Epílogo
Me despierto en mitad de la noche y estiro la mano buscándola en la cama. No está. Me incorporo sobre los codos, arqueando la espalda y separando la cara de la almohada, y miro su lado vacío con la sabana revuelta. ¿Dónde coño está?
Me levanto y me ajusto la cintura de mis bóxers blancos adormilado. ¿Cómo es posible que la echase de menos mientras dormía? Aunque tampoco sé de qué me sorprendo; desde que la besé en Atlantic City, literalmente no he podido sacármela de la cabeza, por eso me cabreé tanto cuando se presentó en mi maldito despacho con Erin. Fue como llevar la soga a la casa del ahorcado. Sonrío al recordarlo y mi sonrisa se transforma en algo diferente cuando pienso en ella sobre la mesa, masturbándose para mí. Su cara era increíble, preciosa. Lo más sexy y sensual que he visto en todos los días de mi vida. Se me pone dura de golpe. Esa imagen es más sugerente que toda una vida de Playboys.
Salgo al pasillo y sonrío al ver la luz de mi estudio encendida. Sabía que estaría ahí. La noche que fui a buscarla a casa de mis padres, la traje a mi apartamento y se pasó horas allí, mirando cada libro, suspirando, sonriendo. Nunca he visto a una chica que sintiese esa predilección por los libros de derecho y economía. Eso también fue muy sexy y, por supuesto, tuve que acabar follándomela contra la estantería, y en el suelo, y en mi habitación. Podríamos decir que esa noche no la dejé dormir demasiado.
Me detengo bajo el umbral de la puerta y me apoyo en el marco a la vez que me cruzo de brazos. Ella levanta su mirada de mi libro de Edmund Deegan y repara en mí. De inmediato me recorre de arriba abajo con la mirada glotona pero también muy inocente y eso me vuelve completamente loco.
Doy un par de pasos y me dejo caer a su lado en el sofá. Casi al mismo tiempo, la tomo por las caderas y la siento a horcajadas sobre mí. Ella no suelta el libro y tras sonreírme continúa leyendo. Yo pierdo mis manos bajo su camisa, en realidad mi camisa, y le agarro posesivo las caderas antes de deslizarlas por su espalda y la curva de su precioso culo.
Joder, no puedo dejar de tocarla.
—¿Sabías que Deegan analizó las tres grandes lecturas de la economía occidental del siglo XX y las reunió todas aplicando la teoría de la sinergia competitiva de…
—Movimientos matemáticos singulares —la interrumpo.
Ella me mira boquiabierta y mi yo arrogante saca pecho. Si me preguntara si alguna vez me he sentido como un puto dios, tendría que responder «sí desde que te conocí», aunque por supuesto jamás se lo diría. Hay que seguir manteniendo el encanto.
«Gilipollas».
—Eres increíble —murmura admirada.
Yo niego con la cabeza.
—Tú eres increíble. Estás leyendo a Deegan sólo con mi camisa a las tres de la mañana —me echo hacia atrás para mirar el reloj de mi escritorio y asegurarme de que no me he equivocado con la hora—, y eso me la pone dura de golpe.
—Puedo seguir diciendo cosas muy sensuales —me advierte divertida—: Deegan apuesta por la intersección diametral opuesta para entender la capitalización del impuesto base.
Se muerde el labio inferior fingiéndose sexy y, sin poder evitarlo, los dos nos echamos a reír. Ella deja caer la cabeza contra mi pecho y el perfecto sonido de su risa reverbera por todo mi cuerpo. Joder, ahora mismo no podría quererla más.
No sé cuánto tiempo pasamos así. Ella sobre mi pecho, yo apoyado en el sofá con las manos perdidas en su delicioso cuerpo. De pronto ella se levanta despacio, perezosa, y rehúye mi mirada. ¿Qué está pasando aquí?
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro —respondo observándola.
—¿Por qué te acostabas con otras chicas al principio de… —Mueve la mano en pequeños círculos tratando de buscar la palabra adecuada.
Soy plenamente consciente de a qué se refiere. Es difícil definir lo que teníamos al principio. A mí me gusta llamarlo «Jackson Colton haciéndole entender a la ratoncita quién manda aquí». Lo he propuesto varias veces, pero no termina de tener éxito.
—… lo nuestro? —concluye al fin.
Yo atrapo su mirada y escruto sus ojos marrones. Siempre me ha sido muy fácil poder leer en ellos. He sabido cuándo la dejaba al borde la combustión espontánea y también cuándo la estaba haciendo sufrir.
—Porque quería hacerlo.
—Jackson Colton siempre es sincero, ¿eh?
Vuelve a apartar la mirada de la mía y la concentra en sus manos. Está claro que mi respuesta no le ha gustado lo más mínimo. Yo sonrío y me incorporo a la vez que le aprieto el culo con las dos manos, con fuerza, para conseguir toda su atención.
