15
Mis ojos se llenan de lágrimas en el mismo instante en que oigo la puerta. Ni siquiera había recordado que Connor regresa mañana. Sonrío fugaz entre sollozos. Todo esto empezó por él y ahora ni siquiera me importa.
No sé cuánto tiempo paso llorando, pero, la idea de que Jackson regrese y me encuentre destrozada en el suelo del baño de su habitación privada de un club para ricos y pervertidos, me parece demasiado patética incluso tratándose de mí. Es demasiado patético incluso para una canción de pop de los ochenta.
No me apetece ponerme el vestido negro ni tampoco los tacones, pero no puedo elegir. Atravieso el club deseando ser invisible y, sobre todo, suplicando por no encontrarme con Jackson. No sería capaz de ver cómo se marcha una vez más. Afortunadamente diviso a Colin sentado en una de las mesas antes de que él me vea a mí y consigo cruzar la estancia sin que repare en mi presencia. Es más que probable que Jackson esté con él.
Llego a mi apartamento y, sin pensarlo, me meto en la cama. Antes de poder pensar, de tratar de ordenar mis ideas, de respirar, comienzo a llorar. Lo echo de menos. Lo echo de menos como si todo lo que tengo ya no valiese nada sólo porque él no está.
Me acurruco con fuerza. El frío y la lluvia han vuelto de golpe. Vuelvo a tener siete años de golpe.
Sólo quiero dormir y olvidarme de todo.
El despertador suena. Lo apago de un manotazo y abro los ojos. Creo que nunca llegué a dormirme del todo. Debería levantarme, ducharme, ir al trabajo… en pocas palabras, seguir adelante con mi vida. Ayer sólo pasó lo que tenía que pasar. Jackson y yo no podemos estar juntos. Además, me conozco demasiado bien como para saber que ese «sólo quiero dormir y olvidarme de todo» se transformará en «sólo quiero estar en el sofá y olvidarme de todo» y acabará siendo «sólo quiero llevar mi pijama más feo y ver películas de los ochenta durante dos días mientras mis amigas me llaman para ver si sigo viva y, por supuesto, olvidarme de todo». Preferiría no llegar a ese punto.
Me arrastro hasta el baño y me preparo para ir a trabajar. Desayuno y llego a la oficina puntual como un reloj. Scott me pone al día de todo lo que hicieron ayer, pero estoy distraída y apenas presto atención. Ni siquiera escucho el nombre de las empresas responsables de las inversiones que vamos a estudiar hoy. Mentiría si dijera que me importa.
Las chicas me mandan media docena de whatsapps y acabo cediendo a que comamos juntas mañana y después nos vayamos de tiendas para buscar qué ponernos para la fiesta que el sábado que viene Erin organiza en la Sociedad Histórica. No quiero ir, pero no me queda otro remedio.
Poco antes de las cinco, llaman a la puerta de mi despacho. Doy paso y Scott entra con varias carpetas.
—Deberías ver esto —me informa tendiéndome un par de hojas grapadas en la esquina superior.
Tampoco tengo prisa por irme a casa.
En cuanto mis ojos se posan en la primera línea, frunzo el ceño y presto verdadera atención. Son movimientos de dinero entre personas, no entre empresas, por compras de bienes inmuebles, obras de arte… todo lo relativo a una empresa con sede en Alemania. Aparecen decenas de nombres como beneficiarios de las operaciones, así que, en teoría, no es nada ilegal.
Lo curioso es que todos forman parte de la cúpula ejecutiva de la misma empresa.
Alzo la mirada y, cuando me encuentro con la de Scott, levanta las cejas. No es ilegal, pero tampoco común y, desde luego, sí muy sospechoso.
Me levanto de un salto, cojo los dosieres que me tiende y abro el primero. Sólo necesito revisar un par de operaciones para darme cuenta de que hay claros indicios de delito.
—Esto es saturación de capital y malversación —digo sin asomo de dudas, ojeando el resto de los documentos.
—¿Saturación de capital? —pregunta Scott confundido.
No le culpo. Esa práctica dejó de ser común en los años setenta.
—Para controlar una empresa, compran todos sus activos, desde pequeños paquetes de acciones hasta las obras de arte del hall de su sede central —le explico sin dejar de mirar carpetas—. Lo hacen desde distintas cuentas a nombre de distintas personas. Los beneficios que obtienen por las operaciones y los activos que han conseguido se filtran a través de otros pagos, como minutas de abogados o comisiones de negociaciones legales, y al final todo llega a una única persona. En esta ocasión, el dueño de la compañía. —Echo un vistazo a la hoja que tengo entre manos hasta llegar a su nombre—. Peter Cosgrow.
Me suena ese nombre.
—¿Cómo se llama la empresa? —pregunto buscando yo también el nombre en los documentos.
—Silver Grant.
No puede ser.
Salgo disparada hacia el archivador y rescato todas las carpetas del asunto Foster. Silver Grant es la empresa que trabajaba para Jackson. Busco la que me interesa y la abro con manos aceleradas. Si utilizaron las comisiones de las inversiones de Foster para blanquear la compra de la compañía alemana, las cuentas no casarían, dando la sensación de que Benjamin Foster, o Colton, Fitzgerald y Brent como su empresa inversora, habían desfalcado.
—Por favor, por favor —murmuro.
Llego a las inversiones en cuestión. Compruebo las cifras.
—¡Sí! —grito feliz.
¡Acaba de quedar demostrado que Jackson es inocente!
Arranco del dosier la hoja con las cifras y regreso hasta Scott. Cuando estoy a punto de alcanzarlo, caigo en la cuenta de que Silver Grant es la empresa donde trabaja Connor. Frunzo los labios y durante un segundo valoro seriamente la posibilidad de no denunciarla.
—Designa a un tercer analista —digo al fin—. Comparad todas las cifras de las inversiones de Foster con el dinero que Silver Grant declaró en comisiones y el que, en esas mismas fechas, sus empleados declararon como beneficios de inversiones personales. Cuando lo tengas todo, inicia los trámites de denuncia.
Por mucho que Connor trabaje allí, no puedo permitir que un delito así quede sin castigo.
Scott asiente y se marcha de mi despacho. Yo rodeo mi mesa y con una sonrisa de oreja a oreja descuelgo. Sin embargo, cuando estoy a punto de marcar el número de Jackson, mi gesto se apaga. No puedo llamarlo. Lo que había entre nosotros, fuera lo que fuese, se acabó.
Cuelgo el teléfono de un golpe y me derrumbo en mi sillón.
Lo echo de menos y no debería. Sólo teníamos un trato. Sabía que lo nuestro se acabaría.
La alarma suena, pero yo ya llevo una hora con la vista clavada en el techo pensando, pensado y pensando. Pienso mucho, pero los temas son siempre los mismos: Connor, el beso en Atlantic City, pero, sobre todo, Jackson. A veces le doy vueltas a otras, cosas profundas, como por qué Jack y yo no podemos permitirnos una relación. Otras cosas no tan profundas pero igualmente significativas, como lo bien que le quedan los pantalones de polo o si tendría que deshacerme de la cómoda vintage para poder poner un sillón tántrico en mi habitación. Me llevo la almohada a la cara. De todas formas no tendría a nadie con quien querer usarlo.
Maldigo el despertador y me obligo a salir de la cama. Por lo menos el día de hoy promete ser más animado. Veré a las chicas e iremos de compras.
Me arreglo para trabajar en tiempo récord y, con un café para llevar en una mano y una porción de tarta de manzana en la otra, me dirijo al trabajo.
La mañana pasa rápida y, antes de que me dé cuenta, estoy doblando la esquina de Lexington Avenue con la 59 y ya veo a las chicas en la entrada de Bloomingdale’s.
No dejamos un solo rincón de la tienda por revisar y nos metemos en los probadores cargadas de vestidos y zapatos. Me encanta estar con las chicas, pero no tardo más de un par de minutos en volver a sentirme triste, confusa, dolida. Resoplo y apoyo la frente contra la pared, fuerte.
—¿Ya te estás lamentando? —pregunta Dylan desde el probador a mi derecha.
—Seguro que está pensando en Jackson —responde Sadie a mi izquierda.
Yo suspiro con fuerza una vez más y me giro hasta que apoyo la espalda sobre la pared color champagne.
¿Cómo es posible que a cada minuto que pasa lo eche más de menos? No podemos estar juntos. Connor ha vuelto. Fue por él por quien hice todo esto. Es con él con quien debo estar. Connor nunca me haría daño.
—Necesito olvidarme de todo —digo al aire.
—Sobre todo de Jackson —especifica Sadie.
Pongo los ojos en blanco.
Ya lo sé. No me lo recuerdes.
—Connor ha vuelto. Necesito pasar página y volver a estar bien.
—Sin Jackson —vuelven a apuntillar desde el probador a mi izquierda.
Resoplo y finjo no oírla.
—Tener una nueva vida sentimental —sentencio.
Nadie habla. Parece que, al fin, me han entendido.
—Y sexual, porque Jackson follaba de miedo —me recuerda Sadie.
Me giro y miro boquiabierta hacia el lado izquierdo de la pequeña habitación absolutamente indignada, pero ¿qué le pasa?
—Ya sé que Jackson es increíble e injustamente atractivo y guapo, muy guapo —me obligo a añadir a regañadientes—, y brillante. —Por Dios, no sé qué clase de terapia es esta, pero no me está ayudando lo más mínimo—. Era un maldito mirlo blanco, lo sé.
—Y el sexo con él era espectacular —añade Sadie—, de peli porno mezclada con peli superromántica de Reese Witherspoon, en plan «lo mejor que vas a probar en toda tu vida».
—¿En serio? —protesto saliendo del probador como una exhalación y recorriendo la ínfima distancia hasta abrir la puerta del de Sadie—. ¿Alguien te ha dicho alguna vez que consuelas de pena?
Ella ríe una sola vez imitando a las malas de las telenovelas de la tele por cable y da un paso hacia mí.
—¿Y alguien te ha dicho a ti que te autoengañas de pena?
Frunzo los labios.
—Tú no quieres estar con Connor —continúa—. Tú quieres a Jackson y puedes repetirte las veces que sea que sería un error, incluso que no le quieres, pero al final lo que cuenta es esto —sentencia alargando el índice y apuntándome en el corazón con él.
Yo inspiro hondo a la vez que fugazmente me llevo la mano a la porción de piel que ha señalado. Tiene razón. Tiene razón en cada letra.
—Mira, Lara. Nos conocemos desde el primer día de universidad y puedo decir sin asomo de duda que, desde que todo esto con Jackson comenzó, has crecido en todos los sentidos: eres más valiente, más fuerte, has dejado de estar asustada. —Las dos sonreímos suavemente. Vuelve a tener razón—. Si al final sientes que no puedes estar con Jackson, me parece bien, pero nunca te has comportado como una ratoncita de biblioteca, así que no empieces ahora.
Vuelvo a suspirar con los ojos fijos en los de mi amiga.
—Supongo que tienes razón.
—¿Lo dudabas? —inquiere escandalizada.
Sonrío, no puedo evitarlo y, al ver que ha cumplido su propósito, Sadie también lo hace.
—Lárgate —me pide divertida—. Tengo que probarme este triquini de noche.
Tuerzo el gesto fingiéndome ahora yo escandalizada y regreso a mi probador.
—¿Qué hacíais? —grita Dylan desde el suyo.
