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UNA SAETA BLANCA
EN EL CORAZÓN AZULGRANA

«Informes y propuestas sobre la campaña de verano en las Residencias de Educación y Descanso, concesión de becas, créditos pesqueros y otros asuntos sindicales.» Este es el breve texto que aparece en la nota oficial sobre lo tratado bajo el epígrafe «Secretaría General del Movimiento» en el Consejo de Ministros del 11 de septiembre de 1953 celebrado en el pazo de Meirás, bajo la presidencia de su excelencia el jefe del Estado, Francisco Franco. Puesto que los asuntos deportivos eran competencia de la Secretaría General del Movimiento, en la nota de prensa distribuida aquel día a los medios de comunicación debería haber constado un texto similar a este: «Saltándonos la legalidad establecida por las instancias deportivas internacionales, y aplicando el criterio unilateral de este Consejo de Ministros, decidimos otorgar la mitad de los derechos sobre el jugador Di Stéfano al Real Madrid, a pesar de que el Barcelona haya comprado los derechos de traspaso a su único propietario legal según la normativa FIFA, el club River Plate». Esta fórmula, u otra repleta de eufemismos pero en el mismo sentido, hubiera sido la nota oficial de prensa si el caso Di Stéfano no estuviese ya por aquellas fechas envuelto en el secretismo más absoluto.

Las altas instancias franquistas atajaron la cuestión con un golpe de despacho arbitrario para poner fin de forma expeditiva a una trifulca entre los dos principales clubes de España que tuvo una amplia repercusión en la prensa nacional e internacional. Fue una decisión pretendidamente salomónica, pero que violentaba claramente la legalidad para otorgar al Real Madrid unos derechos sobre el jugador de los que, normativa en mano, carecía. Esta torsión de la legalidad, junto con las presiones ejercidas sobre el presidente del Club de Fútbol Barcelona, Enric Martí Carreto, acabó por doblegar las pretensiones azulgranas respecto al astro argentino. Y, como última prueba de la intervención directa de la autoridad gubernativa en el asunto, se decretó después un espeso manto de censura, del que hemos obtenido abundante constancia documental.

Distintos autores se han ocupado del relato exhaustivo de los hechos en el caso Di Stéfano, el episodio político-deportivo más estudiado de la historia de España, que no volveremos a exponer aquí en detalle. Lógicamente, la confesión futbolística de cada autor suele influir claramente cuando expone sus conclusiones sobre el caso. Pero vamos a citar a algunas voces neutrales que nos ayudarán a situar la cuestión en un plano de objetividad. El periodista madrileño Fernando Carreño escribe:

¿A quién pertenecían legalmente los derechos de Di Stéfano? Si a la ley atendemos, está claro que al Barcelona. El hecho de que desde instancias oficiales se le forzase a negociar es tenido en Barcelona como uno de los grandes agravios históricos del madridismo y uno de los ejemplos más palmarios del favoritismo hacia el Real Madrid. Ciertamente, no queda clara la razón por la que se reconoció validez a la negociación del Real Madrid con el Millonarios (el año de contrato que le quedaba a Di Stéfano solo era válido en Colombia) contra la existente norma de la FIFA. Tampoco ha podido ser comprobado si la frase que se atribuye a Franco sobre el asunto («En España mando yo, no la FIFA») es cierta o no, como de una deliberación del Consejo de Ministros en la que salió a relucir la idea de que no podía permitirse que Di Stéfano y Kubala jugaran juntos en el mismo equipo, y menos en el Barcelona.22

Y Phill Ball, periodista canadiense autor de una historia del Real Madrid escrita por encargo del club a raíz del Centenario,escribe:

El general Moscardó, en un ataque de agilidad legisladora de la Federación Española de Fútbol, aprobó una ley que prohibía importar nuevos jugadores extranjeros, bloqueando en la práctica la posibilidad de que Di Stéfano se incorporara al club catalán. […] Y así Di Stéfano, con los titiriteros del poder manejando los hilos desde el ministerio, vistió por fin la camiseta blanca del Real Madrid, hasta entonces un gigante relativamente decepcionante que vivía a la sombra del Barcelona y del Athletic de Bilbao.23

Queda bastante más claro que el agua que baja por el Manzanares.

