Joan Miró
El otro gran personaje que vincularé siempre a aquellos primeros años en La Bonanova no estuvo hospedado en casa de mis padres. No le hacía falta alguna siendo, como era, vecino del barrio, la casa de Joan Miró de Son Abrines, con el enorme estudio diseñado por Josep Lluis Sert, fue una de las primeras que se construyeron en las afueras de Palma, en la loma que mira hacía las playas de Illetas. Luego, durante los años sesenta y primeros de los setenta, aquello se acabó cubriendo de monstruosos hoteles distribuidos de manera anárquica en un homenaje a la especulación del suelo y la corrupción municipal, pero cuando Joan Miró llegó a Son Abrines las cosas eran muy diferentes. Fue una verdadera lástima que el pintor no tuviera la precaución de comprar todo el terreno disponible en aquel entonces aunque, desde luego, no hubiera podido hacerse con todo el litoral de Poniente de la isla.
La relación entre Miró y CJC no fue cotidiana, pero sí mucho más intensa de lo que cabría suponer. Se trataba de un caso de mutuo respeto y admiración. En lo tocante a mi padre, había influido en él, y no poco, el enorme aprecio que tenía Picasso por Miró y, por lo que hace a éste, debía proceder de una cierta envidia ante la manera de mi padre de enfrentarse a la vida. Porque Joan Miró mostraba con un candor infantil, a todas horas, su enorme timidez. Apenas era capaz de contradecir a nadie y sólo en muy concretas oportunidades, cuando en su presencia se estaban diciendo tonterías acerca del arte, se animaba a enrojecer y mirar con gesto ceñudo, que era su manera de mostrarse enfadado. A Joan Miró le encantaba ver el contraste de CJC abriéndose camino por el mundo con la seguridad de un rompehielos durante la primavera boreal.
Hubo también un número de homenaje de Papeles de Son Armadans a Joan Miró. En realidad fue el primero de todos esos números especiales y al pintor le hizo mucha ilusión que se le dedicase a él. Pero quedaba pendiente un espinoso detalle. El ejemplar debía incluir una entrevista al homenajeado y Joan Miró era el paradigma perfecto de un personaje al que no se puede en forma alguna entrevistar. Ante cualquier pregunta, fuera la que fuese, se quedaba pensativo un buen rato y luego contestaba con un monosílabo, más bien inconcreto por lo general («¿Si?», «¡Ah!», «Uf...»). A veces soltaba una palabra entera («¡Caray!»), pero nada más. Pero cualquiera que lea la entrevista que le hizo CJC a Joan Miró en el número de homenaje de Papeles pensará que miento. Miró se muestra en ella comunicativo, ingenioso y hasta brillante. Cuando CJC le enseñó las pruebas de imprenta, el pintor se quedó maravillado y contentísimo. Es una entrevista excelente. Y puede serlo, porque tanto las preguntas como las respuestas son del propio CJC. Mi padre le interrogaba, esperaba un rato, le sugería por dónde salir y Miró, muy aliviado, decía que sí afirmando vehemente con la cabeza. La fórmula resultó tan eficaz que Miró le pidió a mi padre si no le podía echar una mano alguna que otra vez con otras entrevistas pendientes. No sé en qué quedaron al fin.