15
LA CIUDAD DEPORTIVA, BASE
DEL LANZAMIENTO GALÁCTICO
La madre de todas las recalificaciones urbanísticas. Así podríamos definir la operación que la Administración local y el Real Madrid llevaron a cabo en el año 2000 para convertir los terrenos de la Ciudad Deportiva, de uso deportivo, en el espacio donde se construyeron las cuatro grandes torres que convulsionaron a la vez el skyline de la ciudad y el vestuario del club blanco.
La operación preveía inicialmente la construcción de un pabellón olímpico en ese mismo terreno, para compensar al Ayuntamiento y a los ciudadanos madrileños la pérdida de un espacio verde en uno de los grandes ejes de crecimiento de la ciudad. Pero finalmente el proyecto del pabellón se diluyó en la riada de contrataciones multimillonarias que propició la operación inmobiliaria. En cambio, los accesos a los dos grandes hospitales del norte de Madrid, el Ramón y Cajal y La Paz, se tuvieron que reestructurar con cuantiosos fondos municipales para evitar el colapso por la construcción de unos rascacielos no previstos en el plan general de ordenación urbana de la ciudad. La primera operación especulativa derivó en una segunda, la de Valdebebas. Y actualmente vivimos en la antesala del tercer pelotazo inmobiliario de Florentino para compensar las endeudadas arcas madridistas privando a la ciudad de Madrid de sus zonas de desahogo para convertirlas en monumentos al hormigón.
Para José María García, estamos ante el «mayor escándalo» en el mundo del deporte en democracia: «En la Ciudad Deportiva le regalan 150 mil millones [de pesetas] al Madrid que no le valen absolutamente para nada, porque ya se los han comido y gastado», remacha. Según el periodista Eduardo Inda, en cambio, estas consideraciones son excesivas y cualquier persona que, pasado el tiempo, ponga en cuestión lo que se hizo en la Castellana «es un ciego».
«El Real Madrid —según Inda— no es la primera sociedad a la que se recalifica un terreno, habrá habido cientos de miles. Además, el dinero no fue a parar a un ciudadano particular, sino a una entidad deportiva compuesta por ciento y pico mil personas. Y finalmente esta operación ha generado muchos puestos de trabajo, además de riqueza para el Madrid y riqueza para Madrid.» En definitiva, al entender del periodista, «esta es de esas operaciones que cuando se plantean generan polémica y que, con el paso de los años, se ve que era una polémica infundada». Sin embargo, no todas las partes implicadas en los hechos están dispuestas a enterrar, sin más, el hacha de guerra.
Para llevar a cabo la operación inmobiliaria, Florentino buscó y concitó el apoyo de todos los partidos y de todas las instituciones, empezando por el presidente del Gobierno, José María Aznar, hasta el último concejal de Izquierda Unida, pasando por las cúpulas del PP y del PSOE, los sindicatos mayoritarios y las asociaciones de vecinos. El presidente del Madrid no quiso dejar ni un solo cabo suelto. Pero se dejó uno, y bien incómodo: la portavoz del grupo socialista en el Ayuntamiento de Madrid, Matilde Fernández. El alto dirigente madridista no ahorró en esfuerzos para intentar conducir a la rebelde representante municipal por los mismos derroteros que los demás grupos, pero fueron en balde.
Todavía hoy, Fernández tiene muy claros los motivos que la llevaron —y la llevarían en la actualidad— a oponerse a las pretensiones del constructor: «Las ciudades no están para generar plusvalías al gusto de una persona. El desarrollo urbanístico se basa en el interés general, en un proyecto de ciudad. Los planes generales [de ordenación urbanística] tienen muchísimos meses de consulta, para que puedan participar todos los ciudadanos, los propietarios del suelo, las asociaciones vecinales. No puede venir un señor con su terrenito y decir que quiere obtener plusvalías, que es lo que vino a decir Florentino. Y nosotros le dijimos: “Oiga, esto es un equipamiento deportivo, y no lo vamos a recalificar a la carta para usted”».
