambiar el significado de honor y juramento.

—Debemos… asegurarnos su cooperación, por ahora, y para siempre.

Los pequeños ojos de Gul’dan brillaban.

—¿Qué es lo que usted sugiere, el Más Grande?

Kil’jaeden sonrió a Gul’dan. Ahora Ner’zhul ya podía ver el vínculo que se había creado entre ellos, que la estima que sentía Kil’jaeden por Gul’dan era de una manera que nunca había sido por Ner’zhul. Kil’jaeden había tenido que utilizar mentiras y engaños para seducir y atraer a Ner’zhul hacia su causa; con Gul’dan simplemente tenía que hablar abiertamente.

—Hay una manera —les dijo Kil’jaeden a ambos chamanes—. Una manera de hacer que estén ligados a nosotros para siempre. Que nos sean siempre leales.

Ner’zhul pensaba que se había acostumbrado al horror después de lo que los ancestros le habían revelado, pero ahora se dio cuenta de que era capaz de experimentar un nuevo nivel de conmoción mientras escuchaba a Kil’jaeden trazar su plan. Siempre ligados. Siempre leales.

Siempre esclavizados.

Miró a los ojos encendidos de Kil’jaeden y no le vinieron las palabras. Un movimiento hubiera sido suficiente, lo sabía, pero no fue capaz ni siquiera de hacer eso. En su lugar, se limitó a mirar, paralizado, como un pájaro frente a una serpiente.

Kil’jaeden suspiró profundamente.

—¿Entonces rechazas tu oportunidad de redención ante mis ojos?

Al oír las palabras de Kil’jaeden, fue como si le retirasen un hechizo. Las palabras que se habían quedado atoradas en su garganta salieron rápidamente fuera y, aunque sabía que significaban su perdición, Ner’zhul no hizo nada por detenerlas.

—Rechazo por completo condenar a mi pueblo a la esclavitud eterna —gritó.

Kil’jaeden lo escuchó, entonces asintió con su enorme cabeza.

—Ésa es tu elección. También has escogido las consecuencias. Eres consciente de ello, chamán. Tu elección no evita nada. Mis deseos se llevarán a cabo. Tu pueblo seguirá siendo esclavo. Pero, en lugar de liderarlos y convencerlos para que estén a mi lado, serás obligado a ser un simple e inútil observador. Creo que eso será más dulce que matarte.

Ner’zhul abrió la boca para hablar, pero no pudo. Kil’jaeden entrecerró sus grandes ojos y Ner’zhul no pudo, ni siquiera, moverse. Sabía que incluso su corazón, que golpeaba violentamente su pecho, latía simplemente por la voluntad de su señor Kil’jaeden.

¿Cómo había llegado a ser tan tonto y crédulo? ¿Cómo no había podido ver a través de las mentiras?

¿Cómo podía haber confundido una ilusión creada por este monstruo con el espíritu de su querida compañera? Las lágrimas brotaron de sus ojos y se deslizaron por sus mejillas, solo, también consciente, porque Kil’jaeden se lo permitía.

Kil’jaeden le sonrió; entonces, lenta y deliberadamente, dirigió su atención a Gul’dan. Incluso en su miserable estado, Ner’zhul se sintió levemente reconfortado de no haber seguido nunca a Kil’jaeden con la expresión que Gul’dan ahora mostraba, la de un cachorro famélico y ávido de elogios.

—No tengo por qué seducirte con bonitas mentiras, ¿verdad, mi nuevo siervo? —dijo Kil’jaeden, hablando casi con cariño a Gul’dan—. No te arrugas ante la verdad.

—No, mi señor. Vivo para cumplir su voluntad.

Kil’jaeden se rió entre dientes.

—Si te tuviera que seducir con mis mentiras, así lo haría. Pero tú vives por el poder. Por el hambre de poder. Por la sed de poder. Y, durante los últimos meses, tus habilidades han crecido tanto que puedo hacer buen uso de ellas. La nuestra no es una asociación basada en la adoración o el respeto, sino en la conveniencia y el beneficio egoísta. Lo que quiere decir que seguramente será duradera.

