11

Entro con el paso titubeante e inmediatamente aparto la mirada. Sólo un segundo. La curiosidad y un placer morboso me hacen volver a alzarla y fijarme en cada detalle con atención, en cómo se mece sobre ella, en cómo sus brazos tensos recogen y mantienen cada una de sus embestidas, y en su perfecto cuerpo de dios griego. La espalda de la chica se arquea rozando el contorsionismo. Se separa del colchón y busca desesperadamente aferrarse a su cuerpo, pero él permanece impasible, embistiéndola sin piedad. Ni siquiera follando se baja del pedestal en el que Dios y toda su arrogancia lo han subido. La chica parece estar en otro mundo que sólo le pertenece a Jackson.

Quiero ser esa chica. Lo quiero con todas mis fuerzas.

Él repara en mi presencia y se levanta. La chica gime y echa la cabeza hacia atrás desesperada. Ella también quiere más. Sonríe absolutamente agitada y se pasa las manos por los pechos. Parece que estos minutos con él han sido mejor que horas con cualquier otro hombre.

Jackson camina hasta mí y, sin mediar palabra, sumerge una de sus manos en mi pelo y desliza la otra bajo mi vestido y bajo mis bragas. Estoy tan mojada que entra sin dificultad, rápido y caliente. Gimo absolutamente excitada y alzo las manos. Aún no han tocado su cuerpo cuando Jackson tira de mi pelo, brusco, una sola vez.

—No te muevas —me ordena.

Es tan arrogante, tan exigente, tan arisco, y al mismo tiempo te mira dejándote absolutamente claro que ya le perteneces, incluso antes de saberlo, y simplemente no puedes alejarte de él.

Bombea en mi interior, fuerte, implacable. Gimo. Gimo con fuerza.

—Eres mía. Tu cuerpo es mío. Ahora márchate.

Retira sus dedos de golpe y da un paso hacia atrás. Yo no me muevo. No puedo. ¿Quiere que me marche? ¿Por qué?

Jackson aprieta los labios y su mandíbula se tensa un poco más.

—¿Quieres follar conmigo, Lara? Yo follo así. Y no doy segundas oportunidades.

Una advertencia en toda regla.

Aturdida, creo que incluso conmocionada, giro sobre mis pasos y salgo de la habitación. Ha sido claro y sincero hasta rayar la crueldad. No tengo nada que reprocharle, pero la familiar sensación de que esto me queda demasiado grande regresa como un ciclón.

Vuelvo a la sala principal del club y la atravieso todavía abrumada. Si quería saber si esto siempre será un ordeno y mando, ahí tengo la respuesta. Todas las alarmas de mi cuerpo se encienden y gritan como locas. Tengo que alejarme de él, pero estoy demasiado cerca del santo Grial de la seducción como para marcharme sin aprender nada. Además, una parte de mí, sencillamente, no quiere hacerlo.

—Señorita Archer —me llama el portero con una voz grave, casi afónica.

Yo lo observo confusa.

Él no dice nada más y me señala un taxi aparcado a unos pocos metros.

—Yo no he pedido ningún taxi —trato de explicarle.

Pero él ni siquiera parece escucharme y continúa con la vista al frente.

Miro a mi alrededor. Estamos muy cerca del East River y el viento en esta zona a esta hora de la noche es húmedo y frío. No creo que vayan a aparecer muchos más taxis por aquí, así que no pienso desperdiciar este.

—Buenas noches. Al 88 de la calle Franklin —comento en cuanto me monto.

No tardamos más de unos minutos. Cuando se detiene frente a mi edificio, saco la cartera dispuesta a abonar la carrera, pero el taxista niega con la cabeza.

—El señor Colton ya lo ha dejado pagado —me informa.

Yo lo observo por el espejo retrovisor y devuelvo una sonrisa de compromiso a la que él me tiende. Me echa del club sin paños calientes, pero se asegura de que tendré un taxi en la puerta esperándome. Son las dos caras de una moneda y las dos van a volverme completamente loca. Sencillamente Jackson Colton es un misterio para mí.

Abro los ojos y miro con desgana el despertador. Son las nueve y dieciséis. A las nueve y dieciséis de un domingo uno tiene que estar pensando si ir al parque a jugar al frisbee a Central Park o a patinar al Rock Center, o simplemente «disfrutar» de una resaca como Dios manda. Yo, en cambio, estoy pensando cómo normalizar un trato con el hombre más odioso del planeta, que, además, podríamos calificar de peligroso para mi vida sentimental; nunca me recuperaría si me colara por Jackson Colton, con el que trabajo en el proyecto más importante de toda mi carrera y que, por si fuera poco, es el hijo pródigo del matrimonio que me crio. La tarea es, cuanto menos, complicada, ¡y ha sido idea mía! Bueno, nadie dijo que hacer pactos con el diablo fuera sencillo.

Me levanto de un salto y voy hasta la cocina. Me preparo unas deliciosas tortitas y una taza humeante de café. No puede ser tan complicado. Sólo tengo que analizar la situación y tomar la decisión más práctica. Jackson se enfrenta al sexo y a sus relaciones, intermitentes, de una sola noche, de un solo polvo o simplemente poco convencionales, como la nuestra, como se enfrenta a los negocios. Por eso resulta tan sexy y por eso es imposible decirle que no. Son las mismas armas y las conoce demasiado bien. Se siente cómodo. Es su terreno. Y en ese preciso instante tengo una revelación de esas que oyes a un coro de angelitos cantar el Aleluya de Haendel. Yo también tengo que sentirme cómoda, tengo que poner mis propias normas para saber también el terreno que piso. Asiento convencida. Jackson dijo que no quería una sumisa, pues no voy a comportarme como una.

Me ducho, me pongo mis vaqueros favoritos y una bonita camiseta color vainilla y salgo de mi apartamento con una sonrisa de oreja a oreja. Lo importante es la actitud.

Llamo a Erin y, después de alguna que otra mentirijilla piadosa, obtengo la dirección de Jackson. El malnacido vive en un ático de lujo en el edificio más ridículamente caro del Upper East Side, con vistas al parque, por supuesto.

De camino, me paro en una librería especializada en economía y comercio exterior de Maddison Avenue. Quiero comprar el nuevo libro de Deegan. Si los economistas creyesen en profetas, Edmund Deegan sería el gurú de todos ellos.

Antes del mediodía estoy delante del 834 de la Quinta Avenida.

Ahora es el momento de echarle valor, Archer.

Suspiro hondo y entro decidida en el edificio. El vestíbulo es realmente imponente. Trago saliva y me dirijo hacia el mostrador de mármol del conserje obligándome a olvidar que estoy en un lugar desconocido a punto de hablar con un extraño. Cierro los puños con fuerza. Si me ve con cara de estar en un tris de sufrir un colapso nervioso, no creo que me deje subir.

—Hola —lo saludo.

—¿En que puedo ayudarla?

No me devuelve la sonrisa. Mi mente se enmaraña un segundo presa de la ansiedad. Es un desconocido, un completo desconocido. Lo miro a punto de girar sobre mis pies y salir corriendo cuando leo su pequeña placa de identificación. Hugh, se llama Hugh. Se llama Hugh y trabaja como conserje. Ya no es un absoluto extraño.

Respiro hondo. Lucho por tranquilizarme… y momentáneamente gano la batalla.

—Quería ver al señor Colton.

—El señor Colton no se encuentra en el edificio en este momento —me informa con sequedad.