—Estaba arreglándole la vida a Lara —me interrumpe Sadie cuando estaba a punto de hablar—. Si tú también necesitas a Sadie y a su teléfono del amor, pasa a mi despacho.
Y, como no podía ser de otra forma, las tres estallamos en risas.
Regreso a la oficina con un par de bolsas y un bonito vestido negro y vuelvo a zambullirme en el trabajo. El señor Sutherland llama para felicitarme por la denuncia a Silver Grant, pero me deja claro que no volverá a subvencionar mi proyecto. Según él, nos pone en una situación incómoda a los dos.
Ya ha anochecido. Creo que todos se han ido. Miro a mi alrededor. Debería marcharme a casa, pero me niego a encerrarme en mi apartamento y volver a la tortura de pensar, pensar y pensar. Sólo con recordar lo que podría ser, recuerdo también por quién sería y acabo respirando hondo mientras mis ojos se llenan de lágrimas.
¡Basta, Archer!
Me niego a pasar más horas en blanco. Me levanto decidida y comienzo a ordenar mi escritorio. El tiempo se emplea en cosas útiles. Se terminó llorar por lo que nunca podrá ser. Pero, entonces, al mover unas carpetas, una cae al suelo y el parqué de mi despacho se llena de papeles. Sólo necesito un segundo para reconocer la letra manuscrita. Son notas de Jackson sobre documentos del proyecto. Me agacho y comienzo a recogerlos demorándome de forma kamikaze en cada uno de ellos. Adoraba trabajar con él, por mucho que me quejase. De pronto todas las cosas que echo de menos vuelven como un ciclón y me sacuden de más maneras de las que puedo siquiera entender.
Me levanto sin terminar de recoger y salgo de mi despacho. Necesito aire fresco. Necesito un lugar donde cada bocanada que respire no me recuerde a él, que ya no está, que le quiero.
Todo comienza a dar vueltas.
Mi respiración se acelera. Se vuelve inconexa. Se esfuma.
Mi cuerpo tiembla.
Todo está en silencio.
Abro los ojos y miro a mi alrededor desorientada. Estoy en el sofá de la sala de descanso. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Me incorporo y me paso las manos por los brazos asegurándome de que no tengo ninguna herida. He tenido suerte. Lo último que recuerdo es salir de mi despacho, así que debí desmayarme en pleno departamento y ese lugar está lleno de mesas con las que podría haberme dado de bruces.
—¿Ya se ha despertado?
Me incorporo y veo a Lincoln entrar en la sala de descanso con dos botellitas de agua y varios paquetes de patatas. Mi estómago ruge. Estoy hambrienta.
—¿Qué tal está?
—Bien —murmuro obligándome a sonreír.
Me siento avergonzada. Entre mis funciones como jefa no está sufrir un ataque de pánico en mitad de la oficina y que uno de mis empleados tenga que cargar conmigo hasta la sala de descanso.
—Imagino que querrá comer algo —dice tendiéndome un paquete de Cheez-It.
Asiento y cojo la bolsa. De pronto caigo en la cuenta de algo. ¿Cómo sabe que estaría hambrienta? ¿Y por qué me ha traído aquí en vez de llamar a una ambulancia? Lo miro confusa y él sonríe adivinando lo que estoy pensando.
—Mi mujer sufría ataques de pánico. En cuanto vi cómo se desmayaba, supe que usted también.
—Entonces he tenido suerte.
Su sonrisa se ensancha y mueve una silla hasta colocarla frente a mí y tomar asiento.
—Supongo que sí. Siempre me preocupaba que le pasase algo cuando no estábamos juntos, pero ella sabía cuidarse muy bien sola.
Me dedica una mirada cómplice. Cuando sufres esta clase de ataques, al final aprendes a reconocer los síntomas y a tener cuidado, aunque a veces te pille por sorpresa.
—¿Ya no sufre ataques? —inquiero apurando la bolsa.
—Mi mujer murió en el atentado de las Torres Gemelas. Trabajaba en la torre norte.
Se me encoge el corazón. ¿Cómo no he podido darme cuenta?
—Lo siento mucho, Lincoln.
Sus ojos se llenan de tristeza y asiente. Han pasado catorce años. Debía de quererla muchísimo.
—No pasa nada —dice quitándome el paquete vacío de las manos y dándome uno nuevo de Lay’s.
Yo sonrío suavemente y lo acepto encantada. Lincoln me observa durante un segundo.
—¿Está bien, Lara?
—Sí —me apresuro a responder. Me gano una mirada perspicaz. Es obvio que no me ha creído—. He estado mejor, pero no es nada.
Lincoln suspira sin levantar sus ojos de mí.
—No se ofenda por lo que voy a decirle, pero desde hace unos días no es usted la misma.
Sonrío fugaz. Tiene razón.
—Algunas cosas han cambiado —me atrevo a decir.
—¿Es por la pelea con el señor Sutherland, porque no quiso denunciar a Colton, Fitzgerald y Brent? Debería estarle agradecido. No tienen pinta de ser de los que se toman las denuncias falsas demasiado bien.
Mi sonrisa se ensancha. Si el señor Sutherland los hubiese denunciado, Jackson habría acabado con él.
—No se trata de eso o por lo menos no sólo de eso… no lo sé —claudicó al fin—. ¿Alguna vez ha estado tan confuso que incluso las cosas que tenía más claras de repente ya no tienen sentido?
—Muchas veces —responde con la voz llena de sabiduría.
—Yo tenía claro a qué quería dedicarme y tenía claro con quién quería estar, incluso tenía una prueba que me aseguraba que era el hombre correcto.
—¿Una prueba? —inquiere confuso.
—Sí —respondo avergonzada—. Un beso. Ya sé que suena estúpido…
—No lo es —me interrumpe.
La dulce mirada que me dedica me da ánimos para continuar y desembuchar toda la historia.
—Un chico, Connor, me besó en Atlantic City. Fue mi primer beso de verdad. Sentí tantas cosas que di por hecho que quería estar con él, pero después conocí a Jackson y desde ese momento todo mi mundo está patas arriba.
—Por eso no lo denunció, ¿verdad?
Asiento.
—Sé que no dice mucho de mi ética profesional, pero no podía hacerlo.
—¿Y ese Connor es Connor Harlow? ¿El asesor ejecutivo de Silver Grant?
Asiento de nuevo.
—Y a él sí lo denunció cuando detectó las malversaciones en su empresa.
—Tenía que hacerlo —me defiendo.
—Quizá me estoy metiendo donde no me llaman, pero puede que ese beso no significara tanto como usted cree o, a lo mejor, todo lo que vino después significó todavía más.
Lo miro asimilando sus palabras. No soy ninguna idiota. Sé que me he estado autoengañando, repitiéndome que la ruptura con Jackson era lo que tenía que pasar, pero sí tengo claro que estar juntos sería demasiado complicado. Además, lo que sentí con aquel beso fue real.
Dios, estoy hecha un completo lío.
—No lo sé —me sincero al fin.
—Pues tendrá que averiguarlo —responde con una nueva sonrisa.
Seguimos charlando. Me cuenta cosas de su mujer, de cuánto le gustaba a ella su apartamento en el Lower Manhattan. Nunca consintió mudarse, ni siquiera cuando él se convirtió en ejecutivo de bolsa. También hablamos de Lehman Brothers, de lo culpable que se sintió durante meses a pesar de que no hizo nada y de cómo tuvo que soportar que lo miraran como si fuese un ladrón. Me disculpo por haber hecho precisamente eso el día que empezó a trabajar y él lo hace por haberme mirado como mira a su hija Maisie cuando cree que se está comportando como una cría. Se llama como su madre. Me cuenta que volvió a trabajar porque quería volver a sentirse útil y, sobre todo, porque echaba de menos a su mujer. Me consuela saber que no soy la única idiota del planeta que echa de menos algo que sabe que nunca va a poder volver a tener. Acabamos tomando unos perritos calientes en un puesto junto a la bolsa y, caballeroso, me acompaña hasta la boca de metro. Lo último que me dice es que se alegra de haber vuelto a trabajar. Según él, cada uno de nosotros estamos donde tenemos que estar cuando tenemos que estar.
Ya en mi cama, con la luz apagada y la mirada perdida en los rascacielos que se asoman a mi ventana, pienso en todo lo que ha ocurrido hoy y en todo lo que he hablado con Lincoln. Si cada uno estamos donde tenemos que estar cuando tenemos que estar, yo tenía que estar en Atlantic City aquella noche; lo que tengo que averiguar es si fue para que Connor me besara o para que ese beso desembocara en todo lo demás.
El sábado me levanto pronto, meto en mi mochila todo lo necesario para la fiesta de esta noche y me voy al apartamento de Dylan. Pasaremos la tarde viendo películas de los ochenta y bebiendo Cosmos y nos prepararemos juntas para, según Sadie, dejarlos boquiabiertos en cuanto pongamos nuestros delicados pies en el edificio de la Sociedad Histórica. También me llevo un libro, en concreto un ensayo sobre la relectura que Ronald Myles Dworkin hizo del código civil americano. Sadie me mira mal y amenaza con tirarme el libro por la ventana en cuanto me descuide. No me asusta. No es la primera vez que oigo esa amenaza.
A las ocho estamos entrando en la Sociedad Histórica. Adoro este edificio. Es muy sencillo pero precioso, como si le gritara al mundo que no necesita tener cien plantas para robarle el corazón a los neoyorquinos, como la chica tímida que se queda con el chico guapo. Además, tiene unas vistas inmejorables de Central Park; con eso no se puede competir.
Sadie le da un beso a la estatua de Abraham Lincoln al inicio de las escaleras y subimos entre risas. Ya desde el último peldaño puede oírse la suave música francesa del interior; sin duda, es una elección de Erin.
En mitad del inmenso salón nos mezclamos con los demás invitados. Todo está sencillamente precioso y la jet set neoyorquina se pasea luciendo sus mejores esmóquines y sus trajes más caros.
—Hola —me saluda alguien a mi espalda.
Es Connor.
—Hola —saludo girándome—. ¿Qué tal estás?
Está tan guapo como siempre, con un impecable esmoquin y su pelo perfectamente peinado.
—Muy bien, ¿y tú?
—Muy bien —me apresuro a responder.
Nos miramos durante un momento, pero él aparta su mirada y sonríe incómodo. Yo lo observo con el ojo científico con el que lo haría Sadie. A veces me cuesta trabajo creer que es el mismo hombre que me sacó con esa seguridad y decisión de la pista de baile en Atlantic City. Connor no es brusco, ni arrogante; en una palabra, no es indomable. No es como… me niego a pensar su nombre y cabeceo rápido y discreta.
—La fiesta es genial. La sala ha quedado realmente bonita.
Quizá sólo esté nervioso.
—Sí —comenta mirando a su alrededor.
Volvemos a quedarnos en silencio.
Las cosas pueden ser más sencillas, más directas.
Tal vez necesite algo de tiempo. Todos necesitamos algo de tiempo alguna vez. Inspiro hondo e, imitándolo, pierdo mi mirada entre la multitud. Sin ningún motivo en especial, llevo mi vista a la puerta y suspiro y me rindo ante la evidencia al ver entrar a Jackson increíblemente guapo, increíblemente atractivo, increíblemente todo… y solo.
—Ha venido solo —murmuro.
Pensé que traería a alguna de las chicas con pinta de supermodelo que lo miran como si estuviese recubierto de chocolate fundido.