Ella suspira, casi gime y rápidamente alza la cabeza.
—Y porque estaba muerto de miedo —confieso.
Lara frunce el ceño imperceptiblemente y me mira confusa, pero al mismo tiempo una sonrisa va curvando sus labios hacia arriba.
Sabía que esta respuesta le gustaría mucho más.
—¿Por qué estabas muerto de miedo?
Sonrío de nuevo. ¿Cómo es posible que no sea capaz de ver el efecto que tiene en mí?
—Por estar perdiendo la cabeza por una cría de veintiún años. Por estar perdiendo la cabeza por la hermana de Allen, por la hija de Easton y Erin. Por estar perdiendo la cabeza por alguien, en general. La lista era larga.
Su sonrisa se ensancha sin ningún disimulo.
Quiero tocarla. Quiero volver a perderme en ella.
—¿Y ahora tienes miedo?
—Ahora estoy donde quiero estar, Ratoncita.
No aguanto más.
Meto la mano entre los dos, la levanto suavemente y la hundo en mí. Joder. Cualquier día acabaré aullando. Ella cierra los ojos y suelta un largo gemido.
—Jackson —murmura.
Está sobrepasada. Necesita un segundo, pero no pienso dárselo. Quiero que se sienta tan abrumada que ni siquiera pueda respirar. Quiero que se sienta como me siento yo cada maldito día desde que volvimos a encontrarnos.
Me siento en el borde la cama y comienzo a darle pequeños besos cortos y húmedos en el cuello, en los hombros. Ella murmura algo en sueños y gime suavemente, pero no se despierta. Bajo la sábana un poco más, su espalda, su cintura. Bajo un poco más…
—Ay —se queja despertándose de golpe y acariciándose el culo justo donde acabo de morderla.
—Es hora de levantarse.
Me fulmina con la mirada, pero al mismo tiempo, y absolutamente en contra de su voluntad, se queda embobada con mi traje.
Estoy seguro de que me he librado.
Regreso a la cocina, saco los dos platos del calienta vajillas y los dejo sobre la barra. Me he levantado temprano y he ido hasta una cafetería en el fondo del maldito SoHo para comprarle tarta de cerezas. No tengo claro que se la haya ganado y probablemente después me cobre el favor de una manera muy interesante, pero hoy es su primer día en Naciones Unidas. Se merece un capricho.
Alzo la cabeza y la veo aparecer en el salón con mi camisa, el pelo revuelto y cara de pocos amigos. Ahora mismo la cargaría sobre mi hombro, me la llevaría de vuelta a la habitación y me la follaría hasta que los dos olvidáramos cómo nos llamamos.
Se sienta en uno de los taburetes y frunce los labios.
—Odio levantarme por las mañanas —se queja.
Yo sonrío. Lo tengo cristalinamente claro. No la he dejado dormir en su cama ni un solo día y tampoco es que le haya permitido dormir mucho en la mía, así que todos los despertares han sido poco amables.
—Te he comprado tarta de cerezas.
La dejo sobre la barra de la cocina y rodeo el mueble hasta quedar frente a ella. Debería dejarla desayunar y vestirse. Tengo muchas llamadas que hacer y debo revisar unos documentos antes de ir a la oficina.
—Muchas gracias, señor Colton.
Esas cuatro palabras cambian mis planes por completo.
Me inclino sobre ella y me humedezco el labio inferior con el único objetivo de centrar toda su atención en mi boca. Cuando se le escapa un suspiro entremezclado con una sonrisa, sé que he conseguido exactamente lo que quiero.
Yo siempre consigo lo que quiero.
—Repítelo.
—Señor Colton.
—Otra vez —susurro contra sus labios.
—Señor Colton.
La beso con fuerza y comienzo a desabrocharle los botones de mi camisa.
Me está volviendo completamente loco.
El chófer detiene suavemente el Jaguar en plena Primera Avenida, justo frente al edificio de Naciones Unidas. Lara suspira y pierde su mirada en la ventanilla. Es obvio que está nerviosa. La forma en la que da golpecitos con los pies contra las alfombrillas de diseño es sólo otra pista más.
—Todo va a ir muy bien —susurro inclinándome sobre ella.
Lara me mira y me dedica una sonrisa radiante. Por un segundo creo que el corazón me late tan rápido que va a caer fulminado. La quiero, joder.
—Nos veremos en tu oficina a las cinco y media —me recuerda bajándose del coche.
Pero, en cuanto lo hace, vuelve a entrar en el Jaguar de un salto y me besa. Yo sonrío contra sus labios, tomo su cara entre mis manos y alargo el beso hasta hacerla gemir.