Tuerzo el gesto y tamborileo con la punta de los dedos sobre el mostrador.

—¿Podría esperarlo arriba? —inquiero de nuevo otra vez con mi sonrisa más adorable.

Con Easton y Allen siempre funciona.

El portero sonríe mordaz. Tengo la sensación de que no soy la primera chica que le pone ojitos para que le permita entrar en la guarida del león.

—No me está permitido —me confirma sin ningún remordimiento.

—Claro —respondo desanimada.

Está claro que, por mucho que lo intente, no voy a conseguir nada.

Salgo a la calle y resoplo mientras echo un vistazo a mi alrededor. Todos son elegantes edificios de apartamentos de lujo; no hay ninguna cafetería donde esperar, sólo un banco de piedra pegado al pequeño muro que rodea el parque. Eso tendrá que valer.

Cruzo la calle y me acomodo en el banco. Desde aquí podré ver llegar a Jackson. ¿Adónde habrá ido? Quizá esté trabajando, o haya salido con Colin y Donovan, o tal vez se esté despertando en la cama de alguna chica que lo mira con ojos embelesados y una bandeja con café y tostadas francesas.

Para ya, Archer. Lo que haga con su vida no te interesa.

«Ja».

Frunzo los labios, saco mi libro de Deegan y comienzo a leer. Mejor concentrarse en algo útil.

Estoy terminando el cuarto capítulo cuando un coche deteniéndose en la acera de enfrente me distrae. Reconozco de inmediato al hombre que conduce: es Colin. En ese momento Jackson se baja del asiento del copiloto. Colin dice algo que no alcanzo a escuchar y Jackson le pone los ojos en blanco, aunque prácticamente en el mismo microsegundo se echa a reír. Es una sonrisa sincera. Nunca le había visto esa sonrisa y, de pronto, sólo por ese instante, parece un chico normal de Nueva York.

Me gusta esa sonrisa.

Antes de que me dé cuenta, yo también tengo una en los labios.

Cierro el libro de un golpe, recojo mi bolso y me levanto. Todo sin perderlo de vista.

El coche de Colin se aleja a la vez que cruzo la calzada. Entro en el edificio justo a tiempo de ver cómo Jackson atraviesa el vestíbulo camino de los ascensores.

—Señorita —me llama el portero alarmado, saliendo a mi encuentro para cortarme el paso.

Definitivamente debe de creer que soy una groupie pirada.

—¡Jack! —grito.

«Eso es. Sigue dando una buena impresión».

El conserje me asesina con la mirada y Jackson se gira a punto de entrar en el ascensor. Al verme, frunce el ceño imperceptiblemente pero en seguida se recupera y camina un par de pasos en mi dirección. Finalmente estira el brazo en una exigente llamada para que vaya con él. Yo, que ahora tengo la oportunidad de observarlo de cerca, reparo en la ropa que lleva: unos vaqueros, una sencilla camiseta gris y unas zapatillas de deporte. El pelo hecho un desastre y una barba incipiente que comienza a rasgarle la mandíbula. Nada especial y, sin embargo, está increíble. Esta imagen acaba de entrar fulminante en el puesto número tres de mis fantasías con Jackson Colton, sólo superada por el esmoquin de Valentino y el pantalón de polo; bendito pantalón de polo.

Jackson se humedece el labio inferior y automáticamente salgo de mi ensoñación.

Qué ridícula eres, Archer.

Al pasar junto a él, coloca su mano en la parte baja de mi espalda, casi al límite, y me guía hasta el ascensor. Antes de entrar miro al portero por encima del hombro, que me observa con los labios apretados, y enarco las cejas con una sonrisa satisfecha. La groupie pirada ha ganado la guerra.

«¿Tú te escuchas?».

Solos en el ascensor, clavo la mirada en las puertas de acero y me llevo un labio sobre otro, nerviosa. Jackson no dice nada. También tiene su mirada fija al frente. Los nervios aumentan y las mariposas en la boca de mi estómago se multiplican. ¿Qué locura es esta? Hoy mismo me he dicho que no puedo colarme por él. ¡No puedo! Pero todo juega en mi contra.

La atmósfera entre los dos va cambiando, intensificándose, como si se tratase de un mecanismo que se activa cuando estamos juntos incluso en contra de nuestra voluntad. Su pecho se hincha suavemente en busca de más oxígeno y de pronto los treinta segundos de ascensor parecen treinta minutos o, lo que es lo mismo, treinta oportunidades para que estire uno de los dedos de su mano junto a su costado y acaricie la mía.

Avanzamos por el elegante pasillo y llegamos hasta su puerta. Jackson abre y entra. Yo me dispongo a seguirlo, pero todo mi cuerpo cae en una profunda tensión y se niega a colaborar. Jackson desaparece de mi campo de visión y yo me esfuerzo en controlar mi respiración, calmarme de algún modo y entrar. Pienso en mi plan, en que necesito hablar con él, pero soy incapaz de cruzar el umbral. Es un lugar desconocido. Odio los lugares desconocidos.

A los pocos segundos, Jackson aparece de nuevo. Lleva una botellita de agua en la mano. A unos pocos metros de mí, me mira pero no dice nada. Yo estoy a punto de suplicarle que tire de mi muñeca y me obligue a entrar, pero me contengo.

Jackson respira brusco y, tomándome por sorpresa, lanza la botellita al suelo sin importarle lo más mínimo. Se lleva las manos a la espalda, a la altura de los hombros, y en un fluido movimiento se quita la camiseta. Abro los ojos como platos sin poder apartar la mirada de él. Se quita las deportivas y los calcetines y se deshace de sus vaqueros y sus bóxers suizos blancos quedándose gloriosamente desnudo. Yo suspiro boquiabierta y lo barro con la mirada. Nunca había tenido la oportunidad de verlo completamente desnudo y ni en mis mejores fantasías me había imaginado algo así. Es el cabrón más atractivo que he visto jamás.

—Voy a darme una ducha —me explica con total naturalidad—. Ya sabes dónde estoy.

Sin más, echa a andar y desaparece por el pasillo contrario al que lo hizo la primera vez. Yo observo el vestíbulo absolutamente atónita. Quiero entrar. Quiero seguirlo. Quiero ducharme con él.

Aprieto los dientes, los puños. Trato de coger fuerzas. Doy el primer paso y tengo la sensación de que acabo de atravesar una barrera invisible. Mientras cruzo el vestíbulo, veo de pasada el salón y sólo necesito ese par de segundos para darme cuenta de que es un sitio tan elegante y sofisticado como su imponente dueño.

Respiro hondo y sigo avanzando. El sonido del agua de la ducha correr es mi canto de sirena particular. El pasillo se me hace eterno, como si midiese decenas de kilómetros y con cientos de puertas a uno y otro lado.

Empujo la puerta del fondo y vuelvo a respirar hondo. El corazón va a salírseme del pecho. Estoy demasiado nerviosa. Con el primer paso que doy dentro de la estancia, giro sobre mis pies dispuesta a salir corriendo hasta un lugar seguro, pero me freno en seco.

Archer, ya no tienes siete años. Nada malo va a ocurrirte. Puedes controlar la situación.

Me vuelvo de nuevo y echo a andar, despacio, titubeante. La sangre me martillea en los oídos y tengo la boca seca. Es una habitación desconocida en una casa desconocida.