Baja las escaleras hasta la sala principal derrochando elegancia. Cuando sus pies tocan el último escalón, se mete una mano en el bolsillo de sus pantalones de esmoquin y echa a andar llamando la atención de todas las mujeres de la fiesta.
Oigo que me llaman, pero no presto atención.
—Lara.
Todo mi cuerpo se ha despertado queriéndolo y deseándolo a partes iguales.
—Lara.
Me obligo a atender el sonido y me encuentro con la mirada de Connor.
—Perdona, me había distraído —me excuso incómoda.
—No te preocupes —me disculpa—. Te preguntaba qué tal el trabajo.
—Muy bien —respondo mecánica—. ¿Y tú? ¿Qué tal por Atlanta?
Connor comienza a explicarme en qué consiste exactamente su trabajo, cuántos clientes potenciales conoció… o algo parecido, porque lo cierto es que no le presto atención. Una mujer guapísima acaba de acercarse a Jackson. Le habla toda sonrisas y, aunque él no se molesta en saludarla, sigue ahí, mirándola con toda esa frialdad, consiguiendo, sin ni siquiera proponérselo, que ella pierda la cabeza por él.
No quiero ver esto.
—Perdóname, Connor. En seguida vuelvo.
Sin esperar respuesta por su parte, me pierdo entre la multitud buscando sin éxito algún lugar donde esconderme, donde huir de Jackson. Como si eso fuese posible. Diviso las puertas de la terraza. La temperatura ha bajado varios grados en estos días. No habrá nadie allí.
Acelero el paso y, sólo cuando mis tacones alcanzan el suelo de piedra, siento el huracán que me arrolla por dentro apagarse mínimamente. Camino hasta la baranda y me asomo disfrutando de la arboleda que nos rodea, respirando hondo. No tendría que haber venido.
—Lara.
Cada vez que he escuchado mi nombre en sus labios, he tenido la sensación de que lo ha inventado sólo para mí.
Me giro y mi respiración se evapora cuando veo a Jackson a un puñado de pasos. Sus ojos verdes se clavan en los míos y, como siempre, consigue que caiga hechizada.
—Hola —murmuro.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurra ignorando mi saludo—. ¿Por qué no estás en la fiesta?
Me llevo un labio sobre otro. No quiero tener que admitirlo, pero a estas altura de la película no tiene sentido mentir. Además, Jackson siempre ha sido sincero, aunque doliese, ¿por qué no iba a serlo yo?
—No estoy preparada para verte con otra mujer.
—Ninguna de ellas me interesa lo más mínimo —prácticamente me interrumpe, lleno de una seguridad atronadora.
Lo miro dispuesta a decir algo, pero no sé el qué. Ha dicho exactamente lo que yo quería escuchar. No quiero que le interese ninguna otra mujer. No quiero que esté con ellas. Soy mezquina y miserable. Hace menos de cinco minutos estaba charlando con Connor. Tratando de encontrarlo interesante. Maldita sea. ¿Por qué no puedo decir lo que quiero? ¿Por qué tengo tanto miedo a luchar por Jackson? ¿Por qué no puede él luchar por mí?
—¿Por qué no me besaste tú en Atlantic City? —murmuro.
Jackson sonríe pero no le llega a los ojos y se acerca hasta quedar a unos centímetros de mí. Tira de mi muñeca y me estrecha contra su cuerpo. Suspiro y me pierdo en la suave sensación de que después de tres días de infierno todo el dolor sencillamente se esfuma. Antes de que pueda decir nada, Jackson rodea mi cintura con sus manos y comenzamos a bailar, suavemente, al ritmo que él y una delicada voz en francés nos marcan.
Sus ojos verdes siguen sobre los míos mientras siento sus manos agarrar con fuerza, casi con desesperación, mi piel. Estoy en el paraíso. Cada vez estamos más cerca. Le deseo. Le deseo sin medida. Y le quiero.
—Sólo quiero que seas feliz —susurra.
Desliza su mano por mi cadera hasta separarse por completo y se aleja de mí entrando al salón y mezclándose con las decenas de parejas que continúan bailando. Mientras, la ensordecedora sensación de que sólo podré ser feliz con él se instala en mi estómago y tira de él. ¿Por qué las cosas tienen que ser de esta manera? ¿Por qué tengo que sentirme así con él? ¿Por qué tiene que conseguir que todo, sencillamente, cobre sentido?
Debería volver dentro, pero no quiero. Sin embargo, la climatología de Nueva York no piensa lo mismo y un par de gotas me caen en el hombro. Miro hacia arriba y tuerzo el gesto. ¿En serio? Es lo último que necesitaba.
Entro en el salón y prácticamente en ese mismo instante un haz de luz atraviesa el cielo y comienza a llover sin ninguna piedad.
Me alejo de la terraza y, al alzar la vista, veo a Connor a unos pasos de mí. Me sonríe con una copa de champagne en la mano y yo me tomo un momento para observarlo. Estoy cansada de sentirme así, de toda esta confusión. Quería sentir de verdad la pasión, la electricidad, el amor… entonces, ¿por qué estoy eligiendo a Connor? ¿Por qué estoy optando por lo más fácil? ¡Yo no quiero algo fácil!
Con esta especie de revelación, camino hasta él.
—¿Por qué me besaste en Atlantic City? —suelto de un tirón, como si la pregunta me quemara en la garganta.
Connor abre mucho los ojos y su expresión se llena de sorpresa y confusión a partes iguales.
—Sé que ahora mismo piensas que estoy loca —me explico—, pero necesito saberlo. En la fiesta de disfraces en el club del Borgata me besaste, hiciste que me diera cuenta de cómo tenían que ser las cosas y quiero saber por qué.
—Yo no te besé en Atlantic City, Lara.
¿Qué?
No puede ser.
El teléfono de Connor comienza a sonar. Él lo saca del bolsillo interior de su chaqueta sin levantar su mirada de mí.
—A lo mejor no sabías que era yo —trato de hacerle entender—. Llevábamos máscaras.
—Lara, estoy seguro de que no te besé en Atlantic City porque no besé a ninguna chica en Atlantic City… ¿Diga? —inquiere descolgando su smartphone.
No. No. No.
Entonces, ¿quién me besó? Miro a mi alrededor intentando poner algo de lógica en toda esta locura. Recuerdo sus ojos verdes. Aquella noche me parecieron los ojos verdes más espectaculares que había visto nunca. Involuntariamente sonrío. Son como los de… Jackson. ¡Dios mío!
Lo busco con la mirada y no tardo en encontrarlo. Está atravesando la estancia, dispuesto a salir del edificio sin importarle que ahora mismo esté diluviando.
—Lo siento. Tengo que marcharme —murmuro.
—Lara, espera —me llama Connor.
A regañadientes, me giro. Tengo que hablar con Jackson.
—¿Tu oficina ha denunciado a mi empresa? —inquiere realmente atónito.
—No he tenido más remedio. Tu jefe ha malversado once millones de dólares.
Connor me mira boquiabierto, casi al borde del infarto de miocardio.
—Veo que no estabas implicado, así que no tendrás nada por lo que preocuparte.
Doy un paso hacia él y lo beso en la mejilla.
—Gracias por los emails. —Sonrío—. Ahora tengo que marcharme.
Atravieso la sala como una exhalación. No me importa llamar la atención de todos los invitados. Me recojo el vestido y bajo las escaleras aún más de prisa. Llueve muchísimo, apenas puedo ver nada. ¿Dónde está?
—Lara.
Reconocería su voz en cualquier parte.
—¿Por qué no me dijiste que fuiste tú quien me besó en Atlantic City? —protesto enfadada, girándome. ¡Tenía derecho a saberlo!—. Dejaste que creyese que había sido Connor, que era con él con quien tenía que estar.
—Y tienes que estar con él, Lara —sentencia sin asomo de duda.
—¿Por qué?
No lo entiendo. ¿Por qué siempre trata de apartarme?
—Contéstame, Jackson, ¿por qué?
—¡Porque es lo mejor! —grita furioso—. ¿Por qué no puedes entenderlo?
La lluvia se hace más fuerte. Las gotas de agua resbalan por mis mejillas, por mis labios.
—Todo esto es por Natalie, ¿verdad?
—No.
—Porque la prefieres a ella.
¡No soy ninguna niña! ¡No tiene por qué mentirme!
—Contéstame.
—¡No! —sentencia furioso.
Su única palabra nos silencia a los dos.
—Si sigo con ella —continúa con la voz más calmada pero en absoluto serena— es porque es lo único que me queda para convencerme…
Jackson se interrumpe a sí mismo.
—¿De qué? —inquiero acelerada, nerviosa, desesperada.
No quiere hablar, pero yo necesito saberlo. Ya no puedo más. Me estoy muriendo por dentro.
—¡Jackson, ¿de qué?! —le suplico.
—¡De que no estoy enamorado de ti!
Nos mantenemos la mirada. Mis ojos se llenan de lágrimas y sé que él puede distinguirlas de cada gota de lluvia.
—¿Y ha funcionado? —murmuro.
Jackson exhala todo el aire de sus pulmones.
—No, joder, claro que no.
Cruza la distancia que nos separa, toma mi cara entre sus manos. ¡Me besa! Una corriente eléctrica me recorre por dentro. Está llena de deseo, de intimidad, pero, sobre todo, de amor. Es mucho más que un beso. Es el momento más feliz de mi vida.
Los dos sonreímos extasiados, felices, y vuelve a besarme. Nunca, nada, nadie, me había hecho sentir tan bien.
—¿Qué coño estáis haciendo?
La voz de Allen cruza el ambiente y lo ensordece todo. Nos giramos y prácticamente nos separamos en el mismo movimiento. Jackson tira de mi muñeca y me coloca a su espalda, protegiéndome.
—Allen, no es asunto tuyo —ruge.
—¿Cómo que no? —prácticamente grita—. Es mi hermana.
—¡Pero no es la mía! —sentencia Jackson.
—No podéis estar juntos.
—Sí, sí que podemos, y más te vale entenderlo, Allen, porque no pienso permitir que nada me aparte de ella.
Deslizo mi mano en su agarre, que se vuelve más posesivo al principio pero cede después, y entrelazo nuestros dedos. Quiero que sepa que yo tampoco estoy dispuesta a alejarme de él por nada del mundo.
Allen resopla y se pasa las dos manos por el pelo. Está nervioso, angustiado. Me duele verlo así, pero no puedo renunciar al hombre al que quiero.
—Jackson, por el amor de Dios, no va a salir bien, ¿puedes tú entender eso? —Trata de que su voz suene calmada, serena, como si hablara con dos animalillos deslumbrados por los faros de un coche que pueden salir huyendo en cualquier momento—. ¿Crees que papá y mamá lo entenderán? Tú estás acostumbrado a estar solo y lo respeto, pero vas a conseguir que ella pierda a sus padres, otra vez… ¿de verdad eres tan hijo de puta como para hacerle volver a pasar por eso?
Trago saliva y mi corazón se encoge un poco más. No quiero perder a Easton y a Erin, ni tampoco a Allen, pero lo que piden a cambio es demasiado injusto.
Jackson permanece callado, en silencio, como si ni siquiera sintiese ya la lluvia. Su cuerpo se tensa. Un fiel reflejo de la lucha titánica que sufre por dentro.
—Vete con él, Lara —me ordena.
Su voz ha sonado más ronca que ninguna otra vez, más salvaje, más triste.
