
CAPÍTULO ONCE
Ner’zhul… Gul’dan. Dos de los nombres más siniestros que han mancillado la historia de mi pueblo. Y, sin embargo, Drek’Thar me cuenta que una vez Ner’zhul fue admirado, incluso amado, y que realmente se preocupaba por aquella gente para la que era un líder espiritual. Es difícil reconciliar estas palabras con lo que Ner’zhul se convirtió, pero lo intento. Lo intento porque quiero comprender.
Y, sin embargo, aún intentándolo… no lo consigo.
—¿Qué?
El grito de indignación de Ner’zhul hizo que Gul’dan, su aprendiz, se estremeciera. Durotan no se inmutó.
—He liberado al profeta Velen —dijo el líder del clan Lobo Gélido tranquilamente.
—¡Las órdenes eran hacerlo prisionero, a él y al resto! —La voz de Ner’zhul sonaba más fuerte con cada palabra. Había sido tan sencillo, tan fácil. ¿En qué estaba pensando Durotan? ¡Había desechado esta oportunidad como se hace con los huesos una vez devorada toda su carne! ¿Cuánta información podrían haber conseguido de Velen? ¿Qué tipo de poder de negociación sobre los draenei habría comprado?
Pero este pensamiento fue rápidamente eclipsado por el abrumador horror con el que Kil’jaeden iba a reaccionar. ¿Qué haría cuando supiera que Velen no había sido capturado? El bello ser se había quedado, aparentemente, complacido ante la perspectiva cuando Ner’zhul le explicó el plan. Enardecido por el orgullo de su ingenio, pensando que la victoria estaba asegurada, Ner’zhul se había atrevido a ofrecerle a Velen como regalo a Kil’jaeden. Ahora, ¿qué iba a suceder? El chamán no pasó por alto el hecho de sentir miedo en lugar de disgusto al llevarle noticias decepcionantes.
—Me pusiste a cargo de la captura y los capturé —contestó Durotan—. Pero no hay ningún honor al capturar a un prisionero que se entrega por voluntad propia. Querías que fuéramos fuertes como pueblo, y no como clanes individuales, pero no podemos serlo sin un código de honor que sea inviolable, es decir…
Durotan continuó hablando con su ronca y profunda voz, pero Ner’zhul ya no lo escuchaba. En ese instante, en ese momento congelado en el tiempo, Ner’zhul se dio cuenta, de repente, de que Kil’jaeden no sería el benévolo espíritu que parecía ser. Durotan, perdido en sus propias palabras mientras explicaba la naturaleza de su decisión, no advirtió la falta de atención del chamán. Pero Ner’zhul sitió la mirada de Gul’dan sobre él y otro miedo brotó en su interior, el de que Gul’dan fuera testigo de sus primeros indicios de duda.
¿Qué es lo que debería hacer? ¿Cómo puedo servir mejor?
¿Por qué Rulkan no se me aparece más?
Parpadeó y volvió en sí mismo cuando se dio cuenta de que Durotan había dejado de hablar. El gran líder del clan estaba mirando atentamente a Ner’zhul, esperando que el chamán hablara.
¿Cuál es la mejor forma de manejar esto? Durotan estaba bien considerado entre los clanes. Si Ner’zhul castigaba a Durotan por su decisión, serían muchos los que responderían con simpatía por el clan Lobo Gélido. Podría abrirse una pequeña brecha en la nación orco unida que había intentado hacer… la Horda. Por otro lado, si tolerase los actos de Durotan, sería un duro golpe y un insulto a los que habían apoyado fervientemente su posición de que los draenei debían morir.
No podía decidirse. Miró fijamente a Durotan, que comenzó a fruncir el ceño ligeramente.
—Mi maestro está tan dominado por la ira que no puede hablar, —dijo Gul’dan con su suave voz. Tanto Durotan como Ner’zhul se volvieron para mirar al joven chamán—. Has desobedecido una orden directa de tu líder espiritual. Vuelve a tu campamento, Durotan, hijo de Garad. Mi maestro te enviará pronto una carta para trasmitirte su decisión.
Durotan miró a Ner’zhul; su cara mostraba claramente su antipatía por Gul’dan. Ner’zhul se recompuso, tomó coraje y esta vez, cuando buscó las palabras, las encontró.
—Vete, Durotan. Me has disgustado y, aún peor, has disgustado al ser que tanto nos ha ayudado. Tendrás noticias mías muy pronto.
Durotan hizo una reverencia, pero no se marchó inmediatamente.
