10
Me despierto desorientada. Estoy tumbada en el suelo del salón de mi apartamento. Miro a mi alrededor y suspiro hondo muy preocupada. Hacía seis años que no sufría un ataque de pánico. Me levanto con el cuerpo agotado y hambrienta. Me quito el bolso y compruebo si tengo algún corte o herida de cuando me desplomé en el suelo. El gesto ha sido algo mecánico. Hace años tenía estos ataques muy a menudo y algunas costumbres se interiorizan para siempre.
Miro el reloj del horno y compruebo que son más de las cinco. Eso tampoco me sorprende. Después de un ataque pierdo el conocimiento y me quedo dormida durante horas, como si toda la tensión agotase por completo mi cuerpo y necesitase recargar la batería. Además, siempre, siempre, me levanto hambrienta.
Abro el frigorífico, cojo un bol con sobras y me siento en uno de los taburetes de la isla de la cocina. Quería saber qué se siente estando con una hombre de verdad… pues ya tengo la respuesta. Es algo instintivo, abrumador, como si te arrollara un tren de mercancías. Además, ni siquiera estoy segura al ciento por ciento de que no tenga novia. Él no se cansó de repetir que no era cierto y, desde luego, a ella no pareció importarle que Jackson me follara contra una pared en sus narices.
Resoplo y hundo el tenedor en los macarrones con queso.
Uno de los efectos de los ataques de pánico es la lucidez con la que me levanto. Mi mente cae reseteada y se despierta dispuesta a analizar todo con sumo detalle. Si Natalie no es su novia, y dejando al margen todo lo que ha pasado hoy, mi plan puede seguir en pie, puedo seguir pidiéndole que me enseñe a dejar de ser una ratoncita.
Aprieto los labios pensativa y me levanto de un salto.
Sé lo que tengo que hacer.
Suspiro con fuerza frente al enorme edificio de la Sexta Avenida y entro armándome de valor. El guardia de seguridad me saluda y cruzo el vestíbulo con paso rápido y discreto hacia los ascensores. Al salir, la oficina iluminada de Colton, Fitzgerald y Brent alumbra toda la planta.
Empujo una vez más la pesada puerta de cristal y avanzo por el hall. Un leve suspiro se escapa de mis labios cuando veo que el despacho en el que me encerré vuelve a tener las paredes intactas y no hay rastro del extintor. Si no hubiese sido tan intenso, viendo esto, podría decir que lo he soñado.
Llego hasta la puerta de Jackson. Está entreabierta y yo demasiado nerviosa. Respiro hondo y me encamino sin pensarlo dos veces. No quiero darles la oportunidad a más mujeres despampanantes para que me pillen por sorpresa.
Llamo al marco y me asomo con cautela. Jackson está sentado a su mesa. Al verme, abandona su elegante estilográfica de platino sobre los documentos que revisaba y se deja caer sobre su sillón de ejecutivo. Alza sus increíbles ojos verdes e inmediatamente atrapa los míos. Aunque claramente juegue en mi contra, es el hombre más guapo que he visto en mi vida.
—¿Podemos hablar?
Jackson se humedece el labio inferior fugaz y finalmente asiente despacio. Yo también asiento, necesito un poco más de valor, y comienzo a caminar tratando de parecer segura.
—¿Qué quieres, Lara?
Su pregunta exigente y cortante me detiene en seco. Tengo la sensación de que tiene clarísimo cuál es la respuesta.
—¿Natalie es tu novia? —pregunto alzando la barbilla, demostrándole que no pienso amilanarme.
Jackson me observa durante unos segundos que se me hacen eternos.
—Ya te lo dejé claro —responde sin variar un ápice su tono—. Ella no es mi novia.
—Perdona que tuviera mis dudas —me quejo mordaz.
Me asesina con la mirada y en seguida me doy cuenta de que ese no es un camino por el que me interese seguir.
—Entonces, ¿por qué me lo dijo? —inquiero.
—No lo sé, ni tampoco me importa. Me acuesto con Natalie de vez en cuando y ella piensa que eso le da algunos derechos. Se equivoca —sentencia implacable—, pero no pienso perder el tiempo explicándoselo.
Aparto mi mirada tratando de analizar sus palabras. La verdad es que tiene sentido: una mujer espectacular encaprichada de Jackson y él sin ni siquiera tomarse las molestias de aclararle las cosas.