Diversas emociones se dibujaron en la cara de Gul’dan. Parecía no saber cómo reaccionar ante las palabras de Kil’jaeden y Ner’zhul se alegró de la confusión que mostró su antiguo aprendiz.

—Como… como quiera —balbuceó Gul’dan finalmente; luego con más determinación dijo—: Dígame lo que quiera que haga, y juro que lo haré.

—No tengas ninguna duda de que mi deseo es exterminar a los draenei. Por qué lo quiero hacer no es asunto tuyo. Sólo necesitas saber que ése es mi deseo. Los orcos lo están haciendo moderadamente bien, pero pueden hacerlo mejor. Deberían hacerlo mejor. Un guerrero es tan bueno como sus armas y, Gul’dan, tengo la intención de darte a ti y a tu gente armas como las que nunca habíais visto. Quizás pase algo de tiempo; serás educado primero, antes de estar en condiciones de enseñar a los demás. ¿Estás listo y preparado?

Los ojos de Gul’dan brillaban.

—Listo para empezar las lecciones, el Más Glorioso, y verás lo buen discípulo que soy.

Kil’jaeden se echó a reír.

Durotan estaba cubierto de sangre, en gran parte suya. ¿Qué había pasado?

Todo había progresado de forma normal. Habían encontrado la partida de caza, descendieron sobre ellos, iniciaron su ataque y esperaron a que el chamán usara su magia para luchar contra los draenei.

Pero no fue así. En su lugar un orco Lobo Gélido tras otro fueron cayendo bajo las brillantes espadas y la magia azul y blanca de los draenei. En un momento, Durotan vio cómo Drek’Thar estaba luchando desesperadamente, usando nada más que su vara.

¿Qué pasaba? ¿Por qué el chamán no venía en su ayuda? ¿En qué pensaba Drek’Thar? Él sólo manejaba su vara un poco mejor que un joven orco, ¿por qué no usaba su magia?

Los draenei lucharon con rabia, aprovechando las oportunidades que la inexplicable inanición de los chamanes les otorgaba. Atacaron con más fuerza que nunca; sus ojos brillaban pensando, quizás, en su primera victoria. La hierba resbalaba con la sangre derramada, y los pies de Durotan perdieron el equilibrio. Se cayó y su oponente alzó la espada.

Aquél era el momento. Moriría en una batalla gloriosa. El problema es que no consideraba que aquella batalla lo fuera. Por simple instinto, levantó su hacha para parar el golpe que se le venía encima; le temblaba el brazo, pues había recibido un profundo corte en la junta de la armadura. Miró a los ojos de aquél que se disponía a matarlo.

Y reconoció a Restalaan.

En ese momento, los ojos brillantes del capitán de la guardia de los draenei lo reconocieron y detuvo su golpe. Durotan jadeaba tratando de recuperar el aliento y la energía para levantarse y continuar la lucha. Restalaan dijo algo en su ululante lengua y todos y cada uno de los draenei se detuvieron casi a medio golpe.

Cuando Durotan se puso en pie, vio que sólo había un puñado de sus guerreros con vida. Un par de minutos más de batalla y los draenei hubieran asesinado a toda la partida, mientras que sólo se contaban dos o tres bajas en su propio bando.

Restalaan se giró hacia Durotan. En su desagradable rostro se podían ver varios sentimientos: compasión, asco, arrepentimiento, determinación.

—Por el acto de compasión y honor que mostraste con nuestro Profeta, Durotan, hijo de Garad, tú y aquellos de tu clan que aún están con vida no serán maltratados. Tratad a vuestros heridos y volved a vuestras casas. Pero no esperéis recibir este acto de misericordia otra vez. El honor ha sido ya restablecido.

Durotan movió el brazo como si tuviera mucho que beber mientras le supuraba sangre de las heridas profundas. Se obligó a sí mismo a permanecer de pie por pura voluntad hasta que los draenei dieron media vuelta y desaparecieron en el horizonte. Una vez fuera del alcance de su vista, no fue capaz de obligar a sus piernas a aguantarlo durante más tiempo y se desplomó sobre sus rodillas. Tenía varias costillas magulladas o rotas y cada vez que respiraba un dolor punzante lo atravesaba.

—¡Durotan!