Todo está en penumbra gracias a las cortinas corridas. Hay una inmensa cama en el centro, perfectamente hecha, con ropa y almohadones blancos. Un par de mesitas y poco más. Todo es muy sobrio y sereno y me doy cuenta de que también es como Jackson. Otra cara de él.

Dejo a la derecha una puerta, que me imagino es el vestidor, y al fin alcanzo el pomo de la del baño. El ruido del agua se hace más intenso y, como una interferencia que al final lo inunda todo, bloquea mi ansiedad y se deshace de ella. Apoyo la frente en la madera a la vez que alzo la mano y suavemente la acaricio. Sé lo que venía a decir, no lo he olvidado, pero Jackson Colton tira de mí con una fuerza más profunda, sorda y exigente que la maldita gravedad.

Abro la puerta y suspiro. Jackson está bajo el torrente de agua y la visión es sencillamente embriagadora. Sin dudarlo, sale de la ducha, tira de mi muñeca y, aún vestida, me lleva contra la pared de azulejos italianos. El agua empapa mi ropa al instante, húmeda y caliente, exactamente como me siento yo.

—Esta es tu recompensa, Ratoncita —dice bajando sus manos por mis costados.

También recuerdo aquello de que, si me colaba por Jackson, sería mi fin. Lo sé. Lo tengo clarísimo.

Regreso a la habitación envuelta en una reconfortante toalla blanca. Estoy agotada. El asalto en el baño ha llevado al límite cada músculo de mi cuerpo. Sin embargo, una sonrisa de pura satisfacción se instala en mis labios. Nunca lo había hecho en la ducha.

Su cama otra vez roba toda mi atención. Acaricio la colcha con la punta de los dedos y sonrío de nuevo. Seguro que, cuando fue a la tienda a elegirla, pidió el tamaño bacanal romana.

En ese momento Jackson sale del baño. Aparto rápidamente la mano y me giro para mirarlo. Sin decir una sola palabra, cruza la estancia, entra en el vestidor y se quita la toalla que llevaba a la cintura. Se pone unos bóxers blancos y, sin prestar atención, tira de unos vaqueros de uno de los estantes, se los pone y se los ajusta dando un par de saltitos. Se pone una camiseta verde oscuro y rápidamente coge algo del mueble que tiene justo enfrente, aunque no alcanzo a ver el qué.

Regresa a la habitación y, como pasó antes, yo finjo no hacer lo que estaba haciendo; en este caso, mirarlo embobada.

—Vístete —me ordena dejando sobre la cama unos bóxers, un pantalón de chándal y una camiseta.

Me quedo un poco descolocada, pero Jackson sale de la estancia antes de que pueda decir nada. A veces no sé qué pretendo que diga o haga, pero soy plenamente consciente de que lo que dice o hace no es lo que quiero.

Me visto; como era de esperar, la ropa me está grande. Me recojo el pelo aún húmedo en una coleta y salgo de la habitación. Recorro el pasillo con paso tímido y llego al salón.

Él está a un lado de la isla de la cocina. Al verme, alza la mirada un solo segundo y vuelve a prestar atención a lo que sea que tiene entre manos. Yo me quedo de pie, sintiéndome tímida y también algo inquieta. No sé si quiere que esté aquí o se ha dado tanta prisa en prestarme la ropa para que meta la mía mojada en una bolsa y me largue.

Jackson abre el frigorífico, saca una botellita de agua y la deja frente a uno de los taburetes al otro lado de la barra de granito. Me lo tomo como una invitación. Camino hasta la silla en cuestión y me siento. En silencio, abro la botellita y me fijo en sus manos. Frunzo el ceño. ¿Está preparando un sándwich de pollo?

—¿A qué has venido, Lara? —inquiere, sacándome una vez más de mi ensoñación.

Me encojo de hombros. ¿Por qué siempre parece ir un paso por delante de mí?

—Quería que habláramos —me sincero.

—¿De qué?

—De las normas.

—Están muy claras, Lara —responde sin levantar la mirada.

—¿Has hecho esto con otras chicas?

Él se detiene un segundo con un trozo de rúcula en las manos. Mi pregunta parece haberlo pillado fuera de juego. No sé por qué lo he preguntado. En el fondo, no sé si quiero saberlo.

—¿Te refieres a un trato así?

—Sí.

—No, pero son las mismas normas que aplico con cualquier chica.

No te sientas importante ni especial, Lara Archer. Eres una más.

Tuerzo el gesto, pero lo disimulo rápido.

—Nunca doy explicaciones, nunca hablo con nadie de lo que hago y jamás les doy esperanzas.

Me molestan sus palabras y otra vez no tengo ni las más remota idea de por qué. Está siendo sincero. Debería agradecerle que lo sea.

—Yo también quiero poner mis normas —pronuncio intentado sonar segura.

Me doy cuenta de que, con él, trato muchas veces de parecer segura. ¿Tanto me importa lo que piense de mí?

No.

«Sí».

Jackson no dice nada y me lo tomo como una invitación a continuar.

—Yo también decidiré cuándo y cómo quiero estar contigo.

—No —responde alzando la cabeza y uniendo nuestras miradas.

Frunzo los labios. Ya no estoy molesta, ahora estoy enfadada, pero no voy a rendirme.

—No estarás con otras mujeres mientras estemos juntos.

—No.

No deja rastro de dudas. Ni siquiera lo piensa.

Ahora estoy furiosa.

—Esto acabará cuando regrese Connor —continúo sin titubeos—. Sólo estoy contigo para poder estar con él y no quiero que nada pueda estropearlo.

Quiero hacerle daño. Quiero que se sienta como me siento yo y, aunque sea mínimamente, en su mirada creo ver que lo consigo.

—¿Por qué Connor?

Una vez más me pilla por sorpresa. ¿Por qué quiere saberlo? No me hizo ninguna pregunta sobre Connor la primera vez que hablamos de él.

—Me besó, en Atlantic City. —La mirada de Jackson cambia imperceptiblemente y siento la imperiosa necesidad de explicarme para no quedar como la chica más ingenua del planeta Tierra—. Sé que es una tontería, que sólo fue un beso, pero me sentí como si me desearan por primera vez. Una chica como yo no se siente especial demasiadas veces en su vida. Aquella noche, él consiguió que sintiese que no podía mirar a ninguna otra mujer que no fuera yo.

Jackson continúa mirándome, en silencio. Su expresión vuelve a cambiar, pero otra vez lo hace demasiado rápido. Ya no está enfadado, ahora es algo diferente que ni siquiera puedo explicar.

—Me parece inteligente que esta historia tenga una fecha de caducidad, Ratoncita —sentencia cortante.

—No me llames ratoncita.

Jackson deja el pan sobre la encimera y se apoya en ella con las palmas de las manos para acercarse a mí. Sus hombros se tensan de una manera exigente y no puedo evitar que mi atención se desvíe, sólo un segundo.

—Convierte lo que te hace débil en tu punto fuerte y muéstralo con orgullo —ruge—. Crees que no le gustarás al imbécil de Connor Harlow porque eres una ratoncita de biblioteca y eso será lo que le vuelva jodidamente loco.

Soy plenamente consciente de que es una estupidez, pero odio que él me vea así, precisamente como una ratoncita.

—Connor no es como tú.

Otra vez sólo quiero herirlo. Me siento ruin y también bastante estúpida. Es obvio que no está funcionando.

—Todos los hombres queremos lo que no podemos tener.

—¿Por eso te acostaste conmigo en el Indian?