—Hay una cosa que te traigo —dijo. Le ofreció un pequeño bulto a Ner’zhul. El chamán lo aceptó con manos temblorosas y esperó desesperadamente que ambos, Durotan y Gul’dan, interpretaran el temblor como un síntoma de furia en lugar de miedo.
—Se lo quitamos a los prisioneros —continuó Durotan—. Nuestro chamán cree que deben de tener algún poder que podríamos usar en contra de los draenei.
Vaciló un momento más, como esperando alguna palabra más de Ner’zhul. Cuando el silencio se prolongó por mucho tiempo y se hizo incómodo para todos, volvió a hacer una reverencia y se marchó. Por un largo momento, ni el maestro ni el aprendiz hablaron.
—Maestro, por favor, perdone mi interrupción. Vi que estaba tan abrumado que no podía hablar y temí que el niño Lobo Gélido malinterpretase su ira por indecisión.
Ner’zhul le lanzó una mirada inquisitiva. Las palabras sonaban sinceras. El rostro de Gul’dan también parecía sincero. Aun así…
Hubo un tiempo en el que Ner’zhul hubiera confesado sus dudas a su aprendiz. Había confiado en él y lo había instruido durante años.
Pero en aquel momento, atormentado por la incertidumbre, como intentando avanzar con el viento en contra, Ner’zhul tenía una cosa muy clara. No quería que Gul’dan viera ningún rastro de debilidad en él.
—De hecho, estaba abrumado de rabia —mintió Ner’zhul—. El honor no sirve de nada si hiere a tu gente.
Se dio cuenta de que estaba agarrando fuertemente el fardo que le había dado Durotan. Gul’dan estaba mirándolo con ansia.
—¿Qué le ha traído Durotan para tratar de calmar su enfado?, —preguntó Gul’dan.
Ner’zhul lo miró con aire de superioridad.
—Lo examinaré yo primero y se lo mostraré a Kil’jaeden, aprendiz —dijo con frialdad. Estaba esperando una reacción y temía verla.
Por un breve instante, un sentimiento de odio se dibujó en el rostro de Gul’dan. Entonces el joven orco hizo una reverencia y dijo compungido:
—Sin lugar a dudas, maestro. Ha sido muy arrogante por mi parte esperar algo así; no siento más que curiosidad, y nada más, por saber si el jefe de los Lobo Gélido ha traído algo de valor.
Ner’zhul se mostró menos intransigente. Gul’dan lo había servido bien y lealmente durante muchos años y, de hecho, sería su sucesor cuando llegase el momento. Estaba sobresaltado.
—Por supuesto —dijo Ner’zhul más cortésmente—. Ye te explicaré si aprendo algo. Después de todo, tú eres mi aprendiz, ¿no es así?
Gul’dan recuperó la compostura.
—Lo serviría en lo que hiciera falta, maestro. —Más contento, volvió a inclinarse y dejó a Ner’zhul solo.
Ner’zhul se sentó pesadamente sobre las pieles que le servían de cama. Acomodó el fardo sobre su regazo y rezó una oración a los ancestros para agradecer el hecho de que, aunque Durotan no había entregado al líder de los draenei, quizás había conseguido obtener algo de valor.
Respiró hondo, desenrolló el paquete y se quedó boquiabierto. Eran dos gemas envueltas entre suaves pieles. Con cautela, Ner’zhul tocó la de color rojo y volvió a inspirar profundamente.
Energía, excitación y una sensación de poder corrieron a través de él. Sus manos ardían en deseos de agarrar un arma y, aunque no había tenido la necesidad de hacerlo durante años, anhelaba golpear algo. De alguna manera sabía que, llevando este cristal consigo, su propósito sería verdadero. ¡Menudo regalo para los orcos! Tendría que ver cómo podría utilizar esta caliente y roja pasión para luchar, que se escondía en el interior de la piedra, para sus propósitos.
Le supuso un gran esfuerzo de voluntad poder separarse del cristal rojo. Respiró profundamente, tratando de calmarse a sí mismo mientras su mente se aclaraba.
La amarilla sería la siguiente.
Ner’zhul la agarró. Entonces, tenía una ligera idea de lo que podía suceder. De nuevo, sintió cómo emanaba calor y una sensación de poder. Pero, esta vez, no hubo excitación ni urgencia. Mientras sostenía el cristal amarillo, su mente se aclaró y comprendió que hasta ahora había visto las cosas como desde un valle lleno de niebla. No pudo encontrar las palabras para describirlo, pero sintió una pureza, una claridad, una precisión para con todo. De hecho, fue tan vivo, tan claro, que Ner’zhul empezó a percibir esa apertura de su mente de una forma dolorosa.
