Miedo escénico
Cuando tenía 16 años empecé a tocar en una banda local de mi ciudad. Era un grupo de rock compuesto por algunos amigos de la infancia. Llevamos unos años tocando cada uno con nuestros respectivos instrumentos así es que decidimos que era una buena idea formar un grupo. Nada serio, sólo pasar un buen rato haciendo música e intentar fascinar a alguna chica. Montar un grupo con tus mejores amigos en esa edad fue algo grande. Algo que debería haber sido divertido. Realmente lo fue la mayor parte del tiempo, pero también supuso una auténtica pesadilla para mí.
Tras unos meses ensayando en un pequeño local, se nos presentó la oportunidad de dar nuestro primer concierto en directo con público. Como puedes imaginar fue algo que nos hizo mucha ilusión a todos los miembros del grupo. Estábamos muy ilusionados y trabajamos duro en nuestros ensayos para ofrecer lo mejor de nosotros. En lo que a mí respecta, pasé largas horas practicando en mi casa las partes de guitarra. Era el guitarra solista de la banda por lo tanto tenía el trabajo adicional de practicar y perfeccionar mis solos de guitarra. Practiqué durante sesiones larguísimas en mi casa intentando perfeccionar todas y cada una de las notas de mis solos. Todo transcurrió según lo esperado. Practiqué tanto que conocía perfectamente todas y cada una de las canciones que debía interpretar. No había lugar posible a ningún tipo de error, podía tocar el repertorio completo con los ojos cerrados, de principio a fin.
El concierto tenia lugar en un conocido local de la ciudad. Los días previos nos habíamos encargado de realizar las labores pertinentes de publicidad para lograr llevar al mayor número de público posible. Nos habíamos asegurado la visita de nuestros mejores amigos, pero dada nuestra edad y la novedad que suponía ofrecer nuestro primer concierto, también decidieron asistir nuestros padres. Días antes del concierto empecé a sentir una sensación de angustia. Comenzó a crecer dentro de mi una enorme inseguridad y falta de confianza. Esa falta de confianza se manifestó en forma de pánico. Pánico por tener que ofrecer lo mejor de mi delante de mis mejores amigos y mis padres. Temor por no estar a la altura y no cumplir las expectativas que todo mundo había puesto en mi.
Horas antes de comenzar, toda la ilusión y alegría que ese concierto había supuesto los días anteriores habían desaparecido por completo. Toda aquella ilusión había dejado paso a una enorme sensación de ansiedad y tensión muscular. Mi voz interior empezó a bombardearme con mensajes del tipo “en casa sabes hacerlo muy bien pero ¿serás capaz de hacerlo delante de tanta gente sin equivocarte?”, “¿qué ocurre si en mitad de un solo de guitarra se rompe una cuerda?”, “¿crees que has practicado suficiente ese pasaje tan rápido en semi corcheas?, ¿qué pensaran de ti cuando te equivoques?.
Llegó la noche del concierto. El resto de mis compañeros también se mostraban nerviosos pero era otro tipo de nervios. Más bien era la impaciencia y el ímpetu por subir al escenario y comenzar a tocar. Yo, sin embargo, me encontraba en una situación que dista bastante de lo que se supone que debe sentir alguien que está apunto de realizar algo maravilloso. Tocar música en directo para una multitud de personas. Me subí al escenario, me colgué mi guitarra y mire a toda esa enorme cantidad de gente (cuando tienes 16 años, 150 personas te parecen una enorme cantidad de gente) apuntando todas sus miradas hacia mi. Mi corazón latía a una velocidad tremenda. Sentía cada uno de sus latidos en el pecho con una violencia brutal. Las piernas me temblaban tanto que casi me costaba mantenerme en pie. Pero esto no es lo peor que te puede ocurrir cuando eres guitarrista. Lo peor es que te tiemblen tus dedos y eso era lo que me ocurría. Mis manos y mis dedos temblaban. Por si fuera poco, estaban secuestradas por una enorme tensión y rigidez muscular. Imposible tocar al 100% en ese estado.
