12
—No vas a salir con Mark Pharrell.
—No es asunto tuyo.
Jackson ríe entre dientes.
—Claro que lo es y ese gilipollas no va a ponerte un solo dedo encima.
Nunca hay rastro de duda en sus actos o en su voz, pero ahora menos que nunca. Ese pequeño detalle me intimida y al mismo tiempo me hace pensar algo peligroso y absolutamente estúpido: ¿está celoso? ¿Está celoso de Mark Pharrell y ayer lo estaba de Colin?
Estoy a punto de preguntar cuando unos pasos a la espalda de Jackson me distraen.
—Cariño, tengo que marcharme —se despide Erin tocando el hombro de su hijo para que se gire y pueda darle un beso en la mejilla.
—Te acompaño al ascensor —se ofrece saliendo tras ella.
—Lara, tesoro, te esperaré abajo —me informa.
Lanza un beso al aire y yo asiento a pesar de ser consciente de que no puede verme. Los sigo con la mirada mientras la acompaña hasta la salida de Colton, Fitzgerald y Brent y, después, por todo el pasillo enmoquetado hasta el ascensor.
Al regresar, su mirada atrapa la mía a través de las paredes de cristal. Está furioso y yo sigo inmóvil, en la pecera, viendo cómo el tren de mercancías viene directo hacia mí. Se detiene en el mostrador de Eve apenas unos segundos. No acierto a oír lo que dice, pero ella asiente y sale inmediatamente de la oficina.
Jackson está a punto de alcanzar la puerta de la pecera cuando en un acto reflejo echo el pestillo y doy un paso atrás. Al intentar abrir y no poder, frunce el ceño y pasa del enfado a la ira termonuclear.
—Abre —ruge.
No grita, ni siquiera alza la voz, y resulta más intimidante que diez hombres de dos metros armados hasta los dientes. Pero yo también estoy muy enfadada. Es un maldito malnacido que hace y dice lo que quiere y después se comporta como un cavernícola decidiendo con quién puedo salir y con quién no.
No pienso abrir.
Automáticamente tengo un déjà vu a base de extintores volando y paredes de cristal haciéndose añicos; también de exquisitos polvos contra paredes de despacho.
No te desconcentres, Archer.
Entonces, en mitad de esa neblina de rabia y excitación, lo veo claro. Él mismo lo dijo. Al final todo se reduce al control. Tengo que conseguir que él lo pierda o ganarlo yo; una de las dos cosas.
Antes de que el pensamiento cristalice en mi mente, apoyo mis manos en el borde del lateral de la mesa y me siento en ella. Jackson, literalmente hirviendo de rabia, frunce el ceño un poco más y pone toda su atención en mi movimiento.
Cojo el borde de mi falda de Stella McCartney y empiezo a subirla despacio, dejando mis muslos y el encaje de mis medias al descubierto. Su pecho se hincha y se vacía lentamente. Sonrío. Lo estoy consiguiendo. Espero a que su mirada recorra todo mi cuerpo y llegue hasta mis ojos para transformar mi sonrisa en una suave, y espero que sexy, y deslizo mi mano desde mi rodilla hasta el interior de mi muslo.
Mi respiración también se acelera. La sensualidad que trato de construir para él me envuelve, pillándome por sorpresa. Entreabro los labios y escondo una mano bajo la tela húmeda de mis bragas.
Su ronco gruñido atraviesa el cristal y vibra por todo mi cuerpo. Me dejo caer en la mesa. La cabeza me cuelga ligeramente, pero no me importa. Sus ojos, la forma en que me mira, su propia presencia al otro lado de la puerta me hacen sentirme sexy y no necesito más. Imagino que son sus dedos los que me tocan y ya sí que no necesito más.
Levanto una de mis rodillas hasta que mi tacón rojo se apoya en la mesa. Soy consciente de mis gemidos escapando de mis labios, llenando la habitación. Mis dedos se mueven más rápido… aprendiendo del recuerdo de los suyos.
Me revuelvo sobre la mesa. Pellizco mi clítoris mientras mi mano abandona mi pecho para bajar y unirse a la otra. Diez dedos no son comparables a uno de los suyos, cien tampoco.
Mis gemidos se transforman en gritos.
Todo mi cuerpo se tensa, se arquea separándose de la mesa.
Cierro los ojos. Siento su cuerpo, su mirada, sus manos.
Su voz.
Y un orgasmo líquido, húmedo, caliente, un orgasmo que escribe su nombre a fuego en cada uno de mis huesos aunque él ni siquiera me haya tocado, inunda mi cuerpo.
Tomo una bocanada de aire en busca del preciado oxígeno y abro los ojos a la vez que giro la cabeza para poder mirarlo. Todo su cuerpo está apoyado contra la puerta de cristal, con una mano sujetando el picaporte con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos y la otra sobre el cristal por encima de su cabeza. Jackson me observa tenso, como el pura sangre que tienen encerrado entre vallas de madera cuando él sólo quiere correr. Sus ojos verdes están hambrientos, ansiosos. Ni siquiera el haber llegado al orgasmo hace unos escasos minutos me hace inmune a esa mirada y todo mi cuerpo se enciende, se excita y lo desea como si llevara años sin dejar que me tocara. Sin embargo, tengo muy claro que ahora no puedo ceder a la tentación, aunque me muera de ganas.
Me incorporo y me bajo de la mesa rezando porque mis piernas me mantengan. Me arreglo la falda y me meto un mechón de pelo tras la oreja antes de empezar a caminar.
Jackson sólo se aparta del cristal cuando agarro el pomo y alzo la otra mano para girar el pestillo. Nuestras miradas se encuentran al instante. El corazón me late con fuerza.
—Erin me está esperando —balbuceo al pasar junto a él y, haciendo un esfuerzo titánico, sigo camino de los ascensores.
De reojo puedo ver cómo su expresión cambia y todo el deseo se estremece con un cristalino enfado.
Mi cuerpo me grita estúpida de cien maneras diferentes y lucha para que vuelva con él, para que le deje hacerme, o incluso le suplique por hacerme, todo lo que quiera. Sin embargo, estoy muy cerca de ganar esta batalla y no voy a claudicar ahora.
Salgo de sus oficinas sin volver a mirarlo, la tentación es demasiado grande, y al fin me monto en el ascensor. Por un momento me preocupa que la dicha postorgásmica y toda la intensidad del momento me estén nublando el juicio y llevando de cabeza a un lío tremendo, pero la idea de haberle hecho probar un poco de su propia medicina sienta demasiado bien como para fijarme en otros detalles.
Me despido de Erin tratando de aparentar una normalidad que no siento y prácticamente corro hasta la parada de metro de la Séptima.
Al cerrar la puerta de mi apartamento, me apoyo contra ella y respiro hondo. ¿Qué he hecho? Esa oficina tiene las paredes de cristal, ¡podría haberme visto cualquiera! Me llevo la palma de la mano a la frente por mi falta de juicio y cabeceo. No puedo dejar que la situación se descontrole de esta manera. Sin embargo, una parte de mí está feliz. Me he comportado como una chica de veintiún años y todo gracias a Jackson. Él consigue que deje de pensar, que simplemente sienta.
Me paso lo que queda de día revisando informes y me voy pronto a la cama. El día ha sido más que intenso.
Me despierta un sonido repetitivo y brusco. Abro los ojos con dificultad y miro el despertador. Son las dos de la mañana. El ruido regresa. Es la puerta principal. Confusa, y también algo asustada, me levanto y voy hasta el recibidor. Echo de menos tener un bate de béisbol de aluminio. El ruido se intensifica. Todo mi cuerpo se tensa. ¿Quién puede ser a esta hora? Voy a abrir, pero, francamente, no me atrevo.
—Lara, soy yo. Abre.