De nuevo he preguntado algo cuya respuesta no sé si quiero escuchar. Debería plantearme dejar de hacerlo.

—Me acosté contigo en el Indian porque me pones de los nervios —responde sin más con una impertinente sonrisa en los labios.

No lo aguanto más.

—Eres un imbécil —siseo bajándome del taburete y echando a caminar con el paso acelerado.

Pienso coger mi ropa y largarme de aquí.

Sin embargo, cuando paso junto a él, me atrapa rodeando mi cintura con sus brazos y me lleva contra su cuerpo. Me muevo tratando de zafarme, pero me estrecha aún más. Resoplo y entorno la mirada. No soy su juguetito, maldita sea.

—Suéltame —mascullo.

—Por eso me acosté contigo, porque no te rindes. Ni siquiera tengo claro que me gustes.

—Tú tampoco me gustas —le aclaro inmediatamente.

Pero ¿quién se cree que es?

Jackson ríe entre dientes y me acomoda aún más contra él.

—Normalmente las chicas me dan todo lo que quiero.

—Pues estás muy mal acostumbrado.

La atmósfera entre los dos comienza a cambiar otra vez y el que sea consciente de cada centímetro de su cuerpo no ayuda nada.

—Eso es lo que tiene que ver Connor, Ratoncita —susurra.

Su voz se vuelve ronca y vibra por todo mi cuerpo.

—No sé si seré capaz —me sincero en un murmuro.

Me da un miedo horrible no ser capaz.

—Has entrado, ¿no? —me recuerda.

Sus ojos me atrapan por completo y sencillamente asiento. Entré porque la recompensa era grande. No sé si siempre podré decir lo mismo.

—Me gusta tu cuerpo —me dice mientras su mirada se oscurece, bajando lentamente sus manos por mi piel— y convéncete de una jodida vez de que sí eres especial. No te haces una idea de cuánto, Ratoncita.

Me pierdo en sus ojos verdes a la vez que un breve suspiro se escapa de mis labios. Por un momento parece enfadado de que no sea capaz de ver en mí misma lo que él si ve. ¿Cree que soy especial? Mi confusión aumenta, pero una cálida sensación se abre paso dentro de mí acallando todas mis dudas.

Jackson desliza sus manos y se cuelan bajo su pantalón de chándal y sus bóxers de diseño hasta posarse en mi trasero. Mi cuerpo reacciona de inmediato y su sexo fuerte y duro choca contra mi vientre. Resulta inquietante la velocidad con la que consigue que mi libido y mi cuerpo simplemente se sienten y lo observen esperando órdenes.

—Al final todo se reduce a esto —susurra paseando su nariz por la piel de mi cuello.

—¿Al placer? —pregunto jadeando.

Jackson me aprieta el culo con las dos manos hasta hacerme gemir y me da un rápido azote antes de que el sonido se diluya en el ambiente.

—Al control —replica haciéndome paladear cada letra.

Se inclina sobre mí y por un instante sólo nos miramos a una distancia casi perturbadora.

—Jackson, por favor.

Quiero que me bese.

Sonríe canalla, pero su respiración también está acelerada y su mirada, perdida en mi boca. Su estúpida regla a él también le afecta. Se acerca un poco más y, sin llegar a besarme, toma mi labio inferior entre sus dientes y tira de él, saboreándolo. Dios, Dios, Dios. Gimo suavemente y todo mi cuerpo se vuelve arcilla en sus manos. ¿Es que quiere que acabe derritiéndome?

Me levanta a pulso y automáticamente mis piernas rodean su cintura; ahogo un nuevo suspiro en una sonrisa cuando encajamos a la perfección.

Quiero olvidarme del mundo.

Es la hora de almorzar cuando atravesamos Manhattan en su coche. Él no dice nada de pararnos en un restaurante o una cafetería a comer algo y yo tampoco lo menciono. Las citas no entran en nuestro trato y los dos lo sabemos.

Nos despedimos en mi calle, frente a mi edificio. Por supuesto, nada de besos ni arrumacos. Un simple «adiós» por mi parte, un gesto de cabeza indicándome que entre ya por la suya. Yo asiento y entro en mi portal, no sin antes permitirme girarme para observarlo, sólo un momento. Últimamente me permito demasiados momentos, pero con las Ray-Ban Wayfarer parece un modelo de revista.

Permiso concedido.

Ya en mi apartamento, decido prepararme algo rápido y ponerme a trabajar. Tengo mucho que hacer y, además, no quiero darme la oportunidad de pensar y pensar, de darle una y mil vueltas. Sé lo que tengo con Jackson y sé por qué lo tengo. Sólo hay deseo. No quiero que haya nada más. No puede haber nada más.

Termino los contratos y las últimas revisiones económicas y comienzo con los anexos. Entre las decenas de carpetas que tengo apiladas en una esquina de mi escritorio, traje varias de Colton, Fitzgerald y Brent; sobre todo, operaciones de inversiones parecidas a las que necesitaremos para el proyecto. Si las filtro y reviso, podré utilizar algunas para ejemplificar lo que queremos hacer y demostrar a los posibles inversores que es un plan seguro y rentable.

Cuando levanto la cabeza del ordenador portátil, ya ha anochecido. Tuerzo el gesto, pero al mismo tiempo una sonrisa se cuela en mis labios. No puedo evitarlo. Me encanta el derecho internacional y me encanta el comercio exterior y, sobre todo, adoro este proyecto. Va a ayudar a muchísimas personas y, gracias a Jackson, y aunque me moleste admitirlo, tiene más fuerza que nunca.

El despertador suena. Yo lo miro con odio y él se ríe de mí recordándome que son las seis y media de la mañana. Para colmo de males es lunes y para colmo de males he soñado con Jackson. ¿Por qué me haces esto, karma? Llevé aparato dental hasta los catorce. Me merezco un respiro.

Me arrastro hasta la cocina para desayunar y después me arrastro hasta la ducha. ¿Cómo he podido soñar con él? La culpa es de esos malditos pantalones de polo.

Al llegar a mi oficina, voy directa a mi despacho y me encierro con un montón de documentos y un café doble con azúcar de Starbucks.

Aunque me moleste incluso la simple idea de reconocerlo, me paso toda la mañana luchando por no pensar en Jackson. Mi cuerpo parece cobrar vida propia y se enciende con el recuerdo de sus caricias del día anterior.

A la hora del almuerzo me manda un lacónico email para que nos veamos en su oficina a las cinco. Respondo con otro aún más breve aceptando. Y, para mi desgracia, ese pequeño intercambio de correos electrónicos sólo significa que ya no me enciendo, sino que ardo en llamas cada vez que pienso que lo veré en unas horas.

Saludo a Eve y a Katie y voy hasta el despacho de Jackson. Apenas tengo tiempo de cerrar la puerta tras de mí cuando recorre la estancia, me levanta a pulso y me embiste contra su carísima biblioteca. No me da un segundo. No comprueba que esté lista. Algo me dice que sabe perfectamente que me moría por esto desde que he abierto los ojos esta mañana.

—Tienes unos libros increíbles —digo admirada, arrodillada delante de su librería.

Llevo su elegante camisa blanca y nada más. Huele a él y ese simple detalle hace que, involuntariamente, sonría cada diez segundos. Jackson está a mi lado, en el suelo de su despacho, apoyado sobre un codo y gloriosamente desnudo.