Pero sí se hizo. Con los votos en contra de los socialistas, pero con el apoyo del grupo popular y de Izquierda Unida, que daban una mayoría más que suficiente. La lógica de las mayorías parlamentarias, en esta ocasión, pasó por encima del interés general y benefició al Real Madrid y a los empresarios que obtuvieron la opción de compra sobre las codiciadas torres del norte de Madrid.
El plan Florentino
El presidente del Madrid, cuando ganó las elecciones, se encontró con un club asolado por las deudas y con la necesidad añadida de pagar el salvoconducto que le dio el cargo: Luis Figo. Sorprendieron a los responsables municipales las altas aspiraciones económicas que tenía Florentino en la operación de la Ciudad Deportiva, porque solamente él conocía el volumen de inversión que necesitaba para materializar su megalómano proyecto. No se trataba solamente de paliar los desperfectos presupuestarios de su antecesor, Lorenzo Sanz, que había dejado al Madrid confrontado a la amenaza real de la sociedad anónima. El Real Madrid se encontraba en una encrucijada de la que hubiera podido salir radicalmente transfigurado. Hubiera dejado de pertenecer a los socios para pasar a convertirse en propiedad de sus máximos acreedores, Sogecable y Caja Madrid.
Lo llamativo de la cuestión es que no solamente Florentino había caído en la cuenta de que una oportuna recalificación subsanaría sus problemas. El propio Sanz había estudiado dos opciones: recalificar los terrenos del Bernabéu y trasladar el estadio a la Ciudad Deportiva o recalificar la Ciudad Deportiva, como después haría Florentino. Pero tanto el alcalde Álvarez del Manzano como los máximos dirigentes de PP y PSOE estaban ya ganados para la causa florentinista, y le negaron a Sanz el pan y la sal. Este comprobó el poder del constructor cuando, durante la campaña electoral, los altos responsables políticos que le habían negado el apoyo para su operación inmobiliaria se lanzaron gustosos a los brazos de un Florentino que había previsto meticulosamente los pasos a dar.
La negativa de los responsables políticos a los proyectos de Sanz se basaba en informes medioambientales, de movilidad y de sanidad, por la proximidad de los dos grandes hospitales citados. Informes que, por arte de magia, dejaron de tener importancia el día después de las elecciones, cuando el despacho de presidente del Real Madrid cambió de inquilino. La estrategia negociadora de Florentino se basaba en avasallar a su interlocutor con una batería de argumentos pretendidamente sólidos y bien estructurados, que en una fase inicial se podían resumir en una ley de carácter universal: Madrid debe ayudar al Real Madrid porque lo que es bueno para el Real Madrid es bueno para Madrid. Para los responsables políticos de obediencia merengue este argumento fue más que suficiente, y acataron el axioma a pies juntillas. Para los más refractarios, o los que mostraban alguna duda sobre la legalidad del proyecto, Florentino había preparado otro tipo de argumentos.
El presidente del Madrid pretendía servirse del llamado Plan Chamartín, que preveía el desarrollo urbanístico de la Castellana hacia el norte para extraer del centro de la ciudad los edificios de oficinas y los grandes bancos. El plan, que estaba —y sigue— en fase de debate y sin ninguna dotación presupuestaria, preveía la cobertura de las vías de la estación de Chamartín y la construcción de un barrio entero de edificios de oficinas y pisos de alto standing, aunque la izquierda defendía también la construcción de viviendas sociales. El proyecto consistía pues, básicamente, en construir al norte de la plaza de Castilla el Madrid de los negocios, al estilo de lo que hizo París en los noventa en el Arc de la Défense, prolongación hacia el oeste de los Champs Élysées.