La voz de Jackson vuelve a sobresaltarme, pero al mismo tiempo se lleva todos mis miedos de golpe. Antes de que abra la puerta del todo, entra brusco, cerrando de un portazo. Me toma por las caderas. Apoya su frente en la mía. Nuestras respiraciones aceleradas se entremezclan. Me obliga a caminar hacia atrás, hasta llegar a la isla de la cocina. Sus manos vuelan por mi cuerpo. Me acarician. Otra vez no puede esperar para tocarme. Otra vez estoy en el paraíso.
—Estoy muy cabreado, Lara. No te haces una maldita idea —pronuncia en un ronco susurro.
Se aparta de mí lo suficiente como para que sus salvajes ojos verdes atrapen los míos, pero el gesto dura poco y, a la vez que sus manos se hacen más posesivas en mis mejillas y en mi pelo, vuelve a inclinarse sobre mí. Yo lo recibo encantada. Inconscientemente entreabro los labios deseando recibir los suyos, pero él se aparta. En el mismo instante, pronuncia un «joder» entre dientes y vuelve a inclinarse, a casi besarme. Cierra los ojos. Casi puedo sentir su beso. Pero vuelve a separarse, apartando sus manos de mí, alejando su cuerpo del mío.
—Joder —gruñe pasándose las dos manos por el pelo.
Está furioso, frustrado, desesperado.
Yo lo miro sin saber qué hacer o decir.
—¿Estás tan enfadado por lo que pasó en tu oficina? —musito.
—Claro que estoy tan enfadado por lo que paso en mi oficina —ruge—. Te largaste.
—No soy tu muñequita —protesto.
Tiene que entenderlo de una maldita vez.
—Claro que lo eres —replica caminando hasta mí, cogiéndome de la muñeca y acercándome a él.
Mi cuerpo traidor cae presa de su contacto, pero no le permito verlo. He aprendido que no puedo mostrar mis cartas a las primeras de cambio.
—¿Por qué tienes que ser tan duro conmigo? —protesto.
—¿Y por qué iba a ser de otra forma?
—Porque…
¿De verdad quiero seguir?
—¿Follamos? —termina la frase por mí—. Cada vez que te embisto, hay placer, no amor, y, cuando sientes que vas a partirte en dos, sigue siendo placer, Ratoncita.
Ahora mismo le odio.
Me zafo con rabia de su mano y coloco la isla de la cocina entre los dos, aunque soy plenamente consciente de que él me ha consentido esa huida.
—Quizá el problema lo tengas tú y no seas capaz de sentir nada. ¿No puedes follar con alguien estando enamorado? —pregunto con desdén y, sobre todo, con algo de dolor. Si no es capaz de querer a ninguna mujer, quiero saberlo ahora.
—Supongo que podría, pero tú quieres que sea Connor quien sienta eso, ¿no?
Ahora el que está hablando con desdén es él. Pero ¿por qué? ¿Por qué le molestaría, si ese fuese el caso, que sólo quisiese sentir eso con Connor? Fue él quien puso las reglas, el que esta misma mañana se ha enfadado porque me he presentado en su despacho sin avisar.
—Claro —respondo furiosa.
—Claro —repite él de igual forma.
La rabia entre los dos es tan intensa que puede llegar a ahogar y, a la vez, nuestra relación parece volverse un poco más enfermiza, casi insana, y el deseo lentamente va inundándolo todo.
—Ve a la habitación y desnúdate —me ordena exigente, brusco, sexy.
Todo mi cuerpo reacciona y una ola de placer anticipado me recorre dejando clavados mis pies en el suelo.
—Lara, lo que quiera, cuando quiera. No me hagas repetirlo. Y ahora desnúdate, ponte de rodillas sobre la cama y agárrate al cabecero —ruge—. No pienso tener piedad contigo.
No me convencen sus palabras, ni su voz, me convence el deseo que veo en sus ojos y ahora mismo lo odio más que nunca por eso. Hubiese preferido, casi suplicado, porque me agarrase de la muñeca, me llevase contra la pared y me hiciese suya embestida a embestida. Ahora me está dando a elegir y sé perfectamente por qué lo está haciendo. Yo elegí marcharme de su oficina esta mañana y yo tengo que elegir entrar en esa habitación. Tomé el control y ahora tengo que devolverlo. Si no, tendría que pedirle que se marchara, y eso ni siquiera es una opción.
—Lara —vuelve a llamarme cuando estoy a punto de entrar en la habitación—, lo que ves es lo que hay. Nada más.
Quiero creerlo. Daría todo lo que tengo por poder creerlo.
La alarma suena, pero ya estoy despierta. Tengo la cabeza echa un completo lío y no he podido pegar ojo desde que Jackson se fue… porque se fue. Después de darme el orgasmo más increíble de mi vida, caímos en redondo en esta misma cama y, apenas un minuto después, se levantó, se vistió y se marchó. Tengo clarísimo nuestro trato, pero cada vez me cuesta más trabajo ver cómo se va. Me llevo la almohada a la cara y resoplo con fuerza. ¿En qué lío me he metido?
¡Basta, Archer!
Me doy una bofetada mental y me obligo a salir de mi escondite. Clavo mi mirada en el techo y busco la mejor solución. Ser práctica es lo mío, mi punto fuerte, mi mejor virtud. Pienso. Espero. Espero un poco más… ¡Maldita sea! No tengo ni la más remota idea de qué hacer.
Malhumorada, me levanto, me doy una ducha y me preparo para ir a trabajar. Agradecería poder dejar de pensar cinco minutos, pero no soy capaz. En estas situaciones soy mi peor enemiga.
Llego a la oficina, saludo a todos y me encierro en mi despacho. Sólo quiero trabajar y conseguir que mi mente traidora domine mi cuerpo aún más traidor.
Todavía no me he sentado cuando llaman a la puerta.
—Adelante —doy paso encendiendo el ordenador y acomodando los dosieres sobre la mesa.
Lincoln Oliver entra en mi despacho y camina hasta colocarse frente a mi escritorio.
—Buenos días, señorita Archer.
—Lara, llámame, Lara —le recuerdo por millonésima vez mientras rebusco entre los documentos de mi carpeta de cosas pendientes. Hoy tengo que mandar por mensajero varios acuerdos.
—He estado revisando algunas inversiones sospechosas y he encontrado algo que debería ver —me informa.
Yo sigo buscando. Estoy completamente segura de que, después de revisarlos con Scott, dejé aquí una copia de los dichosos acuerdos.
—¿Hay algún indicio de malversación? —le pregunto mecánica.
—Sí; de hecho, sí.
—Perfecto. Pásaselo a Scott y lo revisaremos al final de la tarde.
—No me parece lo más adecuado.
Asiento varias veces. El sistema no es el más idóneo, ni siquiera el más funcional. He tratado de cambiarlo infinidad de veces, pero toda la directiva de la oficina bursátil se opone. Cada inversión sospechosa de fraude debe pasar por tres revisiones de tres analistas distintos, no vaya a ser que alguien cometa un fallo y algún bróker de Wall Street pierda una noche de sueño en vano.
—Sé que no es el procedimiento más eficaz, pero es el que nos imponen.
—Lara, se trata de Benjamin Foster.
No sé si ha sido por escuchar el nombre de Foster o por cómo Lincoln ha pronunciado por fin el mío, pero alzo la mirada inmediatamente. Las negociaciones e inversiones de Benjamin Foster las llevan Colton, Fitzgerald y Brent, las lleva Jackson. Si alguien ha cometido un delito, ha sido él.
—Déjame verlo —le pido tendiendo la mano.
Abro la carpeta veloz y comienzo a revisar cada número. No puede ser cierto. A Jackson le gusta estar en el límite, por eso gana tanto dinero, pero nunca haría algo ilegal.