Alzo la mano y la paso por los libros susurrando los títulos. Hay obras de Deegan, David Konzevik o Shirin Ebadi. Tiene Las consecuencias económicas de la paz, de John Maynard Keynes, el fundador del Fondo Monetario Internacional. Es mi favorito. Finalmente me decanto por Edmund Deegan y saco uno de sus libros. Lo abro y comienzo a ojearlo.

—¿Lees a Deegan? —inquiere.

—Sí. Es uno de mis autores preferidos.

Jackson sonríe. Imagino que no necesitaba añadir esa frase. La mirada fascinada con la que he cogido el ejemplar lo ha dicho todo.

—Lo recuerdo perfectamente. Ese viejo es un engreído al que le encanta ser la inspiración de jovencitas —comenta, y su sonrisa se llena de cierta malicia.

—¿Deegan te dio clase? —pregunto admirada.

Vuelve a sonreír y su mirada se vuelve más suave, más cálida.

—Sí, primero en la Northwestern y después un semestre en Oxford.

El currículo académico de Jackson es sencillamente brillante. Summa cum laude en Derecho y Económicas por la Northwestern y segundo de su promoción en uno de los másteres más perversos y complicados de todo Oxford. El primero debía de ser un robot disfrazado de alumno de intercambio coreano.

—Con una alumna como tú, se habría vuelto loco.

—No soy tan inteligente y sólo he leído dos de sus libros.

—Sí que eres tan inteligente y, además, eres preciosa.

Me ruborizo y clavo mi vista en la página treinta y siete.

—¿Cómo es posible que no te des cuenta del efecto que tienes en los hombres? —pregunta, pero tengo la sensación de que no espera una respuesta, es más una conversación consigo mismo—. Aunque imagino que eso es lo que te hace tan irresistible, por eso siempre consigues que acabe pensado en cosas en las que ni siquiera debería pensar.

Sus palabras me hacen alzar la mirada de nuevo y buscar la suya. Jackson no se esconde, nunca lo hace, e inmediatamente atrapa mis curiosos ojos marrones con los suyos verdes.

—¿Qué cosas? —pregunto en un susurro.

Jackson sonríe, su gesto más arrogante y sexy, y rápidamente, tomándome por sorpresa, me agarra de las caderas y me sienta a horcajadas sobre él, que apoya la espalda en la librería para mantenerse.

Otra vez no me da un solo segundo y, rodeando mi cintura, me levanta para insertarme lentamente sobre su polla. Yo gimo y todo mi cuerpo se estremece.

—Jack, necesito un momento —balbuceo mientras comienza a mover sus caderas a un endiablado ritmo constante.

—Ni hablar.

Marca un delirante círculo con sus muslos y creo que voy a perder el conocimiento embargada en una nube de placer.

—Voy a correrme… ya —gimo o más bien suplico.

Mi cuerpo, apenas recuperado del encuentro anterior, no da para más. El placer satura cada centímetro de mi piel.

En ese preciso instante, Jackson me tumba en el suelo y él lo hace inmediatamente sobre mí, embistiéndome de nuevo. Apoya sus manos en el parqué a ambos lados de mi cabeza, sosteniendo el peso de su perfecto cuerpo. Me observa desde arriba sin dejar de moverse. Está calmado, sereno, controlado, y yo sencillamente a punto de perder el sentido común.

Entra con fuerza.

Grito.

¡Joder!

Es lo mejor que he probado nunca y al mismo tiempo tengo la sensación de que va a partirme en pedazos.

Jackson se deja caer sobre mí un poco más. Sus labios calientan los míos, pero no me besa. Nunca me besa.

—Te voy a follar hasta que pierdas el sentido cada maldito día —susurra con su voz más ronca—, así que ya puedes aprender a controlarte.

Me retuerzo bajo él. Todo da vueltas. Va a volverme completamente loca…

La semana siguiente es exactamente así y yo me convierto en adicta a Jackson Colton. Hay algo casi enfermizo en nuestra relación que hace que no podamos apartar las manos del otro un solo segundo. Su oficina. Mi oficina. Su ático. Mi apartamento. El Archetype. Su coche. ¡Por Dios, el parque! Incluso un callejón de la 52 Este. No sé exactamente qué estoy aprendiendo, pero tengo claro que, sea lo que sea, quiero seguir.

Eso sí, jamás incumplimos las normas. Nunca hay cenas, ni dormimos juntos. Sólo sexo y largas charlas sobre nosotros, sobre el trabajo, sobre los libros que nos encanta leer, y eso es casi tan bueno como sentirlo encima de mí… sólo casi.

—¿Y cómo van los preparativos de la boda? —le pregunto a Katie.

Estamos sentados en una de las mesas de la sala principal del Archetype. Katie, entre Donovan y Colin, y yo enfrente, junto a Jackson. Lo suficientemente cerca como para que su traje color carbón roce mi rodilla desnuda, aunque no hay ningún otro contacto entre nosotros.

Una chica sentada en un taburete en el centro del escenario canta Moon River[16] únicamente acompañada por su ukelele.

—Un poco estresante —responde encogiéndose de hombros—, pero estoy muy contenta.

Sonrío. Se la ve realmente feliz.

—Y hablando de eso —continúa—, tengo que elegir quién me llevará hasta el altar y he pensado que, si quieres, podrías ser tú, Jackson.

Al oír su nombre, lo miro casi boquiabierta y después miro a Katie. ¿En serio quiere que la maldad personificada sea quien la lleve hasta el altar?

Él sonríe suavemente y se lleva su copa de Glenlivet, nunca es otra marca ni otro licor, a los labios. El muy cabronazo se está haciendo de rogar.

—Sé que Colin y tú sois los padrinos de Donovan —se apresura a aclara Katie—, y te aseguro que una cosa no interferirá en la otra.

—¿Quién te ha dicho que estos dos malnacidos van a ser mis padrinos? —la interrumpe Donovan acomodándose en el mullido sillón negro—. Quiero a alguien tan guapo como yo para esperarte en el altar.

—Los monos del zoo no pueden hacer de padrinos —replica Colin socarrón.

—¿Y los irlandeses paletos sí? —contraataca divertido.

—Normalmente no —contesta conteniendo una sonrisa, apurando su vaso de whisky—, pero se nos permite hacer la excepción con nazis venidos a menos.

Donovan se humedece el labio inferior y, como si ya no pudiesen aguantarlo más, sonríen sinceramente. Katie, que los observaba, pone los ojos en blanco antes de sonreír también y finalmente cruza los brazos sobre la mesa y se inclina hacia delante.

—¿Qué me dices? —desafía a Jackson.

El móvil de Colin empieza a sonar. Mira la pantalla y, tras disculparse, se levanta para atender la llamada.

—Será un placer —responde al fin—. Así le daré un poco de protagonismo a miss Alemania antes de entrar contigo del brazo.

Donovan le enseña el dedo corazón y todos sonreímos.

Katie da unas palmaditas encantada y Jackson sonríe mientras observa cómo Donovan la acerca a él y le da un beso casi interminable. Ella es la única chica a la que trata como a una amiga, incluso es cariñoso con ella. Hasta la primera vez que los vi juntos, habría dicho que Jackson Colton era incapaz de ser amigo de una mujer.

—¿Y qué hay de tu familia? —le pregunto a Donovan.

Su expresión cambia por completo en un microsegundo. Se acaba su copa de un trago y se levanta. Tira de la mano de Katie y la incorpora estrechándola de inmediato contra su cuerpo. La mira directamente a los ojos y ella cae hechizada prácticamente al instante. No la culpo. Esos ojos a medio camino entre el azul y el verde robarían la atención de cualquiera.