—No —replico rodeándolo, buscando su mirada.
No puede pedirme que me vaya. No puede alejarme de él.
—Márchate —repite.
—Jackson, por favor.
Tensa la mandíbula. Está al límite en todos los sentidos. Él tampoco quiere que me vaya. Lo sé.
—Lara, es lo mejor —trata de convencerme Allen.
—¡No, no lo es! —le interrumpo—. Yo no necesito que cuiden de mí, Allen. Sólo necesito que me quieran —continúo mirando de nuevo a Jackson—: por favor —le suplico.
Su mirada, toda su expresión, se llenan de un cristalino y cortante dolor.
—Allen tiene razón.
No. No. No.
—No —protesto entre sollozos.
Jackson da un paso hacia mí y toma mi cara entre sus manos.
—Eres más fuerte de lo que piensas —me dice atrapando una vez más mi mirada—. Nunca permitas que nadie te haga creer lo contrario.
Se está despidiendo de mí. No quiero que lo haga. Lloro con más fuerza, con más dolor.
—Las cosas no tienen por qué ser así —trato de convencerlo—. Puede salir bien. Podemos tener una oportunidad —le suplico cubriendo sus manos aún en mis mejillas con las mías. Sólo tienen que dejarnos tener una oportunidad—. Tú y yo…
—Yo acabaré jodiéndola —sentencia.
Me besa con fuerza. Mi cuerpo, mi mente, mi corazón saben que es el último beso que va a darme. No quiero que se acabe. No puedo.
—Todo lo que he construido no vale nada sin ti, Lara —susurra contra mis labios—. Tú das sentido a todo mi mundo.
Sin darme tiempo a reaccionar, se marcha, alejándose de mí.
—Jackson —lo llamo.
Trato de salir tras él, pero Allen me toma por la cintura, reteniéndome.
—Déjame, por favor —le suplico entre lágrimas, tratando de zafarme.
Sueno desesperada. Estoy desesperada. Le he perdido. Lloro como no lo hacía desde hace catorce años y otra vez lo hago bajo la lluvia.
—¡Jackson!
Se ha acabado. Todo se ha acabado.
—Es lo mejor, pequeña —murmura Allen.
No es verdad. No lo es.
Me zafo de su agarre y me separo un paso de él.
—Me voy a casa —murmuro.
—Te llevaré.
Niego con la cabeza. Es mi hermano y le quiero. Sé que todo lo que ha hecho ha sido por mi bien, pero ahora mismo no quiero tenerlo cerca.
—Me iré en taxi.
Desoyendo todas las veces que me llama, comienzo a caminar. Los dos primeros taxis que pasan ni siquiera se detienen. No les culpo. Debo de tener una pinta horrible. Al fin un taxista checoslovaco llamado Ales se apiada de mí y me lleva a casa.
Pago el taxi, camino hasta mi portal, subo las escaleras y entro en mi apartamento. Todos gestos mecánicos, vacíos, pero, entonces, me veo sola en mitad de mi salón. Jackson no quiso luchar por nosotros, no quiso darnos una oportunidad.
Me siento más sola que nunca.
Rompo a llorar de nuevo. Mis sollozos se entremezclan con mi respiración acelerada.
Todo mi cuerpo se tensa.
El corazón me late de prisa.
La habitación da vueltas.
Todo está en silencio.
Me despierto en el suelo del salón. Tengo muchísimo frío. Me levanto desorientada y algo mareada. Todavía es de noche. Voy hasta la habitación, me quito el vestido que aún sigue húmedo sobre mi piel y me seco con una toalla, pero sigo teniendo frío, me ha calado hasta los huesos.
Me doy una ducha rápida con el agua casi hirviendo y me pongo un chándal gris, la ropa más abrigada que encuentro. Me meto en la cama y, antes siquiera de que pueda verlo venir, mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Todo ha sido demasiado triste.
Trato de dormir, pero no lo consigo. Debería levantarme, comer algo, pero ahora mismo quedarme en la cama me parece la única opción posible. Repaso mentalmente la conversación una decena de veces, repaso sus expresiones, sus miradas. Acababa de decirme que estaba enamorado de mí. Me llevo los antebrazos a los ojos y trato de olvidarme de todo, de concentrarme sólo en la sensación de ser feliz, en él.
¿Por qué ha tenido que dejar que todo terminara así?
No sé cuánto tiempo pasa cuando llaman a la puerta. Mi devastado corazón da por hecho que es él, que se lo ha pensado mejor y viene a buscarme. Corro hasta la puerta y la abro de par en par con una sonrisa de oreja a oreja, pero, en lugar de a Jackson, me encuentro a un repartidor vestido con chaqueta y gorra de FedEx Urgente.
—¿Señorita Archer? —pregunta mirando el nombre en los papeles sujetos a una carpeta de plástico que lleva entre las manos.
—Sí, soy yo —musito aturdida.
El chico asiente y me tiende la carpeta y un bolígrafo para que firme. Frunzo el ceño cuando leo Colton, Fitzgerald y Brent en el remitente.
El repartidor me entrega una caja, sonríe y se marcha.
La dejo sobre la isla de la cocina. ¿Qué será? En la parte superior aparece escrito de nuevo Colton, Fitzgerald y Brent y su dirección en la Sexta Avenida, como si fuese algo profesional, un envío de oficina. Tiro de la cinta adhesiva y abro la caja. Tuerzo el gesto y aguanto un sollozo al ver todos los archivos del proyecto, todos los dosieres, las tablas de inversión y, justo sobre ellos, el contrato de inversión firmado por Adam Monroe. Suspiro con fuerza y una vez más hago un esfuerzo titánico por contener las lágrimas.
Saco todas las carpetas tratando de ser profesional, de pensar única y exclusivamente en el trabajo, pero todo cambia cuando distingo una bolsa de papel al fondo. Tiro de ella y, al abrirla, mi mundo se viene un poco más bajo. Jackson me ha enviado de la manera más impersonal posible mi rebeca roja, mi carnet de la biblioteca y mi libro de Deegan, las pocas cosas que olvidé en su casa o, lo que es lo mismo, todo lo que podría recordarle a mí.
¿Tan fácil es para él?
Ha tomado una decisión y la lleva a cabo hasta las últimas consecuencias, sin dudar. Siempre he sabido que puede llegar a ser increíblemente frío, pero con este envío se ha superado a sí mismo. ¿Tan poco le importa? Ni siquiera soy capaz de entenderlo.
Cierro la caja con rabia, me seco las lágrimas con el reverso de los dedos y salgo disparada del apartamento. No pienso dejar que esto termine así. No voy a consentirle que hasta el último momento él decida cómo son las cosas. Maldita sea, ¡no me lo merezco!
Atravieso la ciudad en taxi y prácticamente corro hasta el ascensor del edificio de oficinas. Estoy demasiado enfadada, furiosa, herida. No luchó por mí y ahora se deshace de lo poco que queda entre los dos sin ni siquiera pensárselo dos veces.
Empujo la enorme puerta de cristal, lanzo un lacónico saludo al aire para Eve y cruzo el vestíbulo.
—Lara —me llama saliendo a mi encuentro—, señorita Archer —rectifica.
Yo me detengo y la miro esperando a que continúe. Sé que no le he dedicado un saludo muy efusivo, pero tengo mis motivos.
—Lo siento mucho —se disculpa y realmente suena compungida, como si no quisiese decirme lo que tiene que decir. Me preocupo al instante—. No puede pasar.
—¿Qué?
—El señor Colton ha dado orden de que no le permita pasar a las oficinas.
—¿Qué? —repito.
No soy capaz de decir otra cosa. Han tirado de la alfombra bajo mis pies.
—Eve, todo esto tiene que ser error —trato de hacerla entender casi desesperada.
Es imposible que haya hecho algo así. No puedo creerlo. No quiero creerlo.
—Lo siento.
—Tú no lo entiendes. Tengo que hablar con Jackson.
Ella me mira con sus enormes ojos marrones llenos de compasión. Siempre he odiado que me miren así, consiguen que de un plumazo vuelva a tener siete años.
En ese preciso instante la puerta de la sala de reuniones se abre y Jackson sale de ella seguido de Colin y Donovan. Nuestras miradas se encuentran. La suya está llena de rabia, de dolor, del mismo vacío infinito que siento yo.
—Jackson —murmuro.
Pero él aparta su vista. Continúa caminando con los ojos clavados al frente y pasa junto a mí, sin dudar, sin detenerse. ¿Cómo puede ser tan frío, tan arrogante, incluso ahora? ¡Él también está sufriendo!
—Jackson —susurro de nuevo con la vista fija en cómo se aleja.
Colin, Donovan y Eve se convierten en espectadores accidentales de toda la situación, de cómo la pobre ratoncita de biblioteca ya no existe para él.
La rabia lo inunda todo. Nunca en mi vida me había sentido tan dolida.
—¡Jackson Colton, eres un cobarde! —grito con la voz tomada por las lágrimas, por todo mi enfado.
Él se detiene en mitad del pasillo. Durante unos segundos eternos permanece inmóvil con la mirada clavada al frente mientras cada músculo de su cuerpo se endurece preso de una tensión indecible. Yo lo observo con el corazón dividido entre las ganas que tengo de correr a abrazarlo y todo el dolor. Sin embargo, Jackson decide una vez más lo que tenemos que sentir y continúa caminando sin mirar atrás.
Antes de que pueda controlarlo, rompo a llorar de nuevo. Ayer me dijo que estaba enamorado de mí, ¿ya lo ha olvidado? ¿Ya no significo nada para él? Me ha borrado de su vida sin pestañear y ni siquiera se ha bajado de su pedestal para hacerlo.
Donovan sale disparado tras Jackson y Colin se acerca a mí. Coloca sus manos en mis hombros y se inclina hasta que nuestras miradas se encuentran.
—Lara, será mejor que nos vayamos —susurra lleno de dulzura.
—Colin… —murmuro entre lágrimas.
Ni siquiera sé cómo seguir. Estoy avergonzada. Estoy montando una escena patética. Yo no soy así, pero no puedo dejar de llorar.
—Vamos —me ordena suavemente, guiándome hasta la salida.
Colin intenta consolarme, pero eso no es lo que necesito ni tampoco lo que quiero. Sólo quiero entender lo que está pasando. ¿Por qué Jackson se está comportando así?
—Puedo pedirle al chófer que te lleve a casa —me ofrece lleno de una sincera preocupación.
—No, gracias —respondo con la mirada clavada en las puertas del ascensor, suplicando porque se abran y pueda marcharme de aquí.
—Todo esto es una jodida estupidez —murmura molesto.
Sus palabras hacen que inmediatamente lo mire.
—¿Qué quieres decir? —inquiero.
Sueno desesperada, pero no me importa porque lo estoy. Necesito que alguien diga algo, lo que sea, que me haga entenderlo todo. Colin adivina lo que estoy pensando y su mirada cambia al instante llenándose de nuevo de dulzura y también de una sincera preocupación e incluso algo de admiración.
—Lara Archer, eres una chica muy valiente.
Sé que no habla de mi vida en general, ni siquiera de este momento. Él se refiere a Jackson, a que, a pesar de todo, quiera comprenderlo, poder seguir queriéndolo.
Las puertas del ascensor se abren, pero ya no tengo ninguna prisa por entrar, quiero seguir hablando.