—La dejaré sola —comenta Lincoln caminando hacia la puerta.
—Gracias —respondo sin levantar mi vista de los documentos.
Me paso el resto del día revisando cada número, cada línea, cada operación, ni siquiera paro para comer. Los indicios son claros, aunque no concluyentes, y pido más informes de más operaciones; no llegarán hasta el lunes. Necesito saber qué está pasando y, sobre todo, necesito saber si Jackson es el responsable. Le pido discreción a Lincoln y que no comente este asunto con nadie.
Son las ocho y aún sigo en el despacho estudiando cada papel que encuentro sobre Benjamin Foster. Jackson me ha llamado un par de veces, pero las he desviado al contestador. No ha dejado ningún mensaje.
Cierro la carpeta exasperada y me llevo las palmas de las manos a los ojos. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer si Jackson es culpable?
Me marcho a casa pero obtengo el mismo resultado que si me hubiese quedado en la oficina. Apenas como y no dejo de pensar en él. En la cama, con las luces apagadas, tratando de dormir, mi móvil vuelve a sonar iluminando toda la estancia. Es él, pero no puedo cogerlo.
No sé qué decirle.
No sé qué hacer.
El sábado me paso el día encerrada en mi despacho revisando más documentos, más inversiones, más números, pero sigo sin obtener un resultado claro en ningún sentido.
Poco antes de las cinco, Jackson me llama. De pie, en mi oficina, me paseo con el móvil en la mano observando su nombre iluminarse en la pantalla. Soy consciente de que no estoy teniendo la actitud más adulta, pero no puedo correr a verlo y hacer como si nada hubiese pasado. Antes necesito saber a qué me estoy enfrentando. Además, poner un poco de distancia entre nosotros será bueno para mí, por los motivos que me permito reconocer y por los que no.
En ese mismo instante una idea cruza mi mente como un ciclón. Conozco lo suficiente a Jackson como para saber que no va a aceptar que simplemente no le coja el teléfono. Rápidamente rescato mi maxibolso de Louis Vuitton, meto una docena de carpetas en él y salgo disparada de la oficina. No tengo ninguna duda de que se presentará aquí.
Apenas he alcanzado el pasillo principal, todo mármol y elegancia, cuando tuerzo el gesto. No puedo ir a mi apartamento. Jackson también me buscaría allí. Me freno en seco y me llevo el reverso de los dedos a los labios.
Piensa, ratoncita, piensa.
Busco mi móvil en el bolso y llamo a Sadie. Le ofrezco maratón de pelis de los ochenta y Cosmopolitans en su piso. Acepta encantada. Ya tengo asilo político.
Voy caminando hasta Columbus Circus y después en metro hasta el campus de la Universidad de Columbia.
Sólo con golpear la puerta del apartamento de Sadie me siento mejor. Me recibe con un cóctel en la mano y luciendo una camiseta con el póster promocional de Maniquí. Necesitaba a las chicas.
—¿Un Cosmo? —me pregunta.
—Un Cosmo —respondo aún jadeante por haber tenido que subir hasta un cuarto piso prácticamente corriendo, y con tacones.
Tenía muchas ganas de llegar.
—Dylan subirá en seguida —me informa—. Ha bajado a su apartamento a por el devedé de 16 velas.
Sonrío. Me encanta esa peli.
En ese preciso instante, Dylan aparece en el salón.
—¿Qué tal estás? —pregunta dándome un beso de lo más baboso justo antes de pasarle la película a Sadie, que está arrodillada frente a la tele de plasma encendiendo el reproductor de devedé.
Yo dejo mi bolso y mi chaqueta vaquera sobre el sofá y me aliso la falda de mi vestido con las palmas de las manos. Durante esos mecánicos movimientos, pienso todas las respuestas que podría inventarme para salir del paso: bien, normal, nada que contar, como siempre… Todas burdas mentiras. Necesito desahogarme. Necesito que alguien me dé una opinión objetiva sobre lo que está pasando, sobre el malnacido, atractivo hasta decir basta, arrogante, hermético y complicado de Jackson Colton. Necesito que me digan que estoy haciendo lo correcto evitándolo y luchando con todas mis fuerzas por no correr a sus brazos.
—Tengo que contaros algo —les anuncio.
Sadie y Dylan se giran hacia mí y me miran expectantes.
—Me estoy acostando con Jackson.
Las dos me observan un par de segundos en silencio y finalmente Dylan maldice mientras saca un billete de cinco dólares y se lo da a una orgullosa Sadie, que ríe satisfecha abriendo la carátula.
—¿Habíais apostado sobre si me acostaría con Jackson? —pregunto escandalizada.
—Claro que sí —me confirma Sadie—. Lo supe en el Indian. Puede que incluso antes. Mi instinto jedi de los penes es muy poderoso.
Trato de contener una carcajada, pero no soy capaz. Maldita sea, estoy muy enfadada.
—Tengo un don. Él es taaan… —dice alargando la a creo que incluso lascivamente—… y tú estabas en plan «necesito que me follen como si acabasen de salir de una prisión federal».
—Yo no dije eso —me defiendo.
—Otras palabras, mismo mensaje.
Sadie se levanta, coge el mando de la pequeña mesita de centro y se sienta a mi lado.
—¿Y que más te ha dicho tu instinto jedi de los penes? —pregunto fingidamente ofendida.
—Que te está volviendo completamente loca —responde sin ningún remordimiento justo antes de echarse a reír con Dylan.
Yo frunzo los labios tratando de disimular una nueva sonrisa, pero no puedo más y acabo echándome a reír.
—Pues de verdad tienes un don —aclaro cuando las carcajadas se calman—. No sé qué hacer. «Volverme loca» se queda corto.
—Pero ¿estáis saliendo? —pregunta Dylan—. ¿Sois novios?
—No —respondemos Sadie y yo al unísono.
—¿Por qué? —me quejo—. Y para —me quejo de nuevo.
Sadie resopla, le da un sorbo a su Cosmopolitan y vuelve a dejarlo sobre la mesita antes de mirarnos atentamente.
—Hombres como Jackson no tener novia —nos explica como si fuésemos idiotas. Se está riendo de mí otra vez. Voy a tener que asesinarla—. Hombres como Jackson follarte encimera cocina recubierta nata y después hacer muesca en cabecero cama con mano mientras echar con palmada en trasero con otra mano.
La miro mal y ella se encoge de hombros.
—¿Mí tener razón? —me pregunta.
No quiero hablarle, no me cae bien, pero no puedo evitar pensar que yo misma tengo esa imagen de Jackson y, al fin y al cabo, es lo que me ha demostrado, ¿o no?
—Supongo que tienes razón —claudico—, pero, mientras estás recubierta de nata, estás en el maldito paraíso.
—Mí saber —responde Sadie con un mohín de lo más decadente, dando un sorbo a la cañita de su cóctel.
Sólo hay que mirarlo para saberlo instintivamente.
—Chicas, todo empezó como un… —tardo en encontrar la palabra. Mala señal—… entrenamiento. Sólo quería que me enseñara a dejar de ser una ratoncita y poder gustarle a Connor.
—¿Y no está funcionando? —pregunta Dylan.
—Supongo que sí —contesto resignada—, pero al mismo tiempo todo se está intensificando. Jackson puede ser tan complicado… Ni siquiera sé si le caigo bien u odia pasar tiempo conmigo más allá del sexo.
Sadie y Dylan se miran y después me miran a mí.
—¿Y a ti te gusta estar con él? —inquiere Dylan—. ¿Quieres que lo vuestro funcione?
Pierdo mi vista en el cóctel y suspiro mientras me llevo con las puntas del índice y el corazón la condensación que moja mi copa. ¿Cómo dos simples preguntas pueden llegar a ser tan complicadas?