—¿Y si yo quisiese proponerte algo? —me armo de valor para pronunciar.
Jackson se levanta, otra vez despacio, irradiando toda esa seguridad. Rodea la mesa y se apoya hasta casi sentarse en el borde. Tomándome por sorpresa, tira de mi muñeca y me coloca entre sus piernas. A esta distancia sus ojos son demasiado verdes, así que, prudentemente, aparto la mirada concentrándola en mis manos. No puedo dejar que me embauque hasta que diga todo lo que he venido a decir.
—Algo como qué —susurra.
Su voz instintivamente me hace alzar la cabeza y, al encontrarme con su mirada, sé que estoy perdida.
Maldita sea.
Jackson me dedica una media sonrisa sexy y arrogante y, engreído, disfruta de que ahora mismo sólo pueda mirarlo a él.
—Lo que te dije en el club es verdad —me obligo a decir suplicándome a mí misma no tartamudear—: quiero dejar de ser una ratoncita.
—¿Y cómo pretendes que yo lo consiga?
Me está torturando. Algo en su mirada me dice que sabe perfectamente a qué me refiero.
—Nunca me había sentido así —confieso—. El sexo nunca había sido tan intenso y esta mañana no sé si fue por ti o por la situación o por las cosas que dijiste, pero nunca me había sentido así —repito volviéndome a sentir abrumada sólo con recordarlo.
Jackson se inclina suavemente sobre mí y ladea la cabeza buscando mi boca. Se detiene cerca, muy cerca. El corazón comienza a latirme con fuerza y ya sólo puedo mirar sus labios.
—No te quepa duda de que fue por mí —sentencia en un ronco susurro, negándome su beso una vez más.
Yo suspiro al borde de la combustión espontánea y trato de recomponerme lo más rápido posible.
—Hay un chico, un hombre —rectifico nerviosa—. Quiero que deje de verme como una niña.
Jackson vuelve a mantener silencio sin dejar de observarme, otra vez tratando de leer en mí.
—¿Quién es? —pregunta al fin.
Ahora la que guarda silencio soy yo. Me muerdo el labio inferior. No sé si puedo contárselo.
—Si voy a hacer esto, quiero saber por quién —me advierte.
No hay amabilidad en su voz, ni interés en aparentarla.
—Connor Harlow —murmuro.
—Connor Harlow —repite calibrando cada letra.
—¿Lo conoces?
—Es sólo un gilipollas más de Glen Cove. Hace poco su empresa ha empezado a trabajar para mí.
Me molesta lo que ha dicho, pero rápidamente calmo mi enfado y no le doy importancia. Para Jackson Colton muy pocas personas están a la altura de Jackson Colton.
—¿Aceptas? —inquiero impaciente.
Jackson recupera su vaso, le da un trago y lo deja sobre la mesa de impecable diseño. Se ha asegurado de que siga el movimiento y yo, sin ni siquiera saber por qué, lo he hecho. Simplemente quiere demostrar quién tiene el control aquí.
—Habrá unas normas.
—¿Unas normas? —murmuro—. ¿Como un contrato o algo así?
Mi imaginación está volando libre.
—No voy a hacerte firmar ningún contrato, Lara —replica con una media sonrisa de lo más impertinente, riéndose claramente de mí. Me lo merezco—. Quiero dejar claras algunas cosas, para evitarnos complicaciones.
Sin duda alguna ha usado el plural de cortesía. No creo que Jackson sea del tipo de hombres que no conoce el terreno que pisa.
—No son negociables —me advierte—. Son mis normas y tú tienes que decidir si las aceptas.
Llevo un labio sobre el otro tratando de reunir toda la seguridad que soy capaz. Si hay algún momento para parecer una ejecutiva de Microsoft es este.
—Lo mantendremos en secreto.
Asiento antes de que pueda terminar.
—Veo que eso no va a ser un problema para ti —comenta con aire burlón.
—Tus padres no pueden enterarse, Jack.
La simple idea hace que se me encoja el estómago.
—Mis padres, ¿y qué me dices de Allen? Me cortaría los huevos si supiese todo lo que estoy pensando hacerle a su hermanita.
Sonríe con cierta malicia y las piernas me tiemblan de nuevo. No puedo dejar de imaginar todas esas cosas que quiere hacerme.