Dejó caer el cristal sobre su regazo. Su brillante y afilada claridad se desvaneció un poco.
Ner’zhul sonrió. Si no tenía al mismísimo Velen como regalo para Kil’jaeden, como mínimo podía ofrecerle esos preciosos objetos para calmar la ira del magnífico ser.
Kil’jaeden estaba furioso.
Ner’zhul temblaba por la ira y, postrado sobre la tierra, murmuraba:
—Perdóneme… —mientras Kil’jaeden ardía en cólera. Cerró los ojos, anticipando un dolor como el que nunca había experimentado, cuando la rabia cesó de repente.
Con cautela, Ner’zhul se arriesgó a mirar a su benefactor. Kil’jaeden se mostraba, una vez más, sereno, equilibrado y tranquilo, y como bañado en un resplandor.
—Estoy… decepcionado —murmuró el Más Bello. Cambió el peso de su cuerpo de una de sus enormes pezuñas a la otra—. Pero sé dos cosas. El líder del clan Lobo Gélido es el responsable. Y tú nunca, nunca más, volverás a confiarle una tarea importante como ésta.
Una sensación de alivio recorrió el cuerpo de Ner’zhul y, de lo poderosa que fue, casi se desmaya.
—Por supuesto que no, mi señor. Nunca más. Y… encontramos estos cristales para usted.
—Son de poca utilidad para mí —dijo Kil’jaeden. Ner’zhul se estremeció—. Pero creo que tu gente los encontrará muy útiles en su lucha contra los draenei. Porque ésa es vuestra lucha, ¿no es así?
El miedo volvió a golpear fuertemente el corazón de Ner’zhul.
—¡Sin lugar a dudas, señor! Es la voluntad de los ancestros.
Kil’jaeden lo miró por un momento, sus brillantes ojos emanaban llamas.
—Ésa es mi voluntad —dijo simplemente, y Ner’zhul asintió frenéticamente.
—Por supuesto, por supuesto, ésa es su voluntad, y lo obedeceré en todas las cosas.
Kil’jaeden parecía satisfecho por la respuesta y asintió con la cabeza. Entonces se marchó y fue cuando Ner’zhul se hundió, limpiándose la cara húmeda con el sudor del terror.
Por el rabillo del ojo vio cómo se movía algo blanco. Gul’dan lo había visto todo.
Hemos estado planeando un ataque desde hace algún tiempo y anoche, cuando la pálida dama no brillaba, descendimos con determinación sobre la pequeña y dormida ciudad. No dejamos a nadie con vida, ni siquiera a los pocos niños que encontramos. Sus suministros, comida, armaduras, armas y algunos objetos extraños de los que no sabíamos nada, son ahora un botín compartido por dos clanes unificados. Su sangre, azul y espesa, se seca ahora sobre nuestros rostros y bailamos para celebrarlo.
El mensaje decía más cosas, pero Ner’zhul no las leyó. No tenía por qué hacerlo. Aunque los detalles fueran diferentes, la esencia de las cartas era siempre la misma. Un ataque con éxito, la gloria de la muerte, el éxtasis por la sangre derramada. Ner’zhul le echó un vistazo a la pila de cartas que había recibido esa misma mañana: siete en total.
Cada mes que pasaba, incluso a través de los largos y duros meses del frío invierno, los orcos se volvían más diestros matando draenei. Habían aprendido mucho de sus enemigos con cada una de sus victorias. Las piedras que Durotan había entregado a Ner’zhul probaron su valor también. Ner’zhul trabajaba con ellas, al principio solo y luego en compañía de otros chamanes. Llamaron a la piedra de color rojo Corazón de Furia y descubrieron que, cuando el líder de un grupo de ataque la llevaba consigo, no solamente él combatía con más energía y destreza, sino que todos los orcos bajo su mando lo hacían también. Se pasaban la piedra de clan a clan cada luna nueva y era un instrumento muy codiciado. Sin embargo, Ner’zhul sabía que nadie se atrevería a robarla para sí mismo.