—No lo sé —respondo al fin—, pero tampoco sé si hay un «lo nuestro».
—Pues supongo que eso es lo primero que tenemos que averiguar —sentencia Sadie.
Nos tomamos una copa más y empezamos a ver la peli. Sin embargo, la música del apartamento contiguo no tarda en inundar también el de Sadie. Cuando comienza a sonar Hello Kitty[17], de Avril Lavigne, no podemos evitarlo y nos asomamos al pasillo. ¡Tienen montada una juerga en toda regla! Buena música, alcohol y al menos un centenar de personas abarrotando el apartamento y el rellano.
—¡Vecina! —gritan desde algún punto del piso.
—Ted Thompson, ¿has montado un fiestón y no me has avisado? —se queja Sadie divertida, llevándose las manos a las caderas.
Frunzo el ceño al ver acercarse al Ted en cuestión. Es el mismo chico que conocí en el Indian, el que bailaba como si acabase de escaparse de un videoclip de Madonna.
—Ha sido totalmente improvisado —se defiende llegando con dificultad hasta nosotras— e iba a ir a buscarte ahora mismo.
Sadie frunce el ceño y finalmente sonríe.
—Chicas, este es Ted. Ted, las chicas —nos presenta y, sin más, se adentra en el piso y en la fiesta.
Ted repara en nosotras y, cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe divertido.
—Hola —me saluda.
—Hola —respondo.
—Ya os conocéis —murmura Dylan socarrona—. Supongo que te dejo en buenas manos.
Me guiña un ojo y, sin darme oportunidad a responder, se marcha.
—¿Te acuerdas de mí? —pregunta.
Asiento.
—Ese pase de baile fue demasiado alucinante —le explico con una sonrisa.
—Y deja huella.
Mi sonrisa se ensancha a la vez que asiento de nuevo.
—¿Cómo va todo? —inquiere.
—Muy bien —respondo.
—Teniendo en cuenta que es la segunda vez que coincidimos, y antes de que te me escapes de nuevo, podrías dame tu número de teléfono.
Yo aprieto un labio contra otro y lo miro como deben de mirar los corderitos al granjero que les pide que se acerquen, diciéndoles que todo irá bien. Ted es un chico increíble y muy guapo, pero la situación con Jackson ya es lo suficientemente complicada. Si además sumara a Ted a la ecuación, el resultado podría ser francamente desastroso. Por no hablar de cómo se lo tomaría el señor tirano.
—¿Te enfadarás mucho si te digo que no? —pregunto volviendo a sonreír para no parecerle la chica más odiosa del mundo.
—Bueno —contesta encogiéndose de hombros—, esperaré a que coincidamos una tercera vez.
Sonrío de nuevo.
—Muchas gracias.
Alzo la mano a modo de despedida y giro para regresar con las chicas.
Dylan está a unos pasos, pero no hay ni rastro de Sadie. Echamos un vistazo a nuestro alrededor y no tardamos en encontrarla prácticamente en el centro de una pista de baile improvisada, con los brazos extendidos y absolutamente absorbida por la música. Dylan y yo nos miramos y vamos hasta ella sin perder un solo segundo.
—Deja de vivir el momento —le ordena Dylan.
—Deja de vivir el momento ahora mismo —añado.
La última vez que lo hizo, tuvimos que quitarla de delante de un taxi conducido por un pakistaní muy asustado y con un chico guapísimo en el asiento de atrás aún más asustado, del que se empeñó en decir que era el amor de su vida.
—¿Qué? ¿Por qué? —se queja.
—En serio, para —le pido.
—No tengo por qué ver esto —continúa Dylan.
—No vas a ver nada.
—Siempre que te pones en plan club de los poetas muertos, nos acabas avergonzando —le recrimina.
—Tú, mejor, cállate —la defiendo—. Estás en su lugar muchas veces.
Dylan bufa absolutamente indignada.
—Sí —sentencia Sadie.
—¿Qué? No.
—Sí.
—Sí —me reafirmo a la vez que asiento con los ojos cerrados, absolutamente convencida.
—¿A qué os referís? —inquiere al fin.
—A tu obsesión por los camareros —responde Sadie.
—Aquí está la barra —marco una línea imaginaria con las manos—, aquí está el futuro amor de Dylan —concluyo burlona.
—Tú sí que deberías callarte —me advierte Sadie.
—Yo, no —me quejo—. ¿Por qué?
—Jackson —dice Sadie imitando mi voz, acercándose a Dylan con la mano en el pecho y pestañeando un número ridículo de veces—, sé que lo nuestro es un amor prohibido, pero, aun así, te quiero.
—Lara —responde Dylan poniendo la voz más ronca que es capaz, cogiendo a Sadie de las manos—, yo también te quiero. Fuguémonos a mi otra mansión en los Hamptons y olvidémonos de todo.
Yo las observo tratando de disimular que estoy a punto de echarme a reír.
—Oh, Jackson.
—Oh, Lara.
—Oh, Jackson.
—Oh, Lara.
—Idos al infierno —me quejo a la vez que echo a andar.
¿Qué he hecho yo para merecer estas amigas?
Sin embargo, no he dado más que un puñado de pasos cuando las dos corren tras de mí y me abrazan en contra de mi voluntad. No aguanto más y las tres rompemos a reír.
En serio, ¿qué he hecho yo para merecer estas amigas?
Karma, te debo una.
Abro los ojos a las siete de la mañana y esta vez no es culpa del despertador. Estuvimos en la fiesta de Ted hasta la madrugada, y, cuando por fin decidimos volver al apartamento y meternos en la cama, no conseguí pegar ojo. No dejo de pensar en Jackson y en las inversiones de Foster y, sobre todo, no dejo de pensar en Jackson, en Connor y en mí. Toda esta situación se me está yendo de las manos.
No quiero despertar a las chicas, así que me visto en el más absoluto silencio, me aseguro de que lo llevo todo en el bolso y salgo del apartamento. No quiero volver al mío, ni tampoco a la oficina. Por suerte estoy en el campus y, a pesar de ser domingo, hay tres bibliotecas abiertas.
Me compro un café para llevar y vuelvo a encerrarme con todos los archivos de Foster. No sé qué espero encontrar que no haya encontrado ya, pero no puedo quedarme de brazos cruzados.
A eso de las diez, mi móvil comienza a vibrar sobre la enorme mesa de madera. Una chica a unas sillas de distancia me mira mal, pero no me afecta. Actualmente tengo una vida demasiado complicada como para que unos ojos acusatorios me hagan sentir culpable.
—Hola, Erin —contesto saliendo al pasillo principal.
—Hola, tesoro. Te llamaba para saber si tienes planes para hoy.
Pensaba quedarme en la biblioteca hasta que cerrasen, quizá parar para comer algo y mordisquear el capuchón de mi bolígrafo con la mirada perdida mientras me autocompadezco cada diez o quince minutos. En definitiva, el plan que toda madre, biológica o no, quiere escuchar para su hija.
—No tengo nada en mente —respondo al fin.
—Perfecto, porque me apetece muchísimo que vayamos al club de campo a comer. Ya tengo a Easton convencido —se vanagloria.
Sonrío. A Easton nunca le ha gustado ir al club de campo los domingos. Mantiene, con muchísima razón, que no quiere tener que verle la cara a todos los ejecutivos con los que se pelea a diario, ni siquiera con los que se lleva bien.
Yo, por mi parte, sopeso la idea. Estar con Erin y con Easton, una comida deliciosa, aprovechar los últimos días de sol… Miro la puerta por la que acabo de salir. He repasado esos archivos un millón de veces. Ya no tengo nada que hacer con ellos. No voy a sacar más información de la que hay. Respiro hondo.
—Cuenta conmigo.
—Pasaremos a buscarte en dos horas. Adiós, tesoro.