—Colin…
—Lara —me interrumpe—, a veces hacemos lo que es mejor para otra persona, no lo que nos gustaría hacer. Conozco a Jackson desde que teníamos diecisiete años y nunca le he visto renunciar a algo porque pensase que era lo correcto.
Esa frase me despierta de demasiadas maneras. Al final los Colton son su familia, sus padres, su hermano, y Jackson sólo está haciendo lo mejor para ellos, aunque eso implique perderme a mí. Al fin y al cabo tiene una lista interminable de chicas dispuestas a tirarse a sus pies.
—Supongo que no significo para él tanto como creía.
—O quizá signifiques todavía más.
Otra vez un puñado de palabras que lo arrasan todo dentro de mí. Entonces, ¿lo está haciendo por mí? Por Dios, ya no sé qué creer.
Hundida, entro en el ascensor y pulso el botón del vestíbulo.
—Lo siento mucho, Lara.
Me obligo a sonreír una vez más. Un gesto triste y vacío que no convence a nadie.
—Yo también lo siento.
Colin me devuelve la sonrisa, pero no le llega a los ojos.
Cuando las puertas del ascensor se cierran, rompo a llorar de nuevo.
Atravieso el vestíbulo y salgo a la calle. Soy plenamente consciente de que debería volver a mi casa, tratar de olvidarme de Jackson y seguir adelante con mi vida, pero tengo tanta rabia y tristeza dentro que casi me impiden respirar.
A unos metros de mi apartamento frunzo el ceño al ver a Doc, el coche de Sadie, aparcado. Acelero el paso y no tardo en verla en mi portal. Aún lleva el vestido de gala de ayer, pero con una chaqueta deportiva claramente de chico encima. Me alegro de que alguien lo pasara bien anoche.
—¿Qué haces aquí? —pregunto a unos pasos.
—Qué pinta.
Me encojo de hombros. Parecer una indigente adicta a las pastillas para la tos es lo que menos me preocupa ahora mismo.
—Allen nos ha llamado —me explica—. Está muy preocupado y nos ha pedido que viniésemos a verte. No te voy a negar que estaba algo ocupada con mi ligue —dice señalándose el atuendo—, pero…
—Lo siento —me apresuro a interrumpirla.
—Pero —repite haciéndome entender que la parte importante de la frase viene ahora— lo dejaría todo sin dudarlo por ti.
Me lanzo en sus brazos y las dos sonreímos. La necesitaba.
—Además —continúa cuando empezamos a andar hacia mi portal—, Allen me ha llamado cuando estaba desnuda —continúa eufórica—. He estado a punto de pedirle sexo telefónico.
Sonrío de nuevo, con Sadie es imposible no hacerlo.
Subimos a mi apartamento. Nos hacemos un cubo de palomitas, preparamos unos Cosmos y vemos La chica de rosa. Nada mejor contra las penas sentimentales que pelis de los ochenta.
Sadie no me pregunta qué me pasa. No sé si Allen le ha contado algo, si su instinto jedi se ha puesto en marcha o simplemente se imagina que no quiero hablar; sea lo que sea, se lo agradezco. Sólo quiero distraerme y no volver a llorar.
A eso de las nueve literalmente la echo de casa. El chico con el que ligó en la fiesta de la Sociedad Histórica no para de enviarle mensajes para ir a cenar. Ella mantiene que probablemente sólo quiera recuperar su chaqueta, pero tengo clarísimo que sólo lo dice para que no me sienta mal. Está deseando ir.
Cuando me quedo sola, miro a mi alrededor sin saber qué hacer y acabo metiéndome en la cama. No tengo sueño, pero la idea de dormir hasta que sea mañana es de lo más tentadora. Este día no me ha traído nada bueno.
Ya a oscuras, mirando el cielo a través de mi ventana, trato de no llorar. Estoy cansada de llorar. Pero, sin que pueda evitarlo, mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Echo de menos a Jackson. Puede que él haya sido capaz de borrarme de su vida, pero yo no lo soy. Rompo a llorar desconsolada. Le quiero y él también me quiere a mí. No puedo pensar en otra cosa.
Percibo la puerta abrirse. Mi cuerpo se tensa al instante, pero sé que no tengo que estar asustada. Oigo pasos acercándose a la habitación y cierro los ojos a la vez que una suave sonrisa inunda mis labios. La cama cede cuando se tumba junto a mí. Cubre mi cintura y me abraza con fuerza.
—No te preocupes. Todo pasará y volverás a estar bien.
La voz de Dylan me hace abrir los ojos. Sólo quiero que tenga razón.
No sé cuándo me quedo dormida.
Unos brazos se deslizan bajo mi cuerpo y me levantan de la cama. Escondo mi cara en su cuello y su delicioso olor me envuelve. Jackson me estrecha contra él. Vuelvo a estar entre sus brazos. Vuelvo a respirar.
Me lleva hasta el salón, se sienta en el suelo y me acomoda en su regazo. Sus manos acunan mi cara y las mías se pierden en las solapas de su cazadora de cuero.
—Te echo tanto de menos que voy a volverme loco —susurra buscando mi boca con la suya.
Jackson me besa con fuerza, como si el mundo a nuestro alrededor simplemente dejara de existir mientras Manhattan nos ilumina dos plantas más abajo.
Ninguno de los dos dice nada. Sus manos me acarician, me protegen. Sus besos son dulces, salvajes, perfectos. Me está diciendo sin palabras que él también me quiere, que me necesita como yo lo necesito a él, que le duele como me duele a mí y, aunque sea por un mísero instante, vuelvo a ser feliz.
No sé cuánto tiempo pasamos así.
No sé cuándo me quedo dormida entre sus brazos.
Giro en la cama y sonrío con los ojos aún cerrados. Los rayos de sol atraviesan la ventana y me calientan la cara. Me molesta. Refunfuño. Me giro de nuevo y me tapo hasta las orejas. Sólo quiero dormir un poco más.
Sus besos. Sus labios. Su olor.
Abro los ojos desorientada y miro a mi alrededor. Estoy en mi cama, con Dylan. ¿Dónde está Jackson? Me levanto y voy hasta el salón con el paso acelerado. ¿Dónde está? ¿Por qué ha vuelto a marcharse? Sólo quiero estar con él… y él no va a permitirlo. La idea me entristece y me enfurece a partes iguales. Me apoyo en la pared y suspiro con fuerza.
Sólo quiero estar con él.
Tras una larga ducha, desayuno con Dylan y me marcho a la oficina. He estado tentada de volver a ponerme el chándal de indigente, es más, he estado tentada de no volver a quitármelo jamás, pero soy una persona adulta y responsable.
Tengo más de cinco llamadas perdidas de Allen. Entiendo que esté preocupado y le agradezco que mandase a Sadie para que no estuviese sola, pero no quiero hablar con él. Es egoísta, lo sé, pero una parte de mí no deja de pensar que, si no nos hubiese sorprendido, ahora Jackson y yo estaríamos juntos.
Delante del edificio de Wall Street, resoplo por enésima vez. No quiero entrar. Estoy a punto de darme la vuelta una docena de veces, pero, al final, el fiero orgullo de demostrarme a mí misma que no soy ninguna ratoncita de biblioteca pesa más que todo lo demás y entro.
Allen continúa llamando y yo continúo fingiendo que mi teléfono no está sonando. Sin embargo, cuando llama más de cinco veces en dos minutos, comprendo que, si no respondo, acabará presentándose aquí y, si tengo que elegir entre enfrentarme a él por teléfono o hacerlo en persona, prefiero el teléfono.
—Estoy trabajando. Estoy bien —digo con poco convencimiento a modo de saludo.
—Lara —me reprende con voz compasiva—. ¿Por qué no comemos juntos? ¿El Jardín del Emperador?
El Jardín del Emperador es mi restaurante chino favorito de toda la ciudad. Es cierto que es algo viejo, la decoración pareció estancarse en 1974 y las flores de plástico en las mesas no ayudan mucho, pero la comida está realmente deliciosa. Ya desde que entras, a veces incluso a unos pasos de él, un aroma dulzón y que en seguida abre el apetito te atrapa. Oficialmente Allen lo odia, pero secretamente creo que lo adora como yo y ahora lo está usando como cebo.
No pienso picar.
—Tengo mucho trabajo.
—Está bien —dice al cabo de unos segundos en silencio—. Mamá quiere que esta noche cenemos todos en Glen Cove. Quiere celebrar que el comité benéfico batió un récord de recaudación en la fiesta de la Sociedad histórica.
Niego con la cabeza.
—No voy a ir.
No tengo ánimos.
—Lara, si no vas, mamá te llamará y tendrás que darle muchas explicaciones. Además, estoy seguro de que te vendrá bien salir y tomar un poco el aire.
Resoplo malhumorada. Sigo sin querer ir, pero sé que tiene razón sobre Erin.
—Está bien, iré, pero no te preocupes, nos veremos allí.
Con un poco de suerte Sadie me prestará a Doc, así podré regresar a Nueva York en cuanto sirvan los postres.
—Lara…
—Hasta la cena —me despido interrumpiéndolo.
Cuelgo y respiro hondo para contener el llanto. No quiero llorar más. Estoy cansada de llorar.
Esa misma mañana recibo una carta de Nadine Belamy informándome de que, dado los últimos acontecimientos, mi proyecto no entrará a formar parte del programa de ayuda al refugiado de Naciones Unidas que se votará mañana en Asamblea General. Con los ojos vidriosos leo la carta y después simplemente me quedo observando el impoluto papel blanco. Jackson se aseguró de que Adam Monroe firmara los acuerdos de inversión, pero, sin el señor Sutherland, volvíamos al punto de partida con un solo benefactor, justo lo que la señora Belamy dejó claro que no iba a permitir.
A las cinco en punto regreso a mi apartamento con la intención de cambiarme de ropa y arreglarme un poco, cualquier cosa que me dé mejor aspecto. Lo último que quiero es tener que contestar las preguntas perspicaces de Easton y Erin y que, además, Jackson me vea hecha polvo. Tengo dignidad, aunque actualmente esté en paradero desconocido.
Paso a buscar el coche de Sadie y voy hasta Glen Cove. Una hora de camino es mucho tiempo para pensar y, después de todo lo que ha pasado, eso no es una buena idea para mí. Estoy a punto de frenar en seco, cambiar de carril y regresar a Manhattan una docena de veces. Por lo menos consigo no llorar.
Sin embargo, al llegar a la mansión de los Colton, la situación se complica muchísimo más para mí. A pesar de no haber coincidido con Jackson entre estas cuatro paredes más de una docena de veces, los recuerdos me asaltan por completo y, sobre todo, uno: la fiesta de cumpleaños de Easton. ¿Cómo no pude darme cuenta entonces de que fue él quien me besó en Atlantic City? Sólo necesitó bailar conmigo en mitad de un salón abarrotado para hacerme sentir que nada más importaba. Una lágrima resbala por mi mejilla.
—Pequeña.
La voz de Easton desde el salón me sobresalta.
Me obligo a sonreír y me seco rápidamente las lágrimas con el reverso de la mano.
—¿Estás bien? —me pregunta con el ceño fruncido cuando llega hasta mí.
Yo asiento y fuerzo aún más mi sonrisa.
—Vamos —le apremio echando a andar—, Erin nos espera a la mesa. Ya sabes que odia que lleguemos tarde.