Florentino se propuso, pues, abanderar la avanzadilla de estos planes urbanísticos de futuro para la capital de España. Él consideraba sus cuatro rascacielos como el primer paso para ese gran barrio dedicado al sector terciario, y pretendía funcionar así como vagón de enganche para la iniciativa privada en esta área. Pero en realidad lo que estaba haciendo era ampararse en un plan urbanístico de futuro, que todavía no estaba aprobado, para conseguir para su Ciudad Deportiva una recalificación y un índice de edificabilidad elevado, el necesario para construir los rascacielos más altos de España. Era la diferencia entre una recalificación al uso y un pelotazo inmobiliario en toda regla, que iba a reportar una plusvalía mucho más importante gracias a la altura edificable. Para el presidente del Madrid, el negocio era redondo. Para la ciudad, la operación entrañaba algunos inconvenientes de tipo político y también técnico.
En el lado de la política, rápidamente la izquierda se opuso a las pretensiones caciquiles de Florentino. Matilde Fernández le ofreció una solución que hubiera sido ventajosa para el Madrid y no hubiera violentado ningún plan urbanístico. Se trataba de la adquisición directa de los terrenos de la Ciudad Deportiva por parte del Ayuntamiento por un valor de 33 mil millones de pesetas, un valor superior al de un suelo normal para usos deportivos, en función de la privilegiada zona en la que se encontraban. Pero a Florentino esto le sonó a modesta propina. Necesitaba mucho más, porque la deuda de Sanz ascendía ya a 46 mil millones, y además había que poner en marcha la nueva Ciudad Deportiva en Valdebebas y, sobre todo, pagar el fichaje del primer galáctico, Luis Figo, y de los que vendrían detrás.
Florentino subió un peldaño en su estrategia de presión y pasó a insinuar a la dirigente socialista municipal que sus jefes en el partido no compartían su criterio, que estaba sola. De hecho, Pérez siempre ha argumentado que el PSOE como tal no se opuso a la recalificación de la Ciudad Deportiva. Y así se dice textualmente en la historia oficial del club, publicada a raíz del Centenario: la operación se hizo «con el beneplácito general de todos los partidos a excepción del grupo socialista municipal del ayuntamiento madrileño, no del PSOE como tal, los sindicatos, asociaciones de vecinos, etc.».35
En el lado de los problemas técnicos, el Ayuntamiento tuvo que asumir la costosísima construcción de un intercambiador subterráneo de autobuses en la plaza de Castilla, dos aparcamientos y la remodelación de los accesos a los hospitales de La Paz y Ramón y Cajal. Además, AENA tuvo que cambiar una de las rutas de aproximación al aeropuerto de Barajas por la gran altura de los rascacielos, que superan los doscientos metros. Muchos gastos a cuenta del contribuyente madrileño sin ninguna contraprestación, puesto que el prometido pabellón deportivo municipal nunca llegó ni tan siquiera a proyectarse. La ciudad veía cómo se transgredía el plan de ordenación territorial, se perdía una zona verde destinada a equipamiento deportivo, se sobrecargaba el nudo norte de comunicaciones, se comprometían los accesos a dos hospitales públicos, se encarecía el valor del suelo en la zona y se invertía en infraestructuras que hubo que improvisar, sin ninguna contrapartida más que la cancelación de la deuda del Madrid y la compra de Figo y los demás galácticos. Los madrileños madridistas estarían encantados; los demás, no tanto.