Recojo mis cosas y voy en taxi a mi apartamento. Necesito darme una ducha y cambiarme de ropa. Cuando atravieso mi portal y subo hasta mi rellano, temo encontrarme a Jackson esperando en mi puerta, pero casi inmediatamente cabeceo y me pongo los ojos en blanco. Jackson Colton no es de la clase de hombres que te espera en la puerta. Él te da una oportunidad y, si la pierdes, pasa a la siguiente chica que hace cola a sus pies para hacer absolutamente todo lo que él desee. Cabeceo de nuevo. Esa idea me ha gustado todavía menos. Pero ¿y si es lo que ha ocurrido? ¿Y si he sido una estúpida marchándome a casa de Sadie cuando él ha pasado toda la noche en el Archetype con Natalie, por ejemplo?
Meto y giro la llave en la cerradura malhumorada y cierro de un portazo. No quiero volver a pensar en Jackson en lo que queda de día, ni de mes, ni de año, ni de calendario solar.
Lara Archer: 0; mente perversa que no pierde la oportunidad de imaginar a Jackson desnudo y a Jackson desnudo con otra mujer: 1.
Easton y Erin me recogen puntuales y llegamos al club relativamente rápido. Estamos disfrutando del delicioso postre cuando veo a varios hombres con el mismo uniforme de polo que Jackson llevaba hace unos días cruzar la terraza de madera y dirigirse a las cuadras. Trago saliva instintivamente y todo mi cuerpo se tensa. ¿Estamos aquí porque hay partido de polo? ¿Jackson juega ese partido?
—¿Hoy hay partido de polo? —pregunto tratando de sonar indiferente, pero me atraganto con un trozo de la masa de galletas del fondo de la tarta y acabo tosiendo como una histérica.
«Eso es, Archer. Tú siempre tan discreta».
—Sí —responde Erin, comiendo con mucha más elegancia que yo sus profiteroles de chocolate—. Empezará en unos minutos. Juegan Allen y Jackson.
No. No. No. Necesito pensar y ver a Jackson con el uniforme de polo no va a ayudarme en lo más mínimo.
Sin embargo, no tengo opción y, prácticamente unos pocos segundos después de que pregunte, Erin me pide que nos levantemos y, mientras Easton saluda a unos clientes, las dos nos encaminamos hacia la enorme pérgola blanca que, como siempre, el club prepara para ver el polo.
—Sentémonos aquí, tesoro —me indica Erin señalando una de las mesas de latón blanco.
Asiento y me acomodo a su lado. Un camarero llega prácticamente al mismo tiempo que nosotras y deja sobre la mesa dos limonadas con muchísimo hielo y unas hojas de hierbabuena. Si no tuviese los nervios burbujeando en la boca del estómago, sería una tarde de lo más agradable, como de novela de Scott Fitzgerald.
Los jugadores comienzan a salir y mis nervios se recrudecen. Me revuelvo incómoda en la silla y comienzo a golpear el césped rítmicamente con mis sandalias.
—¿Estás bien, tesoro? —pregunta Erin.
Yo fuerzo una sonrisa y asiento.
—Sí, claro que sí. Me encanta el polo —añado estúpidamente nerviosa.
En ese momento Jackson aparece a galope de un precioso caballo marrón chocolate por el otro extremo del campo. Está sencillamente increíble, con sus deliciosos pantalones blancos, unas relucientes botas de montar y un polo azul marino cruzado por una raya diagonal blanca. Tiene el pelo castaño revuelto por la brisa y sus ojos verdes se distinguen intensos y salvajes incluso a esta distancia. Sus músculos se armonizan perfectamente cuando se alza sobre los estribos sin detenerse. Si ahora mismo escuchara suspiros y desmayos entre las mujeres del público, lo entendería sin asomo de dudas.
Se detiene a unos metros de mí. Mira a su alrededor y, cuando nuestras miradas se encuentran, frunce el ceño. Está claro que no esperaba encontrarme aquí y no sé si le ha gustado hacerlo.
En ese momento Allen sale al campo y se acerca a nosotras trotando suavemente.
—Mamá ha conseguido convencerte —me dice socarrón.
Sus palabras me distraen, pero tardo un segundo más de lo estrictamente necesario en dejar de mirar a la tentación y centrarme en Allen.
Mi hermano frunce el ceño perspicaz y yo me bajo las gafas de sol que llevaba a modo de diadema para tener alguna defensa frente a esa mirada inquisitoria.
—Eso parece —respondo disimulando que mi cuerpo ahora mismo no es más que un saco de hormonas calientes gracias a Jack.
Allen sonríe y caigo en la cuenta de que su polo no es azul sino rojo.
—¿Por qué Jackson y tú no jugáis en el mismo equipo?
—Porque es tan arrogante como parece —responde con una sonrisa maliciosa—, y en el polo lo es todavía más.
Ahora la que sonríe soy yo. No podría tener más razón.
—Diviértete, marinera —se despide.
—Lo mismo digo, capitán.
Levanta su mazo de polo y se aleja hablando con otro jugador.
El partido comienza pocos minutos después. Respiro hondo y me acomodo en la silla luchando por mantener mi libido a raya. Sadie llamó a Jackson empotrador salvaje y no lo había visto jugando. Me estoy pensando seriamente hacerle fotos y enviárselas para que me dé su opinión de socióloga profesional. Probablemente sólo conseguiría que invirtiera todos sus ahorros en hacerse socia del club y no se perdería ni siquiera los entrenamientos. Desde luego, yo no la culparía. Para colmo de mis males, Jackson es increíblemente competitivo, pelea cada bola hasta el final y no le preocupa lo más mínimo tener un encontronazo con otro jugador, y eso sólo hace que su halo de puro atractivo brille todavía más.
Sin embargo, el primero en marcar un tanto es el equipo de Allen. Erin y yo nos levantamos y aplaudimos la jugada.
—¡Genial! —grito cuando Allen pasa a mi lado.
—Os lo he dedicado —replica burlón.
Sonrío pero el gesto se borra de golpe de mis labios cuando, sin ningún motivo en especial, observo el resto del campo y mi mirada se encuentra con la de Jackson. Está furioso, y mucho.
En la siguiente jugada, una pelota queda dividida. Un jugador del equipo de Allen va a atraparla, pero, a falta de unos metros, Jackson aparece galopando a toda velocidad y se la roba. El primer jugador tiene que hacer relinchar el caballo y frenarlo justo a tiempo de no arrollar a Jackson, que ha caído del suyo. Literalmente ha puesto su integridad física en peligro con tal de conseguir la bola.
Erin y yo nos levantamos de un salto. El primer jugador se aleja despacio y toma las riendas del caballo de Jackson. Él se levanta manchado de tierra y se sacude las manos. Suelto el aire de una bocanada y sólo entonces me doy cuenta de que había contenido la respiración hasta ver a Jackson sano y salvo. ¿Se ha vuelto loco? Es un partido amistoso, no la final de las Olimpiadas.
El árbitro corre hasta él y comienzan a hablar. Desde mi posición no puedo oír lo que dicen, pero, por los gestos de Jackson, por cómo se echa el pelo húmedo hacia atrás con la mano y el «joder» que pronuncia entre dientes, está claro que están teniendo una conversación de lo más acalorada. El juez acaba expulsándolo y Jackson se marcha del campo con cara de pocos amigos.
Yo me cruzo de brazos en la silla y trato de ignorarlo; se ha ganado que lo expulsen, pero, por mucho que lo intento, mi atención está en las cuadras y no en el campo. Resoplo furiosa conmigo misma por no poder mantenerme alejada de él y, tras ponerle una excusa bastante pobre a Erin, me dirijo disimuladamente a la zona de descanso de los caballos.