—¿Y qué hay de tus amigas? —pregunta.
Tuerzo el gesto. Dylan y Sadie son mis mejores amigas. Nunca les he ocultado nada.
—Va a ser difícil.
—Lara. —Mi nombre en sus labios no deja resquicio de duda.
Asiento de nuevo. Tiene razón.
Sin ningún disimulo, me recorre de arriba a abajo con la mirada antes de volver a atrapar la mía. Sus ojos se oscurecen y al mismo tiempo se vuelven más cálidos.
—Con respecto al sexo —continúa—, sé lo que me gusta y siempre he tenido lo que he querido. Si aceptas, aceptarás lo que quiera, cuando quiera.
Instintivamente trago saliva. Una punzada de excitación comienza a palpitar con fuerza en mi sexo.
—Suena muy egoísta —replico en un susurro.
No aparto la mirada. Quiero ser valiente y, sobre todo, demostrárselo.
—Lo es —contesta con una sonrisa ante mi brote de franqueza—, pero, sinceramente, no quiero tener que llevarte a cenar cada vez que quiera echarte un polvo.
Se merece una bofetada, pero lo cierto es que me siento aún más excitada y curiosa. No necesita andarse con jueguecitos. Puede permitirse ser así de directo. De todas formas, por muy apetecible que suene, ese «lo que quiera, cuando quiera» implica muchas cosas sobre las que tengo que recapacitar.
—Esa condición tengo que pensármela.
—Me resultaría raro que aceptaras sin más —se apresura a contestar.
Por lo menos está siendo compresivo, creo que por primera vez desde que toda esta locura comenzó.
—¿Y cuál es la tercera norma? —inquiero al ver que no continúa.
—Esto es sexo, Lara. No hay más. No somos novios. No vamos a quedarnos a dormir abrazados y no voy a enamorarme de ti.
Así es Jackson Colton, brutalmente sincero, y lo cierto es que tengo que agradecerle que corte de raíz todas las fantasías que mi mente se ha empeñado en crear desde que volvimos a encontrarnos. Sin embargo, no puedo evitar que pique un poco. No tiene ni la más mísera duda de lo que significo para él. Resoplo mentalmente. Yo tampoco tengo ninguna duda de lo que significa para mí. Le odio y le deseo, no hay más. Él es Apolo y yo soy Prometeo robando el secreto del fuego. Voy a aprender a jugar y no podría haber maestro mejor. Sentir un poco de vértigo es completamente normal.
—Dime que lo has entendido —me ordena.
Su mirada es fría, pero al mismo tiempo tiene tan claro lo que quiere que resulta hipnótico.
—Lo he entendido —musito sin desunir nuestras miradas.
Es dominante. Es arrogante. Es distante. Y, en contra de mi sentido común, no podría resultarme más sexy.
—¿Lo de llamarte señor sigue en pie? —pregunto.
Jackson se humedece el labio inferior y una media sonrisa se cuela en sus labios.
—Dilo.
—Señor Colton.
Mi respiración vuelve a acelerarse.
Jackson se inclina sobre mí, toma el bajo de mi falda con una de sus manos y la levanta con sus ojos fijos en el movimiento.
—Otra vez.
—Señor Colton —murmuro.
Mueve la otra mano y me acaricia con el reverso de los dedos por encima de mis bragas, despacio, torturador. Un suave gemido se escapa de mis labios.
—Dilo otra vez.
—Señor Colton —prácticamente jadeo.
Sonríe de nuevo y se aparta de mí sin ninguna piedad, dejándome con las piernas temblorosas y demasiado excitada para recordar siquiera mi nombre.
—Si aceptas —me dice mientras rodea su mesa de nuevo, con un tono de voz completamente neutral, como si no acabara de acariciarme bajo la falda—, ve esta noche al 497 de la 50 Este.
Todo me da vueltas.
—A las diez en punto —sentencia.
Suspiro hondo y me permito observarlo un segundo más antes de salir de su despacho. Tengo mucho en que pensar y varias horas, pero, sobre todo, tengo poco más de una hasta que cierren las tiendas. Normalmente es Erin quien compra mi ropa y, si lo hago yo misma, es siguiendo el consejo de las chicas. Finalmente me decido por Bloomingdale’s y sus once plantas. Necesito un vestido elegante, sexy y espectacular. Por una vez quiero ser yo, con mi metro sesenta, quien le deje embobado.