Por suerte, cuando llego al enorme comedor, sólo Erin y Allen están sentados a la elegante mesa. No hay rastro de Jackson, aunque, por otra parte, no sé por qué he dado por hecho que vendría. Probablemente esté en el Archetype bebiendo Glenlivet con una chica espectacular en su regazo.
Estoy a punto de volver a llorar, pero me freno a tiempo.
¡Basta ya, Archer!
—¿Estás bien, tesoro? —me pregunta Erin.
Yo asiento y me obligo a sonreír de nuevo.
—Sí, sólo un contratiempo en el trabajo.
Ella sonríe y me acaricia el pelo con dulzura metiéndome un mechón tras la oreja. Ese gesto siempre me ha reconfortado. Ahora no parece funcionar.
Aún no me he sentado a la mesa cuando oigo unos pasos acelerados que se apagan hasta detenerse por completo al llegar a la sala. Sin ni siquiera saber por qué, sé que es él y odio que estemos conectados de esa forma.
Alzo la mirada y lo que veo me deja fulminada. Está más guapo que ningún otro día, el traje le sienta mejor, la barba que atraviesa su mandíbula le da un aspecto aún más sexy y, si no fuera imposible, diría que tiene los ojos más verdes y es un poco más alto. Sin embargo, también soy capaz de ver que está cansado, que necesita dormir más y mejor y dejar de pensar. Y toda la situación me parece de lo más injusta, incluso ridícula. ¿Por qué él pasando una mala racha tiene que parecer un modelo de revista y a mí parece que acaba de atropellarme un autobús?
Lara Archer: 0; la vida cruel e injusta: 1.
—Sentémonos —comenta Erin señalando la mesa.
Me esfuerzo en ignorarlo, pero soy plenamente consciente de cómo Jackson me sigue con la mirada hasta que tomo asiento. Me gustaría que no fuéramos una de esas familias con asientos asignados y haber podido cenar tranquilamente, no sé, en Dakota del Norte, pero, para mi desgracia, mi sitio en la mesa familiar de los Colton es junto a Erin y frente a él.
Mientras las chicas del servicio nos sirven un delicioso plato de salmón, Easton comienza a contarnos qué tal le ha ido el día. Sin embargo, no tardo en desconectar. Trato de recordar cuántos ataques de pánico he tenido las últimas semanas y una idea comienza a formarse en el fondo de mi cerebro. ¿Qué me queda en Nueva York? El proyecto se ha desvanecido y con él la posibilidad de trabajar en Naciones Unidas, mi sueño. El señor Sutherland ya me odiaba cuando creía que estaba equivocada con el asunto Foster y ahora me odia aún más cuando se ha descubierto que tengo razón. Y, por si no fuera suficiente, cada rincón de la ciudad, cada edificio, me recuerda a Jackson. ¿Cómo tengo la más mínima oportunidad de olvidarlo cuando toda la ciudad parece hecha a su medida?
—Lara, ¿de verdad que estás bien?
Por la forma en la que Easton pronuncia esas palabras comprendo inmediatamente que no es la primera vez que lo hacía.
Levanto la cabeza y por enésima vez desde que me monté en aquel taxi con la ropa completamente empapada me obligo a sonreír. Todos me están observando.
—Sí —murmuro volviendo a concentrar mi vista en mi plato—, es sólo que estaba pensando algunas cosas. Voy a irme de la ciudad —suelto de un tirón—. Aún no sé adónde.
La mirada de Jackson se recrudece sobre mí. No necesito mirarlo para saberlo.
—¿Qué? —responde Easton sorprendido—. ¿Cómo que vas a mudarte? ¿Qué pasa con tu trabajo? ¿Con tu proyecto para Naciones Unidas?
Me encojo de hombros.
Por favor, Archer, no rompas a llorar.
—Mi trabajo era sólo algo temporal —trato de explicarme—. No es lo que quiero hacer el resto de mi vida, y el proyecto para Naciones Unidas se ha acabado. No ha salido bien.
Easton se revuelve en su silla. Está confuso y también comienza a enfadarse.
—Pero ¿y qué vas a hacer con la casa de tus padres? —vuelve a inquirir—, llevas meses trabajando en ella…
—La venderé.
Nadie replica esa frase. Todos están tan sorprendidos como yo de que la haya pronunciado. Podría haber dicho que quería irme de mochilera y escalar el Himalaya para llegar al Tíbet y hacerme budista, todo sin zapatos y sin dinero, y les habría sorprendido menos. Adoro cada centímetro cuadrado de esa casa, es lo último que me queda de mis padres. Todos los que están sentados a esta mesa lo saben. Pero ya no puedo seguir así. Sencillamente no puedo.
—Pequeña, ¿estás segura? —me pregunta Easton una vez más.
—Sí, lo estoy —musito.
Los ojos se me llenan de lágrimas y apenas un segundo después una se estrella en el bonito plato de Helen Levi.
—Si me perdonáis —digo levantándome.
Voy a romper a llorar y lo último que quiero es hacerlo delante de ellos, hacerlo delante de uno de ellos en particular.
Arrastro mi silla por el impoluto mármol y salgo disparada. Atravieso el salón, el vestíbulo y paso a la otra ala de la casa. No sé adónde ir y acabo refugiándome en el despacho de Easton. Me siento a su enorme escritorio y cojo la estilográfica que ha dejado sobre los documentos que revisaba. Siempre ha usado la misma pluma. Recordarlo trabajando aquí con ella es uno de mis primeros recuerdos felices en esta mansión. Antes de que pueda controlarlo, comienzo a llorar en el más absoluto silencio. Ese también es uno de mis primeros recuerdos en esta casa, antes de que fueran felices, llorar bajito, sin hacer ruido, para que nadie viniese a consolarme.
Odio toda esta tristeza, este dolor. Odio esta situación.
—Estás aquí. —La voz de Allen me distrae, pero no levanto mis ojos desenfocados de la pluma.
No digo nada. Sólo quiero estar sola.
—Peque, ¿por qué no vuelves a la mesa? —me pide caminando hasta mí—. Podemos hablar tranquilamente de todo lo que quieres hacer.
Se acuclilla a mi lado, pero no me giro para mirarlo. Sé que está muy preocupado, que los he dejado muy preocupados a todos, pero ahora no quiero hablar. No puedo.
—Lara, por favor. —Sigo en silencio—. Lara…
—Déjanos solos.
Todo mi cuerpo se tensa sólo con oír su voz.
—No creo que sea lo más apropiado —responde Allen levantándose.
Jackson lo fulmina con la mirada, dejándole claro que quiere que se marche y quiere que lo haga ya. Allen aprieta los labios hasta convertirlos en una fina línea. Le mantiene la mirada, pero finalmente se marcha.
Durante largos segundos estamos en el más absoluto silencio y, a pesar de eso, soy consciente de sus ojos verdes sobre mí.
—¿Por qué vas a marcharte?
No le contesto. No se merece escuchar una respuesta.
Jackson camina hasta la mesa y se inclina sobre mí apoyando su mano en ella.
—¿Por qué vas a marcharte?
Su voz no es dulce, ni siquiera es amable. No va a concederme una tregua ni siquiera ahora. La tristeza va entremezclándose con la rabia más dura. No quiero verlo. ¡No quiero estar cerca de él! ¡Por eso me voy!
Jackson mueve la silla con brusquedad hasta dejarme frente a él.
—Mírame —ruge con la voz amenazadoramente suave.
No digo nada. No le obedezco.
Jackson me arranca la estilográfica de las manos y la lanza contra la pared. El gesto me sobresalta y, al fin, alzo la cabeza. Sus ojos están llenos de dolor, de un genuino enfado y de todas las heridas que por mucho que queramos nunca van a cicatrizar.
—¿Por qué te marchas? —pregunta arisco, exigente, impaciente, exactamente como es él.
—¡Porque te odio! —grito.
No es lo que realmente siento, pero quiero que sufra como estoy sufriendo yo.
—Pues ódiame —replica sin suavizar un ápice su tono de voz—, pero no te comportes como una cría asustada. Eres más fuerte que esto, joder.
Sus palabras me despiertan por dentro y sus ojos verdes también, porque por un momento lo que veo en ellos me deja totalmente noqueada.
—Tú también estás sufriendo —murmuro.
Esta situación también le duele.
Jackson aparta su mirada como si hubiesen tirado de la alfombra bajo sus pies, finge su media sonrisa más arrogante, una parte de su escudo, pero ni siquiera le llega a los ojos. Cuando volvemos a encontrarnos, su mirada está vidriosa.
—Claro que sufro, Lara —responde brutalmente sincero—. ¿Crees que no te echo de menos? ¿Qué he dejado de quererte? Ayer me presenté en tu casa porque no podía respirar si no volvía a tocarte.
Le duele. Me echa de menos. Me quiere.
Alzo las manos y suavemente las coloco en sus mejillas. Al sentir el contacto, cierra los ojos como si ya no fuese capaz de luchar más y todo su perfecto cuerpo entra en una tensión completamente diferente.
—Pues tócame —murmuro como lo hice en el almacén del Indian.
Mis palabras hacen que una tenue pero sincera sonrisa inunde sus labios, como si lo que acabo de pedirle, casi suplicarle, fuese lo único que pudiese hacerle feliz.
Jackson se inclina sobre mí y me besa. Es mi regalo. Mi recompensa. Mi paz. Mi amor. Todo lo que necesito.
—Renunciar a ti es lo más difícil que he hecho en toda mi maldita vida —susurra contra mis labios justo antes de darme un beso más corto, más intenso, más desesperado, y alejarse de mí de nuevo camino de la puerta.
Yo abro los ojos, una lágrima cae por mi mejilla y una auténtica revelación sacude mi cuerpo, y tengo la sensación de que todo sucede en el mismo segundo.
Jackson Colton me ha enseñado a ser valiente, fuerte, a estar orgullosa de mí misma, a sentirme especial… y ahora quiere que olvide cuánto le quiero, todo lo que significa para mí, que simplemente esconda todo eso y siga adelante con mi vida.
—Estás renunciando a mí porque eres un cobarde —digo levantándome.
Mis palabras lo frenan en seco a unos pasos de la puerta. No lucho por sonar segura, lo estoy.
—Y esa lección no pienso aprenderla —sentencio echando a andar—. Prefiero ser una ratoncita de biblioteca el resto de mi vida que dejar de luchar por lo que quiero.
Sin decir nada más, paso a su lado y salgo del despacho y también de la mansión de los Colton. Me equivoqué el día que pensé que él era Apolo y yo Prometeo. Jackson es Ícaro y lo único que ha hecho ha sido darme clases de cómo volar demasiado cerca del sol pretendiendo no quemarme. Ahora sólo hay que vernos para darse cuenta de que maestro y alumna han fracasado. Sin embargo, este preciso instante es un punto de inflexión para mí. Le quiero como nunca he querido a nadie, pero él no quiere luchar por mí. Daría todo lo que tengo para que las cosas fueran diferentes y nos dejara querernos, pero, por mucho que duela, no depende de mí y desde este momento voy a seguir adelante con mi vida.
Cuando me meto en la cama esa noche, soy plenamente consciente de que, aunque no quiera, me acabaré torturando y pensado en Jackson, así que me concedo una última tregua y me permito pensar en él sin restricciones ni arrepentimientos, en todos los momentos que me hicieron enamorarme del hombre más arrogante sobre la faz de la tierra.
Me duermo con una sonrisa en los labios.