No para de repetir que, cuando la besé en Atlantic City, cambió su vida; lo que no sabe es que la mía lo hizo mucho más.
Comienza a protestar contra mis labios, algo sobre llegar tarde y la primera impresión el primer día de trabajo, pero no la escucho y continúo besándola hasta que un «Jackson» a medio camino entre la súplica y el gimoteo me hace reír y le concedo la huida.
—Te quiero —dice antes de bajarse del coche.
Nunca pensé que dos palabras pudiesen hacerme sentir tan bien.
—Te quiero —respondo.
Ella vuelve a dedicarme otra sonrisa, gira sobre sus preciosos pies, cuadra los hombros y respira hondo antes de echar a andar. Mi chica es valiente y fuerte. No entiendo cómo ella misma no era capaz de verlo. Lo pasó mal a una edad a la que todos deberíamos ser sólo felices; fue muy duro, pero lo superó al noventa por ciento. Pienso cuidar de ella y construirle un mundo donde sienta ese perfecto ciento por ciento cada minuto de cada día. Las palabras de Allen cuando fui a buscarla a Glen Cove vienen a mi mente: «cuídala o te destrozaré la vida». No necesitaba decírmelo. Desde que este juego empezó, he tenido una necesidad, casi enfermiza, de protegerla, aunque al principio no fuese capaz de entenderlo. Por eso preferí que me odiase cuando rompimos y por eso traté de salir de su vida de una forma casi quirúrgica. Sólo quería que todo el dolor pasase lo antes posible para ella, porque, si era la décima parte del que sentía yo, ya resultaba sobrehumano. Pero entonces la vi llorar en el despacho de Easton y todos mis planes y esperanzas de poder olvidarla algún día se evaporaron por completo. Me llamó cobarde y, aunque estuve a punto de follármela allí mismo para demostrarnos a los dos que se equivocaba, en el fondo supe que tenía razón. Estaba eligiendo no luchar por ella porque creía que era lo mejor, pero ya entonces sabía que la vida que tenía antes de ella, a la que pretendía volver de cabeza, no tenía ningún valor.
Me paso la mano por el pelo. No me gusta recordar aquello. Los dos sufrimos demasiado.
Cuando Lara entra en el edificio de la ONU, le hago un leve gesto al chófer para que emprendamos el camino. Tengo mucho que hacer en la oficina.
Llego a mi despacho relativamente pronto, pero, antes de que haya abierto una sola carpeta, Donovan y Colin entran en mi oficina.
—Me encantaría veros trabajar alguna vez —me quejo.
—Lo dice el que desde hace seis putos días sale escopeteado de aquí a las cinco menos cinco y se pasa todas las reuniones pensando en lo azul que es el cielo —replica Colin.
Donovan asiente y, sin que ninguno de los dos haya sido invitado, se sientan al otro lado de mi escritorio.
Disimulo una sonrisa. Son unos capullos.
—Eso es porque está enamorado —sentencia Donovan.
—Otro que ha caído —bufa Colin—. ¿Qué hay de eso de «sólo follar»? —añade indignado—. Os lo expliqué decenas de veces, incluso os puse unos vídeos; no podéis jugar con las chicas. Si pasáis mucho tiempo cerca de una, os enamoráis. Huelen demasiado bien —concluye riéndose claramente de mí.
—Además, Lara es muy guapa —añade Donovan.
—Y joven, podría matarlo a polvos.
—Oh, juventud, divino tesoro.
Pero ¿qué coño?
—Sí, es preciosa y perfecta y es mía y, si la miráis más de dos segundos seguidos, os disparo —añado conteniendo de nuevo una sonrisa.
—Qué animal.
—Y qué poca clase —sentencia Colin.
—Además, a mí déjame en paz —continúa Donovan tirando de las solapas de su chaqueta—. Voy a ser padre.
Joder. ¡¿Qué?!
Colin y yo nos miramos sorprendidos y después lo miramos a él. ¡Joder, es fantástico!
—No se os ocurra abrazarme —se queja Donovan viéndonos claramente las intenciones.
—Qué arisco, joder —protesta Colin.
No puedo dejar de sonreír. Me alegro muchísimo por este capullo y por Katie.
—¿Que yo soy arisco? Por favor —contraataca Donovan—, he visto a este gilipollas —dice señalándome. Yo finjo no haber oído el cariñoso epíteto— echarles un polvo a chicas sin sonreír ni una sola vez.
—No se lo habían ganado —respondo socarrón.
—Eso sí que es tener poca clase —sentencia Colin de nuevo.
—Ninguno de los dos tiene tanta como yo —replica Donovan.
—Eso es porque vas a ser padre —contraataca—, ya eres un hombre de familia, y tienes un gato… tu vida está cambiando muy rápido.