Relaño admite las presiones

En el lado madridista, el director del diario As, Alfredo Relaño,24 reconoce por un lado las presiones ejercidas por el régimen sobre Enric Martí Carreto, presidente del Barça en la época del caso Di Stéfano, y sobre su vicepresidente Narcís de Carreras, entre otras cosas porque este último se lo contó en primera persona al propio Relaño y a Emilio Pérez de Rozas en un trabajo conjunto para el diario El País, en 1982: «Nuestro presidente, Martí Carreto, fue llamado a Madrid. Desde allí —relató De Carreras— me telefoneó y me explicó que le estaban presionando para que cediera los derechos sobre Di Stéfano. Yo le dije que esperara y me trasladé a Madrid. Allí fuimos seguidos por detectives privados, según supe más tarde, y se nos colocaba siempre algún escucha en las conversaciones. Sufrimos todo tipo de presiones. Incluso Martí Carreto recibió una llamada de un alto funcionario del Ministerio de Comercio que le dijo: “Hasta ahora no has tenido problemas en el Instituto de Moneda Extranjera, pero si insistes en lo de Di Stéfano no sabemos lo que pasará”».

Por un lado Relaño admite la existencia de presiones —que en este capítulo se documentan más adelante—, pero por el otro sostiene que fue el Barcelona quien, motu proprio, decidió prescindir del astro argentino: «Bien fuera que a Daucik [entrenador del equipo y cuñado de Kubala] no le gustase el Di Stéfano que ya actuaba en el club blanco, bien que se considerase que bastaba y sobraba un Kubala totalmente recuperado como líder del equipo, o que Di Stéfano pareciera una persona especialmente conflictiva, Agustí Montal y Alberto Maluquer manifestaron que el Barcelona era demasiado importante para compartir un jugador con un club rival y negociaron en Madrid con Santiago Bernabéu la solución final del caso». Así de fácil. Después de una coacción mafiosa a presidente y vicepresidente por parte de las autoridades económicas, con el testimonio claro por parte de ambos de las amenazas recibidas, resulta que el club catalán decidió libremente y de forma totalmente voluntaria que no le acababa de convencer el jugador extranjero por el que llevaba meses luchando denodadamente, después de que por decreto le cercenaran la mitad de los derechos que legalmente le correspondían. Ante un acto ejecutivo tan arbitrario y ante las amenazas directas sobre el patrimonio e incluso la integridad de los directivos, ¿qué tenían que hacer Martí Carreto y De Carreras sino dimitir?

Pero la argumentación de Relaño va mucho más allá, y adopta conclusiones de carácter general a partir de este caso concreto: «Mi idea es que el Barça perdió el interés sobre la marcha y que el Madrid, al contrario, lo reavivó. Si el régimen hubiera estado tan interesado en favorecer al Madrid, no hubiera estado hasta 1953-54 sin ganar la Liga. Si el régimen hubiera querido perjudicar al Barcelona, no hubiera hecho los esfuerzos que hizo por favorecerle el fichaje de Kubala. Aquello lo ganó el Barça porque tenía a Cabot en la Federación, pero, sobre todo, porque lo deseó más que el Madrid». El Barcelona debió perder algo de interés, efectivamente, al ir comprobando que nadaba a contracorriente de un régimen totalitario, que había descargado todo su poder ejecutivo, el oficial y el oficioso, en favor de los intereses del Real Madrid.

El sofisma de que si Franco hubiese querido favorecer al Madrid lo hubiese hecho desde el principio es también fácilmente rebatible. Como hemos argumentado en este libro, existen dos figuras clave tanto en la historia del Real Madrid como en las relaciones de este con el poder, que son Santiago Bernabéu y, sobre todo, Raimundo Saporta. La intensa relación entre el club blanco y el régimen empieza con la llegada de Bernabéu al poder, pero no llega a sustanciarse y sistematizarse hasta que entra en juego el hombre puente, el agente reactivo: Saporta. Y el año 53 es, a la vez, un punto de inflexión importante en la política exterior del régimen franquista, que empieza a abandonar la autarquía, se lanza en brazos de los Estados Unidos y entabla una política de apertura hacia Europa para evitar el colapso político y económico del régimen. Franco necesita argumentos para extraer de una vez por todas al país de la miseria económica e intelectual de la posguerra, para dar motivos de orgullo, para dar brillo y esplendor a la marca España. Y el Real Madrid y su cruzada triunfal sería una de sus plataformas de lanzamiento.