Me despierta un sonido repetitivo, irritante. Abro los ojos. Apenas ha amanecido y una luz grisácea lo inunda todo. Mi iPhone suena y vibra en mi mesita. Frunzo el ceño y me incorporo torpe y despacio. ¿Quién puede ser a esta hora?
—¿Diga? —respondo cauta.
—Señorita Archer, la llamo del despacho de Nadine Belamy, directora del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Me echo hacia delante nerviosa.
—¿En qué puedo ayudarlos? —pregunto atropellada.
Espero su respuesta, pero no oigo nada. Me separo el teléfono de la oreja para ver si han colgado, pero la llamada sigue en curso. Entonces oigo un forcejeo, como si el teléfono estuviese cambiando de manos de una forma un poco brusca.
—¿Lara?
Reconozco la voz al instante.
—¿Señora Belamy?
—Sí, claro que sí —responde eufórica—. No te haces una idea de la que has liado por aquí. Te espero en una hora.
Sin darme oportunidad a responder, cuelga. Yo me quedo mirando el teléfono sin entender qué está pasando. Compruebo el reloj. Son las siete de la mañana. ¿Qué está ocurriendo?
Sonrío nerviosa y me bajo de la cama de un salto. Corro hasta la ducha y debo batir alguna plusmarca mundial arreglándome porque sólo han pasado cincuenta minutos cuando estoy atravesando el hall del edificio de Naciones Unidas.
El guardia de seguridad me permite la entrada y me informa de que la señora Belamy me está esperando en su despacho.
Sonrío y subo prácticamente corriendo a las oficinas de la primera planta. Me muerdo el labio inferior sobre otro inquieta y mi sonrisa se ensancha cuando veo el nombre de Nadine Belamy escrito en letras negras sobre una reluciente placa de metal en la puerta.
—Buenos días —saludo a su secretaria—. Soy Lara Archer, la señora Belamy me está esperando.
No he terminado la frase cuando la puerta del despacho se abre y la propia Nadine Belamy sale de él con un traje abotonado de Óscar de la Renta y una sonrisa de oreja a oreja.
—Ya estás aquí —dice pletórica al verme—. Pasa.
Justo cuando voy a entrar, estoy a punto de chocarme con su asistente, que sale decidida del despacho. La sigo con la mirada y veo cómo recibe a otro hombre en la puerta. Le entrega una bandeja de plástico con varios sobres y camina de vuelta hacia nosotras.
—No paran de llegar —me informa Nadine señalándome la silla al otro lado de su escritorio—. ¡Llevamos así desde las cinco de la mañana!
Sonrío de nuevo y tomo asiento. En su mesa hay apiladas decenas de sobres abiertos.
—Señora Belamy, no la entiendo. No paran de llegar, ¿qué?
—¡Cheques! —responde feliz—. Cheques para tu proyecto.
¡¿Qué?!
—Benjamin Foster, Brenan McCallister, Ryan Riley… Ryan Riley es el hombre más poderoso de la ciudad. ¿Cómo has conseguido que te escuche? —pregunta admirada.
Suspiro sorprendidísima y acabo echándome a reír. No tengo ni la más remota idea de lo que está pasando.
—La lista es interminable, encanto —sentencia.
Continúa diciendo nombres y de pronto todo cobra sentido: son clientes de Colton, Fitzgerald y Brent, de Jackson. ¡Ha sido él quien ha conseguido todo esto!
—Y después está la gran noticia —hace una pequeña pausa y yo creo que no he estado más nerviosa en toda mi vida—: esta misma mañana Jackson Colton ha estado aquí para traer los primeros cheques y ha firmado, en nombre de Colton, Fitzgerald y Brent, un contrato por el que se compromete a subvencionar tu proyecto donando el dos por ciento de las ganancias anuales de la empresa.
No me lo puedo creer. Las piernas me tiemblan. Todo mi cuerpo está conmocionado. ¡Ha salvado mi proyecto!
—No sé lo que has hecho, Lara, pero ha funcionado.
—¿Significa que mi proyecto entrará en el programa de Naciones Unidas? —pregunto entusiasmada.
—Tu trabajo era perfecto. Sólo necesitaba la financiación y, créeme, la has conseguido. —¡Genial!—. En unas horas es la Asamblea General y todo el programa será sometido a votación, pero, no te preocupes, no voy a dejar que un solo político se levante de su asiento sin darme un sí.
—Muchas gracias, señora Belamy —prácticamente balbuceo con una sonrisa enorme en los labios.
¡Sencillamente no puedo creerlo!
—No me las des, sobre todo, porque espero que estés dispuesta a cambiar de empleo.
—¿Me está ofreciendo un trabajo?
—Eso mismo, y empiezas el lunes. No te retrases.
Quiero darle el «sí» más grande del mundo, pero no me salen las palabras. ¡Es mi sueño!
—Muchas gracias, señora Belamy —repito. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!—. Estaré encantada de trabajar para usted.
Ella asiente satisfecha y centra su atención en los papeles que su asistente le muestra. ¡No me lo puedo creer! ¡Voy a trabajar para Nadine Belamy! ¡Voy a trabajar en Naciones Unidas! Y todo gracias a Jackson.
Sonrío de nuevo y tengo más claro que nunca lo que tengo que hacer.
La señora Belamy se levanta y yo lo hago con ella. Me explica que me quiere el lunes en este mismo despacho a las ocho en punto y promete enviarme la lista final con todas las personas que han donado dinero para el proyecto, «cuando dejen de llegar los cheques», puntualiza con una sonrisa.
Salgo del edificio de Naciones Unidas prácticamente corriendo y paro el primer taxi que cruza la Primera Avenida.
—Al 1375 de la Sexta —le digo acelerada mientras busco mi teléfono. Tengo que hablar con él. Tengo que agradecerle todo lo que ha hecho… Tengo que decirle muchas cosas.
Encuentro el iPhone a la primera, definitivamente hoy está siendo un gran día, y llamo a Jackson. Tuerzo el gesto cuando salta el contestador. Tiene el teléfono desconectado. Pruebo con el de su oficina.
—Claire, soy Lara. Necesito hablar con el señor Colton —le explico en cuanto descuelga.
—El señor Colton no está. Ha salido de viaje.
No sé si me está diciendo la verdad o me está aplicando el protocolo de groupie colgada por Jackson Colton. Necesito otra estrategia.
Me despido, cuelgo y vuelvo a marcar.
—¿Diga?
—Colin, soy Lara.
—Hola, Lara Archer —me saluda divertido.
—Necesito hablar con Jackson. ¿Es cierto que ha salido de viaje?
Por favor, di que no. Por favor, di que no.
—Me temo que sí, Lara. Estará fuera más de un mes. Ha ido a Glen Cove a despedirse de Erin.
¿Glen Cove? Me muerdo el labio inferior, asiento y sonrío. Aún no está todo perdido.
—Gracias, Colin.
Cuelgo y le doy al taxista la nueva dirección. Me mira sorprendido por el espejo retrovisor y creo que está a punto de frotarse las manos pensando en cuánto me va a costar la carrera.
Tengo que hablar con él. Un mes es muchísimo tiempo. Hace un mes le vi en la terraza del hotel en Atlantic City y mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados desde entonces. No puedo esperar.
Llego a la mansión de los Colton y entro atropellada.
—¿Dónde está Jackson? —le pregunto a una de las chicas del servicio.
—No lo sé —responde encogiéndose de hombros.
Giro sobre mis pies y corro hasta el salón.
—¿Dónde está Jackson? —le pregunto a Erin.
—Tesoro, Jackson se marchó hace poco más de diez minutos. Tenía que coger un avión a Houston. Pasará allí el próximo mes por negocios.
Resoplo y cierro los ojos tratando de buscar una solución. Podría ir hasta el aeropuerto, pero, por mucho que corriese, nunca llegaría a tiempo y ni siquiera sé si va al aeropuerto de La Guardia o al JFK, puede que incluso a Newark, en Jersey.
Me llevo las manos a las caderas y sigo pensando, pero no se me ocurre nada.
—¿Ha dejado algún teléfono donde poder contactar con él? —inquiero casi desesperada.
—No.
Erin se levanta y camina hasta mí.
—Tesoro, ¿estás bien?
—Sí —me reafirmo asintiendo.
—¿Por qué no te quedas a comer?
Mi respuesta automática es no, pero la mirada que me dedica de sincera preocupación y mucha dulzura me hacen cambiar de opinión.
Paso el día en la mansión. Llamo al señor Sutherland y dimito de mi cargo en la Oficina del ejercicio bursátil. Quedamos en vernos mañana para firmar mi dimisión. Él insiste en hacerlo por fax, pero me niego. Quiero ver a Lincoln y a los chicos y despedirme de ellos. Me sorprende la fuerza y el control que demuestro en la llamada. No puedo evitar sonreír con el teléfono aún en la mano. Lo he conseguido. El mundo ha dejado de asustarme. Cierto profesor cumplió su misión, después de todo.
Llamo a Jackson una cantidad absurda de veces, pero no consigo hablar con él.
Después de la cena, respondo a todas las preguntas de Easton, Erin y Allen, que se alegran muchísimo de que al final no deje Nueva York, y subo a dormir.
Ya en la cama, con el pijama y sólo la luz de la pequeña lámpara de la mesita encendida, llamo otra vez a Jackson. La respuesta vuelve a ser la misma: el contestador. Dejo el móvil sobre la mesita y meto las manos bajo la almohada. Sólo quiero hablar con él, darle las gracias.
La vie en rose,[20] en la versión de Daniela Andrade, me llega amortiguada desde el salón. Suspiro y una suave sonrisa se cuela en mis labios. Es la canción que bailé con Jackson. Cierro los ojos y me pierdo en ese recuerdo en concreto mientras la música continúa sonando.
—¡Lara!
Abro los ojos de golpe y me incorporo. ¿Eso ha sido mi nombre? Miro la puerta con el ceño fruncido y agudizo el oído.
—¡Lara!
Ahora ha sido claro.
Me bajo de la cama y salgo con el paso acelerado de la habitación. Si no fuera imposible, diría que es su voz.
—¡Lara!
Llego a la escalera y me asomo desde la barandilla a la planta de abajo. Suspiro absolutamente sorprendida cuando veo a Jackson en el piso inferior, en mitad del vestíbulo. ¡Está aquí!
—Lara —repite en un susurro al verme.
Está acelerado, inquieto, con el pelo alborotado después de haberse pasado las manos unas cien veces por él… y como siempre está increíble.
—¿Qué quieres? —pregunto sin entender nada, fingiéndome más fría de lo que en realidad me siento.
El corazón me late tan de prisa que casi no puedo respirar. ¿Qué hace aquí? ¿Ha vuelto por mí?
Jackson no contesta y comienza a llamar a gritos a sus padres y a Allen, que no tardan en aparecer desde el salón. Al verlos, Jackson sonríe satisfecho y yo lo observo absolutamente confundida.
—¿Qué son esos gritos? —pregunta Erin tan confusa como yo—. ¿Qué haces aquí, Jack?
—Tengo algo que decirte —me dice sin levantar sus ojos verdes de los míos, con toda su seguridad, con toda su arrogancia— y quiero que lo oigan todos.
Me agarro con fuerza a la barandilla de la escalera. Estoy nerviosa, con las mariposas haciendo triples mortales en la boca de mi estómago.