Resistencia guerrista
Florentino presumió ante Matilde Fernández de contar con el apoyo de prácticamente todos sus jefes en el partido: Rafael Simancas, secretario general del Partido Socialista de Madrid; Paco Acosta, líder del sector guerrista del PSM; el diputado Jaime Lissavetzky; el miembro del Comité Federal del partido, Alfredo Pérez Rubalcaba, y hasta del entonces secretario general socialista José Luis Rodríguez Zapatero. La respuesta de Fernández era inmutable: «Diles que me llamen y yo les convenceré». La dirigente socialista no recibió ni una sola presión directa de sus dirigentes, aunque sí alguna discreta llamada de Pérez Rubalcaba para interesarse por la evolución de las conversaciones. Con este y con Lissavetzky la relación de Florentino era particularmente fluida: «¡Pero si cuando Lissavetzky deje su cargo lo voy a nombrar presidente de la Fundación!», le espetó el dirigente madridista a la socialista para demostrarle la coincidencia de deseos entre ambos. «¡Y qué tendrá que ver el urbanismo de Madrid con la Fundación del Real Madrid!», respondía con ironía la militante socialista.
Fernández no sabe qué hubiera pasado si Florentino hubiese necesitado los veinte votos del grupo socialista municipal para llevar a cabo su proyecto, pero está convencida de que si sus jefes la hubiesen presionado, ella, con los argumentos políticos en la mano, hubiera conseguido convencerles. En cualquier caso la sangre no llegó al río, aunque en uno de los tres encuentros el presidente madridista llegó a acusar a Matilde Fernández de querer obstaculizar la operación por la amistad de él con Lissavetzky y Rubalcaba, que eran dirigentes renovadores, mientras que la representante local era considerada guerrista. «¿Y qué tendrá que ver el Real Madrid con el ala izquierda del PSOE?», volvía a preguntarle ella.
Florentino se explayó en conjeturas políticas para conseguir identificar y neutralizar el origen de la resistencia de Matilde Fernández. Según su razonamiento, Gregorio Peces-Barba, dirigente histórico del partido y adscrito también al sector guerrista, había apoyado al anterior presidente, Lorenzo Sanz, y seguramente sería ese el motivo por el cual Fernández no comulgaba con el nuevo equipo presidencial. La representante municipal le respondió que necesitaba urgentemente la asistencia de un psiquiatra y que Peces-Barba —que muchos lectores recordarán por su impertinente gracia sobre «las veces que hubo que bombardear Barcelona» a lo largo de la historia para resolver los conflictos de soberanía de Cataluña— era un madridista recalcitrante que llevaba en el móvil el himno del equipo. «No entiendo cómo un catedrático y un sabio en la filosofía del derecho podía caer en estas foroferías del Real Madrid», comenta de pasada Fernández.
Para José María García, esa afinidad de intereses madridistas entre altos dirigentes políticos y de la Administración y la presidencia del club es algo intolerable desde un punto de vista democrático. «El núcleo fuerte del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba y Jaime Lissavetzky, son ultrasur. No son madridistas, son súper, súper, súper madridistas. Cosa que es muy respetable, como ser súper culé. Pero no si utilizas tu cargo», apunta el periodista. García también fue testigo privilegiado de la operación Florentino, y fue de los poquísimos profesionales de la información que no se sumaron al coro de animadores de la nueva directiva. En concreto, tuvo constancia directa del cambio de opinión del entonces alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, que en una comida en el clásico restaurante Lhardy, en la Carrera de San Jerónimo, le recordó que había impedido operaciones similares a anteriores presidentes, a Ramón Mendoza y a Lorenzo Sanz, y que lo mismo haría con Florentino: «Tendrán que pasar por encima de mi cadáver», le certificó. Poco tiempo después, gracias a las oportunas gestiones de Aznar, Álvarez del Manzano daba luz verde al proyecto de recalificación de la Ciudad Deportiva, y García le preguntó: «¿Qué hago? ¿Te mato y paso por encima de tu cadáver o me olvido de la cuestión?».