Fue culpa del Barça

Relaño prosigue con otras falacias de hondo calado: «Sí, tengo la impresión de que el Barça fue presionado al final. Que lo que me contaron Martí Carreto y Narcís de Carreras tuvo que ser verdad. Pero eso se produce ya en la fase final, cuando el Barça está tratando de colocar sus derechos en la Juve o devolvérselos al River, por no cedérselos al Madrid. Eso hubiera prolongado el caso […]. Si no queréis el jugador, no prolonguéis más esta situación, sería la tesis». Evidentemente, si el Barça hubiese bajado los brazos mucho antes, nada de lo que tuvo que aguantar el presidente Martí hubiera sucedido. Las presiones llegaron por la insistencia de la junta directiva azulgrana en poner en valor la única firma válida en todo este entuerto, que era la del River Plate.

Es cierto, y así se refleja en declaraciones posteriores de Josep Samitier, el intermediario del club azulgrana, que si la junta de Martí se hubiese apresurado a pagar al club Millonarios lo que reclamaba para el traspaso y no hubiese intentado rebajar una cantidad a la que, a todas luces, el club colombiano no tenía derecho, las cosas hubieran cambiado. Con el transfer de Millonarios en el bolsillo y el acuerdo de River nadie hubiese podido arrebatar a Di Stéfano al Barcelona. Pero el club catalán no contaba con la entrada en escena de un personaje hasta entonces desconocido, el ambicioso Raimundo Saporta, que tomó esta cuestión como trampolín para encaramarse a lo más alto en la junta de Bernabéu. Efectivamente, después de sus intensas y extensas gestiones con Di Stéfano y las autoridades franquistas, Saporta pasó de contable a tesorero en el club de Chamartín, y se convirtió para siempre en la mano derecha de Bernabéu, que descubrió cualidades insospechadas en su joven pupilo.

La versión oficial madridista completa el relato del fichaje de Di Stéfano con la renuncia por parte del Barcelona de los derechos sobre el jugador y la cesión de estos al Real Madrid. Así habría acabado, según ellos, la historia del fichaje más polémico del fútbol español. Pero la cuestión, en Barcelona, tuvo otras importantes consecuencias que dejaron a las claras la importancia política que el régimen otorgó al fichaje y la desventajosa situación en la que quedaría a partir de aquel momento el Barcelona respecto al Madrid. La dimisión en bloque de la junta directiva presidida por Martí provocó un hondo malestar en el Gobierno, y el máximo responsable azulgrana fue obligado a una humillante rectificación pública. Y luego, cayó sobre el caso el manto implacable de la censura.

La ley del silencio

Después de la dimisión de la junta, Martí fue llamado al despacho del gobernador civil de Barcelona, el temido brazo ejecutor de la represión Felipe Acedo Colunga. Este reconvino a Martí por la decisión de la directiva azulgrana, que se consideraba un acto de rebeldía. Cinco días más tarde, según la documentación consultada, existe un telegrama del director general de Prensa a los delegados provinciales del Ministerio de Información, con fecha del 26 de septiembre de 1953, en virtud del cual queda «prohibida publicación en diarios de esa provincia de declaraciones de directivos dimitidos del C. de F. Barcelona, referente caso Di Stéfano». Firma el telegrama el jefe de Información y Censura de la Dirección General de Prensa, Juan de Dios Ruiz González.

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Parte de incidencias de la Dirección General de Prensa, Departamento de Información y Censura, en el que se registran a las 19.30 horas del 16 de octubre de 1953 llamadas a las tres agencias de información «para insistir en la prohibición de transmitir todo lo relacionado con Di Stéfano que no se refiera exclusivamente a su actividad deportiva».

El último tramo de la negociación entre Madrid y Barcelona ya se había realizado bajo apercibimiento severo de la censura. Un telegrama fechado el 15 de septiembre declaraba «prohibida periódicos diarios y demás publicaciones inserciones noticias o comentarios sobre situación jugador Di Stéfano respecto pertenencia uno u otro equipo español hasta recepción noticia oficial dirección general de prensa». Firmado por el jefe de Información y Censura, José Medina.

Nueve días después de la dimisión en bloque de la junta barcelonista, y dado que el club no había dado marcha atrás en su acción de protesta contra una decisión adoptada en Consejo de Ministros, el gobernador Acedo Colunga volvió al ataque y, esta vez, reconvino al ya expresidente Martí de forma pública. En una carta abierta publicada por toda la prensa catalana, Acedo Colunga afirmaba:

Desde que usted tuvo la bondad de anunciarme su dimisión irrevocable de la presidencia del Club de Fútbol Barcelona, nada más he sabido de ello, y considerando que si el silencio en torno de algunos incidentes suele evitar ligerezas y deformaciones pasionales que solo perjuicios y desasosiego llevan a los espíritus, dada la difusión y el alcance público de aquellos, yo le agradecería muy de veras que diera a conocer a todos con absoluta libertad los antecedentes y motivos de su dimisión, compartida con usted por los demás miembros de la junta. De este modo, publicadas por quien auténticamente puede hacerlo las razones que a ello le hayan movido, la opinión serena, y en definitiva la verdadera opinión, concretarán sus enojos y emplazarán sus querellas en el terreno justo e indiscutible de la legitimidad, siendo para los que hemos presenciado con sincera alegría los triunfos del primer equipo español de fútbol que con tanto honor nos representó el pasado año en París [se refiere a la final de la Copa Latina de 1552, que el Barça ganó 1-0 frente al Niza], un motivo más de orgullo al contemplar cómo su hidalguía corre pareja con sus méritos deportivos, por cuyos lauros formulamos nuestros mejores votos. Y nada más. Como mientras no haya nombrado otro presidente, usted en realidad lo es, debo comunicarle que la solución del campo está afortunadamente en sus últimos trámites. Le saluda y queda suyo afmo. amigo.

Lejos de dejar correr la cuestión, el Gobierno civil quería obligar a Martí a rebajar el tono de su acto de rebeldía, a cambio de agilizar los trámites para obtener los permisos de edificación del Camp Nou, trámites que habían quedado paralizados desde unos meses atrás. Hay que destacar también que el gobernador civil instase a Martí a expresarse «con toda libertad» pocos días después de recibir una llamada telefónica intimidatoria en la que le dijeron textualmente: «Martí, que usted tiene familia». El presidente del Barça, muchos años más tarde, se lo confesó a su nieto, Jaume Vidal-Ribas.

Intervención ministerial

La iniciativa de Acedo Colunga no fue, ni mucho menos, a título personal. Lo acredita otro importante documento al que hemos tenido acceso. Se trata de una diligencia redactada en un parte de censura del Ministerio de Información y Turismo datada el 29 de septiembre, es decir, el día anterior a la publicación de la carta abierta de Acedo Colunga en la prensa. El funcionario de la Dirección General de Prensa y Censura escribió el siguiente parte:

Llama el Señor Ministro de Información [el falangista Gabriel Arias-Salgado] para ordenar que se autorice noticia de Barcelona, de Mencheta y Alfil [agencias de información] con carta del gobernador civil al presidente del C. de F. Barcelona solicitando le aclare los motivos que le han inducido a él y a la Junta del club a presentar la dimisión. Se dejan textos de dicha noticia de Mencheta y Alfil autorizados.

Esto demuestra que el interés por eliminar cualquier sospecha de intervención gubernativa en el caso Di Stéfano llegaba de lo más alto del escalafón franquista, en particular del ministro más cercano al generalísimo, el secretario general del Movimiento. Posiblemente sea esta la prueba documental que acredita la esfera gubernamental más alta a la que llegó el caso Di Stéfano, y que demuestra de forma inequívoca que no fue una polémica meramente deportiva, sino que el régimen le dio tratamiento de cuestión de Estado. En ninguna otra investigación sobre el caso Di Stéfano había podido documentarse este extremo con tanta contundencia.

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Parte de incidencias de la Dirección General de Prensa, Departamento de Información y Censura, en el que se registra, a las 22.20 horas del 29 de septiembre de 1953, una llamada del ministro de Información, Gabriel Arias-Salgado, para «ordenar que autoricen la noticia de Barcelona con carta del gobernador civil al presidente del C. F. Barcelona solicitando le aclare los motivos que le han inducido a él y a la junta del club a presentar la dimisión». Con esta llamada, el ministro decretaba la excepcionalidad de esta noticia, para sustraerla a la censura establecida en relación con el caso Di Stéfano. La pretensión del Gobierno era restar significado político a la decisión de la junta barcelonista después de obligar al presidente del Barça, Enric Martí Carreto, a desmentir que su dimisión fuese un acto de rebeldía.

Gracias a esta gestión gubernamental se publicó la respuesta de Martí, que fue forzosamente conciliadora:

Era necesario que ambos clubs se pusieran de acuerdo y tras arduo empeño mío en querer superar todas las dificultades, en un caso que más que difícil me pareció especialísimo, sintiendo el pesar de presumir que no satisfaría la decisión, acepté el laudo y firmé el pacto. […] Sabiendo que el criterio de muchos socios hubiera preferido que se realizara de otra forma, se confirmó mi creencia de que cualquiera de ellos con más acierto podría cumplir la misión mejor que yo y presenté, exclusivamente por mi propia voluntad, la dimisión irrevocable.