Cuando al fin llego, Jackson está junto a una cuadra individual. Tiene el pelo aún más alborotado, es obvio que ha debido de pasarse las manos por él una docena de veces, y está concentrado en quitarle la silla de montar a su caballo. Con su carácter casa perfectamente que no tenga buen perder e imagino que, que le quiten la posibilidad de jugar, es mucho peor.
—Hola —lo saludo tratando de que mi voz suene lo más amable posible—. ¿Estás bien?
Jackson alza sus ojos verdes, me observa de arriba abajo y vuelve a concentrase en su animal. Le quita la silla, la deja sobre una grupa de madera y lo mueve hasta el bebedero.
—Siento que te hayan expulsado.
Sigue en silencio.
—Sólo quería ver si estabas bien.
Exhala brusco todo el aire de sus pulmones y niega una sola vez, como si algo le enfadara muchísimo por dentro.
—Y a ti qué te importa —gruñe.
Esto es sencillamente increíble. Soy una estúpida por venir hasta aquí y preocuparme por él.
—Vete a la mierda, Jack —siseo girando sobre mis pasos.
—Tú y yo no somos amigos —dice cuando estoy a punto de salir del establo.
Río entre dientes.
—Y ni siquiera nos caemos bien —añado girándome—. ¿Vas a recordarme alguna otra cosa que tenga clarísima? —concluyo mordaz.
¿Qué demonios le pasa?
Los dos nos quedamos en silencio durante unos segundos. Finalmente Jackson se humedece el labio inferior y suelta las riendas del caballo.
—¿Dónde coño estabas, Lara? —inquiere acercándose a mí.
La pregunta me pilla fuera de juego. Su mirada sigue siendo igual de fría, igual de exigente, pero al mismo tiempo parece preocupado, desconcertado. Una parte de mí tiene clarísimo que es porque quiso la muñequita y no la encontró. La otra empieza a dudar de que fuera sólo por eso. Y las dos me dan un miedo terrible.
—Necesitaba pensar —me explico en un suave murmuro—. ¿Tú nunca necesitas pensar?
—Eso no es asunto tuyo.
¿Cómo puede decir algo así?
—Maldita sea, Jack. Sí lo es —protesto—. Esto nos incumbe a los dos.
—Basta —masculla entre dientes—. No hay ningún «esto».
Sé que está furioso, pero yo también. No puede escudarse siempre en los «no es asunto tuyo». Las cosas ya son demasiado complicadas.
—¿Fuiste a buscarme a mi apartamento?
—Lara —me reprende.
—Jackson, por favor —prácticamente le suplico.
Necesito saberlo.
—Sí, fui porque quería castigarte —responde furioso, dando un amenazador paso hacia mí—. No puedes desaparecer sin más, joder.
—Tenía que hacerlo —trato de hacerle entender.
—¡Yo no necesitaba a nadie, Lara!
Su frase cae entre los dos y vuelve a silenciarnos, pero Jackson rápidamente se pasa la mano por el pelo y da los primeros pasos hacia atrás para terminar girándose y regresando a las cuadras.
—Márchate, Lara.
Yo abro la boca dispuesta a decir algo, pero no sé el qué. Su confesión me ha removido por dentro de más maneras de las que puedo siquiera explicar. ¿Siente algo por mí? ¿Me necesita? ¿Lo necesito yo? Lo observo detenerse de nuevo junto a su caballo y, bajo toda la confusión, comienzo a sentirme muy culpable. No quiero que piense que simplemente fue un capricho.
—Tenía mis motivos —trato de explicarme.
Jackson no contesta, ni siquiera me mira, y algo dentro de mí estalla. Siento que lo haya pasado mal, pero no me merezco que me trate así.
—¿Tanto te molestó haber tenido que ir a buscarme? —le pregunto furiosa caminando hacia él.
Otra vez silencio.
—¿Tanto te molestó haberte preocupado por alguien? —alzo la voz. No es justo. ¡No es nada justo!—. ¡¿Tan duro fue?!
—¡Basta! —me interrumpe.
Al fin alza la cabeza y nuestras miradas se encuentran. La suya por primera vez no es impenetrable y una decena de emociones asoman en ella. Está furioso, frustrado, dolido. Cada una de ellas me desarma un poco más, pero yo también me siento exactamente así. Me ha puesto entre la espada y la pared en el trabajo. Me ha puesto entre la espada y la pared en mi vida. Yo tampoco quiero necesitarlo.
Giro sobre mis pies y salgo de las cuadras antes de que ninguno de los dos diga nada más.
Ya no me apetece seguir viendo el partido y regreso al edificio principal. Paseo por la planta baja tratando de ordenar un poco mis ideas, dándole vueltas a todo por millonésima vez en lo que va de día.
Me topo de frente con un mesa redonda llena de fruta perfectamente lavada y cortada y decenas de botellas de Evian. El club debe de haber preparado un pequeño refrigerio para los espectadores del partido. Dios no quiera que a una rica riquísima de Glen Cove le dé un rayo de sol de más y acabé deshidratada. Una sonrisilla de malicia se me escapa ante mi propia broma y cojo un par de cerezas.
No les he dado el primer bocado cuando una mano me agarra con fuerza de la muñeca y tira de mí hasta meterme en la habitación contigua. Es Jackson. Sé que es Jackson.
Me zafo de un tirón y miro a mi alrededor desorientada. Estoy en los vestuarios masculinos.
—¿Qué haces? —me quejo.
Jackson no responde. Me toma de las caderas y me lleva contra la pared dejando que sus ojos verdes, toda su arrogancia y su magnetismo me envuelvan. Un suspiro se escapa de mis labios y él me estrecha contra su cuerpo un poco más. Esto se le da demasiado bien. No tengo ninguna posibilidad, pero inmediatamente mi sentido común me recuerda que me está tratando como a una muñequita, algo que mueve a su antojo, exactamente como quiere y donde quiere.
Lo aparto de un empujón y le doy una bofetada.
Jackson se lleva la mano a la mejilla y gira la cara despacio. Es la misma actitud desafiante que tuvo la primera vez que lo abofeteé y, como entonces, me deja claro con su cara de perdonavidas que sólo llegaré donde él me permita llegar.
—No soy tu muñequita —siseo manteniéndole la mirada.
Da un paso hacia mí, yo lo doy hacia atrás y vuelve a acorralarme contra la pared.
—Sí lo eres —ruge—. Siempre.
Yo quiero protestar, decirle que se aparte, gritarle que jamás habrá un «siempre» entre nosotros, pero nuestros cuerpos se acoplan demasiado bien. Es mi bendición y mi castigo. Le empujo y alzo la mano dispuesta a abofetearlo otra vez, pero Jackson la atrapa antes de que pueda rozarle y la retiene con la suya contra los inmaculados azulejos. Hace lo mismo con mi otra muñeca y acabo inmovilizada con mis dos manos sujetas por encima de la cabeza por una de las suyas.
Jadeando en contra de mi voluntad, excitada en contra de mi voluntad, deseándolo, como siempre, en contra de mi voluntad.
Su mano se pierde bajo la falda de vuelo de mi vestido. Se deshace de mis bragas con un brusco tirón, libera su erección y me embiste sin piedad.
Joder, todo se llena de placer.
No quiero querer esto, pero mi cuerpo lo necesita como si fuese su único alimento.
Jackson se detiene dentro de mí. Me quita las cerezas de la mano y, sonriéndome sexy y con malicia, coloca el extremo de la pequeña ramita que une los dos frutos entre mis labios.
—Si se te caen —me amenaza en un susurro con su voz más ronca, más sensual, más salvaje, más todo—, no dejaré que te corras.
¡¿Qué?!