Llamó a la segunda piedra Estrella Brillante y descubrió que, cuando un chamán llevaba este cristal, él o ella experimentaban un profundo estado de claridad y determinación. Mientras que Corazón de Furia aumentaba las emociones, Estrella Brillante las calmaba. El proceso intelectual se volvía más rápido y preciso, y la concentración se volvía difícil de romper. El resultado era una magia más poderosa, un control más exacto… una clave más para la victoria de los orcos. La deliciosa ironía de estar usando la magia draenei en su contra aumentó la moral de los orcos rápidamente.
Pero todas estas cosas no animaban a Ner’zhul. El repentino destello de duda que lo había estremecido mientras hablaba con Durotan lo había sacudido hasta la médula. Se defendió ante las sospechas, aterrorizado por el hecho de que alguien como Kil’jaeden pudiera leer sus pensamientos. Pero las dudas llegaron, como gusanos retorciéndose en un cadáver, y lo perseguían en sus sueños y pensamientos más débiles. Kil’jaeden se parecía mucho, mucho a los draenei. ¿Sería posible que fueran, de alguna manera, lo mismo? ¿Y que él, Ner’zhul, estuviera siendo usado en una especie de guerra civil?
Una noche, se dio cuenta de que no podía soportarlo más. En silencio, se vistió y despertó a su lobo, Cazacielo, que se estiró y parpadeó adormilado.
—Ven, amigo mío —dijo cariñosamente Ner’zhul mientras se sentaba sobre el lomo de la gran criatura. Nunca antes había ido a lomos de su lobo a la montaña sagrada. Siempre había ido caminando, como era tradición. Pero necesitaba estar de vuelta antes de que nadie se diera cuenta y estaba seguro de que la urgencia de su misión mitigaría la ofensa con los ancestros.
Era ya casi primavera, la hora del festival Kosh’harg estaba cerca, pero la primavera parecía lejos todavía mientras el frío viento mordía la nariz y las orejas de Ner’zhul. Se acurrucó, aprovechando el calor del enorme lobo, escondiéndose lo mejor que podía del viento y la nieve.
El lobo continuó avanzando a través de montones de nieve rápida y constantemente. Por fin, Ner’zhul se asomó y consiguió ver el triángulo perfecto de la Montaña de los Espíritus; entonces sintió que su corazón se libraba de un gran pesar. Por primera vez en meses, sentía de verdad que estaba haciendo lo correcto.
Pensó que Cazacielo tendría alguna dificultad para subir, por lo que le ordenó que parase y permaneciera allí; el lobo se hizo un ovillo y se acurrucó con fuerza. Ner’zhul no pensaba quedarse allí más de un par de horas y se apresuró a subir la montaña con más soltura de lo que había hecho en mucho tiempo; su bolsa, cargada de odres de agua, pesaba en su espalda y su corazón estaba lleno de expectación.
Debería de haber hecho esto hacía mucho tiempo. Debería de haber ido directo a la fuente de sabiduría, como los chamanes antes que él habían hecho. No tenía ni idea de por qué no había pensado en hacerlo antes.
Al fin llegó a la entrada y se detuvo antes de cruzar su óvalo perfecto. Aunque estaba ansioso por llegar hasta los ancestros, sabía que debía honrar el ritual. Encendió el manojo de hierbas secas que llevaba y dejó que su suave aroma purificara sus pensamientos. Luego dio un paso hacia delante, murmurando un hechizo para encender las antorchas que se alineaban en el pasillo. Ner’zhul había caminado ese pasillo más veces de las que podía recordar y sus pies se movían constantemente, como por su propia voluntad. Bajando el retorcido y alisado camino, el corazón del Ner’zhul latía con esperanza a medida que avanzaba dentro de la oscuridad.
Pareció tomarle más tiempo de lo habitual advertir el aumento de luz. Ner’zhul entró en la caverna y pensó que, de alguna manera, la luz que emanaba la piscina sagrada parecía más débil de lo que había sido en el pasado. Ese pensamiento lo inquietaba.
Respiró hondo y se reprochó a sí mismo. Estaba trayendo sus propios y externos temores a ese lugar sagrado, nada más. Se acercó a la piscina, sacó los odres de agua de su bolsa y vació su contenido. El suave chapoteo del agua era el único sonido que se escuchaba y parecía un eco.
Su ofrenda había sido completada, Ner’zhul se sentó en la orilla del agua y esperó con la mirada perdida en sus profundidades radiantes.
No pasó nada.
No se asustó. A veces los ancestros se tomaban su tiempo para responder.
Pero, a medida que pasaba más tiempo, la inquietud empezaba a revolver el corazón de Ner’zhul. Emocionado, habló en voz alta.