El Gobierno tuvo interés en pilotar la transición en el club catalán, que quedó temporalmente en manos de una junta accidental presidida por el presidente de la Federación Catalana, Francisco Giménez Salinas, encargado de «someter a la aprobación de la superioridad, entre los nombres que obran en su poder, la persona encargada de asumir la presidencia del club».

Los periodistas Xavier García Luque y Jordi Finestres25 recogen las declaraciones del exdirectivo azulgrana Alejo Buxeres, que en enero de 1997 les relató lo siguiente: «[Martí] me explicó que había mantenido una conversación con Manolo Arburúa, ministro de Comercio y buen amigo de Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta. Arburúa le dijo: “Martí, esto que habéis hecho es muy gordo. En el último Consejo de Ministros de San Sebastián no se hablaba de otra cosa. Y quiero advertirte de lo que un ministro ha comentado, que esto se arregla fácil metiendo a toda la junta del Barcelona en la cárcel por asunto de divisas”». Queda claro que la sutileza no acompañaba los consejos, o más bien ultimátums, que el poder franquista hacía llegar a ciudadanos determinados cuando consideraba que el «interés general» era diferente al «interés del general».

En febrero de 1997, otro alto cargo de la época, el ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez, hizo un esfuerzo de memoria, aunque fue a todas luces insuficiente: «No recuerdo que se tratara este asunto en Consejo de Ministros, aunque bien es cierto que tampoco afectaba directamente a mi ministerio y podría haberse tratado». El ministro había olvidado el detalle de la cuestión referente a Di Stéfano, pero recordaba perfectamente otras circunstancias más de fondo: «Sí recuerdo que en aquellos tiempos Santiago Bernabéu era un hombre con un gran poder en el régimen, con trato directo con Franco. El Real Madrid era un club de gran importancia para el país y Santiago Bernabéu sabía mover todos los resortes del poder para lograr sus objetivos. Evidentemente, la gran mayoría de ministros de la época eran madridistas y el resto, muy minoritario, del Atlético de Madrid». Hay que insistir en que la frase no corresponde a ningún periodista de la «caverna mediática» culé, sino a un exministro franquista, miembro de los gabinetes del caudillo justo en la época del «caso Di Stéfano», en concreto entre 1951 y 1956. Muchos años más tarde fue el primer defensor del pueblo de España, entre 1982 y 1987, y falleció en 2009.

Consignas de censura

El gusto que tomaron las autoridades por controlar y silenciar las actividades de la junta directiva barcelonista parece que se convirtió en un auténtico vicio. Unos años más tarde del atropello gubernativo por el jugador argentino, en 1957, coincidiendo con la segunda huelga de tranvías en la capital catalana, el club azulgrana se vio sacudido por la polémica por la mala gestión financiera en el proceso de construcción del Camp Nou. El presidente Francesc Miró-Sans convocó una junta extraordinaria en la que le pasaron cuentas y se evidenció —una vez más— la división interna en la entidad. El 24 de septiembre de 1957, con una estética a medio camino entre el folclore sardanista y la exaltación del águila imperial, Barcelona estrenó su Camp Nou. El azul y grana del equipo se mezcló con el rojo y gualda de la enseña nacional, mientras que las banderas cuatribarradas permanecían escondidas en los cajones a la espera de tiempos mejores. Pero los fastos no ocultaron las primeras cuentas deficitarias, y una parte de la directiva se enfrentó a Miró-Sans en defensa de una mayor transparencia. Lógicamente, la prensa se hizo eco de las tensiones.

Un teletipo de la agencia Alfil fechado el 27 de septiembre del 57, tres días después de la histórica inauguración del coliseo blaugrana, informaba: «En los sectores deportivos de la ciudad ha corrido el rumor de que existió una crisis interna en la directiva del Club de Fútbol Barcelona, cosa que ha sido confirmada con la noticia de que el presidente señor Miró-Sans había dado el cese de su cargo al vicepresidente, señor Doménech, y a cuyo cese se han unido las dimisiones de los directivos señores Palés, Riba Lletjós y Pous». Hasta aquí, se autorizó la difusión de la noticia, pero el inexorable rotulador rojo de la censura tachó el último párrafo: «No se saben a ciencia cierta las causas de estas actitudes, por cuanto el club no ha facilitado nota oficial ni pública alguna sobre el particular, y sí solamente informado a la Federación Catalana de Fútbol».