El periodista sabía perfectamente a qué atribuir este cambio radical de opinión del alcalde. En una conversación que tuvo el entonces directivo de Antena 3 con el presidente José María Aznar abordaron la cuestión de la recalificación urbanística. García le hizo notar que era el presidente de todos los españoles y no solamente de los que son madridistas. También le señaló que había dos clubes más en la misma situación que el Madrid, el Valencia y el Sporting de Gijón, y que si daba permiso a uno lo tendría que dar a estos dos y a todos los que viniesen detrás a reclamar lo mismo. Y así acabaríamos decidiendo el desarrollo urbanístico de las grandes ciudades españolas en función de la deuda de sus clubes, de su necesidad de cambiar de estadio o de fichar a uno u otro delantero internacional, y no en función de los planes urbanísticos aprobados en las respectivas corporaciones municipales con el voto de los representantes elegidos en las urnas.
En definitiva, sería una vuelta al sistema caciquil de gobernación municipal existente durante el franquismo. España sería el primer país europeo cuyo poder local se transformaría en la máquina de hacer dinero de los clubes de fútbol, que disfrutarían de todas las ventajas para tomar decisiones económicas arriesgadas sin miedo a la quiebra y con el único objetivo de ganar competiciones para regocijo de los dirigentes locales. Aznar le respondió escuetamente, y hasta en tres ocasiones, que «hay que ayudar al Real Madrid». En el fondo del razonamiento —si es que se le puede llamar así— estaba el principio florentiniano de que España como país, y no solamente Madrid como ciudad que lo alberga, debe consagrar todos los medios para impedir que el Real Madrid se arruine. Porque la labor de representación exterior del club blanco es mucho más importante que la de las sedes diplomáticas o incluso de la monarquía. Mucha gente en el mundo sabe quién es la estrella de turno del Madrid, pero no recuerda el nombre del rey de España. Sobre la base de estos principios es como Pérez ha conseguido el apoyo inquebrantable de un grupo de políticos de hondo sentimiento madridista.
El marxismo-ladrillismo
La conversión fulgurante de Álvarez del Manzano al florentinismo no fue la única. La portavoz municipal de Izquierda Unida, Inés Sabanés, sufrió un proceso parecido. En sus primeras comparecencias públicas al conocerse las pretensiones del Real Madrid, Sabanés invocó la figura del fiscal anticorrupción para atajar cualquier intento especulador. Pero muy pronto las diatribas se convirtieron en silencio, y finalmente el silencio en voto a favor del convenio municipal con el Real Madrid. ¿Qué fue lo que obró el milagro? La clave estaba en el cooperativismo de viviendas de la central sindical Comisiones Obreras, actividad que supone una considerable fuente de ingresos para la organización y que además garantiza vivienda a un precio asequible para muchos de sus afiliados. Florentino había colaborado con Comisiones Obreras y en menor medida con la Unión General de Trabajadores en la liberación de parcelas para viviendas sociales en los PAU (Programas de Actuación Urbanística) de Sanchinarro, Las Tablas, Montecarmelo y Valdecarros, las grandes zonas de crecimiento periférico de Madrid.
El concejal responsable de urbanismo de IU, Justo Calcerrada, protagonizó una intervención muy dura contra las pretensiones recalificadoras del alcalde y muy poco tiempo después recibió una llamada de Florentino Pérez. A la invitación a comer en un restaurante caro de Madrid se sucedieron otras reuniones entre ambos, pero ya con Ángel Pérez, portavoz de IU en la Asamblea de Madrid. La misma táctica que utilizó con Matilde Fernández la empleó el presidente del Madrid con el representante comunista en temas de urbanismo. Pero en este caso contaba con el poderosísimo argumento del suelo para construir vivienda.
¿Cómo podía Florentino, que en el fondo es un constructor, tener tanto terreno de su propiedad en las zonas de crecimiento urbano citadas? El presidente del Madrid aprendió un buen sistema para realizar las promociones saltándose engorrosos trámites administrativos. Consistía en conseguir que los propietarios del terreno se convirtiesen en promotores de la obra pagándole no directamente con dinero, sino con el suelo de su propiedad. Con este ingenioso procedimiento, Florentino disponía de mucho suelo cuyo valor podía moldear a voluntad. Y el cooperativismo sindical vio ahí la oportunidad de oro para crecer también de forma exponencial.