—Si nos perdonáis —dice hablándonos a nosotros pero sin levantar su vista de ella—. Pecosa y yo tenemos cosas que hacer.

Comienza a caminar tirando de Katie y, sin más, se pierden por el entramado de pasillos que conduce a las habitaciones privadas.

Los observo hasta que desaparecen sintiéndome muy incómoda. Está claro que Donovan se ha marchado por mi comentario. ¿Por qué le habrá molestado tanto? Jackson me mira, pero no dice nada. Imagino que él sí lo sabe, pero obviamente no va a contármelo.

—Necesito ir al baño —me excuso.

Me levanto y atravieso el local. Apenas tardo unos minutos. De regreso a la mesa, oigo una voz que me llama desde la barra. Alzo la cabeza. Es Colin.

—Lara Archer —me saluda divertido cuando me acerco a él.

—¿En qué puedo ayudarlo, señor Fitzgerald? —pregunto socarrona.

—Humm… señor Fitzgerald; cuanto menos, tentador.

No puedo evitar sonreír y él lo hace conmigo.

—Verás, resulta que ayer me levantaron una chica en esta misma barra —me explica.

—Debiste de sufrir muchísimo —replico fingidamente apenada.

—Me rompió el corazón —responde imitando mi estado de ánimo y llevándose la mano al pecho—. El cabronazo le hizo un truco de magia. —Sonrío. ¿Un truco de magia? ¿Aún funcionan esas cosas?—. Y lo peor es que ni siquiera le salió bien.

Su indignación vuelve a hacerme sonreír.

—Era un truco absurdo —continúa—, pero soy muy competitivo; lo he buscado en Internet y he aprendido a hacerlo. Ahora necesito a una chica inocente para que sea mi conejillo de Indias.

—¿Y por qué no se lo has pedido a la camarera? —inquiero señalando con la cabeza a la guapísima chica vestida de pin-up.

—Esa mujer me tiene calado, conoce demasiado bien mi cara de póquer. Además, tiene más de veinticinco. Este truco tiene otro público objetivo —concluye con una sonrisa.

La mía se ensancha. ¿Se puede ser más sinvergüenza?

—Si pillas el truco, te deberé una —me anima.

—Está bien —respondo sin que la sonrisa me abandone, apoyándome en la barra y echándome hacia delante para concentrarme en sus manos.

—Es complicado —me informa—, así que deja de sonreír, que me desconcentras.

Pero, involuntariamente, sonrío de nuevo. La culpa es sólo suya.

—¿Sabes? Yo también tengo curiosidad por ver ese truco.

La voz de Jackson a unos pasos de mí me sobresalta, pero al mismo tiempo me sumerge en una sensación suave y cálida, peligrosamente suave y cálida. Su tono ha sido divertido, pero su actitud parece decir algo completamente diferente. Si no fuera una absoluta estupidez, diría que está marcando su territorio.

Colin sonríe nervioso y Jackson se humedece el labio inferior apoyando su espalda en la barra, justo entre su amigo y yo.

Empieza el juego de manos. Cada segundo se muere de risa por tener que llevar a cabo esta especie de truco para ligar con su amigo Jackson. Él no le quita ojo y no puede evitar que se le escape alguna que otra sonrisa. La situación es de lo más absurda, pero también de lo más divertida.

—Como al final en esa carta aparezca tu número de teléfono, te juro por Dios que te pego un tiro —lo amenaza Jackson.

Colin estalla en carcajadas y se guarda la última carta.

—Joder —protesta al borde la risa—, estás fatal.

—Por lo menos, después del numerito que te he montado, me invitarás a cenar, ¿no?

—No puedo. Me llevo a Lara.

¿Qué?

Jackson se incorpora lleno de elegancia mientras yo sigo observándolo con cara de idiota. ¿Nos vamos a cenar? Nosotros nunca vamos a cenar.

Sin decir nada más, me toma de la muñeca y atravesamos el Archetype hasta salir del club. Sólo nos hemos alejado unos pasos de la puerta cuando Jackson me suelta y se pasa la mano por el pelo como si no supiera qué hacer con ella. La separación ha sido tan brusca que tengo la sensación de que ha recibido una corriente eléctrica.

—¿Por qué has hecho eso? —le pregunto.

No entiendo por qué le ha mentido a Colin. No quiere llevarme a cenar. Es más que obvio.

—No tengo por qué darte explicaciones —me recuerda.

—No pienso dar un paso más, Jack —replico frenándome en seco.

Su sonrisa cambia por completo. El volver a esta situación, la de pelea abierta, parece jugar a su favor, como si fuese el terreno que mejor conoce, en el que mejor se desenvuelve cuando no estamos desnudos. Atrapa mi mirada con la suya y me hago aún más consciente de esa idea.

—Estás deseando que te lleve a cenar —sentencia aún más arrogante si cabe.

Frunzo los labios. Me muero de ganas, aunque sepa que no deba, pero no pienso permitir que él lo dé por hecho.

«Él lo tiene clarísimo».

—Deberías dejar de tenértelo tan estúpidamente creído.

—¿Acaso no quieres? —pregunta exigente, incluso un poco cortante.

El cambio de tono me pilla por sorpresa. ¿Le molesta la posibilidad de que no quiera? ¡Él tampoco debería querer! Resoplo mentalmente agotada. Todo esto es un sinsentido.

—Claro que quiero —respondo exasperada.

Me dedica su media sonrisa y me doy cuenta de que he caído por completo en su trampa. Con esas tres palabras ha conseguido que admita mucho más de lo que quería admitir.

—¿Por qué a Donovan le ha molestado que le pregunte por su familia? —inquiero para cambiar de tema. Prefiero que la conversación sea sobre él y no sobre mí.

Jackson se humedece el labio inferior sin levantar sus ojos verdes de los míos. No sé si hacer preguntas sobre sus amigos entra dentro de nuestro trato.

—Porque no tiene. Su madre murió.

Frunzo el ceño.

—¿Y su padre?

—Su padre es un hijo de puta que no se merece siquiera respirar el mismo aire que él. —Sus palabras son duras, pero no hay la más mínima emoción en su voz—. Donovan tuvo una infancia muy jodida, Ratoncita. Aunque las superes, hay cosas que te asustan toda la vida.

¿Traumas de la infancia? Podría escribir un maldito libro.

Sin embargo, su respuesta me hace llegar a otra conclusión. Una sobre él mismo. Siempre he pensado que Jackson no podía sentir nada por nadie, que por ese motivo para él no suponía un problema no volver a casa en Navidad o pasarse meses sin ver a su familia. Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Jackson elige a quien quiere, elige quien es importante para él. Sus hermanos son Donovan y Colin, por ellos haría cualquier cosa y por eso es cariñoso con Katie, por eso le permite ser su amiga. Ella forma parte de la vida de Donovan, así que inmediatamente pasó a formar parte de la suya.

—Entiendo a Donovan muy bien —comento reconduciendo mis pensamientos.

—Sí, supongo. Estoy rodeado de niños rotos —sentencia sin ni siquiera darle importancia a lo que está diciendo.

Automáticamente entorno la mirada. Joder, se ha superado incluso tratándose de él.

—Perdona si no todos pudimos tener una extraordinaria infancia con los Colton —replico sardónica—. Eres un gilipollas, Jack.