Ya en mi apartamento, me doy una ducha y me seco el pelo con el secador y mucho cuidado. Delante del espejo sonrío enfundada en mi vestido rojo. Ese color me trajo suerte en la fiesta de Easton. No me vendría de más esta noche.
Termino de arreglarme y a las diez menos cuarto estoy tomando un taxi hasta la dirección que me dio Jackson. La curiosidad parece crecer conforme nos acercamos manzana a manzana a la 50 Este, pero también la ansiedad. Es un lugar desconocido. Odio los lugares desconocidos. Creo que Jackson me ha citado precisamente de esta manera y precisamente en ese lugar para ponerme a prueba. Si soy capaz de hacerlo, también le estaré demostrando cuántas ganas tengo de hacerlo.
Me bajo del coche y respiro hondo. Miro a mi alrededor. No hay nada mínimamente parecido a un restaurante o a un club. Bajo un soportal, distingo en la oscuridad a un hombre de al menos dos metros con un impecable traje negro. Tiene aspecto de portero, pero ¿de dónde? Lo observo un momento y me acerco resuelta a preguntar. Quizá él pueda aclararme si al menos estoy en la dirección correcta.
A unos pasos, trago saliva y sopeso la posibilidad de darme media vuelta. Es un completo extraño y uno con cara de muy pocos amigos.
La recompensa merecerá la pena, Archer.
Respiro hondo. Puedo hacerlo.
—Disculpe… —me obligo a decir.
Apenas he pronunciado la palabra cuando abre una puerta gruesa de acero que parece salir de la nada. Yo miro hacia el interior con recelo.
—El señor Colton la está esperando —me informa.
Automáticamente frunzo el ceño. ¿Sabe quién soy? Respiro hondo de nuevo. Mi cuerpo empieza a tensarse. Haciendo un esfuerzo titánico, me armo de valor y doy un paso hacia el interior. La puerta se cierra de golpe y me quedo completamente a oscuras. Mi respiración se acelera. El corazón va a estallarme en el pecho.
No puedo.
No soy capaz.
No puedo.
Y entonces otra puerta se abre y un impresionante club se despliega ante mí. La suave voz de un hombre cantando, casi susurrando, Earned it,[15] de The Weeknd, me inunda por completo. Doy un paso más. Todo es hipnótico, sensual, espectacular. Sin saber cómo, mi cuerpo se relaja. Abro las manos y sólo entonces me doy cuenta de que había cerrado los puños con fuerza y miedo cuando me quedé a oscuras.
La sala toma forma frente a mí. Hay una barra inmensa en un extremo y, al otro, una decena de mesas perfectamente distribuidas bajo la discreta y sensual luz de unas pequeñas lámparas. Todo es negro y rojo con pequeños toques dorados. Al fondo hay un escenario. Un suspiro de pura sorpresa me corta la respiración cuando la voz que escucho se personaliza en el propio The Weeknd. ¡Es él! No alguien cantando como él. A su lado, media docena de bailarinas vestidas únicamente con lencería negra de seda y pedrería bailan sensuales a su alrededor.
Todo es sofisticado y, sobre todo, sexy, muy sexy.
—Debe de ser Lara Archer —me saluda una de las camareras vestidas de pin-up—. Mi nombre es Becca. Bienvenida al Archetype. El señor Colton la está esperando.
Asiento algo conmocionada. ¿Qué clase de club es este? Ella me hace un amable gesto para que la siga y comenzamos a caminar. Estoy aturdida, pero, por primera vez en veintiún años, la curiosidad está ganando a la ansiedad. Atravesamos un complicado entramado de pasillos y nos detenemos frente a una puerta. La camarera me hace un nuevo gesto señalándola y, sin más, desaparece con una sonrisa.
Yo miro la madera color champagne y alzo la mano. Agarro el suave picaporte y abro. Respiro hondo una vez más, pero ya no estoy asustada.