Cuando Florentino hubo convencido —con no mucho esfuerzo— al grupo de Izquierda Unida para recabar su apoyo a la recalificación de la Ciudad Deportiva, organizó un encuentro más entre los responsables de todos los grupos municipales, al que, una vez más, invitó a Matilde Fernández. Esta asistió y pronunció, de nuevo, la palabra que Florentino no deseaba oír: «No». El presidente blanco no había conseguido forjar la unanimidad alrededor de su propuesta, algo que le preocupaba porque podía debilitar su estrategia de crecimiento futuro para el club. Lo que sí logró forjar fue la unanimidad interna de Izquierda Unida en apoyo del máximo dirigente madridista. Tan unánime fue que los dos grandes proyectos de la promotora de Ángel Campos, exdirigente de CC. OO., se hicieron sobre suelo de Florentino y, cómo no, se encargó la obra a ACS. Todas estas personas del entorno sindical gozaban y gozan de una presencia habitual en el palco del Real Madrid, donde pueden sentirse copartícipes de su apoyo al proyecto de club ideado por el presidente.
Repsol —que adjudicó a la propia ACS la construcción del rascacielos—, la inmobiliaria Espacio y la aseguradora Mutua Madrileña Automovilista —que también devolvió a Florentino el «favor» adjudicándole la obra— se hicieron cada una con una torre. La cuarta, propiedad del Ayuntamiento, se vendió a Sacyr Vallehermoso. Según las malas lenguas en el sector negocios que recoge el periodista Juan Carlos Escudier en su libro Florentino Pérez. Retrato en blanco y negro de un conseguidor, con cada uno de los rascacielos el constructor devolvió favores que había recibido de sus amigos empresarios.
El grupo del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid no se quedó cruzado de brazos ante el atropello que según su opinión estaba cometiendo Florentino. Presentaron toda la documentación de la que disponían al entonces fiscal de Medioambiente y Urbanismo, Mariano Fernández Bermejo, que más tarde fue ministro de Justicia con Rodríguez Zapatero. La primera respuesta del fiscal no fue muy alentadora: «¡Joeeee, es que soy del Madrid!», exclamó al conocer el motivo de la denuncia. La segunda no fue mejor, ya que después de leerse el expediente se lamentó ante los socialistas: «Me traéis el muerto y el puñal, pero no al asesino». A lo que los representantes del PSOE le respondieron que esa era justamente la labor del fiscal: delimitar las responsabilidades y actuar para depurarlas. Pero la evolución del caso en sus manos confirmó las peores sospechas, porque acabó siendo desestimado globalmente. Por fortuna, otro fiscal que tomó más interés que el primero consiguió trocear la denuncia y ganar parcialmente algún aspecto menor. Pero finalmente se puede decir que Florentino Pérez se salió con la suya, y consiguió llevar adelante no solamente una operación que saldó la deuda anterior y le costeó su lanzamiento galáctico, sino que sentó un importante precedente para el futuro.
El constructor había conseguido de un plumazo el respaldo institucional y económico para el club mientras él fuera su máximo dirigente, y eso podía abrirle la puerta a la perpetuación en el cargo. Un objetivo que lo acercaría algo más a su admirado Santiago Bernabéu. Solamente hubo un factor que obstaculizaría su marcha triunfal mucho más que los fácilmente salvables condicionamientos de un Estado de derecho: el reventón de la burbuja inmobiliaria. La dificultad para conseguir crédito y para vender viviendas podría haber acabado, temporalmente, con la gallina de los huevos de oro del Real Madrid, que probablemente no pueda aspirar en un futuro próximo a materializar plusvalías tan estratosféricas como las que ha conseguido hasta hoy.