Sonrío, casi río. Bajo esa cara de irlandés adorable se esconde un auténtico cabronazo.
—Mi vida es exactamente como tiene que ser.
—Oh, qué gilipollas —me burlo divertido.
Donovan me enseña el dedo corazón y definitivamente rompo a reír.
Un par de minutos después los echo de mi despacho y me pongo a trabajar o, por lo menos, lo intento. Me las apaño para descubrir la nueva dirección de email de trabajo de Lara y nos pasamos el resto del día intercambiando mensajes. La mayoría acaban con un «te quiero desnuda en mi cama», aunque la expresión correcta habría sido desnuda y conmigo encima.
Entre el agradable intercambio de correos electrónico y la noticia bomba que nos ha soltado Donovan, y que Colin se ha encargado de difundir por todo el edificio, el reloj marca las cinco y media sin que haya revisado en serio una mísera carpeta de las que abarrotan mi mesa. Un día de estos voy a tener que volver al mundo real y volver a trabajar de verdad.
Lara está a punto de llegar, así que despejo mi mesa, me pongo la chaqueta y salgo de mi despacho ajustándome los gemelos. La encuentro charlando animadamente en el mostrador de recepción con Katie.
Al llegar junto a ellas, no puedo evitarlo. Atrapo su muñeca y tiro de mi chica hasta estrecharla contra mi cuerpo y poder besarla como llevo deseando hacer desde que se bajó del Jaguar esta mañana; en realidad, como todas las veces que tuve que contenerme lo indecible para no besarla y evitar que descubriera que fui yo quien lo hizo en Atlantic City. La culpa es del maldito vestido que lleva, o de cómo huele, o de cómo me mira… joder, qué sé yo, pero la culpa es toda suya.
Los «uuuhhh» y los jaleos absolutamente innecesarios de los cabrones que tengo por mejores amigos me hacen separarme de ella a regañadientes. Pero sencillamente no soy capaz y vuelvo a tomar su cara entre mis manos y la beso una vez más. Me importa bastante poco lo que digan. Por mí, pueden coger unas sillas y sentarse a mirar, a lo mejor aprenden un par de cosas.
Sin embargo, un instante después recuerdo que eso de dispararles si la miran más de dos segundos seguidos sigue en pie y decido parar. Prefiero que la sangre no corra todavía.
—Dile a estos dos gilipollas que nuestro hijo no va a llamarse Jackson Colin —le pide indignadísimo Donovan a Katie—. Yo ya los he dado por imposibles.
—¿Por qué tu nombre va primero? —protesta Colin.
—Porque tengo más dinero que tú —callo un segundo y finjo caer en la cuenta de algo— y soy más guapo, más inteligente…
—Y más gilipollas —añade Colin.
—Eso no lo dudes —sentencio con una sonrisa.
—Yo había pensado que podíamos llamarlo Donovan —comenta Katie nerviosa por la reacción de su prometido—. Me muero por ver a un Donovan de cinco años que no deje de sonreír.
Él la mira con los ojos muy abiertos. Apuesto a que sin comprender cómo ha podido tener la jodida suerte de encontrarla. La abraza con fuerza y la besa levantándola del suelo.
Yo sonrío sincero. Los vi a los dos pasarlo demasiado mal cuando todo lo que deseaban era quererse. Se merecen ser felices.
—Idos a un hotel —se queja Colin—. No te ofendas, preciosa —le dice a Lara—, pero ¿cómo habéis podido echaros novia a la vez? —me pregunta—. Menos mal que ya quedo yo defendiendo el frente —concluye orgulloso.
En ese momento, una chica llama suavemente a la puerta de cristal y entra con una sonrisa de oreja a oreja. Katie y Donovan dejan de comerse a besos y también le prestan atención.
—Hola, soy Audrey —se presenta—. ¿Estoy buscando el despacho de Charlie Cunningham?
—Es enfrente —responde Katie.
Ella sonríe de nuevo, gira sobre sus pies y se marcha. Colin, embobado, la sigue mientras cruza el pasillo enmoquetado y llega a la otra oficina. Yo doy un paso hacia él y disfruto del placer de devolvérsela.
—Apuesto a que, a ella, sí tienes ganas de olerla.
Me fulmina con la mirada y se marcha visiblemente incómodo. Yo sonrío, cojo a mi chica de la mano y nos vamos a mi despacho. Tiene muchos emails que explicarme.
La hago pasar y cierro la puerta. Por un momento me apoyo sobre la madera y la contemplo paseándose por la habitación, observando cada detalle. Es preciosa y perfecta. Es todo lo que podría soñar.
Ahora sé que a veces uno no sabe lo perdido que está hasta que le enseñan el camino que quiere tomar.
Ella es ese camino.
Es toda mi felicidad.
Y no pienso dejarla escapar.