Una sala casi tan grande como la que he dejado atrás se abre ante mí. Todo vuelve a ser negro, rojo y dorado, pero toda el aura de sensualidad del ambiente ha subido un escalón más. Ahora el escenario es redondo y está en el centro de la sala. La música es la misma y otras cinco mujeres vestidas exactamente igual que las anteriores bailan con idéntica sensualidad. Un espectáculo servido en bandeja para las personas que las observan tumbadas o sentadas en unas enormes camas con dintel. Del techo caen sábanas que les dan cierta intimidad, pero están pensadas para jugar, para que tengas que prestar verdadera atención, para despertar tu curiosidad, ya que lo que ocurre en esas camas es perfectamente visible. En algunas hay parejas; en otras, más de dos personas.
Un gemido de auténtico placer corta el ambiente. Me giro despacio, aturdida, excitada, y lo hago justo a tiempo de ver cómo un hombre guapísimo levanta la fusta de piel negra que tiene en la mano derecha y vuelve a golpear a una mujer en el pecho. Ella está atada de pies y manos a los postes de la cama, absolutamente entregada, con el pelo cayéndole como una cascada sobre la piel perlada de sudor, absolutamente sumida en el placer. Él se pasea a su alrededor solo con los pantalones de su traje a medida, dejando ver un cuerpo escultural. Al pasarse la mano por el pelo mientras la contempla, centra toda mi atención en su melena negra hasta la nuca. Por un momento dejo que mi imaginación vuele libre y los adivino hace unos minutos con esa misma mata de pelo entre las piernas de la mujer, besándola, llevándola a un placer exclusivo, y los dedos de ella perdidos en el pelo de él, tirando, gritando, gimiendo.
En ese momento el hombre la azota entre las piernas y ella se deshace por completo.
—Aquí puedes hacer todo lo que desees.
La voz de Jackson transformada en un susurro lleno de una sensualidad sin límites tiene un eco directo en mi sexo. Su cálido aliento baña mi oído. Está a mi espalda, cerca, muy cerca, peligrosamente cerca. Alza la mano y recorre mi brazo con el reverso de sus dedos mientras su miembro se despierta pegado a mi trasero.
—Y también puedo hacer todo lo que quiera contigo.
Por Dios, su voz, su voz es lo mejor de todo.
Jackson agarra mi muñeca con posesión y brusquedad y tira de mí para que lo siga. Atravesamos la sala. Diferentes camas, diferentes personas, y no puedo evitar fijarme en todas ellas; cuerpos arqueándose contra las sábanas de seda, embestidas duras, sin piedad… manos, bocas, piernas, sensualidad, placer, deseo.
Uau.
Subimos unas escaleras. Hay decenas de personas en ellas, observando. Las mujeres se fijan y murmuran cuando ven a Jackson, pero él ni siquiera las mira, exactamente como hizo con aquella chica en Atlantic City, y ese simple gesto llama poderosamente mi atención. Así es Jackson Colton. El animal más salvaje y bello del mundo. Las chicas mueren por él y él ni siquiera les presta un segundo de atención.
Una de las mujeres alza la mano, pero la retira a punto de tocarlo. Sabe que no es buena idea. Nadie toca a este dios del Olimpo sino es su deseo. Las pobres mortales tenemos que esperar nuestra oportunidad.
Accedemos a una nueva sala más pequeña e íntima. Jackson me suelta en el centro de la estancia y camina hasta un precioso mueble vintage que hace de bar. Se sirve una copa en un vaso bajo y se sienta en un sofá de piel rojo oscuro.
Yo lo observo nerviosa. No sé qué es lo que quiere que haga. Trago saliva y doy un paso en su dirección. Sin embargo, él me chista a la vez que niega con la cabeza y separa el carísimo cristal de sus labios.
Me detengo obediente y, haciendo un esfuerzo más que titánico, tomo aire y trato de mantener mi descontrolada libido a raya. Si él puede jugar, yo también. Se supone que ese es el quid de la cuestión. Aprender del mejor.
—Yo también me tomaría una copa —murmuro.
Jackson me dedica su media sonrisa y, sin levantar sus ojos de los míos, se levanta y camina hasta mí. Se detiene apenas a un paso y, con ese gesto tan familiar que me incendia por dentro, me toma de la muñeca y tira de mí hasta que nuestros cuerpos se chocan. Contengo un suspiro y le mantengo la mirada. Puedo jugar.
Jackson se mantiene en silencio, misterioso, y se lleva su copa a los labios, observándome por encima del cristal. Por Dios, su mirada está fabricada de pura fantasía erótica. Se inclina sobre mí; otra vez pienso en sus besos, pero en lugar de sus labios noto el cálido whisky derramándose en mi boca. Es tan sensual… Sus dedos se hacen aún más posesivos en mi muñeca y yo disfruto de su suave aliento, del licor y del incipiente deseo que me recorre por dentro.