Pero lejos de mostrarse satisfecho con el desenlace de la operación inmobiliaria, Florentino expresó una gran contrariedad en su círculo más íntimo de amistades. Según su opinión, no se respetó el pacto alcanzado sobre el índice de edificabilidad, que debía permitir construir una quinta torre o aumentar sensiblemente la altura de las cuatro aprobadas. Esto hubiera aumentado en cientos de millones de euros los beneficios para el club. Álvarez del Manzano fue quien, en una decisión in extremis, decidió no respetar el pacto que había alcanzado con el Real Madrid, por miedo a las críticas que pudiera recibir el proyecto, ya de por sí bastante ambicioso.
El caso de la Ciudad Deportiva demuestra que el concepto moderno de ciudadanía no acaba de ser digerido todavía por muchos políticos y empresarios españoles. Para ellos, la ciudadanía es un concepto etéreo que se confunde a menudo con los movimientos de masas, que son mucho más manipulables. Hay personas que consideran, además, que estas corrientes de adhesión a unos colores no tienen por qué pasar por el tubo de los engorrosos trámites administrativos, que en el fondo son filtros y controles democráticos. Los mecanismos que garantizan los derechos ciudadanos se convierten en obstáculos burocráticos al entender de los promotores de dichos sentimientos colectivos, como es en este caso el madridismo. El Real Madrid puede concitar muchos anhelos en la capital de España, pero lo que defiende el radicalismo democrático es que por encima de madridistas los madrileños son ciudadanos que desempeñan profesiones, necesitan una sanidad pública, una educación, un transporte público y una infraestructura viaria para poder ejercer su labor. Y estos derechos colectivos tienen que ser amparados por las instituciones democráticas, que tienen el deber y la facultad de regular y controlar, entre muchas otras cosas, la ordenación del territorio y el desarrollo urbanístico.
La Ser interviene
La sensación de soledad de la dirigente socialista municipal Matilde Fernández no se limitó a los plenos del Ayuntamiento. También tuvo que hacer frente a la censura informativa de un grupo de comunicación en el que nunca hubiera creído que esto le ocurriría: Prisa. Efectivamente, Juan Ramón de la Morena en su programa El larguero tomó decididamente partido por Florentino a raíz de su enfrentamiento electoral con Sanz. El anterior presidente lamentó en repetidas ocasiones que de las dos entrevistas que pactaron para la campaña electoral solamente le hicieran una y a altas horas de la madrugada, mientras que el trato a su contrincante era claramente preferencial.
Una vez que Florentino hubo ocupado el sillón de la presidencia, la Ser continuó defendiendo sus intereses a ultranza. En más de una ocasión Matilde Fernández —que no es precisamente una apasionada del fútbol— recibió llamadas de compañeros suyos de partido, como Alfonso Guerra o Juan Barranco, para contarle que en El larguero la estaban poniendo de vuelta y media. Hasta en cuatro ocasiones ella llamó a la Ser para intentar defenderse, y en ninguna de ellas De la Morena la autorizó a hablar en directo. Incluso Alfonso Guerra hizo una gestión de intermediación ante el presentador deportivo y este reaccionó airadamente.
La «enemiga de Florentino» estuvo durante largo tiempo censurada no solamente en El larguero, sino también en los informativos locales de Radio Madrid. El florentinismo de la Ser dejó de ser un secreto a voces para oficializarse públicamente cuando su director general, Antonio García Ferreras, fue fichado por el Real Madrid como jefe de comunicación coincidiendo con la llegada de Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno. Al palco del estadio de la Castellana dejó de asistir un Aznar ofendido por el idilio entre Florentino y la Ser, que eran los supuestos orquestadores —según el líder del PP— del ataque a las sedes del partido en la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004. Hombre de un forofismo a prueba de bomba, García Ferreras ha diseñado durante años la estrategia comunicativa de Florentino y ha solidificado los puentes entre la institución blanca y Prisa, y hoy con La Sexta, donde dirige los servicios informativos.