Todo da vueltas y la excitación caliente, húmeda y rápida se multiplica por mil. Agarro la ramita entre los labios y Jackson me embiste. Una sola vez. Deslizándome por la pared, haciéndome sentir toda su increíble longitud. Este es su maldito castigo por haber desaparecido dos días, porque es imposible que te follen de verdad, no gemir y no morir en el intento.
Comienza a moverse sin piedad, brusco, consiguiendo que un delirante placer me recorra de pies a cabeza. Yo sostengo la ramita, haciendo un titánico esfuerzo por no emitir ningún sonido. Si separo los labios, las cerezas se caerán y él cumplirá su amenaza. Es lo suficientemente malnacido como para dejarme a medias.
Voy a gritar. Quiero gritar. ¡Necesito gritar!
Sus ojos verdes me miran satisfechos y arrogantes mientras mi cuerpo se estira, se arquea y se tensa deslizándose arriba y abajo por la pared.
Ancla su mano en los azulejos. Cierro los ojos. Me embiste más fuerte.
Dios.
Dios.
¡Dios! ¡No puedo más!
Jackson se detiene quedándose dentro de mí. Abro los ojos confusa y los suyos me están esperando. Mi pecho se hincha y se desinfla preso de mi respiración más convulsa. Con una sonrisa llena de alevosía, Jackson libera mis manos, baja despacio la suya y con dos dedos deja caer las cerezas al suelo ante mi atónita mirada.
—Será que no quiero que te corras —dice sin más.
Suspiro absolutamente escandalizada. ¡Es un malnacido!
Jackson sonríe satisfecho por haber provocado en mí exactamente lo que quería. Sale de mi cuerpo y se aleja unos pasos mientras vuelve a guardarse la polla aún dura en sus pantalones de polo y recoge mis bragas deshechas del suelo.
—Piénsatelo mejor la próxima vez que decidas animar a Allen —me advierte arisco, caminando hasta su taquilla.
¡No puede ser verdad! Me pongo bien el vestido y me separo de la pared.
—¿Te has enfadado porque animé a Allen? —inquiero atónita.
He formulado la pregunta, pero algo dentro de mí no para de gritarme que no sea estúpida, que no me quede sólo en lo que él quiere que vea.
—Me importa una mierda a quién animes, Lara —responde abriendo la pequeña puerta metálica, lanzando mis bragas en ella y de alguna forma dándome la razón.
Jackson se gira, se lleva las manos a la espalda por encima de los hombros y se quita la camiseta. La tela deja al descubierto ese torso perfecto e, involuntariamente, me distraigo con cada centímetro.
Deberían prohibirle desnudarse.
—Pero animarlo no me da derecho a correrme —replico impertinente reconduciendo la conversación, cruzándome de brazos llena de una dignidad ensordecedora, sobre todo teniendo en cuenta que no llevo bragas.
—No te da derecho a ir en el equipo ganador —responde cerrando la taquilla de golpe y caminando hacia mí—. Y ahora mueve el culo y sal de aquí —dice muy malhumorado, pasando a mi lado y dirigiéndose a las duchas—. Los otros jugadores están a punto de llegar.
¡Estoy furiosa! ¡No puede tratarme siempre como le dé la gana!
—A lo mejor alguno de ellos me deja jugar en el equipo ganador. —Mi voz suena insolente; mejor, es un desafío en toda regla.
En un microsegundo su mirada cambia y se recrudece hasta un límite insospechado. Camina hasta mí con paso decidido y, sin decir una palabra, me carga sobre su hombro.
—¡Jackson! —grito, pero no le pido que me suelte. No quiero. Estoy demasiado excitada desde las malditas cerezas.
Me deja de pie en una de las duchas y cierra la puerta de metacrilato blanco. Abre el grifo sin ninguna contemplación y el agua nos empapa al instante. Grito por la sorpresa. Está helada, aunque rápidamente se vuelve tibia y después caliente.
Jackson se desabrocha los pantalones, libera de nuevo su increíble polla y, sin mediar palabra, me embiste levantándome a pulso contra la pared húmeda y resbaladiza. Está más que enfadado, está verdaderamente furioso… está celoso, como yo lo estoy cada día. ¿En qué lío nos estamos metiendo? Ya no utilizo el singular porque es más que obvio que lo estamos haciendo los dos. Toda esta locura va a acabar destrozándonos.
Quiero hablar. Quiero decir lo que mi sentido común me implora que diga, pero no puedo… sus embestidas son perfectas, deliciosas, y una a una me empujan exactamente donde mi cuerpo y mi corazón se mueren por estar acallando todas las alarmas.
Oímos la puerta abrirse y un murmullo grueso y escandaloso toma el ambiente. El partido debe de haber acabado. Jackson me dedica una media sonrisa dura y sexy y me embiste con fuerza, profundo, una vez más, quedándose dentro de mí.
Me muerdo el labio para contener un gemido y la rabia y la arrogancia brilla con fuerza en sus ojos verdes.
—Ahora vas a tener que estarte muy calladita si no quieres que alguno de esos tíos abra la puerta y nos descubra —me amenaza.
—También te descubrirían a ti —murmuro con la voz jadeante.
—Yo quedaría como el rey del mambo follándome a una chica en las duchas. De la chica, no sé si dirían lo mismo.
—Eso sólo es porquería machista —me quejo.
—Vivimos en un mundo machista —replica embistiéndome de nuevo una sola vez.
¡Dios!
Me muerdo el labio con más fuerza. Su brazo anclado en la pared se tensa soportando todo el peso de su movimiento.
Ha sido realmente increíble.
—Allen también está ahí fuera —susurro entre jadeos a punto de cerrar los ojos y simplemente dejar de protestar.
—¿Sabes? —contraataca arisco—. Cada vez me importa menos que Allen nos descubra.
¿Se ha vuelto completamente loco?
Sin embargo, otra vez no tengo opción. Jackson comienza a moverse otra vez duro, implacable, y mis reticencias poco a poco van disolviéndose en lo bien que se mueve y en lo bien que sienta.
Mi cuerpo se arquea contra la pared buscando el contacto con el suyo, disfrutando de él.
Suenan puertas, taquillas, risas, voces, pero nosotros estamos en otra realidad, en otro mundo. No tengo ninguna posibilidad de escapar del placer que Jackson crea para mí… sintiendo cada embestida, cada mordisco, sus labios en todo mi cuerpo, sintiendo todo lo que él quiera darme.
Sus dos manos se anclan en mi culo y aprietan con fuerza. Escondo mi cara en su cuello. Se mueve aún más rápido.
Todo mi cuerpo se arquea de nuevo.
Llevo mi cabeza con fuerza hasta la pared.
Ya no pertenezco a esta ducha, a este baño, a este universo.
El placer lo arrasa todo y alcanzo un orgasmo de película.
Jackson ralentiza sus movimientos hasta detenerse y se separa lo suficiente como para atrapar mi aturdida mirada.
—Te has corrido —susurra admirado.
Al principio no entiendo sus palabras, pero no tardo en darme cuenta de que este era su castigo. Follarme en un sitio donde podrían descubrirnos, ser tan brusco conmigo que no consiguiese correrme. Lo que no sabe es que a veces creo que podría hacerlo aunque ni siquiera me tocase.
—Podría hacerlo sólo con la manera en la que me miras —musito.
—Joder —ruge.
No dice nada más y comienza a moverse de nuevo. Sus manos, sus labios, sus embestidas se sincronizan y su cuerpo llama a gritos al mío. Mis piernas se encaraman con más fuerza a su cintura. Su contacto se hace más posesivo.
Jackson se inclina y su mano sube por mi costado hasta perderse en mi cuello. Otra vez busca su boca con la mía y otra vez se detiene en el último microsegundo. Se separa, resopla entre dientes y vuelve a acercarse a mí. Entreabro los labios desesperada por sentirlo, pero se detiene de nuevo. No puedo más. Y levanto la cabeza en busca de su boca. Jackson hace su mano más posesiva en mi cuello y me frena, devolviéndome a la pared y siguiéndome en el movimiento hasta que apoya su frente en la mía, deteniéndose dentro de mí, llenándome por completo.