Cierro los ojos para digerir todo el placer. Noto sus dedos liberar mi muñeca y, cuando vuelvo a abrirlos, Jackson está sentado de nuevo en el elegante sofá. Por lo menos he conseguido mantenerme en pie, aunque mi cuerpo actualmente esté construido de llamas y pura excitación.
—Ya tienes tu copa —pronuncia arrogante—. Ahora di lo que tengas que decir.
—Tengo dudas.
—¿Sobre qué? —pregunta increíblemente tranquilo, como si discutiera esta clase de temas con chicas inexpertas todos los días.
Probablemente no sea la primera. Aparto ese tema de mi mente. Me niego a pensar en eso ahora.
—Sobre las normas.
—Te dije que no eran negociables —me recuerda, y su voz se ha endurecido.
—Y no quiero negociarlas —replico—, sólo circundarlas —añado moviendo ligeramente la mano, tratando de discernir si es o no la palabra adecuada.
—¿Circundarlas? —repite a la vez que sonríe sexy y yo me derrito un poco—. Te escucho.
Tomo aire. No puedo dejar que me despiste. Tengo que decir lo que he venido a decir.
—Lo que quieras, cuando quieras, significa que, si acepto, ¿voy a convertirme en tu sumisa? ¿Vas a atarme y todo eso?
Mi voz se ha ido desvaneciendo conforme llegaba al final de la frase. Si su simple proximidad consigue que mi imaginación vuele libre, su proximidad, el que esté vestido con ese impecable traje negro y esa impecable camisa negra y el tener que estar hablando de este tema después de todo lo que he visto en este mismo club, es un cóctel explosivo.
—No quiero una sumisa —responde de nuevo con la misma sonrisa en los labios.
Sin duda alguna le divierte la manera en la que veo toda esta situación. Eso no me hace ninguna gracia. No soy ninguna cría.
—Soy muy dominante —continúa, y no puedo evitar que una sonrisa fugaz se cuele en mis labios—, creo que ya te has dado cuenta, pero no quiero una sumisa, al menos no en el sentido estricto. Es tan sencillo como que quiero que hagas todo lo que quiera cuando quiera y me des las gracias por ello.
Uau.
—Eso se parece bastante a la definición de una sumisa.
—Si así lo consideras…
En ese preciso instante oigo un ruido tras de mí. Me giro confusa y frunzo el ceño al ver entrar a Natalie, la misma chica que dijo que era su novia. Me mira de arriba abajo con una taimada sonrisa en los labios mientras camina encaramada otra vez a unos elegantísimos tacones de aguja. Alza la mano y saluda a Jackson discretamente, pero él ni siquiera la mira, sigue con sus ojos clavados en los míos. Se coloca frente a él y, sin más, se abre el estilizado batín morado que lleva y deja que caiga a sus pies, quedándose completamente desnuda. Yo contemplo la escena boquiabierta, como si lo observase todo a través de la pantalla de un televisor.
Jackson aparta su mirada de la mía y la lleva hasta los ojos de Natalie; ni siquiera en el movimiento observa una milésima de segundo su cuerpo desnudo. Le hace un imperceptible gesto con la cabeza y ella desaparece por una de las puertas laterales.
Yo sigo a la despampanante mujer con la mirada. No entiendo nada de lo que acaba de pasar. Él dijo que no era su novia. Recuerdo cristalinamente cómo me lo hizo comprender en su despacho, pero, entonces, ¿qué relación tienen? Las dudas que conseguí arrinconar después del ataque de pánico vuelven como un ciclón.
Jackson ladea la cabeza y me observa. ¿Qué pretende que diga, que piense? Yo le mantengo la mirada mientras digiero la sensación de que no estoy al nivel. La ratoncita de biblioteca no está al nivel.
Respira hondo, Archer, y no te amilanes.
—Esta relación o acuerdo o lo que sea esto, ¿será exclusiva? —pregunto tratando de sonar segura, incluso un poco exigente.
—¿Estás hablando de monogamia?