El resultado de mi actuación puedes suponerlo. Mi interpretación fue un absoluto desastre. Me equivoqué en todos y cada uno de los solos de guitarra. Me equivoqué en las diferentes partes de las canciones. Entraba en los breaks con un acorde diferente al resto del grupo. El temor se alimenta de más temor, por tanto cada equivocación y error no hacía otra cosa que empeorar mi estado mental y físico. El resto de miembros del grupo me miraba con esa cara de querer decir ¿qué demonios te pasa?, ¿que estás haciendo?. Ellos, que me conocían, sabían perfectamente que podía tocar el repertorio de manera impecable. Ellos me habían visto hacerlo. Yo lo había visto. ¿Que estaba ocurriendo?, ¿quien había tomado el control de mi mente y de mi cuerpo?
Al terminar el concierto y bajarme del escenario me encontraba absolutamente desolado. Trataba de disimularlo, pero interiormente me sentía fracasado. No haber ensayado lo suficiente o no haber estudiado bastante hubiera sido una buena excusa para explicar lo que había ocurrido. Pero no era el caso. Sabía hacerlo perfectamente en la soledad de mi habitación y en los ensayos. Lo que ocurrió es que perdí el control de mi mismo. La confianza en mí mismo desapareció. Y cuando la confianza en ti mismo desaparece, se crea el espacio perfecto para que aparezca nuestra voz interior y tome control. Sin confianza se desvanece cualquier oportunidad de mostrarle al resto del mundo tu talento y tu genio.
Mi voz interior había saboteado el concierto. Esa voz había tomado el control. Me tenía absolutamente atrapado. Era incapaz de liberarme de ella y permitir que pudiera mostrar lo que estaba dentro de mi. Es decir, poder demostrar lo que sabía hacer perfectamente. Lo que no sabía al bajarme del escenario es que la pesadilla solamente acaba de comenzar. Lo que ocurrió aquella noche sólo fue el preludio de lo que vendría. Aquella noche fue la primera vez de otras muchas que llegaron después. En los sucesivos conciertos que fui dando me ocurrió lo mismo. A lo largo de los años he tocado con diferentes bandas pero mi problema de miedo escénico siempre ha estado ahí, arruinando cada una de mis actuaciones. Cada vez que terminaba el concierto y me marchaba a casa, lo hacía diciéndome a mi mismo “yo no toco así, sé hacerlo mucho mejor”. Siempre que me bajo del escenario tengo la sensación de haber ofrecido solo el 40% de lo que soy capaz de hacer.
El miedo escénico es bastante común entre los músicos de cualquier estilo. Incluso artistas muy conocidos que llevan décadas en los escenarios aún lo sufren. Es muy posible que tú también lo padezcas en algún grado. En mi caso es algo que me ha obsesionado durante años y en cierta manera ha condicionado mi crecimiento como músico. He leído varios libros sobre este tema pero no me han servido de ayuda. Desde que empecé a practicar Mindfulness de manera constante, he sido capaz de reducir considerablemente la cantidad de inseguridades que me asaltan en el escenario. El Mindfulness me ha ayudado enormemente a calmar mi mente. He logrado reducir de manera muy significativa la tensión muscular, los temblores y mi ritmo cardíaco. A través de técnicas visualización y respiración he logrado superar una gran parte de ese miedo escénico que me impide ofrecer en el escenario el 100% de lo que soy capaz de hacer. Aunque aún no he logrado liberarme completamente de esa ansiedad, ciertamente hoy día me subo a un escenario con muchísima más tranquilidad, relajación y seguridad. Cada concierto es el mejor que el anterior. Cada día que pasa, estoy más cerca de demostrar en el escenario el 100% de mi capacidad. El Mindfulness ha hecho su magia.
El viaje hacia la liberación del miedo escénico comienza con el descubrimiento de aquello que debemos dejar ir, no tanto aquello que debemos empezar a hacer. ¿Que quiere decir esto? Que se trata de desterrar de tu mente todos esos pensamientos negativos, incertidumbres, preguntas, inseguridades… No se trata de empezar hacer algo diferente a lo que habías hecho hasta ahora. Simplemente necesitas liberarte de esos pensamientos. No quiero decir que tener pensamientos sea algo malo. Nuestra mente está diseñada para experimentar pensamientos y sensaciones. De hecho, no todos los pensamientos son malos. El problema aparece cuando no sabemos cómo relacionarnos con ellos. ¿Te has fijado como de callada está la mente cuando estás concentrado algo? Cuando estás absorto en una tarea, tu mente parece estar mucho más en calma. Al menos esa es la sensación que produce mantener toda tu atención centrada en un punto. Por tanto debemos dar a la mente algo en lo que centrar su atención. De esta manera estaremos silenciando cualquier tipo de pensamiento.