Era Draka. Ella también había sido gravemente herida, pero su voz era fuerte. Una sensación de desahogo se apoderó de Durotan. Gracias a los ancestros ella estaba todavía viva.

Drek’Thar se apresuró hacia él y puso sus manos sobre el corazón de Durotan, murmurando en voz baja. El calor inundó a Durotan y el dolor se mitigó. Respiró de forma profunda y revitalizante.

—Por lo menos me han dejado sanar —dijo Drek’Thar tan suavemente que Durotan no estaba del todo seguro de haber oído esas palabras.

—Atiende a los demás y luego hablaremos —le dijo Durotan. Drek’Thar asintió, sin mirar a su líder a los ojos. Junto con los otros chamanes se apresuraron a curar con su magia a tantos heridos como pudieron, y tratar con pomadas y vendajes a aquéllos que no podían ser tratados con hechizos. Durotan todavía estaba herido pero, como no era nada que amenazase su vida, ayudó al chamán.

Cuando Durotan había hecho todo lo que podía, se levantó y miró a su alrededor. No menos de quince cuerpos estaban tendidos sobre la hierba verde, incluido Rokkar, su segundo. Durotan agitó su cabeza con incredulidad.

Tendrían que volver con literas para poder transportar a los caídos hasta su tierra. Tendrían que quemarlos en una pira, entregar sus cuerpos al fuego, sus cenizas al aire, para ser consumidos por el agua y la tierra. Sus espíritus irían a Oshu’gun, y los chamanes conversarían con ellos sobre asuntos de profunda importancia.

¿Lo harían? Algo terrible había sucedido y ya era hora de saber qué pasaba.

Una repentina sensación de ira lo inundó hasta sus adentros. A pesar de lo que los ancestros le habían dicho, algo dentro de él continuaba pensando que este ataque contra los draenei había sido un grave error. Se volvió hacia Drek’Thar, que estaba sentado tragando agua, lo agarró y con un profundo gruñido lo hizo ponerse en pie.

—¡Ha sido una masacre! —gritó Durotan, sacudiéndolo con furia—. ¡Quince de los nuestros yacen muertos frente a nuestros ojos! La tierra está profundamente empapada con su sangre, ¡y no he visto a ningún chamán utilizar sus habilidades para ayudarnos en la batalla!

Por un momento Drek’Thar no podía ni hablar. El campo de batalla estaba mortalmente silencioso mientras todos los Lobo Gélido observaban el resultado. Un instante después, con voz resquebrajada, Drek’Thar respondió:

—Los elementos… no quisieron estar de nuestro lado esta vez.

Durotan entrecerró los ojos. Todavía agarrando a Drek’Thar por la parte delantera de su jubón de cuero, le preguntó al chamán, que tenía los ojos completamente abiertos y esperaba en silencio:

—¿Eso es verdad? ¿No han querido prestarnos su ayuda en la batalla?

Con la mirada aturdida y enfermiza, el chamán asintió con la cabeza. Uno de ellos dijo con la voz temblorosa:

—Así es, gran líder. Se lo he pedido a cada uno de ellos, uno a uno. Me dijeron que… que no era equilibrado, justo, y que no nos permitían utilizar más sus poderes.

Un silbido de ira rompió el estado de perplejidad de Durotan. Se giró para ver la cara enfurecida de Draka.

—¡Esto es más que una señal! ¡Es un chillido, un grito de guerra, que nos advierte de que lo que estamos haciendo está mal!

Lentamente, tratando de comprender la magnitud de lo que había pasado, Durotan asintió con la cabeza. Si no fuera por la misericordia que Restalaan había mostrado al verlo, él y todos los miembros de la partida de guerra yacerían ahora en el suelo, enfriándose poco a poco. Los elementos les habían negado la ayuda. Habían condenado las acciones por las que el chamán los invocaba.

Durotan respiró hondo y sacudió la cabeza, como si quisiera sacar de ella los pensamientos oscuros.

—Vamos a llevar a los heridos a sus hogares tan rápido como podamos. Y luego… luego enviaré varias cartas. Si lo que me temo es cierto, que no sólo los elementos han abandonado a los chamanes de clan Lobo Gélido por lo que estamos haciendo a los draenei, entonces deberemos enfrentamos a Ner’zhul.