—No voy a darle más vueltas a lo que ha pasado. Ni voy a adornarlo con una bonita historia que transforme lo gilipollas que he sido en un cuento de hadas —dice sin rodeos—, pero estaba montado en ese maldito avión y no podía dejar de pensar que no he renunciado a nada en treinta y dos años y no voy a empezar con lo único que me ha importado en mi vida.
Mi respiración sencillamente se evapora. ¡Está luchando por mí! Obligo a mi cuerpo y a mi kamikaze corazón a calmarse. No puedo dejar que una frase bonita lo cambie todo. Me ha hecho mucho daño.
—No tendrías que haberte molestado —me obligo a responder—. Yo sólo quería agradecerte lo que has hecho por el proyecto. Nada más.
Jackson exhala brusco todo el aire de sus pulmones, manteniéndome la mirada.
—Sabes que no es verdad —ruge con la voz amenazadoramente suave.
Yo cabeceo. No es justo que venga aquí y pretenda borrar todo lo que ha hecho de un plumazo. No es justo y no se lo merece.
—¿Y por qué tendría que creerte? —replico con rabia.
—¡Porque nunca me había enamorado, Lara! Nunca había sentido esto.
Quiero decir algo, pero no sé el qué. Los ojos de Jackson me atrapan una vez más y, por mucho que luche, sé que no quiero estar en ningún otro lugar.
—Siempre he hecho lo que he querido, cogido lo que he querido, comportándome como he querido. No soy amable, no lo necesito, pero por primera vez en toda mi vida quiero hacer feliz a alguien. Necesito que seas feliz y quiero que lo seas por mí.
Hace una pequeña pausa y se humedece el labio inferior a la vez que una preciosa sonrisa se dibuja en sus labios, como si lo que estuviese pensando no sólo le diese fuerzas para continuar, sino que sencillamente lo iluminase por dentro.
—Eres preciosa, inteligente, divertida, sexy y, sobre todo, eres una ratoncita de biblioteca impertinente y preguntona, y eso es lo que me vuelve loco. Por eso me puse celoso la primera vez que te oí hablar con Connor y por eso acepté el trato, y, antes de que me diera cuenta, me daba un miedo atroz pensar que no me dejarías volver a tocarte, que te marcharías con él. Nunca he estado tan cabreado y asustado al mismo tiempo, Lara. —Aprieto la barandilla con más fuerza. No sé si mis piernas me mantendrán en pie—. No me he acostado con Natalie ni con ninguna otra mujer desde que te marchaste del Archetype aquella noche. No podía sacarte de mi cabeza y, aunque entonces ni siquiera lo sabía, por eso te besé en Atlantic City.
Una lágrima cae por mi mejilla, pero me la seco rápidamente. Quiero bajar corriendo las escaleras y tirarme en sus brazos, pero algo me lo impide. Sin quererlo, recuerdo cómo se marchó de la fiesta de la Sociedad Histórica, cómo su recepcionista me impidió el paso, cómo él ni siquiera se dignó a mirarme cuando estaba destrozada en el vestíbulo de su oficina.
—¿Y qué hay de todo lo demás, Jackson? —No puedo olvidarlo sin más—. Me echaste de tu vida sin pestañear.
—¿De qué estáis hablando? —nos interrumpe Easton confuso. Apuesto a que no puede creer nada de lo que está oyendo.
—Da igual —respondo.
—No da igual —replica Jackson furioso.
—Sí, sí da igual. Ya da todo igual —sentencio.
Nos miramos durante un solo segundo. Sus ojos verdes están llenos de un sinfín de emociones: rabia, dolor, frustración pero, sobre todo, fuerza. La misma fuerza que me cautivó desde que volvimos a encontrarnos.
Sin embargo, decido ponerme por una vez las cosas fáciles y giro sobre mis pies dispuesta a subir las escaleras. Tengo que pensar. Necesito pensar.
Aún no he recorrido la mitad de los peldaños cuando le oigo pronunciar un «joder» entre dientes y subir acelerado tras de mí. Me agarra de la muñeca como tantas veces ha hecho, como hizo en Atlantic City, y me obliga a volverme al tiempo que ancla su mano en mi nuca y me besa con fuerza, arrogante, pero también desesperado. Necesita que le crea, necesita que le quiera, pero no puedo. ¡No puedo! ¡Me ha hecho demasiado daño!
Me zafo y lo abofeteo. Jackson gira la cabeza suavemente y vuelve a clavar sus ojos en los míos. No va a rendirse, lo sé, y ahora mismo no sé si le quiero o le odio por eso.
Los Colton nos observan atónitos. Ese beso y esa bofetada después de todo lo que han escuchado ha sido demasiado.
—Márchate —musito.
Me hubiese gustado haber sido capaz de pronunciarlo llena de seguridad, pero mi corazón está temblando, a punto de caer fulminado.
Jackson no levanta su mirada de la mía y yo opto por lo más inteligente y comienzo a subir de nuevo.
—Tú me quieres —me desafía tan presuntuoso como siempre, completamente seguro de que tiene razón.
—Yo no te quiero, Jackson —replico sin girarme, agarrándome con fuerza a la barandilla.
—Tú estás loca por mí, Ratoncita.
Cabeceo sin mirarlo todavía al tiempo que una sonrisa se dibuja en mis labios. ¿Cómo puede ser tan arrogante?
—No puedes dormir por las noches pensando en mí —continúa—. Te cuesta trabajo trabajar, comer, pensar… joder, te cuesta trabajo respirar.
Me giro, aunque no sé por qué me castigo así. Debería marcharme, encerrarme en mi habitación y montarme en el primer avión con rumbo al Polo Norte. Mi vida entre esquimales sería más sencilla. Por Dios, si hasta parece que cada vez que lo miro está aún más guapo.
—¿Y cómo es posible que lo tengas tan claro? —protesto.
Jackson sonríe. La sonrisa que sólo guarda para mí.
—Porque yo siento exactamente lo mismo —responde sin una mísera duda.
Suspiro tratando de pensar, de volver a ser práctica… pero le quiero. Le quiero más que a mi vida. Contra eso sencillamente no puedo luchar. Y, al final, eso es el amor, ¿no? Eso quería sentir. Se ha equivocado. Yo también. Se ha comportado como un auténtico gilipollas y nunca me ha puesto las cosas fáciles… pero yo tampoco pienso ponérselas a él.
Una vez más parece ser capaz de leer en mi mente y poco a poco una sonrisa serena, segura, preciosa, va inundando sus labios. Esa sonrisa alcanza directamente el primer puesto en mi lista de sonrisas de Jackson Colton.
—Por Dios, ¿qué está pasando? —inquiere Easton de nuevo.
—¿Qué me dices, Ratoncita?
—Tardaré años en perdonarte —respondo impertinente, sonriendo también, sintiendo cómo la felicidad lentamente va nublando cada centímetro de mi entendimiento.
—Haré que valga la pena cada día.
Nuestras sonrisas se ensanchan. Le quiero. ¡Y él me quiere a mí!
—Jackson, ¿qué estás diciendo? —pregunta Easton por enésima vez.
Trago saliva y, despacio, llevo mi vista hasta ellos. Dios mío, ¿cómo van a reaccionar? Ni siquiera puedo pensar en perderlos.
—Estoy diciendo exactamente lo que estáis oyendo —responde lleno de una cristalina seguridad—. La quiero y no voy a renunciar a ella. Podéis darnos la espalda o podéis aceptarlo, pero en ningún caso Lara va a volver a estar sola, pienso encargarme de eso cada maldito día —sentencia mirando a Allen—. Y estoy completamente seguro de que alguna vez la joderé —continúa llevando de nuevo sus espectaculares ojos verdes hasta mí—, pero también lo estoy de que conseguiré que me perdones.
Sonríe de nuevo y no tengo más remedio que hacer lo mismo.
Soy tuya, Jackson Colton. Creo que lo fui desde que volvimos a encontrarnos.
—Al final me he dado cuenta de que soy igual que tú —dice sereno, sin juegos, simplemente mostrando sus sentimientos—. Sólo quiero que me quieran de verdad.
La frase me toma por sorpresa y me deja sin respiración un poco más.
—Has cambiado todo mi mundo, Lara, y quiero que lo vivas conmigo. Ni siquiera puedo pensar en la posibilidad de que no lo vivas conmigo.
No necesito más. Una parte de mí se hubiese marchado con él sin dudarlo sólo con escucharle gritar mi nombre.
Bajo las escaleras como una exhalación. Él da un paso en mi dirección y me recibe cuando me lanzo en sus brazos, al mejor lugar del mundo. Jackson me besa y me estrecha contra su cuerpo y yo disfruto de esta sensación sencillamente perfecta.
—Te protegeré siempre, Ratoncita —susurra contra mis labios.
—Lo sé —respondo con una sonrisa.
Jackson me devuelve el gesto y acaricia el contorno de mi cara con la punta de los dedos. Despacio, desliza su mano por mi costado hasta atrapar la mía y nos gira suavemente. Ahora viene la parte más difícil.
Easton y Erin nos observan en silencio. Están aturdidos. No les culpo. Jackson les devuelve una mirada absolutamente impenetrable. No va a rendirse con nosotros. Los segundos se me hacen eternos. Me gustaría decir algo, pero no sé el qué. De pronto Easton da un paso al frente y con ese simple gesto llama la atención de todos.
Clava sus ojos en los de Jackson y los dos se mantienen la mirada.
—Más te vale hacerla muy feliz —ruge Easton.
—No lo dudes.
La tensión es ensordecedora.
Jackson aprieta con fuerza mi mano.
Y, por fin, como si ya no pudiese disimularlo más, una sonrisa enorme aparece en los labios de Easton, toma a Jackson por los hombros y le da un sincero abrazo.
Yo suelto una bocanada de aire. Sin darme cuenta había contenido la respiración hasta ver qué sucedía.
—Y ahora suéltala y deja que le dé un abrazo —dice socarrón dando un paso hacia mí—. Todavía es mi pequeña.
Sonrío encantada y me pierdo en su cálido abrazo. Erin no tarda en acercarse. Me acaricia el pelo suavemente con los ojos vidriosos y también nos abraza. Desde los siete años han cuidado de mí, son mis segundos padres. Perderlos era lo último que quería.
Al mismo tiempo, Allen se acerca a Jackson. No escucho lo que dicen. Parecen enfadados, pero, entonces, Allen sonríe sincero, feliz, justo antes de abrazar a su hermano.
Sonrío como una idiota. No podría pedir nada más.
—Definitivamente esto hay que celebrarlo —propone Erin—. Pasemos todos al comedor.
Los tres echan a andar y yo voy a hacerlo con ellos, pero Jackson me agarra de la muñeca y tira de mí estrechándome contra su cuerpo. Los observa hasta que los tres desaparecen charlando y riendo, dejándonos solos de nuevo, y me besa una vez más. Yo suspiro a la vez que una sonrisa se cuela en mis labios. Estoy entre sus brazos, no necesito nada más.
—Debí haber hecho esto cuando te besé en Atlantic City —susurra imitando mi gesto.
Mi sonrisa se ensancha.
—¿Ya estabas enamorado de mí? —pregunto divertida y también un poco impertinente.
—Probablemente —responde misterioso.
—¿Y por qué has tardado tanto?
—Porque sabía que el camino contigo merecería la pena.
No hay una respuesta mejor.
—Te quiero, señor Colton.
—Te quiero, Ratoncita.
Lara Archer: 1; Amor: 1.
Y este empate es para siempre.