La dirección general de Prensa quería evitar dejar una sola puerta abierta a la especulación, para que nadie interpretase que pudiera haber motivos políticos detrás de una crisis en la directiva barcelonista. El recuerdo del caso Di Stéfano estaba todavía muy vivo. Esta querencia oficial por ocultar las dimisiones en la cúpula de los equipos de fútbol no era una práctica reciente, ni mucho menos. Trece años antes, en 1944, encontramos una consigna de la Delegación Nacional de Deportes dirigida al jefe de la Comisión de Prensa y Propaganda en la que se ordena «impedir toda clase de noticias referentes a dimisiones de juntas directivas de clubs de fútbol y cartas explicativas de tal conducta, toda vez que tales actos están prohibidos en absoluto». El criterio de la Vicesecretaría de Educación Popular, paraguas bajo el cual operaban las oscurantistas Delegación Nacional de Prensa y la Delegación Nacional de Propaganda, lo heredó con idéntico entusiasmo la Secretaría General del Movimiento a partir de 1945.

Solamente una mentalidad muy pueril o, al contrario, deseosa de tergiversar la realidad puede negar, con todos estos nuevos datos en la mano, que el poder franquista infiltraba todas y cada una de las parcelas de la vida deportiva de los clubes de Primera División. Por su especial significado político-cultural, el Barcelona estuvo siempre bajo la lupa de aumento de las autoridades, que bisturí en mano intentaron extirparle cualquier aparente significado extradeportivo. Pasó a ser de vital importancia para el régimen que la actividad de las sociedades deportivas tuviera un reflejo absolutamente «apolítico», es decir, que explicitaran en cualquier ocasión que fuera posible su adhesión inquebrantable a los principios del Movimiento y no a cualquier otra obediencia, por muy folclórica o cultural que fuese.

Dentro de este contexto que dibuja la política represiva de la Secretaría General del Movimiento, la operación Di Stéfano fue el pistoletazo de salida de una carrera alocada hacia la glorificación del club blanco en el altar del franquismo. Prueba de ello es la película —o más bien subproducto cinematográfico— titulada La Saeta Rubia. En el expediente de censura de la misma, los productores destacan —buscando la fibra sensible de los responsables de la censura— que la cinta ensalza los valores del deporte y de la moral de la época, «terminando la película con una evocación y moraleja de que los niños de hoy serán los hombres del mañana y que enseñándolos y cuidándolos serán felices», puesto todo ello al servicio de la proyección social de los principios del Movimiento. Aun así, los censores no se dejaron reblandecer y, en sus informes, apuntan críticas tan demoledoras como: «Con un guión tan endeble como el de este filme poco podía hacerse y poco se ha hecho. La intriga que forma la base de la película, con un fondo que quiere ser aleccionador, no consigue centrar la atención casi nunca, dada su baja calidad y su realización menos que discreta. Los intérpretes tampoco elevan el tono de la película, que es realmente muy floja, pues no tiene ni aún el interés deportivo que debería exigírsele». Otro censor se atreve incluso a atacar directamente al intocable protagonista: «La interpretación de Di Stéfano es francamente mala», remacha.

¿Qué es «dictadura»?

El aparato franquista se volcó con el Madrid y su mascarón de proa, el jugador argentino, y transfirió sus propios principios y valores a los del club blanco, que los aceptó sin remilgos y hasta con entusiasmo. A cambio, como aquí ha quedado reflejado, la institución presidida por Santiago Bernabéu recibió espaldarazos puntuales y el beneficio de un clima general favorable tanto en los medios de comunicación como entre el colectivo arbitral. El flechazo de la «Saeta Blanca» hirió al barcelonismo de muerte. Y ante la evidencia de los hechos, a la pregunta de qué imagen tuvo de la dictadura franquista al aterrizar por primera vez en España, el protagonista nos sorprende con una pregunta: «¿Dictadura? Yo no sé lo que llaman dictadura. Yo vine aquí al Real Madrid y vine a jugar a la pelota. Políticamente era una ciudad que venía de una posguerra y se estaba ultimando y formalizando para quedar bien con sus vecinos [sic]. Y el Real Madrid era partícipe de que la gente se divirtiera y calmara ese dolor que habían tenido nada más en el asunto de la guerra. De todas maneras, yo he sido apolítico toda la vida». Un artista no está obligado a regalar al mundo nada más allá que su propio arte. Para eso estamos los periodistas, para valorar el contexto, el momento histórico y sus connotaciones políticas.

La historia oculta del Real Madrid
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