Sin esperar respuesta por su parte, echo a andar hacia el fondo de la calle y me apoyo en la valla ornada de acero negro que delimita esta cara de Manhattan. Al otro lado, el East River y, en la otra orilla, los rascacielos de Hunters Point en la costa de Queens.

A veces puede llegar a ser tan rematadamente frío… aunque no sé de qué me sorprendo.

—Pero tú sí la tuviste —pronuncia a mi espalda—. Viviste con mis padres desde los siete años y, aun así, te dan miedo los desconocidos, los lugares extraños y te comportas como una ratoncita, ¿por qué?

Sonrío mordaz. Ahora mismo sólo quiero tirarlo al río y saludarlo mientras se hunde. Doy media vuelta dispuesta a marcharme, pero Jackson me agarra de la muñeca y me frena en seco.

—Suéltame —siseo tratando de zafarme.

—Quiero saberlo —susurra exigente.

Su voz suena increíblemente ronca. Esa voz es la mayor de mis desgracias.

—Pues no pienso contártelo —replico furiosa.

No pienso hacerlo. Nunca lo haría. Jackson sólo lo utilizaría para reírse de mí y, si no lo hiciese… Si no lo hiciese, yo estaría en un lío aún mayor. Jackson es la última persona que quiero que me mire con compasión y también la última que quiero que me consuele.

Él me observa de nuevo tratando de leer en mí. Tras unos segundos que se me hacen eternos, exhala con fuerza todo el aire de sus pulmones.

—¿Tan malo fue? —inquiere.

Su pregunta me pilla fuera de juego. Siento como si me hubiese dejado al borde de un precipicio y me obligara a mirar hacia abajo.

—No te haces una idea —murmuro.

—Sólo tenías siete años —susurra tratando de comprenderlo.

Despacio, su mano va liberando mi muñeca, deslizándose hacia abajo y entrelazando nuestros dedos en un gesto completamente diferente.

—Hay cosas que te asustan toda la vida —repito sus palabras, pero en mis labios suenan llenas de un cristalino dolor.

La atmósfera entre los dos comienza a cambiar, a llenarse de intimidad. Siempre he pensado que todas las personas construyen a su alrededor un muro y dentro guardan todo lo que les asusta, lo que les frena, lo que les hace seguir caminando, lo que aman. Yo acabo de dejar entrar a Jackson Colton y estoy muerta de miedo.

—Vámonos —susurra.

—¿A cenar? —pregunto obligándome a sonreír.

Jackson niega con la cabeza.

—Quiero llevarte a mi cama.

Asiento. Él sabe qué es lo que puede hacer por mí. Consigue que me olvide del mundo y ahora mismo es lo que más necesito, y eso Jackson también lo sabe.

Exactamente a las seis y media apago el despertador de un manotazo y me acurruco contra el otro lado pensando que, si cierro con mucha fuerza los ojos, conseguiré burlar las leyes del universo y haré que mágicamente sea domingo. No funciona. Diez minutos después estoy sentada en uno de los taburetes de la barra de mi cocina con una taza de café entre las manos, el pelo hecho un desastre y cara de pocos amigos.

Después de estar en su casa, Jackson me trajo a mi apartamento. No permitió que cogiera un taxi, pero tampoco me dijo que me quedara a dormir. Habría aceptado. Creo que por eso esta mañana estoy de un humor peor de lo habitual, porque en el fondo sé la pésima idea que hubiese sido eso.

Tras resoplar una decena de veces, y suspirar unas cuantas, y obligarme a dejar de pensar en Jackson, me doy una ducha y me preparo para ir a trabajar.

En la oficina el día pasa de lo más tranquilo. Mucho trabajo, pero lo agradezco. Me ayuda a tener la mente concentrada y a dejar de darle vueltas a las cosas. Como con Dylan y, aunque lo estoy deseando y necesito urgentemente consejo y una opinión objetiva, no le cuento nada de lo que está pasando con Jackson.

A eso de las tres recibo una llamada de Erin preguntándome si me apetece tomar un café con ella. Significaría salir antes, pero esta mañana he sido tan eficiente que, a pesar de ser jueves, he terminado con el trabajo de toda la semana e incluso he adelantado parte del de la que viene. Acepto y quedamos en vernos en una hora en el Carnegie Hall.

Sonrío cuando la veo doblar la esquina de la 57 con la Séptima con una caja de cartón de Balthazar Bakery, una de las pastelerías francesas más famosas de toda la ciudad.

—¿Has ido hasta el SoHo a comprar pasteles? —pregunto divertida.

Erin esquiva a un grupo de turistas con ganas de fotografiarlo todo, incluidos a los neoyorquinos, y llega hasta mí.

—He ido hasta el SoHo a comprar la tarta de cerezas preferida de mi pequeña y cruasanes de mantequilla para un gruñón que yo me sé.

Frunzo el ceño mientras Erin continúa caminando.

—¿Hemos quedado con Allen?

—No —responde sorteando el bordillo de la acera y mirando a ambos lados antes de cruzar la calzada—. Tengo dos hijos y a los dos les encantan los cruasanes de mantequilla. ¿Qué puedo hacer?

No puede ser.

—¿Vamos a ver a Jackson? —inquiero saliendo tras ella, con la voz muy aguda por la sorpresa y carraspeando inmediatamente para disimular.

Erin asiente.

—Si él no viene a verme, tendré que ir a verlo yo —responde como si fuera obvio—. La mejor forma de cazarlo es su despacho. Los dulces son para acallar los «mamá, estoy trabajando» o, mi preferido, «mamá, tendrías que haber llamado», que es la manera elegante de decir «déjame tiempo para que piense una excusa».

Tiene razón, pero, aun así, no me parece una buena idea que yo la acompañe. No voy a negar que tengo curiosidad y mucha, casi insana, por saber lo que hace Jackson cuando está solo, pero no puedo presentarme en su despacho sin más… o quizá sí. La curiosidad está ganando enteros. ¿Y si está con una chica? Si está con una chica, definitivamente quiero saberlo.

Antes de que me dé cuenta, estamos delante de su edificio y Erin cruza decidida las puertas de metal y cristal. Yo respiro hondo. No debería subir, pero mis pies parecen tener vida propia y siguen a Erin.

Llegamos a Colton, Fitzgerald y Brent, saludamos a Eve y nos encaminamos al despacho de Jackson. Erin saluda a Claire, su secretaria, y le hace un gesto para que no se levante, indicándole que ella se encarga de llamar. La pobre mujer la mira con cara de susto a ella y después a mí. Yo me encojo de hombros forzando una sonrisa. También sé que a Jackson no le va hacer ninguna gracia la interrupción.

Erin llama y abre la puerta prácticamente a la vez.

—Hola, cariño —lo saluda con su voz más adorable.

Si Jackson estuviese con una chica en su despacho, ella aún tendría el vestido remangado por las caderas y él se estaría abrochando los pantalones. No le daría tiempo de hacer creer a nadie que era una reunión de negocios. Sonrío con malicia ante esa idea e inmediatamente me pongo los ojos en blanco. ¿Por qué tengo que dar por hecho que se está tirando a otra? ¿Y qué me importa si lo está haciendo?

Entro en la oficina con el paso titubeante. Jackson repara en mí automáticamente y casi a la misma velocidad frunce el ceño. No lleva chaqueta ni corbata y se ha remangado las mangas hasta el antebrazo. Sólo hace eso cuando tiene un día duro o está de mal humor.

—Hola —me apresuro a saludarlo.