—No —murmura con la voz segura pero entrecortada por su respiración acelerada.
Sin embargo, cuando abro los ojos me doy cuenta de que él los tiene cerrados, de que su cuerpo está tenso más allá del sexo, y entonces comprendo que ese «no» no era para mí.
Jackson abre los ojos en ese preciso instante y nuestras miradas se encuentran. Toda esta locura es mayor y más intensa de lo que creía y nos ha envuelto a los dos. Yo puedo leerlo en sus ojos, como estoy segura de que él puede leerlo en los míos.
—Jackson —murmuro.
Pero él no me da opción a decir nada y comienza a moverse otra vez aún más fuerte, aún más rápido, aún más duro.
El placer. El deseo. La excitación. Todo crece. Aumenta. Estalla. Lo domina todo.
¡Joder!
Mi cuerpo explota y se convulsiona con la corriente eléctrica de un segundo orgasmo sencillamente maravilloso. Jackson sigue moviéndose y dos embestidas después se pierde en mi interior reavivando mi piel en llamas.
No nos deja tiempo para pensar qué hemos hecho ni cómo lo hemos hecho. Ha sido algo diferente y los dos lo sabemos, aunque no vaya a concedernos la posibilidad de hablar de ello.
Sale de mí y mi cuerpo se estremece. Me baja despacio hasta que mis sandalias tocan el suelo y se aleja un par de pasos. Se quita los pantalones y, como si nada hubiese ocurrido, comienza a ducharse.
Yo lo observo sin entender qué quiere que haga. En un par de minutos cierra el grifo y se envuelve una toalla blanca a la cintura. Se pasa las dos manos por el pelo húmedo y da el paso definitivo hacia la puerta.
—Yo no puedo salir ahí —trato de hacerle entender—. Todos van a verme.
El murmullo aún es fuerte, debe de haber al menos una veintena de personas y Allen probablemente esté entre ellas.
Jackson me observa unos segundos. Sus ojos han vuelto a llenarse con su frialdad habitual y otra vez parecen inalcanzables. Otra vez él parece inalcanzable. Y, sin decir una sola palabra, sale de la ducha cerrando tras de sí.
Yo observo la puerta de metacrilato cerrada mientras una lágrima cae por mi mejilla. ¿Tan poco le importo? Me dejo caer en una esquina de la ducha y mi vestido se pega aún más a mi cuerpo, recordándome el agua que hace un par de minutos caía sobre él, el cuerpo de Jackson contra él. Suspiro con fuerza y me tapo la boca con la palma de la mano para amortiguar mis sollozos. No le importo absolutamente nada. La cabeza me va a mil kilómetros por hora y el corazón me martillea con tanta fuerza que creo que va a escapárseme por la garganta en cualquier momento.
Los jugadores poco a poco van marchándose y cada vez percibo menos voces en los vestuarios. Suspiro aliviada cuando ya no queda ninguna. Estoy a punto de levantarme y salir cuando vuelvo a oír la puerta. Alguien ha entrado. Un pequeño y metálico sonido inunda el ambiente y comprendo que ha echado el pestillo. Frunzo el ceño, pero toda la confusión se traduce en nerviosismo cuando oigo pasos acercándose. La puerta se abre. Contengo el aliento… y Jackson aparece al otro lado.
Ya no hay rastro del uniforme de polo y luce un espectacular traje negro con la camisa también negra.
Por un momento sólo nos miramos a los ojos. Los suyos me recorren entera como cada vez que nos encontramos, pero por un momento también el alivio brilla en el fondo de ellos. Se merece que me levante, vaya hasta él, lo abofetee y nunca más vuelva a mirarlo a la cara. Se merece todo eso y más, pero yo soy tan estúpida de estar aquí mirándolo porque no entiendo lo que tenemos y ahora mismo me da pánico que se termine.
Jackson camina hasta mí sin liberar mis ojos vidriosos, desliza sus manos bajo mis rodillas y mi espalda y me saca en brazos de la ducha. Yo rodeo su cuello con mis manos y escondo mi cara en él.
Me deja sobre el enorme banco de madera en el centro de los vestuarios. Me quita los zapatos. Agarra con suavidad el bajo de mi vestido mojado y me lo saca por la cabeza. Se deshace de mi sujetador y me quedo desnuda frente a él. Sin embargo, los dos sabemos que no es algo sensual, es algo mucho más íntimo, está cuidando de mí, está preocupándose por mí. Me envuelve con una toalla blanca de algodón y me seca paciente. Sus manos y la suave tela me dan toda la calidez que perdí en la ducha.
Saca un uniforme de polo limpio de una bolsa de papel a mi lado, no había reparado antes en ella, y con la misma paciencia y cuidado comienza a vestirme. Podría decirle que parase, que puedo hacerlo sola, pero no quiero romper este momento por nada del mundo. Por primera vez tengo la sensación de que está dejando de ser tan hermético, tan impenetrable, por primera vez me está dejando creer que significo algo más para él.
Jackson se acuclilla frente a mí y me pone una de las botas de montar.
—¿Por qué haces esto? —murmuro.
—Porque no pienso permitir que ningún otro hombre cuide de ti —sentencia con su voz más ronca, más salvaje.
—¿Ni siquiera si eres tú quien me ha hecho daño? —pregunto mientras me calza el otro pie.
Nuestras miradas vuelven a encontrarse. No he ocultado el dolor que siento en mi voz y sé que él lo ha notado.
—Sobre todo si es así, Lara.
Jackson se incorpora y me tiende la mano sin liberar mi mirada. Yo alzo la mía despacio y contengo un suspiro cuando, ya de pie, entrelaza nuestros dedos. Todo se está complicando demasiado, pero renunciar a lo que tenemos, sea lo que sea, ni siquiera es una opción.
Ninguno dice nada en el camino de vuelta a Nueva York. Cold desert,[18] de los Kings of Leon, suena suave, casi de un modo imperceptible, en la radio del coche. Parece que los dos tenemos mucho en que pensar.
Jackson detiene su Ferrari frente a mi edificio. Las preguntas burbujean en mi garganta. ¿Qué somos? ¿Qué tenemos? Pero no quiero pronunciar ninguna en voz alta. Él aprieta con fuerza el volante con la mirada clavada al frente.
—Sube a casa —me ordena suavemente.
No digo nada, sólo asiento y me bajo del vehículo. Es mejor dejarlo aquí. El día de hoy ha sido demasiado largo y demasiadas cosas han pasado en él.
Estoy a punto de llegar a las escaleras cuando, sin saber por qué, me giro. Jackson sigue ahí, observándome. Siempre he sentido que una fuerza más poderosa que la propia gravedad me ata a él. Ahora me doy cuenta de que a Jackson le sucede exactamente lo mismo. De pronto haberme bajado del coche sin hablar ya no parece tan buena idea, pero, una vez más, Jackson decide por los dos y, tras hacer rugir el motor de su coche, desaparece calle arriba.
Subo a mi apartamento y suspiro con fuerza. Deambulo por el salón sin saber qué hacer y finalmente me siento en mi escritorio y enciendo el portátil. Abro mi libro de Deegan y lo ojeo dejando volar las páginas mientras se carga el ordenador. Lo último que me apetece es trabajar, porque implicaría volver a pensar en Jackson y Benjamin Foster, así que decido centrarme en el proyecto.
Aparece la pantalla de inicio e inmediatamente vibra el icono de mensajes. Muevo el cursor y frunzo el ceño. Qué curioso. Fruncir el ceño es lo último que pensé que haría al ver un email de Connor.