—Ancestros… queridos difuntos… yo, Ner’zhul, chamán del clan Sombraluna, líder de vuestros hijos, he venido para hablar… no, para suplicar vuestro consejo. He… he perdido la senda de vuestra luz. Los tiempos son oscuros y temerosos, incluso aunque seamos cada vez más fuertes y estemos más unidos como pueblo. Dudo del camino que he tomado y exhorto vuestra orientación. Por favor, si alguna vez habéis amado y cuidado a aquéllos que han seguido vuestros pasos, venid aquí, ahora y ¡aconsejadme para poder guiar bien a los orcos!
Su voz temblaba. Sabía que sonaba perdido y patético, y por un momento un orgullo testarudo lo hizo ruborizar y sentir vergüenza. Pero entonces, esa sensación se esfumó por el conocimiento de que se estaba preocupado por su pueblo, quería hacer lo que fuera correcto para ellos y en ese momento no tenía ni idea de qué podría ser.
La piscina empezó a brillar. Ner’zhul se inclinó hacia adelante con entusiasmo, sus ojos examinaban la superficie y, en el agua, vio un rostro que lo miraba fijamente.
—Rulkan —suspiró. Por un instante su imagen se volvió borrosa por las lágrimas que inundaron sus ojos. Parpadeó y su corazón se sacudió de dolor al ver la mirada en sus ojos fantasmales.
Era odio.
Ner’zhul retrocedió como si hubiera sido golpeado. Otros rostros empezaron a aparecer en el agua, docenas de ellos. Y todos ellos tenían la misma expresión. Sintió náuseas y gritó:
—¡Ayudadme, por favor! ¡Dadme vuestra sabiduría para poder ganarme de nuevo el favor de vuestros ojos!
Las facciones severas de Rulkan se suavizaron un poco y fue con un ligero tono de compasión con el que le habló.
—No hay nada que puedas hacer, no ahora, ni en cien años, para ganar el favor en nuestros ojos. Ya no eres el salvador de tu pueblo, sino el traidor.
—¡No! —gritó—. No, dime qué tengo que hacer y lo haré. No es demasiado tarde, no puede ser demasiado tarde…
—No eres lo suficientemente fuerte —dijo otra voz masculina, retumbando—. Si lo fueras, nunca habrías llegado tan lejos por este camino. No habrías sido tan fácilmente manipulable por aquél que no ama a nuestra gente.
—Pero… no lo entiendo —murmuró Ner’zhul—. Rulkan, ¡tú viniste a mí! ¡Te hice caso! Tú, Grekshar… ¡me aconsejaste! ¡Kil’jaeden era aquél al que querías que siguiera! ¡El Gran Amigo de todos los orcos!
Rulkan no respondió a eso, no tenía que hacerlo. A pesar de que las palabras brotaban de sus labios, comprendió hasta dónde había sido engañado.
Los ancestros nunca se le habían aparecido. Todo había sido una artimaña inventada por Kil’jaeden, fuera quien o lo que fuera. Tenían razón al no confiar en Ner’zhul ahora. No se podía confiar en ningún chamán al que fuera tan fácil engañar para arreglar las cosas. Todo había sido una elaborada red de mentiras y engaños y manipulación. Y él, Ner’zhul, había sido el primer estúpido insecto en quedar inextricablemente atrapado en ella.
Cerca de un centenar de draenei habían muerto ya. No había vuelta atrás sin la ayuda que solicitaba a los ancestros. No podría confiar en ninguna de sus visiones otra vez, más allá de entender que fueran simples mentiras. Lo peor de todo es que había entregado a su gente en las manos de alguien que, a pesar de su justa apariencia y sus palabras melosas, no tenía buenas intenciones en aquello que le pasaba por el corazón.
Incluso mientras miraba fijamente a los ojos fantasmales de su amada, ella se apartó de él. Uno por uno, los miles de rostros que se reflejaban en el agua siguieron su ejemplo.
Ner’zhul se estremeció de horror al pensar lo que había hecho. No podía hacer nada para arreglarlo. Nada que pudiera hacer, salvo continuar por el camino que Kil’jaeden tenía tan cuidadosamente ideado para él y rezar a los ancestros que ya no lo escuchaban para que de alguna manera, de alguna manera, la cosas salieran bien. Hundió la cara entre sus manos y se lamentó.
Agazapado en la oscuridad de un recodo del túnel, Gul’dan escuchaba los sollozos de su maestro y sonrió para sus adentros.
Kil’jaeden agradecería la información.