Él no responde. Está claro que no le hace la más mínima gracia verme aquí.

—Te hemos traído unos dulces deliciosos —dice Erin mostrándole la caja y sentándose en el elegante sofá de piel de su despacho—. Humm… cruasanes de mantequilla —añade al ver que Jackson no colabora—. Tú sólo tienes que traer el café.

Deja la caja sobre la pequeña mesa de centro, la abre y empieza a sacar los dulces. Al instante, un suave olor a mantequilla y a cerezas se mezcla con el de la masa recién horneada y llenan la inmensa habitación. Sin embargo, Jackson sigue mirándome a mí e imagino que preguntándose qué demonios hago aquí.

—Claro —responde al fin dando un paso hacia su madre—. Lara, acompáñame a buscar los cafés —me ordena con una voz suave, demasiado suave.

Antes de que pueda decir nada, camina hasta mí, me toma del codo y nos hace salir. Al verlo aparecer, Claire se levanta de un salto, pero él le hace un levísimo gesto con la mano que le queda libre para que vuelva a sentarse.

—¿Qué haces aquí? —masculla en cuanto cierra la puerta de la pequeña sala de descanso.

La habitación no debe tener más de diez metros cuadrados. Entre ese detalle y los muebles, estamos cerca, muy cerca.

—No ha sido idea mía —me defiendo malhumorada. Está exagerando las cosas—. Ni siquiera sabía que Erin tenía intención de venir aquí.

—Me da exactamente igual. No puedes aparecer aquí cuando te dé la gana.

Está muy enfadado y eso hace que automáticamente yo lo esté más.

—¿Por qué? ¿Te preocupa que te pille con otra chica?

No sé por qué demonios lo digo, pero las palabras salen a borbotones antes de que pueda pensar.

Jackson aparta su mirada de la mía y ahoga un frustrado suspiro en una sonrisa mordaz a la vez que se pasa las dos manos por el pelo. Cuando nuestros ojos vuelven a encontrarse, los suyos se han endurecido.

—Exacto —replica arisco—. No quiero que me pilles tirándome a otra en la mesa de mi despacho y me montes una escena.

¡Qué capullo!

—No te preocupes, no te montaría ninguna escena —contesto furiosa, manteniéndole la mirada—. Sé de sobra lo cabronazo que puedes llegar a ser.

—Y más te vale no olvidarlo —sentencia.

Sin darme oportunidad a responder, sale de la sala de descanso dejándome con la palabra en la boca y la rabia recorriéndome entera.

Lo sigo de vuelta a su oficina; no puedo largarme sin levantar las suspicaces sospechas de Erin, pero las ganas de asesinarlo y enterrar su cadáver bajo el hormigón de algún edificio en obras son cada vez más latentes.

—Tres cafés —prácticamente le ladra a Claire cuando pasa junto a su mesa.

Entro en su despacho y automáticamente me hago consciente de dónde está: sentado en un extremo del sofá con las piernas cruzadas de una forma muy masculina, el codo apoyado en el brazo de piel y el reverso de los dedos tapando su boca y su mandíbula tensa, mirándome.

Si él está furioso, yo también lo estoy… pero ¿por qué está tan enfadado?

—Lara, tesoro —dice Erin señalando suavemente el pequeño sillón a su lado—, ¿no nos acompañas?

Asiento y me acomodo ignorando que esos ojos verdes me están abrasando cada centímetro de piel donde se posan. En ese instante entra Claire con una bandeja y tres bonitas tazas de porcelana china en ella. Las deja con cuidado sobre la mesa y sale cerrando a su paso. Erin, feliz de poder pasar un rato con su hijo pródigo, le da un sorbo a su café y lo deja con suma elegancia sobre el pequeño platito.

—Esta mañana me he encontrado con Louise Pharrell —nos cuenta—. Su hijo Mark está en la ciudad.

Me doy cuenta de que en realidad me lo está contando a mí. Erin está deseando que encuentre a alguien y no duda en intentar emparejarme con los hijos de sus amigas. Lleva haciéndolo desde que volví de la universidad. Yo la miro y ella me sonríe cómplice. Jackson se revuelve visiblemente incómodo en su asiento, pero no dice nada. De pronto mi sonrisa se llena de malicia. Pienso devolvérsela.

—Hace muchísimo tiempo que no veo a Mark —le explico.

Más de un año y, en realidad, nunca hemos sido amigos, ni siquiera me cae bien, pero quiero torturar a Jackson. Se lo merece después de insinuar que tirarse a mujeres en la mesa de su despacho es algo de lo más cotidiano para él.

—Yo creo que ese chico siempre estuvo colado por ti —comenta encantada.

—Es muy guapo —añado.

Jackson me fulmina con la mirada. Ya no sólo su mandíbula está tensa, sino todo su cuerpo. Tengo la sensación de que, si ahora mismo pudiese traer a Mark Pharrell y darle una paliza, lo haría. Mejor. Así es como me siento yo el noventa y nueve por ciento del tiempo.

—Podríais quedar para tomar un café —propone Erin, pero en ese mismo instante cae en la cuenta de algo y sonríe emocionada—. Quizá podría acompañarte a la fiesta en la Sociedad Histórica.

—En realidad, había pensado en otra persona para que me acompañe a esa fiesta —respondo con una sonrisa.

Erin me mira curiosa mientras los labios de Jackson se elevan despacio.

—Connor Harlow —añado mordiéndome el labio inferior.

Su expresión cambia por completo y suelta un bufido entre dientes.

Donde las dan, las toman, Colton.

Erin da una palmada feliz y comienza a enumerar todas las virtudes de Connor. Jackson se humedece el labio inferior y su mirada verde brilla dura, intensa e intimidante. Quiere castigarme. Lo tengo clarísimo. La idea me excita y todos los músculos de mi cuerpo se contraen deliciosamente.

¡Céntrate, Archer!

Me estoy vengando. No puede permitir que diga lo que quiera o, lo que es peor aún, que lo haga. Cuando dije que no quería follarme indirectamente a todas las mujeres con las que él se revuelca era verdad y no es una cuestión de celos.

«No te lo crees ni tú».

—De todas formas —insiste pizpireta—, deberías quedar con Mark Pharrell y tomarte un café. Puede que salten chispas. Tienes veintiún años. Tienes que divertirte.

Me dedica una dulce sonrisa y yo se la devuelvo sin dudar a la vez que asiento. Por un momento pierdo la perspectiva y no sé si estoy haciendo esto por Jackson, por mí o por ella. Sólo necesito devolverle la mirada a un Colton en particular un segundo para obtener mi respuesta.

—Me tomaré ese café encantada —me reafirmo.

Si tú puedes tirarte a mujeres encima de tu escritorio, yo puedo tomar café con todos los Mark Pharrell del mundo.

Me levanto muy satisfecha conmigo misma y me sacudo suavemente la falda. ¡No soy ninguna ratoncita de biblioteca, maldita sea!

—Si me perdonáis —me excuso—. Tengo que hacer una llamada.

Salgo del despacho y camino hasta la pecera. Dejo el bolso sobre el escritorio y comienzo a buscar el teléfono. Obviamente no lo encuentro. Qué novedad. No llevo más de un par de minutos en esta pequeña habitación cuando lo siento detenerse tras de mí, poner su mano sobre la mía hasta hacerme soltar el bolso y girarme brusco, consiguiendo que su olor, su calidez y todo su enfado me sacudan en cuanto quedamos frente a frente.