Asiento. Es la palabra exacta. Y ahora mismo es lo que necesito saber urgentemente. Necesito un urgente «sí» para ser exactos. Porque, aunque Jackson sea el camino y no el fin, no sé cómo me sentiría teniendo que compartirlo.
Él se echa hacia delante y deja su copa sobre la pequeña mesa frente al sofá.
—No te acostarás con otros hombres, Lara —sentencia—. Mientras esta relación o acuerdo o lo que sea dure —continúa riéndose claramente de mí. Estoy completamente convencida de que él sabe perfectamente lo que es esto—, tú eres mía.
Trago saliva. Sus palabras han vuelto a conseguir que todo me dé vueltas.
—¿Y qué hay de ti? —inquiero.
—Lo que yo haga no te concierne.
Frunzo el ceño confusa. ¿Cómo puede pensar que no me concierne que tenga sexo con otras mujeres? Además, yo no puedo acostarme con otros hombres, pero él sí tiene esa libertad para usarla, por ejemplo, con Natalie.
—Eso no es justo —protesto.
—No me gusta ser justo con las mujeres y tampoco lo necesito. Desnúdate —me ordena.
Vuelvo a fruncir el ceño. A este paso necesitaré un bote entero de crema antiarrugas para esa parte específica de mi cara.
—No usaste condón —le recuerdo—. Tomo la píldora, pero quiero que uses condón.
—Te follaré como quiera, Lara. Y ahora, desnúdate. No me hagas volver a repetírtelo —me advierte.
Sus palabras me enfadan. Me enfadan muchísimo. De pronto recuerdo cuánto le odio y por qué le odio.
—No voy a acostarme contigo si no usas condón. No quiero estar follándome indirectamente a todas las mujeres con las que te vayas a la cama mientras yo te pertenezca. —Las últimas palabras las pronuncio con desdén, no puedo evitarlo y, además, se lo merece.
Jackson sonríe, una sonrisa llena de atractivo pero también de malicia que consigue descolocarme.
Se levanta y, caminando hacia mí, se quita la chaqueta. Sin dejar de mirarme, se deshace de los gemelos y lentamente se remanga las mangas por encima del antebrazo lleno de masculinidad. Me esfuerzo en no suspirar, en no mirarlo embobada, pero me lo está poniendo realmente complicado. Tiene un cuerpo increíble y la forma tan sexy en la que el pantalón le cae sobre las caderas tampoco ayuda.
Se acerca todo lo posible sin llegar a tocar mi cuerpo. Su calor me envuelve por completo, me sacude. Da un último paso y yo involuntariamente lo doy hacia atrás. Quiero seguir enfadada. Jackson alza las manos, las apoya en la pared y me acorrala contra ella. No me toca, pero puedo sentirlo de tantas maneras que mi sentido común se diluye hasta desaparecer por completo.
—¿Qué quieres? —susurra justo antes de acariciar su nariz con la mía.
Mi cuerpo se estremece y se me eriza el vello. Alzo la boca buscando la suya, casi desesperada, pero él se separa apenas unos centímetros y niega con la cabeza.
—Dímelo —me ordena volviendo a acercarse, dejando que sus labios estén muy cerca de los míos, seduciéndome.
—A ti, que me beses.
Jackson sonríe y yo gimo sin estar completamente segura de poder mantenerme de pie. El deseo lo ocupa todo y no hay espacio para nada más.
—Pues tendrías que haber obedecido.
¿Qué?
Sin más, se aleja de mí, se termina su copa de un trago y, sin mirar atrás, desaparece por la misma puerta por la que lo hizo Natalie.
Yo resoplo absolutamente decepcionada y enfadada y excitada. ¡Maldita sea! Me llevo las palmas de las manos a las mejillas tratando de ordenar mis ideas y acabo colocándolas en las caderas. ¿Adónde ha ido? ¿Por qué se ha marchado? ¿Esto siempre va a ser así? Si no obedezco a la primera, ¿me castigará? Resoplo de nuevo rezando porque mi mente práctica y analítica regrese, pero todo en lo que puedo pensar es en camisas negras perfectamente remangadas y en bocas que se adivinan deliciosas. Resoplo por tercera vez y clavo la mirada en la puerta por la que los dos han salido. Sé que lo más sensato sería marcharme y olvidarme de esto, pero hace mucho que no elegí la opción más sensata.
Camino despacio hacia la puerta y giro la manilla sin concederme más tiempo para pensar.